Entre los escritos que estudian el trabajo en los Padres de la Iglesia, es frecuente la afirmación de que el cristianismo introdujo una visión más positiva de la actividad profesional de la que existía en el mundo pagano precedente1. Este juicio se apoya, por un lado, en textos de Aristóteles, Platón, Cicerón y otros autores clásicos, que vierten valoraciones muy negativas sobre el trabajo2, y, por otro, en el aprecio del trabajo que encontramos en autores como Juan Crisóstomo o Teodoreto de Ciro y en diversas formas de vida monástica que desde el s. iv incluyen entre los deberes cotidianos del monje el desempeño de un trabajo. Ahora bien, no han faltado críticas a los defensores de esta tesis, al menos a los que la han presentado de forma tajante3. Asimismo, los estudios sobre el trabajo en el mundo pagano antiguo muestran que la sociedad grecorromana en algunos momentos albergó una actividad febril4, y en ocasiones devuelven la acusación de no apreciar el valor del trabajo a los cristianos, reprochándoles haberse acomodado ellos mismos a la mentalidad pagana5. ¿Es posible llegar a una visión de conjunto que acoja los aciertos de los defensores de ambas teorías? ¿Qué respuesta hay que dar, por tanto, a la pregunta sobre la influencia del espíritu cristiano en el modo de entender el trabajo que tenía el mundo antiguo? En las páginas siguientes se trata de dar a estas preguntas una respuesta que se basa en la confrontación entre los partidarios de la tesis de que el cristianismo trajo una visión positiva del trabajo, de la que el mundo politeísta carecía, como Geoghegan, y los que defienden que los cristianos se limitaron a asumir la actitud de la cultura grecorromana pagana sobre el trabajo, como Mossé.
1. El trabajo en los autores precedentes a la crisis del s. iii
En los escritos de los Padres Apostólicos pueden encontrarse pocas referencias al trabajo. La Didaché pone a los cristianos sobre aviso con respecto a los hermanos itinerantes que permanecen mucho tiempo en la misma ciudad, pues puede tratarse de falsos hermanos, y recomienda a las comunidades que les inviten a ganarse el sustento con su trabajo y, en el caso de que no quieran hacerlo, a expulsarlos6. Se trata de una disposición meramente práctica, como la de proporcionar a los fieles que viajaban una carta de presentación; era frecuente ayudar a los cristianos que llegaban de otras comunidades y estas medidas se encaminaban a evitar abusos de desaprensivos7. Además, constituye una aplicación de la enseñanza paulina de «quien no quiera trabajar, no debe tampoco comer» (2 Thess. 3,10), y en ese sentido demuestra la implantación práctica de esa doctrina. Ayán Calvo supone que la norma se refería a los apóstoles y profetas8, pero bien podría tratarse tan solo de cristianos en camino, ya que en el párrafo siguiente se invita a sostener a los que se dedican a la comunidad.
En el mandato segundo del Pastor de Hermas, el pastor aconseja a Hermas que viva con sencillez y describe una serie de acciones en las que se plasma ese modo de vivir, entre las que se encuentra la siguiente: «Obra el bien, y del fruto de tus trabajos (ἐργάζου τὸ ἀγαθόν καὶ ἐκ τῶν κόπων σου) que Dios te ofrece, da con sencillez a todos los necesitados, sin dudar a quién darás o a quién no»; el Pastor justifica este consejo explicando que Dios desea que sus dones sean repartidos entre todos y añade que «los que recibieron porque estaban en apuros no serán juzgados, pero los que recibieron con engaño serán castigados»9. En la comparación primera, por otra parte, el pastor exhorta a Hermas a no prepararse «aquí campos, alardes de lujo, construcciones y casas inútiles», ya que la tierra en la que vive es para él una ciudad extranjera, cuyas leyes no obedece y cuyo señor, al verse desobedecido, terminará por expulsarle, sin dejarle sacar sus bienes; le anima, en cambio: «En lugar de campos, comprad almas atribuladas, según las posibilidades de cada uno; cuidad de las viudas y de los huérfanos; no los despreciéis; gastad vuestra riqueza y vuestros lujos en esta clase de campos y casas que habéis recibido de Dios», ya que esas riquezas sí podrán llevarlas a su patria definitiva, cuando sean expulsados de la tierra; y concluye la comparación advirtiendo a Hermas «No engañéis, ni toquéis lo ajeno, ni siquiera lo deseéis, pues es malo desear lo ajeno. Realiza tu trabajo (τὸ δὲ σὸν ἔργον ἐργάζου) y te salvarás»10. Rüpke ve en el reproche del pastor un indicio de que Hermas es presentado como uno de los cristianos que, pese a proceder de humilde origen, se había enriquecido con su trabajo11. En la novena comparación, por último, el ángel de la penitencia afirma que «los creyentes del séptimo monte», uno de los grupos de fieles descritos en la comparación, «siempre tenían misericordia con cualquier hombre, y del fruto de sus trabajos (ἐκ τῶν κόπων αὐτῶν) dieron a todo hombre sin reprochar ni vacilar», asegura que «El Señor, al ver su sencillez e inocencia, los hizo prósperos en los trabajos de sus manos y los colmó de gracia en todas sus acciones», y les aconseja permanecer así12.
El escrito ofrece, por tanto, una enseñanza coherente sobre la necesidad de trabajar y de dar limosna con los recursos obtenidos por la bondad de Dios con ese trabajo. Al exhortar por tres veces a los fieles a trabajar, Hermas muestra que las personas que vivían de su trabajo se acercaban frecuentemente a la comunidad cristiana, y que esta no los despreciaba por ser de baja extracción social, sino que los acogía con estima; y al prometerles que el trabajo les ganaría la salvación, expresa la alta valoración que tiene del quehacer profesional13. Parece que eran frecuentes los casos de trabajadores que se enriquecían, lo cual encaja con el momento de bonanza económica que vivió Roma en el s. ii; Hermas les recuerda que no sirven al príncipe de este mundo, sino que deben obrar pensando en la patria celestial, y los invita a dedicar esos recursos, no a rodearse de lujo, sino a la limosna, evitando así el peligro de trabajar por avaricia14. Al insistir en que es preciso dar con sencillez, sin cuestionar la legitimidad de quien pide, Hermas da a entender que algunos adoptaban esa actitud y que no era extraño que algunos abusasen de la bondad de la comunidad y viviesen a sus expensas sin trabajar15; el texto de la Didaché también permite vislumbrar esas prácticas fraudulentas.
Clemente de Alejandría ofrece en su Protréptico una explicación de la vida cristiana a los paganos con la intención de estimularlos a la conversión, pero sus palabras servían, también sin duda, a los cristianos cultos para afianzarse en la fe que habían abrazado. En esta obra explica que la revelación cristiana ofrece a los hombres el conocimiento de Dios, permitiéndoles así alcanzar el objetivo para el que han sido creados, y que ese conocimiento es compatible con la dedicación a diversas actividades profesionales, a las que da sentido:
Lo mismo que no obligamos al caballo a arar ni al toro a cazar y recurrimos a cada animal para lo que ha nacido, así también, sin duda, al hombre, que ha nacido para la contemplación del cielo y en verdad es una planta celestial (Platón, Timeo, 90 A), le invitamos al conocimiento de Dios, porque hemos entendido lo que le es propio, extraordinario y característico respecto de los otros animales, aconsejándole que se provea de un viático para la eternidad, la religiosidad. Trabaja la tierra -decimos- si eres trabajador, pero reconoce al Dios de las labores; navegue quien ame la navegación, pero invocando al timonel celeste. Y tú, a quien la gnosis [de Dios] te ha sorprendido en el ejército, escucha al general que te ordena la justicia16.
Clemente, comenta Holzapfel, piensa que la actividad profesional debe llevarse a cabo poniéndola en relación con Dios creador y conservador de toda la creación, y que, al obrar así, esa actividad no es cohibida, sino que recibe nuevo estímulo y una consagración religiosa; el estudioso alemán afirma que esta enseñanza no tiene precedentes en el mundo antiguo y que se puede hablar aquí de una auténtica santificación del trabajo17. Clemente concede que el nuevo cristiano continúe trabajando a condición de que lleve a cabo ese trabajo pensando en Dios; rechaza implícitamente que se siga realizando un trabajo cerrado en sí mismo18.
