El presente artículo estudia la manera en que los jesuitas estimularon la circulación de libros en el Paraguay y Río de la Plata hacia mediados del siglo XVIII. La provincia jesuítica del Paraguay, establecida en 1604, incluía porciones de los actuales Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia. Allí, los jesuitas gestionaban centros educativos importantes y proyectos misionales, como las reducciones de guaraníes y chiquitos.1 En todas sus instituciones, establecieron bibliotecas de tamaño considerable. Se ha estimado que poseían en esta provincia 56 000 volúmenes de libros hacia 1767, año en que fueron expulsados de todos los territorios de la monarquía hispánica.2 Estas bibliotecas eran de las más grandes de la región.3
Como disciplina con características propias, la historia del libro surgió hacia mediados del siglo XX. Distintos investigadores llevaron adelante estudios cuantitativos de larga duración sobre la posesión de libros y utilizaron para ello documentación notarial e inventarios de bienes de difuntos. Desde la década de 1980, la disciplina evolucionó hacia una historia cultural de la lectura, representada entre otros por Roger Chartier y Robert Darnton. Sin embargo, el universo cultural americano colonial ha permanecido, hasta cierto punto, ajeno a dicha renovación, de modo que, como lo ha señalado Carlos Alberto González Sánchez, la investigación todavía requiere responder preguntas básicas, como qué libros circularon en América o quiénes eran sus potenciales lectores. Varios estudios han demostrado la importancia de la Carrera de Indias y del comercio atlántico para la circulación de impresos en la América hispánica,4 y recientemente se ha alcanzado un grado notable de conocimientos gracias a la información del Archivo General de Indias (AGI).5 Así, para González Sánchez, el comercio atlántico estuvo dominado por mercaderes privados y la circulación del libro fue sumamente actualizada, pero hubo una escasez marcada de obras científicas y producidas en América. Este comercio fue un factor central en el establecimiento de la disciplina social y la confesionalización postridentinas y, en definitiva, en la occidentalización de América.6
Los estudios sobre el comercio atlántico se han concentrado en Perú y México, de modo que el Río de la Plata ha ocupado un lugar marginal en esta perspectiva. Para esta región, la investigación tradicional ha constatado el tamaño de las bibliotecas conventuales y privadas, pero no ha explicado el proceso por el cual los libros llegaban al territorio. Algunos historiadores se han enfocado en las dos imprentas que existieron en la región antes de 1780 y que fueron gestionadas por jesuitas,7 sin embargo, la producción de estos establecimientos no representaba un porcentaje significativo en los estantes de las bibliotecas, pues los libros provenían mayoritariamente de Europa.8 Desde el establecimiento de los primeros colonos hay noticias sobre la formación de bibliotecas, pero durante los siglos XVI y XVII estas fueron pequeñas.9 Al menos en la ciudad de Buenos Aires, no hay evidencia de que existieran tiendas de libros hasta las décadas finales del siglo XVIII.10
A pesar de esto, durante dicha centuria se constituyeron bibliotecas de tamaño considerable como la del obispo Manuel Azamor y Ramírez (17331796), quien la importó de España. El rol de los mercaderes privados en el aprovisionamiento de libros en esta región periférica parece sensiblemente menor al indicado por González Sánchez para América en su conjunto.
La historia del libro todavía no ha encontrado una explicación satisfactoria sobre el ingreso y circulación de los libros en esta región. Sin embargo, la historia cultural de la Compañía de Jesús ha sugerido recientemente una pista original. Varias investigaciones han destacado la importancia de los procuradores jesuitas en la circulación global de bienes y objetos, incluyendo libros.11 Esto permite preguntarse si, al igual o más que los mercaderes privados, fueron los procuradores jesuitas quienes suplieron con libros al Río de la Plata. Ahora bien, a diferencia de los comerciantes y particulares que viajaban o enviaban objetos a la región desde Sevilla o Cádiz, los jesuitas no estaban obligados a confeccionar listas detalladas de los bienes transportados,12 esencialmente porque estas listas tenían una utilidad fiscal y los misioneros estaban exentos del pago de impuestos. Por esta razón, la información de los archivos sevillanos se ha mostrado insuficiente para analizar tal cuestión.13
Para evaluar el rol de estos agentes en el comercio de libros, es necesario apartarse de los registros de navíos y recurrir a documentos internos de las procuradurías provinciales, conservados en archivos americanos.
En este artículo analizamos los libros enviados a la región en la "misión de procura" de 1751-1755, gestionada por los procuradores Pedro Arroyo (16891754) y Carlos Gervasoni (1692-1773). Existen otros documentos relativos a los procuradores del Paraguay, pero de esta misión se ha conservado una gran cantidad de ajustes de cuentas, quizás debido al carácter tormentoso de esta.14 Para analizar este embarque, formulamos tres preguntas. En primer lugar, ¿de qué manera los jesuitas lograron hacer circular libros desde un punto de vista práctico e institucional? En segundo lugar, ¿cuál fue el carácter y contenido de los libros importados al Río de la Plata? En tercer lugar, ¿la circulación de libros motorizada por los jesuitas contribuyó a nutrir, exclusivamente, a las bibliotecas de sus instituciones o bien a sectores más amplios de la sociedad?
Nuestro argumento es que, para mediados del siglo XVIII, los procuradores jesuitas cumplieron un rol central en la circulación de libros en el Paraguay y el Río de la Plata y que su actividad fue uno de los factores que permiten explicar el desarrollo de la cultura letrada en la región. Los jesuitas aprovecharon una serie de ventajas comparativas de las que gozaban, como exenciones impositivas a la hora de transportar bienes a América y la posibilidad de recurrir a navíos de registro. También sugerimos que los libros no abastecieron únicamente las bibliotecas de la orden, sino que muchos de ellos fueron vendidos o regalados a particulares y a otras instituciones religiosas. Los libros fueron objetos que circularon en el marco de una política de alianzas y constitución de redes sociales en la que estaban plenamente implicados los jesuitas. Al mismo tiempo, sirvieron para intervenir en el disciplinamiento de la sociedad local y el reforzamiento de las prácticas espirituales. En efecto, los libros importados eran fundamentalmente textos edificantes y hagiográficos, útiles para acompañar una generalización de las prácticas devocionales propias de los ejercicios espirituales, como la que se verifica en el seno de las sociedades católicas a lo largo del siglo XVIII. Por lo demás, los jesuitas no dejaron de incluir -y producir- libros científicos basados en observaciones empíricas, que en última instancia podían tener utilidad práctica en el marco litúrgico y evangelizador de la provincia del Paraguay.
