Introducción
En las últimas tres décadas asistimos a un proceso de renovación historiográfica en el campo de los estudios de la salud y la enfermedad en América Latina. Nuevas agendas de indagación se han instalado, mientras otras se encuentran aún en gestación,1 reconociendo a la medicina como un terreno incierto en donde lo biomédico está penetrado tanto por la subjetividad humana como por los hechos objetivos. Dentro de la línea de estudio denominada “historia sociocultural de la enfermedad”2 se han posicionado aquellas indagaciones que abordan distintas aristas vinculadas a una zona gris de límites difusos, examinando los variados rostros de un universo curativo amplio y complejo de las prácticas del curar no diplomadas.
Sin pretensiones de exhaustividad, nos referirnos a un conjunto de trabajos que incorporan las prácticas empíricas del curar -ya sean aquellas llevadas a cabo por espiritistas, curanderos, hechiceros, cartomantes o curadores “híbridos”- como objeto privilegiado en los estudios sociales, constituyéndolas como tramas de reflexión y discusión histórica. En ese sentido destacamos los trabajos de Steven Palmer3 y María Eugenia Módena4 en su análisis de la complementariedad de sistemas de atención de salud en los siglos XIX y XX en Costa Rica y México, respectivamente, y el estudio de David Sowell5 sobre el caso de un curandero en Colombia en el siglo XIX ligado a saberes y prácticas de curar que perduraron desde los tiempos coloniales.
Asimismo, la historiografía brasileña ha contribuido en gran medida a nutrir este campo con un conjunto de aportes variados. Los trabajos de Tania Salgado Pimenta6 y Betânia Figueiredo7 abordan las lógicas del oficio, el desempeño y la posición ocupada por diferentes tipos de curadores populares en Brasil durante el siglo XIX. Desde otra óptica, Márcio Souza Soares8 y Nikelen Acosta Witter9 revelan un marcado interés por las percepciones de la población acerca de las diversas formas de curar.
En Argentina, entre este tipo de indagaciones han adquirido especial visibilidad los aportes de María Silvia Di Liscia10, quien ha rescatado el “personaje del curandero” a partir de su estudio de las interacciones y convergencias entre distintos sistemas médicos (científico, indígena y popular) desde mediados del siglo XVIII hasta comienzos del XX en la vasta región pampeana. De otro lado, Diego Armus11 ha estudiado la ciudad de Buenos Aires, prestando atención a la figura del curandero en el marco de su extenso estudio acerca de la tuberculosis entre 1870 y 1950.
Mirta Fleitas,12 por su parte -y con el foco puesto en las dinámicas del interior del país-, ha abordado el curanderismo en San Salvador de Jujuy en los albores del siglo XX; mientras que María Estela Fernández y María Laura Parolo13han examinado los controles, manifestaciones y límites del arte del curar en la provincia de Tucumán en el siglo XIX. Por último Judith Farberman14 ha explorado el Tucumán colonial y la alteridad cultural del mundo de la hechicería y el curanderismo a partir de procesos judiciales del siglo XVIII.
