En diálogo con ciertas aproximaciones socioconstructivistas de la ciencia y la tecnología, Thomas Hughes propuso, en 1986, el concepto de sistema sociotécnico (Hughes, 1986), entendido como uno configurado, de manera inseparable, por la ciencia, la tecnología y la sociedad. Hughes propuso, además, que estas tres categorías no estaban entrelazadas, sino que una y otra eran fundamentalmente la misma. En el hecho de que, para Hughes, estas tres categorías no están, traduciéndolo a nuestro lenguaje, tejidas, sino que aparecen como una y la misma cosa, cobra sentido la idea del sistema sociotécnico, y del conocimiento en general, como un tejido sin costuras. En palabras de Hughes, "el conocimiento científico también es parte de un tejido sin costuras, que incorpora las llamadas dimensiones sociales, políticas e ideológicas al contenido conceptual de la ciencia" (1986, p. 289) (traducción mía). La metáfora del tejido sin costuras ha influido significativamente en los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (ESCT), en América Latina, y ha sido bastante útil a la hora de dar explicación a problemas sociotécnicos y de orientar las discusiones en torno a las políticas de regulación de tecnologías -su uso, transferencia y producción- (Thomas, Fressoli y Lalouf, 2008; Valderrama, 2013).
No es mi interés negar que el pensamiento de Hughes haya sido fundamental para el estudio de la tecnociencia y la sociedad, pero sí argumentar cómo la metáfora con la que explica la configuración intrínseca de los sistemas sociotécnicos es problemática en muchos sentidos. No puede existir, y de hecho no existe, un tejido sin costuras. Decir que los sistemas sociotécnicos son un tejido sin costuras tiene el efecto de hacer invisibles e incluso de negar las diferencias, desigualdades y mediaciones que, en efecto, están entretejiendo y haciendo posible la producción de conocimiento científico. Las costuras posibilitan el tejido y lo sostienen, tanto en un sentido metafórico como en lo que respecta a los tejidos artesanales. Aunque no siempre visibles, todo tejido tiene -y es, en un sentido ontológico- costuras, remiendos e hilos rotos. En este sentido, propongo una idea distinta a la de Hughes: entender el conocimiento tecnocientífico, por un lado, como un tejido con costuras, remiendos, rotos y desórdenes y, por otro, si ampliamos la metáfora, entender el conocimiento como producto de un laborioso trabajo; por lo tanto, quienes producen conocimiento aparecen, en esta propuesta, como bordadoras o costureras. Visibilizar estos actores humanos y no humanos en la producción de conocimiento es reconocer las labores de remiendo, reparación y cuidado que estarían en su base.
Pero antes, ¿qué implica entender la producción de conocimiento como un proceso de costura o de tejido? ¿Qué pistas nos puede dar un enfoque feminista y poshumanista a la hora de pensar nuevos términos para referirnos al proceso de producción de conocimiento tecnológico, esta vez con la metáfora del tejido artesanal? El análisis de un encuentro entre un grupo de bordadoras y uno de ingenieros/as, que fue en últimas un encuentro entre sus saber-haceres, formas de conocimiento y respectivas materialidades1, me permitirá dar respuesta a estas y otras preguntas.
