Introducción
La cuestión ambiental fue problematizada tradicionalmente en la economía política clásica desde el punto de vista del proceso de apropiación de los recursos naturales y su rol en el proceso de reproducción social. La propiedad de la tierra y el acceso privado a fuentes de recursos naturales fueron considerados, mayormente, desde la perspectiva de la generación del excedente social y de la apropiación de este.
En su trayectoria histórica, tanto las aproximaciones ortodoxas como las heterodoxas1 subordinaron el problema de la sustentabilidad ambiental a las necesidades del proceso de acumulación y de la maximización de la rentabilidad privada. De este modo, la naturaleza fue considerada un recurso más en la cadena de producción de mercancías.
Hasta la segunda posguerra, predominaron perspectivas que veían la problemática del desarrollo económico de forma mecanicista, en un supuesto sendero de progreso y modernización universales2. En Latinoamérica, específicamente, el esquema mecanicista se manifestó en un planteo de etapas que separaban las formas de organización tradicionales de las modernas, y las estructuras económicas atrasadas de las que generaban avances tecnológicos3. La modernización postulada por las teorías convencionales del desarrollo llegaría a través de la apertura al intercambio y a la relación sostenida en el tiempo con aquellas sociedades "avanzadas" con formas de producción modernas y una cultura "superior". De esta forma, en la tradición disciplinar de la economía, los vínculos entre el desarrollo económico y el perjuicio ambiental estuvieron rara vez analizados.
Sin embargo, en los años setenta del siglo XX una serie de factores históricos, sociales, económicos y culturales y, por supuesto, ecológicos colocaron al problema de la sustentabilidad ambiental en la primera plana de la agenda de discusión política y científica mundial, provocando que "la ecología se fue haciendo política y la política se fue ecologizando" (Leff, 2006, p. 25).
Existe cierto consenso que identifica en Los límites del crecimiento: informe al Club de Roma sobre el predicamento de la humanidad (Meadows, Meadows, Randers y Behrens, 1972) y en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Ambiente Humano de Estocolmo (1972) hitos a partir de los cuales la inclusión de las problemáticas ambientales en la agenda mundial se empezó a dar con mayor frecuencia. La primera Cumbre de la Tierra, como se la conoció, procuró instalar la conservación del ambiente en la agenda de la comunidad mundial y aprobó una "Declaración de principios" con una serie de recomendaciones a ser implementadas por los distintos Estados nacionales comprometidos4.
Desde entonces, el debate en torno a la problemática ambiental se incorporó en distintas disciplinas. En el caso de la economía, en el contexto de crisis de hegemonía de las propuestas keynesianas y del desmantelamiento de los Estados de bienestar, y frente al creciente deterioro ambiental, emergió la economía ambiental. Esta corriente pasó a representar la manera en la que la economía neoclásica incorporó como objeto de estudio y reflexión al medio ambiente. La economía ambiental tenderá a proponer la generación de las condiciones que hagan posible el intercambio de mercado como forma de proteger y reparar el ambiente por medio de la búsqueda de un sistema que permita la internalización de las externalidades generadas en los costos privados5.
Como respuesta a esto, también en la década del setenta surgieron la ecología política y el marxismo ecológico. Estas corrientes aparecieron como esquemas analíticos disruptivos con el orden establecido, planteando cuestionamientos de fondo que trascendieron y trascienden los debates sobre la sustentabilidad ecológica aislada de las relaciones sociales de producción y de poder que habían dominado la disciplina desde sus orígenes.
La ecología política se constituirá como un enfoque ecléctico poniendo el acento en problematizar la relación entre la sociedad y la naturaleza a la luz de las relaciones de poder y las intervenciones políticas. Esta corriente identificará límites intrínsecos al desarrollo capitalista en lo que respecta a la posibilidad de emprender procesos de desarrollo económico sustentable, en términos ambientales, y justos, en términos sociales.
El marxismo ecológico emprendió el desafío de actualizar y aplicar el sistema marxista al contexto económico, social y ambiental de las últimas décadas del siglo XX e inicios del siglo XXI. Esta actualización, obviamente, daría cuenta de una serie de tendencias ausentes en las formulaciones originales. Esto permitiría realizar un diagnóstico a través del hallazgo de nuevas contradicciones y sujetos históricos, que se sumarían y complementarían a aquellos descritos en los textos canónicos de la tradición marxista, viabilizando asimismo una profunda problematización de los debates en torno a la sustentabilidad ecológica de los procesos de producción y consumo.
En este trabajo revisaremos los principales lineamientos de los enfoques económicos sobre la problemática medioambiental, repasando las generalidades de los enfoques ortodoxos y heterodoxos, adentrándonos en una descripción de los cuerpos teóricos de la ecología política y del marxismo ecológico.
Enfoques alternativos sobre la problemática ambiental
En esta sección nos adentraremos en el estudio de los que se llamarán "enfoques alternativos" sobre la problemática ambiental. Para ello, se describirán los motivos que hacen a estos enfoques "alternativos" y, por lo tanto, las principales características de los enfoques ortodoxos.