Actualmente, la historiografía local que ha problematizado el curanderismo en sus distintas manifestaciones intenta superar el tradicional énfasis dado a los procesos de profesionalización15 de la élite diplomada de fines del XIX y a sus pugnas por monopolizar la práctica del curar, en el contexto de una sociedad y un Estado que se encontraban aún en proceso de medicalización.16 En ese sentido, los trabajos de Astrid Dahhur,17 y los de María Laura Rodríguez, Adrián Carbonetti y María Marta Andreatta1818 han rastreado las prácticas empíricas vinculadas al cuidado de la salud (dentro de las cuales se incluye el curanderismo), interrogándose por la prácticas efectivas, leyes e instituciones promovidas por los organismos encargados del control del ejercicio de la profesión médica en distintos momentos de los siglos XIX y XX. En el mismo sentido, Juan Pablo Bubello19 ha tenido el mérito de incorporar una mayor riqueza documental, impulsando así una perspectiva sociocultural de la vida argentina desde períodos coloniales hasta una parte del siglo XX, superando una mirada dependiente de los discursos y prácticas de poder favorecidas por los intereses de las élites de época. Aunque indudablemente el curanderismo constituía el enemigo de los galenos y de los actores estatales en su proyecto de orden y progreso social, las prácticas empíricas del cuidado de salud azuzaron diferentes posiciones y respuestas. Para nuestro análisis de esas reacciones seleccionamos un conjunto de artículos difundidos para la década de 1920 por las editoriales de algunos de los más importantes diarios de la ciudad de Buenos Aires (Crítica) y de la ciudad de Córdoba (La Voz del Interior y Los Principios). En términos generales, buscamos poner en perspectiva sus diagnósticos y propuestas de soluciones en relación con lo que definieron “como un continuo avance del curanderismo y la charlatanería”, y exponer cómo a partir de estas operaciones se estableció el rol del Estado, los profesionales diplomados, la sociedad y los propios curadores empíricos.
Por tanto pretendemos reconstruir las representaciones que dichos diarios realizaron sobre estas experiencias vitales20 y las responsabilidades ligadas a ellas, reconociendo que tales discursos estuvieron atravesados por la línea editorial y la filiación ideología a las que se adscribían cada uno de los periódicos considerados. Abordamos estas miradas entendiendo que La Voz del Interior y Los Principios estuvieron anclados a una sociedad urbana como la cordobesa, en donde sendos periódicos ilustraron el contrapunto entre un ideario católico y uno más liberal ligado al ascenso de un partido moderno como fue la Unión Cívica Radical.21
En cambio Crítica, con su inmensa capacidad para incidir en todo el campo periodístico de la ciudad de Buenos Aires “… acompaña el nuevo ritmo de la modernidad urbana de los veinte acercando al lector una propuesta donde todos los intereses están representados…”22.
1. Adivinos y curanderos, una “plaga” que exige leyes enérgicas
La década de 1880 marcó una época de importantes transformaciones en la historia argentina. A la consolidación definitiva del Estado nacional se sumó el inicio de una mayor estabilidad política y un crecimiento económico sin precedentes. Sin embargo, la crisis de 1890 en su doble vertiente económica y política sembró dudas en el futuro prometedor del país. Como consecuencia, durante los primeros años del siglo XX, distintos sectores comenzaron a mostrar su insistencia en alcanzar una cierta regeneración, primero política e institucional y luego también social.2323
En este último plano jugó un papel importante la percepción por parte de las élites de que los inmigrantes y otros sectores populares se estaban transformando rápidamente en “multitud urbana”. En este escenario, un conjunto de médicos e instituciones médicas hicieron eco de esa situación conflictiva y se convirtieron en actores protagónicos de los intentos que, con distintas orientaciones y perspectivas, se propusieron como solución.24Fue en este marco, entonces, que a lo largo y ancho de toda la Argentina comenzaron a acelerarse las búsquedas de conformación de la medicina académica como saber hegemónico, a partir de un proceso complejo y plagado de cuestionamientos,25 en donde los galenos intentaron obtener el monopolio cognitivo del arte de curar.26 La complejidad de este proceso en marcha estuvo signada, entre otras variables, por una realidad ineludible en la cual las posibilidades de atención de la salud disponibles eran muy variadas y heterogéneas, lo cual determinó una fuerte rivalidad entre los médicos empíricos y los diplomados.