"Por cuenta y riesgo de la Provincia del Paraguay": el embarque de libros en Cádiz y la turbulenta travesía atlántica
El procurador era una figura común en América colonial. Al interior de la Compañía de Jesús, la palabra designaba roles diferentes. Los que cumplieron el papel más importante para la circulación de objetos entre Europa y América fueron los procuradores de provincia. El rol principal de estos agentes era político, institucional e informativo. Cada seis años, las congregaciones provinciales americanas designaban a sus procuradores, quienes debían viajar a Madrid y a Roma para adelantar las negociaciones propias de su provincia, tanto en el interior de la orden como con la monarquía española. Los procuradores se entrevistaban con la máxima autoridad de la Compañía, el prepósito general, y presentaban ante él un testimonio informativo oral que a menudo contrastaba con los reportes escritos que Roma recibía desde América. Regularmente, se reunían allí en una congregación de procuradores presidida por el prepósito general o en una congregación general en caso de que este hubiera fallecido y fuese necesario designar un sucesor. Como lo señala Fabian Fechner, los procuradores eran el "único vínculo institucional permanente entre las provincias ultramarinas y Europa".15
Ahora bien, al mismo tiempo que cumplían estos roles, los procuradores iban "de compras por Europa" durante su estancia en el continente, como lo ha indicado Luisa Elena Alcalá. Viajaban por España, Francia, Italia y Portugal y actuaban como agentes comerciales de su provincia y de varios particulares. Adquirían libros, ropas, telas y objetos devocionales y artísticos como medallas, agnusdéi, rosarios, crucifijos, anillos, esculturas, láminas, pinturas, reliquias y relicarios. Gracias a su insólita eficiencia y a la amplitud global e internacional de sus contactos, los procuradores estimularon una vasta circulación de objetos, personas e ideas.16 En última instancia, el papel de los procuradores de provincia resulta fundamental para la historia del libro, la historia de la circulación de la información y el funcionamiento burocrático de la Compañía de Jesús y la historia del arte.
Los jesuitas Pedro Arroyo y Carlos Gervasoni fueron designados procuradores en la congregación provincial del Paraguay de 1750 y partieron a Europa en mayo de 1751. Su estancia fue difícil. Arroyo falleció en Madrid en abril de 1754 sin poder completar su trabajo. Gervasoni fue expulsado de la Corte y de los territorios españoles por su oposición al Tratado de Madrid (1750), así que no pudo regresar a América y debió exiliarse en Italia.17 El embarque de los objetos y el traslado de los misioneros que se integraron como personal de la provincia del Paraguay quedaron en manos del procurador general de Indias, Marcos Escorza, y del procurador de la provincia de Chile, José de Vera.18 La Procuraduría General de Indias -asentada en Cádiz y financiada, en parte, por las provincias americanas de la orden-, era la institución que cumplía un rol de coordinación general, colaboraba con los procuradores cuando estaban en Europa, realizaba gestiones y trámites de autorización y servía como nodo central en las actividades económicas respaldadas con el dinero de los jesuitas de América.19 El viaje de regreso de la misión de procura hacia Buenos Aires -sin ninguno de sus responsables- se realizó en dos barcos. El primero fue el navío de registro San Francisco Javier, alias "El Torero" o "Nuestra Señora de Begoña", cuyo maestre era Nicolás de Aizpurúa, y que arribó al Río de la Plata en julio de 1755. El segundo fue el navío San Ignacio, que arribó en abril de 1759, cuando los procuradores que sucedieron a Arroyo y Gervasoni ya se encontraban en Europa. El San Francisco Javier transportó a los misioneros, mientras que la carga fue distribuida en ambos navíos.
Hasta 1717, Sevilla fue el único puerto español autorizado para participar del monopolio comercial atlántico y, por lo tanto, de la venta de libros enviados hacia América. Ese año, el monopolio fue trasladado a Cádiz. Dado que Buenos Aires no era un puerto autorizado ni destino del sistema de flotas y galeones, la Corona debía aprobar cada cierto tiempo el envío de navíos de registro, unitarios y carentes de escolta militar (sistema que se reglamentó para toda América en 1721). Los jesuitas del Paraguay utilizaron regularmente los navíos de registro. Aunque los mercaderes de libros españoles fueron celosos defensores de su monopolio sobre América,20 los jesuitas no se contentaron con recurrir únicamente a ellos, sino que gestionaron la adquisición de libros en distintas regiones de Europa.
El ejemplo del navío San Francisco Javier permite explicar el procedimiento seguido por los procuradores para el embarque de libros. La memoria de los bienes conducidos en este navío tiene la particularidad de que aclara la procedencia geográfica de varias de las cajas transportadas.21 La información, no obstante, es fragmentaria, pues la mayoría carece de indicación de procedencia, lo que quizás implique que su mercancía fue adquirida en Sevilla y Cádiz. Según este documento, 463 volúmenes fueron comprados en Barcelona, 270 en Lyon, 219 en Madrid, 62 en Roma y 59 en Venecia (figura 1). Aunque no sabemos en concreto cómo los procuradores adquirieron estos libros, existen tres posibilidades: 1) que hayan recurrido a las redes de influencias que conectaban a los jesuitas de Andalucía y América con los colegios de la orden en el resto de España, Francia e Italia; 2) que hayan utilizado los servicios de la Procuraduría General de Indias, que mantenía comunicaciones y contactos económicos con regiones distantes de Europa;22 3) lo más probable es que los procuradores hayan adquirido estos libros y otros bienes en los viajes que formaban parte de su itinerario, trayecto que solía incluir las ciudades de Madrid, Barcelona, Génova y Roma. Varios documentos relacionados con los procuradores de provincia de Paraguay y Chile confirman la importancia de las compras hechas en Barcelona, en Génova y sobre todo en Roma.23 Aunque seguramente no haya formado parte del itinerario de Gervasoni y Arroyo, cabe mencionar también a Lisboa, uno de los destinos de los previos procuradores del Paraguay, Bruno Morales (1691-1748) y Ladislao Orosz (1697-1773).
Fuente: elaboración propia a partir de "Memoria de los caxones, arcas, barriles, valones, tercios que componen la carga perteneciente a la Provincia del Paraguay [...]", 1755. Archivo General de la Nación (AGN), Buenos Aires, Sala ix, 18-6-6, primer cuadernillo. Para la trayectoria: Alcalá; Pastells y Mateos.
