Los negros se levantan mucho antes de rayar la aurora, y luego no tienen ni lindas guardarrayas, ni frescas arboledas, ni olorosos jardines donde trabajar a la sombra. Cortar caña, si es tiempo de molienda, al resistero del sol durante el día, meterla en el trapiche, andar con los tachos y las pailas, atizar las fornallas, atizar caña, acarrearla hasta el burro, cargar el bagazo; y por la noche hacer estos trabajos en las cuartas de prima y de madrugada al frío y al sereno, muriéndose de sueño, porque para diecinueve horas de fatiga sólo hay cinco de descanso; y acabada la zafra, sembrar caña y chapear los cañaverales, que es de las faenas más recias de un ingenio por la postura del cuerpo inclinado hacia la tierra no permitiendo enderezarse los machetes, instrumento que regularmente se usa para el efecto; y todo aguantando las copiosísimas lluvias de la estación de las aguas entre fango y humedad.
ANSELMO SÜÁREZ Y ROMERO1
Los ingenios azucareros como escenarios literarios: el costumbrista cubano Anselmo Suárez y Romero
Las plantaciones de caña de azúcar cubanas, conocidas como ingenios, fueron destacados ejemplos del uso de la maquinaria moderna que transformó la producción industrial azucarera a nivel internacional. La industrialización promovió en Cuba una manufacturación masiva del azúcar, colocando la isla como su mayor productor durante el siglo XIX. Las invenciones tecnológicas a raíz de una revolución industrial de origen europeo y estadounidense implicaron, además, la entrada ilegal en la isla de millares de africanos, trabajadores esclavizados destinados mayormente a extenuantes labores físicas en los ingenios.2
El poder económico de los ingenios fue finalmente avasallador, apoyado por una fuerte censura política que limitaba severamente la publicación de informes sobre las horribles prácticas laborales en los ingenios.3 En particular, el testimonio de los castigos corporales aplicados a los trabajadores eslavizados permaneció mayormente inexistente. La literatura abolicionista tomó lugar en Cuba; sin embargo, debido a una intensa censura, permaneció inédita, distribuida subrepticiamente mediante grupos clandestinos que compartían entre sus miembros piezas literarias de fuerte corte abolicionista.4
Anselmo Suárez y Romero (1818-1878), novelista y cuentista, logró la publicación en Cuba de una serie de artículos costumbristas centrados en un ingenio localizado en la provincia de La Habana. Estas piezas narrativas sobresalen hoy en día como referentes históricos que documentan la operación de las faenas extenuantes en un ingenio, efectuadas mayormente por trabajadores esclavizados. Bajo una perspectiva positiva y, más importante aún, una abierta posición humanista, Suárez y Romero favoreció a ciertos tipos de trabajadores negros, quienes laboraban bajo extremas condiciones físicas, incluyendo su lucha contra fenómenos atmosféricos propios del Caribe cubano. Aunque sus ensayos de costumbres fueron escritos intencionalmente como vehículos de expresión antiesclavista, alineados a la ideología abolicionista que conocía mediante contactos personales, Suárez y Romero se sirvió de ciertos subterfugios literarios para lograr la publicación de sus artículos costumbristas en publicaciones cubanas.
Mi ensayo resalta la posición de Suárez y Romero como destacado escritor incorporado a la tendencia literaria de un popular costumbrismo latinoamericano durante la primera parte del siglo XIX. Suárez y Romero adoptó técnicas costumbristas como parte de una narrativa antiesclavista, sin embargo, modificadas subrepticiamente para evitar la fuerte censura sobre material literario, inspirado en las funciones laborales de los ingenios cubanos que él mismo había experimentado como administrador de un ingenio azucarero. Discuto dos puntos: primero, identifico ciertos personajes negros, trabajadores esclavizados en un ingenio azucarero, que se convierten en íconos "antieslavistas", es decir, excepcionales obreros que, de acuerdo a las frecuentes descripciones del narrador omnisciente, laboran fuertemente a pesar de los pesados trabajos que sobre ellos son impuestos. En segundo lugar, directamente relacionado al tema sobre la diferenciación entre historia y literatura, examino el manejo estético de las imágenes del transcurso del tiempo como un recurso abolicionista que Suárez y Romero asocia a las fuertes tendencias sentimentalistas y románticas de la época. En particular, desde la perspectiva testimonial de un narrador, quien es, además, administrador de un ingenio, sus frecuentes referencias de los atardeceres y las terribles oscuras noches en los ingenios se destacan como significantes pesimistas que apuntan indirectamente a un sentimiento negativo sobre el uso de trabajadores esclavizados y, por lo tanto, añaden al fuerte tono antiesclavista de estas piezas representativas.
Manejo, además, un tipo de abstracción romántica-sentimentalista, que denomino autocensura, por la cual Suárez y Romero hábilmente procuró la eventual publicación en Cuba de estos artículos. Una obra literaria detallando prácticas ilegales esclavistas simplemente no habría pasado la censura.5 A los ojos de un lector de la época, estos artículos de costumbres colocaban a los trabajadores esclavizados como los protagonistas de una emergente industria nacional, cuyas ramificaciones se extendían a diversos negocios de gran valor económico para inversionistas nacionales e internacionales.
Los cuadros de costumbres a ser discutidos, "Ingenios" (1840), "Los domingos en los ingenios" (1840), "La casa de trapiche" (1853) y "El cementerio del ingenio", desarrollan escenarios específicos dentro de la cartografía física de un ingenio azucarero cubano en la provincia de La Habana y, como subrayo en mi análisis, hacen del paso del tiempo un destacado recurso sentimentalista de fuerte tono antiesclavista.6 En sus respectivos espacios de trabajo, Suárez y Romero coloca personajes "tipos", esclavos asignados a tareas específicas, quienes laboran eficientemente y logran mantener una vida personal y familiar. Divido el análisis en dos clasificaciones temáticas. La primera sección temática, "La plantación como escenario literario", examina la reacción anímica-sentimental que ciertas áreas en los ingenios provocan en un narrador omnisciente, cuyas labores, ya sea como dueño de la plantación o como su administrador, le dan acceso a zonas laborales tradicionalmente restringidas al público en general. Estos lugares laborales son subdivididos en dos áreas: 1) las zonas de trabajo, mayormente las "casas" especializadas en los distintos procesos de la elaboración del azúcar; y 2) las zonas más íntimas: los bohíos, la vivienda primitiva de los trabajadores, localizados en un área marginal del ingenio.
