Introducción
El uso de técnicas de riego y drenaje en la Sabana de Bogotá tiene una historia que se remonta al sistema de agricultura intensiva practicado por los muiscas por medio de camellones1. Técnicas que, incluso, no les eran desconocidas a otras culturas prehispánicas que se asentaron tanto en el territorio de la actual Colombia como del resto del continente americano2. Posteriormente, muchas de estas técnicas entraron en desuso o fueron completa o parcialmente abandonadas ante la introducción de nuevas técnicas de cultivo y de especies animales y vegetales, que, con la progresiva llegada y consolidación de población europea, generaron una transformación radical, generalmente denominada como imperialismo ecológico3. Dependiendo de las exigencias económicas que tenían las nuevas sociedades conformadas a partir del siglo xvi, las formas con las que tuvieron que lidiar con los recursos hídricos disponibles de las regiones en que habitaban fueron configurando diversas estrategias adaptativas que, a su vez, determinaron las condiciones de abundancia o escasez de agua para suplir sus necesidades.
Para el caso de la cuenca del río de Bogotá, que hace parte de la sabana del mismo nombre, muchas de las técnicas de riego y drenaje que se usaron entre los siglos xvii a xix se limitaron a las adecuaciones que los propietarios sabaneros hicieron en sus propios predios para almacenar o desviar el agua de los ríos, “chucuas” (también denominadas ciénagas o más recientemente como humedales) y lagunas que afectaban sus actividades4. Solo fue desde mediados del siglo xix que empezaron a surgir iniciativas de moderna ingeniería hidráulica con el objetivo de desecar, canalizar o represar las aguas de la cuenca del río Bogotá y, de esa manera, mitigar los efectos adversos que una mayor o menor abundancia de agua tuviese sobre las nuevas infraestructuras de transporte (ferrocarriles y carreteras) y la modernización de las haciendas sabaneras (cría y cultivo de nuevas especies animales y vegetales)5. Ya para el siglo xx, el progresivo y luego acelerado crecimiento urbano de la ciudad de Bogotá fomentó una mayor presión sobre los recursos hídricos de la cuenca del río Bogotá para abastecerse no solo de agua potable para el consumo humano, sino adecuar mayores cantidades de agua para la producción de alimentos y generación de energía eléctrica, para lo cual era necesario el estudio, el diseño y la construcción de represas, embalses y compuertas que sirvieran a los propósitos aludidos6.
Este artículo da cuenta de la construcción y el funcionamiento de las obras de moderna ingeniería hidráulica que sirvieron para controlar las aguas de la cuenca media del río Bogotá para funciones de irrigación, como fue la inicial esclusa de La Ramada y las posteriores estaciones de bombeo de agua y canales para su conducción, que formarían el distrito de riego y drenaje del mismo nombre. Dado que estas obras hacían parte de un complejo de obras de ingeniería hidráulica que regulaban todas las aguas de la cuenca del río Bogotá, el estudio se adentra en la configuración de la Sabana de Bogotá como una “naturaleza cyborg”, caracterizada por una hibridación entre elementos naturales y artificiales que darían lugar a “la producción de la naturaleza”7. El estudio se enmarca en la creciente historiografía latinoamericana que, en materia de historia ambiental, ha tenido por uno de sus temas privilegiados los entornos urbanos y la correspondiente transformación de la naturaleza -tanto a nivel de “paisaje” como de “medio ambiente”- a que da lugar8. Para el caso del entorno urbano de Bogotá, hay que mencionar que una de las características de los estudios realizados al respecto radica en que, en el momento de considerar las obras de ingeniería hidráulica que aprovechan las aguas del río Bogotá, el distrito de riego y drenaje de La Ramada no ha tenido un debido protagonismo si consideramos tanto su antigüedad (ya que funciona desde 1939) como la escala de su operación (un promedio de 15.000 hectáreas)9. Aunque hay trabajos pioneros que suplen esa falta de protagonismo del distrito de riego de La Ramada en los estudios sobre los usos de las aguas del entorno urbano de Bogotá, no disponen de una reconstrucción histórica que permita esclarecer sus aspectos institucionales, técnicos y empresariales10.
Por eso, este artículo se propone reseñar las razones y motivaciones que llevaron a construir el complejo de canales, compuertas y estaciones de bombeo que constituyen el distrito de riego y drenaje de La Ramada, y su correspondiente contribución en la transformación de los usos de los recursos hídricos de la cuenca del río Bogotá. Se presentan dos partes: la primera cubre el periodo en el que fueron construidas las principales obras de ingeniería hidráulica que dan origen al distrito de riego de La Ramada y son definidos los responsables de la operación de este dentro de una política estatal cada vez más definida y específica de la explotación del recurso hídrico en la Sabana de Bogotá, en particular, y de Colombia, en general; la segunda parte cubre el periodo en el que el distrito de riego de La Ramada pasa a manos de la Corporación Autónoma Regional de la Sabana de Bogotá y Valle de Ubaté y Chiquinquirá (en adelante, car), entidad pública a la cual pertenece aún hoy día el distrito de riego de La Ramada y por la cual ha sido integrado dentro de una estrategia más amplia de un uso coordinado de todas las aguas de la cuenca del río Bogotá. Se concluye, finalmente, con una reflexión acerca de la importancia de estudiar las políticas modernas de irrigación en Colombia desde la historia ambiental. Así, el artículo tiene como propósito profundizar en la comprensión de los retos que supone, para las ciudades modernas, el uso del recurso hídrico para sus múltiples necesidades y las tensiones y conflictos que esto implica.
