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Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad

Print version ISSN 1909-3063

rev.relac.int.estrateg.segur. vol.11 no.2 Bogotá July/Dec. 2016

https://doi.org/10.18359/ries.1873 

ARTÍCULO DE REFLEXIÓN
DOI: http://dx.doi.org/10.18359/ries.1873

LAS RELACIONES EN EL GOLFO DESPUÉS DE LA "PRIMAVERA ÁRABE" Y SU IMPACTO EN LA REGIÓN*

THE GULF RELATIONS AFTER THE "ARAB SPRING" AND ITS IMPACT IN THE REGION

AS RELAÇÕES DO GOLFO DEPOIS DA "PRIMAVERA ÁRABE" E SEU IMPACTO NA REGIÃO

Mariela Cuadro**

* Artículo realizado con financiamiento del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina. Una primera versión fue presentada al VII Congreso de Relaciones Internacionales organizado por la Universidad Nacional de La Plata.
** Doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Becaria Pos-doctoral de la Comisión Nacional de Investigación en Ciencia y Técnica (Conicet), Argentina. Coordinadora-investigadora del Departamento de Medio Oriente del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata. Correo electrónico: orientemedio@iri.edu.ar.

Referencia: Cuadro, M. (2016). Las relaciones en el Golfo después de la "Primavera Árabe" y su impacto en la región. Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad. 11(2). pp. 111-135. DOI: http://dx.doi.org/10.18359/ries.1873

Recibido: 26 de enero de 2016
Evaluado: 11 de marzo de 2016
Aprobado: 17 de marzo de 2016


RESUMEN

La "Primavera Árabe" no solo ha tenido consecuencias en el plano local, sacudiendo a los países directamente afectados, sino que también ha impactado en las relaciones regionales. En este contexto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Qatar fueron protagonistas de una fuerte disputa en torno al papel regional del Islam político, particularmente de los Hermanos Musulmanes. El artículo se pregunta cuáles fueron las condiciones de posibilidad y los efectos de esta disputa, proponiéndose efectuar un recorrido exploratorio a través de una lectura no sectaria de los conflictos que siguieron a la "Primavera Árabe". Así, en el marco de la intensificación de una cada vez mayor participación del intervencionismo en la política internacional, la inexistencia de una comunidad de seguridad entre los países analizados los condujo a resolver sus conflictos a través de guerras proxy en los distintos escenarios nacionales. En estas, Doha apoyó a las distintas ramas de la mencionada agrupación, mientras que Riad y Abu Dabi hicieron lo propio con las fuerzas enfrentadas a ella. De este modo, el artículo concluye que la disputa entre los países mencionados contribuyó a la exacerbación y a la profundización de los distintos conflictos en los países afectados por los levantamientos.

Palabras clave: Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, guerras proxy, Hermanos Musulmanes, Qatar.


ABSTRACT

The "Arab Spring" has not only had local consequences, shaking the directly affected countries, but also has impacted on regional relations. In this context, Saudi Arabia, UAE and Qatar were protagonists of a deep regional dispute over the role of political Islam, particularly that of the Muslim Brotherhood. The article wonders about the conditions of possibility and effects of this dispute, intending to carry out an exploratory revision of the post-Arab Spring conflicts through a non-sectarian reading. Thus, in the context of the intensification of interventionism in international politics, the absence of a security community among the countries analyzed has led them to resolve their conflict through proxy wars in different national settings. In them, Doha supported the various branches of the aforementioned group, while Riyadh and Abu Dhabi followed suit with the forces opposing it. The article concludes that the dispute between these countries contributed to the exacerbation and the deepening of the various conflicts in the countries affected by the uprisings.

Keywords: Muslim Brotherhood; proxy Wars; Qatar; Saudi Arabia; United Arab Emirates.


RESUMO

A "Primavera Árabe" não só teve um impacto a nível local, sacudindo os países diretamente afetados, mas também teve um impacto sobre as relações regionais. Neste contexto, Arábia Saudita, Emirados Árabes Unidos e Qatar foram protagonistas de uma forte disputa regional, sobre o papel do Islã político, especialmente dos Irmãos Muçulmanos. O artigo interroga-se sobre as condições de possibilidade e efeitos dessa disputa, com a intenção de realizar uma revisão exploratória dela através de uma leitura não-sectária dos conflitos após a "Primavera Árabe". Assim, no contexto da intensificação da participação crescente do intervencionismo na política internacional, a ausência de uma comunidade de segurança entre os países analisados levou-os a resolver os seus conflitos através de guerras proxy nos diferentes contextos nacionais. Nestes, Doha apoiou os vários ramos do mencionado grupo, enquanto Riad e Abu Dhabi deram apoio ás forças opostas a ele. Assim, o artigo conclui que a disputa entre esses países contribuiu à exacerbação e ao aprofundamento dos vários conflitos nos países afetados pelas revoltas.

Palavras-chaves: Arábia Saudita; Emirados Árabes Unidos; Irmãos Muçulmanos; Guerras proxy; Qatar


INTRODUCCIÓN

A finales de diciembre de 2010 estalló una revuelta popular en Túnez, la cual, expandiéndose por el resto de las calles árabes, dio lugar a una serie de levantamientos populares rotulados como "Primavera Árabe". En cada uno de los países en los que tuvo lugar, esta expresó diversas demandas y tuvo distintos logros y resultados, dependiendo de la historia política, social y económica de estos. En este marco, los países del Golfo tuvieron sus propias réplicas, siendo las más comentadas la de Bahréin y la de Yemen. En ambos países la respuesta a los levantamientos populares llegó de la mano del Consejo de Cooperación del Golfo (de aquí en adelante CCG).

El resto de los países árabes del Golfo y, particularmente aquellos en los que este trabajo se detiene -Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (de aquí en adelante: EAU) y Qatar-, difieren en cuanto al impacto doméstico de la "Primavera Árabe", siendo Arabia Saudita el más afectado. Ahora bien, a pesar de no haber sufrido cambios drásticos en el plano interno, estos países han desempeñado un papel protagónico en los efectos que tuvieron los levantamientos en la región. De esta manera, la represión en Bahréin, la intervención en Yemen, el golpe de estado en Egipto, la crisis en Siria, la guerra civil en Libia, entre otros acontecimientos, pueden ser leídos como efectos de la política regional de estos países en el marco de la "Primavera Árabe". Las posiciones contrapuestas adoptadas en este contexto por Arabia Saudita y su aliado emiratí, por un lado, y por Qatar, por otro, resultaron no solo en el retiro de los embajadores saudí, bahreiní y emiratí de Doha, sino en el estallido de guerras proxy en toda la región de Medio Oriente. Esas posiciones contrapuestas pueden sintetizarse de la siguiente manera: mientras que la política de Arabia Saudita y EAU ha sido contrarrevolucionaria y represiva en relación con los Hermanos Musulmanes (de aquí en adelante: HM), aquella de Qatar ha radicado más bien en acompañar los cambios en la región, apoyándose fundamentalmente en dicha agrupación y sus distintas representaciones en los diferentes países árabes.