La segunda sección, "Un escenario sentimental: el cementerio de los esclavos como referente abolicionista", destaca el cementerio de los esclavos como una singular coordenada afectiva. Como el destino final de los trabajadores esclavizados, quienes en abrumadora mayoría nunca lograrían abandonar el ingenio, el cementerio es un escenario extremadamente sentimental y, por consiguiente, de mayor valor ideológico como texto antiesclavista. A diferencia de los artículos discutidos en la sección anterior, un singular personaje, Gertrudis, tiene una caracterización mucho más personal, que incluye ciertos datos sobre su vida personal. Más importante aún, el cementerio, el destino final de Gertrudis y de tantos trabajadores esclavizados en el campo cubano, es reflejo del estado anímico del narrador anónimo, quien hace de la muerte una alusión indirecta a su posición antiesclavista.
Finalmente, dentro de las coordenadas del artículo de costumbre como texto romántico, analizo la función ideológica de las múltiples referencias a los atardeceres y a las noches en los ingenios como reflejo indirecto de la muerte de los personajes esclavizados atrapados en un ingenio. Estas imágenes asociadas al paso monótono del tiempo que regulaba las operaciones laborales reflejan sentimentalmente una desafección al uso de esclavos, habitantes enclaustrados en las zonas extremamente rurales de un ingenio azucarero.
Anselmo Suárez y Romero: escritor costumbrista subversivo
[...] he aquí la pintura, aunque muy por encima, de la clase de labores que hay en estas fincas, y sobre las cuales te hablaré más por extenso en otra carta.
ANSELMO SUÁREZ Y ROMERO7
Los artículos de costumbres, como piezas testimoniales, documentaban tradiciones nacionales dentro de la tradición romántica que, de acuerdo a David William Foster y Daniel Altamiranda, incluían
[...] una extensa producción cultural que se enfocó en la identidad nacional: durante esta época los himnos nacionales de las varias repúblicas fueron escritos, las fuerzas armadas fueron creadas y leyes promulgadas, escudos de armas y banderas adoptadas, las primeras historias nacionales fueron escritas, además [de] textos literarios que buscaban hacer énfasis en elementos no-hispánicos en tradiciones locales reemplazando modelos peninsulares con la cultural regional.8
Emilio Carilla inserta el cuento costumbrista como parte de proyectos nacionales que buscan "el color local y lo pintoresco en el medio americano: sobre todo, la campaña (personajes y ambientes)".9 El objetivo final de la combinación de escenarios claves y personajes tipos, continúa Carrilla, es lograr "una pintura colorida, pintoresca", como reflejo de un fuerte sentimentalismo que inspira la trama del cuento costumbrista.10
El cuento costumbrista tuvo gran arraigo en la Cuba decimonónica como parte de la documentación literaria de un ideario nacional.11 Salvador Bueno, en su antología Costumbristas cubanos del siglo XIX, traza el origen del costumbrismo en la isla a partir de finales del siglo XVIII en artículos publicados en periódicos o revistas que reportaban "sobre tipos y costumbres".12 Las tradiciones culturales, ya sean de origen socioeconómico, étnico o religioso, fueron los temas de ensayos cortos, que comentaban positiva o negativamente sobre costumbres, afianzándolas como buenos ejemplos de un espíritu nacionalista o criticándolas como hábitos que debían ser eliminados para facilitar el progreso moral del país. En su periodo de apogeo, de acuerdo a Bueno, entre las décadas del 1830-1840, los escritores costumbristas cubanos se concentraron en "los más diversos segmentos de la sociedad colonial, las profesiones y los oficios, las costumbres urbanas y rurales, los personajes más curiosos".13
En una primera generación, los escritores románticos latinoamericanos comienzan una producción literaria entre 1823-1855, marcada por el "[p]redo-minio de lo sentimental y del color local (paisaje y hombre), el perfil político social ('literatura social'), el periodismo político y panfletario".14 Stephen M. Hart expande el alcance ideológico de la expresión de lo sentimental:
Es un movimiento literario que promueve la trascendencia, la necesidad y centralidad del amor, que mira al individuo más importante que la sociedad en la cual vive, y hace énfasis en la imaginación y las emociones en lugar de la lógica y la razón, y el cual valoriza la naturaleza sobre la cultura o el ambiente urbano.15
Esta producción dio un tipo de cuento sentimental, que ha sido descrito como "el desborde, melodramático y la nota lacrimosa, en una cuerda que toca con preferencia la pasión erótica y las telas sensibles (paralelo a la novela: goces y penas, y más penas que goces)".16
La descripción de los horribles espacios físicos de un ingenio fue considerada como material subversivo, cuya publicación fue prohibida legalmente en Cuba. Las experiencias vitales de Suárez y Romero, quien se desempeñó como administrador de un ingenio azucarero, se concretan en su documentación de un costumbrismo de tipo rural, que exalta o critica las tradiciones propias del campo cubano. Con excepción del llamado "guajiro", el habitante de la campiña cubana, el habitante "tipo" del campo cubano habría sido el trabajador esclavizado en ingenios, cuyas plantaciones de caña de azúcar con el tiempo dominaron considerables extensiones del terreno nacional antiguamente virgen. A pesar de su alta población, la estricta censura mantuvo un fuerte control sobre la información de los trabajadores esclavizados en los ingenios azucareros.17 Más importante aún, apenas existen hoy en día testimonios escritos por los propios trabajadores esclavizados en los ingenios.18