Los enfoques de la ortodoxia económica (marginalismo y neoclasicismo) basan su análisis en la tradición filosófica utilitarista de Jeremy Bentham (1748-1832). La adaptación del utilitarismo a la ciencia económica implicó una concepción de los problemas económicos como un "cálculo del placer y de la pena", a través del cual se maximizan los placeres (o la utilidad, o la ganancia) con el mínimo esfuerzo (o la pena, o los costos). La relación entre los seres humanos y el medio natural sería el resultado de la "naturaleza humana" (homo œconomicus) y estaría mediada por el principio de maxi-mización: los consumidores (egoístas) maximizan utilidad por medio del consumo, y los productores maximizan ganancia a través de la reducción de los costos (Schuster, 2005).
El paradigma neoclásico, tradición hegemónica de la ortodoxia económica, se sostiene sobre la naturalización del orden de cosas existentes en el sistema capitalista. Este orden se caracteriza por la centralidad del sistema de precios del mercado para la asignación eficiente de recursos y la resolución armónica de los conflictos por parte del mercado gracias a la libertad de elección individual. Entiende a la sociedad como la suma de los comportamientos individuales (individualismo metodológico) y a los individuos como portadores de una racionalidad utilitarista (homo œconomicus). Por último, estima una determinación del carácter técnico (y no social o vinculado a la estructura de poder) de la distribución del ingreso entre los factores de producción en una sociedad que no se divide por clases sociales (Forcinito, 2004).
A diferencia de estos enfoques, los de la economía política, en sus diversas perspectivas heterodoxas, ponen en el centro las relaciones sociales específicas en determinado momento histórico para elaborar las explicaciones de los distintos fenómenos. En particular, a diferencia de la asignación óptima de recursos escasos entre fines múltiples planteada por la economía pura como objetivo de la economía6, la heterodoxia hace énfasis en la determinación de las leyes que rigen la producción y distribución del excedente social7 (Vernengo, 2011). El análisis de las leyes específicas permite entender el carácter histórico del capitalismo, y caracterizarlo como "un sistema económico en el que las mercancías se producen con ánimo de lucro utilizando bienes de capital de propiedad privada y trabajo asalariado" (Bowles, Edwards y Toharia, 1985, p. 68).
El marxismo no presenta un conjunto de reglas rigurosas y rígidas, como las que caracterizarían al método científico baconiano8 característico en los enfoques de la economía pura, sino que brinda las herramientas conceptuales para que en cada proceder científico específico se puedan vincular los aspectos concretos de la realidad con leyes y tendencias abstractas. En este movimiento entre el estudio de lo concreto en distintos niveles de abstracción, el marxismo y, en particular, la dialéctica marxista permiten "reconstruir en el pensamiento -o apropiar conceptualmente- las estructuras y relaciones reales de determinación entre lo concreto y sus momentos" (Saad Filho, 2010, p. 142).
Para el análisis de la realidad concreta contemporánea, el marxismo nos permite, a partir de su episteme9, vincular aspectos concretos como la crisis y la depredación del medioambiente con condicionantes abstractos que definen el carácter sistémico del capitalismo. Entre estos están las relaciones de producción (el trabajo asalariado y la propiedad privada de los medios de producción) y la búsqueda constante de la maximización de la ganancia10.
Como una filosofía de la historia, el marxismo también nos permite identificar el carácter histórico del capitalismo y, en función de eso, nos da ciertas pautas para la intervención política. Cualquier aproximación crítica a la vinculación entre el desarrollo económico y la cuestión medioambiental debe partir de fundamentos epistemológicos que no pierdan de vista las características de la formación económico-social que se está analizando. Aquí sobresale la necesidad de incorporar el análisis de
las relaciones de clase que constituyen el capitalismo para reconstruir analíticamente el sistema en niveles de complejidad crecientes incluyendo la producción, la distribución y el intercambio, más los campos socioeconómicos y culturales, de modo que revele cómo se producen y transforman en cada contexto histórico las estructuras y las prácticas socioeconómicas y políticas. (Saad Filho, 2010, pp. 147-148)
En el análisis de la interrelación entre economía (o desarrollo económico) y naturaleza (o explotación "sustentable" del medio ambiente), las diferencias epistemológicas nodulares entre la economía pura u ortodoxa y la economía política o heterodoxa nos permiten distinguir a gran escala las principales corrientes teóricas. Existen básicamente tres perspectivas que permiten analizar la problemática de la sustentabilidad ambiental del proceso de acumulación económica. Dos de estas son compatibles con el modo de acumulación actual, proponiendo reformas técnicas, y otra plantea una incompatibilidad e insustentabilidad del modo de producción actual, como un tipo de producción que genera, en su devenir, crisis sociales y naturales, proponiendo transformaciones sociales radicales.
En la tabla 1 presentamos sintéticamente las perspectivas teóricas que trabajamos en este artículo11 y sus diferencias en torno a los orígenes de la problemática ambiental y a sus posicionamientos sobre el vínculo entre desarrollo económico y sustentabilidad.
Como se puede observar, existe cierto paralelismo entre las visiones de la economía pura (como fue definida) y las visiones que proponen una mirada exclusivamente mercantil de la problemática ambiental.