Tal como lo afirma Haizam Amirah- Fernández (2011), las relaciones internacionales de los países del Golfo están centradas en la seguridad, no siendo esta entendida en términos clásicos-westfalianos de seguridad nacional, sino en términos de seguridad del régimen. Las distintas lecturas sobre la realidad regional y los intereses muchas veces contrapuestos entre los gobernantes de estos países han llevado a la imposibilidad de concretar una comunidad de seguridad, tal como fuera definida por Karl Deutsch (1957) y actualizada por Emmanuel Adler y Michael Barnett (1998), quienes hicieron hincapié en la importancia de normas y valores compartidos en su construcción. En el caso del Golfo, pese a las similitudes en términos de normas y valores, ha persistido la imposibilidad de tal comunidad. Quizá, más que nunca, esto se puso en evidencia con la disputa en torno al papel regional de los HM aquí analizada. Por otra parte, el hecho de que la subregión del Golfo haya sido víctima de importantes guerras e intervenciones desde 1980, ha llevado a que los Estados del CCG inviertan grandes porcentajes de sus presupuestos en armamento, poniéndose a actuar el dilema de seguridad y, en este sentido, aumentando la desconfianza entre los vecinos, profundizando las rivalidades (Amirah-Fernández, 2011).

El intervencionismo por parte de estos países en los conflictos mencionados fue señalado por muchos analistas como un cambio en la política exterior de estos Estados, tradicionalmente basada en la diplomacia (ver, por ejemplo, Ulrichsen, 2014, y Amirah- Fernández y Fernández Gómez, 2015). Con excepción de los casos de Yemen y de Bahréin, en los que los Estados analizados intervinieron en conjunto a través del CCG, en el resto lo hicieron unilateralmente y a través de terceras partes, apoyando a distintos actores locales enfrentados. De este modo, las guerras civiles se transformaron en guerras proxy, en las cuales el papel de los Estados del Golfo como benefactores fue fundamental. Este intervencionismo debe ser ubicado en un más amplio marco a nivel internacional, en el que puede observarse una paulatina pérdida de importancia de los principios de igualdad soberana y de no-intervención.

El hecho de que los Estados del Golfo hayan decidido tomar las riendas en la dirección de su región encuentra sus bases en la idea de que ya no pueden depender de la seguridad otorgada por sus históricos aliados occidentales. En este punto, uno de los hitos que marcó esta autonomía relativa fue la invasión de Irak liderada por Estados Unidos en el año 2003, la cual llevó al poder a grupos shiítas que pronto se aliaron con Irán, construido como una importante amenaza por los países del CCG. A esto se añadió la idea de que Washington no defendió a sus aliados en la región de las revueltas populares. Finalmente, la caída o el debilitamiento de importantes líderes históricos llevaron a estos países a buscar llenar el vacío de poder que se había abierto en el mundo árabe.

En su confluencia, los elementos teóricos mencionados, pertenecientes al campo de los Estudios de Seguridad Internacional, permitirán abordar la hipótesis que guía al artículo. Esta sostiene que la serie de conflictos que siguió a la denominada "Primavera Árabe" fue, en gran medida, producto del intervencionismo cruzado de los países del Golfo quienes, a través de guerras proxy, buscaron conducir los acontecimientos en la región, ya sea en busca del mantenimiento del statu quo ante, ya sea intentando inclinar los resultados de los levantamientos a su favor. Esta última afirmación no implica desconocer el papel fundamental que desempeña la disputa Riad-Teherán en la configuración de relaciones de poder en Medio Oriente; sin embargo, el presente artículo busca centrarse en enfrentamientos menos revisados y analizados con el fin de sumar complejidad al análisis de la dinámica regional. Asimismo, de esta manera se subraya la cada vez mayor importancia que han adquirido los países del Golfo en la región y a nivel mundial.

En este marco, es válido aclarar que los conflictos basados en políticas sectarias se harán a un lado. Existe una tendencia a la comprensión dualizada en Relaciones Internacionales (George y Campbell, 1990); es decir, a la comprensión en términos de grandes dicotomías, siendo la de shiítas vs. sunnitas aquella que explica y ordena en gran medida la reflexión y el conocimiento en torno a la actualidad del Medio Oriente. El artículo que aquí se presenta busca sortear esta dualidad ordenadora y, en cambio, hacer foco en otra disputa que, por otra parte, tiene la particularidad de no estar atravesada por lecturas religiosas o confesionales, ya que dos de los protagonistas de la misma (Arabia Saudita y Qatar) comparten la lectura wahabita del Islam. De este modo, siguiendo a Richard Youngs (2013), uno de los objetivos del presente artículo es contribuir a una mirada más descentrada de la conflictividad en Medio Oriente. Para esto se ha recurrido a fuentes primarias (particularmente periódicos y documentos gubernamentales) y a fuentes secundarias (bibliografía especializada).

El texto se divide en tres partes y una conclusión. El primer apartado está dedicado a explorar rápidamente las no siempre amables relaciones de Arabia Saudita y EAU con Qatar. El segundo se sumerge en el impacto de los levantamientos árabes en los países analizados. Específicamente, se hace foco en cuán amenazados se sintieron los distintos regímenes, en el papel de los HM en las protestas y en las consecuencias de esto en la disputa entre los países del Golfo luego de la "Primavera Árabe". El último apartado aborda la regionalización de dicha disputa a través de políticas de intervención y de guerras proxy, analizando cómo las diferencias en torno al papel regional que debían desempeñar los HM en el escenario pos-levantamientos impactaron en la profundización de los conflictos en Yemen, Egipto, Siria y Libia. La conclusión ofrece el abordaje de la hipótesis a través de un repaso de los principales puntos del texto.

Antecedentes: Arabia Saudita, EAU y Qatar antes de la "Primavera Árabe"

Los efectos de la "Primavera Árabe" en las relaciones entre los países del Golfo deben ser leídos contra el fondo de sus vinculaciones históricas, las cuales no siempre fueron de hermandad.

A pesar del wahabismo en común, la relación entre Arabia Saudita y Qatar ha tenido altibajos. Entre otras razones, debido a sus diversas configuraciones internas de poder que dan a la religión lugares distintos en ambas sociedades, lo que se evidencia en cuestiones normativas cotidianas (Dorsey, 2013). La ruptura de los lazos amistosos fue posible sobre todo a partir de la Segunda Guerra del Golfo, cuando se demostró que Arabia Saudita no podía proteger a Qatar, ya que no había sido capaz de hacerlo con Kuwait ante la invasión iraquí. Por esta razón, Doha buscó protección en otros actores, principalmente en Estados Unidos. En el prontuario de la no siempre amable relación se encuentran disputas fronterizas y cuestiones territoriales en el marco de las históricas aspiraciones expansionistas saudíes, conflictos en torno a la elección de los aliados y de las relaciones exteriores en general, críticas públicas y reacciones a ellas (Dorsey, 2013). Abd Al-Rahman Al- Rashed, entonces gerente general del medio saudí Al-Arabiya News, resumió la relación de su país con Qatar, del siguiente modo: "Históricamente y por un período de unos 20 años, Qatar ha adoptado siempre posturas que se oponen a las posiciones de sus hermanos del Golfo" (Rashed, 2013).

