Introducción
¿Las luchas específicas, llamadas de particulares, tienen relevancia en el trabajo social? ¿Cuál sería su importancia y lugar en las reflexiones sobre el ejercicio profesional?
Para comprender su relevancia en el Trabajo Social, debemos primero historicizar dichas luchas. Debemos abandonar una percepción identitaria, que las mire nada más desde el punto de vista de la reproducción individual y/o de la reproducción cultural colectiva. Hay que abandonar asimismo una perspectiva que las asuma nada más por empatía, como luchas ‘de las minorías’ y las considere políticamente importantes, pero sin darse cuenta de sus profundos vínculos con la reproducción del capital1.
La clase trabajadora no es ‘clase en abstracto’. Ninguna determinación de la realidad existe ‘en abstracto’. Son determinaciones reales, existen, y, exactamente por ello, son siempre concretas. Lo que sí es abstracto es el esfuerzo teórico que podemos hacer para interpretarlas, para aprehenderlas en el pensamiento. Ese esfuerzo se relaciona con la práctica en la medida que no puede partir sino de la realidad práctica (en un continuo movimiento) y en la medida que informa nuestra visión de mundo y, por tanto, nuestras acciones, en la unidad de la praxis humana.
Es decir, pretender comprender y/o actuar sobre una ‘clase trabajadora’ en abstracto, sin entender que esa clase conlleva determinaciones de racialización, generificación, de los sitios geográficos de donde proviene y donde está ubicada -y que dichas determinaciones no pueden ser separadas de su reproducción, no solo en la esfera ‘cultural’, sino que en todos los ámbitos de la reproducción societaria- es asumir una perspectiva filosóficamente idealista, es postular una realidad que no existe2.
Esta postura idealista ha sido muchas veces adoptada en la formulación teórica y en la práctica de les trabajadores sociales3. En gran medida porque es una postura que también se puede encontrar en la historia del marxismo (y de las disputas teórico-políticas en su interior) y en la historia de la introducción del marxismo como una de las perspectivas del trabajo social. El marxismo tampoco existe idealmente, ‘en abstracto’. Es construcción histórica y, como tal, abarca distintas posiciones, siempre históricamente condicionadas.
El marxismo es fundamental para la reconceptualización de nuestra comprensión sobre la categoría ‘cuestión social’. Aporta al trabajo social la perspectiva sobre la unidad de la praxis y sobre la posibilidad de una praxis no asistencialista, que no caiga en trampas como el mesianismo, fatalismo, burocratismo, endogenismo, militantismo, teoricismo, pragmatismo, tecnicismo, entre otras, como nos alerta Iamamoto (2003). Aporta la reflexión sobre una praxis que entienda el Trabajo Social y la política social en el marco de las contradicciones de la reproducción capitalista y apunte hacia la posibilidad de superación de ese modo de reproducción de la vida4.
Lo que aquí proponemos es, sin deshacernos para nada del marxismo (sino todo lo contrario), reivindicar que la comprensión (y destrucción) de la racialización/etnización, la cis-hetero-binario-generificación y la dependencia es fundamental para la comprensión (y destrucción) del mismo capitalismo.
A continuación, el artículo se divide en cuatro secciones y consideraciones finales. La primera trae la perspectiva de la totalidad y ubica a la racialización/etnización, la cis-hetero-binário-generificación y la dependencia como constituyentes de esa totalidad y no como sistemas separados que interactúan, ni desde una mirada identitaria o culturalista. Entiende la división racial/étnica, sexual/cis-hetero-binário-generificada y territorial/internacional como aspectos indisociables de la división social del trabajo capitalista y constituyentes de la misma clase trabajadora, a la vez que fundamentan la reproducción del racismo, el sexismo, la misoginia, la bi, lesbo, trans y homofobia y la xenofobia en nuestra sociedad. Se presenta un levantamiento de datos sobre dichos aspectos en la realidad de NuestrAmérica5.
La segunda trae ejemplos sobre la unidad de luchas en la lucha de las mujeres, acorde a esta mirada de totalidad. La tercera, indica puntos en los que estas dimensiones de la división internacional del trabajo tienen impacto directo sobre la formación del valor y precio de la fuerza de trabajo, de cada grupo en particular y de la clase trabajadora en general. La cuarta, indica elementos por los que la lucha antirracista, antipatriarcal6 y anti-imperialista es fundamental para la construcción de una práctica profesional no conservadora y crítica en Trabajo Social, apuntando ya hacia nuestras consideraciones finales.
Capitalismo, racialización, cis-hetero-binário-generificación y dependencia
No se trata de ‘distintos sistemas de opresión interconectados’, tampoco de rasgos que condicionan nada más ‘culturalmente’ la reproducción capitalista, que de por sí podría ‘ir más allá’. El sexismo, la racialización y la dependencia (y también el racismo, el sexismo, la misoginia, la bi, lesbo, trans y homofobia y la xenofobia a ellos vinculados) están basados en la división racial/etnizada del trabajo, en la división sexual/cis-hetero-binário-generificada del trabajo y en la división territorial/internacional del trabajo. Aclaremos un poco estos conceptos:
Recuperamos aquí la noción de racialización, muy utilizada por el movimiento negro, en referencia a que las razas, biológicamente, no existen, pero que sí existen como construcción social. La racialización forma parte de la realidad social, concreta, y surge solamente con el capitalismo (Quijano, 2005), durante el proceso de colonización. Ha justificado la esclavización de pueblos provenientes del continente africano por parte de europeos para la producción de mercancías y es fundamental para la existencia misma del capitalismo y para su (re)producción, a través de la división racial del trabajo. Extendemos la noción también a la etnización, que surge junto a la etnología y a la antropología, en favor del colonialismo y del imperialismo. La racialización y etnización son esenciales a la reproducción capitalista por contribuir para la valoración de los pueblos y personas racializades como inferiores a aquelles considerades como superiores (la ‘blanquitud’, identificada como el pretenso ‘sujeto universal’ postulado por el liberalismo e introyectado como norma social dominante). Permite comprender el carácter estructural del racismo y de la xenofobia, una vez que la blanquitud se valora por encima de todas las otras formas de racialización, desde el punto de vista ético y en el proceso -a ello conectado- de determinación de valores de cambio. Permite, asimismo, comprender a la misma racialización como proceso social e histórico sin ‘caracteres biológicos absolutos’, siempre relacional: la misma persona que puede ser racializada como blanca en una sociedad nuestroamericana podría ser racializada como no-blanca y latina en una sociedad europea, por ejemplo, lo que da las bases para la comprensión también de la determinación del valor de la fuerza de trabajo en algunos procesos migratorios. En adelante, todas las referencias a ‘racialización’ remontan también al proceso de etnización.