Los objetos adquiridos se conservaban en los espacios de almacenamiento de la Procuraduría General de Indias.24 Cada cierta cantidad de años, un navío de registro salía con destino a Buenos Aires. La Casa de Contratación, asentada en Cádiz desde 1717, era la institución encargada de, entre otras cosas, inspeccionar los barcos, conceder licencias, registrar cargas, prevenir el contrabando y calcular y cobrar los impuestos, esencialmente almojarifazgo y avería.25 En diciembre de 1754, los procuradores registraron en la Casa de Contratación la carga del navío San Francisco Javier. Posteriormente, solicitaron la autorización de la Inquisición para que diera cuenta de que no se transportaban libros prohibidos. Esta era una tarea normalmente ejercida por los comisarios inquisitoriales, pero los miembros de órdenes religiosas gozaban de cierta potestad para expedir la licencia. En este caso, la autorización fue otorgada el mismo mes por José de Vera, el ya mencionado procurador de Chile. Vera firmó y juró "in verbo sacerdotis" que en "la lista que se me ha presentado", los libros "son todos corrientes y ninguno prohibido por el Tribunal de la Santa Inquisición". Al día siguiente, el comisario del Santo Oficio Luis Miguel de Peña y Hierro autorizó que pudieran embarcarse las cajas de libros "en vista de la certificación" de Vera.26 El estudio del control o la negligencia inquisitorial es uno de los más habituales en la historia del libro en la América colonial.27 Nada indica que el contenido de las cajas haya sido revisado, y el juicio de Vera difícilmente puede calificarse de independiente. Como veremos, en el navío que transportó la segunda parte de la carga efectivamente se llevaron libros prohibidos.
Una vez conseguida esta autorización, el maestre Nicolás de Aizpurúa solicitó al contador de la Casa de Contratación en enero de 1755 que "se forme despacho" para poder embarcar. En febrero se realizó el registro definitivo, según el cual ingresaron al navío "por cuenta y riesgo de la Provincia del Paraguay" 107 piezas de mercancías para ser entregadas al rector del colegio jesuita de San Ignacio, en Buenos Aires. Eran 42 cajones toscos, 8 cajones arpillados, 15 barriles, 11 tercios, 2 cajas, 6 balones de papel y 23 cajones encerados.28 El registro no fue firmado por Gervasoni, quien no se encontraba en Cádiz, sino por el procurador general de Indias, Marcos Escorza. Dado que todas las piezas "pertenecen a la misión", no pagaron impuestos. La Compañía de Jesús y otras órdenes religiosas gozaban de exenciones impositivas para trasladar mercancías a América, siempre y cuando estuvieran destinadas a sus colegios y misiones y no se vendieran.29 Este mismo privilegio explica por qué no necesitaban detallar las mercancías de las "cajas misioneras", sino simplemente declarar a título general su contenido, lo que en el caso del navío San Francisco Javier tampoco se hizo.
El barco zarpó de Cádiz en abril de 1755 y arribó a Montevideo en julio. La carga debió ser dejada en esta ciudad y trasladada paulatinamente a Buenos Aires en canoas, aunque la tripulación y los jesuitas cruzaron el Río de la Plata el 1 de agosto.30 Es posible que en Buenos Aires no hubiera comisarios inquisitoriales para poder controlar los cajones de libros.31 Tal vez producto de las dificultades que sufrieron Arroyo y Gervasoni en Europa, la totalidad de la carga fue trasladada a Córdoba, donde el jesuita Antonio Miranda (1702-1794), a la sazón procurador del Colegio Máximo, se ocupó de ajustar las cuentas y de cobrar el acarreo entre Buenos Aires y Córdoba a todas las instituciones y personas que tuviesen encomiendas en el barco -incluso aunque residiesen en el puerto-. En suma, los libros arribaron al Río de la Plata tras una turbulenta travesía no solo marítima. Cabe, pues, preguntarse qué guardaban estos ejemplares -y por qué justificaban tamañas gestiones-.
"Libros de varias especies": el contenido de los volúmenes
Las listas de libros de los dos barcos refieren a 7 932 volúmenes distribuidos entre 1 140 registros.32 4 553 se transportaron en 40 cajas en el navío San Francisco Javier y 3 379 en 36 cajas en el San Ignacio. Además de los libros, los jesuitas transportaron otras "cajas misioneras" que contenían objetos devocionales de todo tipo (medallas, pinturas, crucifijos, cornisas de cristal, agnusdéi, relicarios, reliquias, cruces), tafetanes, paños, cucharas, tenedores, anzuelos, hachas, géneros de botica, balones de papel, láminas, "mapas de las misiones", estampas e incluso un gran reloj para el cabildo de Salta.
En la figura 2 se presentan las materias temáticas en que se pueden agrupar los libros transportados con sus respectivos porcentajes. Para realizar esta contabilización solo se tuvieron en cuenta aquellos registros referidos a cinco o más volúmenes, que suman 6 486 libros (82 % de la carga total). Mil setecientos volúmenes fueron imposibles de clasificar temáticamente dada la escasa información provista por las fuentes, que eluden casi siempre el título de los libros, indicando únicamente el apellido del autor. Las materias se basan en las que aplicaron los propios jesuitas para organizar las bibliotecas del Paraguay, con algunas modificaciones prácticas.33 Categorías como "literatura clásica", "derecho canónico", "escolástica y filosofía" y "reglas jesuíticas" son evidentemente marginales. "Gramática", "biblias y expositores", "teología moral" y "predicación" se ubican en una posición intermedia. Por último, son cinco las categorías que concentran el 83,5 % de todos los libros: "liturgia", "catecismo", "hagiografía e historia", "ciencia y matemática" y "espiritual".
Fuente: elaboración propia a partir de "Nomina de las caxas y caxones [...]" y "Memoria de los caxones [...]", 1755. AGN, Buenos Aires, Sala ix, 18-6-6, primer cuadernillo.