El análisis de estos encuentros es un intento local y situado por pensar las relacionalidades que sustentan la producción de conocimiento2, atendiendo a ciertos planteamientos feministas poshumanistas y siguiendo una metodología parcial y modesta de sus modelos. Mi postura busca responder críticamente a una geopolítica del conocimiento y a una distribución desigual de la participación y el acceso a las discusiones teóricas que tienen lugar en el hemisferio norte y en el mundo anglosajón. En un intento por dar sentido, en América Latina y en sus contextos, a la literatura feminista poshumanista anglosajona, específicamente a la teoría de la acción política de las cosas, procuro pensar el tejido como una práctica de conocimiento incorporado, antes que discutir, en un nivel metateórico, con las posturas anglosajonas mencionadas3. Entenderlo así, desde el feminismo poshumanista, implica reconocer y "escuchar" las materialidades, humanas y no humanas, que constituyen el conocimiento. Considero que esta exploración del tejido como práctica de conocimiento, y del conocimiento como tejido, mediante un acercamiento al bordado artesanal cartagüeño o calado, posibilita afirmar la necesidad de que los feminismos poshumanistas en América Latina abracen críticamente la pregunta por la producción de conocimiento. En este sentido, doy cuenta de las múltiples formas de producirlo, propias de nuestro contexto, feminizadas y no académicas. Esta comprensión del tejido puede dar vida a distintas preguntas de investigación, pero sobre todo a asuntos materiales de conocimiento (knowing-matters4), relacionados con labores situadas concretas, materiales, feminizadas e invisibles, como el remiendo, el desorden y las rupturas. Es de señalar, como ya he dicho, que reconocer estas prácticas y materialidades del conocimiento tiene sentido al dar cuenta de su dimensión corporal, del conocimiento como asunto incorporado (Puig de la Bellacasa, 2015). En los apartados que siguen explicaré cómo la aproximación etnográfica al bordado cartagüeño permite develar formas de conocimiento particulares que contribuyen a descolocar el conocimiento tecnocientífico, en particular el que se encuentra con otras formas de saber.
El bordado como conocimiento
El calado es habitualmente reconocido como una técnica de bordado, pero también es una forma de tejido, puesto que produce una nueva estructura mediante la reconfiguración de la urdimbre y la trama originales de la tela. Las caladoras de Cartago invierten un tiempo considerable destruyendo parcialmente la estructura inicial de la tela. Este proceso es conocido como deshilado y puede entenderse como el debilitamiento del tejido que resulta de la extracción cuidadosa de algunos hilos de la trama y la urdimbre, según lo requiera el diseño, para generar una especie de rejilla nueva, cuyos espacios son más amplios que los de la tela original. En ese sentido, el deshilado puede comprenderse también como la creación de una nueva tela, sobre la que luego se bordará. El calado abarca esos dos procesos: la destrucción cuidadosa de la tela o deshilado y el posterior proceso de bordado de esa nueva estructura o superficie. Para el bordado, se utilizan agujas romas o sin punta e hilos del mismo color de la tela original. Este proceso fortalece la tela antes debilitada (figura 1)5.
Esta breve descripción del calado resulta de la aproximación etnográfica del proyecto "Bordando el conocimiento propio: sistematización de experiencias y diseño participativo del tejido como práctica de cuidado en Cartago, Valle". El proyecto buscaba diseñar de manera participativa una interfaz tangible de usuario (ITU)6 que, a su vez, intentaba materializar la metáfora del bordado como tecnología. En este sentido, la ITU y su diseño devino7, con los encuentros entre las bordadoras y los ingenieros y entre los conocimientos, las materialidades, las experticias y los saber-haceres de cada uno; devino en el sentido de que 'sobrevino', 'llegó a ser', a partir de procesos de reconocimiento y exploración permanente. Esos encuentros exigieron que quienes no sabían bordar aprendieran la labor. Esto permitió entender que el conocimiento del calado no es sin las relacionalidades y materialidades que lo sostienen metafórica y literalmente. En otras palabras, el calado es con las telas, los hilos y los deshiladores, pero también con las relaciones feminizadas de servicio y cuidado de quienes bordan. Así, el objetivo de la etnografía se reorientó hacia desentrañar las prácticas, relacionalidades y materialidades que producen y sostienen el conocimiento asociado al calado, con la intención de que ello guiara el codiseño de la interfaz tecnológica y materializara la intención de "bordar la tecnología" (Pérez-Bustos y Franco-Avellaneda, 2014).
A partir de esta experiencia, quisiera mostrar cómo una aproximación de naturaleza etnográfica a una labor tan concreta como el calado, inspirada en algunas reflexiones feministas y poshumanistas, puede no solo acompañar, sino cuestionar y reorientar el diseño de tecnologías. Esto como una forma particular de especular en torno a lo que el bordado como tejido tiene para decirnos sobre cómo comprendemos el conocimiento tecnocientífico en general.
