Introducción
En lo sucesivo se emplearán con frecuencia los términos "animales humanos" para aludir a los "seres humanos" o "sociedades humanas", y "animales no humanos" en lugar de "animales", a fin de aproximar conceptualmente a todos los seres que formamos parte del reino animalia. Anteponer la categoría "humano" a la de "animal" tiene, al menos dos, problemáticas: por un lado, ha implicado extirparle al ser humano su condición animal, con lo cual se reduce o nulifica la empatía entre animales humanos y no humanos; por el otro, enfatiza una supuesta superioridad del ser humano por encima de los otros seres vivos, para justificar acciones de dominio. Al respecto, Horta (2017) dice que los seres humanos se han regocijado en el hecho de sentirse especiales y estar aparte de los "animales", de modo que el uso de los términos de animales humanos y animales no humanos tiene la función ética de evitar el especismo.
El objetivo de este trabajo es presentar cómo a través del tiempo se ha construido la geografía de los animales como una subdisciplina de la geografía, la cual se ha constituido transversalmente con las geografías física, social, económica, política y cultural. La geografía de los animales ha sido referida por Philo y Wilbert (2000, 4; traducción propia) como el estudio de "las complejas relaciones humano-animales con el espacio, el lugar, la ubicación, el medio ambiente y el paisaje", mientras que para Urbanik (2012, 38; traducción propia) se trata del "estudio de dónde, cuándo, por qué y cómo los animales no humanos se cruzan con las sociedades humanas". De acuerdo con Urbanik (2012), se han generado tres olas de investigación dentro de la geografía de los animales, las cuales son retomadas en el presente trabajo para articular los discursos que caracterizan a cada una de ellas.
La primera ola está asociada con la zoogeografía (centrada en los espacios de los llamados animales silvestres) y la segunda con la geografía cultural (conexa a los paisajes culturales y atingentes a los llamados animales domésticos). Estas dos olas tienen en común que se sustentan en el paradigma humanista, el cual, en este caso, incide en la producción de una geografía antropocentrista que valora a la otredad animal como inferior al ser humano y, en consecuencia, le permite disponer de ella como recurso de su propiedad. Pero desde finales del siglo pasado surgió la tercera ola, o nueva geografía de los animales, que desde el poshumanismo se mostró más empática en su relación con los animales no humanos; esto se logró gracias a evidencias filosóficas y científicas que concluyeron que los animales no humanos son seres sintientes, autoconscientes y con intereses propios, por lo que no había justificación ética para que fueran vistos como simples recursos (Hribal 2014).
Este artículo se divide en cuatro partes: en la primera se expone la metodología; después se elabora una breve cronología del conocimiento empírico y científico de los animales no humanos y sus alusiones espaciales; enseguida se abordan las bases filosóficas humanista y poshumanista que, implícitas o explícitas, han marcado bases de análisis científico en la geografía de los animales; a continuación se reflexiona sobre los postulados teóricos que han dado lugar a las tres olas del pensamiento en la geografía de los animales; por último, se revela que los estudios críticos animales han permitido la emergencia de la geografía crítica de los animales que, al asociarse directamente con el activismo, se considera como una eventual cuarta ola de la geografía de los animales.
Metodología de la investigación
Para lograr el objetivo de este artículo se hizo una revisión bibliográfica amplia de documentos escritos sobre geografía de los animales, así como de otras disciplinas involucradas en su construcción como subdisciplina, tales como la filosofía de los animales, la historia de los animales y los estudios críticos animales. Con todos los textos revisados se puede afirmar que el análisis académico que envuelve a la geografía de los animales se ha dado básicamente desde alguno de los dos posicionamientos filosóficos dominantes: el humanismo y el poshumanismo; y, aunque algunos trabajos especifican la base filosófica de su reflexión, lo cierto es que la gran mayoría no la desvelan, si bien se puede inferir.
De esta manera, uno de los retos principales del presente trabajo fue el de discernir los planteamientos filosóficos centrales del discurso relativo a la producción académica que envuelve a la construcción de la geografía de los animales como subdisciplina científica; de ahí que se tomara a la hermenéutica como un método cualitativo de esta investigación, el cual consiste en la interpretación de los textos a partir de la fenomenología que, a su vez sostiene, "el investigador explicita las perspectivas filosóficas de su aproximación, orientadas a percibir la manera como la gente [y los textos] interpreta[n] un fenómeno" (Ángel 2011, 19).
