Introducción
La Organización Mundial de la Salud (OMS) describe el suicidio como un problema de salud pública mundial: representa el 1,4% de la carga total de mortalidad con una tasa global de 11,4 por 100.000/habitantes 1. Recientemente se ha registrado en todo el mundo un aumento alarmante de los comportamientos suicidas entre los jóvenes de 15 a 29 años (8,5%), convirtiéndose en la segunda causa de muerte en este grupo de edad 1.
Se calcula que por cada muerte atribuible al suicidio se producen entre 10 y 20 intentos fallidos 1, llegando a considerar el intento de suicidio (IS) cómo el factor de riesgo de mayor predictibilidad del suicidio consumado 2.
Tradicionalmente la literatura científica ha asociado la enfermedad mental con los diferentes comportamientos suicidas 2, de acuerdo con Harris et al., los trastornos asociados con mayor fuerza al suicidio son la depresión mayor y la distimia (tasa estandarizada de 118,45), siendo la depresión el factor de riesgo central en los discursos afines a la salud mental 3, también se asocia el trastorno bipolar, el trastorno de ansiedad, la esquizofrenia entre otros; el consumo de sustancias psicoactivas, principalmente el alcohol; factores psicosociales como el bullying, los problemas familiares y la violencia 4.
Continuando con la corriente explicativa de los factores de riesgo asociados al IS, se encuentran el género y la edad, siendo dos variables poco argumentadas desde una perspectiva del “factor de riesgo”, pero sí desde las diferencias estadísticas, debido a que la mortalidad por suicidio en hombres llega a ser casi tres veces la de las mujeres (3:1) 5, mostrando así un mayor impacto en los hombres principalmente en la edad adulta temprana, mientras que el impacto del intento de suicidio es mayor en las mujeres, llegando a un punto máximo en la adolescencia 6.
Ahora bien, las diferencias mencionadas entre sexos se conocen como la paradoja del género, desde esta perspectiva se explica que un comportamiento suicida varía de acuerdo al sexo de las personas 7.
Una de las explicaciones más frecuentes, tiene lugar en la relación existente entre el método utilizado, el éxito de un intento suicida 8 y el sexo: los hombres utilizan métodos más letales y contundentes como la intoxicación por plaguicidas, ahorcamiento y el proyectil por arma de fuego 10; mientras que las mujeres utilizan métodos menos letales como la intoxicación con medicamentos o heridas de baja letalidad 11.
Ahora bien, el intento de suicidio en Colombia refleja -hasta el 2017- que el 63,3% de los casos corresponden a mujeres 12, con respecto a lo anterior, Londoño et al. argumentan 13:
Se ha evidenciado que las mujeres deprimidas son más proclives que los hombres deprimidos a usar los servicios sanitarios o a solicitar soporte social, pues la población masculina tiene dificultad para reconocer los síntomas de depresión, y si los perciben, prefieren evitarlos consumiendo drogas o con mecanismos extremos de escape como el suicidio (p. 317).
De acuerdo con el Instituto Nacional de Medicina Legal Ciencias Forenses Colombiano-IMLCF, Boyacá se ubica (a partir del 2010) entre los diez departamentos con mayores tasas nacionales de mortalidad por suicidio, con una tasa bruta de mortalidad de 5,84 por 100.000 habitantes (hombres 9,63; mujeres 2,05) 14, razón por la cual a partir del 2011 se inicia como estrategia preventiva departamental la vigilancia del IS.
Por su parte Sogamoso reporta a partir del 2010 el mayor número de casos dentro del departamento (9,52 suicidios por 100.0000 habitantes; hombres 18,21; mujeres 1,66) 14.
Así pues, el municipio invierte esfuerzos por implementar estrategias territoriales de prevención del suicidio, haciéndose necesaria una producción científica enfocada a la caracterización, análisis y comprensión del comportamiento epidemiológico del IS con respecto a las diferencias existentes entre hombres y mujeres, con el fin de reorientar acciones e intervenciones en salud pública efectivas, dirigidas a la reducción de la mortalidad por suicidio.
En el presente artículo se realizó un análisis del comportamiento epidemiológico del intento de suicidio (IS), examinando las diferencias existentes entre el sexo, variables sociodemográficas, psicosociales y especificas durante 2012-2017.