Suárez y Romero escribió sus artículos de costumbres durante las décadas de 1840 y1850, y fueron publicados en Colección de artículos (1859), una antología de sus variados ensayos literarios. Anteriormente, sus artículos de costumbres tuvieron lectores gracias a la tertulia literaria de Domingo del Monte (1804-1853), destacado mecenas de autores en desarrollo en las provincias de La Habana y Matanzas, centros de cultivo de caña y, por consiguiente, dominados por ingenios azucareros.19 Del Monte, quien también era poeta, tenía una ambigua posición social. Aunque fue dueño de ingenios, mantuvo tendencias abolicionistas mediante su asociación con destacados activistas internacionales.20 Del Monte dependía de una estratificada industria que ha sido definida como: "una gran empresa agrícola, administrada para producir ganancias, usualmente mediante la producción de la exportación de un tipo de cultivo y, frecuentemente, debido a su organización laboral, jerárquicamente estratificada".21 El atractivo potencial económico de los ingenios atrajo el interés de inversionistas extranjeros, quienes suplieron la demanda de artículos relacionados a su operación y como esclavistas.22
La operación de los ingenios permaneció literalmente en las manos de cientos de africanos esclavizados. Los números de los africanos trasladados a Cuba durante la última parte del siglo XVII y principios del xix fueron muy altos. Se ha estimado aproximadamente 325 000 individuos entre 1790-1820.23 A fines del XVIII, en 1791 el historiador cubano Ramón de la Sagra estimó que 56 000 africanos llegaron a la isla.24 Los números no disminuyeron durante el siglo XIX, a pesar de que las leyes internacionales intentaron detener la trata. Sobresalen particularmente las disposiciones del Congreso de los Estados Unidos que, en 1807, hicieron ilegal la práctica esclavista para los ciudadanos americanos. Estas leyes, sin embargo, no surtieron mayor efecto. De hecho, los esclavistas y los inversionistas norteamericanos sostuvieron la trata de esclavos hacia Cuba, a pesar de las campañas abolicionistas internacionales. Estas medidas preventivas incluyeron un bloqueo naval de la isla por el gobierno inglés.25
La historia de la producción azucarera y la creación de los ingenios cubanos dependían del mercado internacional y de una tecnología industrial que facilitara la producción del azúcar.26 A raíz del triunfo de la Revolución haitiana (1791-1804), los ingenios azucareros comenzaron a dominar el campo cubano mediante reformas agrarias que permitieron el cultivo de extensas zonas verdes y la liberación de restricciones con inversionistas extranjeros.27
Los inversionistas extranjeros fueron también responsables de la manipulación de ingeniosos vericuetos legales que permitieron la entrada ilegal de cientos de esclavos, destinados mayormente a trabajos físicos en los ingenios.28 La trata representaba un negocio de grandes ganancias. En 1840, un recién llegado esclavo, conocido como "bozal", estaba valorado entre 250 y 300 dólares. Por su parte, un individuo aclimatado al trabajo del ingenio con destrezas lingüísticas llegaba a mayores precios, entre 300 y 400 o aún más.29
La plantación como escenario literario
La Cuba esclavista que Suárez y Romero vivió a partir de la década de 1840 reflejaba su posición destacada como el mayor productor de azúcar mundial.30 Suárez y Romero, nacido en La Habana en 1818, provenía de una familia asociada a actividades políticas.31 Su padre, aunque tuvo cargos políticos, fue forzado al exilio en 1838 a raíz de vagas acusaciones.32 A raíz de la ausencia del padre, Suárez y Romero tomó empleo como administrador de una plantación, el ingenio Surinam. Localizado en Güines, en la provincia de La Habana, este ingenio era parte de un conglomerado de plantaciones que convirtió la zona de Güines en "uno de los centros de producción de mayor desarrollo comercial a finales del siglo XIX".33 De acuerdo a su biógrafo, Suárez Romero tuvo que interrumpir sus estudios de Derecho y se vio forzado a desplazar a su familia inmediata a la plantación.34 Durante este periodo, a petición del abolicionista del Monte, Suárez y Romero comenzó la redacción de sus artículos de costumbres de tema "campestre", incluyendo una novela corta de corte abolicionista, Francisco, cuya trama se desarrolla en un ingenio. Aunque el manuscrito de Francisco fue encomendado al abolicionista inglés Richard Robert Madden en 1840, junto a los textos inéditos de la autobiografía del esclavo Francisco Manzano y una novela abolicionista, Petrona y Rosalía, por Félix Tanco y Bosmoniel, solo la obra de Manzano fue publicada en traducción al inglés.35 Estas obras literarias habrían servido como documentos abolicionistas para lectores mayormente norteamericanos y británicos, quienes seguían atentamente las controver-siales prácticas esclavistas en Cuba, en particular el brutal maltrato de los peones negros en ingenios azucareros cubanos.
Los cuadros de costumbres de tema laboral realizados por Suárez y Romero documentan las peculiaridades físicas de los ingenios, cuyos nombres se mantienen anónimos, mediante información que mayormente se había mantenido restringida en documentos legales o en diarios de trabajo por administradores de estas afluentes corporaciones rurales. El narrador-administrador traza detalles sobre las diferentes etapas de la producción del azúcar: el cultivo de la caña y su corte, culminando con los procesos de extracción del guarapo y melazas que mediante tecnología extranjera se refinaría en variados tipos de azúcar destinados a la exportación.