El primer puesto corresponde a los libros de temática espiritual. Este género fue particularmente relevante en España y el comercio atlántico desde mediados del siglo XVI, aunque tuvo sensibles variaciones después del Concilio de Trento (1545-1563). Los libros espirituales constituían una forma de meditación guiada y contenían reflexiones ascéticas, a menudo inspiradas en los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola (1491-1566). De hecho, una parte importante de los volúmenes de esta categoría corresponde a libros de ejercicios espirituales. Estos libros estaban dirigidos tanto a los directores espirituales como a lectores piadosos y devotos, y habilitaban varios modos posibles de abordaje -solitarios o colectivos-. Una imaginación plástica y sensitiva -como la compositio loci de los ejercicios ignacianos- era un acompañamiento esencial de toda lectura espiritual.34 Si en los siglos XVI y XVII el autor más popular era Luis de Granada (1504-1588), la situación en el siglo XVIII era muy diferente.
En el embarque analizado, el libro que aparece en primer lugar es Ejercicios de Carlo Ambrogio Cattaneo (1645-1705), con 224 volúmenes. Probablemente, se trata de los volúmenes traducidos por el jesuita del Paraguay Pedro Lozano (1697-1752), publicados como Exercicios espirituales de San Ignacio y Máximas eternas propuestas en lecciones, para quien se retira a los ejercicios espirituales... en 1754. El procurador Pedro Arroyo acordó editar estos textos "en dos tomitos" a costa del impresor, recibir cincuenta ejemplares gratuitamente y comprar otros cien.35 En estos navíos también se transportó parte de la tirada de otro libro de Pedro Lozano impreso en Madrid por esa misma época: Historia de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay. El segundo lugar corresponde a 133 volúmenes de Día virgíneo o sábado mariano del también jesuita del Paraguay Antonio Machoni (1672-1753). Esta es una obra devocional, una combinación barroca de varias enumeraciones, entre ellas, un "abecedario virgíneo" con 137 formas de nombrar a la Virgen María, una recopilación de los favores y portentos recibidos por los devotos del Santísimo Rosario en el Día Virgíneo, una lista de varios modos de rezar el rosario, entre otras. El tercer lugar está ocupado por 112 volúmenes de Tomás de Kempis (1380-1481), probablemente ejemplares de Imitatio Christi. El cuarto lugar corresponde a 82 volúmenes de Sebastián Izquierdo, la mayoría, libros de ejercicios espirituales. Por último, cabe mencionar cien "libritos que representan las penas del infierno", de los cuales no se provee mayor información.
La segunda materia en importancia es "ciencia y matemática". En este caso, el primer lugar está ocupado por seiscientos volúmenes del Lunario de un siglo de Buenaventura Suárez (1678-1750), un jesuita criollo, nacido en Santa Fe, que misionó gran parte de su vida entre los guaraníes y a quien se atribuye la construcción de un observatorio astronómico en la reducción de San Cosme y Damián. Suárez construyó sus propios cuadrantes, relojes de péndulo y telescopios para llevar adelante observaciones astronómicas, algunas de las cuales fueron publicadas por la Royal Society de Londres gracias a las múltiples conexiones globales que poseía el misionero. El Lunario transportado en estos viajes puede corresponder a la edición impresa en Lisboa en 1748 o, más probablemente, a la edición producida en Barcelona en 1752. Los lunarios eran un género de literatura popular en aquella época y existen evidencias de una amplia distribución del libro de Suárez en el territorio rioplatense, en particular, ejemplares profusamente anotados con marginalia. El libro contiene tablas astronómicas hasta el año 1841. En las páginas pares, hay cómputos relativos al año litúrgico, las témporas y las "fiestas movibles" (Pascua, Pentecostés, Corpus, etc.), así como una enumeración de los eclipses de cada año. En las páginas impares se encuentran las referencias sobre las fases mensuales de la luna. Además, el libro contiene una tabla con distancias geográficas para poder adaptar sus cálculos -formulados originalmente para el pueblo de San Cosme y Damián- a otras ciudades e instrucciones para prolongar los cómputos después de 1841. El libro era práctico y sus usos podían variar desde la definición de la liturgia religiosa hasta la toma de decisiones agrícolas.36
El segundo puesto de esta materia corresponde a las Mémoires pour l'histoire des sciences et des beaux arts, más conocido como Journal de Trévoux, del cual se embarcaron 213 volúmenes. Se trata de una publicación editada por el colegio jesuita parisino de Louis-le-Grand desde 1701. En ella se difundían artículos y reseñas de libros de variadas temáticas, desde gramática y teología hasta economía, física y matemática. El tratamiento de estos temas era en cierto modo imparcial, pero al mismo tiempo incluía críticas al deísmo y a diversas formas de "irreligión". Durante la estancia de Arroyo y Gervasoni en Europa, el director del Journal era Guillaume-François Berthier (1704-1782), quien abandonó el más abierto espíritu inicial de la publicación y lo reemplazó por una defensa cerrada de la ortodoxia católica.37 El embarque también incluyó siete ejemplares del Dictionnaire de Trévoux, un texto enciclopédico producido por los mismos editores. También cabe mencionar un amplio corpus asociado a Benito Jerónimo Feijóo (16761764): 16 volúmenes atribuidos a él, 33 de la Demostración crítico-apologética del Teatro crítico universal escrita por Martín Sarmiento (1695-1772) -una defensa polémica de la obra del benedictino- y cinco tomos de Salvador José Mañer (1676-1751), un impugnador de Feijóo.