El riego y drenaje como parte de la solución a las inundaciones del río Bogotá
La principal preocupación que llevó a que se construyeran las primeras obras de ingeniería hidráulica con las cuales adecuar usos de riego y drenaje en la Sabana de Bogotá fue la de controlar las inundaciones que provocaba el río Bogotá en su cuenca media, correspondiente al área en la que el flujo del río es más sinuoso y la pendiente del terreno es menos inclinada, de manera que las aguas corren más lento y se desborda con mucha más fuerza, al incrementar su caudal en épocas de mayor lluvia11. Así fue como, con ocasión de las inundaciones que se habían reportado en las primeras dos décadas del siglo xx y que obstaculizaban la comunicación de Bogotá hacia el Occidente, el ingeniero Enrique Uribe Ramírez, jefe de obras públicas de la Gobernación de Cundinamarca (territorio al que pertenece Bogotá y la sabana del mismo nombre), realizó un estudio en el año de 1922 en el que recomendaba realizar una serie de rectificaciones al cauce del río Bogotá en su salida hacia el Salto de Tequendama (la única caída de agua del río Bogotá en su trayecto y donde termina la cuenca media de este) para mejorar su capacidad de desagüe12. A la par de dicha recomendación, Uribe Ramírez sugería construir una esclusa a la altura de la hacienda de La Ramada en Funza, que sirviera para interrumpir el curso del río Bogotá y, como consecuencia de ello, derivar las aguas así represadas para hacer un suministro controlado de agua hacia la vecina ciénaga del Gualí. El objetivo de ello era proporcionar un suministro constante de agua para los hacendados limítrofes con dicha ciénaga en épocas de verano (véase mapa 1)13.
Fuente: mapa elaborado según datos del “Estudio sobre la solución que conviene dar al problema de las inundaciones y riegos en la Sabana de Bogotá”, Anales de Ingeniería, n.º 355, 356 y 357 (1922).
La esclusa recomendada era parte de una solución secundaria al problema principal, las inundaciones; pero, debido a que su costo era mucho menor que el de las otras obras sugeridas, fue la que se terminó construyendo. Para llevar a cabo la obra, se constituyó una junta de los propietarios que iban ser beneficiarios de la obra y a quienes se les cargarían los costos de esta. La esclusa fue construida entre mayo de 1924 y julio de 1926, y fue derruida por el río a escasos meses de terminada su construcción.
Para finales de la segunda década del siglo xx, la expansión de Bogotá ya venía motivando el interés de empresarios y funcionarios estatales en aprovechar las aguas del río Bogotá para el lucrativo negocio de la generación de energía por plantas hidroeléctricas. La constitución de las Empresas Unidas de Energía de Bogotá, en 1928, producto de la fusión de la Compañía de Energía Eléctrica de Bogotá con la Compañía Nacional de Electricidad, fue fundamental para la reconstrucción de la esclusa, puesto que la planta del Alicachín, que funcionaba desde 1911, requería para su funcionamiento de un caudal de agua de mínimo 18 m3/s, por lo que a la Junta Especial de Reconstrucción de la Esclusa de La Ramada, constituida en 1931, se le exigía garantizar dicho caudal por cuenta del uso que hiciera de las aguas del río14.
La junta confió la ejecución de la reconstrucción de la esclusa de La Ramada al ingeniero Ernesto McAllister, en 1934, y su operación fue entregada en 1936, al tiempo que el contratista dejó elaborados los estudios de futuros canales de distribución que, a su vez, sirvieran de desagüe para las fincas al sur de la ciénaga del Gualí15. La obra reconstruida cumplía no solo las funciones de recarga de la ciénaga proyectadas originalmente, sino que de la ciénaga se desprendían tres canales que llevaban las aguas hacia el sur hasta desembocar en el canal La Victoria, a cuyo término se encontraba la estación de bombeo de El Tabaco, por donde se descargaban las aguas drenadas por los canales en su recorrido16 (véase mapa 2). La obra reconstruida fue finalmente puesta en operación el 19 de junio de 193917.
Ya para la década de los treinta, empieza a crecer la preocupación por el suministro de agua potable para la ciudad de Bogotá por cuenta de su respectiva empresa de acueducto y por el recién creado, en 1938, Ministerio de Economía Nacional, responsable de estudios del río Bogotá y sus afluentes a favor de medir su caudal y diseñar su oportuna regulación18. Con objeto de estos estudios, se emprendió la construcción de una serie de embalses en afluentes estratégicos del río Bogotá que permitieran retener el exceso de aguas en invierno y generar descargas controladas en verano para mantener su caudal, y así garantizar un suministro permanente para los usos de irrigación, energía hidroeléctrica y control de inundaciones19.