La expresión cis-hetero-binário-generificación, a su vez, refiere a que el modo de producción capitalista se ha estructurado, consolidado y sigue reproduciéndose sobre las bases de un sistema cisgénero y binario. Se atribuye a cada quien un género (de dos posibles) al nacer y en la socialización. El género masculino es superior a todo lo que se considere ‘femenino’ y a todas las identidades de género no hegemónicamente ‘masculinas’. A la vez, la cis-heterosexualidad es la norma y es más valorada que las demás identidades de género y orientaciones sexuales. La expresión propuesta problematiza el hecho de que la explotación, dominación y opresión ejercida sobre las mujeres y sobre las personas LGBTIQ tienen una misma raíz. Al reconocer la construcción histórica del binarismo de género, permite también comprender el carácter estructural de la misoginia, una vez que lo masculino se valora por encima de lo femenino en todos los aspectos: es decir, en la determinación ética de valores inherente a la praxis humana (históricamente existente y condicionada) y también en la determinación económica del valor (que es también un acto histórico).
La dependencia (por último, pero no menos importante) no debe entenderse aquí como un fenómeno externo, impuesto desde fuera, sino como conjunto de determinaciones particulares de la reproducción capitalista en los países dependientes. Es indisociable de la transferencia de valor de varios tipos (y con base última en diferenciales de productividad), de la superexplotación de la fuerza de trabajo, de una forma particular del ciclo de reproducción del capital y de la propia mercantilización de la vida en los países dependientes. También determina éticamente valores societales e incide sobre el valor de cambio de la fuerza de trabajo. Sería imposible superarla a través del desarrollo capitalista, sino que solamente a través de la ruptura con el mismo capitalismo. Está íntimamente conectada al imperialismo, tampoco entendido como un ‘enemigo externo con agentes internos’, sino como fase del capitalismo, momento histórico del capitalismo maduro (o de las relaciones de producción capitalistas como hegemónicas en la reproducción de la vida en escala mundial). Supone, pues, una división territorial/internacional del trabajo, que se reproduce con la misma (re)producción capitalista.
Dichos aspectos tienen importancia fundamental en la determinación del valor de la fuerza de trabajo de cada conjunto de trabajadores en particular y de la clase trabajadora en general.
Tienen importancia fundamental, pues, en la determinación de las tasas de ganancia, del valor de todas las mercancías, y en la reproducción capitalista de manera general.
Es decir: si, por un lado, las perspectivas de la clase como ‘contradicción primaria’ (que debería ser puesta antes de todo y resuelta primero que todo) son idealistas porque son esencialistas, por otro, las perspectivas identitarias y/o culturalistas son empiricistas, carecen de comprensión sobre algunas de las determinaciones más fundamentales de la existencia misma de los fenómenos que observan y, por tanto, son también idealistas.
Consideramos que una perspectiva efectivamente materialista no puede ser sino dialéctica e histórica7. No puede tomar nada como presupuesto más allá de la propia realidad material, histórica, constantemente en construcción por seres humanos concretamente existentes, en la unidad de la praxis humana. Y debe superar la lógica formal dirigiendo teleológicamente el proceso de abstracción hacia la comprensión de las determinaciones más esenciales para la reproducción de la existencia, comprendiendo a partir de ahí cómo estas sobredeterminan la totalidad y existen nada más en esta totalidad.
Es común encontrar la siguiente dicotomía: o se analiza la ‘cuestión social’ en NuestrAmérica solamente por los elementos más inmediatos (pero sin entender por qué existen, de la manera como existen), o se analizan solamente las determinaciones más esenciales del capitalismo (sin embargo, sin comprender que éstas no existen disociadas de la historia, no existen fuera de las condiciones concretas que las condicionan). Esto produce la amalgama entre una visión esencializada acerca de una ‘cuestión social’ ideal, que “se manifiesta” o “se expresa” en la realidad concreta, entendida de manera empiricista.
Claro que este no es un problema exclusivo del Trabajo Social. Empiricismo y esencialismo constituyen los dos más importantes influjos idealistas en el marxismo. Y este no es unívoco. Debe, como todo, ser comprendido a la luz de la historia. Específicamente en el Trabajo Social es necesario recordar que el objeto de intervención son las mismas refracciones de la cuestión social (la realidad)8. Y, por tanto, debemos acercarnos a esta realidad al pensarnos y proyectarnos el ejercicio profesional crítico.
Cuando nos acercamos a la realidad de NuestrAmérica y la reproducción de la vida, las mujeres y la población racializada como originaria y/o negra presentan las mayores tasas de desempleo/desocupación o de informalidad; una parte desproporcionada de los puestos laborales de baja calidad, padece una brecha salarial de larga fecha y sobre sus cuerpos recae una carga desigual del trabajo reproductivo (doméstico y/o de cuidados) no mercantilizado y no remunerado; asimismo, la mayoría del trabajo reproductivo en general9.
Esas diferencias saltan a los ojos, y también una perspectiva liberal las identifica. Componen un conjunto de determinaciones inmediatamente aparente, que puede ser indicado, aunque con una mirada empiricista.
En Brasil, por ejemplo, quienes se autodeclaran como negres son el 56,1% del total de la población. No obstante, ocupan nada más que el 31,4% de las plazas que exigen enseñanza superior. Antes de la profundización de la crisis, la desocupación de hombres negros era de 12%, mientras que para no-negros era de 8,2%. La desocupación de mujeres negras era 16,7% y de mujeres no-negras, 11% (IBGE, 2019; DIEESE, 2019).
