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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.85 Bogotá Jan./June 2018

https://doi.org/10.11144/javeriana.uh85.cowo 

Reseñas

Reseñas

Luis Alberto Suárez Guava1 

1 Antropólogo y Magíster en Antropología, Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia). Docente ocasional, Universidad de Caldas (Colombia). Universidad de Caldas, Manizales (Colombia) lasgud@gmail.com

The Corn Wolf. ., , Taussig, Michael. ., Chicago - Londres: :, University of Chicago Press, ,, 2015. ., 224 ppp. .


The Corn Wolf puede leerse como un antimanual sobre la escritura durante el trabajo de campo y sobre el trabajo de campo. Recuperando la crítica de Wittgenstein a Frazer, sostiene (y es una pena que tenga que demorarse en esa demostración, aunque ello no es un problema de Taussig sino del mundo en que nos tocó vivir), que la magia también ocurre en el occidente contemporáneo. Que el lenguaje que usamos los académicos contiene una mitología entera. Por tanto, que cada acto académico es un ritual simpatético.

Claro que en el mundo académico no lo vemos así. Nosotros creemos que el lenguaje que usamos no es mitológico sino científico. Escribimos, los más sensatos, con muchos puntos y oraciones cortas y, en lo posible, con estadísticas y fechas, con hipótesis demostradas desde antes de haberse planteado algún problema, con conceptos que explican todo en cualquier lugar y, claro, con una gran fe en las citas que demostrarán nuestra puesta al día. El tipo de escritura que impera es aquella que Taussig llama, muy acertadamente, agrobusiness writing: escritura agroindustrial. La escritura agroindustrial asume que escribir es proveer información, que las cosas necesitan ser explicadas, razón por la cual suele doblarse sobre sí misma como fuente de explicación y termina demostrándose a sí misma. La escritura agroindustrial no conoce el asombro ni la ignorancia, lo cual resulta asombroso cuando hablamos de antropología, se sorprende Taussig (p. 5). El carácter mágico de este tipo de escritura puede ser atestiguado por cualquiera de sus practicantes y por cualquiera de sus objetos. Tiene efectos mágicos ella misma. No cabe ni siquiera llamarla eficacia simbólica porque en su efectividad advertimos que llamamos “simbólicas” a relaciones en las que no creemos. Es tan eficaz la escritura agroindustrial que reproduce el modo de producción del que es, justamente, la escritura.

Frente a esa escritura que aplana relieves y deseca humedales, Taussig propone una “Nervous System Writing”: escritura nerviosa. Una escritura que se encuentra implicada en el juego de fintas y engaños propios del poder institucional (p. 8), una escritura consciente de que recibe una pieza de una cadena de narraciones y tiene, por un breve instante, el único chance de hacer una intervención en ese estado de emergencia antes de que su narración sea tragada por la respuesta que provoca (p. 9). Y pese a que ocurre en el seno de una mitología, la escritura nerviosa no puede aspirar a exponerla, a mostrar la estructura de esa mitología porque eso sería una forma de escritura agroindustrial, sino que busca convivir con ella (p. 10). Y eso es lo que hace Taussig en los muy breves capítulos de este libro. Escribir textos que muestren al lobo del grano, esa cosa que es a un tiempo la última gavilla, el que siega la última gavilla y el espíritu del grano: el poder contaminante de la cosecha que reposa en tres formas distintas. Dicho así, luce como un texto final o la última gavilla de su trabajo de campo. Un ramillete de textos apotropaicos que defienden de la brujería del capitalismo o que se defienden o quieren defenderse de la brujería del capitalismo.

El trabajo de campo, como lo entiende Taussig, es fundamentalmente un trabajo de escritura. Por tanto, el trabajo de campo y el trabajo sobre el trabajo de campo siempre son esfuerzos narrativos. Dichos esfuerzos acercarían a quien escribe con campo a la figura del narrador, tal como lo describió Benjamin. La oposición entre escritura agroindustrial y escritura nerviosa tiene un antecedente en la distinción que hace Benjamin entre el narrador y el tipo de escritor que produce la modernidad: el informador. Una reseña, por ejemplo, es información. No se espera una recomendación vital o una aplicación práctica y mucho menos una moraleja. Ocurren en la soledad del lector-escritor y en la soledad del lector que busca un resumen o una opinión. La narración, en cambio, siempre supone un auditorio, generalmente humilde. Benjamin dice que la narración es una forma artesanal nacida en un seno campesino o en un taller de gente que mientras trabaja se escucha y se narra. También dice que en la narración lo extraordinario y lo prodigioso “están contados con la mayor precisión”. Con ese detalle que no busca mayores explicaciones ni se entromete con la psicología de los protagonistas, ni busca dar explicaciones psicológicas, “la narración alcanza una amplitud de vibración de que carece la información”. Esa amplitud de vibración es, tal vez, el mejor recurso con que cuenta el narrador. La “amplitud de vibración” se refiere a las resonancias que asume como dadas y que no se detiene a explicar: la narración habla sobre el mundo. Por eso Taussig puede brincar del Valle del Cauca a Palestina o del barco en que viajó B. Traven a principios de siglo a su diario de cuatro días de obscenidad en enero de 2007.

