Introducción
En las últimas décadas se ha observado un creciente interés de parte de las ciencias sociales por estudiar las motivaciones de los individuos para realizar acciones colectivas (van Zomeren, Postmes y Spears 2008; Becker y Tausch 2015; Agostini y van Zomeren 2021). Se puede entender acción colectiva como los esfuerzos concertados de un grupo de individuos que, unidos por un interés común o una identidad compartida, participan en actividades coordinadas con el propósito de alcanzar ciertos objetivos (Simon y Klandermans 2001; van Stekelenburg y Klandermans 2013; Klandermans 2014).
Una de las líneas de investigación sobre acción colectiva que ha cobrado fuerza en los últimos años ha sido la de comprender el papel que juegan las emociones en esta (Jasper 2012, 2018). En este trabajo, las emociones se conciben como un sistema evaluativo de situaciones sociales, paralelo, complementario y posiblemente más rápido que la cognición. Desde este punto de vista, los actores sociales no solo actúan desde la razón, sino también influidos por las emociones (Jasper 2012).
Existe evidencia sobre el papel de las llamadas emociones negativas (Chan 2017) como motivadoras de la participación de las personas en la acción colectiva, pero se ha estudiado menos respecto a cómo intervienen las emociones positivas (Wlodarczyk et al. 2017). Además, estos trabajos suelen estar centrados en el análisis de un reducido conjunto de emociones, principalmente la ira y el orgullo (van Zomeren, Postmes y Spears 2011, 2012; Tausch y Becker 2013), y poco se ha explorado la interacción entre ellas y su efecto conjunto sobre la participación en acciones colectivas. Para contribuir a llenar este vacío de conocimiento, el presente artículo busca estudiar el rol de un conjunto de emociones positivas -esperanza, alegría, orgullo y solidaridad- y negativas -rabia, desesperanza, indignación, desprecio, miedo, frustración y tristeza- en la participación en acciones colectivas en dos casos de estudio y su papel en la formación de una identidad social.
El estudio de la acción colectiva
Las ciencias sociales han desarrollado varios enfoques teóricos para abordar la acción colectiva. Algunos de los más destacados son la teoría de la movilización de recursos (McCarthy y Zald 1977; Tilly 1978), que se centra en el análisis de cómo el tiempo, el dinero, la organización y la movilización de personas influyen en la capacidad de los grupos para emprender acciones colectivas; la teoría de las oportunidades políticas (McAdam 1982; Tarrow 1994), que estudia cómo factores externos -contexto político, social y económico- influyen en la probabilidad de que ocurran acciones colectivas; la teoría de los nuevos movimientos sociales (Touraine 1987; Melucci 2010), que resalta el rol de la identidad y el impacto en los componentes culturales y subjetivos de la sociedad; lateoría de los marcos interpretativos culturales (Snow y Benford 1988), que busca comprender cómo los movimientos sociales utilizan marcos discursivos para construir narrativas persuasivas y movilizar a potenciales participantes hacia una causa común; y la teoría de la identidad social (Tajfel y Turner 1986; Simon y Klandermans 2001), que revisa cómo la identificación con determinados grupos de pertenencia influye en la participación en acciones colectivas.
Por su parte, la identidad social se ha definido como una parte del autoconcepto de un individuo, que se deriva de su conocimiento de pertenencia a un(os) grupo(s) social(es), junto con la valoración y significado emocional que se le atribuye (Tajfel 1979). La tradición de la identidad social (Tajfel y Turner 1979) postula que la conciencia de pertenencia a un grupo (o grupos) sociales puede influir en las percepciones, actitudes y en la(s) acción(es) colectiva(s) de las personas. De esta manera, la acción colectiva se ha entendido como un conjunto de individuos que se agrupa con la finalidad de alcanzar metas compartidas, ya que se considera que al unir esfuerzos se podrán conseguir los objetivos establecidos (Postmes y Brunsting 2002).
La relación entre la identidad social y la acción colectiva, en psicología social, se expresa en dos modelos que son complementarios: el modelo de identidad social de la acción colectiva (SIMCA) (van Zomeren, Postmes y Spears 2008) y el modelo encapsulado de la identidad social en la acción colectiva (EMSICA, por sus siglas en inglés) (Thomas, Mavor y McGarty 2012). En el primero, se propone que la identificación con el grupo (la identidad social) proporciona la base psicológica tanto para la experiencia de ira grupal -debido a la injusticia percibida-, como para las creencias de eficacia grupal que motivan la acción colectiva (Zúñiga, Asún y Louis 2023). En este modelo, la identidad social subyace a la emoción, es decir, cuando las personas se identifican con su grupo, es más probable que hagan comparaciones intergrupales y se dé paso a la percepción de injusticia que generaría ira (van Zomeren, Postmes y Spears 2008). En el caso del segundo modelo, Thomas, Mavor y McGarty (2012) sostienen que las emociones y la percepción de eficacia pueden dar lugar por sí mismas a una comprensión emergente compartida de “quiénes somos” como miembros del grupo, donde la pertenencia al grupo resultante (identidad social) se basa en una comprensión compartida de las reacciones emocionales sobre la desigualdad, y la creencia de que esta se puede superar a través de la acción colectiva.