La tercera materia relevante es "hagiografía e historia", que incluye la historia eclesiástica. En los siglos barrocos, la literatura hagiográfica era un consumo de masas. Representaba vidas piadosas que los lectores habrían de imitar, e incluía milagros, portentos y a menudo elementos de verdadera aventura. En el caso de los santos extraeuropeos, también tenían el componente de lo exótico. Los libros hagiográficos incluso podían ser objeto de una apropiación mágico-supersticiosa por parte de sus lectores.38 En el caso del embarque aquí considerado, basta mencionar que los procuradores adquirieron 461 volúmenes de Cartas de San Francisco Javier, seguramente en la edición impresa en Madrid en 1752 por Manuel Fernández, una traducción del jesuita Francisco Cutillas (1668-1756) de la versión latina de las epístolas. Francisco Javier (1506-1552), fallecido en China, fue canonizado en 1622 y constituía un verdadero símbolo de la identidad misionera de los jesuitas. En la provincia jesuítica del Paraguay, tanto en las reducciones de guaraníes como de chiquitos, existían pueblos llamados San Francisco Javier. Además, en todas las instituciones jesuíticas del territorio se celebraba la novena a este santo entre el 25 de noviembre y el 3 de diciembre. Era una figura especialmente relevante en las prácticas devocionales que los igna-cianos estimulaban, tanto en el interior de la orden como en la sociedad en general. Aunque no se incluyó en los registros, en estos navíos los jesuitas también embarcaron alrededor de una centena de ejemplares de la Historia de la provincia del Paraguay (1754-1755) de Pedro Lozano.39
El cuarto puesto corresponde a "catecismo". En esta categoría, el nombre más repetido es el del jesuita Jerónimo de Ripalda (1535-1618), con 40 títulos, aunque su catecismo también ha sido atribuido a Gaspar Astete (1537-1601). 568 volúmenes se registraron como "explicaciones", lo que posiblemente constituya una referencia a la forma discursiva denominada doctrina. Los catecismos podían presentarse en la época en dos maneras: una versión breve, casi exclusivamente dialogada, que constituía un "catecismo popular" destinado a los "rústicos"; y una versión extendida, a menudo en prosa, con explicaciones detalladas y destinada a los clérigos.40
La quinta materia más rica en libros es "liturgia", que incluye 313 volúmenes correspondientes a breviarios de distinto tipo, 97 misales y 41 rituales. Se trata de los libros profesionales utilizados por los clérigos en sus tareas cotidianas, textos necesarios para el funcionamiento de las iglesias y sus prácticas rituales. Es probable que gran parte de los 599 volúmenes que se registraron como "libritos" y no se contabilizaron aquí correspondieran o bien a alguna de las dos materias analizadas en este párrafo o a cartillas para el aprendizaje de la lectura y la escritura, utilizadas en los colegios jesuíticos.
Por fuera de la clasificación de materias, el embarque habilita dos análisis complementarios relativos a los autores de los textos: la proveniencia espacial de estos y su inscripción institucional. En primer lugar, una clasificación geográfica de los autores -a partir de los países actualmente existentes (figura 3)- muestra que la mayoría de estos proviene de España, Italia y el actual territorio argentino (16,6 %, cifra que se eleva a 18,5 % si utilizamos una jurisdicción colonial más abarcadora como el Virreinato del Perú). De manera similar a lo que sucede con la proveniencia de las cajas compradas por los jesuitas, en este caso la adscripción geográfica es a la vez un mapa del catolicismo temprano-moderno y de las áreas de interacción de los jesuitas del Paraguay. La conexión geográfica se ve reforzada, en segundo lugar, por la relevancia de los escritores jesuitas. Considerando únicamente los libros cuyos autores hemos identificado, y excluyendo el amplio corpus de literatura religiosa católica sin autor preciso (breviarios, misales, etc.), identificamos que el 99,4 % de los libros fueron escritos por autores católicos, el 96,8 % por miembros de la Iglesia y el 81,7 % por integrantes de la Compañía de Jesús. Solo existe un pequeño grupo de literatos de la Antigüedad romana que escapa al campo del catolicismo: 0,6 % de libros escritos por Cicerón y Tito Livio, autores relevantes para la Ratio Studiorum jesuítica. A partir de lo anterior, resulta claro el carácter endogámico y centrípeto de esta compra de libros.
Fuente: elaboración propia a partir de "Nomina de las caxas y caxones […]" y "Memoria de los caxones [...]", 1755. AGN, Buenos Aires, Sala ix, 18-6-6, primer cuadernillo.
Muchos de los libros que se incluyeron en este embarque, aunque se imprimieron en la península ibérica, fueron producidos gracias a las gestiones de los propios procuradores del Paraguay o del procurador general de Indias, quienes se ocuparon de distribuirlos por Sudamérica. El Lunario de un siglo de Buenaventura Suárez se imprimió en Lisboa (1748) gracias a las gestiones del procurador Orosz. Es probable que Arroyo y Gervasoni hayan cumplido algún papel en la reimpresión del texto en Barcelona (1752). En la década de 1730, Antonio Machoni viajó como procurador (1731-1734) a Europa. Allí, se encargó de gestionar la impresión de varios libros de su autoría: Arte y vocabulario de la lengua lule y tonocoté (Madrid, 1732), Las siete estrellas de la mano de Jesús (Córdoba, 1732) y Día virgíneo... (Córdoba, 1733) -el único incluido en el embarque-. Después de su regreso, se editaron dos libros más de Machoni en España. Durante la estancia de Gervasoni y Arroyo, entre otros textos, se imprimieron en Madrid Exercicios espirituales y Máximas eternas (1754) y la Historia de la provincia del Paraguay de Pedro Lozano en dos volúmenes (1754-1755); esta última obra llevaba varios años en proceso de impresión y el propio Arroyo tuvo que encargarse de corregirla en 1753.41 Además, en la década previa se había impreso una traducción de Fabio Ambrosio Spinola efectuada por Lozano, en este caso, gracias a las gestiones del procurador general de Indias. En la misma tónica que estos textos, el procurador que sucedió a Gervasoni, Juan de Escandón (1696-1772), hizo imprimir un libro de ejercicios espirituales en guaraní, Ara poru aguiyey haba (Madrid, 1759-1760), en mil quinientos ejemplares, tirada que envió casi completa al Río de la Plata.42 Esta lista no exhaustiva de los textos escritos o producidos por jesuitas del Paraguay en la península ibérica da cuenta de que a menudo los procuradores viajaban cargados de manuscritos desde Buenos Aires y gestionaban su impresión con diversos editores, o bien dejaban esta tarea en manos del procurador general de Indias. Unos mil volúmenes del embarque analizado (19,5 % del total) fueron escritos por jesuitas del Paraguay y producidos gracias a las gestiones de los procuradores. Estos utilizaron las imprentas ibéricas para convertirse en editores transatlánticos, lo que invita a reconsiderar la circulación de libros desde Europa hacia América e incorporar la agencia de esta última en la historia de la impresión.