La economía ambiental12 es considerada un enfoque ambientalista moderado, ya que es antropocéntrica y propone una sustentabilidad social limitada. Es compatible con un ambientalismo desarrollista y productivista, ya que entiende el origen del problema ambiental como un resultado no deseado y evitable del proceso económico. Reduce el problema de la "sustentabilidad ecológica" y la contaminación a una falla (indeseable) de mercado, que se manifiesta en la forma de una externalidad negativa que puede ser penalizada a través de correcciones del mercado que pongan un precio a los perjuicios provocados13. Esta perspectiva, impulsada con fuerza desde el protocolo de Kyoto de 1997 hasta la "Cumbre Rio+20" (2012)14 y conocida a nivel mundial por las intervenciones del expresidente norteamericano Al Gore, pugna por el desarrollo de mercados que permitan ponerle un valor de cambio a la contaminación ambiental y a los recursos naturales, a la vez que promueve la transición hacia tecnologías y recursos más "limpios".
Generalmente, los abordajes de la economía ambiental apelan a soluciones individuales mediante la realización de pequeños cambios en la vida cotidiana, aunque también existen propuestas a nivel corporativo. Lo que se postula desde este enfoque es que los problemas ambientales existen porque hay trabas que impiden el desarrollo de estos mercados que, de existir y proliferar, permitirían morigerar los efectos ambientales de las actividades económicas. De este modo, la problemática medioambiental se resuelve adaptando el capitalismo a los problemas ambientales. Estas "adaptaciones" del modo de acumulación se llevarían a cabo a través de reformas técnicas y por medio de políticas preservacionistas (Toledo López, 2009).
La ecología política y el marxismo ecológico se agrupan en el conjunto de coevolución sociedad-naturaleza y de humanismo crítico-cambio social, ya que identifican un vínculo necesario entre la acumulación y el problema ambiental. A diferencia de las perspectivas moderadas de ambientalismo o ecologistas, la visión humanista crítica "se caracteriza por considerar que para el logro de la sustentabilidad es necesario un cambio social radical, en el sentido de que este no puede ser logrado ni a través del mercado ni en el marco del modelo de acumulación vigente" (Toledo López, 2009, p. 12).
En síntesis, estas corrientes apuntan a la percepción de la sustentabilidad como una cuestión social y ecológica, y entienden las cuestiones ambientales como parte de un todo económico-político-social en donde estas se originan y al que están conectadas de forma intrínseca. Desde la perspectiva de las visiones humanistas-críticas, los enfoques ortodoxos que relacionan economía con naturaleza o desarrollo económico con medio ambiente adolecen de una caracterización historizada del modo de producción capitalista. De este modo, el análisis sobre la sustentabilidad del régimen de explotación se escinde de las condiciones de reproducción del proceso productivo, en el que "la explotación de clase, la acumulación capitalista por medio de la crisis, el desarrollo capitalista desigual y combinado, las luchas nacionales y muchos temas relacionados" brillan por su ausencia (O'Connor, 2001, p.192).
El enfoque de la ecología política se inscribe bajo la órbita del humanismo crítico y propone una mirada que, si bien toma cosas del marxismo, es de características más eclécticas. En él confluyen aportes de la economía ecológica, el derecho ambiental, la sociología política, la antropología de las relaciones cultura-naturaleza y la ética política. Según Enrique Leff (2006), "a la Ecología Política le conciernen no sólo los conflictos de distribución ecológica, sino el explorar con nueva luz las relaciones de poder que se entretejen entre los mundos de vida de las personas y el mundo globalizado" (p. 22).
A diferencia de la economía ambiental -un intento de internalizar los costos de los servicios ambientales y de los recursos naturales al proceso de producción y reproducción-, la ecología política plantea el "conflicto por la reapropiación de la naturaleza y de la cultura, allí donde la naturaleza y la cultura se resisten a la homologación de valores y procesos (simbólicos, ecológicos, epistemológicos, políticos) inconmensurables y a ser absorbidos en términos de valores de mercado" (Leff, 2006, p. 24). En este sentido, la ecología política se constituye en una "lucha por la desnaturalización de la naturaleza: de las condiciones 'naturales' de existencia, de los desastres 'naturales', de la ecologización de las relaciones sociales" (Leff, 2006, p. 26).
El marxismo ecológico, por su parte, proviene obviamente de la tradición marxista, pero realiza innovaciones acerca del énfasis propuesto en la teoría original puesto en el antagonismo de clase (capital/trabajo), añadiendo el antagonismo crítico al que lleva el proceso de acumulación capitalista con el medio ambiente (capital/naturaleza) (O'Connor, 2001).
A diferencia del marco teórico convencional de la economía ambiental a través del cual se abordan las cuestiones de la relación entre el "crecimiento económico" y los "límites ecológicos", el marxismo ecológico se concentra en la
escasez específicamente capitalista, es decir, el proceso por el cual el capital es su propia barrera debido a sus formas autodestructivas de proletarización de la naturaleza humana, enajenación de la fuerza de trabajo, apropiación del trabajo y capitalización de la naturaleza externa y de lo urbano. (O'Connor, 2001, p. 192)
En adición a las formas tradicionales en que el marxismo identificó las causas de las crisis recurrentes15, el marxismo ecológico identifica, en la contradicción entre "las relaciones de producción capitalistas (y las fuerzas productivas), por un lado, y las condiciones de producción capitalista, o 'relaciones y fuerzas de reproducción social capitalistas' por el otro" (O'Connor, 2001, p. 195), las razones por las cuales se deduce un tipo de crisis distinta que implica la necesidad de la transformación del modo de acumulación. Como se puede observar, el marxismo ecológico hace hincapié en las condiciones de producción capitalistas, en donde la naturaleza, como condición física externa, cumple un rol central16.