Para dar respuesta a la pregunta por las prácticas y relacionalidades que sostienen el conocimiento de las bordadoras, formulamos la idea de una ecología del calado. Con ella, buscamos dar a entender que el calado no es sin el mundo que lo rodea. Este mundo está atravesado, fundamentalmente, por prácticas y relaciones de cuidado, orientadas al sostenimiento de la vida y desarrolladas específicamente en el ámbito doméstico (Fischer y Tronto, 1990). El calado, como asunto de cuidado, matter of care (Puig de la Bellacasa, 2011), sostiene la vida en un sentido amplio: la vida económica y material de las bordadoras y sus familias, porque en la mayoría de los casos es fuente principal de ingresos del hogar; de la vida íntima de las bordadoras, porque genera pausas en las rutinas y repara dolores; y de la vida del calado, porque repara la tela, antes destruida de manera cuidadosa, con un nuevo proceso de bordado también cuidadoso. Las prácticas simbólicas y materiales de costura y remiendo, de entidades humanas y no humanas, dependen unas de otras y mantienen el conocimiento asociado al calado. Solo es posible ver y entender estas prácticas en toda su complejidad e importancia tras meses de acompañamiento, y no a simple vista, dada su condición precaria y feminizada.
El conocimiento como tejido
Volver ahora a la metáfora del conocimiento como tejido con costuras -valga la redundancia negada por Hughes- implica entenderlo no solo como un asunto de redes y ensamblados, sino como una ecología, en cuyo centro se encuentran vulnerabilidades y cosas olvidadas, como las tareas de remiendo y cuidado que reparan y sostienen vínculos vitales entre quienes producen conocimiento. Así, en el centro del conocimiento de las bordadoras está su vulnerabilidad. Están sus precarias condiciones económicas y la necesidad de adaptarse a ellas mediante prácticas de cuidado: cuidar del hogar y de la familia, lavar la ropa y los platos y bordar.
La etnografía también apareció como un asunto de cuidado en el proceso, pues no solo observó y acompañó los encuentros y diálogos entre bordadoras e ingenieros/as y entre los conocimientos encarnados por cada uno, sino que los gestionó de manera cuidadosa y responsable, por su sostenimiento vital y material. Como etnógrafa, soy una observadora y oyente atenta (Watson, 2014), que contribuye al mantenimiento de la red de relaciones entre los actores humanos y no humanos del proceso participativo de diseño. Como el codiseño de la tecnología no podía sersin el diálogo entre los actores, fue importante que la etnografía propiciara el reconocimiento recíproco de su dependencia mediante el contacto entre unos y otros. Esta comprensión de la etnografía como mediadora, acompañante y cuidadora de un proceso se distancia de otra, muy difundida, que la entiende como proceso de producción de textos escritos. La naturaleza de la etnografía referida, antes que textual, fue experimental y experiencial. Esta cobró sentido y existencia en las acciones de remiendo y costura, de nuevo, tanto en sentido metafórico como material. Como etnógrafa, no solo aprendí a remendar y tejer la tela: también velé por la reparación de relaciones deterioradas por las jerarquías y las disonancias entre los conocimientos puestos en diálogo. Ambas formas de costura y remiendo posibilitaron y sostuvieron un proceso de diseño tecnológico participativo.
Para explicar cómo las prácticas de costura y remiendo que tienen lugar en el proceso del bordado permiten pensar la producción de conocimiento en general y el diseño de una tecnología en particular, presento a continuación un zoom-out a la labor del calado, que me permite una visión más amplia del trabajo que mantiene la existencia del tejido y sus condiciones de vulnerabilidad. Luego, presento un zoom-in de esta técnica de bordado, en el sentido de que me acerco a su materialidad para ver allí las estructuras normalmente invisibles que también lo sostienen. Mi intención con este movimiento, situado en el calado, es responder las preguntas que surgen de la etnografía y que cuestionan, en cuanto descolocan, el saber tecnocientífico, encarnado en este caso en la ingeniería, que se encuentra con otros conocimientos.
