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Folios

Print version ISSN 0123-4870

Folios  no.51 Bogotá Jan./June 2020  Epub July 03, 2020

https://doi.org/10.17227/folios.51-8214 

Artículos

La muerte no-velada en Norte grande de Andrés Sabella e Hijo del Salitre de Volodia Teitelboim

The Non-Veil Death in Norte Grande by Andrés Sabella and Hijo Del Salitre by Volodia Teitelboim

A morte não velada no Norte grande de Andrés Sabella e Hijo del Salitre de Volodia Teitelboim

Miguel Ángel Mansilla* 

Constanza Vélez-Caro** 

* Doctor en Antropología de la Universidad de Tarapacá, Chile. Investigador y Académico del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat, Tarapacá, Chile. Correo electrónico: mmansill@unap.cl Orcid: https://orcid.org/0000-0001-5684-0787

** Maestranda en Antropología de la Universidad de Tarapacá, Chile. Investigadora y Académica del Instituto de Estudios Internacionales de la Universida, Universidad Pedagógica Nacionald Arturo Prat, Tarapacá, Chile. Correo electrónico: covelez@unap.cl Orcid: https://orcid.org/0000-0002-4017-0683


Resumen

El presente artículo propone una reflexión al tema de la muerte, presente en las novelas Norte Grande, de Andrés Sabella, e Hijo del Salitre de Volodia Teitelboim. Se destacan tres dimensiones de la muerte como objetivo de análisis: el espacio, el sujeto y la utopía. En la primera, resaltamos dos grandes espacios de muerte: la pampa y la ciudad. En la pampa, la muerte ocurre debido a las malas condiciones laborales y a las adversidades de la naturaleza, pero evitable. Mientras que en la ciudad la muerte era una racionalización sistemática para someter al obrero. En la segunda dimensión, el sujeto, se resalta al sujeto pampino, quien convive con la muerte día a día, destacándose a hombres y mujeres, ambos obreros: uno explotado en la faena y la otra explotada tras las puertas, por lo que, ambos serán compañeros, no sólo de explotación y muerte, sino también de lucha social y política. Por último, en la dimensión de la utopía, la muerte se inserta dentro de una lucha social y política contra el patrón y el Estado, lucha que trasciende el espacio y el tiempo vivido.

Palabras clave: Sabella; Teitelboim; Norte Grande; Hijo del Salitre; muerte; pampa

Abstract

This article is an analysis of the subject of Death in the novels Norte Grande by Andres Sabella, and Volodia Teitelboim's Hijo del Salitre. We will highlight three dimensions of death: the space, the subject and the utopia. In the first, we highlight two main areas of death: the pampa and the city. In the pampa, the death was due to poor working conditions and adversities of nature, but avoidable. While in the city, death was a systematic rationalization for workers' submission. In the second dimension, the subject, the pampino, who lives with the death every day, highlighting both men and women, like two workers: one exploited at the mine and the other carried on behind the doors. So, both will be partners, not only in exploitation and death, but also in social and political struggle. Finally, in the dimension of utopia, death is inserted within a social and political struggle against the employer and the State, a struggle that transcends space and time spent.

Keywords: Sabella; Teitelboim; Norte Grande; Hijo del Salitre; death; pampa

Resumo

Este artigo propõe uma reflexão sobre o tema da morte, presente nos romances Norte Grande, de Andrés Sabella e Hijo del Salitre de Volodia Teitelboim. Três dimensões da morte destacam-se como objetivo da análise: espaço, sujeito e utopia. No primeiro, destacamos dois grandes espaços de morte: as pampas e a cidade. Na pampa, a morte ocorre devido às más condições de trabalho e às adversidades da natureza, mas evitáveis. Enquanto na cidade, a morte era uma racionalização sistemática para subjugar o trabalhador. Na segunda dimensão, destaca-se o sujeito pampino, que convive com a morte dia a dia, destacando homens e mulheres, ambos trabalhadores: um explorado no trabalho e outro explorado atrás das portas, portanto, ambos serão parceiros, não apenas da exploração e da morte, mas também da luta social e política. Finalmente, na dimensão da utopia, a morte se insere em uma luta social e política contra o patrono e o Estado, uma luta que transcende o espaço e o tempo vividos.

Palavras-chave: Sabella; Teitelboim; Grande Norte; Filho do Salitre; morte; pampas

Introducción

A primera vista, Norte Grande (1944) e Hijo del Salitre (1952), son dos novelas que comienzan con grandes diferencias, aunque el periodo que las separa es solo de ocho años. Norte Grande nació ingente. A poco andar ya fue comentada en distintos espacios y elogiada por diferentes autores, tanto en periódicos como artículos de revistas (Yankas, 1963; Lastra, 1989; Monterrey, 2004; Dussuel, 1963), e incluso por especialistas en su obra, como su coterráneo José González (González, 1998; 2002; 2003; 2007 y 2009). Sin embargo, el análisis de Hijo del Salitre de Teitelboim ha sido menor (Bravo y Guerrero, 2000; Ostria, 2005a), quizás debido a que el ánima de algún poeta olvidado se vengó por ser dejado fuera de aquella publicación que hiciera junto a Eduardo Anguita, Antología de la poesía chilena nueva, en donde incluyen solo a diez poetas, dejando fuera a Gabriela Mistral, y que les valió el apodo de "preciosos ridículos" por parte de Alone, el pontífice de la crítica literaria chilena de aquellos años.

A pesar de todos los elogios que reciben ambas novelas, y los diferentes análisis que existen al respecto, no se conocen estudios o interpretaciones de uno de los temas más importantes de estas obras: el vínculo de la pampa con la muerte y el pampino con el morir, ni de las referencias de las ciudades con las matanzas, que tanto destacan ambos autores. Tampoco se conoce un análisis entre ambas obras en su relación muerte y pampa.

La muerte es un tema recurrente en los literatos de la llamada Generación del 38: María Luisa Bombal, Volodia Teitelboim, Nicomedes Guzmán o Andrés Sabella. En Chile encontramos varios autores que trabajan el vínculo de la poesía con la muerte en poetas reconocidos como Armando Uribe, Oscar Hahn y Enrique Lihn, por nombrar los más conocidos. No obstante, son pocos los trabajos que analizan el vínculo entre la novela chilena y la muerte, excepto en el caso de la novela La amortajada de M. Luisa Bombal, quizás por la tonalidad explícita de la muerte en su título (Orozco, 1989; Lizana, 1994; Valero, 2003).

Ambos autores escriben sobre el reinado de la muerte en la pampa y la ciudad. Sabella se centra en la pampa y Antofagasta. Teitelboim lo hace sobre la pampa e Iquique. Como destaca José González, "el leitmotiv de la narrativa salitrera e incluso como fuente poética son las tragedias humanas que se perciben en las pampas salitreras" (González, 1983, p. 91). Muerte, sacrificio y matanzas son las temáticas centrales, que van acompañadas de otras como el dolor, el sufrimiento, el hambre, la explotación y las injusticias a hombres, mujeres y niños. Obviamente la pampa no fue eso exclusivamente; historiadores como Sergio González (2007) han demostrado la presencia de los juegos, fiestas, teatros y filarmónicas que encantaban el mundo del salitre. Pero para Sabella y Teitelboim, especialmente en sus novelas más conocidas, toda actividad circuló en torno a la muerte. Estos autores describieron las condiciones mortíferas a las cuales los obreros pampinos eran sometidos cada día.