Al defender a los cristianos de la injuria de que son improductivos (infructuosi) en los negocios, Tertuliano afirma que los cristianos comparten con los demás las mismas necesidades y las satisfacen, haciendo uso moderado de los frutos de las obras de Dios, y añade:
Convivimos con vosotros en este mundo, sin evitar el foro, el mercado, los baños, tabernas, oficinas, albergues, vuestras ferias y los demás lugares donde se comercia. Con vosotros navegamos también nosotros, con vosotros hacemos la milicia, cultivamos la tierra y comerciamos; por tanto, intercambiamos nuestras artesanías y ponemos a vuestra disposición nuestras obras. No sé cómo podemos parecer infructuosos a vuestros negocios, con los que vivimos y de los que vivimos19.
Tertuliano explica que el cristiano no es infructuoso, no solo porque hace ganar dinero a los comerciantes y a los que prestan diversos servicios al hacer uso de ellos, sino también porque él mismo comercia, cultiva y produce y pone a disposición de los demás el fruto de su trabajo. La defensa de la productividad del cristiano se entrelaza con la de su participación en la vida común. Según Visonà, este texto de Tertuliano no manifiesta el aprecio de Tertuliano ni de los cristianos por el trabajo; el cartaginés estaría refiriéndose a que, a pesar de que el mundo está corrompido y ataca a quien quiere hacer el bien, los cristianos no se apartan de él, sino que conviven en él con los demás, porque lo prescribe la ley sublime que siguen20. Visonà interpreta este texto a la luz de la posición que adopta el Tertuliano montanista, en la que se condena al mundo sumergido en la idolatría21.
Holzapfel ve también cierta continuidad entre el Tertuliano católico y el montanista, pues el Tertuliano católico ya enseña que hay que abrazar las realidades terrenas con medida, sin excesos ni abusos, y más tarde llevó la prevalencia de la obediencia a la ley de Dios y la superioridad de los intereses del alma hasta el extremo del rechazo de cualquier compromiso social22.
Para Visonà, la crítica pagana reprocha a los cristianos no contribuir a la buena marcha del mundo en el que encuentran lo que necesitan, sino desentenderse de las tareas que la buena marcha de ese mundo exige23. Con todo, si los paganos reprochan a los cristianos el ser improductivos, está claro que valoran positivamente el trabajo y la prosperidad que permite alcanzar; en efecto, Holzapfel explica que, según Rostovtzeff, en el s. ii se crea una ética del trabajo, en la que la apoteosis final se hace depender de una vida de trabajo ejemplar y coronada por el éxito, probablemente porque los empresarios afortunados podían enriquecerse a causa de la favorable coyuntura económica, y porque la filosofía estoica proponía el ideal del hombre autosuficiente que satisface sus necesidades naturales con el fruto de su trabajo24. Carcopino describe con viveza muchas actividades profesionales del siglo ii, mostrando que la opinión pública del momento acogía ese aprecio y lo manifestaba con una intensa dedicación al trabajo25. Por ello, la crítica de falta de productividad puede manifestar la impaciencia de los paganos ante cristianos que no ponían la eficacia por encima de todo, ni buscaban a toda costa el enriquecimiento; enseñan este desapego del fruto del trabajo pasajes evangélicos, como el del avaricioso constructor de nuevos graneros al que Jesús llama insensato (cf. Lc. 12,16-21).
Hay que precisar que a los cristianos les estaba prohibido ejercer muchas profesiones que los paganos ejercían. Desde el momento de la inscripción entre los catecúmenos, se exigía a fabricantes de ídolos, actores de teatro y a otros profesionales que abandonaran su oficio.
Se hará una encuesta a fin de conocer cuáles son los oficios y profesiones de aquellos que fueron traídos para su instrucción. Si alguno tuviera una casa de prostitución, cesará (en su explotación) o será rechazado. Si alguno fuera escultor o pintor, se le enseñará a no fabricar ídolos: dejará de hacerlo o será rechazado. Si alguno fuera actor, o hiciere representaciones en el teatro, dejará de hacerlo o será rechazado. Aquél que enseña a los niños, es mejor que deje de hacerlo; si él no tuviera (otro) oficio, (entonces) se le permitirá enseñar. Del mismo modo, tanto el cochero que asiste, como aquel que toma parte en los juegos,26 dejarán de hacerlo o serán rechazados. El gladiador (así como) aquel que enseña a los gladiadores a combatir, el bestiario que (en la arena) participa en la cacería (y también) el funcionario vinculado con los juegos, dejarán de hacerlo o serán rechazados. Si alguno fuera sacerdote o guardián de un ídolo, dejará de serlo o será rechazado. El soldado subalterno a nadie matará y, en caso de recibir la orden, no la ejecutará ni prestará juramento. Si así no lo hiciera, será rechazado. El que tiene el poder de la espada, y también el magistrado que lleva la púrpura, lo dejarán o serán rechazados. El catecúmeno y el fiel que pretendan hacerse soldados, serán rechazados, pues han menospreciado a Dios. La prostituta, el homosexual, el obsceno y cualquiera que hiciera aquellas cosas de las que no se puede hablar, serán rechazados por impuros. No se admitirán magos en la elección. El encantador, el astrólogo, el adivino, el intérprete de los sueños, el charlatán, el “cortador” que cercena monedas y el fabricante de amuletos dejarán esas ocupaciones o serán rechazados. La concubina de un hombre que es su esclava, que ha criado a sus hijos, si solamente está unida con él, escuchará la palabra, de lo contrario será rechazada. El hombre que vive en concubinato cesará en esta relación y tomará mujer según las normas de la ley. Si se negara no será admitido. Si hemos omitido algo, las profesiones (occupationes) mismas os instruirán, ya que todos tenemos el Espíritu de Dios27.
El motivo que justifica la prohibición de una profesión es la inmoralidad de la misma. Está clara la incompatibilidad con la norma moral de la prostitución, la idolatría, las luchas de gladiadores y otros violentos juegos circenses, la magia y la adivinación. La prohibición de otras profesiones resulta menos comprensible. La dedicación a la docencia se desaconsejaba, porque exigía enseñar a los niños los mitos de la religión pagana28. Los cristianos no podían ser actores, porque muchas de las obras que los actores debían representar tenían argumentos inmorales. La profesión de soldado, así como la de magistrado con poder de vida o muerte eran aceptadas con restricciones, porque podían llevar a poner término a la vida, que se consideraba inviolable29.
La Didajé exhorta a trabajar para sostenerse, mostrando así una visión positiva del trabajo, típica de la cultura judía tradicional. El relato sobre los familiares de Jesús muestra que los cristianos ponían en práctica esas enseñanzas y que suscitaban por ello el desprecio de los aristócratas romanos, educados en el desprecio hacia el trabajo manual. El Pastor de Hermas invita a trabajar para tener qué dar como limosna al necesitado, y advierte de que no se debe trabajar con el objetivo de enriquecerse. En Tertuliano y Clemente de Alejandría, autores más tardíos, representantes de comunidades cristianas de origen gentil, se aprecia un cambio de actitud: no exhortan a trabajar, sino que Tertuliano reivindica que los cristianos trabajan, para rechazar la acusación de que son improductivos, y Clemente exhorta a vivir para Dios, aceptando el trabajo en la medida en que consiente mantener la orientación personal hacia Dios; dan a entender que los paganos a los que se dirigen tienen en alta estima el trabajo y que los cristianos debían zafarse de la imposición de poner todo su interés en la actividad profesional productiva. La Traditio Apostolica determina los trabajos que no puede llevar a cabo un cristiano y que, por tanto, debe abandonar quien las desempeña y desea hacerse catecúmeno. En el siglo ii hay indicios de que en el mundo pagano está de moda trabajar para obtener riquezas, lo que contrasta con el desprecio de Domiciano hacia los parientes del Señor trabajadores. Los cristianos, que en el siglo i siguen con sencillez las invitaciones neotestamentarias a llevar una vida de trabajo, en el siglo ii, se defienden de la presión social que exige productividad y rechazan poner en la cumbre de los valores el enriquecimiento y enseñan en cambio que es posible buscar a Dios en el trabajo y que los recursos obtenidos con el trabajo deben dedicarse a la limosna. Idolatría y aprecio unilateral del fruto terreno del trabajo, por un lado, y cristianismo y apertura a la relación con Dios y a la beneficencia, por otro, van de la mano.