Estructuralmente, Suárez y Romero inicia el ciclo de ensayos costumbristas sobre plantaciones de azúcar con "Ingenios", en el cual un narrador anónimo, un recién nombrado administrador de un ingenio, llega por primera vez a su centro de trabajo. El artículo sobresale particularmente por las breves menciones de las coordenadas físicas del ingenio: "las casas del trapiche y de calderas a oscuras, la del mayoral cerrada como todas las de nuestros guajiros en cuanto anochece".36 Con excepción de la casa del mayoral, es decir, el "mánager" de la plantación, un personaje nefasto encargado de la supervisión de los trabajadores esclavizados y los castigos corporales, el narrador comenta sobre estos ambientes laborales mediante "cartas" que el protagonista omnisciente escribe a un lector desconocido, como parte de una novedosa metalectura que produce en el lector del artículo asumir que es su narratario.37 Esta conexión entre lector-verdadero-narratorio y narrador-protagonista-administrador será parte de la intención de crear un ambiente sentimentalista que, como sugiero, toma una característica antiesclavista.
"Ingenios" (1849) abre la serie de artículos, que el narrador describe en su carta a su amigo-lector como una "pintura, aunque muy encima" de un ingenio,38 cuya descripción de las estructuras físicas es claramente negativa: "porque yo no sé, amigo mío, los ingenios, hablándote con franqueza y lo que siento, no me gustan. Visto uno, puede decirse que se han visto todos".39 El presunto aburrimiento es, sin embargo, consecuencia de su procedencia urbana. De hecho, "Ingenios" funciona cronológicamente como la primera inscripción de un diario en el que el narrador, quien viene de una ciudad anónima, documenta su llegada al ingenio.
El futuro administrador hace su entrada al ingenio durante la noche. Su arribo no es motivo festivo. Al contrario, sobresale particularmente el patetismo mágico de la naturaleza rural que refleja su pesadez emocional: "sólo se escuchaba el triste mugir de los bueyes a lo lejos, de cuando en cuando el graznar de alguna lechuza que cruzaba volando por arriba de las casas, y el monótono y cansado silbar de los grillos".40 Esta simbología naturalista, de acuerdo al propio narrador, anticipa malos augurios: "yo no sé, amigo mío, por qué se me abatieron las alas del corazón".41 Se refugia, entonces, en la luna como remedio al animismo sentimental, provocado, como él mismo reconoce, por la anticipación de entrar en contacto con trabajadores esclavizados:
Para distraerme me puse en un extremo del colgadizo, donde daba de lleno la luna, a mirar para nuestro hermoso cielo, y a formar como un niño mil figuras al capricho con las blancas y ligeras nubecillas que impelidas por la brisa se deslizaban por él todas en la misma dirección. Esto me quitó algún tanto la tristeza; pero siempre me quedó en el alma cierta congoja, cierta melancolía que no puedo expresarte, y que solamente conoce aquel que ha dejado a sus amigos a larga distancia, y que además de eso se espera no pasar días muy alegres con las cosas del punto donde está.42
El sentimiento de "siempre me quedó en el alma cierta congoja, cierta melancolía que no puedo expresarte" se extenderá finalmente a la inhabilidad de la comunicación de fuertes emociones ante eventos laborales en el ingenio. Este silencio será roto, sin embargo, mediante una simbología altamente sentimentalista.
El físico silencio duró poco. Aunque era sábado, "la negrada" trabajaba amparada bajo "la claridad de la luna", realizando labores de recolección de "yerba de guinea" para alimentar los caballos.43 Las operaciones, descritas con detalles que sobresalen por su alta calidad fidedigna, se extienden hasta las ocho de la noche. Inmediatamente terminadas estas labores, se organiza un toque de tambores, canciones y bailes por miembros de las diferentes naciones africanas.44 El pasaje ofrece algunos detalles sobre estas interpretaciones musicales, cumpliendo su proyecto etnográfico que el narrador-protagonista había descrito como: "larga será mi estancia aquí, y por consiguiente me sobrará tiempo que dedicar al estudio de nuestras costumbres".45 A diferencia de otros autores costumbristas, no hay juicio negativo de estas actividades, aunque tampoco las coloca como representativas de una cultura popular de la ruralía cubana.
El horario de las actividades en un ingenio da inicio a "La casa del trapiche" (1853), el artículo de mayor contenido testimonial sobre las faenas durante el periodo de la producción de azúcar. El narrador, nuevamente anónimo, se presenta esta vez como el dueño de plantación, mientras supervisa las operaciones: "una noche desde el colgadizo de la casa de vivienda miraba para el batey iluminado por la espléndida luna de nuestra patria, y por donde iba y venía a intervalos el carretón del bagazo".46 Sobresale el uso de vocablos nativos relativos al ingenio. El batey, o el espacio comprendido entre edificaciones de centros de trabajo utilizado como lugar de reunión para los trabajadores esclavizados, el trapiche, o el molino que exprimía la caña de azúcar, produciendo el desperdicio vegetal conocido como el bagazo, son conceptos que no se clarifican en el texto. De hecho, la particularidad de la cultura laboral de los ingenios está aquí documentada por el testigo ocular, en este caso el amo, quien se mantiene al margen de ofrecer cualquier tipo de observación que pudiera tomarse como comentario antiesclavista:
[...] a alguna distancia de las fábricas percibía el grupo de los bohíos. La casa de purga estaba cerrada, pero en la de calderas y en la de trapiche aún no habían terminado los trabajos. Junto a la paila de caña, parte acumulada en los colgadizos y parte formada en el batey, estaban varios negros juntando la que los cargadores habían de llevar en hombros hasta el burro.47
En este momento de la noche, "[m]uchas ocasiones a esa hora", el narrador se traslada a la casa de trapiche con la intención de examinar las operaciones.48 La transcripción de las actividades destaca a los negros trabajadores como responsables por la ejecución eficiente de las faenas:
Pasé por el lado de los juntadores y crucé por entre los cargadores de caña para irme a colocarme cerca de las mazas. El burro estaba vacío al llegar yo; la voraz máquina de vapor, a manera de un monstruo fabuloso, trabajaba rápidamente cuanta caña arrojaban a los largos y relucientes cilindros. Los metedores golpearon en el burro, los cargadores oyeron el ruido, el mayoral estalló el cuero, y en un momento el burro estuvo lleno, y los cargadores entonces, riéndose en son de mofa, amontonaban la caña en el suelo.49
Nótese, además, que la presencia del mayoral, personaje nefasto responsable por los castigos corporales, se mantiene como comentario marginal, introducido soslayadamente; esto es una excepción, ya que esta figura permanece completamente silenciada en el resto de los cuadros de costumbres. Sin duda, el lector de la época se habría preguntado datos básicos sobre este individuo, incluyendo su procedencia étnica y sus funciones laborales en el ingenio.