Por lo tanto, el objetivo de este trabajo es analizar las dimensiones de la muerte descritas por Sabella y Teitelboim en sus respectivas novelas, destacar los espacios en qué radica esta (pampa y ciudad), cómo los pampinos (hombres y mujeres) viven y enfrentan la muerte, y cómo vinculan tales dimensiones con la lucha política y la esperanza.

El espacio y la muerte

Los autores identifican la zona salitrera por dos espacios limítrofes bien delimitados: la pampa y la ciudad. Los dos espacios adquieren connotaciones femeninas1. Por un lado, el desierto, donde está situada la pampa, es concebido como un espacio masculino, pero de bajo perfil. La pampa era el espacio por antonomasia del pampino (hombres y mujeres, jóvenes y niños) porque en ella no solo vivieron los pampinos obreros, sino también los administradores. Pero eran los obreros quienes tenían la sombra de la muerte día tras día.

Por otro lado, está la ciudad, pero ella es indiferente y asesina de sus hijos obreros. Se enorgullece de ser una ciudad santa y paradisiaca, mas detesta el sudor de la pampa: se antepone a la sangre y al aroma de la muerte de los pampinos. Favorece el hambre, la peste y la matanza para sus hijos pobres. Los prefiere en el espacio de arriba, la pampa, a donde fueron arrojados; y no cerca del mar y la playa, donde la casta política, económica y religiosa decidió estar.

Pampa y muerte

Tanto Sabella como Teitelboim describen las características sociales y culturales de la pampa. Pero además la describen como un espacio de muerte y esta, para ellos, no es un fenómeno consustancial, sino histórico y social. Posee una naturaleza mortífera porque los pampinos se adentraban en ella bajo condiciones laborales precarias y temerarias. Las oficinas salitreras instaladas en medio de la pampa eran mortuorias porque ofrecían condiciones laborales infrahumanas:

La pampa abierta... nada se esconde a los ojos de la muerte... La tierra es seca... .el desierto... es macabro, igual que la mesa donde se juega, en un azar diabólico, el destino de un hombre. Piedras: semillas del horror. para que la muerte marque su camino. que la sangre pinta, como terribles manzanas de una Hespérides muerta. (Sabella, 1944, p. 18).

Aunque el autor presenta un panorama mortuorio, infecundo y macabro, a pesar de que manifieste que sea el antiguo paraíso donde han muerto las Hespérides, esto no significa que sea un determinismo telúrico. Pero ¿cómo podrían interpretarse tantas muertes? ¿A quién responsabilizar? Son los patrones y el Estado quienes han transformado el huerto de la riqueza en un fosal para los obreros. Por su lado, Teitelboim dice: "Se marcharon a La Perla, que no correspondía al esplendor de su nombre. Una perla engastada en miseria y en trabajo torturante [...]Vivían en un cascarón de barro y calamina" (1952, p. 37). Mientras Sabella se refiere a la pampa en toda su extensión, Teitelboim destaca el panorama mortuorio al interior de ella, en este caso la oficina salitrera La Perla, donde prima otra muerte: el trabajo torturante. Mientras que la miseria, la muerte lenta está en el interior de las viviendas, a través de la falta de alimentos y mala calidad del agua. Sabella resalta que:

[...] los viejos mineros pedían prórroga a la muerte para llevarse a la tumba la amada visión del cerro esquivo. Eran hombres en los que el sol confiaba: piernas que se habían endurecido en jornadas agobiadoras; labios donde la sed podía morir sin respuesta; y ojos hechos a la medida de los más tristes horizontes (194, pp. 34-35).

Es un encomio al cateador pampino. La pampa es un territorio de la muerte posible y nadie está exento, incluso los cateadores más experimentados, aunque este sea el aventurero, el perseguidor de sueños, el que logra internarse en las profundidades pampinas con destreza. Sin embargo, es el que queda más expuesto a la muerte inminente. Por otro lado, Teitelboim dice que "contempló el mundo de los pobres como una soga muy larga, él estaba metido en el último nudo y la felicidad era para ellos el eslabón perdido" (1952, p. 40). La vida del obrero era miserable porque el trabajo se pagaba con un salario de hambre, y el sueldo no alcanzaba para tener buena alimentación. Es la idea de la vida de los pobres como destino que está en manos del poder, no se trata del pobre como títere sino como esclavo. Por lo tanto, la vida aparece como larga soga, es decir solo como ilusión de libertad. Sin embargo, es también una cadena, donde falta el principal eslabón: la felicidad. No hay felicidad para los pobres. A pesar del pesimismo, es interesante que no se descubran fórmulas de romantización de la pobreza, algo como "pobre pero feliz". Lo que se destaca en ambos no es la existencia insoslayable de la muerte en la pampa, sino las malas condiciones en que vivían los pampinos. El dilema en este caso es morir de hambre o morir trabajando. Según Sabella:

Los hombres no le temían a la sed y portaban una botellita de agua para ahogar a la muerte... y existía la tremenda posibilidad del extravío... La pampa se trocaba, negra y dura, donde la confesión provenía de su misma horrible monotonía... la muerte mostraba sus dientes amarillentos, escondida y repartida debajo de las piedras (1944, pp. 52-53).

Los cateadores siempre estaban expuestos a la muerte en donde el agua era un antídoto contra el morir. Allí, el hombre reprodujo y produjo un sentido profuso para interpretar los designios de la naturaleza para guiarse y no morir al perderse en la inmensidad. El extravío en el desierto para un cateador era muy frecuente. Perderse en el desierto era encontrar la muerte. Donde el agua es una ilusión al igual que la vida. Para Teitelboim la muerte no descansa:

Una noche estalló un incendio en la polvorera. Las llamas crepitantes lo acercaron de nuevo a la muerte, la muerte visitaba la oficina tal vez en exceso. Solía ver pasar en angarillas a los obreros: morían cogidos por un tiro de gracia [...] velando la muerte en la pampa (1952, p. 100).

Ninguno de los obreros estaba libre de la muerte, levantarse para ir a trabajar era la posibilidad de encontrarse con ella: algunos morían físicamente y otros socialmente. Porque los que sobrevivían a la muerte quedaban inválidos; de manera que ya no servían para el trabajo y eran expulsados de las oficinas salitreras. Por ello, en ambos autores la muerte es un fenómeno externo, sea telúrico o fabril; el pampino no buscaba el morir, sino que sus necesidades de sobrevivencia lo empujaban a trabajar en espacios en donde la muerte era una posibilidad diaria. Así, la muerte se torna una situación de clase social: ataca selectivamente a los obreros y no es un fenómeno divino, místico ni ultraterrenal, la muerte es un fenómeno social y político. El autor resalta la valentía del pampino frente a la muerte:

La pampa está llena de huesos calcinados y de calaveras que hacen más blanco el reflejo de la luna. Ha sido la universidad de la hombría. ¡Cuántos muertos nutren al desierto de su amarilla soledad! .... la pampa destella, como una mano con cinco dedos ensangrentados: huelga de Tarapacá, en 1890; baleo de Antofagasta, en 1906; matanza de la Escuela de Santa María en 1907; sangramiento de San Gregorio, en 1921; y masacres de Coruña, en 1925 (Sabella, 1944, p. 107).