2. El trabajo en los inicios del dominado
Según la historiografía clásica, a finales del siglo iii se produjo el paso del principado al dominado. Esta evolución de la mentalidad afectó no solo al modo de concebir el poder político, sino que también tuvo otras manifestaciones, como la sustitución de los sistemas estoico y epicúreo por el neoplatonismo y el crecimiento de la importancia de la religiosidad como actitud con la que afrontar la vida30.
2.1. Minusvaloración del trabajo por Orígenes y Eusebio de Cesarea
Al término del periodo precedente o al inicio de este, influyentes autores cristianos acogieron la minusvaloración del trabajo típica de la mentalidad pagana tradicional, según la cual la filosofía, la dedicación a la contemplación de las cosas divinas, es la mejor tarea a la que dedicarse, mientras que el trabajo es una obligación ineludible, que se delega en quienes no pueden alcanzar la vida más alta. Abre la serie de estos autores Orígenes, quien afirma en Contra Celso lo siguiente:
Luego Celso, en su tema de que la providencia no creó más bien para nosotros que para los más feroces animales los productos de la tierra, dice: “A la verdad, nosotros, con fatigas y trabajos, apenas si a fuerza de sudores logramos nuestro sustento; para ellos, empero, «todo nace sin siembra y sin arado» (Od. 9, 109)”. Y es que no vio que, queriendo Dios que se ejercitara la inteligencia humana, para que no permaneciera ociosa e ignorante de las artes, hizo al hombre necesitado (πανταχοῦ τὴν ἀνθρωπίνην σύνεσιν γυμνάζεσθαι βουλόμενος ὁ Θεὸς, ἵνα μὴ μένῃ ἀργὴ καὶ ἀνεπινόητος τῶν τέχνων, πεποίηκε τὸν ἄνθρωπον ἐπιδεῆ). Así su necesidad misma le obligaría a inventar las artes (ἵνα δι’ αὐτὸ τὸ ἐπιδεὲς αὐτοῦ ἀναγκασθῇ εὑρεῖν τέχνας), unas para alimentarse, otras para protegerse. Y, en efecto, para los que no habían de inquirir las cosas divinas ni consagrarse a la filosofía (τοῖς μὴ μέλλουσι τὰ θεῖα ζητεῖν καὶ φιλοσοφεῖν), mejor les era carecer de las cosas (τὸ ἀπορεῖν) a fin de sentirse acuciados a inventar las artes por el uso de su inteligencia que no, por abundar de todo, dejar su inteligencia sin cultivo (ἐκ τοῦ εὐπορεῖν πάντῃ τῆς συνέσεως ἀμελεῖν). Lo cierto es que la carencia de lo necesario para la vida inventó la agricultura, el cultivo de la vid, las artes de la huerta, no menos que las de carpintería y herrería, que proporcionan instrumentos para las artes al servicio de la comida. La necesidad de protección o vestido inventó, por otra parte, el arte textil, de cardar la lana y de hilar y, de otra, la arquitectura o arte de construir. La indigencia de lo necesario para la vida hizo también que, gracias a la navegación y arte náutica, los productos de una parte se transporten a otra en que carecen de ellos. De modo que, en este aspecto, es de admirar la providencia por haber hecho convenientemente al animal racional más indigente que a los irracionales. Así se explica que los irracionales tengan a mano su alimento, pues no les queda ni ocasión para inventar artes; y tienen también vestido natural, unos de pelos, otros de plumas, quienes de escamas, quienes de conchas.31
Orígenes responde a la afirmación de Celso de que la providencia divina no se cuida del hombre, explicando que Dios no ha querido que el hombre tuviera el alimento al alcance de la mano para estimularlo a emplear la inteligencia en la creación de las artes necesarias para alimentarse y protegerse32. Visonà subraya que Orígenes acusa a Celso de seguir el pensamiento epicúreo, al tiempo que encuentra un apoyo de las doctrinas cristianas en las enseñanzas de los estoicos33. Es muy significativo el paréntesis «para los que no habían de inquirir las cosas divinas ni consagrarse a la filosofía». Con este matiz adquiere carta de naturaleza en el pensamiento cristiano la idea de que el cultivo de la filosofía es preferible a la dedicación a las artes, típica del paganismo. El hecho de que se trate de un paréntesis innecesario da a entender cuán profundamente está enraizada la superioridad de la vida dedicada a la filosofía en su pensamiento. En cambio, no defiende el valor positivo del trabajo en sí mismo, sino la bondad de la providencia que se manifiesta en la necesidad de trabajar que pende sobre el hombre, frente a la crítica de Celso34. Entre las artes que el hombre desarrolla, Orígenes menciona, retomando la distinción apuntada más arriba, la agricultura en diversas formas, destinada a la alimentación, y el arte textil y la arquitectura, destinadas a la protección, y también la carpintería y la herrería con la que se construyen los instrumentos, y el comercio, que permite llevar algunos productos a los lugares que carecen de ellos35. Orígenes concluye alabando la providencia por haber creado al animal racional indigente, en lugar de proporcionarle alimento y protección como a los animales irracionales36.
Eusebio de Cesarea, a su vez, realiza una importante afirmación programática en uno de sus escritos apologéticos:
De este modo, se han establecido dos modos de vivir para la Iglesia de Cristo. El primer género es más elevado y supera la condición humana normal, excluyendo el matrimonio, la procreación, el comercio y la propiedad; apartándose de la vida ordinaria, se dedican exclusivamente a Dios, a causa de un inextinguible deseo del cielo (…). El segundo, en cambio, es más bajo y se acomoda más a la condición humana, en la medida que se adapta al matrimonio, siempre y cuando sea casto, y a la procreación de hijos, se ocupa de la administración de la casa, asigna tareas a los que combaten por una justa causa, se puede ocupar religiosamente de los campos, del comercio y de otros aspectos de la vida civil. También para estos han sido fijados momentos para ejercitarse en la piedad y para aprender y escuchar las Sagradas Escrituras. Para estos ha sido establecido un segundo grado de vida religiosa, que aporta una ganancia acomodada a esta condición de vida, para que nadie quede excluido de la manifestación salvadora, sino que todo el género humano, tanto griegos como bárbaros, puedan saborear la enseñanza evangélica37.
Al afirmar que en la Iglesia se distingue entre el modo de vida de los que se dedican exclusivamente a Dios y el de los que distribuyen su empeño entre las actividades humanas comunes, ejercidas religiosamente, y la atención a las cosas divinas en momentos de tiempo delimitados, Eusebio aplica al cristianismo lo que encontró vigente entre los paganos y los judíos, en los cuales hay también personas que se dedican a una vida filosófica y otros que viven dedicados a las normales tareas terrenas38. Visonà ve en este pasaje el logro de una correcta distinción entre la esfera religiosa y la esfera laica o civil, de modo que el trabajo queda desvinculado del abrazo de la religión que le imponía en el mundo antiguo un significado sacro expresado en diversos ritos39. Álvarez, en cambio, percibe en las palabras de Eusebio el deseo de crear dentro de los cristianos dos grupos, uno de perfectos y otro de cristianos de segunda clase, y añade que esta distinción de Eusebio se encuentra en la raíz de todos los intentos posteriores de distinguir entre cristianos perfectos, identificados con los religiosos que se apartan del mundo, y los cristianos vulgares, que siguen sumergidos en los quehaceres terrenos que les apartan de una más intensa dedicación a Dios40. La segunda interpretación es preferible, pues es más fiel a la letra del texto y, además, porque el deseo de diferenciar entre un ámbito religioso y un ámbito laico o exclusivamente humano es ajeno al pensamiento de Eusebio, quien, al menos en el terreno político, cede más bien al monismo tradicional pagano, al aceptar la función de tutor de la Iglesia que Constantino había comenzado a ejercitar por aquellos años. Eusebio afirma que «ocuparse religiosamente de los campos, del comercio y de otros aspectos de la vida civil» queda fuera del género superior de vida cristiana, es apropiado para el segundo tipo, más bajo41.
Al relegar el trabajo a la categoría inferior de las actividades que realiza el hombre, Eusebio de Cesarea favorece que caiga en descrédito42.
