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Investigación y Educación en Enfermería

Print version ISSN 0120-5307On-line version ISSN 2216-0280

Invest. educ. enferm vol.29 no.1 Medellín Jan./Mar. 2011

 

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS / AGREEMENTS AND DISAGREEMENTS / ENCONTROS E DESENCONTROS

 

Experiencia de interacción en trabajo de campo en una zona rural colombiana

Interaction experience in field work in a Colombian rural zone

Experiência de interação em trabalho de campo numa zona rural colombiana

 

 

María Mercedes Arias Valencia1

 

1 Enfermera, Magíster en Salud Pública, Doutor em Ciências área de Salud Pública. Profesora de la Facultad de Enfermería de la Universidad de Antioquia, Colombia. email: mariamav@tone.udea.edu.co.

 

Subvenciones: Trabajo derivado de la Tesis Doctoral “Reproducción y cultura: pervivencia y perspectiva de futuro de las etnias indígenas de Antioquia, Colombia”. El trabajo de campo se llevó a cabo en los meses de agosto a diciembre de 2000 y no contó con apoyo financiero.

Conflicto de intereses: ninguno a declarar.

Cómo citar este artículo: Arias MM. Experiencia de interacción en trabajo de campo en una zona rural colombiana. Invest Educ Enferm 2010;29(1): 126 – 130.

 


 

RESUMEN

Se describe la experiencia de trabajo de campo de la investigadora con indígenas Embera Chamí en el municipio de Jardín Antioquia, Colombia, las implicaciones de las relaciones de campo, el acercamiento a los participantes, ya sean individuos, grupos o comunidades y sociedades; y, narra, específicamente, la introducción y orientación en el campo, la interacción con las personas, la observación de normas, la organización de la vida diaria, semanal y mensual, así como los roles y las relaciones de reciprocidad en el campo.

Palabras clave: relaciones investigador-sujeto; indios sudamericanos; zonas rurales; Colombia.

 


 

ABSTRACT

The field work experience as a researcher with Ember Chamí Indians in the city of Jardín Antioquia, Colombia is shared. Work field implications, participants’ approach as individuals, groups or communities and societies. It tells specifically the introduction, field orientation, interaction with people, rule observation, daily, weekly and monthly life organization, as well as the roles and reciprocity relationships in the field.

Key words: researcher-subject relations; indians, south american; rural zones; Colombia.

 


 

RESUMO

É descrita a experiência de trabalho de campo como pesquisadora com indígenas Embera Chamí no município de Jardim Antioquia, Colômbia, os envolvimentos das relações do campo, a aproximação aos participantes, já sejam indivíduos, grupos ou comunidades e sociedades; e, narra, especificamente, a introdução e orientação no campo, a interação com as pessoas, a observação de normas, a organização da vida diária, semanal e mensal, bem como os papéis e as relações de reciprocidade no campo.

Palavras chaves: relações pesquisador-sujeito; índios sul-americanos; zonas rurais; Colombia.

 


 

Antes de llegar a Cristianía tenía experiencias de trabajos anteriores con la Organización Indígena de Antioquia, (OIA), la instancia organizativa que reúne a los indígenas del departamento de Antioquia y tiene sede en Medellín. En 2000, en el IV Congreso Indígena de Antioquia, por medio de un dirigente de la OIA, natural de Cristianía y responsable por el área de salud, conocí el gobernador del resguardo, al cual presenté un resumen del proyecto y un informe de resultados referentes a los embera chamibida del proyecto Estatus femenino y patrón de fecundidad de las etnias de Antioquia-Colombia 1995-1996.1 Ambos fueron estudiados por el Comité de Programas y Proyectos de Cristianía y una semana más tarde, fui autorizada para realizar el trabajo en la comunidad.

A mi llegada, el cabildo me autorizó utilizar su sede, que funcionaba en una casa que en otro tiempo fue centro de una antigua hacienda cafetera. El piso de la oficina en este sitio lo adecuaba para dormir y lo deshacía antes de las 7 a. m., hora en que empezaban a llegar los cabildantes para atender su trabajo. Después de tomar baño y recibir un café ofrecido por Olga, quien tenía asignado uno de los cuartos de la casa como dormitorio, preparaba el desayuno que compartía con ella, y comenzaba una jornada de visitas a las viviendas hasta el final de la tarde, hora obligatoria para llegar a la oficina. Elaboraba la comida que también compartía con Olga, conversaba con ella y con alguna persona que llegase hasta las 8 p. m., hora obligatoria para cerrar las puertas. De 8 p. m. en adelante ordenaba historias reproductivas, escribía notas de campo, adaptaba el lugar y comenzaba el tiempo de descanso. Las normas de llegada obedecían a razones de seguridad, lo mismo la restricción del paso por algunos lugares. Estas restricciones aumentaban o disminuían, según el cabildo considerara conveniente.

