Services on Demand
Journal
Article
Indicators
- Cited by SciELO
- Access statistics
Related links
- Cited by Google
- Similars in SciELO
- Similars in Google
Share
Desafíos
Print version ISSN 0124-4035
Desafíos vol.28 no.2 Bogotá July/Dec. 2016
¿Por qué fracasa Colombia? Delirios de un país que se desconoce a sí mismo
Sven Schuster*
* Profesor Asociado. Director del programa de Historia de la Universidad del Rosario. Bogotá, Colombia. Correo electrónico: svenb.schuster@urosario.edu.co
A primera vista, el nuevo libro del escritor y profesor universitario Enrique Serrano promete mucho. Así, el título evoca de manera calculada las influyentes obras de Daron Acemoglu y James Robinson (¿Por qué fracasan los países?), David Bushnell (Colombia, una nación a pesar de sí misma) y Alfonso Múnera (El fracaso de la nación), insinuando, de esta forma, que el lector encontrará una explicación por la continua debilidad del Estado colombiano y el frágil sentimiento de nacionalidad de sus habitantes. Elogiado por los críticos de la gran prensa y descrito por la editorial como un libro "a todas luces incómodo para el discurso intelectual hegemónico de nuestros días", el éxito comercial de la obra ya parece garantizado. No obstante, como frecuentemente es el caso con los defensores de grandes tesis, surge la duda sobre si el libro puede realmente cumplir con las expectativas.
Para decirlo de antemano: Es un libro muy bien escrito y debe reconocerse que la fuerte crítica hacia la historiografía profesional en Colombia pronunciada en el prefacio del libro es justificada, pues es verdad que la forma como se valora la producción académica hoy en día, caracterizada por el creciente desprecio del libro como forma de circulación de conocimiento —en complicidad con las universidades y ciertas entidades de fomento científico— hace que la distancia entre el público no especializado y los historiadores profesionales esté aumentando. Serrano, a pesar de desempeñarse en una prestigiosa universidad privada, ha resistido en gran parte a las tentaciones de este tipo de "ciencia", la cual premia cada vez más las publicaciones en revistas indexadas internacionales en inglés y tiende a despreciar al lector común, ansioso de informarse sobre los problemas estructurales de la Colombia actual; persistencia loable sin duda, que va de la mano con el hecho de que, a diferencia de muchos historiadores, Serrano logra captar a sus lectores desde la primera página con una prosa excepcional que oscila magistralmente entre lo anecdótico y lo abstracto. Sin embargo, desde el punto de vista académico, el libro contiene una larga serie de afirmaciones insostenibles, debido a que su contenido en lo teórico es anacrónico y en lo empírico, deficiente.
Considerando que la obra pertenece más al género del ensayo literario que a la historia académica, resulta necesario preguntarse si es pertinente juzgarla con los mismos criterios que un estudio riguroso y empíricamente fundado. La respuesta tiene que ser afirmativa, ya que el autor promete de manera explícita una indagación profunda sobre el origen remoto de la "nacionalidad" y las raíces de la "mentalidad colombiana" (p. 25), lo cual incluye fenómenos tan diversos como el machismo, el cortoplacismo, el arribismo, o la supuesta mediocridad de los colombianos. Aunque en ninguna parte se apoya en fuentes primarias ni en un extenso aparato bibliográfico, sí incluye varias referencias académicas en el texto, generalmente de renombrados colombianistas nacionales y extranjeros (p. 19). No obstante, acerca del "fracaso" de Colombia como Estado y nación, como promete el título, encontramos casi nada. Al contrario, el libro se inserta más bien en la tradición de la historiografía revisionista de los últimos diez años, enfocándose en la supuesta cultura democrática y los largos períodos de paz en la historia colombiana. Así, se cuestionan ciertas "verdades académicas", como por ejemplo la tesis de la violencia continua y endémica, muy al estilo de La nación soñada (2006) del historiador Eduardo Posada Carbó; es entonces probable que la escogencia del título tenga que ver más con razones de marketing y no tanto con el contenido.