Los textos que analizan las relaciones espaciales entre animales humanos y no humanos desde el poshumanismo se han publicado, apabullantemente, desde el ámbito anglosajón, aunque desde disciplinas variadas como la filosofía, la geografía, la sociología y la etologia, y bajo diferentes bases teóricas. Para poder comprenderlas se hizo una interpretación de textos a partir de la hermenéutica diatópica, porque ésta "es un procedimiento de traducción entre saberes pertenecientes a sistemas culturales diversos, así como un modelo para el diálogo intercultural" (Vergalito 2009, 20). Con la interpretación de textos a través de la hermenéutica diatópica se logró una consistencia hermenéutica que, según Flores, Vázquez y Sánchez (2014), tiene que ver con lograr una explicación coherente.
Algunos estudios históricos de los animales no humanos de incidencia en la geografía
La observación y el estudio de las relaciones entre animales humanos y no humanos y sus interacciones espaciales no es reciente. Las pinturas rupestres del paleolítico evidencian la importancia que para los humanos tenía la otredad animal en la prehistoria: bisontes, caballos, osos, lechuzas, mamuts, rinocerontes y felinos fueron plasmados más grandes y más dinámicos que los humanos; estas obras expresaron la dificultad de su cacería, así como el temor y la admiración que le tenían a la otredad animal (Berenguer 1996). En contraste, las pinturas rupestres del neolítico representaban la domesticación de animales no humanos y proporcionaron a los humanos mayor conocimiento de sus cuerpos (Lewis-Williams y Clottes 1998).
La sistematización de aquellos saberes se consolidó en las antiguas civilizaciones occidentales con el desarrollo de la escritura (Lewis-Williams y Clottes 1998). Aristóteles, por ejemplo, fue precursor de la ciencia zoológica con su "taxonomía animal", que tomó en cuenta hábitat, relaciones con el medio y estilos de vida territoriales de los animales no humanos (Flores y Terán 2017; Pellegrin 1986).
En este mismo periodo, Empédocles buscó los orígenes de la historia natural de la "animalidad" a partir de una "zoogonía" (tentativa de introducir la historicidad en toda vida animal no humana como resultado de una evolución en el tiempo y en el espacio), más allá de establecer solo diferenciaciones entre animales no humanos de los humanos (Llored 2017). Posteriormente el naturalista latino Plinio el Viejo recopiló y realizó numerosas observaciones de la vida y del comportamiento animal en sus espacios, que luego apoyaron estudios zoológicos en el medioevo (Springer y Holley 2012).
Según Morales (1996), los bestiarios de la Edad Media aludían a la diversidad de los animales no humanos a los que, reales o no, se les añadían enseñanzas morales y se establecían analogías con el comportamiento humano, con frecuentes conexiones espaciales:
[...] el simbolismo animal refleja la mentalidad medieval hacia los animales, pero también hacia los hombres porque lo más interesante de ese simbolismo sería subrayar el aspecto de la asociación entre hombres y animales, por cierto, en buena parte dominado por el miedo y los sentimientos de culpa, pero también por el control no definitivo del hombre medieval sobre la naturaleza. (Morales 1996, 230)
El Renacimiento se caracterizó, entre otras cosas, por retomar el conocimiento científico y filosófico desarrollado en la Edad Antigua, lo cual se evidenció en la recopilación enciclopédica textual y visual que, sobre los animales no humanos, se hizo sobre aspectos biológicos y culturales, reales o no (Resl 2009). Posteriormente, René Descartes -importante constructor del pensamiento moderno- dio un paso decisivo en fortalecer el posicionamiento jerárquicamente superior del "hombre" -tal como se ha solido nombrar al ser humano- como el señor y propietario de la naturaleza, y negó definitivamente que los animales no humanos tuvieran alma y capacidad de sentir dolor, al aseverar que solo eran autómatas, máquinas vivientes (Springer y Holley 2012). Las premisas de Descartes ocasionaron que los animales no humanos empezaran a ser vistos como objetos coleccionables para fomentar la investigación zoológica y que se popularizaran las prácticas de anatomía comparada y de vivisección a estos seres, mientras permanecían vivos durante un buen tiempo (Springer y Holley 2012).