Para ganar lo mismo que el promedio de un hombre blanco al vender su fuerza de trabajo, una mujer blanca tiene que trabajar 17% más tiempo. Un hombre negro, 75% más tiempo. Y una mujer negra 92% más tiempo, casi el doble. Con la crisis y la ofensiva de la clase dominante, estos datos han empeorado, puesto que el ingreso real promedio de les no-negres cayó un 6,8% entre 2014 y 2019 y el de les negres cayó un 13% (DIEESE, 2019).
Además, las mujeres (todas) trabajan mucho más que los hombres. Su jornada doméstica es más que el doble. En NuestrAmérica, las mujeres destinan un trabajo no remunerado de 37 horas promedias semanales al cuidado y trabajo doméstico, contra solo 13 horas de los varones (CEPAL, Observatorio de igualdad de género apudSEPLA, 2019). En Colombia, en 2017, 82,4% de las mujeres participaron en el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado en comparación a 37,0% de los hombres. Las primeras realizaron 34,1 horas promedias/semana, contra 18,4 horas de los hombres (DANE, 2018). En Brasil, las mujeres dedicaron 21,3 horas promedias/semana a las tareas de reproducción en el 2018, alrededor de dos veces más que los hombres, quiénes desprendieron 10,9 horas con las mismas tareas (Neto, 2019).
Las mujeres son la mayoría en todos los trabajos reproductivos, remunerados y no remunerados. Según documento de la Oxfam International, realizan el 75% del trabajo de cuidado no remunerado en el mundo, sumando 12,5 mil millones de horas de trabajo de cuidado no remunerado todos los días (OXFAM, 2020).
Las mujeres están en el tope de las tasas de desempleo. Y las racializadas como negras y originarias son las que menos tienen trabajos formales. Hay un estancamiento del ingreso de las mujeres en el mercado formal laboral. Consideramos que las llamadas ‘inactivas’ están así por los trabajos de cuidados que desempeñan en sus hogares, por ser consideradas menos competentes que los hombres o por el temor de los patrones de que lleguen a quedar en embarazo. Son el 60% del ejército industrial de reserva y tienen mayor tasa de informalidad (OIT, 2019).
En lo que respecta al trabajo de cuidado remunerado, el 60% de la venta de fuerza de trabajo en el mundo es de mujeres (OXFAM, 2020). En el caso de les trabajadores doméstiques asalariades, el 80% son mujeres y 9 entre 10 no tienen acceso a los derechos laborales formales (OIT apud OXFAM 2020). Específicamente en el área de salud, destacamos que las mujeres son 70% de les trabajadores (UNFPA, 2020), y a menudo en los puestos más sujetos al contacto desprotegido con les pacientes - lo que tiene impacto muy relevante si consideramos los efectos de la actual pandemia, COVID-19.
En Brasil, las mujeres generalmente ocupan más cargos en la administración pública (de bajo eslabón) y el porcentaje en la iniciativa privada es inferior al de los hombres. Las mujeres racializadas como negras y originarias son las que menos tienen representación en ambos (Andrade, 2016).
Las mujeres son las víctimas más frecuentes de acoso moral y sexual en el trabajo; son también las que más sufren con enfermedades laborales/ocupacionales, por las condiciones inadecuadas de trabajo (Andrade, 2016).
El aborto es ilegal para el 90% de las mujeres nuestroamericanas (SEPLA, 2020), lo que también afecta precisamente a las más pobres y a las racializadas como negras y originarias. Las mujeres negras en particular han tenido sus hijes históricamente arrancades y esclavizades en pro de la producción de mercancías (Davis, 2016).
Las tasas de feminicidio se incrementan cada año. NuestrAmérica es formalmente la región más letal en el mundo para las mujeres (ONU Mujeres, 2019). En el 2018 se registraron más de 3.500 feminicidios, es decir, más de 9 al día (Ibíd.), aunque estos datos sean subestimados. Solo en México, la multitudinaria marcha del 8 de marzo del 2020 denunció un promedio de 10 feminicidios al día. En una encuesta de la Organización Mundial de la Salud, el 53% de las mujeres en 12 países nuestroamericanos afirma alguna vez en sus vidas haber sufrido violencia física o sexual por un compañero íntimo (OMS apudSEPLA, 2019).
Las violencias basadas en género suelen ser practicadas por personas cercanas a las víctimas, de sus confianzas, y muchas veces ocurren en el mismo hogar (ONU Mujeres, 2019). El 69% de las mujeres de 15 países de la región que manifestaron haber sufrido violencia, la sufrieron por parte de sus parejas (OMS apudSEPLA, 2019). El 47% han sido víctimas de al menos un ataque sexual en su vida. La situación es peor mientras menor sea el nivel de renta (Ibíd.). Entre las mujeres violadas la mayoría son niñas. En Brasil, en 2018, 66 mil mujeres fueron víctimas de violación sexual, un récord desde que la investigación empezó en 2007. El 53,8% de las víctimas fueron niñas de hasta 13 años (FBSP, 2019).
Las mujeres negras mueren de forma más violenta (fueron el 66% de las mujeres víctimas de asesinato y el 61% de las víctimas de feminicidio el 2017, según los mismos datos). La tasa de asesinato entre las mujeres negras creció un 30% entre 2007-2017, comparada a 4,5% entre las no-negras. Las mujeres negras son más agredidas en el espacio público (32% de las negras contra 23% de las blancas) y más acosadas (40,5% de las negras contra 34,9% de las blancas), a la vez que buscan menos a los órganos oficiales para denunciar la violencia (Ibíd.).
Las mujeres adultas representan casi la mitad (49%) de las víctimas de trata de seres humanos en el mundo. En conjunto, mujeres y niñas suman 72%, siendo las niñas, más de tres de cada cuatro, víctimas de la trata. Más de cuatro de cada cinco mujeres y casi tres de cada cuatro niñas son víctimas de trata con fines de explotación sexual (UNODC, 2018).
