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Pensamiento Psicológico

Print version ISSN 1657-8961

Pensam. psicol. vol.12 no.2 Cali July/Dec. 2014

 

Condiciones violentas de duelo y pérdida: un enfoque psicoanalítico1

Violent Circumstances of Grief and Loss: A Psychoanalytical Approach

Condições violentas de luto e perda: um enfoque psicanalítico

Hada Soria Escalante2
Mario Orozco Guzman3
Judith López Peñaloza4
Silvia Rosa Sigales Ruiz5

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia (México)
Universidad de Colima, Colima (México)

1Manuscrito derivado del avance teórico de la tesis de doctorado interinstitucional en Psicología (Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo), titulada "Posiciones subjetivas en la experiencia de pérdida. Perturbación del duelo y duelo no hecho". Doctorado de excelencia Conacyt.
2Maestra en Psicología Clínica.
3Profesor Investigador en la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Doctor en Psicología. Lic. y Mtro. en Psicología Clínica. Psicoanalista miembro de Espace Analytique. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Coordinador del Cuerpo Académico en consolidación: "Estudios sobre teoría y clínica psicoanalítica" Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correspondencia: orguzmo@yahoo.com.mx
4Doctora en Psicología.
5Doctora en Psicopatología.

Recibido: 17/10/2013 Aceptado: 27/08/2014


Para citar este artículo/ to cite this article

Soria-Escalante, H., Orozco-Guzmán, M., López-Peñaloza, J. y Sigales - Ruiz, S.R. (2014). Condiciones violentas de duelo y pérdida: un enfoque psicoanalítico. Pensamiento Psicológico, 12(2), 79-95. doi: 10.11144/Javerianacali.PPSI12-2.cvdp


Resumen

El objetivo de este artículo es reflexionar y analizar, desde un punto de vista psicoanalítico, el tema de la imposibilidad del duelo pensado a partir de la experiencia de las pérdidas (entendidas estas en su dimensión más fatídica), de seres amados arrebatados por la violencia; en particular, lo referente a la relación del duelo con el trauma y el reclamo de los cuerpos desaparecidos. Esto es revisado a partir de la necesidad de abordar una de las problemáticas actuales en México que se imponen a la mirada y estudio de la psicología y el psicoanálisis. Para ello, se hace uso de diversos métodos de análisis teórico y discursivo, ubicando a Freud como principal referente teórico. El resultado es el encuentro de discursos repetidos de dolor, que delatan una imposibilidad de efectuación del duelo, del ritual de la pérdida, del trauma y de la insuficiencia de la palabra. A partir de esta posición de complicación subjetiva ante la pérdida, se da cuenta de la incursión del no-lugar del duelo al producirse una pérdida particular que le implique al sujeto enfrentarse tanto con la muerte del otro como a la de sí mismo.

Palabras clave: Duelo, afecto, violencia, trauma, psicoanálisis dolor.


Abstract

The objective of this study is to reflect and analyze, from a psychoanalytical perspective, the difficulty in adapting emotionally to the experience of loss (understood in its most fatidical dimension) of loved ones who have been taken from us through violence, particularly with regard to the relationship between grief and trauma, and the search for those persons who are missing. This study is being undertaken due to the need to tackle one of the most pressing problem areas in Mexico, which requires consideration and study on the part of psychology and other sciences. To accomplish this, diverse psychoanalytic theoretical and discursive methods are used, with Freud as the main theoretical reference. The results reveal repeated reports of pain that evidence the inability to assume the process of grieving, together with the associated trauma and the inadequacy of words. From this position of subjective complication when faced with loss, the absence of an opportunity to complete the grieving process when a personal loss occurs becomes evident, which implies that the subject has to deal with the death of the other person as well as his own.

Keywords: Grief, affect, violence, trauma, Psychoanalysis, pain.


Resumo

O escopo de este artigo e reflexionar e analisar, desde um ponto de vista psicanalítico, o tema da impossibilidade do luto pensado a partir da experiência das perdas (entendidas na sua dimensão mais fatídica) de seres amados arrebatados pela violência, em particular o referente com a relação do luto com o trauma e o reclamo dos corpos desaparecidos. Isto é revisado a partir da necessidade de abordar uma das problemáticas atuais no México que se impõem na mirada e estudo da psicologia e o psicanálise. São ocupados diversos métodos de análise teórico e discursivo, colocando ao Freud como principal referente teórico. O resultado é o encontro de discursos repetidos de dor que delatam uma impossibilidade de efetuação de luto, do ritual da perda, do trauma e da insuficiência da palavra. A partir de esta posição de complicação subjetiva ante a perda, damos conta da incursão do não-lugar do luto no momento da perda particular que implique para o sujeito enfrentara morte do outro e a mesma própria.

Palavras-chave: Luto, afeto, violência, trauma, psicanálise, dor.


Introducción

El clima de violencia que atraviesa México en la actualidad, ha traído cambios en la subjetividad de todos aquellos sujetos inmersos en esta sociedad. Las personas se enfrentan a nuevas pérdidas que les resultan avasalladoras, masivas e incomprensibles; estas pérdidas reeditan un sentido de vulnerabilidad, el dolor que se desprende de ellas se impone en los sujetos de diferentes formas. Desafortunadamente, esta situación no puede ser motivo ni de palabra ni de denuncia ante autoridades institucionales que, en muchos casos, son poco confiables. No hay lugar ni tiempo para dar cuenta, a través de la palabra, de la violencia que ha empujado a la muerte abrupta de un ser querido. Estas pérdidas, en su dimensión traumática, exceden el orden de lo imaginario y del campo de lo simbólico. Mientras se busca a los "desaparecidos", frecuentemente aparecen cuerpos sin nombre, amontonados en fosas denominadas clandestinas, como cobertura de una experiencia de vergüenza. Los sujetos que en tal condición encuentran a un ser querido, se enfrentan al sufrido proceso de atravesar por un duelo salpicado por esta vergonzosa sensación, pero ¿qué pasa con los familiares de ese sujeto cuyo nombre aparece inscrito en la lista infamante de desaparecidos? ¿Cómo hacer duelo respecto a alguien cuyo estatus es el de desaparecido? Para sus familiares, ellos pueden estar muertos o vivos; no hay certeza, se piensa que podrían estar en cualquier lugar. Ante este panorámica, los propósitos del presente trabajo son los siguientes: (a) realizar un recorrido crítico por el concepto de duelo expuesto por Freud y Lacan, (b) establecer la relación entre la imposibilidad del duelo y el trauma y (c) dar cuenta del enlace entre sofocación del duelo y la desaparición de personas.

Como lo proponía Freud (1920/2006), la desaparición es parte de una postura simbólica que surge en el niño que juega a hacer desaparecer a la figura materna (fort), para luego hacerla reaparecer; primero lo hace con su carrete, después con los significantes. Si se declara que alguien está desaparecido, se da por entendido que se podría hacer aparecer en otro lugar o traerlo al sitio desde donde dejo de estar presente. Remitiéndose a los trabajos de Abraham y Torok (2005), Arfouilloux (1986) señala que el proceso de duelo implica un "trabajo sobre las palabras" (p. 59). ¿Pero qué pasa cuando las palabras que se ponen a trabajar en esta experiencia, o que trabajan la experiencia de pérdida, se encuentran bloqueadas?

(...) esto puede producirse en un caso de duelo inconfesable, donde la pérdida repentina de un objeto indispensable desde el punto de vista narcisista está manchada de vergüenza, de tal forma que esta pérdida y el dolor que causa resultan incomunicables (Arfouilloux, 1986, p. 60).

También es válido plantearse cómo iniciar un duelo ante una incertidumbre que sacude los deseos y los temores del sujeto cuando es interrogado intempestivamente. Deseos de muerte comprometidos pero a la vez auspiciados por el miedo. Temores que son el costado sombrío del deseo. Desear la muerte del desaparecido resulta inevitable para cerrar la herida, para acabar con el sufrimiento y la angustia. Para finalizar, en última instancia, con un no-saber que es desgastante y abrumador. El estudio del duelo que no se hace, de la perturbación del duelo o de su sustitución por otra cosa, ha sido renovado y actualizado de acuerdo a la realidad que en México se impone por este caudal de desapariciones intempestivas y predominantemente forzadas o violentas. Esto conlleva referentes inéditos no descritos por Freud desde su análisis del duelo. Se trata ahora de una realidad muy particular, las muertes masivas provocadas por la ola de violencia que desde hace algunos años ha colmado de miedo, inseguridad, angustia y dolor a sectores amplios de la población, quienes resienten su condición vulnerable y que reclaman justicia. Un incontable número de familias reclaman a sus seres queridos desaparecidos o secuestrados, que son dados por muertos pero cuyos cuerpos nunca son encontrados. La posibilidad de duelo se ve así cortada, fallida. Se conecta el tema de estas muertes con la suspensión del duelo, el no-duelo, el no-lugar para el duelo, con el trauma y el reclamo del cuerpo.