En 2002, la Casa de Al-Saud retiró por primera vez a su embajador de Doha en protesta por una serie de críticas hacia el reino que habían sido puestas al aire por un talk show emitido por Al-Jazeera, la corporación mediática qatarí. El embajador saudí volvió a su puesto en 2008. El mejoramiento de las relaciones duró hasta los levantamientos árabes. El conflicto se evidenció en 2012 cuando Qatar no fue invitado a una reunión del CCG que trató los temas de Siria e Irán. De acuerdo con muchos analistas, lo que explica el conflicto entre Qatar y Arabia Saudita es la insistencia del primero, desde la asunción de Hamad bin Khalifa Al-Thani en 1995, en llevar adelante una política exterior independiente de la última y que, en muchas ocasiones, choca directamente con sus intereses. A partir de la "Primavera Árabe", el apoyo por parte de Qatar a agrupaciones políticas vinculadas con el Islam, fundamentalmente a los HM, considerados por Arabia Saudita como enemigo local y regional, fue una nueva razón para reavivar el enfrentamiento.

Por su parte, las fricciones entre EAU y Qatar tampoco son nuevas, pudiéndose remontar a la creación de los Estados del Golfo. Efectivamente, según los planes del Reino Unido durante sus años de colonización de la península arábiga, Qatar debía formar parte de los EAU. Sin embargo, cuando llegó el fin de la presencia directa británica en la subregión, en 1971, cuestiones políticas enterraron los planes de unidad y Qatar se independizó (al igual que Bahréin), formando un Estado aparte (Smith, 2004). Las relaciones entre EAU y Qatar volvieron a tensarse a partir del golpe de estado que el ex emir Hamad Bin Khalifa Al-Thani condujo contra el gobierno de su padre, Khalifa Bin Hamad Al-Thani, en 1995. Este último se refugió en EAU. Según Abdullah Al- Taboor, el golpe de estado también afectó las relaciones de Qatar con Arabia Saudita: el nuevo gobierno acusó a EAU, Arabia Saudita y Bahréin de ayudar a Khalifa a fraguar un contra-golpe (Salama, 2014). Estados Unidos fue el encargado de destrabar esta situación, instando a EAU a pedir al Sheikh Khalifa que abandonara el país (Foley, 1999).

El impacto de la "Primavera Árabe" en el Golfo

Como se sostuvo en la introducción, Arabia Saudita, EAU y Qatar no sufrieron un gran impacto de la "Primavera Árabe". De ellos tres, el más afectado fue el primero, aunque las protestas allí no fueron comparables con las que tuvieron lugar en otros países. Los soberanos saudíes reaccionaron preventivamente a la ola de manifestaciones, anunciando un aumento en la inversión pública dirigida a políticas de bienestar, así como la creación de empleos en el sector estatal. Una convocatoria llamando a un "Día de Rabia" el 11 de marzo de 2011 no tuvo eco; y, luego de algunas manifestaciones sin gran convocatoria, las protestas fueron prohibidas. Estas últimas tuvieron lugar principalmente en Riad y en la Provincia Oriental, de mayoría shiíta. También existieron pequeñas protestas de mujeres en contra de la prohibición de conducir vehículos que recae sobre ellas, así como peticiones dirigidas a los gobernantes firmadas por grupos liberales e islamistas (Záccara y Saldaña, 2015).

En cuanto a los EAU, allí un grupo de 133 académicos y exmiembros del Consejo Federal Nacional firmaron una petición pidiendo el establecimiento de un sistema parlamentario. Los gobernantes emiratíes respondieron llamando a elecciones para el Consejo, aunque también pusieron en práctica medidas represivas. Efectivamente, los servicios de seguridad vieron en la petición una posible alianza de liberales e islamistas y respondieron con arrestos, desarticulando ONG y think tanks percibidos como afiliados a la corriente islamista en el país (Abdullah, 2012; Ulrichsen, 2013).

Por último, si bien el soberano qatarí, Hamad bin Khalifa Al-Thani, no sufrió grandes sobresaltos, la "Primavera Árabe" no pasó del todo desapercibida para el pequeño país del Golfo. Entre marzo de 2011 y febrero de 2012, unos 60 ciudadanos qataríes llevaron a cabo reuniones regulares durante las cuales discutieron e hicieron propuestas en relación con reformas de diversas áreas de gobierno. De estas surgió una publicación llamada El pueblo quiere reforma... en Qatar también. En este contexto, el entonces emir prometió públicamente elecciones para la segunda mitad de 2013, promesa que permaneció incumplida. Además, Qatar siguió la tendencia de otros soberanos del Golfo que inyectaron dinero en la economía de su país con fin de evitar manifestaciones. De este modo, en septiembre de 2011, el gobierno anunció aumentos significativos en los salarios de los empleados del sector público. Así, según Kristian Coates Ulrichsen (2014), la particular configuración socioeconómica de Qatar, en donde sus ciudadanos disfrutan del mayor PIB per cápita del mundo, evitó mayores sobresaltos para la familia gobernante, no poniendo en riesgo su continuidad en el poder. Se coincide con el autor en que este es uno de los factores que explica el activismo qatarí en el apoyo a los levantamientos populares que entonces sacudían a muchos países del mundo árabe.

Efectivamente, siguiendo a la Escuela de Copenhague, puede afirmarse que no existe un único objeto referente de la seguridad (Buzan y Hansen, 2009). Aún más, cuando se señala al Estado como tal es importante prestar atención al tipo de Estado al que se está haciendo referencia, pues no es lo mismo, por ejemplo, el Estado territorial monárquico con su urgencia en salvaguardar a su régimen, o el Estado-nación y la defensa de su homogeneidad y sus intereses nacionales, o el Estado "gubernamentalizado" con su objetivo de proteger a la población3. En el caso de los países del CCG, el objeto referente de su seguridad es el Estado homologado con el régimen (Janardhan, 2013).

A diferencia de Qatar, la familia gobernante de Arabia Saudita y aquellas de EAU vieron amenazadas su estabilidad. Esto apareció vinculado tanto con el protagonismo adoptado por los HM en el plano regional (la agrupación Ennahda, a ellos vinculada, llegó al poder en Túnez a finales de 2011, y en Egipto, a principios de 2012, asumieron la dirección del país a través del Partido Libertad y Justicia), como con la relación de dichos regímenes con los HM en su propio territorio.

Respecto de este punto, las relaciones entre estos últimos y los gobiernos analizados fueron variando. La llegada de miembros de los HM a dichos países tuvo lugar por primera vez durante las décadas del cincuenta y sesenta del siglo pasado, en el marco de la represión que los gobiernos nacionalistas ejercieron sobre el movimiento islamista. En este contexto, fueron bien recibidos por las monarquías del Golfo, embarcadas en una "guerra fría" con las repúblicas vecinas. Una segunda oleada llegó en la década del ochenta, luego de la masacre de Hama llevada a cabo por Hafez Al-Assad en Siria contra los HM. Los recién llegados ocuparon puestos en los sectores de la educación, la cultura y la justicia.