La violencia estatal racista también cobra cientos de miles de vidas de manera abierta y velada. En Brasil, el 75% de las víctimas de asesinato son negras. Entre 2007 y 2017 el número de homicidios de negres creció un 33,1%, mientras que el de no-negres sólo 3,3%. La posibilidad de que une joven negre sea asesinade es 2,7 veces mayor que si no fuera negre, aunque haya en la población oficialmente menos que 0,25 veces más negres que no-negres. El 75,4% de las personas asesinadas por policías en Brasil en 2017-2018 eran negres. El 51,7% de les policias muertes también eran negres, aunque compongan sólo el 34% del efectivo (FBSP, 2019).
Se remite, así, a la totalidad concreta como unidad de análisis. A la cuestión de la concretud de las determinaciones más esenciales y no solo de las más particulares. Y, por tanto, a la necesidad de considerar bajo el prisma de la totalidad aquella esencialidad que tiende a universalizarse (y de considerar bajo el prisma de la totalidad también las particularidades, en la medida en que se reproducen a partir de la propia reproducción de las determinaciones más esenciales). En suma, la necesidad, en el marxismo, de tomar como único presupuesto la existencia concreta.
Reforzamos que una perspectiva efectivamente materialista impone aprehender la realidad como totalidad y no solo como sistemas separados que se interseccionan. Eso apunta hacia una ‘teoría unitaria’ como agenda de investigación y como síntesis histórica concreta a partir de las luchas. Las opresiones no se suman, separadamente. Constituyen una misma realidad que se reproduce solo en cuanto totalidad, en sus determinaciones y sobredeterminaciones.
Unidad de las luchas en la lucha de las mujeres
Es importante recordar que la lucha de las mujeres, contra los procesos violentos a los que fueron sometidas históricamente, no empieza con el feminismo como lo conocemos hoy. Si nos detenemos nada más en la historiografía más reciente de occidente, encontramos procesos como la caza a las brujas (en el que hubo un ataque genocida contra las mujeres, producto de las exigencias del surgimiento del capitalismo). Mientras morían en las hogueras, quemaban junto a ellas la resistencia al capitalismo que nacía (Federici, 2017). Notemos que Silvia Federici retoma la caza a las brujas como un fenómeno fundante del modo de producción capitalista, en que la nueva división sexual cis-hetero-binário-generificada del trabajo reproductivo es impuesta a las mujeres, así como la reproducción de su fuerza de trabajo como un trabajo forzado y sin remuneración alguna. La persecución a las brujas, así como los cercamientos y el tráfico de personas esclavizadas, han constituido aspectos centrales de la acumulación y la formación del proletariado moderno. Se puede decir que toda la población colonial ha sido fundada en la práctica sistemática de la trata y la violación.
A partir de la Revolución Francesa la lucha de las mujeres pasa a tener en Europa una expresión más consistente, vinculada a la ideología igualitaria y racionalista del Iluminismo y a las nuevas condiciones de trabajo surgidas con la Revolución Industrial. Olimpia de Gouges y Mary Wollstonecraft son mujeres que pasaron a la historia con la radicalidad de sus planteamientos y luchas. Se iniciaba un movimiento de mujeres que se dio a conocer por ‘feminismo’ y cuya lucha fue por la igualdad de la mujer y su liberación. Su objetivo principal fue el derecho al voto y surgió el movimiento sufragista. Dichos objetivos sí podrían ser compatibles con la ideología liberal, aunque una aprehensión materialista aclare que no pueden realizarse efectivamente en el capitalismo. No obstante, dentro del movimiento obrero (que se desarrolló producto de la contradicción indisoluble entre capital-trabajo), mujeres como las anarquistas Emma Goldman y Mercedes Comaposada, las socialistas como Flora Tristán y Clara Zetkin y las comunistas como Alexandra Kollontai, Vanesa Armand, Nadezhda Krupskaya, entre otras, realizaron en los años siguientes la lucha de las mujeres desde una perspectiva de clase. Para ellas, las desigualdades estructurales existentes entre mujeres y hombres jamás desaparecerían en el marco del modo de producción capitalista. Reconocían la necesidad de una revolución. Comprendieron la emancipación de las mujeres como parte de la emancipación de toda la humanidad y en ocasiones estuvieron en contradicción con el feminismo liberal y burgués (para el que la igualdad de las mujeres se daba ante la ley), aunque se sumaron a sus reivindicaciones de manera táctica, sin limitarse a ellas.
En Estados Unidos, mujeres negras que habían sido esclavizadas, como Harriet Tubman o Sojouner Truth, autora del célebre discurso ¿No soy yo una mujer?, alzaban sus voces ya en las décadas de 1840 y 1850, contra la esclavización, por el reconocimiento de las mujeres negras, y, en seguida, por el derecho al sufragio, como en el importante periódico Memphis Free Speech and Headlight, editado por Ida B. Wells. Y se oponían concretamente a una visión sobre el “ser mujer” que se basara nada más en las condiciones de vida de las mujeres blancas. Toda esa lucha sigue presente años más tarde en movimientos que apuntan claramente hacia la comprensión de la reproducción social en su conjunto, como el Colectivo Combahee River y en formulaciones marxistas como las de les Panteras Negras, en especial Angela Davis. El feminismo negro y las reflexiones hechas alrededor de este (por ejemplo, por Patricia Hill Collins, Audrey Lourde o Bell Hooks) han significado un fundamental viraje epistemológico, que aporta mucho a una perspectiva efectivamente materialista y revolucionaria. Al mismo tiempo, una serie de autoras nuestramericanas negras proponía el reconocimiento de nuevas categorías, como Lélia González y Sueli Carneiro, a partir de la afrolatinoamericanidad y de la necesidad de ennegrecer el feminismo.