El humanismo crítico de la ecología política
Si bien se puede identificar el origen de la ecología política hacia fines de los años setenta, aún en la actualidad es un enfoque teórico que sigue en pleno proceso de construcción, consolidación y diferenciación. En sus orígenes surgió como una crítica a los ecologismos existentes que "ignoraban las conexiones entre los sistemas a escala local sujeto de su estudio y la Economía política global" (Laterra, Jobbágy y Paruelo, 2011, p. 48). Por estos motivos, la ecología política incorpora al análisis de la relación entre sociedad y ambiente el aspecto central de las relaciones de poder y la toma de decisiones en la organización política.
En la década del ochenta, esta corriente logró posicionarse a nivel internacional gracias a los aportes de Piers Blaikie (1985), que planteó la cuestión de lajusticia social y las relaciones de poder a la orden del día del análisis de las problemáticas ambientales17. De este modo, en una tradición que continúa en la actualidad, para el enfoque de la ecología política, la crisis ecológica -reflejada en crecientes procesos de desertificación, pérdida de la biodiversidad, deforestación, hambrunas, cambio climático, cambio de uso del suelo, pérdida de la capa de ozono, etc.,- no puede analizarse de forma independiente del modo de producción y consumo capitalista. De este modo, las relaciones de la sociedad con la naturaleza estarán fuertemente condicionadas por las formas de organización social y en decisiones políticas determinantes.
Como se introdujo en la sección anterior, la ecología política se ubica dentro de los enfoques que postulan la incompatibilidad del modo de producción y consumo capitalistas con una situación ambientalmente sostenible y socialmentejusta. Como veremos, la ecología política18 elaborará un programa de investigación donde la "salvación" del planeta no será posible sino de la mano de la emancipación social.
Con respecto a la economía ecológica (EE), si bien presentará fuertes rupturas con la economía ambiental neoclásica (EA)19, la ecología política se diferenciará de ambas proponiendo transformaciones de un alcance más profundo, ya que tanto la EE como la EA se posicionan sobre los límites concretos y los desarrollos tecnológicos necesarios que van apareciendo en el proceso de acumulación20 (Gago y Sztulwark , 2012).
Desde la perspectiva de Martínez Alier (1991), la ecología política representaría una superación en clave socialista del marxismo dogmático que llevó a los procesos de burocratización de los socialismos realmente existentes en el siglo XX. Si bien reconoce limitaciones en el enfoque productivista, la planificación centralizada y los procesos de burocratización de las experiencias socialistas, la ecología política se distancia asimismo de la "glorificación del mercado como mecanismo de asignación racional de recursos escasos" en una ruptura paradigmática con el enfoque de la economía neoclásica, que identifica las causas de los problemas ecológicos en la ausencia de mecanismos de mercado y en la "tragedia de los bienes comunes". Martínez Alier entiende al socialismo como un proyecto de igualdad, mundialista, con control comunal o social de los medios de producción. En esta dirección, la ecología política presenta un programa concreto de ecosocialismo, que converge con corrientes de ecología profunda y de luchas ecologistas campesinas, indígenas y obreras (Martínez Alier, 1991, p. 7).
Entre los principales referentes de los enfoques heterodoxos en el ámbito intelectual, puede mencionarse a James O'Connor (director de la revista Capitalism, Nature, Socialism) -marxismo ecológico-, a Murray Bookchin -ecología Social-, a André Gorz -ecología política marxista-, a Hans Magnus Enzensberger y aJoan Martínez Alier (director de la revista Ecología Política) -ecologismo de los pobres- (Martínez Alier, 2009). De la tradición de la ecología política forman parte, además de los académicos e intelectuales mencionados, movimientos sociales, ONG, partidos verdes, activistas, movimientos pacifistas, libertarios, feministas, étnicos, entre otros (Laterra, Jobbágy y Paruelo, 2011).
La perspectiva de la ecología política, a diferencia del enfoque ortodoxo, parte de una comprensión de su propio desarrollo como "una herramienta holística de transformación social" (Marcellesi, 2007). De esta forma, establece un diagnóstico de la "destructividad del modelo capitalista de desarrollo y de consumo" y por ende la "imposibilidad de continuar por el camino del desarrollo de las economías industriales" (Gorz, 1994, p. 37). Esta imposibilidad radica en el vínculo orgánico entre la crisis ecológica y la crisis de sobreacumulación (Marcellesi, 2007). Por ende, la destrucción del entorno social y natural en que se desenvuelve la sociedad en el sistema actual radica en el modelo de producción guiado por la maximización de la rentabilidad de corto plazo y la utilización de técnicas que violan equilibrios ecológicos (Gorz, 1980).