En 1974, en EAU, con apoyo del Sheikh Rashid bin Saeed al- Maktoum, formaron su propia agrupación: Al-Islah. La misma tenía una clara delimitación en cuanto a sus actividades, restringiéndose a los ámbitos del deporte, la cultura y las obras de caridad. No obstante, a partir de la década del ochenta, los soberanos emiratíes comenzaron a percibirlos como amenaza, pues desconfiaban de que la agrupación islamista hubiera comenzado a incursionar en el terreno de la política (Al-Noaimi, 2012). La situación empeoró en la década del noventa, luego de una acusación por parte de Egipto de que esta se encontraba financiando a la Yihad egipcia. Así, en 1994 comenzó una fuerte embestida contra el Islah, la cual implicó la disolución de sus órganos directivos y la remoción de puestos de gobierno de muchos de sus miembros, sobre los que también recayó la prohibición de predicar en mezquitas. La base popular del Islah se encuentra en las regiones más pobres de EAU, incluyendo Ras Al-Khaimah y Sharjah. De allí que, en el marco de levantamientos árabes articulados en torno a demandas de mayor justicia social, los gobernantes de EAU se hayan sentido amenazados por una agrupación que estaba ganando terreno en la región y que tenía capacidad de movilizar a sectores marginados de la sociedad emiratí. En este sentido, el jefe de Policía de Dubái, teniente general Dahi Khaflan, afirmó en marzo de 2012 que los HM "estaban complotando para cambiar los regímenes en el Golfo" (Al-Arabiyya, 2012). De acuerdo con Ulrichsen, Khaflan también señaló a los HM como la máxima amenaza para EAU y para la región, incluso sobrepasando a Irán (2014, p. 119).

En lo que respecta a la Casa de Al- Saud, su relación con los HM se resintió durante la Segunda Guerra del Golfo, cuando esta se opuso al establecimiento de bases militares estadounidenses en territorio sagrado del Islam y apoyó a Saddam Hussein. En este contexto, emergió la agrupación Sahwa al- Islamiya, que encabezó protestas y peticiones en contra del gobierno, inaugurando un debate que ponía en duda la religiosidad de la familia gobernante. Esta respondió a través de una política de represión y división que culminó en el arresto y el exilio, en Gran Bretaña, de muchos líderes de Sahwa (Hegghamer, 2004), la cual el régimen saudí considera sostenida por la ideología de los HM (Steinberg, 2013). De esta manera, la Casa de Al- Saud percibe a esta agrupación como una amenaza a su identidad como custodia de los dos lugares sagrados del Islam y, por tanto, a su estabilidad. Esto explica que en marzo de 2014, luego del golpe de estado que derrocó al presidente egipcio Mohammed Morsi, electo en las primeras elecciones democráticas de la historia de su país, Arabia Saudita haya incluido a los HM en su lista de agrupaciones terroristas; movimiento que fue seguido por EAU en noviembre de dicho año.

A diferencia de sus socios del CCG, Doha no se enfrentó con los miembros de los HM que se refugiaron en su territorio, permitiendo su permanencia en suelo qatarí a condición de que la agrupación no se inmiscuyera en su política doméstica. Esto le proporcionó una importante herramienta en el marco de los levantamientos árabes: "El resultado del alcance hacia figuras islamistas por parte de Qatar fueron conexiones cercanas con muchos líderes de la oposición que se preparaban a desempeñar roles destacados en la agitación revolucionaria en Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen" (Ulrichsen, 2014, p. 101). Efectivamente, en la mayoría de las elecciones en los países afectados por la "Primavera" (con excepción de Libia), distintas agrupaciones vinculadas a los HM salieron victoriosas debido a su alto nivel de organización y a su presencia territorial producto de un fuerte activismo social. Doha tenía allí la posibilidad de una doble influencia, tanto a través de figuras individuales que regresaban a sus países de origen desde su exilio en Qatar, como mediante lazos institucionales con los HM. De este modo, ya que la seguridad del régimen qatarí no se consideró en juego y -aún más- la familia gobernante tiene una buena relación con la agrupación, Qatar apostó por mejorar su posición en la región a través del establecimiento de alianzas con aquellos que estaban demostrando grandes posibilidades de ser los próximos gobernantes de países clave del Medio Oriente.

El apoyo de Qatar a las protestas árabes fuera de la subregión de la península arábiga fue evidente en la cobertura que de las mismas hizo la corporación mediática Al-Jazeera. El multimedio hizo una selección de los países a ser mayormente cubiertos. Esta incluyó Libia, Siria y Egipto, países en los cuales la política qatarí estuvo más activa. Qatar también proveyó de apoyo en el terreno y dio refugio en su país a numerosas organizaciones y dirigentes de distintos países árabes pertenecientes al Islam político4, como los HM, el Hamas y el Movimiento Islámico Libio para el Cambio. Esta política conduciría a Doha a choques con EAU y Arabia Saudita a través de actores no-estatales en distintos puntos del mapa de Medio Oriente.

En el año 2012, cuando aún no habían estallado las diferencias en el seno del CCG, Mehran Kamrava afirmó que la "Primavera Árabe" había producido cambios en las relaciones exteriores colectivas de los países del Golfo. Según el autor, estas transformaciones apuntaban a una reafirmación del liderazgo saudí en el marco del organismo subregional que hacía a un lado los desafíos propuestos al mismo por EAU y Qatar. No obstante, Kamrava no dejó de señalar que la participación de estos en Libia, Túnez y Egipto, auguraba la posibilidad de un rechazo a este añorado liderazgo por parte de sus dos socios más pequeños (Kamrava, 2012). Si bien la relación entre EAU y Arabia Saudita es más compleja que el simple seguimiento por parte del primero de las políticas del segundo, y, aún más, se ha llegado a afirmar que EAU tiene una posición más intransigente respecto a Doha (Hajri, 2014), ambos países han permanecido alineados. En cambio, Qatar recusó el liderazgo saudí.

Así, una consecuencia de la "Primavera Árabe" en el Golfo ha sido el retiro de los embajadores de Arabia Saudita, EAU y Bahréin de Doha el 5 de marzo de 2014, situación que fue modificada en noviembre del mismo año. Para justificar dicho movimiento, la tríada argumentó que Doha había violado el Acuerdo de Seguridad del CCG firmado en Riad en noviembre de 20135; que, en dicho marco, había infringido el compromiso de no interferir en los asuntos de los otros Estados directa o indirectamente; y de no apoyar a individuos y organizaciones que amenazaran su seguridad y estabilidad; y de no albergar a medios de comunicación "hostiles" (Bahrain News Agency, 2014). Todos estos puntos hacían referencia al apoyo por parte de Qatar de los HM y a la política editorial de Al-Jazeera.

Las autoridades qataríes respondieron con un comunicado en el que manifestaron "sorpresa y pesar" por la decisión y decidieron no adoptar una medida recíproca (Qatar News Agency, 2014). Doha no atribuyó el movimiento de los tres países del Golfo a intereses y cuestiones de seguridad atinentes a dicha subregión, sino a asuntos ajenos al CCG. En esta línea, su entonces ministro de Relaciones Exteriores, Khalid Bin Mohammed Al-Attiyah, salió a ratificar el derecho de Qatar a defender su independencia en términos de política exterior. Por otra parte, presentó al país que representaba como un país preocupado por la democracia en Medio Oriente. Al respecto, afirmó que el segundo principio básico de la política exterior qatarí (siendo el primero el de la independencia) es su compromiso de apoyar el derecho de los pueblos a la auto-determinación y a las aspiraciones de justicia y libertad (Ministerio de Asuntos Exteriores de Qatar, 2014).