Desde la época de la colonización en NuestrAmérica, aunque sin asumir al feminismo como consigna, muchas mujeres decidieron asumir la resistencia a la invasión, la colonización y la esclavización, así como la lucha por la independencia. Nombres como Bartolina Sisa, Dandara, Anita Garibaldi, Manuela Sáenz, desaparecieron de la historia contada por les vencedores, pero fueron rescatadas del olvido por las generaciones de luchadoras que las sucedieron.
Combativas, luchadoras por sus propias sobrevivencias y existencias, luchadoras organizadas, luchadoras clandestinas, espías, estrategas, dirigentes, insurgentes, comuneras, quilombolas; todas hicieron parte de la construcción del legado de resistencia y lucha de las mujeres contra las desigualdades del capitalismo.
A partir de fines de la década del sesenta del siglo XX, en Estados Unidos de América y Europa, hay una transformación de los feminismos, en el marco de las luchas sociales en estas regiones, fuertemente influenciadas por el combativo movimiento negro y antirracista, el movimiento hippie, la oposición a la Guerra Imperialista de Indochina (llamada de Guerra del Vietnam por los estadounidenses) y la crisis del capitalismo que empieza a fines de la década del sesenta. Sin embargo, es la incorporación de los planteamientos, demandas y debates feministas a la academia que le imprimen al feminismo un nuevo contenido, pasando de un discurso más dirigido a la práctica a un discurso más de elaboración teórica, en su búsqueda de explicar las condiciones de explotación, dominación, subordinación y opresión de las mujeres en la sociedad capitalista y desnaturalizando los roles impuestos a ellas a largo del desarrollo de la historia de la humanidad. En este esfuerzo, algunas de las más ricas contribuciones vienen del feminismo negro (desde EE. UU. y desde muchos países de NuestrAmerica), que más tarde aportaría la perspectiva metodológica interseccional. Precisamente, por el rol de la población negra como sostén de la reproducción del capitalismo, el feminismo negro suele partir desde el principio de una mirada unificada hacia la división racial y sexual/cis-hetero-binário-generificada del trabajo, como rasgos del propio capitalismo, aunque no todos sus aportes se basen en una perspectiva marxista.
Al incorporar a la academia los debates provenientes de la lucha, se alcanzaron importantes e insoslayables formulaciones teóricas y algunas veces también se produjo un alejamiento entre el feminismo (o algunos de los feminismos) y una perspectiva de clase, reduciendo ciertas controversias nada más al ámbito académico. No podemos analizar este proceso separado de la lucha de clases, sino como parte del contexto histórico al que estuvo incorporado.
Importante éxito de dicho proceso (aunque por veces academicista) ha sido la búsqueda de redefinir categorías que permitieran comprender los orígenes y las causas de la condición de dominación, subordinación de las mujeres, cuestionar el papel de la familia como espacio de opresión; repensar la sexualidad y los derechos reproductivos, la maternidad; denunciar la separación entre los espacios público y privado y las violencias cotidianas; investigar la división sexual del trabajo y visibilizar el trabajo reproductivo no socialmente reconocido, no mercantilizado y no remunerado como trabajo. Se introduce conceptualmente la percepción sobre la categoría género (que se diferencia de la conceptualización anterior de ‘sexo’ por el reconocimiento de que la identidad pasa por una construcción social y no biológica10) y empiezan a consolidarse en los debates y en las universidades la ‘perspectiva de género’ y los ‘estudios de género’, sustituyendo las investigaciones sobre la ‘cuestión de las mujeres’11.
Claro está que el feminismo tiene muchas vertientes y corrientes, no todas ellas asumiendo una posición antirracista (ya sea en contra de la racialización en general, ya sea respecto a la población negra o respecto a los pueblos originarios). Ni mucho menos asumiendo al marxismo como vertiente teórico-metodológica. Históricamente, incluso, muchas concepciones feministas han buscado hegemonizar la crítica al modo de (re)producción capitalista, a partir de otras perspectivas teórico-metodológicas y alejándose del marxismo, indicando que las revoluciones socialistas no lograron resolver las desigualdades estructurales entre mujeres y hombres y denunciando las prácticas sexistas, misóginas, bi, lesbo, trans y homofóbicas de los militantes de izquierda y de las organizaciones políticas y partidarias.
Asumimos aquí que no existe un ‘feminismo marxista’ como corriente, puesto que distintes intelectuales y militantes que tienen el feminismo como consigna de lucha y/u objeto de investigación asumen el marxismo como vertiente teórico-metodológica. Ya que el mismo marxismo no es unísono, sino que constituye una amplia vertiente con distintas corrientes y posicionamientos en su interior, históricamente determinados, no sería posible definir solamente una corriente o un ‘feminismo marxista’.
En nuestro criterio, una posición feminista y/o o anti anti-racista que tenga al el marxismo como vertiente teórico-metodológica, debe asumir al el materialismo histórico-dialéctico. Debe tomar a la práctica como finalidad, fundamento y criterio de la formulación teórica, buscando interpretar la realidad como totalidad, en aras de informar a la praxis. Por tanto, hay que buscar intentar comprender cuáles son las determinaciones más esenciales a la reproducción material de la vida, y como cómo sobredeterminan esta reproducción.
En el capitalismo, el rasgo más esencial a la reproducción de la vida individual y social es la mercantilización. Para hacer historia, debemos estar vives. Y, para mantenernos vives, debemos consumir (y producir) mercancías y, para tal fin, se necesita dinero. Es decir, se necesita tener los medios de producción como mercancías o vender nuestra propia fuerza de trabajo como mercancía. Queda abierta, pues, la investigación sobre cómo la mercantilización sobredetermina la división racializada del trabajo, la división sexual/cis-hetero-binário-generificada del trabajo, la división territorial/internacional del trabajo. Todas ellas aspectos coadyuvantes e indisociables de la división social del trabajo. Es decir, cómo se relaciona la reproducción de la vida de la población no-blanca racializada, como negra y originaria, de los cuerpos femeninos y feminizados y de los pueblos dependientes, a la reproducción capitalista en su conjunto.