Para poder llegar a ese diagnóstico, se nutre tanto de influencias más vinculadas con el reformismo como de diversas tradiciones del pensamiento de izquierda. De la economía ecológica, por ejemplo, toma el concepto de distribución ecológica21, que permite reflejar la distribución desigual de los costos ecológicos22 (Leff, 2006). Sin embargo, para Leff, el campo de la economía política trasciende el territorio de la economía ecológica, al elaborar propuestas contrarias a la absorción de la naturaleza a la racionalidad económica que predomina en las demás esferas mercantiles, poniendo especial énfasis en la determinación de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza a través de relaciones de poder.
La ecología política recoge aportes desde la ecología profunda (Naess) y la ecología política marxista (Gorz)/el marxismo ecológico (O'Connor) hasta la ecología social/ecoanarquismo (Bookchin) (Leff, 2006). Con relación al pensamiento de las izquierdas, la ecología política retoma las discusiones de la Primera Internacional a la luz de los problemas ecológicos de fines del siglo XX, plantándose tanto en contra de la socialdemocracia, "adoradora del Estado y del crecimiento económico ilimitado", como del leninismo que derivó en la dictadura burocrática y la planificación económica centralizada (Martínez Alier, 1991).
La ecología política propone cambios "ecológicamente necesarios en la manera de producir y consumir para incentivar cambios normativamente deseables en el modo de vida y las relaciones sociales" (Gorz, 1994, p. 40). Por ello, siguiendo a Polanyi, lo que se espera es poder sustraer a la vida y a los medios de vida de la "racionalidad económica", del valor de cambio, incrementando las esferas donde las relaciones se rijan por racionalidades distintas. A diferencia de los enfoques ortodoxos y de las teorías críticas decrecionistas, para la ecología política las relaciones de poder y la "distribución ecológica" constituirán aspectos centrales en su análisis (Polanyi citado en Leff, 2006).
Todos estos aspectos presentes en la ecología política son invisibilizados en la economía ambiental, que se centra en la determinación de los "umbrales de polución ecológicamente soportables", es decir, los límites ecológicos concretos de la expansión económica23. Con un objetivo de conservar el medio natural para poder proseguir el ciclo de expansión, se implementan prohibiciones, reglamentaciones, aranceles y diversas formas de "hetero-regulación fiscal y monetaria" que permiten, en la teoría, compatibilizar el crecimiento con la sustentabilidad ambiental sin cuestionar "el sistema de valores, las motivaciones y los intereses económicos de los actores sociales" (Gorz, 1994. p. 34).
De esta manera, para la ecología política, uno de los aspectos centrales será el diagnóstico acerca de la crisis ecológica, porque identificará sus causas en las relaciones sociales y de poder. Este diagnóstico le permitirá elaborar una crítica a la "civilización capitalista-productivista" para construir los lineamientos de una sociedad "posproductivista" basada en una transformación de los modelos de consumo, la división del trabajo, el desarrollo del conocimiento y las aplicaciones científico-técnicas (Valdivielso, 2007).
La segunda contradicción de la acumulación del capital en el marxismo ecológico
Como describimos previamente, el marxismo ecológico se ofrece como un enfoque analítico de la relación sociedad/naturaleza alternativo a los enfoques ortodoxos hegemónicos. A grandes rasgos, el marxismo ecológico va a postular la incompatibilidad del proceso de producción y consumo del modo de acumulación capitalista con la sostenibilidad ambiental y la justicia social. Como veremos, el marxismo ecológico también pertenece al subuniverso de los enfoques humanistas críticos, pero, a diferencia de la ecología política, se centra en las críticas marxistas al modo de producción capitalista.
La caracterización de la relación entre economía y naturaleza y el análisis sobre la sustentabilidad del régimen de explotación que realiza el marxismo ecológico jerarquiza, a diferencia de los enfoques ortodoxos, el análisis de las condiciones de reproducción del proceso productivo. En estas condiciones de reproducción, la explotación de clase, la acumulación mediante crisis y el desarrollo desigual y combinado tienen, para el marxismo ecológico, un papel central (O'Connor, 2001).
Quienes han contribuido más al fortalecimiento de esta perspectiva son, a nivel mundial, Hans Magnus Enzensberger, Manuel Sacristán, Raymond Williams, Rudolf Bahro, André Gorz, James O'Connor, Barry Commoner, Allan Schnaiberg, John Bellamy Foster y Michael Löwy, entre otros. Estos autores lograron vincular las consecuencias de la dinámica de acumulación global vigente en la actualidad, en términos medioambientales, con las relaciones de producción y la explotación del trabajo descritas en las formulaciones marxistas originales.
Para el análisis de las manifestaciones diversas de las problemáticas ambientales en la realidad del capitalismo contemporáneo, la teoría marxista ofrece herramientas que permiten vincular aspectos concretos como la crisis y la depredación del medioambiente con condicionantes abstractos que definen el carácter genérico del capitalismo. Entre estos están las relaciones de producción que incluyen el trabajo asalariado, la propiedad privada de los medios de producción y la lógica de constante búsqueda de la maximización de la ganancia. La expansión capitalista modifica las condiciones de producción de capital, uno de cuyos componentes centrales es la naturaleza, que puede verse transformada de forma negativa por la explotación capitalista y, de este modo, se pueden generar problemas de agotamiento o encarecimiento y facilitar las llamadas crisis de subproducción (O' Connor, 2001).