Fuente: Mapa elaborado según información dada por el ingeniero Luis Alberto Londoño en “Apuntes relacionados con algunas labores del Departamento de Aguas y Meteorología del Ministerio de la Economía Nacional”, Tierras y Aguas. Órgano del Departamento de Tierras y Aguas, n.º 17 (1940).
Los estudios de regulación del caudal del río Bogotá venían bien con la proyección que en materia de irrigación hacían ingenieros como Rafael Lleras Franco, quien calificaba de aventajada la posición de Colombia en materia de irrigación frente a países más áridos, como México y Perú. El país presentaba ventajas asociadas a un régimen de lluvias más generoso, lo que a la larga significaba que las obras de irrigación en Colombia, si bien no alcanzarían la dimensión de dichos países, servirían como un complemento a las variaciones extremas entre invierno y estiaje para ayudar a mantener un caudal promedio por medio de descargas controladas desde embalses, a diferencia de las más costosas y supletorias obras de irrigación de dichos países20.
Precisamente, para el caso de la Sabana de Bogotá, Rafael Lleras enfatizaba en que la construcción de embalses en las hoyas del río Bogotá y sus afluentes, como en el caso del Sisga y Riofrío, había permitido “retener los excesos de invierno y aumentar los caudales en verano”, estrategia con la que estimaba almacenar la cantidad de agua suficiente como para que extremos de caudal que oscilaban entre 2 y 80 m³/s se aproximaran al que sería por varios años el caudal promedio del río antes de la construcción de las obras de Chingaza, en 1985, que fue de 18 m³/s 21.
De esa manera, se iniciaron las obras del embalse del río Sisga, y el término de los estudios respectivos para el embalse de Riofrío, en 1943, para que, al año siguiente, la fuerte inundación del río Bogotá hiciera ver con mayor urgencia el feliz término de estas obras y su necesidad22. La reseña que de esta inundación hacen los agricultores de la Sabana deja entrever, precisamente, que las soluciones previstas para las inundaciones de la región en parte seguían siendo las recomendadas hace dos décadas, como era mejorar el desagüe a la altura de la compuerta del Alicachín23. Sin embargo, se empieza a insistir, con mayor fuerza, en la necesidad de culminar las obras que permitieran regular el caudal del río, como son el caso del embalse de los ríos Sisga y Neusa, más aún cuando el área afectada por la inundación fue de, aproximadamente, 20.000 ha, poco más del equivalente beneficiado por las obras de La Ramada24.
En vista de un antecedente como el de la inundación de 1944, los esfuerzos por unificar bajo una misma autoridad todo lo correspondiente a las aguas de uso público se empezaban a hacer manifiestos25. Desde entonces, y hasta la disolución del Ministerio de Economía Nacional en 1947, el Departamento de Irrigación de esta entidad se encargó tanto de llevar a cabo la operación y el mantenimiento de las obras de irrigación de La Ramada como de la dirección de la Comisión de Estudios e Irrigación del río Bogotá, creada en 194626.
La efectiva coordinación para uso de las aguas de la cuenca del río Bogotá vino de la mano del Instituto Nacional de Aprovechamiento de Aguas y Fomento Eléctrico (Electroaguas), creado por la Ley 80 de 194627. Bajo el liderazgo de su primer director, el ingeniero Julián Cook Arango, las obras de adecuación de tierras y aprovechamiento de aguas de uso público, en principio, quedaban bajo dirección de esta entidad; pero, rápidamente, las exigencias de sus funciones a nivel nacional lo llevaron a dedicar sus mayores esfuerzos a los planes de electrificación nacional en detrimento de las labores correspondientes a irrigación28.
En fecha tan temprana como 1949, Cook reconocía que, en materia de irrigaciones, el criterio de rentabilidad era fundamental, por lo que solo se comprometía con aquellas que apoyaran cultivos de alto valor comercial, como el arroz y la caña de azúcar. Así fue el caso del Tolima, con el proyecto de irrigación en los ríos Saldaña y Coello para el cultivo del arroz, y en el Valle del Cauca, con el canal de Bugalagrande para el azúcar29. Además, para el caso de la Sabana de Bogotá, Electroaguas no tenía la propiedad de obras como la del Sisga (en manos de la Caja Agraria) y la del Neusa (en manos del Banco de la República), lo que dificultaba la unificación y centralización en materia de aguas que tanto se pedía y su complementariedad con la irrigación30.
Al ser conscientes de esa situación, el gerente de la Empresa de Energía de Bogotá, Jaime Samper; el gerente de Electroaguas, Julián Cook; junto con Francisco Wiesner, representante del Acueducto Municipal de Bogotá, coincidieron en considerar el conjunto de la Sabana de Bogotá y sus recursos hídricos como un solo recurso que debía ponerse a cargo de una sola entidad que lo administrara y coordinara31. La entidad para dicho efecto debía seguir el ejemplo de la Tennessee Valley Authority (tva), de los Estados Unidos, y llevar a cabo la culminación de las obras de ingeniería hidráulica que dieran un control al 100% de su caudal respecto al 20% aprovechado hasta entonces32.