2.2. Valoración negativa del trabajo por los cristianos
Diversas noticias proporcionadas por autores que vivieron a caballo entre los siglos iv y v y algunas anécdotas acaecidas en el siglo iv hacen pensar que en esa época el trabajo manual era menos apreciado que en los primeros siglos de la era cristiana, incluso minusvalorado y en la medida de lo posible evitado. Se constata así la difusión de la mentalidad que Orígenes y Eusebio de Cesarea habían contribuido a crear.
En las homilías de san Juan Crisóstomo tenemos interesantes descripciones de la mentalidad de sus oyentes. Al comentar el pasaje de la primera carta a los corintios en el que Pablo reprocha a los de Corinto que comen carne inmolada a los ídolos sin importarles que pueden causar escándalo a los que tienen una conciencia débil, el Crisóstomo advierte al auditorio que, en ocasiones, ellos cometen injusticias que pueden escandalizar incluso a los fuertes:
Pues admitimos aquellos pecados que son tropiezos incluso para los más fuertes. Pues cuando golpeamos, robamos y somos avariciosos, y nos servimos de los libres como si fueran esclavos, ¿a quién no basta esto para dar un mal paso? Pues no me digas que tal es zapatero, o cual tintorero, o que otro es herrero (Μὴ γὰρ εἶπης ὅτι ὁ δεῖνα ὑποδηματοῤῥάφος, μηδ’ ὅτι δευσοποιὸς ἕτερος, μηδ’ ὅτι χαλκοτύπος ἄλλος): sino piensa que él es un creyente y un hermano. Pues somos discípulos de aquellos, de los pescadores, de los publicanos, de los constructores de tiendas de campaña, de Aquel que fue criado en casa de un carpintero, quien fue digno de tener como madre a la esposa de ese carpintero. (…) Por consiguiente, cuando veas a uno que corta madera, que golpea con un martillo, que está teñido de hollín (ὑλοκοποῦντα, σφυροκοποῦντα, ἠσβολωμένον), no por esto lo desprecies, sino que por esto admíralo. Pues incluso Pedro estuvo ceñido, y manejaba una red barredera y era pescador después de la resurrección del Señor. ¿Y por qué hablo de Pedro? Pues el mismo Pablo, después de sus incesantes carreras de un lado para otro, y de tantos milagros, estando en una fábrica de tiendas, cosía pieles, y le reverenciaban los ángeles, y los demonios temblaban43.
El Crisóstomo, por tanto, testimonia el escaso aprecio que tenían por el trabajo manual sus coetáneos. Holzapfel ve en este desprecio hacia el trabajo uno de los lastres que hacía pesada la condición de los artesanos y considera que este desprecio procedía de la pobreza en la que vivían quienes lo ejercían44. Según el mismo autor, uno de los instrumentos que el Crisóstomo emplea para devolver dignidad al ejercicio de las profesiones es mostrar que en el Evangelio los trabajadores son apreciados45. Pasquato enumera los modelos de vida laboriosa que Crisóstomo describe ante los fieles, incluyendo entre ellos a Pablo y los otros apóstoles y a los primeros cristianos46. Mossé explica que, en época imperial, las actividades artesanales se llevaban a cabo en talleres gestionados o bien por un dueño y unos pocos empleados, o bien por esclavos que debían pagar a sus señores o bien por hombres libres que alquilaban un taller47; afirma que la condición de los hombres libres y de los esclavos era igual de dura, hasta el punto de que en el bajo imperio se revitalizaron los gremios con la intención de mantener a los artesanos ligados a su puesto de trabajo, pues tendían a abandonarlos48.
En una de homilías dedicadas al Evangelio de san Mateo, Juan Crisóstomo comenta las palabras con las que Jesús exhorta a no despreciar a los pequeños, advirtiendo que en el cielo sus ángeles ven la faz de Dios, y explica que el Padre cuida de los pequeños, ilustrando ese cuidado por medio de la parábola del pastor que sale en búsqueda de la oveja centésima perdida en el monte (cfr. Mt. 18,40). El Crisóstomo precisa que Jesucristo «llama pequeños no a los que realmente lo son, sino a los que son tenidos por tales por el vulgo: a los pobres, a los despreciados, a los que nadie conoce. Porque ¿cómo pudiera ser pequeño el que vale por el mundo entero? ¿Cómo pudiera ser pequeño quien es amigo de Dios?»49. Y advierte: «Mirad por cuántos modos nos induce el Señor al cuidado de estos hermanos nuestros despreciables. No digas, pues: Fulano es un herrero, un zapatero, un labrador, un tonto, y por ello lo desprecies»50. Estas advertencias del predicador prueban que los trabajadores manuales humildes solían ser objeto de desprecio; no se entiende que Geoghegan ponga en duda esta interpretación y pretenda que el Crisóstomo tan solo busca empujar a los ricos a la generosidad51.
Sócrates de Constantinopla relata que los responsables de los almacenes en los que se producía, conservaba y vendía el pan del que se alimentaban los romanos reclutaban a sus trabajadores por medio de una estratagema: instalaban sobre los molinos casas de prostitución y las tabernas en las que se vendía el pan y ocultaban en el suelo de ellas unas trampillas por las cuales caían algunos de los clientes de uno u otro negocio, especialmente los extranjeros; «los que eran capturados, se veían obligados a trabajar en los molinos y muchos envejecían en ellos, puesto que no se les permitía salir, de modo que hacían creer a sus familiares que habían muerto». Cuando Teodosio entró en Roma en el 389, un soldado suyo fue atrapado con ese ardid, pero consiguió escapar matando con su puñal a los que le impedían salir; Teodosio, al enterarse de la existencia de esta práctica, se irritó y le puso fin, expulsando a los responsables y desmontando el sistema ideado por ellos52. Esta curiosa anécdota revela lo difícil que era encontrar personas que trabajasen en las tahonas, ya fuera por la escasez de mano de obra, ya porque nadie quería dedicarse a ese oficio53.
En su obra De opere monachorum, san Agustín corrige a unos monjes que se negaban a trabajar y exigían ser sustentados por el pueblo cristiano. Entre otros argumentos, apoya su reproche a los monjes ociosos en el ejemplo del apóstol Pablo, quien pese a dedicarse a una labor evangelizadora absorbente trabajó con sus manos para sustentarse. Recogiendo las críticas que este argumento suscitaba en sus opositores, el obispo de Hipona narra que le preguntaban cuál era el trabajo del apóstol y cuándo lo hacía, al parecer con la intención tanto de circunscribir a ese trabajo el deber de imitar al apóstol como de rechazar el dedicarse a las labores que en aquel momento se tenían por viles con la excusa de que el apóstol no las había ejercido54. La respuesta que da san Agustín muestra claramente qué oficios se consideraban viles, así como el distinto criterio valorativo que él empleaba a este respecto:
¿Y entonces, por qué me preguntan qué oficio ejercía o cuándo lo ejercía el Apóstol? Tan sólo sé que no robaba, que no era ladrón, salteador, auriga, cazador, histrión o prestamista, sino que producía inocente y honestamente objetos útiles para los usos humanos, tales como son los servicios de los carpinteros, albañiles, sastres, agricultores y demás. Tales trabajos no los condena la decencia, sino el orgullo de los que se llaman decentes a sí mismos, pero no quieren serlo (neque enim honestas ipsa reprehendit, quod reprehendit superbia eorum qui honesti vocari amant, sed esse non amant). No se sintió deshonrado el Apóstol por ejercer la agricultura o cualquier otra labor de artesanía. No sé a quién podría temer a este respecto, quien dijo “vivid sin ofensa para los judíos, para los griegos y para la Iglesia de Dios” (1 Cor. 10,32). Si dicen que a los judíos, los patriarcas guardaron rebaños; si dicen que a los griegos, a los que también llamamos paganos, éstos tuvieron filósofos zapateros a los que honraron mucho; si dicen que a la Iglesia de Dios, carpintero fue aquel justo elegido para testigo de la virginidad conyugal perdurable, a quien fue entregada la Virgen María, que nos dio a luz a Cristo. Buenas son, pues todas esas artes que los hombres ejercen cuando lo hacen con honradez y sin fraude. Esto es lo que quiere evitar el mismo Apóstol para que nadie, por esa urgencia de sustentar su vida se rebaje a malas obras, advirtiendo: “el que hurtaba, no hurte ya, antes bien trabaje el bien con sus manos para ganar con qué ayudar a quien lo necesite” (Eph. 4,28). Bástenos saber que en ese mismo trabajo físico se ejercitaba el Apóstol con honradez55.