El pasaje anterior culmina de manera positiva con una yuxtaposición del acoplamiento de la eficacia de una maquinaria industrial y el tremendo esfuerzo del trabajador negro inmiscuido en las diferentes fases de la producción del azúcar:
La maquinaria bramaba, sus ruedas giraban con menos velocidad, las mazas repletas de caña retardaban su rotación, crujían los guijos, y los metedores eran salpicados por chispa y chorros de guarapo. Los brazos y el pecho de éstos, empapados en sudor, brillaban a la luz de las farolas; su incesante movimiento de arrojar montones de caña a las mazas fatigaba sólo de verlo, y aunque parecía que después de tantas horas de faena no debieran ya tener fuerzas para respirar siquiera, todavía conversaban entre los dos, todavía pedían más caña, todavía mezclaban sus roncas voces a las canciones de los demás.50
Al igual que la mención oblicua al mayoral, el peligro de los "metedores" o los trabajadores responsables de alimentar las mazas del molino es tenuemente insinuado. Este tipo de accidente de trabajo era frecuente en los ingenios y dio lugar a terribles episodios que se convirtieron en escenas activistas de textos literarios abolicionistas.
El final del artículo, al igual que en "Ingenios", destaca por su efectivo método de un desvío temático que regresa a la documentación informal de tradiciones musicales negras. Al regresar a su residencia, "la casa grande", el amo-narrador se retira exactamente a la una de la madrugada, momento en el cual una nueva cuadrilla de trabajadores reemplaza a aquellos que habían trabajado afanosamente desde la hora "de prima".51 Esa hora en particular está asociada al horario formal de los rezos,52 como el narrador indica. Sin embargo, no hace ninguna referencia a los esclavizados recogidos para hacer oración (una costumbre de acuerdo a estatutos legales que imponía el catecismo, particularmente para los recién llegados o esclavos bozales).53 La escena regresa, no obstante, a la descripción patética naturalista, que, como en escenas anteriores, indirectamente se conecta a la triste condición emocional (e indirectamente física) de los trabajadores esclavizados:
La mitad del batey estaba en una sombra triste, porque la luna, cerca de su ocaso, iba a esconderse detrás del platanal; pero no había ni una nube en el cielo, y la brisa en sus alas amorosas traía la fragancia de las flores del jardín. Los grillos cantaban en monótona cadencia, y las aves nocturnas graznaban desde los tejados de las casas. Allá a lo lejos se distinguía el remanso del río bañado de luz. Escuché de nuevo el chirrío de los carretones del bagazo y no sé si, de alegría o de tristeza, corrió el llanto por mis mejillas.54
El cuadro termina con una expresión que simpatiza simbólicamente con los trabajadores esclavizados: "desde la cama oía después el ruido del trapiche y a los negros cantando. Las criaturas sensibles saben lo que se experimenta entonces".55
En "Los domingos en los ingenios", Suárez y Romero desarrolla plenamente el ingenio como un escenario viviente, es decir, uno en el cual documenta la vida social y familiar de los trabajadores esclavizados en un ingenio azucarero. De particular importancia en la descripción del transcurso del tiempo es el aburrimiento del narrador debido a la suspensión de las actividades laborales durante el domingo, el único día de asueto para los trabajadores esclavizados:
Si en los ingenios son tristes los días de trabajo, especialmente a la hora de la siesta, aún más tristes son los domingos, porque en aquéllos hay siquiera el recurso, ya que no pueda uno salir a causa del sol a pasear por el campo, de irse al trapiche y a la casa de calderas, y distraerse allí aunque no sea más que con las canciones de los negros.56
La faena de la "molienda", que "para regularmente los sábados a media noche", termina el domingo, "la hora en que se acaba de echar en las hormas del tingladillo toda la azúcar".57 Sin nada que hacer, el narrador pasa los domingos en "los arrabales del ingenio", el área de las viviendas de los trabajadores esclavizados, donde
[...] no oirás más que risas y cantos alegres que te ensancharán el corazón, no oirás más que el ruido de los pilones donde los negros preparan ciertas comidas, el chisporroteo de la leña que arde en medio de la sala de cada bohío con viva llama, el cacareo de las gallinas y el piar de los pollos que vienen de las maniguas a comer los pocos granos de maíz que les riegan sus amos en el limpio de enfrente de la puerta.58
Las mujeres esclavizadas son colectivamente el foco de un artículo que describe algunas de las actividades de asueto que los trabajadores pudieron disfrutar a pesar del constante horario de trabajo. Su presentación es extremadamente positiva y reflejan su importancia en las labores en los ingenios. Se ha estimado que para 1827 la población de trabajadores esclavizados en ingenios constituía 286 942 personas, el 64 % compuesto por hombres.59 Las mujeres entran en escena durante la siesta, luego de trabajos realizados "abrasándose a los rayos de fuego de nuestro sol, van poco a poco amodorrando a los negros, que acaban los más por quedarse dormidos como una piedra sobre las tarimas o sobre la yerba bajo las ramas de algún árbol".60 Mientras los hombres disfrutan el descanso, "las hembras son las que casi todas se quedan despiertas y en movimiento, ya dando de mamar a los hijos, ya lavándolos y sacándoles las niguas, ya cosiendo y remendando sus cañamazos y los de sus novios maridos, ya a orillas del río o de la laguna jabonando la ropa sucia", una caracterización colectiva que se extiende a largos párrafos.61