Lo cierto es que, a lo largo de la primera mitad del siglo xx, se fue interviniendo de manera progresiva la cuenca alta y media del río Bogotá en sentido sur-norte desde el Salto del Tequendama, respectivamente con las obras de Alicachín (1911; para energía eléctrica), la esclusa de La Ramada (1925, 1939; irrigación) y los embalses del Sisga y Neusa (1951; agua potable)33. Aprovechadas en su totalidad las aguas del río Bogotá en su cuenca alta y media, y ante la dispersión de la propiedad de las obras de ingeniería hidráulica que intervenían el agua del río, se piensa en una solución similar a la de la Corporación del Valle del Cauca (cvc), entidad que fue constituida en 1954 por recomendación y estudio del mismo David Lilienthall, quien fue por 10 años el primer director de la tva34.
Así fue que se constituyó la Comisión de Aguas de la Sabana de Bogotá, en mayo 28 de 195835. Dentro de un articulado muy sucinto, la Comisión tendría toda potestad sobre la autorización de uso de las aguas de la hoya del río Bogotá y cuantas obras existentes y futuras sirvieran para la explotación de dichos recursos, con el deber, a su vez, de realizar informes de su gestión al Ministerio de Agricultura36.
La Comisión sirvió como ensayo de coordinación entre las entidades que conformaban su Junta Directiva, a saber, el ministro de Agricultura, y representantes del Banco de la República, Empresa Unida de Energía Eléctrica de Bogotá, Acueducto Municipal de Bogotá y Sociedad de Agricultores de Colombia37. Debido al reconocimiento de las personalidades que confluyeron en esta Junta, la Comisión de Aguas bien pudo reputarse de ser una “junta de notables”, a la que el liderazgo de quien fue su administrador, Francisco Wiesner Rozo, le dio un sesgo empresarial que fue garantía de la conciliación de intereses sobre la negociación de los usos de las aguas de la cuenca alta del río Bogotá que pretendía la entidad38. Este sesgo empresarial era confirmado por Electroaguas, al evaluar las obras sujetas a jurisdicción de la Comisión, como las correspondientes a la esclusa de La Ramada y la desecación de los pantanos de Fúquene, ya que ambas eran reputadas como rentables bajo los parámetros presupuestarios con los que Electroaguas las recibió y seguía manejando a finales de los años cincuenta39.
La regulación sobre las obras de La Ramada y la desecación de los pantanos de Fúquene no era sino una parte de la gestión conjunta que la Comisión ejercía sobre la Sabana de Bogotá y el valle de Ubaté y Chiquinquirá, jurisdicción sobre la que ya empezaba a proyectar la conexión de ambas cuencas por intermediación de obras, como las del embalse de Tominé40 (véase mapa 3). Las bases para una administración regional sobre la Sabana de Bogotá estaban creadas.
El distrito de riego de La Ramada bajo gestión de la CAR
En la ponencia presentada por el senador Virgilio Barco en 1961, este argumentaba que:
“El Instituto de Aprovechamiento de Aguas y Fomento Eléctrico construyó las obras de la Laguna de Fúquene y la compuerta de La Ramada y opera actualmente esta última. El Banco de la República construyó y opera la presa del Neusa y ha desarrollado algunas obras de reforestación. La Caja de Crédito Agrario construyó y opera la presa del Sisga, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado construyó y opera las presas de La Regadera y Chisacá, el Acueducto de Tibitó y ha emprendido la reforestación de algunas zonas cercanas a la ciudad de Bogotá en una extensión aproximada de siete mil hectáreas. La Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá ha construido y opera las plantas hidroeléctricas y la presa del Muña y está construyendo la presa de Tominé con una capacidad de seiscientos millones de metros cúbicos […].
A medida que una nación se desarrolla comienza a formarse en la opinión pública conciencia de que los problemas y necesidades trascienden las divisiones de carácter político o administrativo. Esto es especialmente cierto en el caso de las cuencas hidrográficas. Solamente cuando se vuelve insuficiente el agua para fines de consumo humano, de irrigación o de generación de energía, se llega al convencimiento público de que el limitado caudal requiere obras de regulación y conservación, y que su distribución entre las distintas necesidades debe determinarse según estricta prelación.
Asimismo, al intensificarse el desarrollo comienza a ser importante planificar la localización de las industrias y el control de la disposición de los desperdicios industriales para evitar la contaminación de las aguas. También sería absurdo suponer que dentro de una misma cuenca una entidad opere las presas y otros los canales de irrigación y sus compuertas; y muy grave para toda la comunidad el que se agotaran los bosques de las laderas o no se propendiera por su reforestación”41.