San Agustín, por tanto, explica que Pablo no vivía del crimen, sino de oficios honestos, y que la exhortación a vivir de modo honroso ante judíos, griegos y cristianos no significa que haya que abstenerse de la agricultura y la artesanía, sino del robo y de actividades delictivas semejantes. Interesa en la presente investigación subrayar la afirmación de san Agustín de que los «honesti» -o al menos algunos de ellos- consideraban indecorosas la agricultura y las artes manufactureras56. Llama la atención la frecuencia con que las fuentes aluden al desprecio del trabajo, pues contrasta con el aprecio del trabajo lucrativo que testimonian textos del s. ii; esta caída en desgracia del trabajo se debe añadir a los rasgos que caracterizan la evolución de la mentalidad que se produce en el paso del principado al dominado. También da luz sobre el desprestigio en que había caído el trabajo manual el hecho de que Agustín tenga que justificar que ni la agricultura ni cualquier otra labor de artesanía son un desdoro ante judíos, paganos o cristianos, pues las ejercitaron patriarcas, filósofos57 y el mismo padre putativo de Jesús, José. Estas enseñanzas tienen por objetivo corregir las ideas equivocadas de ciertos monjes, pero dan a conocer lo que muchos coetáneos de Agustín pensaban sobre el trabajo manual. Illanes hace notar que Agustín no enumera entre los trabajos que pueden realizar los monjes el comercio, que el obispo consideraba motivado por la avaricia, por el incremento del precio del producto, que el comerciante hacía recaer sobre el cliente que se lo compraba58.
La misma valoración del trabajo subyace en un pasaje sucesivo, en el que san Agustín está explicando que es aceptable que no se obligue a realizar trabajos manuales pesados a los ricos que han entregado sus riquezas a la Iglesia y después han entrado en el monasterio, ya que no han sido educados para esas tareas y pueden resultarles insoportables; y que esta excepción no afecta a los que entran procedentes de profesiones en las que se trabaja manualmente, pues están entrenados y pueden seguir realizándolas. A este respecto, dice san Agustín:
Hoy en cambio, la mayoría de los que vienen a la profesión monástica procede de la esclavitud, ya se trate de libertos, ya de quienes han recibido la libertad o la promesa de la libertad por ingresar en el servicio de Dios, o eran agricultores o sencillos artesanos o menestrales; han recibido una educación tanto más completa cuanto más dura. Sería un crimen rechazarlos, pues muchos de ellos llegaron a ser en verdad grandes y dignos de imitación (...). Este piadoso y santo pensamiento abre las puertas del monasterio a los que no presentan prueba alguna de haberse convertido y mejorado. No se sabe si llegan con el propósito de servir a Dios o vienen vacíos, huyendo de una vida mísera y trabajada con la intención de dejarse alimentar y vestir y aún honrar por aquellos que en el siglo solían despreciarlos y atropellarlos (et insuper honorari ab eis a quibus contemni conterique consueverant). Esos no pueden alegar la excusa de los achaques corporales para no trabajar59.
El texto informa del nicho social del que procedían mayoritariamente los monjes, explica que es bueno acogerlos, aunque se dude de su rectitud de intención y subraya que tales personas no pueden rechazar los trabajos manuales que se les encargan en los monasterios alegando su falta de preparación. Holzapfel percibe en las palabras de san Agustín, según las cuales las personas humildes han recibido una educación más completa que la de los nobles, una crítica a la educación recibida por estos, y en el comentario de que algunos de estos monjes de humilde extracción llegaron a ser grandes y dignos de admiración una abierta alabanza60. Al describir el deseo de ser honrados por personas de buena posición como posible motivación torcida de su ingreso en el monasterio, da a conocer que quienes pertenecían a las clases altas solían despreciar a los esclavos y libertos, a los sencillos agricultores y artesanos, confirmando el descrédito en que había caído el trabajo manual.
Teodoreto de Ciro defiende en los Diez discursos sobre la providencia que Dios cuida del hombre. En el Discurso cuarto, tras afirmar que las diversas artes manufactureras con las que el hombre produce lo que necesita para vivir muestran la premura de Dios por el hombre, ya que «es evidente que el conocimiento de todas estas cosas lo ha recibido de quien lo hizo, así como que la capacidad de razonar y los hallazgos de la técnica los colocó en su naturaleza el que lo plasmó (τῶν τεχνῶν τὰς εὐρέσεις, τῇ φύσει ὁ δημιουργήσας ἐγκατεβάλετο)», describe detalladamente y ensalza el arte de tejer (ὑφάσματος σοφίαν καὶ ποικιλτικὴν ἐπιστήμην)61. Sin embargo, el pasaje dedicado al arte textil comienza con la afirmación de que «también la compostura de esta técnica es un don de la divinidad, aunque con el tiempo, se ha convertido realmente en algo despreciable (εὐκαταφρόνητον) y el conocimiento que se tiene de dicha actividad les ha privado del honor a los que la han inventado».62 Prescindiendo de si lo que ha hecho despreciable esta arte y ha quitado el honor a quienes la idearon es la divulgación de las técnicas que requiere, que, en un primer momento, ocultas a la mayoría, conferían a quienes las conocían un timbre de prestigio, queda claro que en tiempo de Teodoreto el arte textil era menospreciado63.
Mazzoleni afirma que en las inscripciones funerarias cristianas que se conservan, casi todas posteriores al año 350, las referencias a la actividad profesional que llevaba a cabo el difunto son porcentualmente escasas, y asegura que se trata generalmente de profesiones humildes64. Esta escasez está en consonancia con el poco aprecio al trabajo que tenían los ciudadanos romanos según los textos anteriores.
¿A qué se debe la difusión entre cristianos de África, Roma y Antioquía de la minusvaloración del trabajo manual que se aprecia en los textos anteriores? Si aceptamos que los cristianos vivían en un mundo en el que el trabajo manual había perdido la fuerza de atracción que poseía en el s. ii65, un motivo de esa difusión es el llamado giro constantiniano. La adopción del cristianismo como religión favorecida por el Imperio provocó que la Iglesia dejara de ser un grupo reducido de personas convencidas de su fe y comprometidas a ponerla en práctica y se convirtiera en la opción aceptada por default, que algunos seguían eligiendo por convicción, pero que muchos otros asumían de modo irreflexivo y superficial. Es de suponer que quienes se hacían catecúmenos o cristianos por moda no modificaban su modo de pensar ni su comportamiento precedente.
Hay otros indicios del desplome moral del comportamiento de los cristianos. Las Constituciones Apostólicas exhortan a los pastores a no aceptar limosnas de personas que viven en pecado, enumerando entre estas últimas a los que desempeñan determinadas profesiones y a las que desempeñan su profesión de un modo inmoral, sino de personas honradas, advirtiendo de que la oración de los indigentes en favor de esos donantes pecadores no será escuchada66. Aducen pasajes de la Escritura en los que las limosnas de los pecadores son rechazadas. Empujan a preferir la escasez a la abundancia procedente de este tipo de dones, y a no recibir «nada de los que han sido excluidos hasta que sean considerados dignos de ser miembros de la Iglesia». Piden que se acuda a los fieles para obtener los recursos económicos necesarios para sostener a los ministros y las actividades de beneficencia. Por último, aconseja que se dediquen las limosnas recibidas por la fuerza de donantes inmorales a comprar leña y carbón que se convertirán en pasto del fuego, y aclara que el hecho de que «el encuentro ha sido muchas veces útil para los infieles» que han hecho ese tipo de donaciones no justifica la aceptación indiscriminada de esas limosnas67.
Peretto supone que esa exhortación nace de que algunos cristianos incumplían las promesas bautismales y se implicaban en esas actividades; el estudioso percibe que este texto prohíbe más actividades que la Traditio apostolica y alude a nuevos problemas, este entre otros68. Quienes defienden que la diferencia entre cristianos y lo que simplificando denominamos paganos era mínima y que ambos grupos se influenciaron recíprocamente encuentran en este texto un apoyo69. Con todo, el texto testimonia también el esfuerzo de la Iglesia, o al menos de alguno de sus pastores, por poner remedio a esos comportamientos70.
Sin embargo, ese cambio de la configuración sociológica de la comunidad cristiana no es el único motivo del hundimiento del prestigio del trabajo profesional, sino también la influencia la nueva mentalidad perceptible en los pensadores cristianos más influyentes.