Como antecedente de la retirada de los embajadores puede mencionarse la renuncia del ex emir de Qatar y la cesión del poder por parte de este a su hijo, Tamim bin Hamad Al-Thani, de 33 años. Este último dato no es menor, puesto que la juventud fue colocada como uno de los protagonistas principales (si no el principal) de la "Primavera Árabe"; la entrega del poder a la juventud qatarí fue, en este sentido, simbólica. La cesión de mando venía comentándose en Qatar meses antes de que se efectivizara, el 25 de junio de 2013, unos días antes del golpe de estado en Egipto contra Mohamed Morsi.

De acuerdo con la lectura de Ulrichsen (2014), la salida del emir Hamad bin Khalifa al-Thani y de su primer ministro, Hamad bin Jassim Al-Thani ("los arquitectos de una estrategia de internacionalización agresiva" [2014, p. 13]) estuvo acompañada por algunos actos que daban la idea de que Doha estaba intentando moderarse. No obstante, el discurso de acceso al poder del nuevo emir presentó algunas ambivalencias. Al tiempo que condenó la arrogancia, planteando que "(l)a vanidad lleva a errores", lo que puede pensarse como un guiño hacia sus competidores del Golfo, también fue determinante en que los qataríes "no somos sirvientes esperando la guía de nadie". Asimismo, mientras formuló que "(e)s natural que pongamos los intereses de Qatar y del pueblo qatarí en lo más alto de nuestras prioridades", también aclaró que es necesario "tener en cuenta que no hay identidad sin pertenecer a círculos más amplios. Somos parte de la región del Golfo Árabe y parte del mundo árabe y del mundo islámico". Por otra parte, a pesar de que sostuvo la necesidad de permanecer en una política de neutralidad ("(s)omos un Estado, un pueblo y una sociedad coherente, no somos un partido político"), también afirmó que "el Estado de Qatar se ha alineado con las cuestiones de los pueblos árabes y su aspiración a vivir libremente y con dignidad, lejos de la corrupción y el despotismo" (Al-Thani, 2013).

El impacto del Golfo en la "Primavera Árabe"

Como se planteó en la introducción, a pesar de compartir ciertas normas y valores, como una misma lectura del Islam basada en las prédicas de Muhammad Ibn Abd Al-Wahhab en el caso de Qatar y Arabia Saudita, los países que conforman el CCG no han podido formar una comunidad de seguridad tal como fue definida primero por Deutsch (1957) y luego por Adler y Barnett (1998); es decir, un grupo de Estados que no utilizan medios violentos en la resolución de sus disputas. En efecto, particularmente durante el período estudiado, los Estados analizados no han logrado resolver sus conflictos de modo pacífico, participando en intervenciones y guerras proxy, dando apoyo financiero, político y militar a distintos grupos enfrentados entre sí en terceros países.

Antes de abordar cuestiones teóricas atinentes a las guerras proxy y sus casos empíricos, es menester destacar que, no obstante lo afirmado, Arabia Saudita, EAU y Qatar también han logrado actuar en conjunto a través del CCG en los dos casos que afectaron a la península arábiga. En Bahréin, mediante la activación de su fuerza militar, la Fuerza Escudo de la Península. En Yemen, a pesar de las fricciones generadas por la relación entre el entonces presidente Ali Abdullah Saleh y Qatar, a través de la rúbrica del acuerdo firmado el 23 de noviembre de 2011 por Saleh en Riad, por el cual renunciaba a su cargo y transfería el poder a su vicepresidente, Abd Rabbuh Mansur Hadi. Ahora bien, debido al apoyo de Qatar a los HM y la embestida saudí y emiratí contra dicha agrupación, este espíritu cooperativo fue limitado. En efecto, si bien acontecida una vez saldada la disputa entre Riad y Doha, Yemen puede ser pensado como uno de los casos resaltados por Andrew Mumford (2013), en los que una guerra proxy da lugar a una intervención directa (operación "Tormenta Decisiva/Restaurando la esperanza").

En relación con la definición de guerra proxy tiende a existir acuerdo. Aunque es un concepto relativamente poco revisado, quienes lo han abordado (fundamentalmente desde una perspectiva realista) coinciden en que se trata de una tercerización de la guerra; es decir, de la intervención indirecta en un conflicto a favor y a través de una de las partes. Fundamentalmente, las guerras proxy han sido pensadas en el contexto de la Guerra Fría y, por esta razón, fueron concebidas como un enfrentamiento cuyos actores casi-exclusivos son Estados (Deutsch, 1964; Dunér, 1981; Bar-Siman-Tov, 1984). Mumford (2013), por su parte, con una publicación al respecto del año 2013, abre el juego de las guerras proxy a actores no-estatales y plantea que estos pueden desempeñar tanto el papel de benefactores como de proxies (o intermediarios en el terreno). Los primeros son los encargados de abastecer a los segundos con armamento, dinero, logística y apoyo discursivo. La importancia de este último elemento puede ser ejemplificada mediante la participación activa de Al-Jazeera en los conflictos en los que Qatar intervino indirectamente, alentando a las poblaciones a levantarse, caracterizando a uno u otro bando y participando en la construcción discursiva del conflicto en general.

De acuerdo con las lecturas realistas o estato-céntricas, sostenidas sobre una ontología individualista de las relaciones internacionales, la guerra proxy deriva de un cálculo económico llevado a cabo por un actor racional que, luego de evaluar costos y beneficios de sus acciones, toma una decisión. De este modo, la noción de riesgo se encuentra en el centro de la respuesta a la pregunta por las causas de una guerra proxy. Mayormente, se afirma que se trata de un tipo de guerra económica, tanto en su dimensión financiera como en su dimensión política. En efecto, por un lado, se asevera que las guerras proxy son más baratas puesto que no implican el despliegue logístico que suponen las guerras convencionales (Mumford, 2013). Por otro lado, este tipo de intervenciones también se presentan como más económicas al disminuir los posibles costos políticos internos y externos. Respecto de los primeros, estos se achican al no ponerse en juego las vidas de los nacionales. En cuanto a los segundos, también se reducen, puesto que una intervención proxy permite evadir posibles condenas por parte de la "comunidad internacional": al ser velada, el benefactor puede negar su participación en el conflicto y, así, eludir posibles críticas.