En Sabella, los límites de muerte entre pampa y ciudad son más flexibles, y expone a la primera bajo dos metáforas: hoguera y universidad. En ambas está presente la idea de ritos de paso en los que se busca auscultar la hombría y la masculinidad del pampino. Hay miles que no han cruzado el puente de la vida y han caído en las garras mortuorias, sea por el extravío en el desierto o bien por las cinco matanzas que son como los cinco dedos de la mano. Esta mano es la pampa. En ellas los cuerpos de los obreros muertos caen en el desierto calcinados por el sol y sus huesos blanqueados. Teitelboim describe el ímpetu de la muerte en la matanza de Santa María diciendo que:

[...] la gente moría en la confusión. Ahora no había silencio, sino gritos, tantos gritos como si toda la ciudad, todo el país, todos los hombres del mundo estuvieran reventando en alaridos que formaban remolinos de sangre y subían al cielo (1952, p. 298).

En Teitelboim se enfatiza la diferencia entre la pampa y la ciudad. En la pampa, los obreros mueren por una responsabilidad de los patrones y las malas condiciones de las fábricas. En la ciudad, los obreros mueren por la responsabilidad de los políticos y el miedo. Tanto Sabella como Teitelboim resaltan la muerte bajo la metáfora ígnea. Solo que en la ciudad la matanza es sistemática y coordinada por el Estado. En ambos autores la muerte se presenta como una realidad pletórica y persistente, una realidad que ha pasado desapercibida por las autoridades políticas. Frente a esta existencia inexorable, los pampinos también han aprendido a ser indiferentes a la muerte como un recurso de sobrevivencia.

Para Sabella, "en la Pampa, la muerte es una cosa blanca y sin olor. Los cementerios pampinos la retienen... Los muertos en la pampa no mueren: aquí, la muerte no es disolverse en una hedionda nube de olvido. los cadáveres permanecen intactos" (1944, p. 163). El autor hace referencia a las condiciones que tienen los cementerios. Los obreros valían muy poco en vida y muertos se volvían nada. El cementerio era un desprecio a sus vidas, una displicencia a su muerte y un vilipendio a sus cadáveres. Si la vida es miseria, esta miseria se extiende hasta la muerte. Por lo tanto, el morir no es una redención, sino solo un rito de paso. El paso de las miserables viviendas y fábricas a los infortunados cementerios.

Sabella continúa diciendo: "porque en "los rajos" la piel, poco a poco, va chupando muerte. si los pampinos hablan, parcamente, es porque la sombra funeral cercena las palabras en su corazón. Y, súbitamente, llega la muerte con naturalidad" (1944, p. 163). Debido a las condiciones explotadoras del trabajo, no importa tanto que las expectativas de vida sean bajas, sino el envejecimiento precoz y la vida funeraria. La vida del pampino es agonía, lo que a su vez conlleva al envejecimiento social, ¿quién quiere un viejo en el trabajo? Por ello Sabella expone el carácter taciturno y hosco de los trabajadores, y la vida se vive como un funeral constante: la muerte es ubicua. Además, para Sabella:

La muerte sonreía en los 'corvos'; ondeaba desnuda en las mechas de dinamita; graznaba en la soledad de las huellas; era el borde mordiente de las piedras: ¿cómo asombrarse, entonces, al recibirla plena; al sentirla, buscando su acomodo en las vísceras ya familiarizadas con su presencia (1944, p. 163).

Así la muerte era un fenómeno prolífero, que no solo se encontraba en el trabajo, las comidas, allá fuera en el desierto, también estaba en los lugares de alegría, como las tabernas. En medio de la borrachera había que defender la dignidad masculina en una pelea a cuchillo. En contraposición, Teitelboim destaca que "la ciudad no quería mirar hacia la pampa. Deseaba olvidar. que ojalá la hicieran olvidar el mar, por donde vino la muerte, y la pampa, por donde se fue la muerte" (1952, p. 334). El autor presenta la lucha entre ciudad y pampa. Las oficinas salitreras eran verdaderas galeras romanas, pero en la ciudad preferían no mirar, no tener conciencia de aquello: de la muerte recurrente en los obreros y de la matanza en la ciudad. Ante la indiferencia de la muerte, la memoria de la escritura se constituye en la esperanza de los pampinos, quienes se dedican a escribir poemas y panfletos para describir su mortífero trabajo. Como no hay posibilidad por parte de los cenotafios ni de la necrología, debido a la indiferencia frente a los cementerios y sepulcros, entonces será la tiza y el lápiz lo que conmemore la vida que vivieron los obreros y cómo dejaron de vivir.

Sabella se preocupa no solo por destacar el asedio de la muerte a los trabajadores sino también por mostrar cómo son tratados sus cadáveres: "en los cementerios de la pampa, los muertos enteros, como vestidos para una tertulia feroz, comprenden qué doloroso es no descansar. En el desierto no cabe el olvido." (Sabella, 1944, p. 163). Si los obreros no valían en vida mucho menos lo harían en su muerte. Aunque eran sepultados, al no cuidar de su sepultura, porque muchos de ellos no tenían familia en la pampa, pronto sus sepulturas eran descuidadas y los cadáveres se descubrían y perdían toda la sacralidad que se le asigna a los cadáveres humanos y se transformaban en seres profanos. Al no velar nadie por sus huesos, el viento los destapaba y el sol los blanqueaba. Por lo tanto, Sabella destaca que el pampino ni siquiera en su muerte descansaba. Teitelboim se pregunta por la memoria de la matanza de Santa María:

[...] quería ver la escuela. Sintió que ellos tal vez retornaban, resucitaban en sus hijos. La simiente en el desierto... Germinaba... Las semillas... que aprendían a leer entre los muertos... la escuela estaría día y noche transida de sangre hasta la hora en que desapareciera, no tanto ella, sino la que derramaron en aquel lejano sábado. Pero para ello la escuela no es el gran sepulcro sangriento. (Teltelboim, 1952, pp. 361-363).

El anhelo de los escritores es novelar para mantener la memoria de la muerte y de las matanzas. Que la memoria de las fábricas no sea excluida de las escuelas, sino que convivan en la reflexión pala y lápiz, salitre y tiza, pizarrón y cachucho para que nunca más los obreros sean explotados ni asesinados. Pero tanto las escuelas como los textos escolares han exiliado a los obreros y la muerte de sus textos. He allí la promesa herética, mientras la pampa fue una ilusión de vida para los trabajadores, la ciudad se constituyó en la fosa de los sueños de humanidad. Así como "casi no había maestros en las oficinas salitreras" (Orostegui, 1934: 19), de igual forma la escuela fue violada y usada para fines perversos, mientras en la ciudad unos pocos, con dinero y sables gobernaban. Sabella llega a una feroz conclusión al decir que:

La pampa fue una fábrica de fortunas y de muertes. La pampa, ¿es un veneno sin "contra"? Lentamente, cae, gota a gota, en sus criaturas indefensas... Es un veneno que desfigura el semblante y que eriza el alma de colmillos. De este modo, se explican las mayores crueldades. De ahí surgió el viejo pampino, el que se crio en medio de la boca de la muerte (Sabella, 1944, p. 164).