El embarque exhibe una combinación de volúmenes científicos, textos prácticos y literatura edificante, con predominio en el interior de cada uno de estos grupos de la Compañía de Jesús y su sistema de comunicación globalizado. Creemos que los libros embarcados dan cuenta tanto de tendencias de larga duración en la cultura letrada de los jesuitas como de prácticas específicas del siglo XVIII. Los libros espirituales y hagiográficos estaban íntimamente asociados a la identidad de la Compañía en el Paraguay, una provincia misionera cuya memoria estaba atravesada por las reducciones indígenas. Ahora bien, para mediados del siglo XVIII, los hábitos devocionales de las sociedades laicas católicas se habían modificado sensiblemente. De este modo, si durante el siglo XVI los ejercicios espirituales habían constituido la experiencia de una élite reducida -los miembros de la Compañía-, en el siglo XVIII se convirtieron en la praxis cotidiana de un sector amplio de la sociedad. Los libros de los ejercicios, inicialmente destinados a los directores capacitados para guiarlos, empezaron a estar dirigidos a los ejercitantes mismos.43 Esta asociación entre una praxis devocional y disciplinar amplia y la lectura es una marca evidente de varios de los proyectos editoriales de los jesuitas del Paraguay en esta centuria.44 Como se indica en el prólogo, las Máximas eternas que los procuradores importaron de a cientos estaban dirigidas a los practicantes, que debían interiorizar la experiencia de los ejercicios espirituales. En conjunto, la literatura edificante cuya circulación estimulaban los procuradores era un dispositivo orientado a transformar los cuerpos en el sentido de una disciplina social y a construir una memoria cristiana: dentro de la orden, como había sucedido tradicionalmente, pero también fuera de esta, como lo permitía la ampliación del sector devoto de la sociedad en el siglo XVIII.
Al lado de los libros edificantes existían cajas repletas de libros científicos o enciclopédicos sumamente actualizados, editados en las décadas de 1730, 1740 y 1750. De acuerdo con Joan-Pau Rubiés, si definimos la Ilustración no como los valores de la modernidad liberal, sino como una serie de prácticas en el contexto de una república mundial de las letras, cosmopolita pero heterogénea, los jesuitas fueron partícipes plenos de la Ilustración.45 Los miembros de la Compañía adaptaron las ideas renovadoras de Descartes y Newton dentro de un marco tomista-escolástico. Entre las prácticas que Rubiés considera ilustradas y que los jesuitas asumieron se encuentran la educación de los laicos -que incluía a la vez humanismo y matemáticas-, la noción de investigación empírica, la recurrencia a un sistema centralizado de comunicación global y, en última instancia, la propia participación activa en la república de las letras, de la cual es una muestra la obra de Buenaventura Suárez. Esta interconexión global e inclusión en la república letrada es evidente en los libros importados por Arroyo y Gervasoni. Pero, al mismo tiempo, cabe destacar que la propia actividad científica de los jesuitas podía tener una finalidad piadosa,46 lo que resulta evidente en el Lunario de Suárez, el cual tenía como uno de sus objetivos fundamentales definir las fechas de las fiestas religiosas de cada año. Para mediados del siglo XVIII, los jesuitas incluyeron componentes de curiosidad científica dentro de su cultura letrada. Esta contribuyó en última instancia a la reproducción de las actividades religiosas y evangelizadoras, junto a una praxis espiritual ignaciana extendida a amplios sectores de la sociedad.
"Para la satisfacción de las encomiendas": la distribución de los libros en el Río de la Plata
Una vez arribados al Río de la Plata, los libros entraron en un proceso complejo de distribución. En 1765 el procurador del Colegio Máximo de Córdoba seguía realizando cálculos y ajustes de cuentas del tormentoso viaje e incluyó un listado de la distribución de encomiendas arribadas en el navío San Ignacio.47 Los jesuitas no adquirieron únicamente libros para sus colegios y misiones, sino también para particulares residentes en la región. Incluso hay indicios de que establecieron un punto de venta de ejemplares en la Procuraduría de Córdoba. Gestionar encomiendas de particulares era una actividad común de los procuradores provinciales y generales de Indias.48 Para un particular de una región periférica, comprar a través de los procuradores era eficiente, puesto que permitía elegir el producto -sin tener que conformarse con la oferta de los mercaderes locales- y pagarlo a bajo precio, toda vez que los jesuitas introducían las encomiendas como parte de sus "cajas misioneras" que no pagaban impuestos.49 En teoría, los libros impresos en España y transportados a América estuvieron exentos de impuestos durante gran parte del siglo XVIII, pero la documentación conservada al respecto en el Archivo General de Indias es ambigua y contradictoria. Así, mientras que algunas cajas de libros enviadas al Río de la Plata pagaban impuestos, otras no lo hacían.50 En cualquier caso, los jesuitas nunca los abonaron, a pesar de que muchos de los libros que importaban habían sido impresos fuera de España. El Consejo de Indias abrigaba sospechas de que los jesuitas abusaban de sus privilegios impositivos para hacer negocios, pero en pocas ocasiones las averiguaciones arrojaron resultados concretos.51 Antes de emprender el viaje, Arroyo y Gervasoni recibieron instrucciones sobre qué libros y bienes comprar. Se ha conservado un listado detallado de todo el dinero y de su procedencia, lo que incluye oro y plata del Colegio de San Ignacio (Buenos Aires), del jesuita Luis de los Santos (1701-1775), del propio Arroyo y del "Procurador de los pampas y serranos" para la adquisición de libros.52 Los mismos procuradores elaboraron un documento de síntesis en el que compilaron todas las encomiendas solicitadas, tanto de jesuitas como de particulares ajenos a la orden.53 Las compras de mayor volumen estaban dirigidas a los propios ignacianos. Entre estas, cabe mencionar 33 volúmenes para Alejo Mejía (1725-1802), incluyendo 15 tomos del jesuita Louis Bourdaloue (1632-1704), posiblemente su Retiro espiritual para las comunidades religiosas; cuatro tomos para Jaime Passino (1699-1772), superior de las doctrinas de guaraníes entre 1757 y 1762; y una cantidad indefinida de volúmenes de la Histoire du Paraguay de Pierre François Xavier de Charlevoix (1682-1761) destinados a José Guevara (1719-1806), historiador oficial de la provincia tras la muerte de Pedro Lozano. Además, el documento informa los montos de dinero facilitados por varios jesuitas que fallecieron en el transcurso de la década de 1750 (como Antonio Machoni o Lozano), de modo que no alcanzaron a ver sus libros.54 A las misiones de guaraníes se entregaron específicamente seis "misales grandes de Venecia", seis "juegos de breviarios medianos en dos cuerpos", cuatro "rituales toledanos" impresos en Amberes, diez "misales de difunto" y veinticinco juegos de Varones ilustres de la Compañía de Jesús de José Cassani (1673-1750),55 mientras que la Procuraduría de estas misiones localizada en Buenos Aires recibió dos volúmenes del Institutum Societatis Iesu y varios otros textos.56 Las misiones también adquirieron con dinero propio algunos libros remanentes que habían quedado en la Procuraduría de Córdoba.57
La encomienda del Colegio de San Ignacio merece un comentario particular. Este recibió 43 volúmenes, incluyendo 18 tomos de Historia del pueblo de Dios del jesuita Isaac Joseph Berruyer (1681-1758). Se conserva una "Memoria de los libros que se han de traer para este Colegio de Buenos Aires" previa al viaje de Arroyo y Gervasoni. Este documento aclaraba que "si no hubiere plata para comprar todos los libros",58 deberían adquirirse únicamente los que estaban subrayados. En el navío San Ignacio, los procuradores solo incluyeron una parte del pedido de Buenos Aires, pero un conjunto relevante de los autores solicitados -como José Aguilar (1652-1708), Diego de Avendaño (1594-1688) y José Gumilla (1686-1750), entre muchos otros- figura en el embarque de San Francisco Javier. Es evidente la eficiencia de los agentes de la Compañía para concretar exitosamente la compra solicitada.