En el modelo SIMCA, las emociones derivadas de la percepción de injusticia y la percepción de eficacia colectiva se derivan de una identidad social saliente, mientras que en el modelo EMSICA, las emociones derivadas de la percepción de injusticia y de eficacia colectiva proporcionan la base para el surgimiento de la identidad social y se plasman (encapsulan) en esta. Una forma de entender las diferencias entre ambos modelos es preguntarse si la pertenencia al grupo facilita la experiencia de injusticia y eficacia (SIMCA), o si en la pertenencia al grupo se derivan y reflejan esas experiencias de injusticia y eficacia, que nos entregan información sobre quiénes somos (EMSICA) (Thomas, Mavor y McGarty 2012).
El papel de las emociones en la acción colectiva
Aunque se han producido algunos avances en la integración de las emociones en los modelos para explicar la participación de las personas en la acción colectiva (van Zomeren, Postmes y Spears 2008; van Stekelenburg, Klandermans y van Dijk 2011), la forma en que se las ha incorporado aún no ha aprovechado toda su potencial capacidad explicativa. Se ha trabajado con un número reducido de emociones y en su mayoría negativas (Asún et al. 2022). Recién desde la década del 2000 se ha profundizado en el estudio de las emociones en la acción colectiva, en parte como expresión del agotamiento de los enfoques dominantes, así como por el auge del llamado “giro afectivo” en las ciencias sociales (Massal 2021).
Existen estudios que han abordado el efecto de las denominadas emociones negativas, tales como la ira en la acción colectiva (van Zomeren, Postmes y Spears 2012; Chan 2016; Ruiz, Villanueva y Escurra 2023), y son menos los estudios que incorporan emociones como la esperanza o el orgullo, consideradas positivas (Tausch y Becker 2013; Sabucedo y Vilas 2014; Wlodarczyk et al. 2017; Asún, Rdz-Navarro y Tintaya-Orihuela 2020; Asún et al. 2021). Es probable que esta menor atención a las emociones positivas se deba al potencial movilizador de la ira (van Zomeren, Postmes y Spears 2008; Rico, Guinjoan y Anduiza 2020), a que las emociones en la acción colectiva están muchas veces asociadas a procesos de polarización afectiva (Iyengar et al. 2019; Druckman et al. 2020) y a que se ha buscado explicar principalmente la participación en protestas aisladas o, en su inicio, prestando menos atención a las variables que permiten el sostenimiento en el tiempo de ciclos de protestas (Koopmans 1993; Asún et al. 2021). Como señalan Asún, Rdz-Navarro y Tintaya-Orihuela (2020), las emociones negativas suelen ser las más relevantes al inicio de una movilización, pero para que esta se sostenga en el tiempo, el rol de las emociones positivas pareciera ser fundamental (Zúñiga, Asún y Luois 2023).
Con relación a la ira, la evidencia indica que esta desempeña un papel significativo como impulsor de la acción colectiva. La ira propicia un estado motivacional que incita a las personas a elaborar inferencias acerca de las potenciales medidas que podrían adoptarse para abordar un problema (Spring, Cameron y Cikara 2018; van Zomeren, Inga y Cohen-Chen 2019; Brügger et al. 2020; Wallis y Loy 2021). No obstante, las emociones positivas -en particular la esperanza- ayudarían a encuadrar la acción colectiva como algo que puede lograrse (Rico, Alzate y Sabucedo 2017; Wlodarczyk et al. 2017). También, hay estudios que identifican otras emociones positivas, como el orgullo y el optimismo, que actúan como mediadoras en la intención de participar en algún tipo de acción colectiva y que incluso facilitan la influencia de la ira sobre el comportamiento de protesta (Sabucedo et al. 2017; van Zomeren 2021).