El autor es pesimista al respecto, no habla ni piensa que las escuelas o la ciudad vayan a reflexionar sobre la muerte de los obreros, en cambio, fue y seguirá siendo un extremo de fortunas y muertes, patrones y obreros. Por esos días la pampa seguía siendo un veneno que mataba a los obreros sin ungüento que diera vida. Aun así en medio de esa muerte y matanza se labra el carácter del pampino.

Las ciudades y el aroma de la muerte

Esta lucha entre pampa y ciudad que presentan Sabella y Teitelboim era también una lucha entre el campo y la ciudad, lo tradicional y lo moderno, lo artesanal y la modernización, lo regional y lo metropolitano; donde lo tradicional no era lo mejor, pero al menos había alimento y los hombres y mujeres no eran seres desarraigados ni desterrados. En cambio, la modernización se levantaba con la muerte humillando a los obreros, succionando su salud y su juventud para luego expulsarlos como la araña expele a sus víctimas fuera de sus telarañas. En la ciudad vive la oligarquía disfrutando del bienestar extraído de la pampa y de los pampinos, mientras estos últimos viven en la miseria. Por ello, pese a la muerte rodante y frecuente de la pampa, nada se compara a las matanzas de las ciudades y, lo peor, a la indiferencia y el desprecio hacia los obreros. Esto permite entender por qué aun frente a las condiciones mortíferas del trabajo, los obreros preferían estar en la pampa antes que en la ciudad.

Sabella dice que "la crisis los lanzó pampa abajo y llegaron al puerto, como rebaños peligrosos. Las carabinas hablaban. imperaban el hambre y la muerte [...] donde la sangre pintó las piedras, por semanas" (Sabella, 1944, p. 114). Aquí, el autor habla que tras la Matanza de Santa María en 1907 no mejoraron las condiciones de trabajo y vida de los obreros. A pesar de la llegada del Presidente Alessandri (1920-1925), quien fundamentó su campaña en la mejora laboral de los obreros, estos fueron traicionados con dos matanzas más: San Gregorio (1921) y La Coruña (1925). Por lo tanto, la reacción de las autoridades políticas frente a la acción de los obreros (que consistían en demandas de mejores condiciones laborales) terminaban en matanzas. Es decir, se pasaba de las muertes cotidianas a estas últimas. En el mismo plano se dice, "[...] la gente adinerada palpitaba temerosa. Hablaba por las calles como si viniera la peste. Contaban las horas que tardaría el asesino en aparecer. Millares, decenas de millares de asesinos" (Teitelboim 1952, pp. 184-185).

Aquí se compara a los obreros con la peste bubónica, que en ese entonces en Iquique era conocida y muy temida. Ante las preguntas de ¿por qué las autoridades reaccionaron tan violentamente frente a los obreros?, ¿por qué hubo tantas matanzas? O ¿por qué no hubo pesadumbre por tantas muertes? Los autores responden: porque ellos habían concebido a los obreros bajo metáforas fáunicas y pestilenciales. Por este motivo, la solución era la matanza y no hay duelo por las matanzas de animales. Sabella escribe:

En San Gregorio... Las estrellas se reflejan en los charcos de sangre. A culatazos ayudaban a la muerte. Se encerró a los hombres en una bodega. la muerte brotaba de la punta de un zapato de soldado... amarrados con alambres fueron traídos los obreros a Antofagasta. La ciudad presentaba una faz lúgubre. Muchos obreros morían despreciados (1944, p. 121).

El autor se preocupa de describir la matanza de San Gregorio, en donde la naturaleza es una testigo incólume frente a la injusticia: el obrero está solo. Con golpes de culata y patadas, encerrado en bodegas o amarrados con alambres: de una u otra forma había que matarlos. Y este panorama se veía empeorado con la indiferencia de la gente de la ciudad, lo que intensifica el desamparo de los pampinos.

Esta indiferencia frente a las condiciones de vida de los obreros que los empujaban constantemente a la muerte, tanto a ellos como a su familia, era una verdadera apatía. Un estado de letargo por parte de los patrones, políticos y policías, a quienes nada les hacía conmoverse. Ni siquiera podía decirse que eran considerados animales de trabajo, porque éstos son bien cuidados y alimentados para que produzcan; sin embargo, los obreros eran concebidos como seres para la muerte. Toda acción de los obreros para llamar la atención era en vano. Nada los conmovía. Era un estado de indiferencia total. De esta manera, el olor y aroma de la muerte se sentía a grandes distancias.

[...] toda la plaza estaba inundada de sangre y la muerte vivía particularmente en la escuela. El ruido de la muerte completa y de la muerte a medias llenó el espacio. Los muros de la escuela estaban acribillados. Trató de moverse. Se dio cuenta que estaba aprisionado por los cuerpos, se le caía encima la montaña de la muerte (Teitelboim, 1952, p. 299).

En este momento se presenta la expresión inundación de sangre, según la cual los muertos debían navegar por el río de su propia sangre. La muerte vivía en la escuela, pero en este caso para matar a los obreros, quienes en ese entonces prácticamente no conocían la escuela, porque en su gran mayoría eran analfabetos. Esta vez, paradójicamente, los obligaron a ingresar a la escuela, pero para ser exterminados. También se presenta la metáfora orográfica para describir la magnitud de cadáveres. Así, los pampinos eran hijos de la pampa, pero huérfanos en la ciudad. Tanto en Sabella como en Teitelboim los obreros habían sido imaginados, por los patrones y políticos, como enemigos de guerra y del orden, y por ello los soldados y la policía los mataban como animales acorralados: sea en las bodegas o en la escuela. Todo esto sucedía frente a la indiferencia de la ciudad.

Ambos autores utilizan metáforas de efluvios para representarse la magnitud de la muerte. Sabella utiliza la metáfora líquida para referirse a la sangre y Teitelboim la metáfora gaseosa para aludir a la muerte. La idea está centrada en la rapidez para olvidar aquellas matanzas. Sabella describe otra matanza conocida como la Coruña, en donde se

[...] fingía una enorme casa de perlas negras. Y en su derredor, el lápiz de la muerte dibujaba las circulares de la venganza: en la Oficina 'Marousia' morían los obreros, protegiendo las puertas del local de la Federación Obrera de Chile; la muerte vaciaba miles de litros de sangre humana (Sabella 1944, p. 130).