Zoom-out: tejedores, costureras y remendadoras
Utilizar el tejido como topos para pensar el conocimiento implica, entre otras cosas, contemplar el trabajo que está detrás: los sujetos que lo posibilitan, las relacionalidades entre esos sujetos y el tejido, y el lugar de ellos en un determinado orden social. Lo primero que habría que decir es que el calado es una labor feminizada y atravesada por asuntos de clase y de género. Como puede intuirse tras la descripción del proceso del calado -que implica tanto la destrucción cuidadosa de la tela como su posterior remiendo mediante puntadas de bordado-, la labor de estas mujeres requiere de largas horas que, sin embargo, no son reconocidas por quienes usan las prendas producidas. Ni la feminización y precarización de la labor ni la cantidad de tiempo y esfuerzo invertidos en ella son visibles en el producto final. Ello, además de reproducir la precariedad de la actividad, contribuye a su potencial pérdida8: la labor no solo se desvaloriza en términos económicos -una caladora puede bordar una pieza en aproximadamente una semana y recibirá por este trabajo entre us$3 y us$8-, sino también en términos sociales, en especial en lo que respecta a las generaciones más jóvenes. El calado, que es nacionalmente reconocido como una técnica de bordado muy delicada y fina, en Cartago es relegado al ámbito del hogar y cuenta con muy poco apoyo público, financiero o de otro tipo. La estatua sin terminar (figura 2) funciona como imagen de la soledad y el olvido en que se encuentra el calado y sus artesanas9.
Un segundo punto para indagar son los sujetos que están detrás del bordado. A pesar de que el calado se encuentra hoy en día en una condición bastante precaria, feminizada y vulnerable, el título de caladoras solo les es atribuido a las mujeres social y económicamente privilegiadas y de edad avanzada, por lo general dueñas de talleres o tiendas donde venden sus productos. Estos últimos son fabricados con la ayuda de obreras, quienes ocupan un lugar social de mucho menor nivel que las bordadoras. Ellas ofrecen su mano de obra a cambio de una muy escasa suma de dinero. Las obreras son, entonces, mujeres de bajos ingresos que, al tiempo que hacen labores asociadas al bordado, trabajan como empleadas domésticas de las caladoras o de otras personas.
Otra fuente de mano de obra importante es la ofrecida por hombres presos, que encuentran una suerte de consuelo y distracción en el oficio de bordar. Tanto ellos como las obreras son caladoras y caladores. Sin embargo, su conocimiento de la técnica es menos complejo que el que poseen sus maestras, las caladoras de edad avanzada, ya que están acostumbradas a bordar lo que las caladoras les piden, que suelen ser puntadas básicas, pues su realización tarda menos tiempo y en consecuencia son más baratas, y no saben hacer tantas puntadas diferentes como las maestras bordadoras10.
En lo que respecta al saber-hacer y al conocimiento de las caladoras, quizás el rasgo más determinante sea que son saber-haceres y conocimientos incorporados. Con ello quiero decir que son-con-el-cuerpo de las bordadoras y no se pueden alienar, ni siquiera cuando se quiere explicar o verbalizar, con ese cuerpo que lo produce. En concreto, ese conocimiento está incorporado en las manos de las caladoras, tanto que cuando alguien les pide que le expliquen cómo se hace, responden con un "páseme la aguja y le cuento" o con un "no, sin tela no puedo explicarle". Incluso, cuando se les pide que hagan una abstracción del proceso, dicen no poder hacerlo si lo piensan racionalmente: "Si pienso mucho, no puedo hacerlo", me dijo una de ellas en una ocasión. Hacer algo racionalmente significa verbalizar un proceso que sucede en las manos y en el movimiento de los materiales, hacer abstracción de un conocimiento incorporado y de un asunto material de conocimiento, que solo se deja aprender haciéndolo (González Rivera et ál., 2016).