El principal núcleo teórico que plantea el marxismo ecológico es la contradicción entre la necesidad de orientar una dinámica en continua expansión por parte del capital y las limitaciones naturales que impiden a los medios de producción seguir ese ritmo, a pesar de los constantes avances tecnológicos que se realizan. En este sentido se afirma que "las relaciones de producción del capitalismo degradan o destruyen las condiciones de producción, incluido -y especialmente- el ambiente" (O'Connor, 2001, p. 24). A diferencia del capital en continua expansión y valorización, la naturaleza se autolimita y tiene límites físicos objetivos que impiden su expansión infinita24.
La contradicción entre la expansión del capital y la degradación ambiental es evidente y se profundiza en el proceso de acumulación, debido a que los ciclos de reproducción de la naturaleza no se rigen, como los del capital, por la lógica de la maximización de la ganancia; esta lógica es inherente al modo de producción y da forma a las relaciones de producción. Por estos motivos, desde el marxismo ecológico se enfatiza que
las condiciones de producción no son sólo fuerzas productivas sino también relaciones de producción. Son producidas y reproducidas dentro de relaciones definidas de propiedad, legales y sociales, que pueden ser compatibles o no con la reproducción de estas condiciones definidas como fuerzas productivas. (O'Connor, 2001, p. 181)
Resulta importante señalar que hay condiciones generales que limitan los procesos de acumulación, y también condiciones específicas al modo de producción capitalista. Para Marx, lo específicamente capitalista es que las barreras al proceso de acumulación se manifiesten en crisis recurrentes. De este modo, para el marxismo ecológico, en el capitalismo contemporáneo conviven las tendencias a la crisis de sobreproducción del capital junto con las tendencias a la crisis de subproducción del capital25.
En la tradición marxista, las crisis de sobreacumulación son entendidas como excedentes de capital y de fuerza de trabajo que no pueden combinarse de modo tal de retomar los niveles rentables para poder reanudar el ciclo de producción (Harvey, 2004). Estas crisis de sobreproducción del capital son inherentes al desenvolvimiento del proceso de acumulación del capital de largo plazo a nivel mundial, y reflejan el modo que tiene el sistema de recuperarse; por esto se vuelven inevitables, al destruir los capitales más débiles y profundizar los ataques al trabajo, resultando en una mayor concentración y centralización del capital. Cada crisis precipita la destrucción de los capitales más débiles e intensifica los ataques al trabajo. Estos son los mecanismos "naturales" del sistema para su recuperación. Cada recuperación "exitosa" resulta en mayor concentración y centralización del capital, y, generalmente, en menores tasas de ganancia y de crecimiento de largo plazo. Por ende, las contradicciones se intensifican a lo largo del tiempo (Shaikh, 2006).
Teniendo estos aportes en consideración, el marxismo ecológico identifica, sin embargo, un tipo distinto de crisis radicado en la contradicción entre "las relaciones de producción capitalistas (y las fuerzas productivas), por un lado, y las condiciones de producción capitalista, o 'relaciones y fuerzas de reproducción social capitalistas', por el otro" (O'Connor, 2001, p.195). De este modo, para el marxismo ecológico, las crisis económicas se presentan como una "crisis de liquidez o subproducción de capital" y constituyen "el crisol en el cual el capital reestructura las condiciones de producción, también de maneras que las vuelven más transparentemente sociales en su forma y su contenido" (O'Connor, 2001, p. 196). Para la tradición marxista en general, y para el marxismo ecológico en particular, las crisis son la condición de posibilidad de la reproducción del sistema, que depende de ellas para "abatir costos, reducir la renta de la tierra, aumentar la flexibilidad y demás, y de reestructurar las condiciones mismas'26 (O'Connor, 2001, p. 204).
El concepto de escasez específica a la formación económico social capitalista es relevante para entender las propias barreras que impone el capital en su proceso de expansión27. La comprensión de los límites ecológicos al crecimiento ilimitado del capital nos lleva al encuentro de una de las innovaciones más importantes del marxismo ecológico: la segunda contradicción que reproduce el capitalismo en su desenvolvimiento.
En El capital, Marx describe el sistema capitalista como un sistema que para su reproducción requiere de un continuo proceso de acumulación en el marco de relaciones sociales dadas. Además de reponer el capital utilizado en la producción, manteniendo su nivel inicial (reproducción simple), la acumulación requiere aportar un saldo excedente a la producción que permita incrementar la capacidad productiva (reproducción ampliada). En el proceso de producción, el valor se genera de forma directa por medio del trabajo, y el producto social excedente se genera a partir del tiempo de trabajo no retribuido. La plusvalía refleja el producto excedente en una sociedad capitalista y básicamente depende de dos factores: el tiempo de trabajo social total y la forma en la que el tiempo de trabajo total se divide en tiempo de trabajo retribuido y excedente. Típicamente, la plusvalía absoluta28 puede incrementarse alargando la jornada laboral mientras se mantiene constante el tiempo de trabajo retribuido. Por su parte, un incremento de la plusvalía relativa29 puede darse a través de la intensificación del uso del trabajo, permitiendo que en el mismo tiempo de trabajo se produzcan más cantidad de bienes, disminuyendo en términos relativos el tiempo de trabajo retribuido e incrementando el plustrabajo (Marx, 2000). De esta configuración del modo de acumulación surge entonces la clásica contradicción entre el capital y el trabajo, que origina todos los procesos de lucha proletaria por la transformación de las relaciones de producción vigentes30.