Las dos encomiendas más grandes estuvieron destinadas a dos jesuitas: Manuel Querini (1694-1776) y Juan de Zuazagoitia (1724-1797). Al primero, maestro de novicios en Córdoba hasta 1763 y rector del Colegio Máximo desde entonces, se hizo entrega de 539 volúmenes, entre ellos, 106 de las Máximas eternas de Cattaneo y 104 de Día virgíneo de Machoni, seguramente para su distribución entre instituciones jesuíticas y, quizás, particulares. A Zuazagoitia, nacido en México y residente en Buenos Aires, estaban destinados, además de un lente y un anteojo, 332 tomos, entre ellos, 183 volúmenes del Journal de Trévoux, 22 de "Biblioteca de los predicadores", 17 del ya mencionado Louis Bourdaloue y 14 de Paolo Segneri (1624-1694). Zuazagoitia solicitó nueve tomos del "Diccionario de Jansenio" y cinco de su "Historia". Cornelius Jansen (1585-1638) fue el fundador de la corriente ideológica del jansenismo, quizás la doctrina rival por excelencia de la Compañía de Jesús. Aunque el "Diccionario" le fue entregado, la "Historia" fue "recogida" por figurar en el Index de libros prohibidos.59 Esto da cuenta de que por lo menos algunos miembros de la Compañía de Jesús en el Río de la Plata poseían un tipo de curiosidad tal capaz de rozar lecturas prohibidas -aunque fuese por razones polémicas y de defensa de la ortodoxia jesuítica- y que los jesuitas fueron capaces de embarcar libros a pesar de figurar en el Index. Al mismo tiempo, los propios miembros de la Compañía establecieron un sistema interno de control de la literatura prohibida, de modo que Zuazagoitia nunca recibió su "Historia" jansenista.
Las encomiendas para jesuitas informan de un proceso deliberado de distribución de libros, una política que combina la edición transatlántica con la circulación regional de los textos. Aunque no se apuntó con precisión en las "Memorias" que usamos para nuestra contabilización, en estos navíos se incluyó una parte de la tirada de la Historia de la provincia del Paraguay, escrita por el historiador oficial Pedro Lozano y editada en dos volúmenes en 1754-1755 en Madrid, gracias a las gestiones ya mencionadas de Arroyo. Muchos de los ejemplares se retiraron de las cajas en el puerto de Buenos Aires y no se trasladaron a la procuraduría de Córdoba. Los jesuitas hicieron entrega de un juego a cada una de las instituciones que existían en la provincia: todos los colegios recibieron dos volúmenes, aunque algunas ciudades se hicieron con más de un juego (como Córdoba, merced a la presencia del Colegio Máximo, el Convictorio de Montserrat y el Noviciado; y también Tarija). Las misiones fueron las ganadoras de esta distribución: el colegio de Potosí y las reducciones de chiquitos se hicieron con veintiocho volúmenes, mientras que un total de sesenta fueron a parar a las misiones de guaraníes. Es evidente que la decisión provincial era que cada institución poseyera un juego de la historia oficial de la región en su biblioteca.60
Una parte no despreciable de los libros se distribuyeron entre particulares ajenos a la Compañía. Quien recibió mayor cantidad de volúmenes fue el deán de Arequipa (Perú), de nombre "Garay". A este se entregaron 109 ejemplares, entre los que cabe destacar 17 de Benito Jerónimo Feijóo y variados libros sobre la historia de América (Inca Garcilaso de la Vega, Antonio de Solís y Rivadeneyra, Alonso de Ercilla). De los libros solicitados por Garay, los procuradores consiguieron todos excepto uno.61 Es significativo que desde Perú se haya tomado la decisión de encargar una encomienda a los procuradores del Paraguay, con la certeza de que los libros luego debían transportarse por tierra a lo largo de 2 500 km. Probablemente, una parte de la explicación de esta compra inusual se encuentre en lo trabajoso que era importar libros legalmente desde un lugar como Arequipa. Estos debían viajar desde el sur de España hasta Tierra Firme, ser trasportados a lo largo del istmo de Panamá, realizar un nuevo trayecto en barco hasta Lima y, una vez allí, viajar en mulas por la cordillera hasta su destino final.62 Además del deán de Arequipa, las encomiendas nutrieron de libros a varios personajes de Buenos Aires, Córdoba y el norte de lo que es actualmente Argentina. Baste simplemente mencionar al respecto 49 volúmenes para Antonio de Tribarren y 41 volúmenes (entre ellos, 19 de Segneri) para el Marqués del Valle del Tojo -título detentado en la época de redacción de este ajuste de cuentas (1765) por Juan José Gervasio Fernández-Campero (1754-1784)-.63 También hay entregas de encomiendas a religiosos, como al mercedario Pedro Melgarejo (24 volúmenes), y compras realizadas por instituciones, como el Monasterio de Santa Teresa (tres misales), un convento de clausura de las carmelitas descalzas en Buenos Aires. Varias monjas, de hecho, compraron una modesta cantidad de libros. Es el caso de Thadea de Arroyo de Buenos Aires, Josefa de Arroyo de Córdoba y Gabriela de Santa Clara, quienes adquirieron cuatro volúmenes cada una.