Todos los papeles que usaba parecían despertar curiosidad en los líderes y en muchas ocasiones me dio la impresión de que extrañaban el hecho de que estuviera escribiendo en todas las circunstancias que fuera posible. Menos curiosidad parecía suscitar las historias reproductivas, dada alguna familiaridad con la información censitaria que levantan las promotoras de salud, los censos escolares que realizan los maestros, o los censos que realizan los líderes durante los tiempos de campaña política.

Otros elementos de trabajo podían ser objeto de sospecha: portar grabadora en Colombia puede ser objeto de sospecha para los grupos armados, oficiales o no; por tal motivo la utilicé solamente al final y en ocasiones en las cuales los indígenas entrevistados sabían lo suficiente de mi vida, mi trabajo y mi rol dentro de la comunidad. La cámara también fue utilizada en pocas ocasiones y al final de la estadía en el campo. En tiempo de campaña política evité el uso de la cámara en las cabeceras municipales.

Aún teniendo autorizaciones de parte de las diferentes instancias regionales – OIA – y locales, hacer el trabajo en la comunidad parecía extraño. Toda la extrañeza la pude sentir a mi llegada cuando un líder francamente me comentó algo como que ellos eran gente, que no eran animales raros para ser estudiados. El comentario partía de uno de los miembros del Comité de Programas y Proyectos que había aprobado la realización del trabajo.

El trabajo diario en el campo lo hacía a través de un recorrido diario, hasta cubrir la totalidad de las viviendas donde, después de hacer la presentación personal y explicar en qué consistía el trabajo, levantaba la información censitaria y las historias reproductivas de las mujeres. En adelante, se generaba un diálogo tan corto o tan extenso cuanto fuera pertinente. El diálogo irrumpía en las labores que la mujer estaba realizando o era interrumpido por circunstancias como la llegada de hombres o la solicitud de niños hacia la madre. Las labores de secar o escoger el café las podía compartir en parte con la madre. Mi llegada a la vivienda causaba extrañeza. Si alguien me veía caminar en dirección a una vivienda daba aviso, pero nunca me fue negado el ingreso, aún en las peores circunstancias en que fui recibida por varios perros enviados, después de lo cual me aceptaron el acercamiento. Después de llegar, me brindaban un asiento y en muchas ocasiones frutas o algún alimento. En el punto que el diálogo quedaba silencioso programaba mi retirada.

En el comienzo pretendí compartir con las promotoras de salud la selección de las viviendas para visitar; con ellas quise construir un sistema de reciprocidad, validado en anteriores trabajos de campo. Una de las promotoras sería mi guía y me presentaría con las personas en las viviendas y yo ofrecía acompañamiento en sus labores de salud. Muy por el contrario, no conté con su compañía, y la selección de las viviendas obedeció a la cercanía o al conocimiento del camino; esto porque esta promotora me sugirió en un principio las viviendas más lejanas y las viviendas donde más tarde obtuve rechazo. En forma ciega hasta cierto punto continuaba los desplazamientos hasta que, en la mitad del trabajo de campo, descubrí la relación entre el espacio y la organización social por parentelas. Según esta lógica organicé los recorridos hasta dominar los caminos del resguardo.

Semanalmente participaba de dos reuniones a las cuales fui invitada: una de mujeres madres, programada por las promotoras y otra del grupo de la tercera edad. Durante los fines de semana visitaba los hospitales de las cabeceras municipales de Jardín y Andes, donde levantaba información basada en los registros de morbilidad hospitalaria y ambulatoria y, una vez por mes, visitaba la capital, Medellín, para recibir interlocución con la co-orientadora en la Universidad de Antioquia.

La interacción con Olga fue clave en la visión que presento de los indígenas Chamibida de Cristianía en tanto figura híbrida paradigmática, por el dodominio y la integración que tiene de los sistemas político y cultural embera y de la sociedad mayor colombiana, lo que le confiere mayor poder formal y real dentro de comunidad. Olga desempeña un cargo de dirigencia en el resguardo.

Tuve la oportunidad de convivir con ella la totalidad del tiempo del trabajo de campo en el resguardo, de vivir en forma intensiva diversas circunstancias de la comunidad, escuchar sus opiniones y relatos, recibir de ella las normas de etiqueta obligatorias para mí y sus sabias experiencias vitales. Siempre que consideraba pertinente hablaba con otros indígenas en lengua chamí, pero muchas veces lo hacía en español, idioma del cual tiene muy buen dominio; igual acontecía con los demás líderes.