Ahora bien, también puede realizarse una lectura que contemple la específica configuración de relaciones de poder mundial en las que este tipo de conflictos tiene lugar. Si bien estas prácticas han existido a lo largo de la historia, su concepción en términos económicos se pone en juego a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la amenaza de guerra nuclear. El fin de la Guerra Fría les entrega un nuevo impulso. Los cambios en la espacialidad y en el significado de las guerras y del Estado y su soberanía engendran la proliferación de grupos sub y supra nacionales que precisan de financiamiento. A su vez, este último es facilitado por la velocidad en los flujos financieros y la debilidad de sus regulaciones. Por su parte, las guerras cambian de significado y de objetivos: ya no son sostenidas por la raison d'État, sino que apuntan a la protección y el mejoramiento de la vida de una población que es considerada global (Cuadro, 2013). Finalmente, la vida de los individuos pasa a tener un papel destacado respecto del Estado: si antes eran considerados recursos de este último, ahora este tiene una responsabilidad respecto de ellos (Annan, 1999).

De este modo, el intervencionismo ha pasado a ocupar un lugar prominente en la política internacional: nociones como la de Responsabilidad de Proteger, que acompañó la intervención en Libia en 2011, han relativizado el principio de no-intervención y de igualdad soberana (International Commission on International State Sovereignty, 2001). Los Estados ya no tienen plena potestad dentro de su territorio, debiendo ajustarse a normas internacionales. Así, en el sintomático artículo de Kofi Annan, publicado en The Economist en el año 1999, el entonces Secretario General de Naciones Unidas sostuvo que la soberanía estatal estaba siendo redefinida: "Los Estados son ahora ampliamente comprendidos como instrumentos al servicio de sus pueblos y no viceversa (...) Cuando leemos la Carta hoy somos más que nunca conscientes de que su objetivo es proteger a los seres humanos individuales, no proteger a aquellos que abusan de ellos" (Annan, 1999).

Por tanto, las intervenciones que no se realizan en nombre de objetivos considerados legítimos -sino, por ejemplo, con el fin de modificar o mantener el statu quo (como ha sido el caso de las intervenciones pos- "Primavera Árabe" que han llevado a cabo los países analizados) - tienden a hacerse de manera más o menos velada e indirecta, sin poner en riesgo la vida de los propios ciudadanos y evitando críticas por parte de la "comunidad internacional". En el caso regional estudiado, además, el conflicto directo era casi impensable. En efecto, este habría implicado una transformación radical de las alianzas en Medio Oriente, dificultando la estrategia saudí de un enfrentamiento identitario entre sunnismo y shiísmo. Asimismo, habría obligado a Estados Unidos y a la Unión Europea a tomar parte en un conflicto que incluía a estratégicos aliados. Por otra parte, habría puesto en entredicho al CCG, organismo que se presenta como promesa de un futuro mezzo-oriental integrado y que supone fuertes vínculos financieros y comerciales entre los países que lo forman. Finalmente, la propia seguridad de los regímenes se habría visto amenazada.

El intervencionismo se ha intensificado a partir de la Guerra Global contra el Terror lanzada en 2001. Uno de los campos de batalla de la misma fue Irak. La invasión del país árabe por parte de Estados Unidos en el año 2003 y la política de cambio de régimen allí implementada, con la instauración de la democracia y la llegada al poder del shiísmo que tendió lazos con Irán, fue percibida por los países del Golfo como una falla política que iba en detrimento de su seguridad. Ese mismo año marcó el comienzo del ascenso del Este y el crecimiento de su producción, incrementando la demanda del petróleo a escala global y llevando su precio al alza. Esto vinculó a los países del Golfo con las potencias asiáticas emergentes y les proporcionó la posibilidad de acumular grandes sumas de dinero que, entre otras cosas, dedicaron a armarse militarmente. La privilegiada relación con las potencias occidentales, proveedoras de dichas armas, les permitió el acceso a alta tecnología militar.

Una vez que estalló la "Primavera Árabe", el dinero y las armas acumulados, sumado a lo que fue leído como pasividad por parte de Estados Unidos ante la caída de importantes aliados, como Hosni Mubarak, llevó a los países del Golfo a hacer a un lado su tradicional política basada en la diplomacia y a jugar directamente en la política regional, con el objetivo de llenar el vacío de poder dejado por la caída de los históricos líderes árabes (Amirah Fernández y Fernández Gómez, 2015; Janardhan, 2013).

Como se afirmó, debido a las distintas lecturas que hicieron de la "Primavera Árabe" y al papel del Islam político en el marco de esta, los países analizados actuaron de diferentes modos, lo que los llevó a enfrentarse a través de guerras proxy. En estas Doha apareció apoyando a los HM o a grupos a ellos vinculados, utilizando sus lazos individuales e institucionales tejidos gracias a su particular política hacia la agrupación. Por su parte, sus socios del Golfo apoyaron a actores a ella contrapuestos. Como se afirmó, a pesar de que el conflicto en Yemen terminó en una intervención directa en la que participaron lado a lado los países aquí analizados, también existieron intervenciones proxy protagonizadas por Riad, Abu Dabi y Doha. En efecto, en la coalición de gobierno del nuevo presidente Hadi también tuvieron un lugar los HM, a través de su rama local, Al-Islah, vinculada con la poderosa tribu Hashid. De acuerdo con David Hearst (2014; 2015), esto condujo al anterior rey saudí, Abdullah bin Abdel Aziz al-Saud, junto al príncipe heredero de Abu Dabi, Mohammed bin Zayed al-Nahyan, con fuertes vínculos con la familia del expresidente yemení, a prestar apoyo a Ansar Allah, brazo armado de la tribu shiíta de los Houthi, aliados de Saleh, en su toma de la provincia de Amran, casa de los Hashid. Qatar había sido el país del CCG en insistir con mayor ahínco en la renuncia de Saleh, apoyando los levantamientos populares en los cuales el Islah tuvo gran protagonismo. Ya que el nuevo gobierno estaba formado también por la agrupación islamista, este tuvo buenas relaciones con Doha (Muslimi, 2013). Cuando asumió el nuevo rey saudí, Salman bin Abdel Aziz al-Saud, y la política exterior del reino colocó nuevamente a Irán en el lugar de máxima amenaza, Arabia Saudita decidió la intervención abierta en contra de los Houthi, acusándolos de estar apoyados por Teherán. Pero aun antes del comienzo de la operación "Tormenta Decisiva/Restaurando la Esperanza" en la que los países analizados actúan cooperativamente, luego de la normalización de sus relaciones, el intervencionismo de los países del Golfo en los distintos conflictos de la región quedó en evidencia.

Debido a las relaciones ya especificadas de los países analizados con los HM y dada la histórica importancia geopolítica de Egipto en el mapa de Medio Oriente y África, la llegada a la presidencia de la agrupación islamista egipcia, en junio del año 2012, marcó un acontecimiento en las relaciones de poder regionales. Si bien el conflicto no estalló en este país y, en este sentido, no puede afirmarse que existió una guerra proxy en este territorio, se trató de una intervención proxy6, destacable debido al papel desempeñado por los países analizados y la ya señalada relevancia de Egipto. Qatar apostó por el cambio de régimen desde la irrupción de los levantamientos, cubriendo con Al-Jazeera los sucesos durante las 24 horas del día. En cuanto el Partido Libertad y Justicia asumió el poder, Doha entregó al nuevo gobierno 5 mil millones de dólares destinados a que El Cairo pudiera cumplir con sus obligaciones financieras y evitara la profundización de la crisis económica. Las inversiones qataríes, de tan solo 260 millones de dólares durante el gobierno de Mubarak, aumentaron a 18 mil millones de dólares planificadas para un lapso de cinco años bajo el gobierno de Morsi. Arabia Saudita y EAU, por su parte, también prometieron ayuda financiera al nuevo gobierno, aunque no la materializaron. Aún más, según Guido Steinberg (2014), EAU ofreció refugio a Mubarak cuando este fue depuesto. Y Riad y Abu Dabi apoyaron el golpe de estado llevado a cabo por Abdel Fatah Al-Sisi y, junto a Kuwait, inyectaron 12 mil millones de dólares para sostener al gobierno interino nombrado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.