El presente trabajo se remite a dos aspectos que Freud sugiere al indagar sobre un tema particular, para darle consistencia epistemológica cuando se aborda desde psicoanálisis. El primero, realizar una revisión teórica del tema; el segundo, investigar el tema desde el psicoanálisis. En este caso, el tema sería el duelo y el no-duelo ante la desaparición violenta de personas.

La selección del material bibliográfico se encuentra dentro de la lógica de seguimiento de la línea teórica psicoanalítica de Freud; en esta se incluyen, además, referencias de Lacan y de teóricos contemporáneos que dan cuenta de los mismos procesos de desaparición, violencia y su relación con el duelo. El procedimiento seguido para esta revisión teórica contiene, por tanto, el recorrido inaugurado por la enseñanza de Freud respecto al duelo y su relación con el trauma, así como la ausencia de cuerpo para posibilitar el procesamiento de la experiencia del duelo. Esto implica pasar por la idea fundamental de Lacan, al considerar que "el psicoanálisis no tiene sino un médium: la palabra del paciente" (2009, p. 237). De este modo, los fragmentos de relatos de aquellos que tienen un ser querido en condición de desaparecido tendrán un lugar importante dentro del desarrollo del trabajo y poseen un relieve testimonial.

Duelo sofocado y trauma

El duelo como experiencia afectiva hace indispensable un itinerario por el pensamiento de Freud. La ruta de abordaje inicia con la posición de Freud respecto a lo que pasa con el afecto en y ante una situación traumática. Lo que se indica es que con ocasión de dicha vivencia el afecto se habría encontrado "estrangulado" (Freud, 1893/2006, p. 42), aprisionado por el impacto del acontecimiento. Por lo cual, la cura para la histeria traumática exigía que el sujeto bajo hipnosis pudiera expresar en palabras dicho afecto. El afecto quedó ahogado al no poder apalabrarse durante y después de la vivencia traumática. En relación a la propuesta catártica, Freud y Breuer (1893/2006) evocan una posición opuesta al apotegma clásico: "cessante causa cessante effectus [cuando cesa la causa, cesa el efecto]" (p. 33). Pues la causa se levanta o se libera cuando el efecto silencioso del acontecimiento traumatizante cesa, cuando es expuesto de manera vívida y resulta reeditado a través de la verbalización detallada: "si este acontecimiento fue reconocido como causa del síntoma, es que la puesta en palabras del uno (...) determinaba el levantamiento del otro" (Lacan, 2007, p. 244). Para Freud está claro que lo que hace traumática una experiencia es el hecho de que siga teniendo un peso enorme en el conjunto de los recuerdos. Por lo cual, supone que lo que decide su factor de peso traumático es cómo se reaccionó en "el aquí y el ahora" del acontecimiento. Entre más enérgica sea esa respuesta más se impide la afectación: "la reacción del dañado ante el trauma solo tiene en verdad un efecto plenamente 'catártico' si es una reacción adecuada, como la venganza" (Freud, 1893/2006, p. 34). Reacción adecuada pues contiene una alusión divina a la sentencia "ojo por ojo y diente por diente", erigida con ocasión de las leyes de la alianza. Siendo la respuesta más adecuada, Freud sustenta que el hombre puede sustituirla por el lenguaje que impide que el afecto, desfogado por la palabra, permanezca adherido al recuerdo. Es la palabra la que sustituye la acción violenta, la reacción vengativa, dándole tramite al afecto. Resulta destacable que Freud (1893/2006) se refiera a ejemplos de situaciones violentas o de accidentes que pusieron al sujeto en peligro, como sucesos que podrían devenir traumas. Escenas de ultraje, de afrenta, en las que está implicado el componente afectivo y en las cuales es decisivo cómo responde el sujeto; o bien la manera en la cual no responde frente a la magnitud del acontecimiento.

Ulteriormente, Freud retomará el tema del decurso de los afectos en el proceso de elaboración del sueño. Debido a la censura se puede generar la "inhibición del afecto" (Freud, 1900/2006, p. 466); es decir, en tanto el afecto no se despliega puede presentar un aspecto del contenido manifiesto del sueño, un sentido amortiguado de opacidad e indiferencia. El trabajo del sueño no solo puede reducir "a cero" los afectos, sino que también consigue transformarlos en su opuesto. Así, en una primera visión de conjunto sobre la condición de los afectos en el psiquismo, se tiene: la plasmación contundente de afectos sofocados, la aparición sorprendente de vuelcos hacia su contrario o enlazados por reacomodo a otra representación. Para el presente caso, parece relevante lo que se conoce como "sofocación del afecto". El afecto queda en esta condición ahogada e impedida para su despliegue, porque la palabra en su movimiento propio se ha detenido. Pareciera que no hay palabras para liberar el afecto que se abre paso hacia el síntoma cuando no hay otra manera de aprehender lo afectivo y soltarlo:

C'est ce qui frappe dans les Studien über Hysterie, c'est que Freud arrive presque, et même tout à fait, à (dégueuler) que c'est avec des mots que ça se résoud et que c'est avec les mots de la patiente même que l'affect s'évapore [Lo que sorprende en Studien über Hysterie, es que Freud llega casi, e incluso completamente, a vomitar que es con palabras que eso se resuelve y que es con las palabras de la paciente misma que el afecto se evapora] (Lacan, 1977, p. 11).

Son las palabras del otro las que densifican la experiencia, las que inhiben e impiden que se libere el afecto, aquellas que ante la conmoción afectiva de una pérdida osan decir a modo de súplica: "no llores" o "ya no estés triste". Y cuando se dice eso las lágrimas encuentran más aliento y la tristeza más sentido. Por eso es que Lacan resalta que "L'affect est fait de l'effet de la structure, de ce qui est dit quelque part" [el afecto está hecho del efecto de la estructura, de lo que en alguna parte es dicho] (Lacan, 1977, p. 23). Los afectos no son susceptibles de represión. Definen el aspecto cuantitativo que hace a Freud introducir el componente económico en su metapsicología. La economía subjetiva en principio parece regida por el montante afectivo, por la famosa Besetzung, investidura, que suministra la valoración de lo que está en juego en los conflictos psíquicos. Luego, con la represión que se aplicaría únicamente a las representaciones (Freud, 1915/2006c), lo que se produce es un divorcio de los afectos respecto a estas y tres destinos distintos y ulteriores a este desprendimiento: "el afecto persiste -en un todo o en parte- como tal, o es mudado en un monto de afecto cualitativamente diverso [en particular en angustia] o es sofocado, es decir, se estorba por completo su desarrollo" (Freud, 1915/2006c, p. 174). Como respuesta afectiva, como posición del afecto, ante una experiencia de pérdida, el duelo puede persistir en su condición de tal, aunque ligado a otra representación puede convertirse en angustia o bien puede sufrir sofocación. Freud destaca que esto último puede ocurrir, ya que es posible, tal como se vio en relación con el acontecimiento traumático, que el duelo como afecto se ahogue o estrangule cuando se impide su desarrollo: "confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo" (p. 242). Es decir que puede ser nocivo perturbar el desarrollo del duelo en tanto estado afectivo que tiene inhibido y atrapado al yo. Es cuestión de respetar el tiempo propio de una experiencia de duelo, aunque Freud indique que lo más normal es que el sujeto termine acatando el dictamen contundente del examen de realidad.

Acatamiento a regañadientes, acatamiento no sin revuelta, no sin resistencia respecto a "dejar ir", como se dice, irremisiblemente al objeto perdido.