Hasta el momento, la investigación sobre emociones y acción colectiva ha tendido a evaluar el efecto de una sola emoción (por ejemplo, van Stekelenburg, Klandermans y van Dijk 2011; van Zomeren, Postmes y Spears 2012) o, a veces, dos o tres emociones (por ejemplo, Tausch y Becker 2013; Sabucedo y Vilas 2014), lo cual ha dificultado la posibilidad de medir sus efectos en conjunto (Massal 2021). Si bien se ha analizado el impacto directo de algunas emociones sobre otras o su rol mediador en la acción colectiva, no abundan las investigaciones que integren un conjunto de ellas (Asún et al. 2022; Hatibovic et al. 2023). Por consiguiente, resulta necesario el desarrollo de estudios que incorporen la evaluación del efecto conjunto de un mayor número de emociones sobre las formas de acción colectiva y su relación con la identidad.
La correlación entre las emociones y la identidad social puede observarse en la percepción que los individuos tienen de su identidad, ya que esta determina la prevalencia de emociones positivas y negativas (Chen, Ng y Wu 2022). De esta manera, una movilización eficaz incluye una visión negativa de la oposición y una visión positiva del propio grupo. En los movimientos sociales, las emociones pueden facilitar la cohesión, la identificación y la movilización del grupo (McDermott 2020; Louis et al. 2020; Pizarro et al. 2022), y los líderes pueden utilizar las emociones para fomentar una identidad compartida y motivar a los individuos a convertirse en activistas (Kalm y Meeuwisse 2020). Así, en los movimientos sociales, las emociones influyen en la cohesión, la identificación y la movilización del grupo.
Casos de estudio: la acción colectiva estudiantil en Chile y Perú
En años recientes, ha habido constantes movilizaciones sociales en todo el mundo, y Latinoamérica no ha sido la excepción. En Chile y Perú se han desarrollado importantes protestas en las cuales los estudiantes han jugado un papel significativo, convocando y organizando manifestaciones masivas a través de redes sociales como X (antes Twitter), Facebook y Whatsapp (Cabalin-Quijada 2014; Timaná Kure y Quispe Taco 2016; Villanueva 2021). Si bien se han realizado investigaciones que han abordado el rol de las emociones en ambos procesos (Espinosa 2008; Asún et al. 2022; Hatibovic et al. 2023), la mayoría están más enfocadas en el papel de las emociones negativas.
Los estudiantes en Chile tienen una larga trayectoria de organización, movilización e identificación con este tipo de iniciativas (Sandoval y Carvallo 2019; Asún, Rdz-Navarro y Tintaya-Orihuela 2020), mientras que en Perú se presentan como movimientos más reactivos que no se han terminado de consolidar (Acevedo 2015; Chávez-Angeles 2020; Tintaya-Orihuela y Cueto 2021; Muguerza y Gonzáles-García 2022). Se eligió analizar al grupo de los estudiantes, ya que como se aprecia en las investigaciones mencionadas, este grupo tiene un papel importante en la participación de acciones colectivas en los países del estudio. Al asumir un rol activo en la defensa de sus demandas, los estudiantes podrían estar adoptando el papel de activistas, siendo este tipo de identificación una variable que ha demostrado ser una buena predictora de la acción colectiva (Cueto et al. 2014; van Zomeren, Kutlaca y Turner-Zwinkels 2018; Carvacho et al. 2023; Kann et al. 2023; Ruiz, Villanueva y Escurra 2023). Los analistas del fenómeno han observado que los estudiantes encuentran en su accionar conjunto formas variadas de ejercer presión sobre las autoridades que les permiten empoderarse para conseguir objetivos compartidos (Brügger 2020; Spyer, Maria y Saldivia 2021).
Realizar un estudio comparativo entre los movimientos estudiantiles chileno y peruano puede ser de interés para entender mejor la influencia de las emociones positivas y negativas en la acción colectiva, a través de la identidad social, tomando en cuenta que la identidad social de los estudiantes chilenos y peruanos pasa por diferentes procesos. El activismo estudiantil en Chile se ha dado a través de los años, está vinculado a un movimiento organizado que ha ido construyendo, en el tiempo, una identidad social que se mantiene vigente (Sandoval y Carvallo 2019; Rivera-Aguilera, Imas y Jiménez-Díaz 2021) y que está representado en que el actual presidente de la República, quien fue líder del movimiento universitario durante 2011-2012, siendo presidente de la Federación de estudiantes de la Universidad de Chile (Zilla 2022). Además, existen estudios sobre las emociones en la acción colectiva (Asún et al. 2022; Hatibovic et al. 2023), y se menciona la presencia de emociones positivas y negativas, en tanto las primeras se vinculan a la continuidad de las protestas y las segundas son las que pueden estar al inicio de estas. En el caso peruano, el activismo estudiantil ha sido esporádico y estigmatizado, habiendo disminuido su intensidad en los últimos años (Chávez-Angeles 2016); no obstante, las protestas de noviembre de 2020 lo han reactivado. Algunos estudios sobre la movilización estudiantil en Perú hablan de sentimientos de indignación (Muguerza y Gonzales-García 2022) y otros de miedo y desafección (Tintaya-Orihuela y Cueto 2021), pero en ninguno de los dos países se evalúa si estas emociones pueden o no estar mediadas por la identidad social de quienes se manifiestan.