Tanto en las principales ciudades del país -Córdoba, Rosario y Buenos Airescomo en una multitud de pequeños poblados y en el campo existía un núcleo de personas al margen de la medicina oficial y sin títulos legales reconocidos por las autoridades, que configuraba un universo curativo muy amplio. Esta situación generaba incomodidad y protesta por parte de los médicos locales quienes -ya desde mediados del siglo XIX, aun cuando el proceso de medicalización era apenas incipiente- insistían en la necesidad de generar una normativa clara y estricta respecto a las prácticas de curar.27
En función de ello se estableció a mediados del siglo XIX un reglamento28 - emitido por el Consejo de Higiene del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y posteriormente extendido al resto del país- en el que se especificaba cuáles eran las profesiones e individuos reconocidos por la ley, como así también los castigos impuestos a quienes ejercieran la medicina como profesión fuera de los límites de la legalidad.29 No obstante, de acuerdo con los datos que arrojan las fuentes es posible aseverar que en los hechos estas prácticas no se debilitaron entrado el siglo XX, y que los intentos por su erradicación implicaron una tarea ardua para los organismos sanitarios nacionales. En enero de 1929, el diario Crítica publicó una extensa noticia titulada “La ciudad está minada de curanderas, curanderos y adivinas que explotan la credulidad del pueblo”30. Este encabezado muestra, en principio, que la prensa escrita fue un nicho para el ataque y descalificación de muchos individuos vinculados a prácticas curativas alternativas, aunque también en muchas oportunidades fue un espacio que propició a la afirmación de estos sujetos, situación reiterativamente cuestionada por los galenos y las jerarquías eclesiásticas.
La mencionada noticia comienza dando cuenta del despliegue regional de estas prácticas no oficiales: “Se trata de un flagelo reconocido extensamente en el interior nacional, pero que también es visible en otros puntos principales del país caracterizados por un amplio desarrollo. Así, la ciudad de Buenos Aires -a pesar de encontrarse señalada como una de las urbes más adelantadas del mundo- es víctima de esta plaga”31. Ahora bien, cabe destacar que en este concepto la editorial de Crítica englobaba a un conjunto de personajes muy diversos tales como adivinas, médicos y dentistas falsos y curanderos, hallándose dentro de esta última categoría los “mano santa y espiritistas”.
La noticia construyó, entonces, una suerte de taxonomía en la cual se detallaron minuciosamente las características de estos empiristas (zona de ubicación en la ciudad, clientela, tarifas, terapéutica, formas de curar, elementos de trabajo) conjuntamente con algunos ejemplos puntuales que exponen de manera directa, referenciando con nombre, apellido y fotografía, a los supuestos delincuentes. En este punto destacamos, en primer término, que en todos los casos exhibidos se prestó especial atención a las nacionalidades de los “falsos curadores”, quienes en su mayoría eran españoles e italianos.32 Resulta perentorio señalar que si bien estas referencias puntuales correspondieron a un proceso de marginalización y estigmatización de lo extranjero -que había comenzado a fines del siglo XIX como consecuencia de la gran ola inmigratoria que arribó a la Argentina en dicho período-33 observamos que las alusiones a dimensiones étnicas (raciales) están ausentes.34 La afluencia de esta población foránea europea fue vista por la élite intelectual, primero como una oportunidad ventajosa frente a la “atrasada” población nativa y mestiza, pero ya en 1880 se advierten los primeros síntomas de preocupación por la disgregación nacional, de manera que dicha migración empezó a percibirse como una verdadera amenaza.35 Esta intranquilidad se cristalizó en la Ley de Residencia de 1902, la cual habilitó la expulsión de los inmigrantes sin juicio previo. Ahora bien, esta valoración negativa de lo extranjero no se extendió de manera absoluta ni permeó a todos los sectores sociales. Una muestra clara de ello es el hecho de que muchos de estos personajes indicaron en los anuncios publicitarios su condición foránea, con el objetivo de generar mayor credibilidad en los potenciales clientes.