Dejar ir al objeto amado demanda un tiempo específico, sobre todo, si la pérdida aconteció abrupta o violentamente; más aún, si el objeto amado se fue y no se sabe dónde está. Fundamentalmente, si no hay una sanción simbólica que recubra su desaparición o dé cuenta de su ausencia. El afecto puede estar estrangulado cuando el impacto atroz del acontecimiento dejó sin palabras a los dolientes. En estas condiciones se encuentran las personas con la sofocación del duelo, no hay lugar para este cuando no hay palabras para nombrar y hablar de pérdida, porque el afecto está ahogado y atrapado por un dolor que tiene paralizado al yo. Si no hay espacio para el duelo, tampoco hay condiciones de tiempo para su efectuación subjetiva. Hay duelos que esperan a que se presenten ciertas circunstancias para su ceremonial colectivo. Eso que para Lacan (1959) tiene que ver con darle satisfacción a la memoria del muerto. Con lo cual se entra en la dimensión de los condicionamientos culturales del duelo. Por ejemplo, La Ilíada culmina con los honores fúnebres dedicados a Héctor, que no se pueden producir hasta que no se cuente con el cuerpo del insigne guerrero troyano y se constituya, a su vez, en el reclamo ético fundamental de la trama épica. Príamo, que no reclama a Helena ser la causante de la guerra de Troya, sino a los dioses, además reclama piadosamente a Aquiles que entregue el cuerpo de su hijo como gesto de deferencia a los dioses:

(...) a este tú lo mataste poco ha mientras combatía por la patria, a Héctor; por quien vengo ahora a las naves de los aqueos, con un cuantioso rescate, a fin de redimir su cadáver. Respeta a los dioses, Aquiles y apiádate de mí, acordándote de tu padre: yo soy aún más digno de compasión que él puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos (Homero, 1994, p. 337).

¿Cómo dejar ir a Héctor sin haber redimido su cadáver, sin haberle tributado las honras del banquete fúnebre? Príamo recurre al lenguaje "como sustituto de la acción" (Freud, 1893/2000, p. 34), de la reacción vengativa, pasa a la reacción adecuada, como demanda para poder emprender el trabajo de duelo. La reacción adecuada de venganza en Aquiles ante la muerte de Patroclo a manos de Héctor, su compañero amado (Homero, 1994, p. 311), precede a su tormentoso ceremonial de duelo. Patroclo no pide venganza, como el padre de Hamlet en tanto presencia de "Ghost" vindicativo para su hijo, cuando su alma visita a su amigo en sueño. Le reclama el olvido y abandono en el que lo tiene. Uno se cuestiona, ¿por qué estar tan concentrado en la venganza? A partir de este ilustre ejemplo, se podría decir que la venganza puede advenir como perturbadora del duelo o bien ocupar sitio en lugar de este duelo. Patroclo le suplica que entregue su cuerpo al fuego y que no permita que sus huesos se separen de los de Aquiles cuando él muera. Patroclo espera ser complacido en esto que pide y Aquiles se compromete en cumplir sus demandas. Cuando está cumpliendo la demanda fúnebre de su leal amigo, entregando el cuerpo de Patroclo a "la violencia indómita del fuego" (Homero, 1994, p. 311), promete que en cambio a Héctor le negará la ceremonia sagrada del fuego y dará su cuerpo para que los perros lo despedacen y devoren. Cumplimiento del duelo para el amigo amado y rechazo del duelo para el terrible enemigo. Ese rechazo del duelo es correlativo de la insaciable venganza, la cual es, a su vez, rechazo del lenguaje que urde el tejido simbólico del duelo. Esto es lo que refiere Lacan cuando resalta la demanda de sepultura de Antígona para su hermano Polinice. Demanda elemental y esencial de derecho humano, que es dirigida a quien ostenta el poder:

Se trata del horizonte determinado por una relación estructural -solo existe a partir del lenguaje de las palabras, pero muestra su consecuencia infranqueable a partir del momento en que las palabras, el lenguaje y el significante entran en juego, algo puede ser dicho, que se dice así: -mi hermano es todo lo que ustedes quieran, el criminal, quiso arruinar los muros de la patria, llevar a sus compatriotas a la esclavitud, condujo a los enemigos al territorio de la ciudad, pero finalmente es lo que es y aquello de lo que se trata es de rendirle los honores fúnebres. Sin duda, no tiene el mismo derecho que el otro, puede contarme al respecto lo que quiera, que uno es el héroe y el amigo, que el otro es el enemigo, pero yo le respondo que poco me importa que abajo esto no tenga el mismo valor. Para mí, ese orden con que osa intimarme no cuenta para nada, pues para mí, en todo caso, mi hermano es mi hermano (Lacan, 2007, p. 334).

El reclamo del cadáver es premisa del duelo en su inserción cultural. El cadáver debe estar disponible para darle satisfacción simbólica mediante el ritual. O sabiendo dónde pudo haber muerto, extraviado en algún lugar remoto, escarpado, de difícil acceso, se busca efectuar los ceremoniales en torno de ese sitio o se deposita un objeto que pueda que haga la función de tumba. Ariès (1999) da cuenta de la costumbre de los exvotos como testimonio funerario, para los que no pudieron recibir sepultura: "en los siglos XVIII y XIX, al menos en la Europa central estudiada por el historiador, no se soportaba dejar al hombre muerto en guerra o por accidente privado de sepultura" (p. 239). Pero las guerras siempre han dejado muertos sin sepultura, incluso la guerra emprendida contra y entre las organizaciones criminales en México no solo dejan muertos sin sepultura, sino que también desaparecidos que no se sabe si están muertos o vivos.

El primer encuentro que tiene Odiseo con un alma en su visita al Hades es con su compañero de aventura, después de la guerra de Troya, llamado Elpénor. El cuerpo de este fue abandonado en la Isla de Circe sin haber recibido sepultura. Diríase que muere en un fatal accidente, pero el mismo compañero de Odiseo reconoce en su deceso la mala voluntad de los dioses y su propio abuso del vino. Se invierte el reclamo. Si los dolientes demandan un cadáver para dar satisfacción ritual a la memoria del muerto, el muerto reclama sepultura y llanto fúnebre. Clama desde el fondo de su alma no ser olvidado:

Yo te ruego ¡oh rey!, que al llegar te acuerdes de mí. No te vayas dejando mi cuerpo sin llorarle ni enterrarle, a fin de que no excite contra ti la cólera de los dioses; por el contrario, quema mi cadáver con las armas de que me servía y erígeme un túmulo en la ribera del espumoso mar, para que de este hombre desgraciado tengan noticias los venideros (Homero, 1994, p. 131).

Darle satisfacción a la memoria del muerto es equivalente a darle memoria histórica, es concederle la preservación de su nombre. Por eso es particularmente la familia la que se ve convocada a esta consagración para darle satisfacción a la memoria del difunto: "en materia de dignidad personal, la única que la familia logra para el individuo, es la de las entidades nominales y solo puede hacerla en el momento de la sepultura" (Lacan, 2003, p. 43). Sustraído un cuerpo, reclamado por la familia del expediente simbolizante y memorial de la sepultura, pareciera que la desaparición o la muerte de un ser querido llevara la marca oprobiosa de la indignidad. Del más allá, desde las sombras de la muerte oprobiosa puede reaparecer un ser clamando y reclamando un lugar de reconocimiento en la historia o una historia que se haga reconocer:

Los dos grandes acontecimientos traumáticos del Holocausto y el Gulag son casos ejemplares del retorno de los muertos en el siglo XX. Las sombras de sus víctimas continuarán persiguiéndonos como 'muertos vivos' hasta que les demos un entierro decente, hasta que integremos el trauma de su muerte en nuestra memoria histórica (Zizek, 2004, p. 48).

¿Por qué un acontecimiento deviene traumático? ¿Por qué las muertes atroces que desencadenan dichos acontecimientos carecen de integración en la memoria histórica? La experiencia de guerra, de violencia diseminada y confusa en un contexto político de declinación de la autoridad y la institucionalidad, de impunidad y arbitrariedad, deja como saldo una imposible dignificación del muerto o del desaparecido, una imposible integración en la memoria histórica, un duelo imposible:

Les traumatismes, dans ces conditions, sont tels qu'il est difficile d'en faire le deuil, les structures familiales sont couramment affectées par des drames. Le corps est marqué, directement, ou parce qu'il devient le terrain de graves processus de somatisation. la culture de la violence est une culture de l'absence ou des carences de l'État (et donc de l'ordre, de la loi); beaucoup basculent de son fait dans la dépression généralisée, et lorsqu'un proche disparaît, le deuil imposible ou inaceptable, la vérité insupportable se soldent par des récits où l'on se forge est une vérité consolatrice, totalement invraisemblable [Los traumatismos, en estas condiciones, son tales que es difícil hacer su duelo, las estructuras familiares corrientemente están afectadas por unos dramas. El cuerpo está marcado, directamente, o porque deviene el terreno de graves procesos de somatización.la cultura de la violencia es una cultura de la ausencia o de las carencias del Estado [y entonces del orden, de la ley]; muchos por este hecho se vuelcan en la depresión generalizada, y cuando un pariente desaparece, el duelo imposible o inaceptable, la verdad insoportable, se saldan por unos relatos donde lo que uno se forja es una verdad «consoladora», totalmente inverosímil, pero no falsificable] (Wieviorka, 2005, p. 191).