Se destacan dos matanzas, la de La Coruña y la Marousia. Si entendemos que lápiz tiene como etimología la palabra piedra en latín, los obreros fueron lapidados con el fuego del plomo. Aquí la muerte succiona la sangre y el sudor de los obreros para derramarla como libación a la ciudad. Teitelboim exclama: "¡Oh, en la muerte misma había una batalla! ¿Pero, por ventura, la batalla aún no había concluido? Le pareció que los gases de la muerte comenzaban a levantarse. Tendría que darse prisa" (1952, p. 300). ¿Cuál era esta batalla? Era la batalla entre la muerte en la pampa y la muerte en la ciudad. La primera era selectiva mientras que la segunda era masiva. La primera, llevaba fundamentalmente a los hombres, mientras que la muerte en la ciudad llevaba a hombres, mujeres y niños. Se recurre a la metáfora del gas para referir a la disolución de la muerte, no contiene forma y una vez diluido es muy difícil contenerlo. Esto fue lo que ocurrió con la matanza de los obreros: algo que se diluyó, y solo quedó como memoria regional y de especialista, pero no formó parte de la memoria nacional. La indiferencia patronal y política frente a los obreros continuó. Existe también una preocupación por describir la matanza de Santa María al decir:

Era por 'el 7', cuando los pampinos bajaron a Iquique y llenaron las calles, pidiendo justicia... El hambre les pisaba los talones. Era inmenso el coraje de estos gallos... ¡Hasta las mujeres pelearon! [...] los balearon como a perros, encerrados en una escuela. muertos sin piedad (Sabella, 1944, p. 205).

Los pampinos bajaron a la ciudad; arriba los mataba el patrón y abajo el Estado. En la pampa los mataba el hambre, en la ciudad la metralla. Pidieron pan y les dieron plomo. Pero Sabella compensa la derrota de los obreros con la metáfora gallinácea: el "gallo" muere peleando. Además, resalta el valor de las mujeres, quienes también pelearon como verdaderos soldados del hambre. De igual modo destaca la metáfora canina para resaltar el desprecio de las autoridades hacia los obreros: vivieron como gallos y fueron masacrados como perros. En consecuencia, para las autoridades de la ciudad, la matanza fue considerada como un simple castigo, así como en la pampa, al obrero rebelde se le metía en el cepo. Entonces la muerte en la ciudad fue otro cepo más, solo que esta vez fue la fosa común. Se complementa diciendo que:

[...] el olor de la gran muerte se desparramó por la ciudad. Al otro día en Iquique había innumerables personas atacadas de náuseas. Elías sintió que los cadáveres descompuestos dominaban el aire. Se olía la muerte por todas partes... era su obligación recorrer todos los lugares de la muerte, hasta encontrar su muerte... (Teitelboim,1952, pp. 321-322).

La gran muerte como sinónimo de la matanza de la Santa María. La náusea por el asesinato de los obreros mientras que sus vidas generaban repugnancia. Por lo tanto, ya sean vivos o muertos debían ser exiliados de la ciudad: los vivos desterrados a las arenas de la pampa y los muertos arrojados a las cárcavas. Los vivos transportados como tropeles en trenes y los muertos en carretas a las fosas comunes: al parecer algo común en Chile en algunos momentos del siglo XX. Fue una decisión infausta, pero efectiva, ¿por qué? Porque tanto vivos como muertos fueron ignorados por los anales de la historia. Sin embargo, lo peor ha sido la mala memoria de las autoridades políticas, al repetir las masacres en septiembre de 1948 y septiembre de 1973, una primavera mortuoria para miles de chilenos. Los autores recurren a la metáfora aromática para resaltar la muerte como un holocausto a las divinidades en las que participan vencedores y perdedores. Para los vencedores el olor de la muerte es un olor a vida y para los perdedores la muerte es un olor a exterminio.

Ser(es) para la muerte

El pampino es un protagonista de la ilusión desértica, un ser traicionado por su esperanza, una víctima sacrificial e inocente, como el cordero pascual del judaísmo o el Cristo del cristianismo. Es un ser bueno y trabajador, pero traicionado: en un comienzo, por el enganchador; luego, por su hermano de clase: el capataz; oprimido por el patrón, un ser maligno y demoníaco y, por último, masacrado por el Estado. Para aumentar los males y la indefensión de los pampinos, estaban sin Dios y Estado, sin iglesias ni escuelas. Pero tal abandono les sirvió para construir sus propios recursos simbólicos y sociales. La pampa fue su madre educadora que los preparó para enfrentar la ciudad asesina y posteriormente la crisis salitrera. Aunque esta se constituyó en hambre y miseria para los pampinos, ellos habían estado en la escuela de la pampa, donde aprendieron a convivir con el hambre, la miseria y la muerte, y también a escribir. Ayudaron así a transformar a Iquique en la ciudad de campeones2 y a Antofagasta en la Perla del Norte, no solo por su belleza natural, sino por volverla cuna de poesías y literatura. Si bien no vivieron de la escritura, ellos viven hoy por sus escritos.

El pampino y la indiferencia frente a la muerte

Para Sabella y Teitelboim el pampino es un héroe, un mesías: es un ser para la muerte. Trágico, dramático e infausto, a veces víctima de la naturaleza, pero mayormente del patrón y de la indiferencia del Estado. No obstante, será una muerte generadora de conciencia política. Ambos autores reconstruyen una memoria heroica, aunque trágica, del pampino y significan su relación con la pampa. Pese a la adversidad de la naturaleza, esta no es la enemiga del pampino, más bien es aquella que sacaba la mejor canción con su exigencia y su disciplina frente al dolor. Los dos escritores resignifican el dolor y la tragedia de los pampinos para transformarlos en heroísmo mesiánico, dotándolos de la gran virtud en su ser pampino: la libertad. Sabella glorifica al pampino que él denomina roto:

[...] el roto es más que una canción... tiene que vencer una naturaleza agria. ambiente agresivo en donde palpita, además, el cálculo burgués... La Mancomunal se levantaba para ofrecer defensa a los explotados...Madre que no se limita... quiso derramar su solidaridad a manos llenas. pretendía suavizar el horror, que golpeaba a los hogares de esta zona (1944, pp. 61-62).

Resalta al pampino como un luchador frente a una naturaleza indomable, lucha que el pampino enfrenta con pasión, ímpetu y esperanza. Entre el pampino y la pampa hay una relación idílica. Por lo tanto, aunque la pampa sea indómita y mortífera, esconde riquezas y no se fija si es pobre o rico; solo importa ser perseverante y luchador. Sin embargo, lo peor que existe en la pampa es el cálculo burgués, pues este mata, pero aparecen las manos maternas de la Mancomunal para proteger y defender al pampino del patrón. Teitelboim recurre a la metáfora fáunica al decir que:

Está en la naturaleza del hombre pobre ser un animal de trabajo toda la vida. ¿Pero ser minero de frente no es mejor que dar vueltas y vueltas a la noria, al malacate, a ser la tercera bestia alrededor del oscuro brocal del pozo? La vida, dando vueltas al cabrestante, se le había convertido en una estúpida tragedia, donde la hermosura no tiene cabida. (Teitelboim, 1952, p. 57).

A la pampa se le ha negado la hermosura natural y social. En lo social, porque la vida del pobre es horrenda en todas sus dimensiones. El pampino ha sido condenado a ser un animal de trabajo, alguien que no avanza, ni crece ni cambia, sino que está condenado a sufrir un eterno retorno de la miseria. Los mineros tenían algo en común: su pobreza.