Durante los siglos XVII y XVIII, en la conformación de la Ilustración, la ciencia y el método científico dominaron la forma de obtener conocimiento y, junto con las expediciones hacia el nuevo mundo, como la de Alejandro de Humboldt, implicaron renovar las antiguas clasificaciones taxonómico-zoológicas de los animales no humanos (Malamud 2011). Por ejemplo, Carl von Linné, uno de los zoólogos más importantes del periodo ilustrado, desarrolló una taxonomía que sentó las bases de toda clasificación de los seres vivos (Weisz 1997). Por su parte, Georges Louis Leclerc (el Conde de Buffon) fue un naturalista francés que se interesó más en el comportamiento de los animales no humanos que en su anatomía, por lo que se considera el padre de la etología, ciencia que estudia el comportamiento de la otredad animal en sus espacios naturales (Springer y Holley 2012).
En este momento se consolidó el estudio de los animales no humanos como objeto de estudio en las disciplinas científicas modernas.
Para el siglo XIX la zoología se consolidó como una subdisciplina biológica enfocada en estudiar lo que se denominó la "vida animal" pues, según Campbell y Hodos (1991), en esta época se abandonó la idea platónica de la scala naturae en la que los organismos son ordenados de manera lineal, continua y progresiva, y cuyo producto último y superior es el ser humano. Jean-Baptiste Lamarck propuso la primera teoría de evolución de la vida que sugería la trasformación de las especies de formas simples a unas de mayor complejidad, según se enfrentaban al cambio de ambientes geográficos o hábitos (Burkhardt 2013). Georges Cuvier, naturalista francés, estableció una reclasificación "animal" desde el punto de vista estructural, basada en leyes generales de la morfología de los sistemas de los organismos "animales" y que derivó, posteriormente, en estudios paleontológicos y de anatomía comparada. Finalmente, los aportes sobre evolución y genética de Charles Darwin y de George Mendel proporcionaron las bases para el desarrollo de toda la ciencia biológica en general -incluida la zoología- y que, sin duda, influyeron en la investigación geográfica (Springer y Holley 2012).
A principios de siglo XX Nikolaas Tinbergen y Konrad Lorenz impulsaron a la etología como una disciplina encargada de estudiar el comportamiento de los animales no humanos en su hábitat natural en vez de, como lo hacía la zoología, observarles en experimentos controlados (Álvarez 1994). En este mismo periodo, la biología empezó a estudiar a los organismos completos desde dos escalas: molecular y celular, así como desde sus relaciones ecológicas. Por supuesto, la zoogeografía retomó las bases de la zoología y la etología para constituirse como una rama de la geografía (Urbanik 2012).
A finales del siglo XX e inicios del XXI los avances tecnocientíficos en el análisis de ADN han favorecido el conocimiento y la clasificación de los animales no humanos, al tiempo que la manipulación experimental ha puesto de manifiesto las condiciones y consecuencias poco éticas en la forma de hacer ciencia. De esta forma, la bioética se erige como una disciplina que aboga por replantear y cuestionar la validez de las relaciones entre animales humanos y no humanos en nombre de la ciencia o del beneficio del ser humano. Sobre estos nuevos planteamientos filosóficos poshumanistas el estudio de los animales no humanos en la geografía ha empezado a tomar un nuevo rumbo a partir de la nueva geografía de los animales y la geografía crítica de los animales (Urbanik 2012; Wolch y Emel 1998); incluso, es posible detectar áreas del conocimiento geográfico especializadas, como la geografía del turismo, que han atraído estas perspectivas a sus casos de estudio (Fennell 2012; Markwell 2015; Quintero y López 2018a, 2018b).