El impacto del traumatismo imposibilita o rechaza el duelo. El estado afectivo de duelo es sofocado, no encuentra palabras para decirse, se transforma en angustia o se atora en alguna zona del cuerpo. Pero además, el duelo, como registro sociocultural que dignifica con el ceremonial y la sepultura al muerto, el duelo como trabajo cultural del logos de comunidad (Lacan, 1959, p. 107), no se despliega en torno a este vacío incalmable o inconmensurable. No hay modo de hacer abreacción, de verbalizar el afecto estrangulado y de liberarlo de la reminiscencia atroz. La reacción adecuada de la venganza queda contenida en las entrañas corporales ante la imposición virulenta de la inmovilidad y el silencio. Los relatos que brotan surgen de espasmos del miedo.

Javier Valdez Cárdenas, en una entrevista concedida a Fabiola Palapa Quijas del diario La ¡ornada (24 de octubre, 2012), con motivo de la presentación de su libro Levantones: historias reales de desaparecidos y víctimas del narco, habla de relatos alienantes que tienden a imponer la naturalización de la violencia funesta:

Creo que esta forma de vida que nos impone el crimen organizado está marcando a las nuevas generaciones, a los niños y a los jóvenes. Nos imponen una forma de vida de terror, en el que se asume la muerte violenta como natural y eso es muy peligroso (párr. 5).

Lo que se impone es concebir que la muerte no necesariamente esté aguardando a la persona sino que saldrá al paso en cualquier momento de manera brusca e intempestiva a manos de algún narco, sicario, miembro de la policía o del ejército. No habrá tiempo ni espacio para despedidas ni ceremoniales. Es posible que el cuerpo de una persona quede abandonado en cualquier lugar y nunca se redima, retomando palabras de Homero, condenado a la condición de indignidad. Para este autor, el horror ha cobrado tal dimensión que ha producido una sociedad insensible e individualista, que parece acostumbrarse a la violencia. Ese acostumbramiento involucra un elemento de extraño disfrute, como lo advierte un psiquiatra y psicoanalista como Adnan Houballah, quien trabajó durante una parte del periodo de los años setenta y ochenta en la guerra civil del Líbano, hay una especie de sequedad de la muerte precisamente a partir de "tanta muerte". La sequedad de la muerte impresiona como una situación fútil, investida de indiferencia en condiciones bélicas. Un breve relato de esta circunstancia, tomado de la novela célebre de Tolstoi amerita introducirse aquí; es la palabra del coronel al ser inquirido acerca de la relación de bajas que se debe reportar al príncipe: "¡Bah!, insignificantes -dijo el coronel con voz de bajo-. Dos húsares heridos y uno muerto en seco -añadió sin tratar siquiera de contener una sonrisa de satisfacción al pronunciar con voz clara aquella afortunada expresión de 'muerto en seco' " (Tolstoi, 2008, p. 98). Pérdidas insignificantes, pérdidas que no admiten ni lamentaciones ni lágrimas, que no expresan tampoco demanda de duelo.

Quand la violence règne, explique Houballah, il ya a d'abord accoutumance. On s'y habituo, on l'anticipe, et même on l'attend, on se prépare au soulagement qu'apportera son advenue. L'attente est lourde d'ambivalence [Cuando la violencia reina, explica Houballah, de entrada hay acostumbramiento. Uno se habitúa a ella, se le anticipa, incluso se le espera, uno se prepara para el alivio que aportará su advenimiento. La espera de la muerte está cargada de ambivalencia] (Wieviorka, 2005, p. 189).

La expectativa de la violencia está cargada de anhelos de venganza, de apetitos de odio. No hay lugar para duelos cuando el ambiente está cargado de expectativas de desahogo por tantos afectos estrangulados en y por las palabras no declaradas. Para Edgar Morin (2007), "la idea de la muerte es la idea traumática por excelencia" (p. 32), en la medida en que supone la pérdida de la individualidad, la cual no deja de sublevarse y afirmarse ante y contra la muerte. Al proponer el planteamiento de "traumatismo de la muerte" quiere dejar patente la separación de la consciencia de la muerte respecto al anhelo de la inmortalidad, finalmente se trata del abismo entre lo real de la muerte putrefacta, lo real de la descomposición corporal y el imaginario de la unidad narcisista del yo inmortal. El mismo Freud señalaba esta posición de no inscripción de la muerte en el psiquismo inconsciente: "nuestro inconsciente no cree en la muerte propia, se conduce como si fuera inmortal. Lo que llamamos nuestro inconsciente no conoce absolutamente nada negativo, ninguna negación, y por consiguiente tampoco conoce la muerte propia." (1915/2006c, p. 297).

De los cuerpos desaparecidos y la palabra ahogada

Existe algo en la experiencia de la muerte que violenta a la persona, que siendo inconcebible para el yo, dice Freud (1915/2006), los despoja de los seres que más quieren, de los seres que representan en buena medida su idolatrada imagen narcisista. Trátese de una pérdida súbita, como las que dan paso al trauma, en la que "lo disruptivo de la pérdida puede devenir traumático o trabajo de duelo" (Benyakar, 2011, p. 9); igualmente, las pérdidas anunciadas, pronosticadas médicamente o bajo pena de muerte, que obligan a la restructuración subjetiva, comprometen el trabajo de duelo. El encuentro con esa muerte anunciada implica violentar el psiquismo, pues se vive un estado de incertidumbre y suspenso que parece prolongarse indefinidamente:

La maladie, c'est l'existence de l'Autre-corps rendue pénible ou imposible; c'est le corps réduit à sa moitié, puis à son symptôme, faute de disposer du déploiement de l'entre-deux-corps. Il y a maladie quand l'autre-corps est mortifié ou devient un effet de mort. La maladie est une violencia qui éclate dans l'entre-deux-corps, même si elle «choisit» de s'exprimer dans l'un ou l'autre; par un cáncer ou un délire [La enfermedad es la existencia del Otro-cuerpo hecha penosa o imposible; es el cuerpo reducido a su mitad, luego a su síntoma, a falta de disponer del despliegue del entre-dos-cuerpos. Hay enfermedad cuando el otro-cuerpo es mortificado o deviene efecto de la muerte. La enfermedad es una violencia que estalla en el entre-dos-cuerpos, incluso si ella «elige» expresarse en el uno o en el otro; por un cáncer o un delirio] (Sibony, 1998, p. 36).

El duelo paradójicamente parece precipitarse o prolongarse sin fin ante este cuerpo mortificado en función del discurso funesto del médico. Declarar terminal una enfermedad supone, mediante la palabra, terminar con la vida de un sujeto. Esa palabra que decreta el fin inminente, a veces más o menos fechado, literalmente liquida con el ideal narcisista de inmortalidad en el cual el yo se recrea. Cuerpo presente y desaparición inminente son los componentes de una pérdida que se confronta con la de una desaparición presente y un cuerpo ausente:

No puede haber duelo si se escamotea el cuerpo del difunto en su realidad física, perceptible, si se suprimen los signos que remiten a la existencia del muerto. Y de todos esos signos, los del lenguaje son evidentemente los más determinantes. Poder hablar del desaparecido es condición necesaria en todo trabajo de duelo (Arfouilloux, 1986, p. 76).