Los jesuitas también distribuyeron libros a través de la entrega dadivosa y de la venta. Antonio Miranda, procurador de Córdoba encargado de ajustar cuentas en la década de 1760, informó que en el traslado de la carga desde Buenos Aires "con algunos sujetos que nos regalaron se gastaron tres juegos de los 'Ejercicios' de Cattaneo", en evidente referencia a los libros traducidos por Pedro Lozano.64 También recibió algunos "libros de devoción" el jesuita Juan Miguel Martínez (1710-1788) de Buenos Aires, en recompensa por la ayuda prestada a los misioneros que llegaron desde Europa.65 Pero fue el provincial José Barreda (1687-1763) quien distribuyó libros a jesuitas y no jesuitas por igual de la manera más desinteresada. Con evidente fastidio, Miranda hizo una lista de todo "lo que el Padre Provincial Barreda tomó de las cosas de la misión para sí o para otros o que por su orden se dio a varios sujetos".66 Barreda, provincial entre 1751 y 1757, entregó gratuitamente láminas y libros a los obispos de Buenos Aires y Córdoba, y hasta el gobernador recibió de él una Vida del emperador Leopoldo en dos tomos. También regaló cantidades elevadas de libros a varios jesuitas. Por ejemplo, Ignacio González (1724-1780) se hizo con 10 tomos de distintos autores. La cantidad entregada por Barreda asciende a la cifra de 560 volúmenes (el 7 % de toda la carga). Según Miranda,
más hubiera dado Su Reverencia, porque solo no tuvo [libros] el que no quiso [...] mañana y tarde se me iba al almacén y mientras que yo atendía a otras cosas precisas, cogía los libros que quería para sus ahijados, que se puede decir lo eran todos los estudiantes [del Colegio Máximo].67
Barreda fue especialmente desprendido a la hora de entregar ejemplares del Itinerario para párrocos de indios de Alonso de la Peña Montenegro (1596-1687) -un texto pragmático y probabilista de especial utilidad para la gestión eclesial y sacramental-, de las Cartas de San Francisco Javier (de las que cedió 40 volúmenes) y, sobre todo, de libros de ejercicios espirituales, entre ellos, 30 ejemplares del texto de Sebastián Izquierdo, 60 de las Máximas eternas, 30 de las Verdades eternas de Carlo Gregorio Rosignoli (1631-1707) y 30 del Retiro espiritual de Bourdaloue.
Los jesuitas también vendieron algunos libros. Una parte de la tirada de los Lunarios de Suárez fue enviada en barco y vendida a Chile; otra estaba destinada a Potosí; y una tercera parte quedaría en Córdoba para venderse allí. Miranda informó que el Colegio Máximo no pagó los fletes de sus cajas con la excusa de "que no se habían vendido los Lunarios todavía".68
Los procuradores de la provincia del Paraguay fueron artífices centrales de la cultura letrada en el Río de la Plata, no solo porque nutrieron de libros las grandes bibliotecas de colegios y misiones, sino también porque adquirieron los volúmenes que multitud de particulares les solicitaron y porque ejercieron una práctica de donación gratuita de varios ejemplares. Este rol queda realzado si consideramos que en la región no existieron tiendas de libros hasta bien entrado el siglo XVIII. Por eso adquiere especial relevancia el carácter de las compras hechas en Europa: autores casi exclusivamente jesuitas y un amplio predominio de la literatura edificante. Los jesuitas suplieron una demanda local de textos de utilidad práctica (desde los breviarios hasta el Lunario de Suárez) al mismo tiempo que hicieron entregas dadivosas de su propia literatura edificante. A través del libro y la cultura letrada, apuntaban a generalizar praxis disciplinares y devocionales específicas. Los viajes de los procuradores fueron así instrumentados en función de una política religiosa-espiritual. Esta tendía a imponer el disciplinamiento de los cuerpos, la formación de personas imbuidas de los ideales ignacianos y la ampliación -cada vez mayor- del sector más devoto de la sociedad.
Reflexiones finales
Los procuradores de la Compañía de Jesús cumplieron un papel central tanto en la producción como en la circulación de libros en el Río de la Plata y el Paraguay. Diversos estudios han dado cuenta de la escasez de mercaderes de libros antes de la expulsión de los jesuitas en el Río de la Plata. Esto ha contrastado con la evidencia de la existencia de bibliotecas particulares y sobre todo institucionales de importancia. En este artículo hemos mostrado cómo los procuradores a mediados del siglo XVIII constituyeron un eslabón en la adquisición de los libros, pues no solo nutrían las grandes bibliotecas de los colegios y las misiones jesuitas, sino también las bibliotecas de otras instituciones religiosas y de multitud de particulares. Para impulsar esta circulación, los miembros de la Compañía de Jesús hicieron un uso creativo y estratégico, por un lado, del envío regular de navíos de registro al Río de la Plata y, por otro, de los privilegios de que gozaba su orden religiosa. Así, no vieron inconvenientes en sortear la legalidad para incluir mercancías para la venta como parte de sus "cajas misioneras" o incluso para trasladar por el Atlántico libros prohibidos.
Difícilmente podría pensarse que los libros que los jesuitas introdujeron en el Río de la Plata representaban un "atraso" frente a tendencias "modernas" en ciernes. El embarque da cuenta, más bien, de una compleja articulación entre literatura científica, espiritual e histórica, en la cual predominan los componentes edificantes. Los libros importados participaron de un movimiento amplio que definió los contornos más generales de la cultura editorial y letrada de los jesuitas del Paraguay durante todo el siglo XVIII, desde la existencia de la imprenta en las misiones de guaraníes hasta las últimas producciones previas a la expulsión. Es evidente que los jesuitas no fueron reacios a incorporar en sus embarques las producciones intelectuales más novedosas del catolicismo de la época, desde Feijóo hasta el Journal de Trévoux, al mismo tiempo que imprimieron libros de astronomía de a cientos. Pero resulta claro que muchos de estos volúmenes no eran ajenos a los objetivos salvíficos que guiaban la actuación de la orden religiosa. Roger Chartier señaló que la circulación de impresos y la lectura "se sitúan, en todas sus modalidades, en el seno de todas las evoluciones mayores que transforman la civilización europea, o más ampliamente occidental".69 La literatura edificante trasladada por los procuradores al Río de la Plata es parte del proceso general de renovación del catolicismo del siglo XVIII. Esta literatura apuntaba a construir, en los cuerpos y las personas, una disciplina social cristiana, tanto en el interior de la orden como en el seno de la sociedad laica. La cultura letrada, impulsada por los jesuitas, era inescindible de una praxis concreta, renovada durante el siglo XVIII y al mismo tiempo anclada en los componentes centrales de la identidad ignaciana.