Para la comunidad, yo representaba el Estado Colombiano y la Universidad, a pesar de las múltiples explicaciones acerca del papel que estaba desempeñando. Ellos me describían como mujer “alta” –con estatura superior a la del promedio de las embera eyabida: 155 cms-, blanca, mona y delgada. Las consideraciones de “blanca” y “mona” son contrastantes con las características mestizas de la población colombiana.

Permanentemente era interrogada por mi filiación materna y paterna y si era casada, frente a lo cual evitaba la respuesta de varias formas, por conocer acerca de la desvalorización a los hombres y mujeres solteros y separados cuando se encuentran en supuesto período reproductivo. Optaba por responder acerca de las hijas, pero ellos insistían hasta obtener la respuesta esperada. Considero que extrañaban la poca cantidad de hijos (dos), el hecho de estar en el resguardo sin marido y mi autonomía para permanecer largos períodos de tiempo trabajando fuera de la supuesta casa, marido, hijos y obligaciones familiares que yo debería tener. Lo anterior era razonable, por cuanto el autoconcepto femenino entre los embera está centrado en la maternidad, y por la indagación que forma parte de la etnografía continua que hacen los indígenas de la investigadora.

En ocasiones en que un arquitecto interventor de un proyecto de vivienda se encontraba en la comunidad, los indígenas consideraban normal que compartiéramos lugares como la banca de espera del transporte, la carretera intermunicipal o un camino dentro del resguardo. En esos momentos, los hombres tenían relación conmigo por la relación anterior de ellos con el arquitecto pero, en su ausencia, la comunicación con los varones se restringía a la oficina y a los momentos en que los encontraba en la vivienda y ellos supervisaban mi procedencia y mis objetivos.

En una ocasión, mi llegada a una vivienda en horas de la tarde después de la lluvia causó terror en el jefe de la familia, por la posibilidad de que fuera una guerrillera. También fui blanco de sospechas para los cuerpos armados del Estado quienes me interpelaban en las carreteras y dudaban de mi veracidad cuando explicaba el trabajo, relacionado con la salud pública – era necesario evitar la palabra investigación –. Aún así, para los policías y militares el trabajo en salud está restringido a las clínicas, y mi condición de enfermera de salud pública, fuera de la institución hospitalaria, levantaba sospechas de relación con la guerrilla.

Yo representaba la sociedad mayor, tenía acceso a los hospitales en los que presenté a mi llegada el trabajo que pretendía realizar y pedí autorización para acceder a los registros de hospitalización y consulta externa. Considero que los indígenas sentían un cierto amparo en salud por mi condición de funcionaria del Estado, me atribuían la posesión de dinero y apreciaron altamente las visitas que hice a la totalidad de las 240 viviendas y la participación en las reuniones que más se aproximaban a lo que ellos consideraban mi papel dentro de la comunidad, consistente en un trabajo en salud pública y salud reproductiva. Valorizaban también el conocimiento que tenía de otras comunidades chamibida donde ellos tienen familiares, de otros subgrupos embera, y de las etnias tule (kuna) y zenú, con los cuales tienen relaciones interétnicas, y haber trabajado en la formación de promotores indígenas de salud.

Características de mi vida personal favorecieron el trabajo: ser mujer, madre de dos hijas, enfermera, haber trabajado en programas maternoinfantiles, provenir de la capital del Estado, pertenecer a la Universidad de Antioquia, haber sido formada en la cultura paisa que incluye la cultura del café, de la caña de azúcar y una culinaria con alimentos clave como, el fríjol, el plátano, la yuca y el maíz, que compartí con los indígenas. El hecho de poder dar y recibir alimentos y de consumirlos con gusto me permitió la comunicación en varios niveles, lo mismo el dominio que ellos tienen del español y la curiosidad por el hecho de venir de afuera.

Lo anterior lo fui captando a través de preguntas y comentarios que hacían las mujeres en mi presencia; las preguntas consistían uniformemente en mi identidad, procedencia, filiación y estatus conyugal: ¿cómo se llama?, ¿de dónde vino?, ¿tiene mamá?, ¿tiene marido? Y en cuanto a los alimentos y a las preparaciones culinarias que compartía, ellas comentaban: es “sencilla” - alude a la reciprocidad de alimentos, incluyendo el tradicional tinto-, es simple, es queridita, en un tono más cercano de la amistad o de sentimientos filiales en el caso de las mujeres mayores por quienes me sentí muchas veces adoptada, o fraternales en el caso de las mujeres de mediana edad. Hammersley y Atkinson ya habían llamado la atención sobre este asunto cuando expresaban que: “Tanto si se sabe o si no se sabe sobre investigación social, la gente se preocupa más con el tipo de persona que el investigador parece ser, que con la investigación en sí misma. Ellos intentarán calcular hasta qué punto se puede confiar en él o ella, si es mejor aproximarse o mantener cierta distancia y tal vez también si pueden ser manipulados o explotados.3