Ese cuerpo en su soporte físico y orgánico del ser, en su condición de muerto, signa un doble escamoteo. Ni está el cuerpo del desaparecido, ni está su condición definitiva de muerto. Para los seres queridos de este desaparecido parece vetado el trabajo de duelo. Sobre todo porque no hubo oportunidad ni posibilidad de despedirse, de decir adiós. Fue este el caso de los que sobrevivieron al holocausto nazi, muchos de ellos niños, ante lo traumático de sus rupturas intempestivas con sus seres queridos, con sus padres, de modo relevante:

A su regreso, los deportados buscaron en vano los rostros familiares, desaparecidos años antes sin que hubieran tenido tiempo de decirles adiós. Y esa espera siempre frustrada permanece en ellos como un vacío que nada podrá llenar jamás. Desde luego que se optó por decirles que sus padres habían muerto en la deportación, pero ¿cómo hacerse a esa idea cuando no hay ningún cuerpo que enterrar ni tumba en la cual postrarse? (Arfouilloux, 1986, p. 77).

Se prefirió dar por muerto al sujeto desaparecido, como a veces se da por muerto al sujeto desahuciado por la ciencia médica o por el ordenamiento legal de una pena de muerte. Dar por muerto al desaparecido supone que alguien, en el lugar de amo, dicta la función de examen de realidad. Freud (1921) decía que eso pasaba cuando se inscribía a un sujeto en el lugar de ideal del yo, al cual se adscriben las funciones de represión, observancia de sí, censura y examen de realidad.

Si este amo dice que está muerto, cuenta como si estuviera realmente muerto, aunque no haya cuerpo muerto ni tumba que así lo consignen. Ante esto, las personas se enfrentan con una avalancha de no identificados, y otra de familiares ávidos de justicia en búsqueda de sus seres amados desaparecidos, aquellos que se encuentran en un territorio en el que el dolor está aliado a la incertidumbre. Se trata de un dolor dirigido a muchos lugares y a ninguno al mismo tiempo, un dolor que no puede encontrar su objeto perdido y que, sin embargo, lo reclama. Ese dolor encuentra paradójicamente en la incertidumbre, en la duda, su amortiguador. Es dolor cifrado de esperanza, aunque tampoco se detiene: "si el objeto se ve llevado a desaparecer súbitamente, sin amenaza previa, es el dolor lo que se impone" (Nasio, 1996, p. 46). Este dolor, sin embargo, no demuestra que el duelo esté teniendo lugar, no pertenece al mismo orden. No se trata de un duelo permanente ante lo que la violencia ha arrebatado al sujeto, y lo que le sigue arrebatando; es más bien un dolor que emana de la imposibilidad del sujeto de hacer algo ante estos arrebatos. Es un dolor callado en lo personal pero gritado en lo social. Son gritos constituidos como palabra ahogada.

Como dice Lacan (1965), refiriéndose a la famosa pintura El grito de Munch: "Littéralement, le cri semble provoquer le silence et, s'y abolissant, il est sensible qu'il le cause, il le fait surgir, il lui permet de tenir la note. le cri fait le gouffre où le silence se rue" [Literalmente, el grito parece provocar el silencio y, aboliéndose allí, es sensible, a lo que lo causa, a lo que lo hace surgir, le permite sostener la nota. el grito hace el abismo donde el silencio se precipita] (p. 217). La violencia impone silencio no solo a su víctima funesta mediante un acto homicida, sino que también lo puede imponer al ritual de sepultura y duelo. Igualmente, puede pretender aniquilar este recurso simbólico de enorme y trascendente arraigo cultural. Se ha sabido cómo grupos criminales irrumpen en el velorio o la ceremonia de sepultura para sabotear el rito fúnebre cobrando incluso otras víctimas. Los dolientes, los que están para satisfacer la memoria del muerto, suelen ser igualmente aniquilados de modo violento en una situación de esa índole. Como si se buscara que no quedara nadie para cumplir con este duelo que compromete familiares y amigos, sellando con un acto de rememoración la pérdida del ser querido. Se impone bruscamente el miedo ante o por encima del proceso de duelo. Este miedo extiende su sombra de desolación y desamparo: "La peur de la violence rappelle des peurs originelles d'être sans défense devant l'Autre, pris par lui comme objet, de jouissance ou d'autre chose". [El miedo de la violencia recuerda miedos originales de estar sin defensa ante el otro, tomado por él como objeto, de goce o de otra cosa] (Sibony, 1998, p. 71).

¿Qué es lo que se está perdiendo en este abismo de silencio impuesto por la violencia y su estela de miedo? Seres donde estaba inscrita o donde ya se estaba escribiendo una historia comprometiendo todas las expectativas, todos los horizontes, que generan el amor, el deseo, la confianza. Un segmento de esa historia es la hostilidad y el odio, combinándose con la estructura radical del amor. Ese segmento se sedimenta después de la pérdida como culpa, con algunos matices a menudo persecutorios. Como si la violencia que le hizo perder a un ser querido hiciera evocar la violencia del componente de odio en la ambivalencia pasional inherente al amor. Una violencia remite a otra. De la violencia del asalto real que destruyó la vida de un ser querido se transita por vía inconsciente a la violencia configurada en un fantasma que hace el montaje de una escena que "representa al deseo como tal" (Zizek, 2004, p. 22). Ese fantasma como escenificación del deseo de muerte es el que inculca la culpa, pues el proceso gira en sentido opuesto. Al pensarse que a causa de dicho fantasma, violento en la dramatización imaginaria del acto, determinó y decidió el final funesto y violento en lo real. El sujeto se inculpa gravosamente sobre todo si la violencia homicida permanece impune y sus agentes inmunes a todo proceso de persecución judicial. Al no haber este evento de búsqueda auténtica y resolutiva de responsabilidades, el sujeto se encuentra desamparado y se hace perseguir por un superyó que no tolera las ambivalencias. El sujeto se pierde en este torbellino de culpa que de no ser declarada puede insertarse en lo real-orgánico de un cuerpo sufriente o en lo real-abrupto de un pasaje al acto.

Freud, retornando a su metapsicología de los procesos anímicos, afirma que el duelo como posición afectiva del sujeto se entiende como "la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc." (1915/2006, p. 241). Sin embargo, no toda reacción ante la pérdida delata que lo que tiene lugar en el sujeto se trate efectivamente de un duelo. Muchas veces, precisamente lo que hace falta es un lugar para el duelo. También puede ser que junto a una pérdida haya otra anexada. Puede que esa persona amada que se ha perdido haya sido la encarnación de un ideal de libertad, de amor, de confianza. De este modo, las pérdidas se complejizan, se desdoblan e integran aspectos abstractos en lo concretamente abrupto de una experiencia de pérdida. Es decir, una pérdida arrastra a otra. Todo lo que representaba en su semblante ideal una persona que se ha ido para el sujeto se pone en juego:

Les qualités adorables de l'autre peuvent en effet n'être en rien illusories, mais comme il est beaucoup plus douloureux de perdre quelqu'un d'<<unique au monde» que quelqu'un de banal, il est aussi fréquent de se défendre de l'idealisation, soit en rompant la relation après la première recontre, soit en se cramponnant aux imperfections et aux défauts de la personne aimée pour tenir la fascination à distance [Las cualidades adorables del otro pueden en efecto no ser nada ilusorias, pero como es mucho más doloroso perder a alguien «único en el mundo» que a alguien banal, es también frecuente protegerse de la idealización, sea rompiendo la relación después del primer encuentro, sea aferrándose a las imperfecciones y a los defectos de la persona amada para sostener la fascinación a distancia] (Galimberti, 2011, p. 108).