División social del trabajo y formación del valor y precio de la fuerza de trabajo
En el primer apartado, ilustramos de manera resumida algunas de las maneras por las cuales la división racial/étnica, sexual/cis-hetero-binário-generificada y territorial/internacional del trabajo determina el valor de la fuerza de trabajo e impacta la conformación de la ética societaria capitalista, buscando enfatizar el carácter estructural-estructurante del racismo, del sexismo, de la misoginia, de la bi, lesbo, trans y homofobia y de la xenofobia en la sociedad capitalista, asimismo la necesidad de esta perspectiva de la totalidad (que aquí remite a las corrientes feministas que defienden una teoría unitaria y a las intelectuales que, desde el feminismo negro y desde el feminismo comunitario latinoamericano, asumen al marxismo como vertiente teórico-metodológica).
Se indicó brevemente qué entendemos por división racial/étnica, sexual/cis-hetero-binário-generificada y territorial/internacional del trabajo, respectivamente, y su existencia concreta. Hemos apuntado, también, como en todos los casos, que dicha división supone una valoración ética de un grupo social sobre los demás, es decir, del grupo social al que se reconoce socialmente como la norma, que constituye el particular, cuyos intereses se universalizan impositiva e ideológicamente, que configura la imagen de ‘sujeto universal’. Esta construcción social ética se da históricamente, a través de la praxis humana, que se basa en valores, reproduce valores, crea nuevos valores e impacta todo el sistema de valores de la sociedad, incluso el valor de cambio.
Explicamos que el mundo que habitamos en el presente, no se reconoce socialmente que una mujer tenga el mismo valor que un hombre, que una persona negra tenga el mismo valor que una persona blanca, que una persona proveniente de regiones dependientes tenga el mismo valor que una persona proveniente de regiones centrales. Eso se refleja también en la determinación del valor de cambio de su fuerza de trabajo.
No se reconoce socialmente que la reproducción de la fuerza de trabajo de una mujer requiera el consumo de la misma cantidad de mercancías (o de trabajo humano en sentido abstracto), que la fuerza de trabajo de un hombre; ni que la reproducción de la fuerza de trabajo de alguien racializade como negre y originarie (o como como no-blanque en general), requiera el consumo de la misma cantidad de trabajo humano, en sentido abstracto, que la de alguien racializade como blanque (y cuya racialización siquiera es visibilizada socialmente como tal) o que la reproducción de la fuerza de trabajo de alguien proveniente de una región dependiente requiera el consumo de la misma cantidad de trabajo humano, en sentido abstracto, que la de alguien proveniente de una región central.
El reconocimiento de la cantidad de bienes que debe consumirse para la reproducción de la fuerza de trabajo cambia, según la especialización o cualificación del trabajo a realizar12.
Resalta que, según las determinaciones de raza, género y territorio, cambia incluso el tipo de especialización o cualificación que puede ser socialmente reconocido como necesaria para la (re)producción de la fuerza de trabajo: hay trabajos que se reconocen como ‘de mujer’, ‘de negre’, ‘de indígena’, ‘de migrante’ y las posibilidades de acceder a la venta de la propia fuerza de trabajo por lo general se restringe a estos ramos. Tomemos ejemplos: en el caso de las mujeres, es naturalizada la asociación (en verdad histórica) al trabajo de cuidado: cuidar, limpiar, cocinar, enseñar, tratar, atender a personas, etc.; en el caso de les negres, es naturalizada la asociación a los trabajos que exigen fuerza física (construida con la esclavización forzada de los pueblos africanos). Esta subvaloración ética cercena la venta de la fuerza de trabajo de quienes no corresponden a la norma pretensamente universalizada, restringiéndola, mayoritariamente, a ramos que necesitan de una cualificación de la fuerza de trabajo socialmente reconocida como menor (que implica, por tanto, menor valor de cambio).
Hasta aquí, hemos hablado nada más de la formación del valor de la fuerza de trabajo. Pero, también están los salarios (precio), que pueden pagarse todavía por debajo de ese valor. Por las mismas razones (y, en el caso de las mujeres, también porque pueden quedar en embarazo y porque son vistas como responsables por los cuidados de sus hijes), estos grupos son los primeros en ser despedidos y componen en mayor medida el ejército industrial de reserva. Suelen, pues, tener salarios aún más bajos. En especial en los países dependientes, influye además el carácter estructural de la superexplotación de la fuerza de trabajo, caracterizada por su rol de compensación de la transferencia de valor, desde estas regiones hacia los países centrales, continuamente reproducido en la forma particular del ciclo del capital en los países dependientes13.
Todos estos mecanismos aportan a un rebajamiento del valor y precio de la fuerza de trabajo particular de mujeres, población no-cis, no-hetero, no-blanca, clase trabajadora migrante interna o internacional y clase trabajadora en los países dependientes. Se produce un rebajamiento del valor y precio de la fuerza de trabajo de la clase trabajadora en general, inclusive de los hombres cis-hetero en los países centrales. Está, por tanto, en el interés de la clase dominante.
El efecto sobre el rebajamiento del valor de la fuerza de trabajo no se da solamente a través de la venta de la fuerza de trabajo de estos grupos en particular. Son estos grupos (en especial las mujeres no-blancas provenientes de países dependientes) que son socialmente reconocidos -de manera incluso esencializada y naturalizada- como responsables por el trabajo de cuidado en nuestra sociedad. Y este trabajo de cuidado, asociado a grupos subvalorados, muchas veces no es siquiera reconocido como trabajo, mucho menos mercantilizado. Es absolutamente necesario a la reproducción de la vida y la reproducción de la fuerza de trabajo. Además de no ser mercantilizado, no entra en la cuenta de la formación del valor de la fuerza de trabajo, que corresponde a la cantidad de trabajo (en sentido abstracto) necesaria para producir las mercancías reconocidas como necesarias a la (re)producción de la fuerza de trabajo. El trabajo reproductivo invisibilizado y gratuito abarata la fuerza de trabajo de toda la clase trabajadora y sobrecarga a quienes lo realizan.