Materiales y métodos
Diseño: se realizó un estudio analítico transversal: los datos fueron recolectados entre los años 2012 y 2017.
Participantes: se incluyeron 524 casos (336 mujeres y 188 hombres) reportados por las unidades primarias generadoras de datos (UPGD)1 al Sistema de Vigilancia en Salud Pública (SIVIGILA).
Criterios de inclusión y exclusión: se incluyeron personas, sin discriminar edad o género, reportadas a través de la ficha de vigilancia epidemiológica de intento de suicidio con información del seguimiento realizado. Los casos de personas que no residían en Sogamoso o sin seguimiento se excluyeron (total: 55 casos).
Ámbito geográfico: el trabajo se desarrolló en el municipio de Sogamoso, ubicado en el centro oriente del departamento de Boyacá, República de Colombia. De acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), la población proyectada para 2017 fue de 112.790 habitantes.
Instrumentos de recolección de información: adjuntaron la ficha de notificación del SIVIGILA (datos básicos y complementarios), la ficha de seguimiento (tres visitas realizadas por la Secretaría de Salud Municipal, con apoyo de un profesional en psicología: información de factores protectores, factores de riesgo y descripción general del caso) y la historia clínica (psiquiatría, psicología y medicina general).
Variables: el género se constituyó como la variable de interés (dependiente); se tuvieron en cuenta aspectos sociodemográficos como:
Estado civil y lugar de residencia.
Edad agrupada: Para la fase descriptiva se implementó la agrupación por edades quinquenales propuesta por la OMS. Para la fase binomial se adaptaron los ciclos de vitales propuestos por Papalia 15.
Ocupación: La categoría empleada auxiliar incluye: oficios varios y cargos auxiliares o administrativos con vinculación laboral; personal de servicio de transporte público, de la construcción y agricultores.
Con respecto a las variables específicas del evento, se incluyeron: forma de realización, antecedentes de intento, método, relaciones familiares, redes de apoyo.
Posible desencadenante: actores externos (eventos de la vida o estresores) que interactúan con los factores de riesgo (determinantes) 16.
Diagnostico enfermedad mental: participante con diagnóstico clínico confirmado (los trastornos presentes en las historias clínicas fueron estos: trastorno depresivo, trastorno de ansiedad, trastorno bipolar y esquizofrenia) 4.
Por último, las variables psicosociales fueron:
Violencia: exposición a cualquier tipo de abuso. Los tipos de violencia fueron clasificados según distintos criterios: la manera de ejercerla (física, psicológica, sexual y económica), las características del agresor (jóvenes, adultos, mujeres, etc.) y de la víctima (de violencia de género, de maltrato infantil, etc.) 17.
Consumo de alcohol: hace referencia a si la persona, durante el seguimiento, manifestó o se le identificó consumo frecuente de alcohol.
Análisis de la información: se diseñó un formulario de registro en Epi Info 7.5, en el cual se incluyeron las variables de la ficha de notificación de SIVIGILA y datos complementados con fuentes de información adicionales -caso por caso-. El análisis de los datos se realizó con el software SPSS versión 24.0; se procesó un análisis univariado al calcular prevalencias ajustadas por edad a través del método directo y población estándar propuesto por la OMS.
La estimación y análisis de las variables asociadas (factores de riesgo) al género de los participantes se hizo mediante un modelo bivariado de regresión logística con un nivel de confianza de 95% y precisión de 5%. La medida de efecto empleada fue el riesgo relativo indirecto (Odds Ratio [OR]).
Resultados
La prevalencia global fue de 0,5 %, con una razón mujer/hombre de 1,78 (2:1) y una edad promedio de 24,6 años. En la Figura 1 se muestra un proceso gradual ocurrido congruentemente en cada uno de los años correspondientes al periodo de estudio que inicia en 2012, año a partir del cual las prevalencias tienden a incrementarse gradualmente desde edades tempranas, aumentando transversalmente a medida que el ciclo vital avanza, lo que señala un pico significativo en el grupo de edad de 15-19 años con una prevalencia de 22,3 (por 100.00 habitantes) iniciando el periodo y finalizando con 21 (por 100.000 habitantes); así pues, a medida que la edad de la población incrementa, los prevalencias ajustadas disminuyen.