Para las caladoras, la calidad de su trabajo está estrechamente relacionada con la capacidad de "ocultar" su mano en el producto final. Es importante, entonces, que el bordado se vea perfecto, casi como si no hubiera sido hecho por una mano humana y mundana. Así, un elemento clave del proceso del calado es la reparación de los pequeños errores que delatan la procedencia humana del tejido. Esto se hace zurciendo y remendando, metiendo hilos allí donde fueron extraídos los que se debían extraer, escondiendo remates y cabos de fibras sueltas. En otras palabras, hay un esfuerzo por esconder el bordado dentro del propio bordado. Esto quiere decir que al trabajo de bordar se le suma el trabajo de esconder la mano que borda, lo que puede incluso tomar el mismo tiempo que el proceso de crear. Este camuflaje solo es posible por una relación muy íntima entre quienes bordan y aquello que bordan, que solo se construye con tiempo y práctica (figura 3).
En este punto sea quizás más claro por qué no es posible aprender a calar de forma autodidacta: los años de experiencia y práctica necesarios, las múltiples formas en las que se "oculta" la mano de las bordadoras y la naturaleza incorporada de su saber lo impiden. Este último se transmite cuando se acompaña a las caladoras en su hacer. Esto le da al proceso de aprendizaje un carácter afectivo, colectivo y no verbal. Este tiene lugar entre otras prácticas de cuidado, como la crianza de los hijos, el cuidado de familiares con discapacidad y el desarrollo de tareas domésticas (Edwards, 2006).
Sin embargo, esta naturaleza afectiva y colectiva del calado se pone en riesgo en el momento en que entra en el mercado y, por extensión, en sus dinámicas de individualización y competencia (Portisch, 2010). Esto, sumado a la entrada de textiles producidos a escala industrial en países como la China, ha desviado el destino de la artesanía: de un don ofrecido como muestra de agradecimiento o aprecio a mercancía (Ahmed, 2004; Borgeaud-Garciyía, 2009). Las caladoras han pasado de ser compañeras e incluso amigas a verse como competencia y amenaza constante de copia. La competencia entre ellas hace que trabajen con telas de bajo costo y, en consecuencia, de baja calidad. También, como se dijo, han optado por realizar solo las puntadas más sencillas, por motivos de ahorro de tiempo (y de dinero). Las caladoras, en su afán de eficiencia, han dejado de bordar las puntadas más complejas. De esta manera, la memoria de estas ha quedado depositada únicamente en las mujeres de mayor edad, que ya son pocas. En sus palabras, "no paga" hacer este tipo de puntadas y, por lo tanto, tampoco "paga" aprender a hacerlas. Así, la temporalidad propia del calado, acorde con la del cuerpo y la de su aprendizaje paulatino de la labor, es negada por el paisaje temporal del mercado, que privilegia al producto y premia la eficiencia, en detrimento de los procesos de aprendizaje y los esfuerzos colectivos.
Ahora bien, ¿qué relación puede entablarse entre la ecología del calado que he presentado -los cuerpos y materialidades que lo sostienen, la dimensión incorporada de su saber-hacer y la precariedad y feminización de sus condiciones de producción- y la pregunta por la producción de conocimiento, que en este caso se traduce en la producción de un diseño de una tecnología basada en los saberes artesanales de las maestras bordadoras? ¿Qué preguntas le hace esa ecología del calado a la producción de tecnología?
Remendando imaginarios de la ingeniería
Las expectativas que, en un primer momento, los/as ingenieros/as construyen alrededor del calado y de su diseño tecnológico tienen que ver con aquello que empiezan a conocer: la vulnerabilidad del saber de las maestras, la precarización del trabajo, la feminización de la labor, etc. Con este panorama, el equipo de ingeniería organiza una comprensión particular del problema de la artesanía y del objetivo que el diseño de la tecnología debía alcanzar:
El diseño participativo es una herramienta que se puede utilizar [para diseñar tecnologías] [...]. Al usarla, es como si los usuarios le escribieran una carta al niño Dios, y nosotros [los ingenieros], como duendes del niño Dios, fabricamos el juguete que quieren. (Diario de campo, ingeniero, 2014)
El objetivo del diseño participativo de la tecnología es, aquí, darles a "los niños" (que vienen siendo las caladoras) lo que ellos quieren. Solo tienen que pedirlo. En parte, estas comprensiones y expectativas están constituidas por el hecho de que la ingeniería pertenece a un campo masculinizado, prestigioso y experto12; lo que contrasta con la precariedad y la invisibilidad del calado, componentes centrales de su feminización (Pérez-Bustos, 2014).