En segundo lugar, la nota analizada arroja luz acerca de otra variable que era fuente de desconfianza y resquemor, y eran las verdaderas ocupaciones de estos individuos que, una vez llegados al país, se insertaron en el mercado de atención en salud sin título habilitante. Contrario a lo establecido por la ley de 1877 -la cual especificaba que los títulos legales para curar debían ser otorgados por la Facultad de Ciencias Médicas- en algunas editoriales se insistía en que las prácticas de curar eran llevadas a cabo por “farsantes”, quienes en realidad eran vendedores ambulantes, carpinteros, relojeros, panaderos o cocineros.36 Las animadversiones que se generaron alrededor de estas situaciones quedaron representadas también en el lenguaje burlesco de algunas notas en La Voz del Interior, en donde se refería, por ejemplo, a un falso médico que atrapado in fraganti fue mandado a revalidar su título a la “Universidad Popular del Pueblo San Martin”, eufemismo utilizado para referirse a la cárcel de la ciudad.37 El diario Crítica, por su parte, hizo alusión a las diversas situaciones legales de estos personajes, quienes, en su mayoría, habían sido procesados al menos una vez pero en definitiva lograban evadir la acción de la justicia.
De acuerdo con la perspectiva del periódico, esto se debía exclusivamente a una falta de legislación, a la “benignidad de las leyes” que no hacía otra cosa que permitir que estas prácticas se extendieran. Si bien el accionar policial es presentado como meritorio y tenaz (se realizaban frecuentes campañas contra el curanderismo), poco podía hacer la policía en este marco regulatorio flexible.38 En lo atinente a la cuestión legislativa, la situación en la ciudad de Córdoba no era muy distante a la de Buenos Aires. En los diarios locales se hacía especial referencia a la problemática del curanderismo vinculándola a la inercia de las autoridades que, lejos de “combatir el mal rudamente”, permitían su expansión.
El disparador de una de las noticias analizadas fue el reclamo emitido por un grupo de médicos del Departamento Marcos Juárez ante el avance del “flagelo” en esa zona de la provincia de Córdoba. Dicha nota hacía alusión a la situación del interior provincial para usarla como excusa e insistir en la denuncia de una realidad que atravesaba también a la ciudad capital, en donde las autoridades “tampoco” lograban erradicar las prácticas curanderiles.39 Asimismo, las distintas zonas de la ciudad ocupaban en el imaginario periodístico un lugar particular como potenciales espacios facilitadores de las prácticas de curar no autorizadas. La marginalidad de los barrios de la capital incrementaban, en esta visión, las posibilidades de que aquellos “delincuentes” se “salieran con la suya”, burlando el accionar de las autoridades. Así, el pueblo-barrio San Vicente, en donde desempeñaba su actividad Rafael Gerardi, aparecía como un lugar periférico y lejano “donde el mismo diablo perdió el poncho”40.
Retomando la preocupación por parte de las entidades gubernamentales, el periódico recogió la opinión del presidente del Consejo de Higiene, quien aseguraba que la situación podría revertirse cuando entrara en vigencia el nuevo Código Penal.41 Tales declaraciones reproducidas en la editorial de La Voz del Interior muestran las limitaciones en las funciones y capacidades de este burócrata para perseguir y sancionar las prácticas de curar que se encontraban al margen de la ley.42 En otra noticia publicada por el mismo diario en 1930 -es decir, varios años después de reformado el Código Penal- y que refería el caso de detención de un “curandero hipnotizador” cuyas actividades clandestinas se realizaban en pleno centro de la ciudad, todavía se constataba la inexistencia de una legislación “contra esta plaga de delincuentes”43. Según dicha nota, “el Código Penal los trata con una benevolencia que ellos saben aprovechar a maravillas. Es por eso que todo el grande y loable empeño que pone el Consejo de Higiene para combatirlo, se esteriliza por la propia vía legal”44.