Para no perder tanto ante una eventual pérdida, para no arriesgarse, el sujeto pretende ahuyentar la idealización. Pero la unicidad del otro ni siquiera debería discutirse. Es inherente a su singularidad subjetiva determinada por el orden simbólico del lenguaje. Hay muchas idealizaciones que advienen en sordina o de modo estridente después de la pérdida, siguiendo la famosa frase de "nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido". Freud (1915/2006) hablaba de la necesidad de llevar a cabo un trabajo de duelo, el cual implica un tiempo y un gasto de energía considerables, muchas veces -como en el caso del duelo-, dicho gasto de energía libidinal es tan grande que no se conserva nada para depositar sobre otros objetos. El mundo se percibe vacío. Los "otros amados" desaparecen durante ese tiempo. Cuando se está en trabajo de duelo, es el objeto perdido aquel a quien se le ha investido con toda la expectativa libidinal. Aparte de él, no hay más, ni siquiera hay uno mismo. No hay interés por nada ni por nadie. ¿Cómo sería entonces posible pensar que se está realizando un trabajo de duelo ante los efectos devastadores de la violencia? No parece haber nada ahí que proporcione un indicio de investidura libidinal total sobre los objetos perdidos de las personas, nada que les permita que el dolor delate la pérdida y, tampoco, que delate al dolor. A veces, ni siquiera se reconocen estas pérdidas. Más investidas a veces que los mismos objetos perdidos están las preguntas, las reflexiones, los pensamientos, los sentimientos de injusticia, enojo y dolor, y los afectos ante esas pérdidas, pues se insiste en ellos. Algo se abre mientras no hay nada que lo cierre. Nada que cierre la herida abierta que Freud encontró en la melancolía. Es esa herida abierta la que está ahí, sobre la cual circula el amor, no sobre el ser amado perdido. La incomprensión y el dolor son los contenedores de la libido del sujeto ante la violencia, ante las muertes por la violencia, que repite la sentencia del melancólico de la cual Freud habla, sabiendo cuál es el objeto perdido, más no lo que se pierde en él (1915/2006). Para Allouch (2000), lo que se pierde es un pequeño trozo de sí, una parte del sujeto mismo perdida junto con el objeto o que este se lleva con su muerte. Supone desgarramiento:

¿Todo duelo no deja en definitiva una línea de fragmentación entre una parte que sobrevive y otra parte de uno que desaparece en la tumba junto con el muerto? Despedirse es siempre abandonar una parte de sí mismo. ¿Podemos esperarlo de un niño, cuya identidad es tan vacilante? (Arfouilloux, 1986, p. 52).

Del mismo modo, ¿se podría esperar el trabajo que se deriva del duelo ante una situación tan vacilante como la que supone la condición de desaparecido?, ¿el desaparecido se lleva con él, en su estado vacilante, un resto de las vacilaciones de sus familiares, de sus dudas e incertidumbres? O ¿los confronta con ellas de manera ardua y fatigosa?

No hay duelo por las pérdidas incomprensibles y masivas que deja la violencia. Ante la falta del trabajo de duelo, el sujeto sigue su vida. Pero la sigue cargando con la herida abierta de la pérdida carente de dirección, de desemboque sobre algo, pues se sigue sin conseguir respuestas, justicia o sentido; se siente la falta de sentido. Mientras el

sujeto está anclado respecto a sus pérdidas pero sin trabajo de duelo, ¿qué es lo que hay ahí? Precisamente, una herida sobre otra; la herida que hace la falta del ser querido, imposibilitada de cierre por la otra herida, la herida que hace la falta de sentido, de respuesta a un llamado y de dirección. Es esta segunda herida la que el sujeto intenta nombrar de tantas formas, precisamente por la falta de nombre; es alrededor de ella que los intentos fallidos de duelo se desarrollan. Basta con prestar escucha a los testimonios de los sujetos de estos intentos. En una carta de Javier Sicilia a Humberto Moreira, publicada el 25 de octubre, se lee:

(...) Usted, Humberto, se ha convertido, bajo el peso de la desgracia que se ha adueñado de nuestro país, en un hermano más en el dolor, en alguien muy amado en esa comunidad de los que sufren. La comunidad de las víctimas, usted lo sabe, usted lo experimenta con todo el dolor, carece de ideología. Su rostro es el de la desdicha. No encuentro otras palabras para definir ese estado que el del desarraigo de la vida, una especie de muerte atenuada que, dice Simone Weil, se hace presente en el alma por la aprehensión de un extraño y profundo malestar físico que se parece al dolor extremo pero que no es dolor, sino sufrimiento, desdicha, una especie de abandono y de desamparo total que nos hacen buscar el consuelo de los seres humanos y la justicia.

(...) Usted y yo tenemos un hijo asesinado. Pero hay miles que claman por la justicia que se les debe a ellos y a sus hijos o padres o esposos o esposas asesinados; hay otros miles más que los tienen desaparecidos y que no encuentran siquiera la justicia de saber su paradero. Esas víctimas no saben si sus familiares viven o están muertos; si viven, dónde están y cómo están; si están muertos, qué les sucedió y dónde están sus cuerpos. Las he oído y visto clamar, aullar, gritar, luchar; las he acompañado en 'la tortura de la esperanza'... (Sicilia, 25 de octubre de 2012).

El "dolor que no es dolor" y la "tortura de la esperanza" no pertenecen al orden del duelo, tampoco de la melancolía. Son del orden del duelo fallido, del no-lugar del duelo. En una entrevista que se le realizó al mismo Sicilia durante este año, relata que "es un dolor. Un horror indecible" (Arreola, 28 de junio de 2013).

Para el psicoanálisis, ese dolor que pertenece más bien al desamparo no apalabrado (indecible), es la experiencia desde la cual el papel del llanto y del grito adquiere un sentido elemental. El llanto aparece como la expresión fundamental de llamado al otro, la primera forma de demanda, la más básica y, por tanto, la más sentida, como el niño que ante la angustia llama a la madre por medio del llanto y del grito. Ante las muertes por violencia, el abandono y desamparo se contraponen a las lágrimas. Por la violencia que marcha impune, este llamado no obtiene respuesta. Es un dolor en el que las lágrimas no reciben consuelo de vuelta, no hay respuesta a la demanda de amparo y acompañamiento. No hay posibilidad para la palabra, está ahogada, interrumpida, insuficiente. No hay nada que pueda ser dicho, pues de algún modo toda la sociedad sufre las pérdidas emanadas de la violencia. Respecto a la primera pérdida del sujeto, la pérdida de la madre, Freud escribe que el niño:

Muestra entonces angustia, que hemos referido al peligro de la pérdida del objeto. La angustia del lactante no ofrece por cierto duda alguna, pero la expresión del rostro y la reacción de llanto hacen suponer que, además, siente dolor. Parece que en él marchara conjugado algo que luego se dividirá. Aún no puede diferenciar la ausencia temporaria de la pérdida duradera; cuando no ha visto a la madre una vez, se comporta como si nunca más hubiera de verla, y hacen falta repetidas experiencias consoladoras hasta que aprenda que a una desaparición de la madre suele seguirle su reaparición (Freud, 1926/2006, p. 158).

Freud (1926/2006) deja en claro que, a diferencia del niño, el adulto ya reconoce la pérdida de su objeto de amor y el estado de duelo delata que este ya no volverá (a diferencia de la angustia). El sujeto toma de su pérdida arcaica un componente que evidencia este hecho a través del llanto que demanda al otro mientras llora su pérdida. Se trata del dolor de saber que el objeto ya no volverá. El sujeto esperanzado en el retorno de su ser amado desaparecido, secuestrado, dado por muerto pero sin haber un cuerpo que lo asegure, este sujeto no obtiene respuesta a su llanto y a su dolor, imposibilitándolo así para el duelo. La incertidumbre por el otro puede mantener el duelo en suspenso indefinidamente.

La ausencia de rito para el duelo

Desde siempre, como se mencionó con anterioridad, la sociedad ejercita como respuesta cultural y advocación tradicional de lo simbólico a la pérdida, los ritos funerarios de duelo. El papel del luto, el ritual en torno al duelo y el funeral, es histórica y subjetivamente significativo, su importancia no pasa por alto. A veces, basta con que este se realice para iniciar el trabajo de duelo, para asegurar la mejor vida del muerto, aliviar el dolor del vivo, la culpa, y como medio de protección del sujeto hacia la muerte propia. La muerte sin funeral posee en la cultura de los negros brasileños consecuencias nefastas para los vivos. Puede enfermarlos en tanto el ritual de duelo es parte de un ciclo específico. El adivino puede identificar el origen del mal de quien lo consulta situándolo en una falla histórica, una falla cometida por un antepasado al haber dejado una muerte sin duelo:

Muerto en el anonimato, lejos de su hábitat, en los caminos del exilio, en la Amazonía o en el sur, cazado por la Secca o aprisionado por la policía, ha fallecido sin que su clan le haya hecho un axexe regular. Desde entonces, vaga entre el Orun y el Ayé, entre el cielo y la tierra, incapaz de reintegrar su ipori (Ziegler, 2008, p. 74).

A un muerto se le negó la paz a la que alude la palabra axexe, con lo que esta deuda adquiere un aspecto perturbador e inquietante que se deposita en este enfermo consultante. Hay un muerto aparecido, un egun, que demanda la reparación de la falla simbólica, la recuperación de su rostro inmortal denotado por la palabra ipori.