La reseña histórica presentada por el ingeniero y senador Virgilio Barco, acerca de las obras de regulación de aguas en la Sabana de Bogotá y la exigencia de una coordinación respectiva de estas por una misma autoridad, resumía una ambición sostenida por ingenieros al servicio del Estado y propietarios de la Sabana desde hacía varios años. Además de complementarse bastante bien con la legislación nacional en materia agraria del presidente de entonces, Alberto Lleras Camargo42. Tal ambición fue finalmente consumada con la expedición de la Ley 3.ª de 1961 (en cuya elaboración fue presentada la ponencia del senador Barco ya citada), con la que se creó la Corporación Autónoma Regional de la Sabana de Bogotá y Valle de Ubaté y Chiquinquirá (CAR), entidad que, tan pronto fue fundada, recibió de Electroaguas la administración del distrito de riego y drenaje de La Ramada, y cuyo primer director fue el economista Enrique Peñalosa Camargo, uno de los principales promotores de crear una entidad que tuviera jurisdicción sobre las aguas de la cuenca del río Bogotá43.
En el momento de crear la car, la experiencia en el uso de las aguas de la Sabana de Bogotá recaía, fundamentalmente, en la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá (eeeb) y la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (eaab). Debido a su experiencia, la eeeb y la eaab tendrían un representante en la Junta Directiva de la car en sus primeros 2 años, mientras la recién creada entidad aprendía el manejo coordinado de las principales obras hidráulicas que controlaban el caudal del río Bogotá, como eran los embalses del Sisga y el Neusa, a los que se sumaría después el embalse de Tominé, terminado en 196844. De esa manera, se garantizaba una continuidad, teniendo en cuenta la breve trayectoria de la Comisión de Aguas de la Sabana.
Debido a que los ingresos de la car dependían en un 90% de la sobretasa del impuesto predial sobre el territorio de la ciudad de Bogotá, que estaba dentro de su jurisdicción, los representantes de la eaab y la eeeb, en la Junta Directiva de la car, se apoyaron en este argumento por mucho tiempo para presionar en favor de sus proyectos45.
Además, como resultado de la expansión urbana de Bogotá, los respectivos vertimientos que se hacían en ríos tributarios del río Bogotá, como el Juan Amarillo, el Fucha y el Tunjuelo, fueron deteriorando la calidad de las aguas del río Bogotá a la altura de las compuertas de la esclusa de La Ramada. Por eso, la car demolió estas compuertas a finales de los sesenta y dejó en servicio solo la estación de bombeo que desde 1956 Electroaguas había construido en el punto en el que se derivaban las aguas por el canal que comunicaba el río Bogotá con la ciénaga del Gualí 46.
Ya en 1962, la car estaba contratando estudios de ampliación del distrito de riego de La Ramada, pero las asignaciones presupuestales de entonces priorizaron inversiones fundamentalmente en estudios sobre el comportamiento de los ríos y las lluvias de la región, y de obras de infraestructura para los municipios de la región, como acueductos, vías y redes de telefonía; por lo que restringía su operación en materia de irrigación al mejoramiento de las bombas y compuertas del distrito de La Ramada y la limpieza de sus canales47. Este mantenimiento a los canales, las compuertas y las estaciones de bombeo del distrito de La Ramada era realizado con una frecuencia anual, en la medida en que las aguas contaminadas tomadas del río Bogotá corroían los tubos de las bombas y las planchas de las compuertas, además de deteriorar los suelos irrigados48.
Sin embargo, para la década de los sesenta, la preocupación fundamental de la car era la disposición de cantidades suficientes de agua del río Bogotá, no su calidad, ya que la contaminación del agua a la altura de la cuenca media del río Bogotá no afectaba su principal provecho, que consistía en la generación de energía eléctrica. Así lo resumía uno de los principales analistas del país, el economista canadiense Lauchlin Currie, quien lideró en 1950 una de las primeras misiones de asesoría ofrecidas por el Banco Mundial desde su existencia, y en cuyas recomendaciones para Colombia estaba priorizar la generación de energía eléctrica para sus crecientes ciudades, como Bogotá.
Así, en 1965, Currie afirmaba que:
“como no toda el agua que se utiliza para acueductos e irrigación vuelve al río Bogotá, sino que parte se desaparece o se pierde, existe la posibilidad de que, sin ningún control o porque así pueda convenir, las pérdidas y o consumos netos en esos dos usos, lleguen en el futuro a ser tan grandes que las plantas de energía eléctrica queden con caudales que hagan imposible o antieconómica su operación. Sin ningún control también, la libre utilización de agua para riego podría limitar el consumo de agua para acueductos a niveles inferiores a aquellos que impondría la natural limitación del caudal del río Bogotá y de sus afluentes”49.
La car, entonces, después de asegurar el caudal que requiriera la demanda de aguas para la eaab, debía decidir cuál era su segunda prioridad: si el riego o la generación de energía eléctrica50. En el análisis de Currie, la generación de energía eléctrica debería tener prioridad respecto al riego, básicamente porque, al comparar los valores monetarios de la época, las aguas destinadas a energía eléctrica reportaban mayores ganancias que las destinadas a riego51. Finalmente, Currie concluía que:
“parece imposible justificar el caso de agua para irrigar campos de pasto, cebada, papas y trigo” [a lo cual añadía con un argumento utilitarista clásico que] el controlar el uso del agua por parte de los propietarios de tierras aledañas al río es un problema difícil y desagradable. De todos modos, la car debe tener presente que el principio de mayor bien a un mayor número debe ser el imperante en este caso, que el 90 por ciento de la población de la Sabana es urbana, que económicamente tiene prioridad el satisfacer sus necesidades y, finalmente, que el 90 por ciento del ingreso de la car proviene de Bogotá D.E.”52.