Variables sociodemográficas y específicas del intento de suicidio (Tabla 1)
En el período de estudio, se registraron 524 casos de intento de suicidio, un 64,2 (n=336) correspondió a IS en mujeres y 35,8 (n=188) a IS en hombres.
Las categorías con mayor representación porcentual fueron las siguientes: de acuerdo con el lugar de residencia, el 94% (n=315) de las mujeres pertenece al área urbana versus un 89,8% (n=169) de hombres residentes de la misma área geográfica.
Con respecto al ciclo vital se muestra una tendencia similar en los hombres y en las mujeres: los más afectados fueron los adolescentes afectando el 50,3% (n=169) de las mujeres, mientras que los hombres se mostraron más afectados en adultez temprana con un 45,7% (n=86).
Los resultados observados en la variable edad, se encuentran claramente reflejados en la ocupación, siendo el grupo de estudiantes el de mayor representación para ambos sexos: las mujeres con un 47,6% (n=159) y los hombres 35,6% (n=62). Por otro lado, las personas solteras representaron los mayores porcentajes con un 64,8% (n=210) de las mujeres y un 54,4% (n=99) de los hombres.
Al avanzar en la caracterización de variables psicosociales de IS, se observó que un 79,7% (n=248) de las mujeres y el 79,2% de los hombres experimentó relaciones familiares disfuncionales. Al comparar los resultados con el posible desencadenante se encuentra un alto porcentaje para conflicto con la pareja para ambos sexos (mujeres 36,9%; hombres 34,3%), seguido de conflicto familiar (mujeres 27,2%; hombres 18,2%). Los resultados obtenidos en estas variables revelan problemas frecuentemente descritos en la población adolescente y joven.
En consecuencia, las mujeres en edad estudiantil representan el 18,6% (n= 59) de los conflictos familiares contando igualmente con un 47,4% de presencia de redes de apoyo. Lo anterior describe la presencia de factores psicosociales, aun cuando se evidencian redes sociales de apoyo.
Con respecto a los métodos, predominó la forma de realización impulsiva y la intoxicación con medicamentos (mujeres 54,4%-hombres 49,2%).
Paradójicamente, el 66,8% (n= 210) de las mujeres y el 67,6% (n=115) de los hombres, no presenta diagnóstico de algún trastorno mental; por otro lado, en la variable violencia se evidencia un mayor porcentaje en las mujeres con un 54% (n=161) versus 37,5% (n=57) de los hombres.
2 Nivel de significancia al 0,05.
3 Hace referencia a si el intento sucedió o fue precipitado por el efecto, principalmente, de alcohol.
Fuente: resultados del estudio.
De acuerdo con el orden de presentación de la tabla se introdujeron las variables al modelo -una a una- sin evidenciar cambios significativos en los OR de las categorías al introducir el ciclo vital y su posible desencadenante. El tercer modelo vinculó la variable “violencia” con una asociación estadísticamente significativa (p<0,05) y un OR = 1,8 (1/0,55) para las mujeres, con una modificación de la categoría adolescencia (p>0,05).
El cuarto y último modelo (Tabla 2) introduce la variable consumo de alcohol, asociada significativamente con los hombres (p< 0,05) y un OR= 3,58, volviendo a asociar a las mujeres con la categoría adolescencia con un OR= 2,86 (1/0,35) y adultez temprana (juventud) con un OR= 2,2 (1/0,45).
La única categoría afectada en la introducción de variables fue “adolescencia”, efecto a partir del cual podría inferirse que no existe una interacción con “violencia” y el género mujer; mientras que, al introducir “consumo de alcohol”, la interacción vuelve a evidenciarse.
Al profundizar en los factores sociodemográficos y psicosociales del IS en Sogamoso, el comportamiento de los OR evidencia que, los hombres que intentaron suicidarse tienen un riesgo de consumir alcohol de 3,58 (95% IC: 2,17-5,90) más veces que las mujeres que no consumen (tabla 2).
Las mujeres en edad adolescente presentaron un OR de 2,8 (1/OR; 95%:1,35-5,88) con respecto a los hombres, y el comportamiento de la adultez temprana fue similar evidenciando un OR 2,2 (1/OR; 95% IC: 1,08-4,5) para las mujeres (tabla 2).