2.3. Contemplación y trabajo en los Padres del s. iv
Al distinguir entre un modo sublime de vivir el cristianismo, el de los contemplativos y, otro modo más bajo, el de quienes siguen dedicándose a las actividades mundanas, Eusebio de Cesarea influye en el desprestigio del trabajo en el s. iv; ¿influye su visión de los dos modos de vivir el cristianismo en la espiritualidad monástica?
Los mesalianos llevaron al paroxismo la línea de pensamiento eusebiana, al afirmar que son verdaderos cristianos solo quienes dedican todas sus energías al diálogo continuo con Dios que Pablo exige (1 Thess. 5,16), y evitan el trabajo manual como un obstáculo que impide cumplir ese precepto71. En las homilías espirituales atribuidas a Macario reaparece la propuesta de Eusebio, pues ven con agrado a los monjes que se dedican a la oración, pero no imponen a todos esa opción72. Un eco más lejano de estas ideas aparece en la legislación de Justiniano: la Novella 133 determina que la ocupación propia de los monjes es la «contemplación» (θεωρία), con lo que favorece la dedicación de los monjes a la vida contemplativa, pero parece rechazar las líneas de espiritualidad que introducían el trabajo en la vida de los monjes.
En efecto, existió otra línea de monaquismo que no consideró el trabajo manual incompatible con la vida de oración y ascetismo del monje. En ella se encuentran Antonio, quien se ganaba la vida confeccionando cestos de mimbre, Pacomio, quien creó monasterios en los que los monjes dedicaban parte de su tiempo a trabajar, Basilio de Cesarea, cuyos escritos monásticos justifican y regulan la vida laboriosa de los monjes que abrazaron esa espiritualidad, y el mismo Benito de Nursia. Algunos de estos autores no se dedicaron a educar al pueblo cristiano, o al menos no subsisten escritos en los que así lo hicieran. Pero si uno busca en los escritos de los que sí catequizaron al pueblo enseñanzas sobre el trabajo, ¿qué encuentra?
Basilio, en una homilía en la que claramente se dirige a todo el pueblo cristiano para exhortarlo a vivir con intensidad su fe, afirma:
Atiende, pues, a ti mismo; a saber, no a tus cosas, ni a lo que te rodea, sino atiende únicamente a ti mismo. Porque una cosa somos nosotros mismos, y otra nuestras cosas; y otra, todo lo que nos rodea. Nosotros somos el alma y la mente en cuanto que hemos sido hechos a imagen del Creador. Cosa nuestra es el cuerpo y sus sentidos. Lo que nos rodea son las riquezas, las artes y lo demás concerniente a la vida.73
Las artes, entre las que se encuentran los saberes profesionales, son aquí relegadas a un tercer puesto en la escala de importancia de las cosas que debe buscar el cristiano, por debajo del alma, que ocupa el primer puesto, y del cuerpo. En un pasaje sucesivo de esta misma homilía, Basilio se refiere a algunas profesiones, pero solo para referirse a actividades espirituales semejantes a las que hacen quienes desempeñan esas profesiones y para dar consejos sobre cómo realizar esas actividades espirituales74.
Spidlik considera también que Basilio pone la contemplación en la cima de las actividades que puede realizar el hombre, pues le asemeja a Dios, cuya actividad es la contemplación, apoyándose en este texto; pero matiza que Basilio ha pasado a la tradición como una figura eminentemente activa y que ello se debe a que, para él, la contemplación perfecta es la que termina en un acto que tiene consecuencias en el mundo, como vemos que ocurre en la contemplación que constituye la vida de Dios75. El gusto de Basilio por la acción que manifiesta la contemplación, se pone de manifiesto al introducir el trabajo en la vida de los monjes que propone con sus Regulae76 y en la ingente labor de beneficencia y de gobierno que llevó a cabo, pero no en los escritos dedicados a la formación de los fieles corrientes77.
Esta actitud reticente ante el trabajo en medio del mundo se encuentra en otros autores del periodo, como Gregorio de Nisa78 y Ambrosio de Milán79. Lo que estos autores enseñaban al pueblo sobre el trabajo era poco incisivo y no cambió la visión negativa del mismo que se había impuesto.
3. El trabajo en el renacimiento antioqueno del cambio del siglo IV al V
En Antioquía fueron escritas las Constituciones apostólicas. Esta actualización de la legislación eclesiástica, compuesta en torno al 380, retoma en gran parte material ya presente en la Didaskalia apostolorum de mediados del siglo iii. Las Constituciones apostólicas dan a los pastores de la Iglesia muchas indicaciones relativas a la vida de trabajo de los cristianos: deben exhortarlos a dedicarse con empeño a su trabajo (τῇ τέχνῃ σου καὶ τῷ ἔργῳ σου προσέχων)80 y reprobar la ociosidad, advirtiéndoles que Dios odia a los perezosos (ἀργοὺς γὰρ μισεῖ καὶ ὁ κύριος ὁ θεὸς ἡμῶν)81; ponen como ejemplo de una vida de trabajo la actividad profesional de los apóstoles como pescadores, fabricantes de tiendas, agricultores82; deben animar a los fieles a sostenerse y a estar en situación de ayudar a los demás con el fruto del propio trabajo (ἐκ τοῦ δικαίου οὖν κόπου)83; aconsejan proporcionar un trabajo a los cristianos procedentes de otras comunidades o, si no pueden trabajar, a darles limosna (τεχνίτῃ ἔργον, ἀδρανεῖ ἔλεος)84; conviene que exhorten a los padres a enseñar a sus hijos una profesión acorde con el evangelio (ἁρμοζούσας τῷ λόγῳ τέχνας) con la que puedan ganarse la vida85 y que ellos mismos ayuden a los huérfanos de modo que puedan aprender un oficio (πρὸς τὸ καὶ τέχνην ἐκμαθεῖν) y puedan comprar los instrumentos necesarios (τὰ τῆς τέχνης ἐργαλεῖα) y, así, puedan sostenerse86; ponen al Señor como modelo de buen trabajador para que todo el que ha aprendido un oficio lo imite, realizando con perfección su tarea (πᾶς οὖν ὁ μανθάνων τέχνην τινά, βλέπων τὸν διδάσκαλον αὐτοῦ διὰ τῆς ἐνεργείας καὶ ἐμπειρίας ἀπαρτίζοντα τὴν τέχνην αὐτοῦ, καὶ αὐτὸς ζηλοῖ ὅμοιον αὐτῷ ποιήσασθαι τὸ ἐγχειρισθέν)87. El compilador no deja de recordar a sus lectores que no pueden faltar a las reuniones de la Iglesia, pues la labor profesional de los fieles es una tarea secundaria con la que obtener alimento, mientras que su trabajo es la piedad (αἱ τέχναι τῶν πιστῶν ἐπέργιά εἰσιν, ἔργον δὲ ἡ θεοσέβεια)88. Esta vigorosa valorización del trabajo contrasta con el menosprecio que padece el trabajo en los años anteriores del siglo iv.
3.1. Juan Crisóstomo
Entre los autores del siglo iv, que suelen mostrar por el trabajo menosprecio o desconfianza, Juan Crisóstomo constituye una excepción, ya que no solo reprocha a sus oyentes que desprecien a quienes se sostienen con el trabajo de sus manos, como se vio precedentemente, sino que también alaba con frecuencia el trabajo o a los trabajadores, poniendo de relieve lo que da valor al ejercicio de una profesión manual.
Tras explicar que la fecundidad de la predicación de los apóstoles sólo se explica por su trato con Jesús resucitado y por la ayuda de Dios, Crisóstomo exhorta a sus oyentes a difundir el evangelio de la misma manera, y advierte:
Y no pienses, porque seas un artesano, que esta clase de ejercicio [te] es ajeno. Pues, en efecto, Pablo era un constructor de tiendas de campaña. (...) Por tanto, que nadie de los que tienen un oficio sienta vergüenza (Μηδεὶς τοίνυν αἰσχυνέσθω τῶν τὴν τέχνην ἐχόντων), sino aquellos que son educados en vano y que están inactivos (ἀργοῦντες), que se sirven de muchos criados y que disfrutan un inmenso servicio. Pues mantenerse por medio de un duro trabajo continuado es una forma de ascetismo (Τὸ γὰρ διαπαντὸς ἐργαζόμενον τρέφεσθαι, φιλοσοφίας εἶδός ἐστι): las almas de estos son más puras, sus pensamientos más firmes. Pues el que está inactivo (ὁ γὰρ ἀργῶν) dice muchas más cosas al azar, y hace muchas cosas a la ligera, y no trabaja nada durante todo el día, lleno de un enorme letargo: en cambio, el que trabaja (ὁ δὲ ἐν ἐργασία ὢν) no se entretendrá mínimamente en nada inútil, ni en hechos, ni en palabras, ni en pensamientos; pues toda su alma tenderá siempre hacia una vida laboriosa (πρὸς τὸν ἐπίπονον βίον). Así pues, no despreciemos a quienes se mantienen por el trabajo de sus propias manos, sino que más bien estimémoslos dichosos por esta razón89.