Ahora bien, es factible sostener que en la cuestión egipcia jugó el temor de Arabia Saudita a Irán. En efecto, en el marco de la activa política exterior que Morsi desplegó, este buscó acercarse a Teherán, extendiendo una visita a la República Islámica que le fue devuelta en dos oportunidades por el entonces Ministro de Relaciones Exteriores iraní. No obstante, es válido notar que Morsi llamó a la intervención en Siria con el objetivo de derrocar al aliado iraní, Bashar Al-Assad. Este movimiento, seguido por el Hamas palestino, le valió a este último la ruptura de lazos estratégicos con Irán.

La disputa interna del Golfo tampoco es el único factor regional explicativo del conflicto en Siria. Efectivamente, allí también un importante elemento es la presencia iraní en apoyo al presidente Al-Assad. No obstante, la disputa entre Qatar, Arabia Saudita y EAU desempeñó un papel fundamental en la extensión del conflicto sirio, sumando complejidad y dificultando la formación de una oposición unificada. El unilateralismo que marcó la intervención de los países del Golfo en Siria, propiciado por la incapacidad de las instituciones multilaterales para alcanzar una solución en ese ámbito, fue una de las condiciones de posibilidad de emergencia del Daesh.

Así, mientras Qatar dio apoyo a la oposición vinculada con los HM, Arabia Saudita sostuvo a aquella formada por el Ejército Sirio Libre y grupos salafistas (Ulrichsen, 2014). Si Doha fue el primer país en retirar su embajador de Damasco y enviar dinero y armas a grupos opositores a través de la frontera de Turquía, en el año 2013 fue sobrepasado en este aspecto por Riad que comenzó a financiar y a armar a la oposición no vinculada con los HM a través de Jordania (Khalaf y Fielding Smith, 2013). El refuerzo por parte de Arabia Saudita de su apoyo a esta fracción de la oposición siria estuvo vinculado a la elección de un primer ministro interino, Ghassan Hitto, apoyado por los HM sirios. A este último le sucedió Ahmed Jarba, hombre de Arabia Saudita, pocos días después del cambio de mando en Qatar analizado en el apartado anterior. Así, la disputa entre los socios del CCG quedó en evidencia en el seno del Consejo Nacional Sirio, cuyos sucesivos presidentes fueron apoyados por las distintas partes alternativamente. La hegemonía de los HM sobre esta institución alentó la creación de la Coalición Nacional de las Fuerzas Revolucionarias y de Oposición Sirias, a la cual se sumó el Ejército Sirio Libre. No obstante estas modificaciones en la dirección de la oposición siria, disputas en su interior continuaron siendo eco de aquellas existentes entre Doha y Riad (Karouny, 2013).

De acuerdo con Ulrichsen, Siria y Libia fueron "los dos frentes más violentos y complejos de la Primavera Árabe" (2014, p. 121). A diferencia de lo acontecido con los casos anteriores, no existe ninguna acusación de participación de Irán en el conflicto libio. De esta manera, resulta paradigmático para probar la hipótesis aquí sostenida. Tal como sostiene Anas Al-Gomati, director del think tank libio Al-Sadeq, el conflicto en Libia es parte de uno regional más amplio que enfrenta a Arabia Saudita, EAU y Egipto con Qatar y Turquía (Verghese, 2014).

Una vez derrocado el expresidente Muammar Gaddafi a través de la intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (de ahora en más: OTAN) sostenida sobre la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que ponía en práctica por primera vez el concepto de Responsabilidad de Proteger, se llevaron a cabo elecciones para el Congreso Nacional. Según Tarek Megrisi, la disolución del gobierno de unidad que se formó a partir de estas fue producto de las diferencias entre las dos primeras fuerzas elegidas: la Alianza de las Fuerzas Nacionales de Mahmoud Jibril, que obtuvo el 48,1% de los votos, y el Partido de la Justicia y la Construcción de los HM, que obtuvo el 10,3% de los votos. Estas diferencias se exacerbaron, debilitando a la primera, fortaleciendo a la segunda y haciéndose inconciliables (Megrisi, 2013).

Actualmente, Libia está dividida en dos gobiernos. El primero, con sede en Trípoli, está conducido por diversos movimientos islamistas, bajo el nombre de Fajr Libia. El mismo está formado, entre otros, por la Brigada de Trípoli que responde a Abdel Hakim Belhadj y grupos ligados a los HM libios. Entre sus aliados se encuentran la Brigada de los Mártires del 17 de Febrero y, según ha denunciado el gobierno con sede en Tobruk, secundado por diversos análisis, Qatar, Sudán y Turquía.

Desde los comienzos de la intervención en Libia, Qatar dio apoyo a los movimientos islamistas, utilizando los estrechos vínculos que había forjado con anterioridad con individuos exiliados en su territorio y que pasaron a ocupar importantes posiciones de poder (Ashour, 2012). En efecto, en el marco de su política hacia el Islam político, descrita en el apartado anterior, Doha había dado refugio a militantes islamistas libios perseguidos por el gobierno de Gaddafi antes de las protestas que culminaron en la intervención. Entre ellos, dos figuras son de gran relevancia: Ali Al-Sallabi, vinculado a Yusuf Qaradawi7, quien regresó a Libia con el estallido social y se convirtió en uno de los máximos líderes de la oposición, y Belhadj, comandante del Consejo Militar de Trípoli. Este último tuvo gran influencia sobre Ismail Al-Sallabi, hermano de Ali, quien comanda la milicia islamista denominada Brigada de los Mártires del 17 de Febrero. Belhadj y Ali Al- Sallabi comenzaron a enfrentarse con Mahmoud Jibril pocas semanas después de la derrota del gobierno de Gaddafi.

Aprovechando la presidencia de la Liga Árabe, Qatar fue extremadamente activo en la intervención en Libia (Ulrichsen, 2014). Fue el primer país árabe en reconocer al Consejo Nacional de Transición y el segundo del mundo, luego de Francia. Según The Wall Street Journal, Qatar envió a la oposición libia decenas de millones de dólares en razón de ayuda para derribar a Gaddafi y realizó por lo menos dieciocho envíos de armas a las fuerzas de la oposición. La mayoría de estos envíos no se hicieron a través del Consejo Nacional de Transición, sino que fueron entregados directamente a distintos líderes de milicias islamistas, entre los que se encuentra Belhadj (Dagher, Levinson y Coker, 2011).