A medida que pasaba el tiempo el acceso a las personas era menos difícil. Ello obedeció también al descubrimiento de la lógica de la organización social y espacial por redes de parentelas, al respeto de todas las normas explícitas y tácitas que logré captar y al esfuerzo de adaptación que debí realizar. Lo anterior, a pesar del rechazo que la comunidad tiene por los investigadores, que desde algún tiempo están supuestamente prohibidos; ésto me ocasionó varios rechazos, debido a lo que ellos consideran malas experiencias previas y a la oposición franca de una promotora de salud, con quien interactuaba en medio de relaciones bloqueadas.2

Para ilustrar lo anterior, puedo decir que una de las promotoras accedía a mis repetidas intentos de reunión y de compartir parcialmente las actividades, el horario que disponía parecía ser más temprano de lo necesario (6 a 7 a. m.) y desaparecía de su casa antes de la hora de mi llegada; en la única ocasión que accedió a compartir un viaje a pie que ella haría hasta el sector más lejano, impuso la hora de salida con el mismo criterio, avanzaba a una velocidad superior a mis capacidades físicas en los trechos más escarpados, mientras yo difícilmente avanzaba. La distancia que quedaba en el medio me ponía en riesgo de desvío para otra dirección por causa de las bifurcaciones de los caminos, y varias veces quedé parcialmente extraviada de la ruta; al sentirme extraviada llamaba a la promotora, que aunque estuviera cerca esperando, no respondía. Con el manejo de los tiempos en la jornada ocurrió lo mismo, en el sentido de administrarlo de tal manera que intempestivamente programaba cambio de vivienda, cuando en otras viviendas el tiempo se alargaba y por último, el tiempo que dejó disponible para el retorno a pie era a todas luces insuficiente para la luz del día que restaba, haciendo necesaria una velocidad conocidamente superior a mis fuerzas; después supe que el camino de retorno podía haber sido otro.

La misma forma de relación se extendía a las reuniones colectivas con las mujeres, en las cuales intempestivamente era conminada a hablar en público del aspecto que ella considerara pertinente. Si había acordado tratar algún asunto, no me otorgaba el uso de la palabra, y si solicitaba el uso de la palabra me era concedido previa frase pública de estar exigiendo o reclamando en forma desobligante por el uso de la palabra. Lo mismo acontecía con las fichas familiares que gentilmente me facilitó y que después de expresar que podía disponer de ellas durante largo tiempo, intempestivamente eran solicitadas y en una de mis ausencias por desplazamiento hacia la capital elevó una queja ante el cabildo por no haberlas recibido.

Lo anterior significó un entorpecimiento para el levantamiento de los datos. Esta dificultad tenía una dimensión simbólica dado que no contaba con la parcela de legitimidad por parte de la persona que representaba el papel más cercano al mío en la comunidad y una dimensión operativa por cuanto los caminos, las personas y las dinámicas comunitarias me eran desconocidos. Eso significaba que en cada vivienda debía comenzar el proceso de disminuir la desconfianza y que las rutas que hacía en el comienzo eran erráticas, ilógicas e incompletas, teniendo que repetirlas más de una vez. Quiero agregar que yo había participado en la sustentación, el diseño y la ejecución del programa de formación de promotores indígenas de salud en el Estado, del cual se beneficiaron todas promotoras de Cristianía. Esto quiere decir que no había animadversión previa.

A pesar de las dificultades anteriores, los indígenas siempre velaron por mi seguridad y me ofrendaron su apoyo, confianza y adopción. Es razonable que las personas protejan su intimidad y su cultura y que miren con recelo a los extraños, u outsiders, que observan sus vidas. El aprendizaje consiste en poder labrar y sostener relaciones en el campo a pesar de los contratiempos, como dice Zuleta;3 lo importante es construir una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar.

 

REFERENCIAS

1. Gálvez A, Arias MM, Alcaraz G. Estatus femenino y patrón de fecundidad en las etnias indígenas de Antioquia. Informe final de investigación. Medellín: Universidad de Antioquia, Colciencia; 1998. p. 228.        [ Links ]

2. Hammersley M, Atkinson P. Ethnography: principles in practice. 2nd ed. London: Routledge; 1993. p.87-94.        [ Links ]

3. Zuleta E. Elogio de la dificultad y otros ensayos. Cali: Sáenz; 1994. p. 324.        [ Links ]

 


Fecha de Recibido: 24 de mayo de 2010.. Fecha de Aprobado:14 de febrero de 2011..

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