Para mí, como etnógrafa del proyecto, era importante trabajar con esas expectativas y con las jerarquías y los imaginarios que las sostenían, de manera que el diseño participativo pudiera, en efecto, serlo. Ello requirió de un acompañamiento etnográfico muy íntimo a esas posiciones iniciales, cuyos objetivos estaban orientados a hacer visibles la precariedad del calado y la pérdida de su riqueza en un contexto de mercantilización. Con acompañamiento etnográfico me refiero a un proceso en el que, como etnógrafa, seguí de cerca la construcción y puesta en escena de los imaginarios y jerarquías entre los dos saberes puestos en diálogo. Además, velé por hacer evidentes, para el equipo de ingeniería, el modo en que estaba produciéndolos y el impacto que ello tenía sobre la idea de una construcción participativa de la tecnología. Este acompañamiento posibilitó otras lecturas de la relación entre esos conocimientos y permitió ver cuánto podía aprender el uno del otro, en especial la ingeniería del bordado, una vez superada la idea de que la primera debía "ayudar" a la segunda13.
Ya en ese lugar menos vertical del diálogo, fue posible trasladar las preguntas que antes le habíamos hecho al calado al ámbito de la producción de conocimiento ingenieril y tecnológico: ¿No hay, acaso, un trabajo cotidiano y doméstico que sustenta a la ingeniería? ¿No están también incorporados y encarnados los procesos de aprendizaje de la ingeniería (González Rivera et ál., 2016)? ¿Qué relacionalidades e interdependencias se ocultan entre los materiales y las personas que sostienen la vida de la ingeniería y lo que ella produce? En suma, si pensamos la ingeniería desde el topos del bordado, en cuanto tejido, ¿cómo se puede "bordar" la tecnología?
La intención con estas preguntas, antes que ser respondidas, es pensar mi lugar como participante responsable y cuidadora del proceso de diseño y de los diálogos de saberes que lo sostienen. Creo que la naturaleza de la producción del calado, lenta, incorporada, cuidadosa, precaria y feminizada, tiene mucho para decirles a los procesos de producción de conocimiento y de tecnología, una vez encontrados los puntos en que unos y otros se identifican y convergen. Extender la metáfora del conocimiento como tejido, y aquí como bordado, me permite pensarlo como un proceso de producción igualmente lento, cuidadoso, feminizado y, en ocasiones, precario. La lentitud de los modos de hacer, y deshacer, del calado me invitan a pensar en el conocimiento tecnocientífico y en el ritmo de sus procesos, profundamente alterados, como el bordado, por las dinámicas de mercantilización y la ética de la eficiencia. La valoración social del calado como producto por encima del calado como proceso me conduce también a la situación fetichizada de la producción del conocimiento. En esta, se piden resultados materializados en textos u otros soportes y se deja de lado la apreciación de los procesos de producción y sus vínculos vitales con lo real. Mi invitación es, entonces, a redimensionar el valor de la destrucción cuidadosa, del remiendo y del hacer-deshacer-y-rehacer del conocimiento tecnocientífico, y a abrazar la temporalidad negada del cuidado (Mountz et ál., 2015). "Hágale, hágale, si lo hacemos mal, lo deshacemos y empezamos todo de nuevo" (Diario de campo, maestra bordadora, 2015).