La gran tesis del libro es que la nación colombiana no es una construcción moderna, forjada entre las revoluciones atlánticas de finales del siglo XVIII y los albores del siglo XX, sino algo mucho más viejo. En efecto, Serrano sostiene que las raíces de la supuesta nacionalidad colombiana se extienden hasta la España de la Reconquista de los siglos VII a XV (pp. 29-56). En este sentido, los primeros conquistadores en Tierra Firme y más tarde los "pasajeros a Indias", (quienes, según el autor consistieron en gran parte de judíos conversos que buscaban refugio lejos del control opresivo de la metrópoli ibérica) habrían formado el núcleo de la nación venidera. En medio de una topografía extremamente fragmentada, coexistiendo con tribus indígenas y ansiosos de poder conservar su estilo de vida pacífica, basado en la pequeña agricultura de subsistencia, se habría formado paulatinamente un "carácter nacional" entre los colombianos, marcado por el catolicismo, la constante movilidad, la poca relevancia del latifundio, la flexibilidad, la importancia del lenguaje como recurso de poder, y otras tantas estructuras sociales que perduran hasta hoy (pp. 57-92). Siguiendo a Serrano, las raíces de la nación son esencialmente pre-modernas, por lo que, en este sentido, la ruptura de la independencia, con todo su bagaje intelectual proveniente de todos los rincones del mundo atlántico y tan magistralmente analizada por Francois-Xavier Guerra, Thomas Bender, Eric van Young y muchos otros, en realidad solo había confirmado lo que ya existía.
Desde el punto de vista académico, tal afirmación es por supuesto absurda. Al hacer referencia despectiva a "algunos tratadistas", como por ejemplo a Alvaro Tirado Mejía, y sus tesis "falsas" acerca de la no existencia de la nación antes de la independencia, Serrano insinúa que sus propias ideas esencialistas simplemente chocan con la opinión aislada de algunos historiadores radicales (p. 170). Sin embargo, este no es el caso, ya que la tesis de Serrano está en completo desacuerdo con prácticamente todo lo que se ha escrito sobre nación y nacionalismo en los últimos treinta años. Por lo menos desde las ya clásicas obras de Anderson, Hobsbawm, Tilly y otros, nadie habría propuesto en serio detectar el origen de las naciones americanas en los siglos anteriores a la independencia, teniendo en cuenta que, aparte de tratarse de un concepto inexistente en la época, todas las condiciones necesarias para crear algo mínimamente parecido a una "comunidad imaginada" no estaban dadas en ninguna parte del imperio español y que, incluso en la tercera década del siglo XIX, cuando "nación" todavía equivalía a "Estado" en las recién fundadas repúblicas hispanoamericanas, este último era tan rudimentario que apenas pudo ejercer el control sobre una pequeña fracción de la población en su territorio. La capacidad para "construir nación" era fuertemente limitada y solo aumentaría paulatinamente en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX; sin embargo, al primordialista Serrano no le interesa el punto de vista de los constructivistas, ni tampoco le interesa historizar categorías como "Estado" y "nación".
Entonces, no es de extrañar que el libro no contenga ninguna referencia al ya clásico texto del colombianista Hans-Joachim Kónig (En el camino hacia la nación, 1994), quien mostró por primera vez de forma contundente el carácter construido de la nación en Colombia a partir de los discursos oficiales, al igual que los esfuerzos muy a menudo infructuosos de un Estado débil por penetrar el territorio, ejercer el monopolio de la violencia, inventar y difundir símbolos nacionales, fomentar la educación y crear una "historia patria" coherente. Siguiendo el ejemplo de Kónig, varios estudiosos del nacionalismo han mostrado cómo, con qué medios y desde qué regiones, las élites políticas intentaron implantar un sentimiento de pertenencia en una población extremamente heterogénea y en gran parte desprovista de los beneficios de una ciudadanía teórica; sin embargo, ningún representante de esta importante corriente historiográfica es citado en el libro de Serrano. En vez de eso, el autor se apoya de manera ecléctica en escritos y pensamientos que justifican la tesis primordialista de una "nación" marcada casi exclusivamente por la hispanidad y el catolicismo desde la Colonia, tesis que, en cierto sentido, se asemeja a la ideología hispanista de la Regeneración de Núñez y Caro a finales del siglo XIX, que no obstante, hoy en día parece totalmente anacrónica.
En esta línea de argumentación, Serrano también hace referencia a algunos factores más específicos para explicar ciertas "características" de la nación colombiana. En este sentido, niega que Colombia sea y haya sido un país de violencia endémica. Según el autor, los trescientos años de la Colonia ocurrieron en relativa armonía y paz, aunque en condiciones muchas veces precarias (pp. 99-102). Al contrario de lo ocurrido en Nueva España y Perú, el Nuevo Reino de Granada y más tarde el Virreinato se habría destacado por su pobreza material, la falta de población nativa para esclavizar, el predominio del minifundio y la constante movilidad de sus habitantes, por lo que tanto la explotación de los indígenas como las luchas por la tierra no habrían jugado un lugar importante en lo que hoy es Colombia, ni tampoco el recurso excesivo a la violencia (pp. 225-229). Acerca de este último aspecto, cabe mencionar que la historiografía reciente está lejos de suponer tales tesis. Es verdad que la violentología de los años sesenta, setenta y ochenta creó y difundió la tesis de la "violencia endémica"; sin embargo, hoy en día solo una minoría de los académicos defendería la existencia de una "cultura de la violencia" o la "continuidad de la violencia" en Colombia, pues tesis de este tipo se han vuelto más bien un fenómeno de la ensayística.