A partir de lo expuesto hasta aquí es posible verificar que desde la perspectiva de la prensa y de las autoridades médicas, el problema del curanderismo radicaba en una cuestión legislativa. Las estrategias articuladas por la policía e incluso por los propios médicos eran presentadas como ineficaces en esta batalla que, en principio, solo podría ganarse estableciendo nuevas leyes que propiciaran y respaldaran el accionar de los grupos oficiales en la cruzada por la reducción de los límites del universo curativo. De todas formas, los periódicos sostenían que ni siquiera el nuevo Código Penal de 1922 -cuyo artículo 208 inauguró, según, Juan Pablo Bubello, el período moderno de persecución del curanderismo-45 alcanzó para frenar un problema que tenía “proporciones y aspectos insospechados”46.
2. Sobre el curanderismo y los “factores que lo favorecen”
Hasta el momento hemos visto que, desde la óptica de la prensa, el desarrollo y propagación de las prácticas curativas alternativas se debió a la existencia de una legislación considerada como endeble. Paralelamente, otra mirada sostenía que el curanderismo no era un fenómeno novedoso en Argentina, y que este respondía a un entramado estructural cuyas variables generaron, en conjunto, un campo propicio para el ejercicio ilegal de la medicina. Estos factores eran de orden muy variado, siendo uno de ellos, la escasez de profesionales médicos en el interior del país.
A propósito de esta aseveración, el autor de una de las notas seleccionadas expresaba que los galenos preferían asentarse en las grandes urbes y desarrollar allí sus actividades mientras “existen miles de localidades donde su ausencia ha perpetuado hasta ahora como única solución posible para la asistencia de los vecindarios el curanderismo nefasto y primitivo”47. Ahora bien, según una noticia publicada en 1930 por un periódico cordobés, la falta de médicos diplomados no era exclusiva del ámbito rural. Como señala Rodríguez, algunas zonas de Córdoba alejadas del casco céntrico de la ciudad tuvieron graves problemas para conseguir la presencia y permanencia de médicos diplomados, situación que en momentos de estallidos epidémicos condujo a que -hasta las primeras décadas del siglo XX- se autorizara a idóneos y estudiantes avanzados de la Facultad de Medicina para ejercer en los lugares donde no se hallaba un profesional titulado.48
En ese contexto de opiniones no debemos olvidar que una realidad reconocida a todas luces era que algunos tratamientos biomédicos resultaban inaccesibles para muchas personas por sus altos costos, mientras que los servicios ofrecidos por los curanderos podían ser remunerados de múltiples maneras (con dinero, alimentos, animales y en cuotas o mediante trueque). Sobre este particular escenario debemos relativizar entonces lecturas macro que hablan de una aparente intensificación y consolidación de las intervenciones estatales por estos años en materia de salud, expresadas en la expansión de la infraestructura sanitaria, de la mayor incidencia de las políticas preventivas de salud y de la ampliación de las capacidades de los aparatos públicos para intervenir en la sociedad.49 En los hechos, el acceso a la atención médica gratuita estaba lejos de ser un bien asegurado para toda la población.
Evidentemente el proceso de medicalización distaba de ser un éxito consumado. Inclusive, las acusaciones esgrimidas contra los médicos los colocaban en un lugar notoriamente alejado de la imagen idealizada que se intentaba construir sobre ellos, al menos en nuestro país desde mediados del siglo XIX. En dicho período la figura del galeno se vinculaba con la integridad; el médico era considerado socialmente como un ser incorruptible, preocupado por el bienestar de la humanidad doliente.50 Posteriormente, y conforme al avance del proceso de medicalización, muchos galenos se resistieron a encajar su profesión bajo el signo humanitario. Si la medicina era una profesión, en la cual se habían invertido años de estudio y de trabajo, el médico debía poder vivir de ella, es decir, debía ser una labor rentable en la cual se demostraran los conocimientos técnicos y los pacientes pagaran por su curación.51 Tales condiciones de mercado se presentaban difícilmente en el campo argentino; por tanto eran las ciudades, las que ofrecían a los profesionales mayores posibilidades de desarrollar su labor y obtener un beneficio económico (cimentado en el dinero).