A continuación se describe la participación de este movimiento en los contextos de Chile y Perú.
Chile
Dos momentos importantes en la movilización estudiantil chilena fueron el “Mochilazo” de 2001 y la “Revolución pingüina” de 2006, ambos protagonizados por escolares y centrados en reivindicaciones por derechos educacionales (Donoso y von Bülow 2017). Sin embargo, las movilizaciones de 2011 protagonizadas por estudiantes universitarios fueron las que desbordaron el ámbito educacional para plantear problemas transversales, al demandar una transformación del modelo económico en su conjunto (Aranguez y Sanhueza 2021). El “estallido social” de octubre de 2019, donde la participación de estudiantes universitarios fue importante (Palacios-Valladares 2020; Rozas y Somma 2020), se inició con movilizaciones estudiantiles frente al alza del pasaje del transporte público, que rápidamente adquirieron un carácter transversal al multiplicar las exigencias ciudadanas criticando, entre otros, a los sistemas de salud y de educación altamente segmentados y al sistema privado de pensiones (Somma et al. 2021). Una de las consecuencias más importantes de estas protestas fue que los partidos políticos de todos los sectores acordaron abrir un proceso constituyente para reemplazar la constitución impuesta durante la dictadura de Pinochet y responder a las transformaciones demandadas (Aranguez y Sanhueza 2021; Somma et al. 2021). Se inició así un proceso para redactar una nueva constitución, que luego fue dos veces rechazada por diferentes motivos (Noguera 2023).
En estas movilizaciones, las emociones tanto positivas como negativas jugaron un papel importante. Asún, Rdz-Navarro y Tintaya (2020) muestran que las emociones negativas (rabia, desconfianza, preocupación, desprecio, odio, miedo, culpa y vergüenza, entre otras) se relacionaron con la asistencia inicial a las protestas y con la invitación a otras personas a participar, pero las emociones positivas que se experimentaron durante la manifestación (esperanza, orgullo, felicidad, entusiasmo, entre otras) fueron las que aumentaron la probabilidad de que la participación se repitiera en el tiempo. Producto de este proceso se ha consolidado una identidad social de los jóvenes universitarios como miembros de una generación “sin miedo” (Sandoval y Carvallo 2019), desvinculada de la despolitización de la dictadura y de la llamada “democracia pactada”. Han construido una identidad social autónoma que deposita la posibilidad de un cambio en sí mismos y no en otros (Rivera-Aguilera, Imas y Jiménez-Díaz 2021), y que se caracteriza porque su activismo se aleja de lo tradicional para incorporar el uso intensivo de redes sociales, la apropiación de espacios públicos y la organización de asambleas deliberativas (Sandoval 2020).
Perú
El movimiento estudiantil en Perú estuvo inactivo por varios años, porque los jóvenes universitarios que se vinculaban a actos de protesta eran estigmatizados, asociándolos a la violencia terrorista de la década de 1980 (Jave, Cépeda y Uchuypoma 2015). Su relación con los problemas políticos del país se mantuvo, aunque de manera ambivalente: por un lado, con la actitud de esperar soluciones de parte de los actores políticos (partidos, gobierno y/o congreso) y por otro, asociando la actividad política con la corrupción (Cueto et al. 2014).
A partir de 2014 se dio una reconexión entre la política y los jóvenes, incluidos los universitarios, a través de movimientos circunstanciales que se expresaron por sus propios canales, alejados de lo partidario; una de esas situaciones fueron las manifestaciones contra una ley sobre el trabajo juvenil (Acevedo 2015). En comparación al movimiento estudiantil chileno, el peruano está más fragmentado, es más puntual en sus demandas y con menor continuidad en el tiempo, lo que muestra un “interés político circunstancial” (Chaparro 2018). Tintaya-Orihuela y Cueto (2021) señalan que en los estudiantes universitarios peruanos puede estar presente la desafección, aunque existen dos formas de acción colectiva no convencional: la contenciosa, que busca impactar en las decisiones sobre los asuntos públicos, pero que es menos frecuente por emociones negativas como el temor al “terruqueo”1; y la expresiva-cívica, donde se busca visibilizar una determinada problemática.