Por otro lado, las mujeres continuaron mostrando riesgos estadísticamente significativos con respecto a los hombres en la variable posible desencadenante: se observa un riesgo de 2,32 (1/OR) veces de IS desencadenado por un conflicto de pareja en las mujeres con respecto a los hombres; de igual forma ocurre con el conflicto familiar, aumentando así en 1,9 veces el riesgo de IS en mujeres (tabla 2).
Por último, las mujeres que reportaron algún tipo de violencia presentaron un riesgo de 2,43 (1/OR; 95% IC 1,5- 3,8) veces más de cometer IS con respecto a los hombres (tabla 2).
Discusión
El impacto real del suicidio es incierto, a pesar de que OMS declara una reducción del 9% en el número absoluto de muertes por esta causa entre 2000 y 2012, identifica una debilidad en los sistemas de vigilancia en salud pública (particularmente en los países de ingreso bajo medio - PIBM), lo que desemboca en una producción científica pobre de la supervivencia (IS) tema central en la presente investigación 1.
El argumento bajo el cual el género es un factor interdependiente con los demás factores psicosociales cabría en la actual aproximación de la comprensión de la tentativa suicida. La mujer, en su rol cuidadora 18, percibe la importancia del soporte y el apoyo emocional, a diferencia de los hombres 19. El fenómeno descrito se ve reflejado en nuestros resultados: el 65% % (n= 278) de las mujeres cuenta con una o más redes de apoyo; los hombres, por su parte, posiblemente presentan dificultad en la búsqueda de apoyo emocional, lo que posiblemente pueda estar asociado al desenlace fatal de las tentativas suicidas 6,20.
El desarrollo científico (internacional y nacional) ha permitido identificar factores que predisponen un comportamiento suicida, entre los más sobresalientes se encuentra la depresión 4,21; al contrario a la realidad del municipio, en el cual solo un 33% (n=164) de las personas tienen diagnóstico de trastorno mental (mujeres 34%; hombres 32%), sin presentar una asociación estadísticamente significativa (p>0,05). En concordancia con Londoño et al., existen dificultades en el reconocimiento e identificación de los problemas de salud mental (especialmente de la depresión), desembocando así en posibles barreras de acceso socialmente construidas 13: “[…] en esto, el reclamo social de género por cuanto a que la masculinidad obliga a ocultar y enmascarar estas condiciones emocionales consideradas como ‘muestras de debilidad’ en los hombres” 22, p. 25.
Sería pertinente detenerse aquí a analizar estos resultados con respecto a su distribución geográfica (Tabla 1): el 92,4% (n= 484) ubicado en el área urbana, quedando un 7,6% en zona rural (p<0,05), de acuerdo con Beltrán et al. 23, “[…] la tasa asistencia y atención ambulatoria en salud mental es 42,3% superior en el área urbana con respecto a la rural”, fenómeno que no sería indiferente a la dinámica presentada por la población de Sogamoso (p. 110).
Con respecto al consumo de alcohol, no se asocia como posible descendente (p>0,05), mientras que como factor de riesgo los hombres presentan un OR = 3,582 veces más con respecto a las mujeres, Borges et al. indican con respecto al aumento del riesgo vinculado con sexo hombre-fenómeno marcado en los resultados del estudio- proponen que el incremento en el número de sustancias aumenta la posibilidad de fallecer por suicidio (una sustancia: RM= 1,81; IC95 %, 1,69-1.93; dos o más sustancias: RM= 3,30; IC95 %, 2,79-3,90) en los hombres con respecto a las mujeres 24,25, por su lado las mujeres presentan prevalencias más bajas de consumo de alcohol (60% de las mujeres del estudio no consume alcohol).
Ahora bien, de acuerdo con los métodos (p<0,05) del IS se observa que los porcentajes más altos para ambos sexos se concentran en intoxicación por medicamentos (49,2%) y plaguicidas (24%) y teniendo en cuenta que existe una relación mujer - hombre de 1,78 (2:1), sería pertinente considerar que sí existe una diferencia significativa entre ambos sexos, más aún cuando existe evidencia acerca de que la elección de una sustancia menos letal y tóxica que otra 26, sería responsable de la supervivencia de un alto porcentaje de personas que cometen una tentativa suicida 27.