Las características de desigualdad que se ha mencionado al principio de este apartado no pueden ser disociadas de una forma de reproducción de la vida que tenga en la mercantilización su rasgo más esencial. No pueden ser disociadas del capitalismo y exigen la superación del propio capitalismo para que puedan ser superadas. Exigen una mirada que vaya más allá del empiricismo. El capitalismo, por su parte, tampoco será superado sin superarlas.
La construcción de las identidades individuales no puede ser disociada del rol estructural y estructurante -societario- del racismo, el sexismo, la misoginia, la bi, lesbo, trans y homofobia y la xenofobia. Y no se alcanza a comprender este rol estructural y estructurante sin darnos cuenta de la centralidad de la división social del trabajo (racializada, sexual/ cis-hetero-binário-generificada, territorial/internacional) en la reproducción capitalista y en la formación de valores, tanto desde el punto de vista ético como económico.
Actualmente enfrentamos una profundización de la división social del trabajo, con una oleada neofascista y/o neoconservadora y el recrudecimiento, a partir del 2015-2016, de la ofensiva burguesa contra los pueblos del mundo, en el marco del despliegue de la crisis precipitada en 2007-2008 con epicentro en EE. UU., que tiene dimensiones económicas, políticas, geopolíticas, éticas y ambientales y no puede disociarse de su misma profundización con la emergencia de la COVID-19. Dicha profundización de la división social del trabajo agudiza todas sus dimensiones, acentuando la lógica racista, sexista, misógina, bi, lesbo, trans y homofóbica y xenofóbica de la reproducción capitalista. Destacamos en otra oportunidad (Machado-Gouvea, 2020) que esta agudización no es circunstancial, sino necesaria a la reproducción capitalista, en tres sentidos: 1) a través del racismo, el sexismo, la misoginia, la bi, lesbo, trans y homofobia y la xenofobia, aporta a la desvalorización de la fuerza de trabajo, rebaja los salarios más allá de este valor y al aumento de la jornada y la intensidad del trabajo, ampliando las tasas de plusvalor durante la crisis capitalista; 2) en el caso específico de las mujeres y el trabajo generificado tomado como “femenino”, oculta y desvaloriza el trabajo reproductivo, realizado en gran medida gratuitamente en la esfera privada y, cuando mercantilizado, con salarios muy bajos y fuertemente racializado, rebajando los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo en general; 3) el crecimiento del neoconservadurismo, el incremento del odio a grupos sociales y su desvalorización social son necesarios al bloque en el poder, para promover la expropiación y retirada de derechos requerida por las clases dominantes en esta reconfiguración, que no podría llevarse a cabo con esta velocidad por gobiernos dichos “populares” y “democráticos”.
Pese a la profundización de la ofensiva capitalista sobre les negres, los pueblos originarios y lo femenino y las disidencias de género y sexuales, les migrantes y asimismo en respuesta a esa profundización, los movimientos antirracistas, feministas, de las disidencias de género y sexuales en NuestrAmérica vienen tomando cada vez más conciencia colectiva sobre su explotación y opresión y sobre la sobredeterminación de ella por el modo de producción capitalista. La dialéctica del desarrollo capitalista y la dialéctica de la lucha de clases son una misma, indisociable, y esa conciencia y movilización es también parte constitutiva de la cuestión social en NuestrAmérica.
Debemos rechazar las percepciones empiricistas sobre la cuestión social, que no la aprehenden a partir de la comprensión del modo de producción capitalista. Que describen -muchas veces muy bien- las determinaciones más inmediatamente aparentes de la realidad, pero sin alcanzar a comprender la propia existencia y reproducción de aquellas determinaciones. Sin embargo, también hay que rechazar las percepciones esencialistas del capitalismo, como si este pudiera existir ‘en abstracto’, como si sus contradicciones pudieran existir más allá de su propia existencia, ‘puras’, y nada más ‘expresarse’ o ‘manifestarse’ de distintas maneras en la realidad.
Es fundamental comprender la realidad en su totalidad, como conjunto de determinaciones. Y comprender eso significa partir de las características más inmediatas y entender lo que es fundamental para la propia (re)producción de la existencia, entender cuál es el conjunto de valores que guía más esencialmente la (re)producción de la realidad social como praxis. Y, a partir de esa comprensión, tratar también de re-comprender aquellas determinaciones más inmediatas, cuya existencia es sobredeterminada por ellas. En continua autocrítica.
Las luchas antirracista, antipatriarcal14 y anti-imperialista y el trabajo social crítico
Nos damos cuenta de que hay una desigualdad histórica, en el sentido de que sus raíces remontan al pasado y que la desigualdad existe históricamente, es concreta, conforma la realidad y va mucho más allá de la ideología de que somos individuos iguales y libres, difundida en la subliminal noción del ‘hombre universal’, en el carácter liberal de la igualdad formal burguesa e incluso en algunos de los discursos de la misma izquierda sobre igualdad entre los géneros. Todo lo que existe es históricamente condicionado y las condiciones no son las mismas para las personas, dependiendo de su clase social, raza/etnia, identidad de género, orientación sexual, etc.
Llegar a una mayor igualdad real (o dirigirnos hacia lo universal, en el sentido del género humano15) pasa por reconocer la desigualdad que existe hoy y proyectar teleológicamente nuevas relaciones sociales a partir del reconocimiento de la coexistencia indisociable entre particular y universal, no del ocultamiento de lo particular en favor de un universal pretendidamente único (que es así disociado, en el plano teórico, de su propia existencia, al ser disociado de las determinaciones particulares con las que coexiste). Este ‘sujeto universal’ configura en realidad una universalización de intereses particulares -y no el camino hacia la concreción de lo que tenemos en común como género humano. No podemos borrar falsamente dichas desigualdades en el plano teórico, ni aprovecharlas en beneficio propio.
La particularidad diferencial de esa existencia se reproduce sobredeterminada por la mercantilización, es decir, por la forma específicamente capitalista de (re)producción de la vida individual y social. Las sistemáticas opresiones en la reproducción de dichas particularidades están sobredeterminadas por la división racial del trabajo, la división sexual/cis-hetero-binário-generificada del trabajo y la división territorial/internacional del trabajo. Todas ellas indisocialbles de la división social del trabajo. Hay que desnaturalizarlas.