En noviembre de 2020, contexto en el que se desarrolló el presente estudio, se llevaron a cabo movilizaciones masivas contra el entonces presidente interino Manuel Merino, que tuvieron una importante participación de jóvenes entre 18 y 24 años, donde algo más de la mitad eran universitarios (IEP 2020). Las protestas se iniciaron porque se consideró que el acceso a la presidencia de Merino había sido un golpe de Estado. De acuerdo con Muguerza y Gonzales-García (2022), esto motivó una emoción de indignación entre los jóvenes que salieron a las calles a protestar. Las movilizaciones duraron aproximadamente una semana y llevaron a la renuncia de Merino (Villanueva 2021). Se habló en ese momento de la “generación bicentenario” y de un colectivo con una identidad definida donde un sector mantenía actitudes prodemocráticas y otro más bien actitudes anticorrupción (Muguerza y Gonzales-García 2022). A pesar de esto, el movimiento no ha mostrado continuidad en el tiempo (Jave 2023).
Como se observa, los movimientos estudiantiles chilenos y peruanos se encuentran en diferentes etapas, pero constituyen un telón de fondo interesante para el estudio en contextos distintos del rol de las emociones y la identidad social en la participación en acciones de protesta. De acuerdo con lo expuesto, el objetivo es el de analizar el rol mediador de la identidad social en la relación entre las emociones (positivas y negativas) y la participación en una acción colectiva política en estudiantes universitarios chilenos y peruanos.
Metodología
Participantes
La muestra está constituida por estudiantes universitarios entre 18 y 30 años, residentes en Perú y Chile, que en 2022 estuvieron matriculados en una universidad pública o privada. La muestra, de tipo intencional, está conformada por mujeres y hombres estudiantes universitarios de diferentes regiones de cada país y que cursan distintas especialidades. Estuvo compuesta por 1191 casos: 599 estudiantes de Perú (50.3% de género femenino y 49.7% de género masculino; M = 24.5 años; 65% provenientes de universidades privadas) y 592 estudiantes de Chile (58.8% de género femenino y 41.2% de género masculino; M = 22.2 años; 40% provenientes de universidades privadas).
Procedimiento
Se desarrolló un estudio de carácter transversal, comparativo entre estudiantes universitarios de Chile y Perú. En el caso de Chile, el trabajo de campo se realizó a finales de 2020, se invitó a estudiantes de distintas carreras, universidades y regiones (Arica y Parinacota, Biobío, Aysén y Magallanes) a través de correo electrónico y redes sociales. La invitación llamaba a contestar una encuesta en línea en la plataforma SurveyMonkey. Posteriormente, se revisó que los participantes cumplieran con los siguientes requisitos: tener entre 18 a 30 años, ser estudiante de universidades (no de institutos profesionales o centros de formación técnica) y que hubieran contestado correctamente dos ítems de atención (por ejemplo, “Si estás leyendo atentamente, marca la alternativa ‘De acuerdo’”).
El trabajo de campo en Perú se realizó a finales de 2022 a través de una empresa de encuestas online panel, Offerwise. Esta se encuentra afiliada a la European Society for Opinion and Marketing Research (ESOMAR), la cual cuenta con un código deontológico que regula la profesión de la investigación social y de mercados (ICC, por sus siglas en inglés). En este panel, se envió invitaciones a personas que cumplieran los requisitos de la muestra, y se controló una cuota de sexo, edad y ubicación (40% Lima, 60% provincia), según la distribución de la población universitaria (SUNEDU 2020). Al igual que en Chile, el cuestionario incluyó ítems para controlar el nivel de atención.
Medidas
Para el trabajo de campo en ambos países se utilizó el mismo cuestionario y se adaptó según el contexto2. En el caso de Chile, las preguntas sobre la participación se referían a las movilizaciones del estallido social de 2019. El cuestionario incluyó preguntas de caracterización sociodemográfica y otros índices que se describirán a continuación; la duración fue de aproximadamente 15 minutos. En Perú, las preguntas sobre participación en acciones de protesta se referían a las movilizaciones ocurridas en noviembre de 2020, que tuvieron como objetivo exigir la renuncia del presidente de la República.
Identidad social (Perú: ⍵ = .723; rango de cargas factoriales [.71; .80]; Chile: ⍵ = .848; rango de cargas factoriales [.83; .89]). Se usaron dos elementos para medir el grado de identificación: pertinencia al movimiento estudiantil y pertinencia al movimiento social estudiado (escala: Nada = 1, hasta Mucho = 5) (por ejemplo, ser parte de quienes se movilizaron contra el gobierno de Merino en Perú y ser parte del estallido social en Chile).