Con el fin de dirimir este problema de prioridades, se constituyó, por iniciativa de la car, el Comité Hidrológico, en 1967, en el que confluían representantes de la eeeb y la eaab con la car para coordinar la operación de los embalses de la región y satisfacer las necesidades de agua53. Después de 4 años de buen funcionamiento, las relaciones se empezaron a complejizar, al punto que:
“cuando el Acueducto necesitaba agua para la Planta de Tibito, la Energía le decía: ‘no le suelto agua porque esa agua para generar’… Nosotros (la car) manejábamos el Neusa y el Sisga… Por teléfono nos decía el Acueducto: ‘abran, suelten el agua’ y la Energía decía: ‘pero cómo van a abrir’… Era una cosa de locos”54.
La labor principal del Comité Hidrológico de la car consistía en administrar lo que llamaban el “agregado”, que no era sino la suma de millones de metros cúbicos almacenados por los embalses del Neusa, Sisga y Tominé55. Este agregado había caído en una situación crítica después de que su capacidad máxima, que rondaba en los 876’000.000 m3, llegara apenas a los 170’000.000 m3 en marzo de 198156. El balance en materia de irrigación en la Sabana no era más alentador, puesto que, a pesar de disponer de tierras planas y suelos de excelente calidad para así acometer una agricultura intensiva, la car no “[había] iniciado la ejecución de un Programa General de Riego que permit[iera] realizar una eficiente explotación de un alto porcentaje de sus suelos en un futuro cercano”57. A diferencia de otras regiones del país, que en materia de expansión de obras de irrigación eran atendidas por el Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (Incora), creado en 1961, y posteriormente por el Instituto Colombiano de Hidrología, Meteorología y Adecuación de Tierras (himat), creado en 1976, la Sabana no era una prioridad para expandir su zona irrigada más allá de las 8.000 ha aprovechadas bajo el sistema de riego y drenaje de La Ramada, dadas las prioridades de usos del agua aclarados anteriormente58.
Como resumen y síntesis de la visión ingenieril que venía primando en la comprensión de la naturaleza en la Sabana de Bogotá, el ingeniero Jaime Arias Restrepo, encargado de reseñar el progreso de las obras hidráulicas en la Sabana de Bogotá desde la Sociedad de Ingenieros de Colombia, concluía que:
“hasta ahora, la prioridad en la utilización del volumen importante de las aguas de los ríos de la Sabana la han tenido los servicios de Energía y de Acueducto para Bogotá; las necesidades de riego en la Sabana no se han tenido en cuenta […] Creo que en adelante la situación debe cambiar. Y la verdad es que comenzó a cambiar cuando la Empresa de Acueducto se fue a Chingaza y la de Energía a Chivor para buscar lo que necesitaban”59.
Lo cierto es que la car terminó fomentando la irrigación en la Sabana simplemente ampliando la escala de operación del distrito de riego y drenaje de La Ramada, al empezar la construcción de dos nuevas estaciones de bombeo, la del Chicú y Mondoñedo, con los respectivos canales de distribución que aumentaban las hectáreas beneficiadas con riego (véase mapa 4)60.
Fuente: Mapa elaborado con base en la información encontrada en Alberto Vega, Impacto ambiental de los Distritos de riego de La Ramada y Bojacá sobre los humedales aledaños en la Sabana de Bogotá (Gainsville: Tropical Research and Development Inc., 1990).
La puesta en marcha de la estación de bombeo del Chicú y el respectivo canal que la comunicaba con el ahora conocido como “humedal” Gualí-Tres Esquinas replicó el modelo recomendado de provisión de riegos recomendado desde 1922, al servirse de nuevo del Gualí como una especie de embalse natural; concepto similar acompañaba la expansión proyectada desde la estación de Mondoñedo con la laguna de La Herrera, para servirse de esta última también como un embalse natural. Aunque se pretendía, de esa forma, asegurar mayores cantidades de aguas para el incremento de la irrigación en la Sabana de Bogotá, asimismo aumentaba el problema de la contaminación de sus aguas. El proceso de ampliación de la irrigación con el consiguiente aumento de la escala geográfica de los usos del agua concerniente a su cantidad como a su calidad coincide con un cambio en la misión de la car producto de las transformaciones del Estado colombiano en materia de lo que con mayor frecuencia se hará conocer como “medio ambiente”.
En el momento de ampliar la infraestructura del distrito de riego y drenaje de La Ramada, cambiando su punto de captación de aguas sobre el río Bogotá en 1988, la car estaba estructurando un empréstito con el Banco Interamericano de Desarrollo (bid), con el que quería poner en marcha una de las iniciativas más ambiciosas: el Plan Maestro de Saneamiento Ambiental de la Cuenca del Río Bogotá, en el que se contemplaba, precisamente, la ampliación de la irrigación en la Sabana61. La naturaleza de un proyecto como el que propuso la car bajo la dirección de Enrique Ángel Turk, en 1988, reunía buena parte de los principales elementos que estaban en juego durante la transformación institucional que estaba viviendo el país en ese entonces, desde diversos frentes; nos detendremos en uno de ellos: la relación entre conservación de los recursos naturales y el desarrollo económico.