Bases filosóficas de la geografía de los animales: humanismo versus poshumanismo
El humanismo ha ido de la mano con la idea de civilización. Elias (2016) señala que el concepto de civilización se ha construido, en gran medida, al disociar a los seres humanos del resto de los animales, en el entendido de que los primeros son creadores de cultura y, con ello, esencialmente superiores. Para Elias (2016, 137) la civilización es una "cierta estructura de las relaciones humanas, de la sociedad y de un cierto modo de organizar los comportamientos humanos" e implica un "control y autocontrol que se expresa en el aumento del umbral de la vergüenza y el desagrado" (15). Pero, específicamente, ¿a qué tiene vergüenza y desagrado el ser humano construido dentro de la civilización? Según Elias (2016, 205) "en el curso del movimiento civilizatorio, los seres humanos tratan de reprimir todo aquello que encuentran en sí mismos como 'caracteres animales'".
En la misma línea de Elias (2016) se puede asumir que términos como "hombre", "humano", "ser humano", "humanidad" y "sociedad humana" son fundamentales para exaltar la parte cultural del Homo sapiens y obnubilar o desaparecer -al menos en el discurso- su parte animal y considerarla como inferior. Para la geografía, como disciplina que estudia el espacio humanizado, la corriente humanista ha significado un avance notorio frente a corrientes positivistas que estudian procesos socioculturales, en el sentido de que la geografía humanista incorpora una dimensión subjetiva y cargada de emociones en la construcción y comprensión del espacio y no solamente modelos criticados ad nauseam por su deshumanización.
Pero la geografía humanista al otorgar una posición central al ser humano también ha contribuido, junto con otras ciencias, a fomentar la construcción antropocéntrica del entorno espacial, es decir, a posicionar al ser humano como superior ante el resto del mundo vivo. A pesar de ello, hay todo un sistema de opresión entre los animales humanos y los no humanos que revela también las desigualdades de la propia sociedad humana. Por ejemplo, Fennell (2012) evidencia que los seres humanos privilegiados en el mundo son los hombres europeos y blancos, quienes ejercen su poder consciente o inconscientemente sobre los "otros" humanos, como las mujeres o las personas no europeas y no blancas; y, en su conjunto, estos grupos ejercen dominio y opresión en la otredad animal (Figura 1). Aunque la geografía humanista ha logrado revelar las desigualdades dentro de la sociedad humana, no ha evidenciado sus relaciones inequitativas con los animales no humanos.
Fuente: traducido y reconstruido digitalmente por María de Lourdes Godínez Calderón, Fennell 2012, 65.
El discurso humanista afirma que
la figura del 'hombre' [sic] está naturalmente en el centro de las cosas; es enteramente distinto a los animales, las máquinas y otras entidades no humanas; es absolutamente conocido y cognoscible a 'sí mismo'; es el origen del significado y la historia; y comparte con todos los otros seres humanos una esencia universal. (Castree y Nash 2004, 1345; traducción propia)
Esa esencia universal es básicamente su racionalidad, que le ha permitido separarse, distanciarse y abstraerse de "la naturaleza" para conocerla y dominarla (Kwiatkowska 1999).
Es tan manifiesto ese dominio sobre la naturaleza por parte del ser humano que, como dice Harari (2016, 88), desde que la vida apareció en la Tierra ninguna especie había "cambiado por sí sola la ecología global", salvo el Homo sapiens. Este ha invertido dramáticamente la naturaleza al punto de que el mismo Harari (2016) señala que en la actualidad, de los 1.100 millones de toneladas de biomasa de animales grandes, el 27% somos animales humanos, el 64% animales no humanos domesticados (sobre todo ganado) y solo el 9% son animales no humanos silvestres, que otrora dominaran el espacio geográfico y que en la actualidad peligra su supervivencia.
La academia mundial, desde los últimos decenios del siglo pasado, se ha encontrado con que estas transformaciones ecológicas han supuesto un desastre ambiental global y, a fin de mitigarlo, ha generado plataformas teóricas humanistas como el desarrollo sostenible, el cual tiene el propósito de establecer un equilibrio entre ambiente, sociedad y economía a fin de no comprometer el bienestar humano de las generaciones futuras (ONU 2015, 2019). Asumir que lo relevante es el bienestar del ser humano actual y futuro en torno a la idea de sostenibilidad es, sin dudad, una posición antropocéntrica que no da cabida al bienestar de los animales no humanos -vistos como accesorios a las necesidades humanas- tal como ocurre en la geografía humanista.