Acción colectiva en protestas (Perú ⍵ = .850; Chile ⍵ = .763). Por medio de un conjunto de nueve elementos se midió la participación que ha tenido el encuestado en acciones colectivas normativas y no normativas, como marchas, actos culturales, toma de edificios o espacios públicos, enfrentamientos con la policía, entre otros (escala: Nunca = 1, hasta Más de una vez = 3).
Índice de emociones en contextos de protesta. Para medir las emociones positivas (Perú: ⍵ = .765; Chile ⍵ = .918) y negativas (Perú: ⍵ = .878; Chile ⍵ = .873) relacionadas con la acción colectiva, se hicieron preguntas a las personas sobre el grado (escala: Nada = 1, hasta Mucho = 5) en que sintieron diez emociones durante el periodo de protestas (esperanza, orgullo, alegría, solidaridad, rabia, desprecio, miedo, frustración, tristeza e indignación).
Resultados
Los resultados se presentan del siguiente modo: primero, se analizaron las propiedades psicométricas de los instrumentos utilizados. Después se llevaron a cabo las correlaciones y modelos de regresión múltiple con las variables de interés. Por último, se desarrollaron los modelos de ecuaciones estructurales (SEM) para poner a prueba las relaciones entre las emociones experimentadas durante el desarrollo de las movilizaciones, las identidades sociales y la participación en acciones de protesta.
Modelos de medida
Las escalas de emociones experimentadas durante el desarrollo de las movilizaciones y de participación en acciones de protesta se realizaron a través del análisis factorial confirmatorio (AFC) con el método de máxima verosimilitud, ya que contaban con suficientes alternativas de respuesta y se podía tratar las variables ordinales como de intervalo (Suh 2015). Asimismo, se analizó la fiabilidad de las escalas mediante el coeficiente Omega de Mcdonald, al tratarse de variables ordinales y por ser más robusto ante algunos sesgos que presenta el Alfa de Cronbach (Viladrich, Angulo-Brunet y Doval 2017).
Emociones experimentadas durante las manifestaciones
El modelo de dos dimensiones (emociones positivas y negativas) de diez elementos (Tabla 1) tuvo un ajuste aceptable en Chile (x 2/df = 8.49, CFI = .916, RMSEA = .112, SRMR = .080) y en Perú (x 2/df = 5.37, CFI = .925, RMSEA = .086, SRMR = .071). Las cargas factoriales de ambos países son aceptables, al punto de corte λ > .30 (Ventura-León 2019).
Nota: S.E.: error estándar.
Fuente: elaboración propia a partir de los datos recolectados.
Acción colectiva
El modelo de un factor con los nueve elementos (Tabla 2) tuvo un ajuste marginal a bueno en Chile (x 2/df = 5.30, CFI = .879, RMSEA = .085, SRMR = .052) y en Perú (x 2/df = 14.07, CFI = .816, RMSEA = .148, SRMR = .080). Las cargas factoriales de ambos países son aceptables, al punto de corte λ > .30 (Ventura-León 2019).
Elemento | Perú λ (S.E.) | Chile λ (S.E.) |
---|---|---|
Acto cultural | .470(.030) | .473(.036) |
Marcha o concentración | .457(.034) | .574(.035) |
Paro | .553(.027) | .509(.372) |
Evadir el pasaje del transporte público como forma de protesta | .621(.020) | .331(.021) |
Rayar paredes, vagones de metro, buses, monumentos u otros espacios públicos | .704(.011) | .484(.019) |
Toma de edificios | .682(.014) | .530(.019) |
Barricada, corte o toma de rutas o calles | .705(.018) | .754(.032) |
Enfrentamiento con la policía | .727(.016) | .462(.036) |
Destrucción de propiedad pública o privada | .638(.012) | .490(.016) |
Nota: S.E.: error estándar.
Fuente: elaboración propia a partir de los datos recolectados.
Correlaciones entre las variables estudiadas
Se realizó una matriz de correlación entre las variables de interés (Tabla 3). Se encontró una relación positiva y estadísticamente significativa entre todas las variables. Aquellas que mostraron una mayor relación fueron la identidad y la acción colectiva tanto en Chile (r = .725, p < .001) como en Perú (r = .461, p < .001).
Emociones positivas | Emociones negativas | Identidad | Acción colectiva | |||||||
Emociones positivas | - | .184 | *** | .640 | *** | .643 | *** | |||
Emociones negativas | .225 | *** | - | .241 | *** | .260 | *** | |||
Identidad | .403 | *** | .210 | ** | - | .725 | *** | |||
Acción colectiva | .282 | *** | .194 | *** | .461 | *** | - |
Nota: *p < .05, **p < .01, ***p < .001. Abajo de la línea diagonal Perú (N = 599), arriba Chile (N = 592).