Sabella resalta que "esos pampinos... sacrificaron un dedo... provocando el chorro de sangre y, callando, como si tuvieran cosidos los labios. Con sangre fría, colocaban el dedo que pretendían triturar para el festín" (1944, p. 194). Pocas veces, el autor muestra que los obreros jueguen o rían; no es que no lo hicieran, sino que este no lo enfatiza. Al destacar las actividades lúdicas lo hace más bien para resaltar un juego macabro entre el dolor, la muerte y lo trágico. Mas lo hace para resaltar aquello que algunos estudiosos han destacado como el ser pampino3: el silencio frente al dolor, la indiferencia hacia la muerte y el valor frente a la vida. Teitelboim describe un dilema trágico de la identidad del pampino: "Yo era peón y ahora soy cargador, era huaso y ahora soy pampino, y a veces me pregunto: ¡Oye, Custodio, ¿qué es mejor y qué es peor?!, Pampino o inquilino ¿Qué pasa con esta vida? que no sirve ni para remedio" (1952, p. 105). Teitelboim complementa que el ser pampino no corresponde solo a los nacidos en la pampa, sino también a identidades del Chile Central como el inquilino, habituado a una sociedad jerárquica donde la condición social era fatal, estaba marcada por el destino. Aunque la naturaleza no era tan adversa para el inquilino, las condiciones laborales sí eran fatales: no había posibilidad de independencia. Cuando menos, en la pampa se hacía parte del proletariado, aunque esta libertad hubiera que pagarla con la vida e implicara estar cada día expuesto a la muerte. El patrón habla en el texto:

[...] un pueblo así... oculta algo singular. Se producía una fusión desconcertante: carne y caliche, un hombre ya no era sino un poder más del fertilizante. ¿Dónde rodaron la sangre, los ojos, el corazón, las piernas? Nada golpeaba aquel roto. Para su fuero interno no vibraba sino una carcajada. ¿Un viaje al extranjero, como un ingrediente más de noble nitrato? (Sabella 1944, p. 193).

Sabella, enfatiza el arrojo y valentía del pampino con el fin de resaltar su tragedia: la aleación entre carne y caliche, en la que el obrero salitrero no era más que una metáfora minerológica, donde sangre y nitrato se unen para hacer una nada del pampino. Para él, su sangre y muerte, su hambre y sed fueron el paroxismo que generó vida y alimento en otros países. Sabella presenta esta indiferencia ante la tragedia como la grandeza del ser pampino: una indiferencia heroica. Pero también, está la indiferencia del Estado y la oligarquía chilena que mantuvieron al pampino, en la primera mitad del siglo XX, en las fronteras mortuorias: una indiferencia despreciable, mientras que a los ojos de Teitelboim "los poderosos de la ciudad se miraron abrumados las caras... [dijeron]sobre Iquique. el "Santuario del Salitre" [...]se están dejando caer los hunos, esa horda de bárbaros traspasando las puertas sagradas de Roma, cuna de la civilización occidental" (1952, p. 191). En Sabella al menos se muestra que los extranjeros mostraban admiración por la indiferencia del pampino frente a la muerte, el dolor y la miseria. En cambio, Teitelboim muestra que las autoridades políticas, económicas y militares solo exhalaban desdén contra el obrero, y se los representaban como bárbaros, no por la onomatopeya de su habla, sino por su condición social, asociada con la crueldad, el saqueo, la violación y otras vinculaciones afines.

Mr. Bark recordaba cuán poca cosa es el hombre en estos recintos de amargura... Son hombres de piedras- definió el extranjero-. Ni Mr Bark, ni yo, atinábamos a descifrar qué enigma sangraba dentro de los pampinos, haciendo que la muerte fuera para ellos una sencilla caída en un hoyo más hondo que los 'rajos. (Sabella 1944, p. 194).

Cuando Sabella habla de Mr. Bark no lo hace para resaltar la compasión de este patrón, lo hace para destacar la fortaleza del pampino con otros recursos poéticos como: recintos de amargura, hombre de piedras, enigmas sangrantes, la muerte como simple caída. En el pampino el dolor no quedaba solo como rito de iniciación, sino que era parte del ser pampino. En cambio, en Teitelboim no existe ninguna clemencia de las autoridades: "Intendente, ¿Trajo la camisa de fuerza para estos locos?... Iquique sufre una grave enfermedad. Está convertida en un establo. ¡Esta es una locura, locura completa! ¡Iquique es una casa de orate, intendente! ¡Un manicomio!" (1952, p. 237). Las expresiones de los políticos presentadas por Teitelboim son figuras poéticas, metáforas fáunicas o pestilenciales: para la burguesía, los pampinos son locos, enfermos y animales. Por lo tanto, el diagnóstico justifica el antídoto: matar, encerrar y expulsar. Eran considerados animales por trabajar bajo horrendas condiciones laborales, como si fuera una elección de los obreros. Por ello, para ambos autores, en la ciudad la oligarquía consideraba a los pampinos desde un imaginario de frenopatías y zoantropías. El pampino es destacado desde los ojos y bocas de sus propios explotadores como seres impertérritos, fieros, temerarios y bestiales. Sabella insiste diciendo:

Los chilenos desprecian a la muerte, porque les sobra vida... el roto en la pampa no se arredra ante nada, es parte de un pueblo brotado de conquistador y de combatiente; el español... y el araucano... en los velorios donde ríe y bebe, perfumando de vida a la muerte; llega al cementerio con el aliento agrio a vino... Un roto adelanta su corvo contra el Más Allá. (1944, p. 195).

Él recurre a la sustancialización étnica para resaltar la identidad del pampino. Esta sería una identidad híbrida entre conquistador y combatiente, español y araucano. Estos son aquellos que se ríen de la muerte, aquellos que consideran un velorio como una farra para beber y reír e ir al otro día al funeral trasnochado, esperando que termine el funeral para matar las penas con más alcohol. En la época que escriben los autores, el alcohol era considerado la peste de los trabajadores, sin embargo, Sabella concibe el alcohol como el líquido de la osadía, que permitía al obrero enfrentar la muerte cara a cara.

Pampinas y muerte

Tanto Sabella como Teitelboim incluyen a las mujeres y niños en el sujeto pampino. La explotación no es solo al proletariado, es a toda su familia. Entonces resulta que la explotación es más profunda, porque también afecta a mujeres y niños, pero en estos últimos permanecen invisibles. Algunas autoras reclaman que, pese a la fuerte presencia de la mujer en la pampa, casi la mitad de las trabajadoras eran mujeres, ella fue invisibilizada en las investigaciones históricas (Castro, 1988; Carrasco, 2014). Esta ocultación no se da en la novela pampina, aunque está presente un carácter dicotómico. En primer lugar, está la mujer pampina, presente como sujeto de carne y hueso. En segundo lugar, está lo femenino burgués-oligárquico, representado en la pampa y/o en la ciudad como símbolos maternos. Estas dos madres no defienden ni protegen a sus hijos, los custodian y vigilan a muerte sus riquezas: la pampa vigila el salitre, y la ciudad, el orden. Los guardianes son los ángeles de la muerte: el capataz en la pampa y el policía en la ciudad. No obstante, la mujer de carne y hueso de estas novelas fue convertida en luchadora social y política, en donde "la erótica, el sexo y el amor fueron transformados en reivindicaciones políticas" (Deves 1990, p. 43).