El Crisóstomo, por tanto, corrige al eventual artesano que aduce su profesión como excusa para no evangelizar, haciéndole ver que Pablo también era un artesano, y exhorta a no avergonzarse de su situación a los trabajadores, sino más bien a los que son atendidos por una gran servidumbre, ya que los primeros poseen una mayor capacidad de concentración y de perseverancia en la tarea gracias al ejercicio de su profesión90. Al afirmar que el ejercicio de una profesión mejora el alma, el Crisóstomo pronuncia una de las pocas alabanzas del trabajo profesional que se encuentran en este periodo. La mejora del alma que el trabajo produce en quien lo realiza lleva al Crisóstomo a llamar al trabajo «forma de ascetismo» (φιλοσοφίας εἶδός); Geoghegan91 y Daloz92 proponen que el Crisóstomo toma el aprecio que siente por el trabajo manual de la vida monástica en la que se ejercitó antes de dedicarse al servicio pastoral de la Iglesia de Antioquía; dado que el término es usado en ocasiones para referirse a la vida monástica, este texto podría ser aducido como un argumento a favor de esta teoría.
En la homilía sobre las palabras Saludad a Priscila y Aquila, el Crisóstomo extrae del saludo paulino a este matrimonio diversas enseñanzas. Entre ellas, toma pie de la dedicación de este matrimonio al oficio de la fabricación de tiendas para exponer enseñanzas sobre el trabajo.
En primer lugar, explica que el trabajo manual es bueno, pues permite evitar el ocio, del que proceden todos los males, y exhorta por ello a quienes le escuchan a no avergonzarse de su trabajo, sino a enorgullecerse de él como hizo san Pablo y a avergonzarse más bien cuando estén ociosos:
Habiendo, pues, nosotros aprendido tales cosas en esta salutación, hagamos que se muestren en las obras y no llamemos vanamente felices a los ricos, ni despreciemos a los pobres, ni nos avergoncemos de nuestro oficio (μηδὲ ἐπαισχυνώμεθα τέχναις), ni tengamos como una deshonra nuestros talleres de trabajo (μηδὲ ὄνειδος εἶναι νομίζωμεν ἐργασίαν), sino al revés: ¡avergoncémonos de la inactividad y de andar desocupados! (ἀλλὰ ἀργίαν, καὶ τὸ μὴ ἔχειν τι ποιεῖν) ¡Si trabajar como operario fuera ignominia (εἰ γὰρ ὄνειδος ἦν τὸ ἐργάζεσθαι), Pablo no habría ejercido su arte, ni se habría gloriado de ella sobre todo, como cuando dijo: Porque evangelizar no es gloria para mí. ¿En qué está, pues, mi mérito? En que al evangelizar, lo hago gratuitamente. Si trabajar fuera oprobio (εἰ δὲ τέχνη ὄνειδος ἦν), nunca habría prohibido a quienes no trabajan el comer. Sólo el pecado es oprobio, y suele nacer de la inactividad (ταύτην δὲ ἀργία τίκτειν εἴωθε). Y por cierto, nacen no un solo pecado, ni dos, ni tres sino toda la perversidad. Por lo cual, cierto sabio, declarando que la inactividad ha sido maestra de toda maldad (πᾶσαν τὴν κακίαν ἐδίδαξεν ἡ ἀργία), y hablando de los siervos, dice: ¡Hazlo trabajar y no lo dejes inactivo!93.
El Crisóstomo quiere sobre todo cambiar la mentalidad de sus oyentes: el modo en que valoran el trabajo y las motivaciones de su alegría y orgullo. Por ello, apoya su afirmación en el ejemplo del apóstol Pablo, por el que sentía una gran admiración que trataba de inculcar a los fieles, e incluso en la enseñanza de un sabio anónimo. Daloz cita este pasaje para demostrar que el Crisóstomo valoraba positivamente el trabajo94. Pasquato organiza su exposición en torno a las enseñanzas del Crisóstomo sobre el trabajo, partiendo de los modelos de trabajadores a los que este alude, y menciona además de Pablo, a Dios, a Cristo, a los primeros cristianos y al cristiano que trabaja95. El Crisóstomo, al afirmar que la inactividad es fuente de males, no contradice la idea aristocrática, según la cual el ocio es un gran bien, por permitir el cultivo de las bellas artes y del espíritu, ya que no usa el término σχολή, sino el de ἀργία96. Tampoco puede verse una crítica directa al ocio en la contraposición entre el sueño reparador del que disfrutan los siervos tras su dura jornada de trabajo y las noches de insomnio de sus señores ricos; la idea de que el descanso de Dios no consiste en no hacer nada, sino en cuidar de la creación, y de que el hombre que entra en el reposo de Dios también trabaja, solo que lo hace sin fatiga97, ancla en Dios el trabajo humano, y pone en crisis la idea pagana del ocio, pero no por ello el Crisóstomo reprueba explícitamente el ocio.
El Crisóstomo ofrece después un nuevo argumento para demostrar que la inactividad es mala y el trabajo, que permite evitarlo, es bueno: el hecho de que Dios dispuso que la tierra no de frutos para un hombre inactivo, sino que el hombre haya de extraerlos con esfuerzo:
Lo que es el freno para el caballo, es el trabajo para nuestra naturaleza (τοῦτο τὸ ἔργον τῇ φύσει τῇ ἡμετέρᾳ). Si la inactividad fuera cosa buena (εἰ καλὸν ἦν ἡ ἀργἰα), la tierra nos produciría todas las cosas sin siembra y sin labranza. Pero en verdad no lo hace. Dios en otro tiempo ordenó a la tierra producir todas las cosas sin necesidad de arado; pero en los tiempos actuales, ya no lo ha hecho así, sino que dispuso que el hombre unza los bueyes, maneje la reja, abra los surcos, esparza la simiente y de diversos modos cultive la vid y los árboles y las simientes. Todo para que la dedicación al trabajo aparte la mente de quienes se ocupan en los varios quehaceres de toda maldad (ἵνα ἡ τῆς ἐργασίας ἀσχολία πάσης ἀπάγῃ πονερίας τὴν τῶν ἐργαζωμένων διάνοιαν). (...) Con el fin de que comprendas que por utilidad y conveniencia nuestra introdujo la fatiga (διὰ τὸ χρήσιμον ἡμῖν καὶ λυσιτελὲς τὸν πόνον εἰσήγαγε). Cuando oyes: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan”, te parece que se trata de un castigo y pena; pero en realidad es una exhortación a la vez que un castigo y una medicina de las heridas causadas por el pecado.98
El Crisóstomo parece afirmar que el trabajo es un castigo que Dios impone a Adán y Eva por incumplir su mandato; pero Daloz demuestra que, en otros textos, Crisóstomo afirma que el trabajo estaba prescrito para el hombre antes de la caída, y que el castigo consistió en que la tierra se mostró desde entonces más reacia a conceder sus frutos, obligando así al hombre a trabajar con más denuedo para obtenerlos99; por eso, no se debe deducir del texto que la pena impuesta por el pecado es el trabajo, sino más bien la fatiga «πόνος». Además, el Crisóstomo corrige a quien piensa que la «fatiga es un castigo y pena», y explica que «en realidad es una exhortación a la vez que un castigo», porque considera que lo que incitó al hombre a pecar fue la inactividad en que vivía y la debilidad moral a la que esa holganza le condujo100, y que Dios, al mandar al hombre que sacase su alimento de la tierra por medio de un trabajo fatigoso, estaba indicándole el modo de fortalecerse y de no volver a pecar.