Fuente: elaboración propia a partir de los datos recolectados.
Con respecto al modelo de regresión múltiple, se encontró que las emociones positivas, las emociones negativas y la identidad son predictores exitosos de la acción colectiva en Perú y Chile. Sin embargo, la identidad en ambos países fue la principal predictora de la acción colectiva (Tabla 4).
Predictor | Perú | Chile | |||
---|---|---|---|---|---|
β | b (S.E.) | β | b (S.E.) | ||
Emociones positivas | .122** | .091(.027) | .211*** | .165(.031) | |
Emociones negativas | .175*** | .078(.015) | .106** | .054(.016) | |
Identidad | .465*** | .605(.047) | .508*** | .757(.059) | |
R2 | .362 | .479 | |||
N | 599 | 592 |
Nota: *p < .05, **p <. 01, ***p < .001. Variable dependiente: acción colectiva. Variables de control: edad y sexo. S.E.: error estándar.
Fuente: elaboración propia a partir de los datos recolectados.
Modelos de ecuaciones estructurales
Tanto el modelo de Perú como el de Chile tuvieron un ajuste aceptable (Perú: x 2 /df = 4.319, CFI = .846, RMSEA = .075, SRMR = .070; Chile: x 2/df = 3.768, CFI = .894, RMSEA = .068, SRMR = .060). En el caso de Perú se encontró que la identidad mediaba la relación tanto entre las emociones positivas y la acción colectiva (β = .153, b = .070, SE = .022, 95% CI [.034; .126], p = .004), como entre las emociones negativas y la acción colectiva (β = .041, b = .056, SE = .026, 95% CI [.013; .116], p = .004). La identidad explica la mayor parte del efecto total en ambos casos (emociones positivas: β = .264, SE = .053, p = .004; emociones negativas: β = .124, SE = .046, p = .010) (ver Figura 1).
Igualmente, en el caso de Chile se encontró que la identidad mediaba la relación entre las emociones positivas y la acción colectiva (β = .476, b = .183, SE = .024, 95% CI [.139; .232], p = .004) y entre las emociones negativas y la acción colectiva (β = .119, b = .054, SE = .013, 95% CI [.030; .082], p = .004). La identidad también explica la mayor parte del efecto total en ambas situaciones (emociones positivas: β = .609, SE = .043, p = .004; emociones negativas: β = .205, SE = .043, p = .004) (ver Figura 2).
Discusión y conclusión
Los resultados mostraron que tanto las emociones positivas como las negativas y la identidad social predicen de forma positiva y estadísticamente significativa la acción colectiva estudiantil en Chile y en Perú. Cabe resaltar que, si bien todas las variables predijeron la variable dependiente de forma exitosa, el mayor efecto en esta lo tuvo la variable de identidad social en Chile (β = .508, b(SE) = .757(.059), p < .001) y en Perú (β = .465, b(SE) = .605(.047), p < .001). Así, una identidad social más fuerte predeciría un nivel mayor de interés y soporte para la causa grupal y, por ende, un incremento en la participación en la acción colectiva (Kann et al. 2023). Asimismo, el involucramiento en una acción hacia una meta en común es facilitado por la identidad social, ya que, si un individuo se identifica con un grupo, es más probable que alinee sus intereses a las metas grupales (Hasan-Aslih et al. 2020).
Con relación al efecto indirecto de la identidad en el modelo SEM, se encontró que la identidad social media la relación entre las emociones positivas y negativas, y la acción colectiva (Figuras 1 y 2). Este hallazgo coincide con los resultados del modelo EMSICA, el cual resalta el papel de la identidad social como mediadora entre determinadas variables, en este caso, las emociones positivas y negativas y la acción colectiva (Thomas, Mavor y McGarty 2012). Las emociones negativas y, en particular, las positivas que generan una determinada situación tendrán una mayor influencia en la acción colectiva, si quienes experimentan estas emociones se autoperciben como parte de un determinado grupo social.
Este efecto indirecto es mayor con relación a las emociones positivas y el rol mediador de la identidad social en el caso chileno. Ello puede deberse a que el movimiento estudiantil chileno, en comparación al peruano, tiene una mayor continuidad, lo que muestra una identidad mucho más consolidada (Sandoval y Carvallo 2019; Zilla 2022). En este sentido es esperable que los recuerdos positivos de anteriores experiencias estén asociados a la movilización evaluada (Oser y Boulianne 2020). Asimismo, se espera que una mayor consolidación se conecte a formas nuevas de expresarse, tales como actos culturales, las cuales se relacionan con emociones positivas (Massal 2021; Rivera-Aguilera, Imas y Jiménez-Díaz 2021).