Retomemos las interrogantes en nuestra introducción: ¿las luchas específicas, dichas particulares, tienen relevancia en el Trabajo Social? ¿Cuál sería su importancia y lugar en las reflexiones sobre el ejercicio profesional? Planteamos que para un Trabajo Social crítico o un ejercicio profesional crítico, dichas particularidades no pueden obviarse. Esto porque el trabajo social crítico plantea una postura crítica radical al capitalismo, lo que implica salir de la apariencia de los procesos sociales para comprender su esencia, desnaturalizando y problematizando lo que está dado y aparenta ser inmutable como horizonte de la praxis, que es uno de los principales desafíos: articular la realidad y la profesión. “El servicio social [trabajo social] no actúa sobre la realidad sino en la realidad” (Iamamoto, 2003, p. 73).
El trabajo que realizan les profesionales de trabajo social en los servicios sociales, programas y políticas públicas que elaboran, ejecutan y gestionan en sus espacios socio-ocupacionales, tiene un efecto en el proceso de reproducción de la fuerza de trabajo, porque es por medio de ellos que viabilizan el acceso a recursos materiales, derechos sociales y acciones que inciden sobre la supervivencia de la clase trabajadora. Además, en este proceso realizan acciones socioeducativas (Iamamoto, 2009) que interfieren en la vida social a través de la producción de conocimiento sobre la realidad, que puede incidir como insumo y consciencia para la organización de los diferentes segmentos de la clase trabajadora en defensa y ampliación de sus derechos sociales.
Así, un ejercicio profesional posicionado políticamente, en favor de los intereses de la clase trabajadora en concreto, tiene como exigencia de la misma realidad la crítica radical al capitalismo y, por tanto, si estamos planteando que el capitalismo y su división social de trabajo es indisociable del racismo, el sexismo, la misoginia, la bi, lesbo, trans y homofobia y la xenofobia, etc., es esencial, importante y necesario que la comprensión de dichas determinaciones de nuestra sociedad se incorpore en la formación e intervención profesional. No es un tema menor o secundario, sino fundamental para la propia comprensión del capitalismo y la praxis transformadora en el sentido de la superación del orden vigente.
Existe amplia bibliografía sobre la feminización y racialización del Trabajo Social. Citemos el documento de la Asociación Brasilera de Ensino e Investigación en Trabajo Social (ABEPSS, 2018). Y citemos a Almeida (2017), Costa (2017), Dias (2015), Eurico (2013, 2017), Gonçalves (2018), Martins (2015) y Rocha (2009, 2014), entre múltiples referencias. En Brasil, por ejemplo, la feminización y racialización negra se destacan entre les profesionales de trabajo social y también en la población usuaria de los servicios. Resaltemos que factores como la matricialidad de la política social responsabilizan a las mujeres por la manutención de la familia, reconociendo un rol que efectivamente cumplen, pero a la vez naturalizando esta responsabilidad, que viene de la mano con la reproducción de las dobles, triples, múltiples jornadas femeninas en la clase trabajadora y en particular entre las mujeres negras y originarias.
El trabajo social debe tener, pues, como una tarea de fundamental importancia, desnaturalizar, cuestionar y problematizar el lugar asignado a la población negra y originaria, a las mujeres y a la población disidente de género y sexual en la sociedad capitalista, como garantes de la reproducción social (sea del ámbito familiar o la misma sociedad/sociabilidad capitalista).
Consideraciones finales
Un ejercicio profesional que no tome en cuenta todas estas y otras determinaciones pueden incurrir en un ejercicio profesional conservador, reaccionario, que idealiza y/o naturaliza las relaciones de explotación y de opresión y que puede ejercer control social a través de un saber especializado, profundizando aún más las desigualdades estructurales que oprimen a ciertas poblaciones de la clase trabajadora de manera particular.
Nuestro compromiso ético-político contra todas las formas de explotación, dominación, subordinación y opresión nos lleva a la necesidad de comprender profundamente cómo las relaciones sociales con base en la raza/etnia, el género y en los territorios son fundamentales para desvelar la explotación capitalista y su reproducción. Sin esta comprensión de la totalidad, podemos permanecer en la apariencia de los fenómenos de las desigualdades sociales y corremos el riesgo de reproducirlas en el ejercicio profesional.
Las luchas antirracista, anti-patriarcal y anti-imperialista conforman la lucha de clases y permiten que esta incorpore el reconocimiento del trabajo reproductivo, esencial para la reproducción de la vida y la lucha por la socialización de ese trabajo. Permiten destrozar a la concepción de ‘sujeto universal’ construida con el capitalismo y como pilar de la modernidad, frente a la cual todes les demás aparecemos como otredad y/o como objetos, introyectando estructuralmente el racismo, el sexismo, la misoginia, la bi, lesbo, trans y homofobia y la xenofobia. Permiten, por tanto, destrozar a la construcción ética de los valores en la que se basa el no reconocimiento social de las formas de trabajo que han estado históricamente vinculadas a la esclavización de los pueblos africanos y originarios y al trabajo reproductivo gratuito de las mujeres y los cuerpos feminizados, en especial en la clase trabajadora.
Son esenciales para la lucha anticapitalista y para la efectiva superación del capitalismo, no porque dialoguen con ‘consignas particulares’, sino que atacan la reproducción capitalista como efectivamente es, en sus determinaciones y sobredeterminaciones y no a una versión idealizada de la sociedad capitalista, en la que la clase trabajadora aparece como ‘clase en abstracto’.
Las opresiones poseen dinámicas económicas. Sin atacar a la concreción de la división social del trabajo, no podemos atacar efectivamente a la división del trabajo, ni mucho menos superarla. La izquierda debe entender que lo que divide la clase no es la lucha anti-comportamientos y estructuras opresoras, sino la opresión en sí y el papel estructural y estructurante que cumplen en la reproducción capitalista.