En la misma dirección, un estudio realizado por Miranda-Mendizábal, concluye que el intento de suicidio en mujeres llega a su punto máximo en la adolescencia, mientras que el suicidio en hombres aumenta a comienzos de la edad adulta (ORIShombres 5,26 con respecto a las mujeres) 28, convergente con el comportamiento de nuestro estudio: ORmujeresadolescentes 2,8 (1/OR; 95%:1,35- 5,88) y ORmujeresadulteztemprana 2,2 (1/OR; 95% IC: 1,08-4,5), encontrando aquí una interacción entre estos dos ciclos de vida y sexo mujer, resultados similares a los obtenidos en otras poblaciones del mundo, donde el IS en mujeres estuvo asociado (p=0,01) con el grupo de adolescentes 29.
En la misma dirección, estudios epidemiológicos mexicanos reportan que el período de 15 a 24 años aporta la mayor proporción de casos 30, con prevalencias entre 1,4% y 4,6% y un predominio en las mujeres adolescentes 31.
De forma general, los intentos de suicidio presentan picos significativos en las prevalencias estandarizadas, en la edad adolescente y adulta temprana (juventud) (Figura 1). Investigaciones realizadas en tres grupos poblacionales mexicanos vinculan comportamientos suicidas con la adolescencia encontrando hallazgos convergentes con los del Sogamoso: el inicio de los intentos a partir de los 12 años -sin mostrar diferencias significativas entre los géneros- con prevalencias altas para el intento de suicidio (Guanajuato 2,2%; Campeche 2,1%; México D.F. 2000-2003: 3,4%; 2006: 4,1% y 2009: 3,4%) y una relación mujer-hombre de 3:1 32,33,34, efecto documentado en más de 59 PIBM, arrojando prevalencias más altas de IS en mujeres adolescentes versus hombres (mujeres 17,4% IC 15 -19,8 vs. 16,3% IC 14,0-18,6) 35.
Se evidencia entonces una interacción entre las mujeres jóvenes (adultez temprana) y la violencia, configurando así como posible desencadenante el conflicto con la pareja 36 -sin contar con un 52,1% (n = 248) de disfuncionalidad familiar-; hallazgo que concuerda con lo descrito por Coronado-Molina 37.
De acuerdo con Mandal et al., las experiencias violentas (familiares) en la niñez y en la adultez temprana se encuentran presentes en las mujeres con tentativa de suicidio 38; mientras que en hombres se identifican factores psicosociales, como problemas económicos 39, fenómeno no identificado en los hombres de Sogamoso.
El efecto descrito hasta aquí podría ser explicado como la “acumulación de diferentes conductas suicidas a lo largo de la vida” 22, p. 19, de acuerdo con Borges et al. 40, comenzando la adultez tardía (44 años) las cifras sufren una tendencia al descenso para ubicarse entre las 10 primeras causas de muerte (comportamiento claramente reflejado en las prevalencias municipales).
La teoría del proceso suicida describe el desarrollo y progresión gradual de las tendencias suicidas a lo largo del ciclo vital, como un proceso que ocurre dentro de las personas y en la interacción con su entorno. Los comportamientos suicidas evolucionan a partir de pensamientos suicidas que pueden progresar a través de intentos de suicidios recurrentes, aumentando la letalidad hasta consumar el suicidio 2,21.
Conclusiones
A pesar de los programas integrales de prevención del intento suicidio que atienden a los factores descritos aquí, incluidos los factores de riesgo a nivel de la población y a nivel individual, las estrategias de restricción de medios, la información mediática responsable y los programas de concienciación sobre la salud mental en las escuelas 41, las prevalencias ajustadas por edad no muestran una reducción significativa desde el inicio hasta el final del periodo, siendo evidente la concentración en edades tempranas del desarrollo.
Las diferencias identificadas entre mujeres versus hombres, nos llevan a repensar la orientación de los programas de salud pública, clásicamente orientados a la promoción de comportamientos protectores hacia población femenina y no masculina 18. Es conveniente una orientación de la promoción de la salud desde una perspectiva de género.
Los riesgos observados en las mujeres como la violencia y el ciclo vital (adolescencia y adultez temprana) y en los hombres (consumo de alcohol), revelan una necesidad de capacitación de agentes comunitarios o guardianes (gatekeepers) y el fortalecimiento de centros de escucha y demás estrategias de intervención comunitaria.