Según las editoriales de los periódicos revisados, los consultantes de los practicantes empíricos parecían formar parte de una población notablemente heterogénea. En primer lugar, podemos referirnos a variables socioculturales que se hacen evidentes en la preocupación del diario Los Principios al asociar espiritismo con fe católica, generando así una legitimidad incuestionable para prácticas que estaban fuera de la ley. Lo interesante de este documento es que realiza una defensa del curanderismo y el espiritismo52 remarcando que el curanderismo ha sido ejercido en todas las edades y, citando a los antiguos “Plinio y Plutarco”, para sostener que “los sanadores… y sabios solían ambular por las plazas de Atenas y de Roma, unos curando y otros enseñando gratuitamente”.
Por tanto, las prácticas curanderiles deberían ser reconocidas “como un valioso factor y contribuyente social, puesto que el gobierno carece de médicos para poder atender a tantos enfermos que están esperando ser internados, sin conseguirlo, muriéndose por doquier por falta de asistencia médica y de protección social”53. En ese contexto, los pacientes de estas artes eran exhibidos como sujetos cuyas decisiones debían ser respetadas, ya que el libre albedrio estaba en este caso fundamentado en la fe de la propia religión católica, y los espiritistas no eran más que “víctimas del atropello y la arbitrariedad policial”54. Junto a esa defensa del ideario católico afín a este tipo de curanderismo, la editorial criticaba fuertemente la acción del Estado local pues al “ingresar a la sede social de los espiritistas” amenazaba la fe convirtiéndola en objeto de la persecución. En esta relativa resistencia a los procesos estatales se puso en evidencia la oposición del diario Los Principios a la acción secularizadora de la Unión Cívica Radical, que solo podía haber detenido a esos empíricos “premunidos de un orden de allanamiento en forma, y firmada por un juez competente”55.
Por otra parte, la expansión del curanderismo también fue atribuida al bajo nivel de instrucción popular; situación que según manifestó en su momento la editorial de Los Principios, no constituía un problema individual sino una responsabilidad incumplida por las autoridades gubernamentales, las que “… se han despreocupado por la creación de instituciones de enseñanza, sobre todo en las zonas rurales del país”56. En esa tónica, el analfabetismo favorecía la ignorancia popular y con ella venía la “superstición que tanto ayuda al curanderismo”57.
En 1929 La Voz del Interior anunció que un “falso médico” había sido detenido, luego de que el Consejo de Higiene solicitara una orden de allanamiento para ingresar en su “consultorio”, recinto en el cual se encontró un altar y recetas con “cosas raras”. Dicho individuo, junto con “espiritistas, quiromancistas, naturistas, etc… conoce maravillosamente el arte de embaucar a los tontos o a los ignorantes”58. El caso de este impostor resulta especialmente ilustrativo de las contradicciones en que entraba la prensa del período, pretendiéndose erigir a la vez como juez y parte. Es que mientras por un lado sancionaba en sus discursos a las autoridades, como cuando consideraba que la “labor de los Consejos de Higiene nunca fue eficaz en esta lucha”59; por otro, procedía como un actor de mercado al difundir anuncios publicitarios de estos “ilegales”.
Como plantea Armus,60 el caso local no constituye una excepción, ya que muchos de los médicos empíricos no autorizados ofrecían sus servicios y productos a través de diarios, revistas e incluso a partir de tarjetas que repartían en la vía pública (Figuras 1 y 2). Estos avisos dan cuenta del lugar que ocupaban los curanderos en la modernidad urbana y, al mismo tiempo, ponen en evidencia que entre su clientela también se encontraban los sectores letrados de la sociedad, tanto los acomodados como las clases medias trabajadoras.61 Que la opción por el curandero estuviese tan aceptada entre ricos y pobres pudo deberse a los vacíos e incertidumbres de la medicina diplomada; al grado de exposición que implicaba para ciertos individuos la visita a un hospital; o a la ya mencionada cuestión de los costos y accesibilidad.