Por su parte, el segundo gobierno libio es el reconocido como legítimo por la "comunidad internacional". Ha sido desplazado de Trípoli, teniendo actualmente sede en Tobruk, a unos 120 km de Egipto. Su territorio se encuentra bajo la supervisión del general retirado Khalifa Haftar, con fuertes vínculos con Arabia Saudita y las fuerzas aliadas de Zintan. En junio de 2014 acusó a Qatar de estar detrás de un intento de asesinato en su contra.

EAU también envió aviones en apoyo de la operación liderada por la OTAN y armas a la oposición libia. En junio de 2011 reconoció formalmente al Consejo Nacional de Transición, al tiempo que le prometió financiamiento. En su enfrentamiento por el control de Libia con Qatar, EAU ha encontrado apoyo por parte de su aliado egipcio, una vez que el golpe de estado allí derrocó a los HM (Katzman, 2014). Efectivamente, en agosto de 2014, funcionarios de Estados Unidos, en condición de anonimato, señalaron como responsables de ataques aéreos contra Trípoli a Egipto y a EAU, quienes decidieron no hacer comentarios al respecto.

Conclusión

La llegada al poder del rey Salman supuso importantes cambios en la dirección de la política exterior de Arabia Saudita. Esta dejó de centrarse en la disputa con los HM y, a través de ella, con Qatar y, en cambio, pasó a enfocarse en la confrontación con la República Islámica de Irán, entonces en proceso de firmar un acuerdo con las potencias mundiales en torno a su programa nuclear. De este modo, la cuestión sectaria volvió a cobrar predominancia en la agenda regional saudí y ayudó a limar asperezas entre los socios del CCG. La emergencia del Daesh, en parte producto de la disputa aquí analizada, también funcionó en el sentido de cerrar filas contra una amenaza común. Finalmente, el descenso del precio del petróleo a partir de junio de 2014 vino a condimentar la terminación de una disputa que, por su profundidad, puso en juego al propio CCG.

No obstante, se concuerda con Khalid Hassan (2015) quien afirma que, a pesar del regreso de los embajadores a Doha, en noviembre de 2014, "este desacuerdo abierto sin precedentes" con un alto impacto en la política regional dejará sus marcas en la relación entre los países. Por otra parte, el análisis de las implicancias de esta contienda en la política regional y, por tanto, internacional, es de crucial relevancia no solo para comprender los conflictos que aún hoy tienen lugar en Medio Oriente como resultado de la "Primavera Árabe", sino para dar cuenta de posibles líneas de fractura de la región, más allá de las sectarias. Finalmente, como afirmara Jon Abdink refiriéndose a África, "la naturaleza y el alcance de las guerras proxy deben ser estudiados más sistemáticamente porque tienen un importante impacto en la estabilidad y en la paz regionales en el largo plazo (...) y revelan patrones de política de poder (...) internacionales y regionales que con frecuencia son desatendidos" (2003, p. 407).

Como se puso de manifiesto a lo largo del artículo, la disputa entre Arabia Saudita, EAU y Qatar estuvo vinculada con las distintas relaciones con el Islam político -particularmente con los HM- y las distintas percepciones del papel que podrían desempeñar en el escenario regional pos-"Primavera Árabe". Así, dada su relación histórica con la agrupación islamista, Riad y Abu Dabi concibieron el ascenso regional de esta como una amenaza directa a la seguridad de sus regímenes, colocándola en el lugar de máxima amenaza en sus respectivas agendas políticas. Por su parte, también debido a su particular relación con los HM, Qatar no los percibió como amenaza y, en cambio, buscó utilizar los vínculos individuales e institucionales construidos con ellos para aumentar su influencia en la región. Esta disputa llevó a estos países a enfrentarse en guerras proxy, cuyos resultados, tal como afirma Mumford, son "invariablemente los mismos: el incremento de las tensiones regionales y la inundación del país con armas, dinero o 'asesores' extranjeros" (2013, p. 18).

Uno de los síntomas que permite inferir que la disputa aún no ha sido del todo saldada es la situación actual en cada uno de esos países. En la intervención en Yemen, Abu Dabi y Riad son claramente las dos fuerzas más involucradas (Rasheed, 2015). En cuanto a Egipto, una de las condiciones para la normalización de las relaciones entre los países analizados fue el acercamiento entre Doha y El Cairo. No obstante, las relaciones entre ambos países distan de ser buenas. A modo de ejemplo puede citarse, entre otros, el rechazo por parte de El Cairo de aceptar la mediación de Qatar en una supuesta reconciliación del gobierno egipcio con los HM. El caso de Siria es distinto, pues la intervención abierta de Rusia ha transformado la situación, habilitando un acuerdo entre Arabia Saudita, Qatar y Turquía. Finalmente, a pesar de la mediación del presidente estadounidense, Barack Obama, para resolver las diferencias entre EAU y Qatar con el objetivo de destrabar la situación en Libia (Ahmed, 2015), el retiro del gobierno de Tobruk de las negociaciones auspiciadas por Naciones Unidas debido a diferencias con el de Trípoli, da cuenta de que el conflicto aún está lejos de saldarse.

Así, el artículo destacó la importancia de continuar prestando atención a este tipo de conflictos en Medio Oriente que, como se planteó en la hipótesis, ha exacerbado y profundizado las crisis atravesadas por los distintos países árabes pos-"Primavera". Efectivamente, la disputa entre los países analizados se regionalizó y, en el marco de una configuración de relaciones de poder a nivel mundial más permisiva respecto del intervencionismo, Arabia Saudita, EAU y Qatar utilizaron los recursos financieros y militares acumulados gracias al ascenso de Oriente y su relación con las potencias occidentales, para enfrentar o apoyar a los HM en los distintos países árabes afectados por los levantamientos comenzados en 2010. De esta manera, el artículo dio cuenta de los modos que adoptó la disputa entre los países del CCG en escenarios como los de Yemen, Egipto, Siria y Libia, proveyendo una lectura alternativa a la de la gran dualización sectaria y dejando en evidencia la imposibilidad de una comunidad de seguridad entre estos países a pesar de las normas y valores compartidos.


NOTAS

3 Para un análisis desde la relación entre el Estado y el modo de ejercicio del poder, ver Foucault, 2004. Para uno desde la Seguridad Internacional, ver Buzan y Hansen, 2009. Volver

4 Para una interesante discusión en torno al concepto de Islam político que aquí se utiliza con fines de simplificar, ver Hurd, 2008. Volver

5 Es importante destacar que ni este Acuerdo ni el alcanzado para terminar el conflicto el 16 de noviembre de 2014 (conocido como Acuerdo Suplementario de Riad) se han hecho públicos. Volver

6 Debido a la difuminación de las diferencias entre guerra e intervención (Cuadro, 2013), muchos autores han optado por utilizar estos conceptos indistintamente también en relación con las caracterizadas como proxy. Este camino ha sido tomado, por ejemplo, por Mumford (2013). Volver

7 Clérigo egipcio con vínculos con los HM cuyos sermones de los viernes y programa transmitido por Al-Jazeera, Al-sharia ua al-haya, fueron definidos por Arabia Saudita, Bahréin y EAU como hostiles y desestabilizadores. Volver


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