Zoom-in: desórdenes y rupturas
A primera vista, la materialidad del calado da la impresión de que sus puntadas constituyen un flujo bastante organizado, armónico y simétrico de hilos, que incluso se asocia con los órdenes de los mosaicos o las teselaciones (figura 4). Esta fue la primera impresión que se llevaron del calado los expertos, matemáticos, ingenieros y diseñadores, entre otros. Ello llevó a los ingenieros del proyecto a ponerse el reto de descifrar la matemática y la ciencia que había detrás del calado, mediante la decodificación matemática de los movimientos de los hilos sobre la tela, en una suerte de escritura o graphos (Tedlock y Tedlock, 1985). El primer paso fue llevar una tela a un laboratorio de figuragrafía microscópica, con la intención de ver de cerca los patrones que darían orden a esas teselaciones y geometrías. Este fue el resultado:
La intención de descifrar los movimientos de las manos, que se alienan en su contexto de cuidado y en sus relacionalidades, y de identificar un lenguaje universal para pensar las redes quedó así frustrada. En el intento de leer científica y tecnológicamente el lenguaje del calado, el equipo de ingeniería encuentra que el orden está sostenido por un desorden y unas rupturas inesperadas: "en la unidad del tejido prima el desorden y muchas pero muchas, más de lo que yo esperaba, fibras rotas" (Diario de campo, ingeniera electrónica, 2014). Esta percepción tiene que ver con que quienes no están familiarizados con el proceso del calado y con la ecología que lo sostiene solo están en capacidad de observar la aparente geometría del bordado y de valorarlo en cuanto armonioso y simétrico. El proceso queda así invisibilizado y precarizado, dado su desconocimiento.
La feminización de artesanías como el bordado es una consecuencia parcial de estos impulsos por que ciencias y saberes como la ingeniería y la matemática las decodifiquen y las comprendan. Las comprensiones que se promueven descontextualizan a la artesanía de su entorno local y concreto, de su naturaleza incorporada y de las relacionalidades de cuidado. Se ubica, entonces, a la artesanía como un objeto pasivo del conocimiento ordenado y racional de la ciencia "dura". Así, el calado aparece como desprovisto de agencia y como un objeto al servicio del pensamiento humano.
Si pensamos de nuevo el conocimiento en cuanto bordado y tejido, ¿qué nos dice esta imagen del desorden y el caos que sostienen el orden, la simetría y la armonía? ¿Cuáles son los desórdenes y las rupturas que sostienen la producción de un conocimiento tecnocientífico ordenado y pulcro? ¿Cuáles son los hilos rotos del conocimiento? ¿Cómo podemos pensar la destrucción cuidadosa y el deshilado en el conocimiento? Considero que una aproximación etnográfica a las materialidades del calado, siempre en diálogo con el conjunto de relacionalidades más amplio y con la naturaleza de su hacer, puede contribuir a una resignificación estética del orden en el conocimiento científico y tecnológico.
Epílogo
En este artículo, he buscado mostrar la importancia de pensar el conocimiento tecnocientífico como un tejido con costuras. He planteado que dicho valor proviene de un acercamiento etnográfico e íntimo a la materialidad de un tipo de bordado, tanto a sus rupturas y remiendos como a los cuerpos que bordan mientras destruyen y remiendan cuidadosamente telas, pero también a los espacios domésticos, las temporalidades y las relacionalidades. He presentado esta aproximación no al bordado mismo, sino al encuentro de este saber-hacer con otros conocimientos cuyo estatuto epistemológico es distinto, como es el caso de la ingeniería. En este contexto, de encuentros posibles y diferencias de estatus entre saberes, propuse que la tarea de la etnografía ha de ser cuidadosa, pues deviene sostén vital de esos diálogos. Propuse, además, que solo así podemos encontrar y pensar que el tejido puede ser conocimiento, y el conocimiento puede ser tejido.
Así, pensar el conocimiento como tejido implica acercarse etnográficamente al modo en que es producido, para encontrar las prácticas de costura, remiendo y cuidado que lo hacen posible. Esto, como en el caso del calado, no es un mandato moral, sino una invitación a comprender de manera situada y local y, por tanto, etnográfica las relacionalidades que existen entre humanos y no humanos y las ecologías en las que se insertan (Puig de la Bellacasa, 2011). La invitación a acercarnos a la materialidad de la artesanía y a la de labores cuidadosas como el calado es también una invitación a volver la mirada sobre las materialidades que coproducen el conocimiento científico y sobre las prácticas de cuidado que están en su base y los distintos esfuerzos por borrar la mano humana que lo produce. Las prácticas de destrucción y remiendo, tanto en el calado como en la producción de conocimiento, son en sí mismas conocimiento, y no anteriores a él, en su acepción finalizada y concreta de producto.