Por otro lado, destacamos que cuando las notas aludían a la imposibilidad de los organismos de salud pública para combatir el curanderismo -entendido como “problema social”-, aquellas concebían la presencia de otros factores que determinaban el comportamiento de dicho fenómeno, a saber, la extensión territorial, los problemas de comunicación y el silencio de la gente. Precisamente este último elemento nos lleva a poner nuevamente en consideración el asunto de la legitimidad, ya que estos personajes empíricos se hallaban, en sobradas oportunidades, fuertemente posicionados y avalados por el conjunto social. Fue a partir de ese estrecho vínculo forjado no solo con sus clientes, sino también con gran parte de la comunidad de la que formaban parte activamente, que podían continuar persuadiendo a su clientela, enfrentando a las autoridades y así continuar ejerciendo sus actividades. Al menos esta es la idea que transmite La Voz del Interior cuando presenta el caso de Manuel Pedro Cáceres (Figura 3) en los siguientes términos: “En el barrio donde actuaba lo conocen perfectamente y los pacientes tienen segura información al respecto en cualquier casa de la vecindad…”62.
Consideraciones finales
El estudio de los discursos y representaciones construidos por la prensa argentina alrededor de la problemática del curanderismo nos ha permitido realizar una primera aproximación a procesos y fuentes históricas que han sido soslayados por la historiografía nacional hasta el momento. Para nuestro análisis seleccionamos un conjunto de artículos difundidos en la década de 1920 por las editoriales de algunos de los más importantes diarios de las ciudades de Buenos Aires y de la ciudad de Córdoba.
Las notas analizadas revelan que lo que en principio se definió para la prensa “como un avance del curanderismo y la charlatanería” remitió a un panorama de complejidades históricas en los posicionamientos y diagnósticos, los cuales solo pueden ser comprensibles desde relaciones de poder específicas. En ese sentido resulta notorio el caso de Los Principios, ya que mientras en sus páginas justificaba en la fe católica las consultas al espiritismo para criticar la acción del Gobierno radical -de acuerdo con la histórica opinión del diario frente a la Unión Cívica Radical-, este también presentaba otras prácticas empíricas como asociadas a la ignorancia y el charlatanismo.
Ese doble estándar que manejaba el discurso editorial se replicaba, a su vez, en la práctica usual de promocionar a los ilegales, como se corrobora en el anuncio de la Sra. Teresa de M. para comienzos de 1929. Ahora bien, este juego de intereses propio del mercado local no debe hacernos olvidar que poco a poco el discurso que predominó fue aquel que asoció curanderismo y delincuencia, y que en ese orden de cuestiones públicas, el Estado y sus distintos poderes aparecieron como los “verdaderos” responsables del avance de un fenómeno social detestable, pero comprensible en el marco de las desigualdades en el acceso al sistema de salud y de la marginalidad socioeconómica creciente de la población durante los años en estudio.
Así, el curanderismo o cualquiera de las prácticas ilegales del cuidado de la salud a las que podamos referir, no pueden pensarse fuera de las relaciones de poder específicas, ni de las tramas que configuraron valores y comportamientos deseables, justamente aquellos que fueron convirtiendo en “natural” y “razonable” la “elección” de la población por la medicina diplomada y alopática. Pero, como fuera, esta dinámica continuó abierta y siguió en el tapete animada por múltiples actores, posiblemente de forma más candente en el escenario de la crisis de 1929-1930. En ese contexto de ideas, consideramos preciso que futuros trabajos recorran esta agenda, reconociendo en ella un conjunto de cuestiones problemáticas y de discursos que son clave para reconstruir las tramas socioculturales que definieron el avance del curanderismo en medio de un proceso de medicalización nunca completamente resuelto.