Por el rito se logra una distancia del vivo con el muerto y del sujeto con su propia muerte, "el rito se desempeña como una satisfacción significante del agujero en la existencia, por la puesta en juego total de todo el sistema significante alrededor del mínimo duelo" (Lacan, 1959, p. 98). "En el pasaje del cuerpo al cadáver, los ritos intentan llevar la putrefacción de lo real a lo simbólico" (Baños citada en Maris, 2012, p. 240). De acuerdo con Louis Vincent Thomas, cumple el rol de "terapia universal" en dos fases: la primera se refería a asignar al cuerpo su lugar propio y la segunda, que ayudaba a los sobrevivientes a reponerse de la pérdida, en una especie de dominación de la muerte. Puesto que "el ritual no tiene más que un solo destinatario, el hombre vivo, individuo o comunidad. el ritual de muerte es un ritual de vida" (Rodríguez, 2009, p.73). Es el paréntesis y suspensión en la relación que establece el individuo con la realidad, aquel que sugiere Zizek (2004) como propio de toda simbolización.

Sin embargo, encarando muertes violentas y desapariciones, un ritual para el duelo tampoco asegura que este encuentre su lugar y momento para hacerse, pues irrumpe el llamado por respuestas y justicia.

Como el duelo de Hamlet que se suspende por la irrupción de otra cosa, de otro evento: «ahorro, Horacio, ahorro. Los pasteles calientes del funeral sirvieron de fiambres en las mesas de la boda» (Shakespeare, 1600/2002, p. 40). En virtud de la ceremonia festiva de la boda de la madre de Hamlet con su tío Claudio, lo que resulta entonces como ahorrado es el ceremonial del duelo. De allí que para Roudinesco, Hamlet represente de modo destacado al "héroe de una tragedia de lo imposible" (2005, p. 121). ¿Cómo llevar a cabo un ritual efectivo simbólicamente en torno a aquellos que se suponen muertos pero cuyos cuerpos están desaparecidos? No hay un cuerpo al cual dedicarle el duelo, al cual referirse. Ausencia de reconocimiento de la muerte: "para que cualquier trabajo de duelo se inicie es imprescindible el reconocimiento de esa pérdida por un tercero" (Bauab, 2012, p. 225). Es la tortura de la esperanza sobre la cual escribe Sicilia, la tortura de esperar que el otro esté vivo, que vuelva, que al menos su cuerpo sea encontrado. Tortura es la palabra correcta. Ahí no hay nada en el orden del placer en juego, sino más la reaparición del "más allá" del principio del placer, de la compulsión repetitiva de un espectro de descomposición en el que la tortura resulta hasta preventiva, como lo decían Franco Basaglia y Franca Basaglia (1977):

(...) una tortura preventiva, donde se tortura y se mata a quien no tiene nada que confesar, sino el propio rechazo a ser masacrado, destruido, asesinado. Una tortura hecha para obtener el consenso incondicional, la aceptación pasiva, la adecuación a una norma cada vez más rígida y estrecha que responde cada vez menos a las necesidades de quien se debe someter. La razón del Estado está prevaleciendo sobre el último humanismo, y la violencia no teme ya más revelarse como aquello que es (p. 23).

Por otra parte, y de acuerdo con Allouch (2000), la ausencia de rito arroja a la muerte a estatuto de acto, a "muerte seca, pérdida a secas" (p. 9), impidiendo el trabajo de duelo. Asimismo, en un trabajo reciente, Orozco destaca el carácter de la muerte violenta como "una impronta traumática sobre los sobrevivientes que ejerce terrorífica sacudida sobre su dolor y su duelo" (2011, p. 210). Esa es la muerte a secas, palpable por su sello traumático. La forma violenta de morir junto con la pérdida total del ser amado, en la que no queda nada de él, ni su cuerpo denota esa marca traumática que pone una barrera al duelo para no hacerse, o dejarse para después. Como escribe en una carta dirigida a su hijo desaparecido, dado por muerto, María Guadalupe Fernández, integrante del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad:

(...) lo prioritario en este camino de claroscuros es encontrarte, después, que los perpetradores de esta atrocidad que cometieron contigo, paguen con cárcel, a ellos mi desprecio y petición de madre, que nunca jamás encuentren paz y tranquilidad en su corazón y a ti mi amado Toño, como todos los días te pido 'ayúdanos a encontrarte' (28 de marzo de 2013).

Ausencia de tranquilidad, presencia de tristeza, dolor, herida abierta y, muchas veces, odio. Incluso petición hacia el desparecido, o muerto, de volver, de dejarse encontrar, sea cual sea su nueva condición. Esto remite también a una absoluta carencia de confianza en que otros, como la policía, lo encuentren. Si bien estas pérdidas reales, tan reales, en las que ni los cuerpos son recuperados, forman parte de un análisis de la realidad mexicana desde múltiples enfoques psicológicos, sociológicos, económicos, etc. Es necesario reconocer que las voces del duelo suspendido, fallido, como las de los miembros de los movimientos de víctimas que siguen creciendo en el país, se escuchan también en diferentes partes del mundo. Es el discurso repetido del dolor y la palabra ahogada por el arrebato violento y traumático en el que no hay posibilidad de subjetivación de la pérdida:

"Nuestras vidas han sido destruidas, no tenemos un mañana, solo vivimos en un pasado incierto, en total oscuridad (...)", expresa la esposa de Juan Almonte Herrera, contable de una ONG de derechos humanos de la República Dominicana. Fue secuestrado el 28 de septiembre de 2009 en Santo Domingo y no se ha vuelto a saber de él.

"Llevo con antidepresivos los cuatro últimos años. Mis hijos tienen pesadillas. Mi segundo hijo no puede dormir solo. Quiere estar conmigo o con su hermano", relata la esposa del Dr. Abid Sharif, paquistaní víctima de desaparición forzada en el año 2003.

También existe una infinidad de testimonios encontrados en asociaciones como H.I.J.O.S "Por la identidad y la justicia contra el olvido y el silencio", grupo argentino de sujetos que buscan a sus familiares desaparecidos durante las condiciones de dictadura y persecución política, algunos de ellos se encuentran en esa situación desde hace décadas. Son todos ellos, y muchos más, testimonios de duelos prolongados hasta el infinito, evidenciados por sus características traumáticas, en los que los gritos de los familiares se constituyen como palabras que no son escuchadas por nadie.

La ausencia de duelo como combate perdido

Como intentos de ritual de duelo están los llamados duelos nacionales, los cuales tienen el papel en lo social del rito luctuoso, que en lo personal lleva a cabo cada sujeto ante sus pérdidas. Se lee en una nota periodística de CNN:

No se establece un razonamiento de por qué se decretaría un luto nacional, sino simplemente queda clara la facultad que tiene el Ejecutivo para determinarlo por alguna causa grave. En la ley no existe un listado de requisitos, es criterio exclusivo del presidente (Montalvo, 27 de agosto de 2011).

El mismo presidente, puesto como responsable de iniciar un duelo nacional, puso una pantalla, disimulando la violencia, cambiándola de cara, imposibilitando todo intento de entendimiento y subjetivación de las pérdidas. Durante el sexenio anterior se declararon dos duelos nacionales, y solo uno de ellos guardando una evidente relación con las muertes violentas que agobian al país ya todos los días (el caso de la masacre perpetuada en el Casino Royale de Monterrey, que implicó a 52 víctimas). Ciertamente, aquel intento de duelo nacional no era el lugar para el duelo de México. Nada ocurrió ahí que permitiera el paso a otra cosa. La realidad muestra que no se ha dado lugar para el duelo del país y es que un duelo no se puede llevar a cabo sobre la herida abierta de lo no comprendido, pues el duelo ante todo supone el cierre de la pérdida.

Algo diferente ocurrió en Estados Unidos. Una postura subjetiva distinta se hace notar en los sujetos, en los que el duelo nacional por los muertos del 11 de septiembre se llevó a cabo en 2012, once años después del suceso, hasta que la herida de la pérdida encontró un punto de cierre y, así, el duelo es posible. Al declarar el duelo nacional, Obama recalcó:

La última década ha sido difícil, pero conjuntamente hemos salido reforzados como nación. Nos enfrentamos a Al Qaeda, minamos su liderazgo, y les pusimos en la senda de la derrota (... ) Osama Bin Laden no será ya una amenaza para EEUU (EFE Agencia, 9 de agosto de 2012).