Las actividades de las mujeres negras incrementan no solo su carga de trabajo, sino que extienden la cantidad tiempo que invierten en las faenas asociadas a su disposición maternal:
Esas negras puede decirse que no descansan ni los domingos ni los días de fiesta, esas negras parece que son hechas de hierro, porque no dormir más que cinco horas durante la molienda, levantarse cuando aun no piensan en lucir los primeros resplandores de la mañana, y estarse metidas, sin más tregua que el rato del mediodía en que vienen a comer a las casas.62
A continuación, se ofrece el listado de sus actividades, que sobresale por su extensión:
[...] entre los cañaverales tumbando caña al sol, al sol derretidor de los trópicos, y en medio de esto, si cae un aguacero, aguando agua y en invierno, el frío, que en el campo y a los africanos penetra hasta los huesos, y luego el domingo y los días de fiesta dar de mamar al hijo, lavar y coser la ropa, guisar la comida, ¡yo no sé, yo no sé cómo tienen resistencia para tanto!63
En la ilustración de las costumbres de las mujeres esclavizadas como eficientes trabajadoras en los ingenios, el narrador da comienzo a un proyecto que ofrece un cuadro psicológico positivo:
[...] a las negras no les falta nunca el tiempo para sus hijos, sus esposos y sus padres, por muy largas y recias que hayan sido sus faenas; cuando las veo peinándose trenza y moño los días de descanso en lugar de acostarse como los negros a dormir, engalanarse con túnicos de zaraza, con pañuelos de vayajá, con collares de cuentas de vidrio de vivos colores, y estar siempre prontas a reír y a cantar y a bailar.64
Esta actitud alegre contrasta grandemente con la actitud nostálgica del narrador, elemento unificador de todos los artículos.
Este domingo de fiesta termina, sin embargo, rápidamente, dando una muestra más del ritmo apresurado del horario laboral:
Mas ese tiempo de huelga y de alegría pronto pasa, porque el trabajo de toda la semana, el sueño de tanto velar en la molienda, y la sombra de los bohíos después de haber estado hasta que la campanada de botar la gente al campo, los gritos del mayoral y el estallido del cuero los hacen levantarse apresuradamente a coger el machete y el garabato.65
La mención de pasada de la "campanada", el instrumento oficial para anunciar los cambios de los turnos de trabajo, es notable. Los trabajadores esclavizados odiaron el sonido de la campana, pues no solo era el marcador del horario laboral, sino también el constante recuerdo de las prácticas religiosas católicas impuestas como parte del proceso evangelizador.
Un escenario sentimental: el cementerio de los esclavos como referente abolicionista
Suárez y Romero intentó un enfoque mucho más testimonial e íntimo sobre las vidas de múltiples tipos de esclavos en "El cementerio del ingenio". Este ensayo costumbrista propone específicamente la documentación de las huellas físicas de diversos trabajadores esclavizados, quienes vivían físicamente limitados por coordenadas asociadas a sus actividades laborales y por los espacios reservados para su vida social. La decisión de examinar ciertas áreas controversiales del ingenio fue una decisión verdaderamente premeditada y, en este caso, seleccionó el cementerio negro en una plantación.
Por un lado, simbólicamente, el cementerio de una plantación habría tenido un contexto ideológico más allá del sentimentalismo romántico del "final de una vida" que el inocente título parece indicar. De acuerdo a la viajera americana Eliza McHatton Ripley (1832-1912), como documentó en su diario de viaje, From Flag to Flag (1888), escrito entre 1865 y 1872, los cementerios en las plantaciones cubanas no eran lugares consagrados ni las iglesias rurales permitían el entierro de esclavos en sus camposantos.66 Por consiguiente, el público cubano de la época, que desconocía casi totalmente la información sobre las prácticas esclavistas en los ingenios, habría intuido una intención abolicionista al establecer un cementerio de esclavos y no una de las fabulosas "casas" técnicas de un ingenio como escenario de este cuadro de costumbres.
Suárez y Romero intentó suavizar la plataforma abolicionista de "El cementerio del ingenio". Su trama es engañosamente simple. Mientras se encuentra de visita en un ingenio durante las vacaciones de Pascua, un narrador anónimo sale "una tarde" de paseo por el ingenio, abandonando a sus amigos y a sus hermanas en la "casa grande" (la residencia del amo), quienes se divertían en un elaborado banquete. La referencia al atardecer se establece como un significante asociado a un tono literario como el "final de una historia":
Como faltaba poco para ponerse el sol, la sombra de los troncos se extendía a larga distancia, los pájaros se guarecían entre las ramas, y las nubes que blancas como la nieve habían corrido antes por el espacio a impulso de los vientos, rodeaban teñidas de magníficos colores, al astro prepotente que iba a ocultarse detrás de los palmares.67
El fin de esta historia es, no obstante, como el título del ensayo insinúa, el cementerio.
El narrador conoce perfectamente la propiedad: camina libremente sin necesidad de un guía, contrario a los viajeros extranjeros, quienes necesitaban de una escolta durante sus visitas a las plantaciones. A diferencia de los extranjeros monolingües, por ejemplo, el narrador mantiene conversaciones sin necesidad de un intermediario. Estas conversaciones son el centro de acción de este extraordinario ensayo, cuya trama convierte en protagonistas a ciertos tipos de trabajadores esclavizados.