En Colombia, la promoción de la conservación de los recursos naturales renovables adquirió una promoción crucial con la creación del Instituto Nacional para el Desarrollo de los Recursos Naturales (Inderena), en 1968, y, especialmente, con la expedición del Código de Recursos Naturales de 1974, cuyas disposiciones, en materia de política “ambiental” (término que precisamente empieza a ser incorporado con más frecuencia desde entonces), dieron como resultado orientaciones en materia de creación de áreas protegidas, administración y uso de recursos naturales (agua, suelo, flora, fauna, aire) y manejo de residuos y desechos62.
Parte de distinguir entre "conservación" y "desarrollo" obedece a la evolución misma con la que desde instancias como la Organización de las Naciones Unidas (onu) se venía planteando lo referente a la conservación de los recursos naturales. Lo que va de la Conferencia de la onu de 1949, en Nueva York, a la de 1972, en Estocolmo, marca la evolución de una visión optimista inicial en 1949, que considera la conservación y el desarrollo como dos agendas que marchan paralelas, a una visión más pesimista, en 1972, que empieza a plantear una polarización entre el desarrollo económico y la protección ambiental. Los desarrollos de ambas conferencias se van a incorporar, de manera relativamente temprana en Colombia, en el primer caso con las recomendaciones de la misión de Lauchlin Currie ya mencionada, y con las reformas al Inderena, hechas en 1973, bajo la dirección de Julio Carrizosa Umaña63.
Es importante tener en cuenta estos antecedentes, puesto que, en el caso que hemos venido estudiando, la car incorpora, en su evolución, esta tensión entre conservación y desarrollo, especialmente en lo que se refiere a la explotación de un recurso natural renovable, como el agua, ya que precisamente tenía que seguir las disposiciones del Inderena respecto al Código de Recursos Naturales expedido por esta entidad64.
El proyecto propuesto entonces del Saneamiento Ambiental del río Bogotá por cuenta de la car a finales de la década del ochenta del siglo pasado trataba, precisamente, de hacer compatible la conservación con el desarrollo, al tener
“por objeto mejorar las condiciones ambientales y productivas de la cuenca alta del río Bogotá, mediante el mejoramiento de la calidad de las aguas para permitir su utilización múltiple en abastecimiento de agua potable, en actividades agrícolas y pecuarias y para preservar la flora y la fauna”65.
La totalidad de los cincuenta millones de dólares adquiridos por el empréstito con el BID por la car fueron los recursos con los que “se inició en forma el plan integrado de descontaminación del río” y, de paso, la construcción de las infraestructuras de canales y estaciones de bombeo con las cuales expandir las tierras beneficiadas por riego en 16.440 ha netas adicionales a las 5.560 ya existentes, que incluían un nuevo distrito en el área del río Bojacá y la laguna de La Herrera, equivalente a 2.095 ha netas66. El total de las casi 18.500 ha beneficiadas con riego (y drenaje) fue, fundamentalmente, una cifra proyectada en el transcurso de la ejecución del proyecto, que, a su vez, quedaba incluida dentro de 535.500 ha que se buscaba incorporar para riego a nivel nacional bajo el Programa Decenal de Adecuación de Tierras (1991-2000), diseñado por el Departamento Nacional de Planeación (dnp)67. Al ser la ampliación del riego todavía una ambición de las políticas de desarrollo, su justificación se hizo bajo los parámetros y principios del “desarrollo sostenible”, que propendía, simultáneamente, por el desarrollo económico y la protección ambiental.
Desde un aspecto institucional, los principios del “desarrollo sostenible” eran oficialmente incorporados en la nueva Constitución Política de Colombia, aprobada en 1991, cuyo articulado hacía explícitas referencias a la protección del medio ambiente y del cual emanaron las justificaciones para la creación del Ministerio de Medio Ambiente por cuenta de la expedición de la Ley 99 de 1993, y reforzadas con las disposiciones en la materia que proveyó la cumbre de la onu, en Río de Janeiro, realizada en 199268. Por disposición de esta ley, se declaró a la Sabana de Bogotá como de “interés ecológico nacional”, con destinación prioritaria a la actividad agropecuaria y la conservación forestal69. La incorporación de la vocación agropecuaria de la Sabana, en términos de conservación, se daba como resultado de constatar que el desbalance entre los suelos destinados a cultivos y los destinados a usos industriales y urbanos hacía que, para el caso de la Sabana de Bogotá, proyectos como la ampliación del riego de La Ramada tuvieran por justificación que “el desarrollo intensivo de la agricultura en los mejores suelos podría limitar la expansión de la ciudad de Bogotá sobre los mismos”70.