La miseria era demasiado espesa; a pesar del trabajo exigente, que no perdonaba manos ociosas, Herminia sufría; su marido daba, silenciosamente, su espalda en las calicheras... los niños pronto se colgarían a la explotación, como a una ardiente pared irremediable... no madurarían junto al fogón humoso y familiar, sino lejos del hogar, en la dura dimensión de la pampa. (Sabella, 1944, p. 91).

Para Sabella, la miseria espesa tiene que ver con lo compacto y lo cerrado: algo que no deja avanzar a pesar de trabajar hasta la extenuación. Es lo terrible del pobre, siempre se le ha acusado de ser flojo. No obstante, en este contexto no importa cuánto trabaje: siempre será pobre. La mujer sufría por no poder alimentar bien a su marido para ir al trabajo y sufría porque pronto sus hijos se unirían a la explotación. En Sabella y Teitelboim pareciera ser que la mujer es madre, hija, esposa, luchadora social y política, no hay espacio para el placer. Teitelboim (1952) destaca el carácter político de la mujer cuando dice:

Carmela Vergara, la huelga [la] había transfigurado espontáneamente en incansable agitadora... Se sentía un poco heroína. Andaba para arriba y para abajo con el niño de la mano. Descubrió que la vida de la mujer en la pampa es la vida de un cementerio. Reducía la mujer al vacío y a la soledad. (p. 224).

Por ello, la protesta y la marcha a la ciudad en 1907 fueron acontecimientos familiares, porque todos estaban expuestos a la muerte en la pampa. La presencia de la mujer en esta protesta no es accidental porque ella "se dio tiempo para crear organizaciones de apoyo mutuo como sociedades de señoras o el Memch" (González, 1990, p. 5). Pero Teitelboim es mordaz al representar la vida de la mujer en la pampa con la metáfora del cementerio. Alude a la soledad, el abandono, en su interior crecían los huesos de los próximos cadáveres para el trabajo. En relación con el hambre, se describe que:

[...] en los 'albergues' de Antofagasta; allí, el hambre y la desolación bramaron más fuerte que el mar. En casuchitas inmundas, se esperaba cualquier cosa... Algunos pampinos se mataron. Las mujeres salían con sus crías a la rastra, en demanda de limosna. Los albergues fueron la más dura humillación para los pampinos. (Sabella, 1944, p. 113).

El obrero pampino era pobre. Evidentemente, el autor vincula al pampino doblemente a una clase social: era obrero y pobre. Cuando los obreros se encontraban desempleados quedaban en el abandono total. Su condición era de hambre, desolación, inmundicia, mendicidad y, por lo tanto, humillación. Ante tal espectáculo algunos pampinos recurrían al suicidio.

A pesar de que "las mujeres se desempeñaron en las oficinas salitreras de libretistas, ayudantes en las pulperías, dando pensión o de lavanderas" (Castro, 1988, p. 34). Como libretistas y ayudantes de pulpería trabajaban para los patrones y dando pensión y lavanderas era para los obreros. Ellas fueron compañeras de resistencia a los obreros para complementar los sueldos, pero aun así el hambre, la miseria y la muerte estaban presentes en los hogares4. Sin embargo, también fueron compañeras de luchas. Teitelboim narra:

La mujer lloraba, a su lado, por un hombre que yacía sin escucharlo. Lo apretó, arrodillada contra su pecho. La vida tenía precio ridículamente bajo. Otra mujer murió aferrando al pecho como una criatura, su cartera... El sol no tenía luz mortuoria. Era lo que quedaba de la vida. Pero el sol no estaba muerto en medio de la muerte general. (1952, p. 301).

El autor presenta el sufrimiento de las mujeres ante el asesinato de sus maridos. Pero también la impasibilidad de la naturaleza frente a la muerte de los obreros. Sabella insiste en resaltar el sufrimiento de las mujeres al destacar los accidentes en los trenes, como otra forma violenta de morir:

[...] los molidos por el tren... la sangre enlazada a la muerte... Las mujeres buscan a sus hombres y, al encontrarse, se abrazan... Las mujeres que tienen a sus esposos bajo el tren tiran sus cuerpos inútilmente. Cruje la muerte... Un instante basta para que estas mujeres odien, hasta la eternidad, aquel panorama sórdido (Sabella, 1944, pp. 152-153).

Las mujeres no solo tienen que sufrir la muerte de sus maridos, sino que, al quedar viudas, estaban condenadas a hacer trabajos muy mal pagados, pues de otra manera serían expulsadas de las oficinas salitreras. Debido a que en las oficinas salitreras solo debían vivir los que trabajaban ahí. Por su lado, Teitelboim alude a una muerte sistemática de los niños. No porque ellos fueron el objeto de muerte, sino por la indiferencia ante la matanza. No importa a quién se mata, todos deben morir, ya que todos son peligrosos: "Por qué mataron a mi niña...? ¿Qué les hizo la pobre...? -preguntó una mujer -. Vámonos lejos, donde nunca se sepa nada de Chile. ¡Nunca...! ¡No queremos ser más...! ¡El pago de Chile...!" (Teitelboim, 1952, p. 319). El panorama desolador de la mujer ante la masacre es enfatizado por el autor; ante la inutilidad de la lucha de los pampinos, el autoexilio es la única posibilidad de los oprimidos y derrotados por el capital. La expresión "el pago de Chile" alude a la idea del desconocimiento consciente del esfuerzo que los obreros hicieron con su trabajo al país, aunque era un movimiento por la jornada reducida, que, en Chile, finalmente daría a luz la ley de las 8 horas de trabajo en 1925. Lucha que, como en muchos países, los obreros ganaron a precio de sangre y en Chile con su muerte:

Yo recuerdo a una mujer, con la hija muerta entre los brazos, que gritaba: "déjenme morir". - allí mucha gente conoció cuán profunda es la fraternidad de los que van a morir: pero es preferible la fraternidad para vivir... Y si se trata de morir en la última pelea debe ser más hermoso. (Teitelboim, 1952, p. 359).

Muerte y utopía

Pese a que los aspectos mágicos y religiosos o la esperanza ultraterrena estaban ausentes en estos novelistas, "encontramos una cultura de la esperanza, de la solidaridad, el sacrificio y sociabilidad y del dar la vida por la causa" (Devesa, 1990, p. 43). Ambos autores destacaron a hombres y mujeres desde los que, a pesar de las peores adversidades, la vida fluye, "un heroísmo silencioso y obscuro, en donde los hombres del desierto lucharon contra todos los elementos en su contra" (Vidal, 1933, p. 7). Pese a la ausencia mística de la vida pampina "surge el animismo como necesaria religión popular, hoy la pampa se encuentra cubierta de pequeñas capillas de animitas en toda su extensión" (Durán, 1990, p. 27). Lo que Sabella y Teitelboim expresaban como tragedia, hoy se ha convertido en memoria de un pasado trágico, pero de esperanza frente a un presente avasallador laboralmente porque hoy ya no están presentes la explotación ni la opresión, pero sí la precariedad y la incertidumbre laboral. Quizás en Sabella y Teitelboim no encontremos atisbos ultraterrenos, pero la simbología judeocristiana se encuentra muy presente, principalmente en la evidencia del antagonismo cosmológico: infernal-terrenal, demoniaco-angélico, opresor-mesías, presente caótico y futuro milenial. Sabella pone su esperanza en la memoria que harán las nuevas generaciones sobre la matanza de los obreros:

[...] los obreros no lloraron a los muertos: en sus pechos flameó un juramento de auroras. ¡Un día, dormirán, en el corazón de los niños felices, todas las víctimas de la lucha social! ¡Un día, los muertos del pan sonreirán con las cabezas llenas de flores rojas! ¡Un día, cada muerto de nuestro San Gregorio cantará junto a los hombres que devolverán a la vida su dignidad y luminosa! (1944, p. 122).