El narrador llega finalmente al cementerio del ingenio, y su intromisión provoca el recuerdo de "infinidad de personas de mi familia, infinidad de amigos, infinidad de seres [que] sin tratarlos siquiera había querido [y] respetado profundamente".68 Aunque el lector asume que ciertas marcas físicas en el cementerio han provocado estos recuerdos, sus "personas de mi familia" son, sin embargo, trabajadores esclavizados que habían servido a su familia. Algunos de estos esclavos personalmente tuvieron un impacto en la infancia y juventud del narrador, cuyas historias los convierten en personajes protagónicos en miniescenas costumbristas. El número de estas historietas es potencialmente considerable: unos quinientos esclavos habían sido enterrados en este terreno que "tantas veces regado con el sudor de su frente".69
Un sentido de alegría sobrepone el dolor de las muertes mediante el recuerdo del narrador sobre detalles referenciales de los difuntos como sus nombres de pila, sus etnicidades o sus relaciones personales con otros trabajadores esclavizados. Este tipo de documentación testimonial propulsa indirectamente un proyecto etnológico característico del romanticismo, incluyendo información sobre el diario vivir, por ejemplo, la vestimenta, herramientas de trabajo y animales domésticos.70 Los minirrelatos incluidos en "El cementerio del ingenio" caen, dentro de la categoría narrativa que podría denominarse como "historias de vidas", que provee abiertamente una caracterización positiva de los trabajadores esclavizados, presentados como destacados seres humanos separados de sus responsabilidades laborales.
Entre los esclavos descritos en "El cementerio del ingenio", a manera de ilustración del personaje encasillado en el tipo de ensayo "laboral sentimentalista", se destaca Gertrudis, una joven trabajadora que se caracteriza por su elevado carácter moral. Gertrudis es también la personalización del "esclavo modelo". La trama de la historia personal de Gertrudis depende precisamente de su alma sensitiva, al estilo romántico, una característica que Suárez y Romero concede a un puñado de personajes claves dentro de los parámetros esclavistas en el ingenio.71
El narrador recuerda a Gertrudis como una mujer bella, quien había nacido en la plantación de padre carabalí y madre mandinga, marcas étnicas que parecen servir de indicadores para explicar su particular línea de acción. Establecida como un personaje inusual, su belleza y su comportamiento ejemplar sobresalen en términos románticos, al estilo de una heroína trágica. Como una hija dedicada a su familia, particularmente a su madre, Gertrudis había rechazado una oferta extraordinaria de la señora de la casa, quien la había invitado a formar parte del equipo doméstico de esclavas de su casa principal en La Habana. Sorprendentemente, Gertrudis rompe con la tradición de aceptar este premio extraordinario al cumplir veinte años de edad, ya que prefiere permanecer como trabajadora en el ingenio para mantenerse cerca de su familia. Es un gran sacrificio, pues su trabajo, al igual que el de los hombres, incluía arduas horas en el trapiche, alimentando los rodillos que succionaban la melaza de la caña.
La muerte de Gertrudis promueve indirectamente un comentario abolicionista. Mientras Gertrudis trabajaba fuertemente, sudando junto a los hombres, su mano accidentalmente es atrapada por el rodillo de la prensa, provocando que parte de su cuerpo quede horrendamente destruido. Este accidente laboral, provocado por su extremo cansancio, se refería a la rapidez con que la caña de azúcar, una vez cortada, debía ser triturada inmediatamente para evitar que el jugo sacarino se dulcificara antes de su extracción como guarapo. Llanamente, Gertrudis, dormitando, descuidó su labor, provocándose una horrible muerte, descrita dramáticamente por el mayoral como: "todo el brazo y parte del cuerpo de Gertrudis [...] horrorosamente destrozados".72 Esta declaración del mayoral habría tenido una connotación especial, ya que este temible empleado, quien mantenía brutalmente la disciplina entre los esclavos, fue básicamente apartado por la censura cubana, manteniéndose desconocido por los lectores cubanos del siglo XIX.
La muerte trágica de Gertrudis es parte de una corta escena demarcada por gritos de dolor, al punto de que el narrador dramáticamente declara: "aquella escena desgarradora no se me olvidará nunca".73 El significado ideológico de esta exclamación -el recuerdo de un trabajador esclavizado- contrasta significativamente con un comentario previo, casi una cita sin mayor connotación ideológica, que indicaba que los trabajadores negros frecuentemente eran enterrados sin mayor ceremonia religiosa o sin la participación de sus seres queridos.74 Sin embargo, Gertrudis tuvo un velorio asistido por negros y un grupo identificado como "nosotros", una vaga referencia a miembros de la familia del narrador, quienes, junto a compañeros y miembros de la familia, mezclaron "nuestras lágrimas con las suyas".75
El paso del tiempo marcado por el anochecer, momento en el cual el narrador necesita regresar a la casa -en realidad, para reunirse con familiares y amigos a quienes había dejado abandonados-, termina la trama que simbólicamente manifiesta el estado anímico del protagonista: "el sol se había ocultado y las sombras de la noche habían derramado pavorosas tinieblas sobre los objetos que me rodeaban".76 Rivera-Rodas establece la función de "la observación de la naturaleza como medio para la contemplación de los propios sentimientos" como una característica inherentemente romántica.77 En "El cementerio del ingenio" la oscuridad del cementerio, contrastada con el cielo estrellado -"al pálido fulgor de las estrellas se dibujaban vagamente entre las ramas de los árboles la cruz y las paredes del cementerio"-, provoca en el narrador una reacción gutural que destaca por su marcado sentimentalismo: "las ráfagas del viento, sacudiendo las hojas, traían a mis oídos santas modulaciones. Caí de rodillas, murmuré plegarias, apoyé la cabeza en las piedras de las cercas".78
"El cementerio del ingenio" habría tenido un extraordinario impacto para el lector cubano precisamente no solo por su elevado nivel de simpatía hacia el trabajador esclavizado, sino por su elevada abstracción sobre la muerte. El regreso a la casa grande continúa con un sentimentalismo asociado a su reacción nostálgica ante el anochecer: "al levantarme para volver al batey, sentí que una dicha, nunca antes experimentada, inundaba en celestial arrobamiento lo más íntimo de mi corazón".79 La noche como una metáfora religiosa, ya indirectamente indicada en su referencia a las plegarias por el descanso eterno de "sus amigos", o los trabajadores esclavizados, concluye el ensayo con un párrafo altamente contemplativo:
Hay momentos en que uno como que resucita de prolongada muerte; y por eso, cuando al entrar en la casa de vivienda me preguntaron dónde había estado, cuando luego fuimos al trapiche, y cuando de vuelta a aquélla tocaron el piano y cantaron algunas amigas y mis hermanas, yo me reía de gozo, pero este gozo no tenía el dejo amargo que suele acompañar a las felicidades que vienen únicamente de la tierra.80
En conclusión, Suárez y Romero claramente realzó las vidas de los trabajadores esclavizados dentro del contexto de la estructurada rutina laboral de un ingenio. Su documentación como parte del proyecto de las "costumbres del campo" habría sido de mucho interés para el lector de la época. Los detalles asociados al cultivo de la caña durante la primera parte del siglo XIX, incluyendo la producción del azúcar y la distribución de los productos sacarinos, fueron información novedosa. El funcionamiento de los ingenios se había mantenido limitado considerablemente a su operación mecánica, incluyendo referencias sobre la tecnología extranjera como parte de la maquinaria que refinaba eficientemente la caña en azúcar, o la publicación de manuales científicos sobre los tipos de caña y los métodos apropiados para el cultivo. Aunque los artículos no se presentaron como piezas autobiográficas, la mayor contribución a una literatura de tipo antiesclavista fue su manejo de la abstracción de una abierta simpatía hacia el trabajador esclavizado, que indirectamente reflejaba el proyecto abolicionista censurado en los manuscritos de otros destacados escritores coetáneos. Como he hecho énfasis, el llamado a un tratamiento más humano de los trabajadores negros por Suárez y Romero no debe tomarse a la ligera, ya que devela la fuerte carga del trabajo del peón rural, datos que potencialmente habrían sido motivo de una censura oficial. Más importante, al establecer una relación sentimental entre amo y trabajador esclavizado, como parte de una configuración literaria romántica, como autor costumbrista, Suárez y Romero abiertamente personalizó a una variedad de personajes laborales icónicos negros, a quienes apartó considerablemente del arte estilizado de las plantaciones y de un popular arte que frecuentemente representaba a estos individuos meramente como esclavos mediante figuras estereotipadas y altamente racistas. Por consiguiente, con sus cuadros costumbristas Suárez y Romero dio espacio a la entrada de trabajadores esclavizados como personajes protagónicos representados como destacados seres humanos con sentimientos desasociados de su función meramente laboral.
Suárez y Romero ofreció abiertamente un positivo perfil humano de los trabajadores esclavizados dentro de parámetros ideológicos específicos formulados por una autocensura sobre temas, personajes o situaciones potencialmente consideradas como abolicionistas. Esta selección fue, como he trazado, fríamente calculada. La mayor contribución sociopolítica de sus cuadros de costumbres fue la promoción literaria de ciertos espacios negativos, como el cementerio negro, un área que había permanecido silenciada literariamente debido a su peligrosa alusión al elevado número de muertes de trabajadores esclavizados en ingenios cubanos.
Más importante aún, los trabajadores esclavizados en los cuadros de Suárez y Romero son indudablemente protagonistas de sus propias historias, cuyos nombres y detalles vitales contrastan con la información impersonal que el lector cubano habría leído en las publicaciones oficiales sobre las actividades en un ingenio azucarero. Para el lector común decimonónico, el peón esclavizado en las plantaciones azucareras cubanas fue conocido principalmente mediante los anuncios de compraventa publicados en la prensa, textos con reducida información personal. Los trabajadores esclavizados de Suárez y Romero, en cambio, aparecen plenamente caracterizados, un hecho que invita a la reflexión personal, un ataque indirecto contra el anonimato promulgado sobre temas esclavistas. Un aspecto notable es el desarrollo de una trama que destaca a estos trabajadores como individuos, incluyendo detalles íntimos recopilados por un narrador blanco, quien, como su "amigo", pasa a una función narratológica subalterna de mero personaje secundario, cuya función queda supeditada a narrar la historia extraordinaria de estos inusuales protagonistas negros. Este detalle de evitar la construcción de un texto percibido como autobiográfico es igualmente sobresaliente, un componente integral en la fuerte autocensura que caracteriza estas piezas costumbristas.
El fuerte sentimentalismo en los cuadros de Suárez y Romero se apoya indirectamente en las frecuentes asociaciones con los atardeceres y anocheceres que destacan como parte de un componente existencialista. Para los trabajadores esclavizados, los atardeceres y anocheceres no son el motivo de la tradicional admiración estética romántica, aunque mueven a un narrador anónimo a producir sus más profundas consideraciones existencialistas. Concretamente, el paso del tiempo fue simplemente un burdo reloj natural, indicador de los cambios de equipos de trabajo en cargados de difíciles labores en los ingenios. El valor simbólico del tiempo habría tenido en el lector un impacto emotivo. En los contrastes de los claroscuros de los atardeceres y los anocheceres, el mítico espacio temporal del crepúsculo, los trabajadores esclavizados se encuentran literalmente atrapados en ingenios; la muerte los libera de los fuertes pesares causados por sus pesadas actividades laborales.
El triunfo más notable de Suárez y Romero fue lograr la publicación comercial en Cuba de sus "cuadros de costumbres esclavistas" como parte del ideario oficial romántico cubano de esta tendencia literaria sumamente popular a través de Latinoamérica. El autor logró burlar la censura oficial imperante, a pesar de los referentes directos a las rutinas laborales extenuantes en un ingenio azucarero cubano, información que apenas se publicó oficialmente en textos literarios cubanos, por lo que estos cuadros de Suárez y Romero son una notable excepción en la literatura decimonónica cubana. Más importante aún, las anécdotas sobre las tristes relaciones familiares y sentimentales de los trabajadores esclavizados presagian similares historias de una literatura abolicionista nacional que permanecería inédita en Cuba.81