Sin embargo, el marxismo ecológico identifica una segunda contradicción del modo de acumulación en la "apropiación y el uso económicamente autodestructivo, por parte del capital, de la fuerza de trabajo, la infraestructura y el espacio urbano, y la naturaleza externa o ambiente" (O'Connor, 2001, p. 212). Específicamente, se entiende a la naturaleza como un stock de "recursos naturales" (bienes comunes) y como un stock, decreciente, de recursos no renovables, que ponen barreras externas a la acumulación del capital, tanto en su fracción constante como variable.
Como se dijo, la lógica inmanente de la acumulación del capital que lleva a la maximización de ganancias socava sus propias bases de acumulación, ya que no considera en su cálculo económico la reproducción de las condiciones de producción entendidas en sentido amplio ni el ciclo de agotamiento del medio ambiente (Galafassi, 2009). Esta contradicción plantea que el capital, para poder competir o para recomponer su tasa de ganancia, debe disminuir sus costos, provocando el efecto de incrementar los costos de otros capitales, generando problemas en la producción de plusvalor. En la medida en que se agotan los recursos naturales, se incrementan los costos de producción de algunos sectores de la industria y se merma la tasa de ganancia capitalista.
La caracterización de esta segunda contradicción lleva a hallar nuevos sujetos históricos que se ven subordinados a esta lógica contradictoria y que obviamente trascienden el tradicional proletariado industrial. A pesar de esto, si bien se puede afirmar que la cuestión de la reproducción de las condiciones de producción, y más específicamente de su sustrato medioambiental, es un asunto que atañe a la humanidad en su conjunto, esta lucha tiene una clara dimensión de clase, porque "la mayoría de los problemas del entorno natural y del social son más grandes desde el punto de vista del pobre, sobre todo si pertenece a minorías oprimidas, que desde la perspectiva de los que reciben un salario y los acaudalados" (O'Connor, 2001, p. 32). Esta lucha por la superación de la "segunda contradicción" del capital abarca, entonces, tanto a la clase obrera como a los nuevos movimientos sociales que, en conjunto, constituyen la base social de este proceso de resistencia31.
Teniendo estas cuestiones en consideración, el marxismo ecológico concluye que es una necesidad objetiva del proceso de la reproducción ampliada del capital el degradar y destruir el soporte medioambiental de la producción, generando recurrentes crisis económicas y ecológicas, por lo que ninguna alternativa en el marco de las relaciones de producción vigentes permitiría atravesar y superar las limitaciones que le imponen estas necesidades objetivas al proceso de acumulación32.
Ecosocialismo y propuestas concretas
Una perspectiva interesante que ha tomado fuerza en los últimos años, con un fuerte basamento en los postulados de la ecología política y el marxismo ecológico, es la alternativa que propone la corriente del ecosocialismo. Michael Löwy (2011) describe al ecosocialismo como "una corriente de pensamiento y de acción ecológica que hace propios los conocimientos fundamentales del marxismo, al tiempo que se libera de sus escorias productivistas" (Löwy, 2011, p.29). Para el ecosocialismo, tanto las alternativas que ofrece la lógica mercantil y de maximización de ganancias como la lógica autoritaria y burocrática de las experiencias pasadas del socialismo real son incompatibles con las necesidades y el sostenimiento del medio ambiente natural. El ecosocialismo, señala Löwy, "rompe con la lógica productivista del progreso -en su forma capitalista y/o burocrática- y se opone a la expansión infinita de un modo de producción y de consumo destructor de la naturaleza" (Löwy, 2011, p.33). A la luz de los procesos contradictorios por los que debe transitar necesariamente el capital en su reproducción, el ecosocialismo se propone cuestionar el ideal mismo del desarrollo como se lo definió, como una finalidad teleológica de los procesos de formulación e implementación de políticas.
En este sentido, en los últimos años, con la profundización del neo-liberalismo han surgido gran cantidad de movimientos altermundistas o desobedientes que proponen directamente el abandono de la idea de progreso/ desarrollo, caracterizándola como un ideal occidental que es incompatible con la filosofía de vida de Abya Yala (América Latina), que se rige por el principio de la relacionalidad, esto es, "la integración, articulación e interconexión entre todos los elementos de la Pachamama" (Walsh, 2007, p. 109)33. Para ellos, la idea de progreso/desarrollo no solo es inaplicable a América Latina sino que además es dañina, ya que genera "hipocresía, desigualdad, violencia e injusticia". La filosofía y la cosmovisión del sumak kausay (buen vivir) establece como innegociable una nueva ética de convivencia, tanto entre seres humanos como entre estos y la naturaleza, que es incompatible con la necesidad de valorización del capital. Los principios básicos de esta filosofía indígena ancestral son el ama quilla, el ama shuya y el amayua, que significan no robar, no mentir y no ser perezoso, y se sostienen sobre la base de una libertad, igualdad, equidad y solidaridad reales y no meramente formales (De Souza Silva, 2008).