En sus breves narraciones de escritura nerviosa (aunque eso tal vez sea una redundancia), Taussig aborda sus temas de siempre con sus autores de siempre. El lector, anclado en este caso en cercanías de la Universidad Nacional de Colombia, advierte cuán poco efecto ha tenido sobre la antropología colombiana esta antropología taussigniana. Resulta fácil ponerlo en el paquete de los posmodernos porque desde el prólogo a la edición de 2002 de Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje él mismo declaró que el suyo era un libro posmoderno. Eso hace unos quince años todavía era bien visto, pero, para bien y para mal, ya no es de buen gusto ser solo posmoderno. Lo cierto es que esas etiquetas ayudan poco. Pese a que la mayor contribución de la Escuela de Santa Fe fue el cuestionamiento de las formas de la escritura etnográfica, la antropología colombiana consumió bastante todas las críticas y postuló pocas alternativas. La más conocida, la obra de Luis Guillermo Vasco, no fue producto de ese llamado de atención. Una de las narraciones de The Corn Wolf, “Excelente zona social”, fue escrita para la conmemoración de la publicación de Writing Culture... de James Clifford y George Marcus. En esa aventura etnográfica de dos días en un campamento campesino del Magdalena Medio, Taussig se encuentra con diferentes narradores, uno de ellos especialmente locuaz, un exparamilitar, quien sirve de excusa para plantear de nuevo la fortaleza de las narrativas del terror en Colombia, esta vez como cuentos de hadas aterradores. Con todo, la mayor contribución de este libro no está en su distinción de formas de escritura ni en su apuesta por la escritura de narraciones nerviosas.

Algunas contribuciones tienen que ver con discusiones conceptuales que con esa inspiración benjaminiana y marxista y a la caza de referencias disidentes son siempre frescas. En la primera parte explora las historias que cuentan las cosas y las razones por las que las cuentan. Las historias mágicas que cuentan los narradores afuera o en los bordes del capitalismo suelen poner a la naturaleza como narradora; Taussig, siguiendo a Benjamin, argumenta que esto permite liberar al ser humano gracias a su complicidad con un mundo animado con el cual se vuelve compañero. En un barco en altamar, el barco deviene “partner” de los marineros, como ocurre en la novela de B. Traven. El conjunto de narraciones dedicadas al zumbido (humming en inglés) “exploran un lugar entre el canto y la conversación” en donde el zumbido se encuentra con el cuerpo de nuestro mundo vacilante (p. 31). Hubiese sido más adecuado “el cuerpo vacilante del mundo” o mejor “el mundo tembloroso”. El caso es que el mundo zumba y tiembla, en evidente estado de emergencia, pero para ponerse en contacto con él, tanto como para reconocerse con él, es necesario zumbar y temblar. La única referencia relacionada con la etnografía colombiana es al canto zumbante de los taitas yageceros. Luego, en ese juego de resonancias nerviosas, Taussig va de Burroughs a Nietzsche, a Benjamin y a Winnie the Pooh, para señalar el parentesco entre la poesía, la protesta, la magia, el canto y la realización de todas estas cosas en el cuerpo humano.

El manifiesto de los lentos se refiere a una saga de comunicaciones que mantiene Taussig con varias mujeres en diferentes partes del mundo. La primera de ellas se declara “agitada”. Las otras, académicas en trabajo de campo, contrastan sus vidas durante el trabajo de campo y las que deben llevar en las oficinas y universidades. En todos los casos se lee una incomodidad creciente con el ritmo de sus vidas, que ocurren de manera agroindustrial, incluidas las vidas de las académicas. En una de sus memorables digresiones, Taussig describe a profesores cabizbajos que caminan rotos, pero ellos piensan que son libres...

Desde mi restringido acceso a las formas de producción del conocimiento antropológico, creo que lo mejor que puede ocurrir con la eventual lectura de este libro es que el sentimiento de incomodidad con el capitalismo, desde el cual ha sido escrito, tenga algún impacto. Cierta mirada distante de la intelectualidad colombiana y de los juegos de poder en los que ocurre la investigación, y que nuestra antropología no se atreve a enunciar siquiera, tal vez porque resulta obsceno, debería ayudar a plantear otras formas de hacer el trabajo de campo.

Este es un libro escrito con cierta distancia del poder, no solo porque no objetiva al poder, o por lo menos no a ese poder fou- coltianamente prediseñado, sino porque habla de una antropología hecha desde abajo. Incluso pese a las recomendaciones de sus conocidos colombianos que en los lejanos años de 1970 le recomendaron codearse con obispos y gobernadores. No puedo sino pensar en el tipo de relaciones que establecemos o que quisiéramos establecer para realizar plenamente el trabajo de campo ideal, a veces tan codeado con gobernadores y taitas.

Las últimas líneas del libro se refieren a un trabajo del que sabemos poco. El de un Taussig que tuvo un sembrado en compañía de varios amigos de Puerto Tejada. Un Taussig cuyo trabajo fue algo más que el de escribir en diarios de campo y pensar acerca de la escritura en medio del dolor o del miedo. Por momentos, siento muy cercano a este gringo.

Cómo citar esta reseña Suárez Guava, L. A. (2018). Reseña del libro The Corn Wolf, de Michael Taussig. Universitas Humanística, 85, 427-431. http://doi.org/10.11144/Javeriana.uh85.cowo

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