El Crisóstomo añade otro argumento para demostrar la bondad del trabajo y la perversidad de la holganza, explicando que quien trabaja seria y esforzadamente obtiene alimento no sólo para sí mismo, sino también para quien por enfermedad u otro motivo no puede conseguirlo por sí mismo.101 La exhortación a trabajar para poder ayudar a los necesitados es muy frecuente en los Padres Apostólicos102, y estaba hondamente arraigada en la mentalidad cristiana. El Crisóstomo reprocha a los fieles remisos a cumplir esta indicación su actitud, recordándoles que los monjes, aunque son pobres, ayudan a los necesitados precisamente con el fruto de su trabajo esforzado103.
El tercer y último argumento aducido por el Crisóstomo en contra del ocio es que daña a quien se deja dominar por él, pues sus capacidades al no ser usadas se pierden:
Porque no es el único mal, que cuando debían procurarse su alimento mediante el trabajo, anden importunando por las casas ajenas; sino que se tornan peores que todos. Porque no hay, entre las cosas humanas, nada que la inactividad no eche a perder (ὃ μὴ διὰ τῆς ἀργίας ἀπόλλυται). El agua, si queda inmóvil se corrompe; si corre, al ir torciendo su paso en todas direcciones y por todas partes, conserva su pureza. El hierro, si no se usa, se reblandece y torna de inferior calidad y se consume de orín; pero cuando se le ocupa, resulta mucho más útil, más artístico, y brilla no menos que la plata. Vemos también que la tierra, si se le deja inactiva, no produce fruto, sino únicamente malas hierbas y espinas y abrojos y plantas infructuosas; pero si con mucho trabajo se la cultiva, abunda en frutos estacionales. En una palabra, todas las cosas se corrompen con la inactividad (ὑπὸ μὲν τῆς ἀργίας φθείρεται); pero si ejercitan sus propias operaciones, se tornan más útiles (ὑπὸ δὲ τῆς οἰκείας ἐργασίας χρησιμώτερον γίνεται)104.
El agua, el hierro, la tierra son los tres ejemplos en los que se cumple la máxima que aduce el brillante predicador. La enseñanza de Hom. 5 in Cor. 6 ilustra en qué sentido el Crisóstomo entendía el daño que produce el ocio en el hombre. El Crisóstomo piensa que la ociosidad hace daño no solo al alma, sino también al cuerpo105. Holzapfel percibe el paralelo con doctrinas de Clemente Alejandrino, y añade el matiz de que el alejandrino recibe influencia de los estoicos, mientras que el Crisóstomo se inspira más bien en los monjes106. Anticipa con estas ideas las enseñanzas posteriores sobre el fruto subjetivo del trabajo humano107.
Trabajar la tierra, ayudar a los demás, mejorarse a uno mismo son el contrapunto de la inactividad en la que los malos pensamientos dominan al hombre y lo inducen al pecado108. Aunque las enseñanzas de Juan Crisóstomo sobre el trabajo abarcan también otros aspectos, lo expuesto muestra que gracias a él el trabajo dejó de ser visto como el instrumento necesario para conseguir los medios de subsistencia y pasó a ser concebido como medio de crecimiento moral del hombre109. Lo que mueve al Crisóstomo a reflexionar sobre el trabajo no es un interés teórico, sino el deseo de ayudar a los artesanos a conseguir la reputación social que merecen, y, como esto solo se puede conseguir cambiando los valores, el Crisóstomo critica la concepción pagana de trabajo, que se había infiltrado también entre los fieles, y la vida de holganza que al parecer llevaban muchas de las personas ricas a las que hablaba.
3.2. Teodoreto de Ciro
Después de describir el inestimable servicio que prestan al hombre los zapateros, los agricultores, los armadores de barcos, los herreros, los mineros, el arte textil, la medicina, la gramática y de señalar que las diversas labores artesanales se prestan servicio unas a otras, Teodoreto exhorta a dar gracias a Dios, de quién, en su opinión, el hombre ha recibido la capacidad de desarrollar esas artes:
Por consiguiente, ya que, gracias a este discurso, has visto cuánto te has beneficiado de la Providencia en la constitución de tu cuerpo, cuántas técnicas y conocimientos te ha donado, no solo para que vivas, sino para que vivas bien, con qué ahínco se ha afanado por tu propio cuidado, qué enorme gama de bienes te ha concedido con el fin de hacerte la vida más agradable gracias a la utilización de estas técnicas -pues ha concebido que no sólo lo útil, sino lo que va más allá de lo útil te fluya de todas partes-, expulsa la ingratitud de tu lengua, enséñala a alabarlo, sométete a tu Señor e implóralo110.
Teodoreto entiende que el hombre puede desarrollar las artes porque Dios ha puesto en él esos conocimientos; esta idea difiere de la afirmación de que Dios ha puesto en el hombre la inteligencia, que el hombre se ve empujado a emplear por la carencia de recursos naturales que afecta a su naturaleza111, pues otorga a Dios el protagonismo en el hallazgo de las técnicas; en el discurso de Teodoreto, esta idea desempeña la función de probar la existencia de la providencia. Las técnicas son vistas como algo positivo, que permite al hombre vivir bien112. Por ello, en opinión de Teodoreto, quienes las desempeñan deben ser apreciados: él mismo manifiesta admiración por el trabajo artesanal bien hecho, y describe retóricamente el asombro de un noble ante las obras del artesano en cuyo taller ha entrado113.
Los dos autores que han enseñado el valor positivo de las técnicas artesanales y del trabajo pertenecen a la escuela de Antioquia. El mayor número de referencias al trabajo profesional del difunto en las lápidas de finales del s. v e inicios del vi114 y el aprecio mostrado por Casiodoro al trabajo de los mineros en Italia115 testimonian que en esta época se produce un cambio de mentalidad en la valoración del trabajo profesional.
Conclusiones
Los Padres Apostólicos enseñaron a los fieles la necesidad de trabajar para sostenerse y ayudar a los demás. El gusto por las actividades productivas domina el imperio pagano durante el siglo ii, hasta el punto de que Tertuliano y Clemente de Alejandría adoptan una actitud defensiva ante la presión de los paganos que criticaban a los cristianos por no ser bastante productivos. De la mano de Orígenes, el cristianismo recibió el influjo de la mentalidad aristocrática pagana, y en esa línea Eusebio llegó a decir que el modo más elevado de vivir el cristianismo no admite el matrimonio ni la dedicación al cultivo de la riqueza. A lo largo del siglo iv, el aprecio por el trabajo manual decae entre los cristianos; este fenómeno se debe a la influencia de la mentalidad tradicional pagana, que pone pie en el pensamiento cristiano a través de Orígenes y Eusebio de Cesarea, y resulta potenciada por las conversiones superficiales que se multiplican cuando Constantino abraza al cristianismo y comienza a favorecer a la Iglesia, pero también a través de una actitud de reticente sospecha ante el trabajo, por la avaricia que puede guiarlo, que se percibe en maestros de espiritualidad. Apoyados en las enseñanzas que las Constituciones Apostólicas ofrecían a los pastores antioquenos, Juan Crisóstomo y Teodoreto de Ciro dan una clara catequesis sobre el valor del trabajo manual, que parece contribuir a la creación de una mentalidad favorable al trabajo que da frutos de prosperidad a inicios del siglo vi.
Se aprecia un doble fenómeno. Por un lado, la Iglesia ejerce sobre la mentalidad pagana un efecto corrector o moderador, pues calma el activismo febril del siglo ii y estimula la lánguida sociedad del siglo iv; este influjo muestra el equilibrio de la doctrina cristiana sobre el trabajo, que tiene en sí resortes que impiden los excesos opuestos del activismo, que es un cierto desprecio de la vida futura, y del desprecio del mundo que manifiesta la minusvaloración del trabajo. Por otro lado, el cristianismo vive continuamente un proceso de inculturación, en el que, al abrirse la Iglesia al mundo al que trata de evangelizar, se infiltran en ella algunas ideas y actitudes paganas inapropiadas, que después corregirá paulatinamente. En esa doble dinámica se resume el influjo del cristianismo sobre la concepción antigua del trabajo. Una interrelación semejante sería deseable en la sociedad actual, en la que el mundo laboral sufre procesos degradantes como el crecimiento del trabajo precario; pero esa aplicación actualizante queda fuera de los objetivos de este estudio.