En la medida en que el ecosocialismo propone una transformación social radical, no deja de lado, sin embargo, propuestas concretas que llevan a luchas específicas en el corto plazo. En este sentido, Löwy (2011) afirma que "teorizar y trabajar hacia la concreción del objetivo de un socialismo verde no significa que no deberíamos, igualmente, luchar por reformas concretas y presentes en este momento" (p. 153). Como un programa de reformas de corto plazo, el ecosocialismo propone la movilización social para presionar a las autoridades económicas y políticas para reducir las emisiones de gas invernadero, desarrollar fuentes limpias de energía, extender el servicio de transporte público, reemplazar camiones por ferrocarriles, crear programas de limpieza de contaminación y eliminar la energía nuclear (Löwy, 2011).
Reflexiones finales
En la primera sección del trabajo caracterizamos los rasgos generales de las aproximaciones convencionales y heterodoxas al tratamiento de la problemática ambiental desde la disciplina económica. Con el estudio de la economía ambiental, entendida como el epítome de la economía neoclásica aplicada al estudio de los problemas de la naturaleza, visualizamos que las alternativas que se promueven para enfrentar los problemas de la ingente crisis ambiental apuntan a desarrollar mecanismos mercantiles donde los incentivos y los desincentivos sean promovidos desde el sistema de los precios relativos.
Bajo este enfoque, hay una creencia en la capacidad del mercado de operar como un eficiente asignador de recursos y autorregulador del ciclo económico, y se apunta a crear mercados y expandir la esfera mercantil para poder ponerle un precio a las "externalidades negativas" que generan la actividad económica traducidas en distintos tipos de degradación ambiental. Asimismo, se cree que el proceso de crecimiento económico y la acumulación capitalista a nivel mundial no se contradicen necesariamente con la explotación creciente de la naturaleza, sino que conllevan inherentemente al desarrollo de distintas tecnologías que permitan disminuir los efectos negativos sin afectar el ritmo de crecimiento. De este modo, se proclama el objetivo del desarrollo sostenible como un proceso de crecimiento económico, regulando la explotación de los recursos naturales y el ambiente, pero sin cuestionar los modos de producción y de consumo y las pautas que los rigen.
A diferencia de la economía ambiental, los enfoques alternativos estudiados promueven la problematización del modo de producción y de consumo, de las relaciones de producción y de poder y las decisiones políticas como un modo de comprender la vinculación entre la sociedad y la economía y el deterioro ambiental que se produce y lleva a crisis económicas y ecológicas.
En este sentido, la ecología política, como un campo en pleno proceso de construcción, nos permite cuestionar la sostenibilidad del paradigma del desarrollo productivista imperante en la actualidad a través de la destrucción del sustrato social y natural sobre el que se desenvuelve. Asimismo, nos permite entender que las consecuencias del deterioro ambiental son distribuidas de manera desigual entre los distintos sectores de la sociedad y que en este proceso el entendimiento de las relaciones de poder tiene mucho para aportar. Desde la ecología política se postula, entonces, un modo alternativo a la racionalidad económica mercantil para regir el modo de producción y de consumo, ya que se descree del sistema de precios como un mecanismo eficiente y asimismo se lo cuestiona desde la ética que promueve.
Por su parte, el marxismo ecológico ofrece una lectura que nos permite vincular condicionantes abstractos característicos del modo de producción capitalista como la lógica de maximización de la ganancia, la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado, con condiciones concretas como la crisis económica y la depredación del medioambiente. Partiendo de esta comprensión, cualquier alternativa que se proponga "superar" las trabas medioambientales al proceso de expansión económica sin considerar el sustrato social sobre el que se desenvuelven será entendido como un análisis incompleto que no llevará a alternativas superadoras sino reproductoras de las relaciones de producción actuales y de los problemas ambientales generados. De este modo, el marxismo ecológico justifica la imposibilidad del desarrollo de formas de producción y consumo racionales económicamente, sustentables ecológicamente y justas socialmente en el marco del modo de producción actual. Serán las mismas necesidades inherentes al desarrollo del capital las que harán incompatible el objetivo de "desarrollo capitalista" con el de sostenibilidad ambiental y justicia social. La necesidad de maximizar ganancia por parte de los capitalistas individuales representará un interés objetivo contrario a los objetivos del desarrollo sustentable "deseable".
Estas condiciones ubicadas en un nivel analítico de mayor abstracción nos permiten comprender, si se quiere, lo ocurrido a partir del desmantela-miento de los Estados de bienestar y la implementación del neoliberalismo a nivel mundial desde fines de la década del sesenta del siglo pasado. Esto borró conscientemente toda "traba" regulatoria e implantó un capitalismo global que expandió su influencia hacia esferas que anteriormente habían quedado por fuera de la influencia del mercado. Específicamente, la globalización y la financiarización de la economía mundial permitieron también la creación de mercados y de instrumentos financieros con los recursos naturales. La expansión de la comoditización de los recursos naturales actuó como un punto de ruptura que dejó como "anacrónicos" a los conceptos de soberanía alimentaria y soberanía energética, mucho más vinculados con los derechos que con las relaciones mercantiles.
Los problemas ecológicos existentes y los potenciales nos impulsan a organizarnos para jerarquizar la cuestión y exigir la instalación de estos asuntos urgentes en la agenda del debate público.