Por el contrario, las movilizaciones evaluadas en Perú fueron la expresión espontánea de un conjunto de personas que se movilizaba por primera vez (IEP 2020; Villanueva 2021) donde, además, se alcanzó en una semana el objetivo de lograr la renuncia del presidente interino y la elección en el congreso de su reemplazo. En este caso, la ausencia del efecto directo de las emociones en la tendencia a actuar en acciones colectivas podría deberse al corto tiempo de las movilizaciones (Zúñiga, Asún y Luois 2023). El menor efecto indirecto de la identidad en el caso peruano podría deberse a la ausencia de un movimiento estudiantil consolidado en el tiempo. En Perú se observa más bien movilizaciones producto de coyunturas que responden a demandas específicas (Chaparro 2018). Si bien es cierto que algunos estudios dan cuenta de un proceso de formación de identidad social en este sector (Muguerza y Gonzales-García 2022), los resultados de la presente investigación indican que este sería, en todo caso, un proceso que recién se desarrolla y que habría que observar cómo deviene.
El rol de las emociones positivas podría deberse a que diversos estudios señalan que, en los casos de comportamiento colectivo, surgiría un estado emotivo llamado efervescencia colectiva, caracterizado por una intensa actividad emocional compartida y un sentimiento de unidad (Pizarro et al. 2022). De acuerdo con los resultados, las emociones positivas servirían como nexo con la identidad de la persona, promoviendo su conexión hacia actividades que le generen sentido de vida y comportamientos prosociales que faciliten la cohesión y felicidad del grupo (van Cappellen 2020; Watkins 2020; Tracy, Mercadante y Hohman 2020). Con respecto a las emociones negativas, la mediación se explica porque, al experimentarlas durante las movilizaciones, se fortalece la identificación con un grupo social afectado (van Zomeren, Postmes y Spears 2011).
Otro resultado de interés es que, dentro del modelo de regresiones lineales, las emociones positivas predicen con mayor potencia la identidad social tanto en Perú como en Chile, a diferencia de las negativas (ver Tabla 4). Una posible explicación de los hallazgos se debería a que en la presente investigación se postula la identificación con activistas (estudiantes pertenecientes al movimiento estudiantil), lo cual se ve asociado con emociones como la esperanza y el orgullo. Es decir, dado que los activistas poseen la capacidad para generar cambios (Ruiz, Villanueva y Escurra 2023), la identificación con estos se asociaría a emociones positivas y aumentaría la probabilidad de involucrarse en acciones colectivas (Turner-Zwinkels y van Zomeren 2021; Kann et al. 2023; Ruiz, Villanueva y Escurra 2023).
En síntesis, el estudio resalta el papel de la identidad en la relación entre las emociones y la acción colectiva. Se observa que para que las emociones tengan un efecto en esta, es necesario que las personas se identifiquen con un grupo en el que confluyen diversos intereses, como lo es el movimiento estudiantil. Asimismo, es relevante mencionar la mayor importancia de las emociones positivas en comparación con las negativas, en la intención de participar en acciones colectivas, siendo que dichas emociones fortalecerán la identificación con el grupo y, en consecuencia, la intervención en iniciativas políticas masivas. Un aporte particular del estudio es la inclusión en simultáneo de un conjunto de emociones negativas y positivas en el análisis de cómo estas influyen en la acción colectiva a través de la identidad social. Esto es relevante porque la mayoría de los estudios que hacen este análisis se centran, principalmente, en el papel de las emociones negativas (ira o indignación) en la participación de acciones colectivas.
Para futuras investigaciones se recomienda, sin descartar el rol de emociones negativas, incluir el papel de las emociones positivas en modelos que expliquen la acción colectiva. Asimismo, es necesario profundizar en la consideración de grupos socialmente influyentes, que despierten en los individuos sentimientos que fortalezcan su identificación con estos, ya que esta identificación podría aumentar la probabilidad de concretar una acción colectiva.
Con respecto a las limitaciones, el estudio presenta un carácter transversal, que no permite establecer relaciones causales dentro del modelo. Asimismo, los resultados no son probabilísticos por el tipo de muestreo intencional. Se debe mencionar también que la presente investigación se limita a la población estudiantil universitaria, por lo que no se pueden extrapolar los hallazgos a otros grupos poblacionales. Finalmente, una limitación del estudio es la diferencia de tiempo entre las movilizaciones y el momento en que se recopiló la información. Si bien la pregunta del cuestionario pide que se responda una situación específica, la distancia temporal podría haber introducido sesgos en la percepción de los encuestados sobre sus experiencias emocionales en el momento de la movilización.