El silencio se justifica en la esperanza de la memoria de las nuevas generaciones. La muerte se transforma, según Sabella, en acontecimiento que sobrevive al tiempo, en promesa de memoria histórica y emocional, pues vive en los corazones. Los muertos serán trasladados de las fosas a los pechos de las nuevas generaciones para que la muerte no sea banal. Así los muertos del pan se transformarán en muertos por la libertad:

[...] un día Chile- al igual que todo el mundo- no será para sus hijos la metralla en lugar de pan, sino una república de trabajadores en que los obreros gobiernen. Sólo entonces no habrá masacres. Sólo entonces la matanza de Iquique, todas las matanzas que hubo y habrá bajo este régimen, será verdaderamente vengada. (Teitelboim, 1952, p. 358).

Esta conciencia de respeto frente al obrero no se dio solo en nuestro país, sino también en el mundo. Chile dejará de ser una metralla para Teitelboim o una espada para Sabella en lugar de pan. Tal como lo dijera este último: "Si Chile es una espada, hacia el norte es una empuñadura brava" (Sabella, 1944, p. 61). Chile será un país donde los obreros y sus hijos gobernarán. Será el fin de las masacres y las venganzas. Y esto llegará a través de la memoria: un conmemorar siempre para no olvidar y no volver a repetir las historias de matanzas y masacres. Teitelboim termina diciendo:

A pesar de las masacres, los pueblos continúan. Piensa en los muertos: pero no te dejes dominar por ellos. Es bello vivir en el mundo que se nace, pero hay que ayudarlo a nacer... Entonces cada uno dejará de ser una cosa sin historia para transformarse en un hombre entre los hombres. Y ese mundo cada uno tiene que ganarlo con su trabajo. (1952, p. 359)

Esta es la esperanza del cambio en donde nada es para siempre, inclusive la muerte, el dolor y la tragedia parecen eternos cuando se viven, pero todo pasa. Lo importante es que la muerte no controle a la vida ni los muertos gobiernen a los vivos, luchar para que el roto pampino deje de ser una cosa sin historia, para que se derriben todas esas representaciones fáunicas, epidémicas y vesánicas. Solo el trabajo puede cambiar el mundo.

Pese a que los autores, cuando escribieron sus obras, concebían que Chile ya estaba harto de matanzas, muertes, hambre y miseria para los obreros y por lo tanto avizoraban un mañana gobernado por los trabajadores, donde el trabajo sería sinónimo de vida y dignidad, con dolor vieron y vivieron la dictadura militar en Chile (1973-1989); donde volvieron las matanzas, muerte, hambre y miseria para los trabajadores. Incluso Teitelboim vivió ese tiempo en el exilio y Sabella no alcanzó a ver el retorno de la democracia, ya que murió el 26 de agosto de 1989. Aunque sí, al menos la vislumbró, a causa de la victoria del NO en 1988.

Conclusiones

Sabella y Teitelboim resaltaron la pampa y la ciudad como los espacios del reinado de la muerte; en la pampa la miseria y el trabajo explotador hacían de ésta un espacio mortífero. Los autores hacen uso de distintas metáforas para referirse a las condiciones de vida de los obreros: "la vida, un camino de miseria" (Teitelboim) o "la vida es una agonía" (Sabella). No obstante, esas muertes eran para los patrones el precio para una vida lujosa. Por ello Sabella destaca que "la pampa fue una fábrica de fortunas y muerte". Para Teitelboim, la pampa fue mortífera y la ciudad fue asesina, esto se observa cuando dice: "la pampa fue asesinada en la ciudad". Esto sucedió porque en la ciudad vivían los patrones y los políticos quienes concebían y trataban a los pampinos como animales de trabajo. Esta concepción, según los autores, era reforzada con distintas metáforas fáunicas y pestilenciales. De igual modo, los autores utilizan metáforas fáunicas, pero para destacar el valor y la ecuanimidad de la lucha de los pampinos.

Están los pampinos (hombres y mujeres) que en la pampa se constituyeron en seres para la muerte. Por un lado, está la concepción fatalista de la vida, "que no sirve ni para remedio" y, por otro lado, está la resistencia frente a la vida: "son hombres de piedra". Por un lado, la "vida era una estúpida tragedia" y por otro "los chilenos despreciaban a la muerte porque les sobraba vida". Sin embargo, cuando se trata de la mujer pampina, ya no hay paradoja, sino drama y tragedia, porque ella tenía hijos y los criaba "para colgarlos a la explotación". Pese a que la explotación de la mujer era menos visible, cuando ella o su marido quedaban desempleados, la miseria se volvía una muerte lenta. Sobre todo, en una ciudad donde el desempleo empujaba a las mujeres a la mendicidad y sus hijos a la desnutrición. De igual modo, en las distintas matanzas, el dolor de las mujeres se incrementaba al ver morir a sus hijos entre sus brazos.

No obstante, a pesar del enfoque dramático y trágico de la vida del pampino los autores conciben la muerte del obrero como una expiación de la lucha social, donde "la metralla será cambiada por el pan" y la "república será gobernada por los trabajadores". Es decir, se aprecia una clara influencia marxista en los autores, al concebir que los trabajadores no solo luchan por el pan, sino también por el gobierno del Estado; quienes hoy son esclavos mañana gobernarán, es la esperanza de la compensación. También es apreciada la bondad natural de los explotados y oprimidos, debido a que, cuando ellos gobiernen, reinarán la paz y el trabajo.

En consecuencia, la concepción de la muerte que presentan los autores no es contrasentido ni absurda: es una muerte con sentido. Pese a la opresión y la explotación, lo mortífero y las matanzas, la muerte traerá vida en abundancia. En el fondo, ambos libros son cantos a la esperanza de un futuro fértil gracias al valor, en la lucha de los trabajadores.

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1Figueroa, al referirse a la pampa dice que "fue una hembra tendida de espalda" (Figueroa, 1931, p. 8).

2Al respecto Chamaca dice: "el pampino adquirió fecundas costum bres foráneas. Lo primero fue su vestigio sobre el deporte que luego extendió hacia la profesionalización en distintas áreas" (Chamaca, 1987, p. 53).

3Al respecto se puede consultar a Sergio González (2008).

4González destaca que "la mujer se caracterizó por tener una vida muy apegada a su hogar y especialmente a la cocina, para com plementar los escasos ingresos familiares" (González, 1987, p. 5).

Para citar este artículo Mansilla, M. A., y Vélez-Caro, C. (2020). La muerte no-velada en Norte grande de Andrés Sabella e Hijo del Salitre de Volodia Teitelboim. Folios, 51, 33-47. doi: 10.17227/folios.51-10900

Recibido: 17 de Julio de 2018; Aprobado: 25 de Julio de 2019

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