Que Serrano simplemente ignore esta parte bien fundada de la historiografía reciente es una constante del libro. Además, el error que más crítica de la violentología —la afirmación de una violencia endémica, casi genética— lo comete él mismo con su culturalismo crudo. En vez de explicar a profundidad las decisiones tomadas por los actores históricos, dentro de estructuras históricamente formadas (como la minería, la importación de esclavos africanos durante la Colonia, la continua hostilidad contra las culturas indígenas, así como todo tipo de violencia cotidiana), se dedica a reafirmar los discursos de la historia patria del siglo XIX, la cual también procuraba proveer la tan anhelada "nación" con un mito de origen. Esto es tal vez el punto más criticable del libro de Serrano, ya que la Colombia actual seguramente no necesita más de este tipo de "leyendas rosas", a costo de la exclusión de grupos minoritarios, para confirmar una supuesta nacionalidad negada. Un país que está a punto de dejar atrás un conflicto de más de medio siglo necesitaría más bien una versión crítica e integradora de la historia, la cual reconozca el papel de los actores marginados, incluso sus proyectos alternativos al Estado-nación homogeneizador de las élites. Esta integración de la pluralidad de las historias y memorias de grandes grupos poblacionales que apenas desde 1991 forman parte de la "nación pluricultural" (por lo menos en el papel), no es para nada un proyecto acabado ni tampoco es una utopía; es lo que ha ocupado una buena parte de la historia académica en las últimas décadas. Además, la historia académica últimamente se ha alejado a concebir la construcción del Estado-nación como un fenómeno endógeno, poniendo el énfasis cada vez más en las fuentes transnacionales del nacionalismo, como lo ha hecho Frédéric Martínez en el El nacionalismo cosmopolita (2001), por ejemplo.
Si bien el rechazo de la tesis de la "violencia endémica" no es muy original, la afirmación de la poca relevancia del problema de la tierra resulta incomprensible, sobre todo pensando en la realidad de un país que se adscribe nuevamente a un modelo extractivista y cuyo conflicto armando está íntimamente relacionado con los recursos naturales. Finalmente, la hipótesis de que Colombia es un país en el cual no hubo ni hay mestizaje cultural es simplemente absurda. Negando cualquier forma de transculturación, Serrano sostiene que "el país" es profundamente hispánico en casi todas sus manifestaciones culturales. En esta perspectiva, las lenguas, religiones y valores de los indígenas actuales, que cuentan con alrededor de 4% de la población, estarían "casi muriendo o atravesando un estado de amenaza implacable, de destino ineluctable de desaparición", y "lo único que sobrevive es una hispanidad colombianizada y adaptada a los valores e ideales del presente [...]" (p. 254). De la misma manera, la importante influencia africana, y en general cualquier fenómeno de mestizaje cultural desde la conquista, no son considerados elementos relevantes de la "nacionalidad colombiana", ni en ámbitos tan evidentes como la música, la comida, el lenguaje, la literatura, el arte, etc.
¿Es esto entonces "un libro polémico", como prometen los columnistas en los grandes periódicos? Para muchos lectores, felices con el reciente reconocimiento de la diversidad cultural en Colombia, animados por las continuas luchas por aún más derechos de ciudadanía, y en general más respeto hacia el otro, las tesis de Serrano por cierto pueden resultar provocadoras. El autor, por tanto, no hace ningún secreto de sus propias inclinaciones ideológicas, al hacer caso omiso de los varios grupos minoritarios que han luchado desde el siglo XIX contra los intentos de imponer un modelo de nación que niega las diferencias y que fue finalmente abandonado. Aparte de eso, el libro también es un ataque directo a la historiografía académica de las últimas décadas, la cual, en gran parte, no sostiene lo que Serrano dice que sostiene. Sin embargo, no es realmente un libro "polémico" in sensu stricto. Para llegar a serlo, para realmente provocar un debate airado pero serio sobre los problemas persistentes del Estado y la falta de un sentido del "bien común" entre los colombianos, tendría que tener una mejor base empírica, argumentos menos culturalistas y un manejo menos selectivo de la literatura secundaria. Es por eso que los libros de Acemoglu/Robinson, Bushnell y Múnera —los cuales también contienen una buena dosis de tesis cuestionables— se han vuelto objetos de debates profundos en el ámbito académico; el libro de Serrano, sin embargo, no va a correr esta suerte.