Con la convicción de poder llevar a cabo las exigencias de la Ley 99 de 1993, la car, que ahora estaba bajo la autoridad del Ministerio de Medio Ambiente, empezó a ejecutar el Plan de Saneamiento Ambiental, en la misma medida en que fue delegando la totalidad de sus funciones de desarrollo en los municipios y departamentos en los que se extendía su jurisdicción, con el problema que ello supuso para sus fuentes de financiamiento, puesto que Bogotá se empezó a negar a retribuirle los recursos por cuenta de la sobretasa al impuesto predial71. Con menos recursos y varios retos por delante en su nueva función exclusiva como autoridad ambiental, la car, al heredar el compromiso con la ampliación del distrito de La Ramada como parte de su anterior competencia como entidad promotora de desarrollo regional, siguió haciéndose cargo de la operación y el mantenimiento del distrito de riego y de la construcción de las infraestructuras prometidas, entre las cuales se encontraba la terminación en 1994 de las estaciones de bombeo de El Pino y Mondoñedo (véanse las imágenes 1 y 2)72.
Además, el distrito de riego y drenaje de La Ramada es hasta el día de hoy uno de los pocos cuya propiedad y operación siguen bajo la administración de entidades como la car. Por cuenta de una legislación cada vez más específica en temas ambientales, y sobre adecuación de tierras, como la Ley 41 de 1993, se exige llevar a cabo procesos de capacitación y concesión de los distritos de riego en manos de los usuarios73. Política análoga se venía dando en países latinoamericanos con una tradición en irrigación mucho más robusta que en Colombia, como México, donde las autoridades se concentraban en la administración del recurso hídrico y la calidad de este, en vez de la construcción y operación de obras de infraestructura hidráulica, lo que sí les competía a los propietarios beneficiarios de estas obras, mientras el Estado se limitaba a cobrar por el uso del agua que seguía bajo su dominio74. En Colombia, esta concesión de los distritos de riego a los usuarios se empezó a practicar desde que el distrito de riego de Coello-Saldaña en el Tolima fuera entregado a la respectiva asociación, en 1976, por lo que ya existían referentes al respecto para el objetivo de la car, de entregar el distrito de La Ramada en concesión75.
El proceso de concesión del distrito de La Ramada a los usuarios sigue pendiente de consumarse, debido, precisamente, a que, si bien las obras construidas mantienen un funcionamiento regular en materia de riego y drenaje, la contaminación de las aguas que circula por los canales y estaciones de La Ramada sigue siendo una preocupación para la car; a la altura de la estación de bombeo del Chicú, que es donde actualmente se extraen aguas del río Bogotá, su contaminación es palpable en la espuma que tiene el agua, al empezar a circular por los canales del distrito, como también lo es en el color con el que sale al ser devuelta al río Bogotá en la estación de El Tabaco76 (véase imagen 3).
Aunque la estación de bombeo del Chicú se encuentra a escasos metros aguas arriba de la desembocadura del río Juan Amarillo, la contaminación de las aguas que capta a estas alturas suele tener suficientes elementos nocivos no-orgánicos que, con el solo recorrido a cielo abierto por los canales, no es suficiente para ser tratados de manera natural y disueltos a lo largo de su recorrido77. Aunque el volumen de las aguas extraídas a nivel anual del río Bogotá desde la estación del Chicú no varía sensiblemente de lo que se extraía anteriormente desde el punto de La Ramada, tiene el agravante de que, al estar conectado con cuerpos hídricos como el complejo de humedales (o “chucuas”) del Gualí y la laguna de La Herrera, los niveles de estos son mantenidos artificialmente con aguas que no contribuyen a su saneamiento, como de hecho se lo propuso el proyecto bid-car anteriormente mencionado78. Esta situación es una de las razones por la que los usuarios del distrito de La Ramada se niegan a recibir en concesión lo que consideran se puede convertir, a futuro, en un “alcantarillado a cielo abierto”79.
Conclusiones
A lo largo del presente artículo, se ha dilucidado cómo las aguas de la cuenca del río Bogotá, a lo largo del siglo xx, fueron usadas, principalmente, para proveer de agua potable y energía hidroeléctrica a una creciente ciudad como Bogotá, por medio de modernas obras de ingeniería hidráulica, como embalses y represas, en vez de canales y estaciones de bombeo para funciones de irrigación. A pesar de ello, la construcción y operación del distrito de riego y drenaje de La Ramada ha funcionado desde 1939 y su administración por cuenta de la car desde 1961 lo ha mantenido como una de las principales infraestructuras de irrigación del país.
El acelerado crecimiento urbano de Bogotá durante el siglo xx, que ha transformado radicalmente la cantidad y calidad de agua en la cuenca del río del mismo nombre, hace parte de la compleja interacción entre naturaleza y sociedad en los entornos urbanos, lo que, a nivel mundial, ha hecho necesario comprender los múltiples usos del agua y la competencia por dicho recurso. La creciente literatura, enmarcada en la historia ambiental, da cuenta de ello, y, para el caso de Colombia, en general, y de la Sabana de Bogotá, en particular, es vital poder profundizar en los modernos usos del agua para irrigación, que, como en el caso del distrito de riego y drenaje de La Ramada y la cuenca media del río Bogotá, permiten estudiar las contradicciones contemporáneas entre las políticas de desarrollo económico con las de conservación del medio ambiente, entre otras.