Aquello que mantuvo en suspenso el duelo por diez años, más aquel designado como responsable y culpable de las muertes, fue asesinado. Es el efecto de venganza descrito por Freud, "la reacción adecuada". La amenaza se considera desvanecida y el duelo entonces ya puede hacerse. Las respuestas están dadas, el muerto ya está muerto, la escucha a la demanda por el llanto llegó y el sentido de justicia y libertad fue devuelto a los sujetos. La frase, "les pusimos en la senda de la derrota" no es azarosa en el discurso inaugural del duelo, pues ¿no representa un duelo también un combate? En cierto sentido, en el duelo hay un ganador y un perdedor. El derrotado pierde. El derrotado sufre de pérdida, está obligado a lidiar con ella y con el hecho de que mientras él pierde, otro gana. Estados Unidos se erige como el ganador de un combate y los sujetos pueden ya elaborar sus duelos, al mismo tiempo ponerles fin, festejando la muerte del otro: "la muerte del enemigo satisface una inclinación pulsional" (Freud, 1932/2006, p. 188).

En México es diferente, pues el resultado del combate no es favorecedor. Se trata de un combate y de "la lucha", como la llamó el presidente, que hasta ahora la sociedad mexicana sometida a la libre violencia va perdiendo. Por lo tanto, no hay lugar para el duelo, lo que hay es un no-lugar del duelo, un espacio en el que la herida está abierta y en el que los intentos de cierre han sido fallidos, como sujetos que viven en el desamparo y como sociedad que está en pérdida sellada por el trauma, que va perdiendo un combate que lo único que arroja es dolor. Las condiciones están dadas para imposibilitar el trabajo de duelo, para negarle un lugar que desde el sujeto desamparado ante su pérdida, hasta los intentos fallidos de duelo como sociedad, delatan que existe algo -o mucho-, que no está siendo escuchado ni atendido, que la demanda está siendo acallada.

Recientemente, las discusiones respecto a inaugurar un memorial de víctimas en el Distrito Federal han traído nuevamente a primer término el preguntarnos qué hacer con las pérdidas que no encuentran lugar para subjetivarse. En marzo del 2013, agrega Sicilia:

Un memorial es un proceso y es un proceso no cerrado, porque hay que recordar que siguen los muertos, se fue Calderón y esto sigue; entonces necesitamos recuperar la memoria, y la memoria es recuperar nombres e historias, ese es el primer proceso de memoria que tiene que concluir. Nosotros quisiéramos un memorial donde estuvieran pasando los nombres, un memorial abierto hasta que concluya y, después, ver cómo aterrizamos esos nombres, esa memoria (14 de marzo de 2013).

Necesidad de recuperar las historias de los muertos, de los sujetos desaparecidos. Necesidad de armarles una historia y de darles un lugar en la historia. Desafortunadamente, junto con estos reclamos, la sociedad se expone también a morir, a desaparecer como los seres amados a los cuales buscan -como en el funeral en el que aparece el sicario para seguir matando-, puesto que los culpables siguen vivos, libres por las calles, secuestrando y asesinando más gente. Este riesgo a morir no viene de otro lado que del mismo dolor y sentido del duelo. De ese otro duelo que se introduce, aquel que remite a un combate.

Si no resulta de él un homicidio, llevan los combatientes la intención de cometerle; si aún se niega que lleven esta intención, es indudable que las vidas de ambos corren riesgo, y si bien es cierto como dice Rosseau que "todo hombre tiene el derecho de exponer su vida para defenderla", no sucede lo mismo cuando se arriesga inútilmente. Se trata de defender un honor ultrajado (Borrás, 1930, p. 25).

Es el honor ultrajado de la víctima desaparecida la que arroja a los sujetos al peligro de morir de la misma forma. Pues al fin y al cabo, el sujeto en duelo suspendido o permanente, se encuentra en una posición de muerte; de muerte del otro y de sí mismo. Es ese no-lugar el que, además de delatar la imposibilidad del duelo a efectuarse, también da cuenta del otro duelo fallido, el combate por la vida y la muerte, real, como sujetos deseantes, carnales e inmersos en el dolor de la violencia:

Porque la violencia tiene que ver con un duelo imposible y cuya imposibilidad proviene del hecho de mantener a raya la ausencia. No basta con pretender que la violencia es una depresividad no simbolizable por falta de representaciones psíquicas y de palabras. Aquí hay que saber que la imposibilidad de un duelo -o sea, de la temporalización subjetiva y del descubrimiento en la voz de los deseos de muerte-, refuerza siempre la esperanza consolatoria apelando a una persona viva. Como si la presencia de la persona debiera llegar a poseer ese papel de atenuación del duelo (Fédida, 2006, p. 38).

La pérdida, la desaparición, invoca al otro, a los otros, que no pueden mantener a raya la ausencia ni mantenerse a raya, demanda la esperanza, el movimiento comunitario de la esperanza que no se deja consolar fácilmente, que grita no solo para ahogarse en el silencio sino para hacer una política y una ética de persistente reclamo social contra estos "tiempos de anomia" (Marinas, 2008, p. 27), que anudan en la violencia la inmunidad con la impunidad.

Conclusiones

Como ya se ha expresado, l a posición de este artículo se sustenta desde el concepto de sujeto lacaniano, considerando que la premisa de la constitución del sujeto es el lenguaje y que experiencias como las del duelo comprometen de manera decisiva la relación del sujeto con el lenguaje en lo que se refiere a dar cuenta de su existencia, de su vida y de su muerte, de su dolor y de su sufrimiento. De ahí que se haga propia también la posición de Wiviorka, (2005) acerca de lo indispensable que es colocar en el corazón del análisis de la violencia el lugar del sujeto. De esta manera, el duelo y la violencia se han anclado como premisas a partir de las cuales el psicoanálisis puede explorar la problemática del sujeto en relación con la ausencia del duelo.

¿A qué ha conducido esta investigación?, ¿qué resultados se derivan de la misma?

Primero, la imposibilidad de enunciación, incluso de denuncia, hace pensar la condición real inasimilable de la pérdida súbita del desaparecido; denota su estigma traumático. Segundo, la posición de Freud respecto al trabajo de duelo es controvertida, aunque se puede relacionar con algunas actitudes culturales ante la muerte. En un primer momento, deposita su confianza en el tiempo para superar la experiencia de pérdida. Como si el paso del tiempo bastara para ello. Sin embargo, ante el drama de los desaparecidos, el paso del tiempo más bien parece hacer insuperable la pérdida. En un segundo aspecto Freud considera que el duelo es un proceso casi natural que no debe ser perturbado. Sin embargo, es común escuchar expresiones que alientan hacia el olvido rápido de la pérdida. Es decir, se llega a alentar la desaparición psíquica del desaparecido. Tercero, textos clásicos para pensar la condición humana siempre han abonado la idea persistente acerca de la demanda del cuerpo como fundamento simbólico del duelo. Mientras no esté presente ese cuerpo, el desaparecido permanece en el limbo de lo a-simbólico. Cuarto, se observa que el estatus del desaparecido no implica necesariamente muerte, sino la posibilidad de que se encuentre aparecido en otro lugar, en condición de vivo. Es decir, sostiene una ilusión. Quinto, saber es propio del duelo y no saber es afín al dolor previo al duelo o bloqueándolo. Sexto, la experiencia subjetiva de autoinculpación es correlativa a la carencia de sanción jurídica. A más impunidad, más tendencia a asumir la responsabilidad. Esta autoinculpación puede ser gozosa pues es atribuirse una causa del mal. Séptimo, la función del rito de duelo es la de asegurar la mejor vida del muerto, aliviar el dolor del vivo, la culpa y, además, se presenta como medio de protección del sujeto hacia la propia muerte. La muerte sin funeral, sin rito, es la asunción de la muerte sin cuerpo que la atestigüe, la ausencia de la prueba de realidad, prolongando indefinidamente la posibilidad de llevar a cabo el trabajo de duelo. Octavo, recientemente en México se han presentado los primeros casos de los llamados duelos nacionales como intentos de ritos masivos ante muertes también masivas; sin embargo, ante las desapariciones y considerando lo expuesto durante el desarrollo del trabajo, la efectividad del duelo nacional sobre la subjetividad de aquel atravesado por una pérdida que no es reconocida como tal, se encuentra ausente.


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