A diferencia del humanismo, el poshumanismo plantea un posicionamiento ontológico y epistemológico muy diferente en la relación entre animales humanos y no humanos y, en consecuencia, las aproximaciones teóricas en la geografía son diferentes. El poshumanismo es un discurso crítico filosófico de las humanidades y las ciencias sociales que tiene dos vertientes de reflexión e implicación ética en el ser humano: por un lado, su relación con la nueva era de la información y la tecnología; y, por el otro, su preocupación en plantear que los animales humanos y no humanos deben tener consideración moral de igualdad (Chavarría 2015; Cudworth 2011; Cudworth, Hobden y Kavalski 2018; Miah 2008; Urbanik y Johnston 2017; Wolfe 2010). En gran medida, la idea de tener consideración moral de igualdad entre animales humanos y no humanos se basa en el pensamiento poshumanista de filósofos como Francione (1995), Regan (1983) y Singer (1975), quienes, en una u otra forma, aluden a que los animales humanos y no humanos poseen intereses primarios: no padecer dolor, no sufrir y preservar su vida.
Estos intereses primarios se refuerzan, en gran medida, con el hecho de que una amplia cantidad de animales humanos y no humanos tienen un sistema nervioso central que les da la cualidad de la "sintiencia" -es decir, la capacidad de tener experiencias y la autoconciencia del dolor y el placer (Barquero 2017; Faria 2016; Horta 2017)-, la cual ya ha sido reconocida oficialmente por la comunidad científica mundial desde la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia:
La evidencia convergente indica que los animales no humanos tienen los sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de los estados conscientes junto con la capacidad de exhibir comportamientos intencionales. En consecuencia, el peso de la evidencia indica que los humanos no son únicos en poseer los sustratos neurológicos que generan conciencia. Los animales no humanos, incluidos todos los mamíferos y aves, y muchas otras criaturas, incluidos los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos. (Low 2012, 2; traducción propia)
Estas evidencias científicas y las recientes reflexiones filosóficas han sido un soporte primordial del poshumanismo para deconstruir las ideas de superioridad del Homo sapiens, autodecretado como único "sujeto" con el derecho de ver y tratar como "objetos" al resto de animales (Chavarría 2015). El poshumanismo no debe ser considerado como antihumanismo sino más bien como una dirección filosófica que cuestiona las nociones históricas de "humano" y "naturaleza humana" (Ferrando 2013; Hayles 2008).
Asimismo, el poshumanismo amplía su preocupación moral por comprender las subjetividades de los animales en general y no solo focalizarlas a la especie humana, así como las implicaciones éticas de esto. Con ello, debe quedar claro que el poshumanismo no es un fin y que tampoco trata de asumir la superación del humanismo, puesto que ello significaría negar el pasado, sino que debe verse como un paradigma paulatino que reescriba su historia, plagada de binarismos antropocéntricos (Miah 2008).
Bajo el poshumanismo se ha desarrollado un campo holístico, multidisciplinario e interdisciplinario llamado estudios humano-animales. Estos reflexionan sobre los animales no humanos vinculados al mundo humano, exponen las construcciones culturales que se han establecido hacia ellos y analizan las representaciones insertas en las culturas humanas que trascienden en la forma en que los animales no humanos son vistos, usados y tratados (DeMello 2012). Con esta base filosófica la geografía, observadora de las interacciones del ser humano en entornos en los que también existen animales no humanos, no ha estado exenta de comprender fenómenos en que se manifiesten las relaciones de lo humano y lo animal, pero bajo un nuevo planteamiento ético que resignifica las posiciones que el ser humano ha dado a la otredad animal (Buller 2014).
Geografía de los animales a través del tiempo
Urbanik (2012) muestra un panorama histórico de la geografía de los animales a partir del siglo XIX, cuando se constituyó como una subdisciplina de la geografía; esta geógrafa reconoce tres olas importantes que han supuesto tres etapas paradigmáticas de la geografía de los animales; cada ola se diferencia de las otras por sus bases ontológicas y epistemológicas (Tabla 1); las olas primera y segunda están insertas dentro del paradigma humanista y la tercera en el poshumanista.
Primera ola: la zoogeografía
Centrada en el estudio de los animales no humanos silvestres, a mediados del siglo antepasado, la primera ola de la geografía de los animales respondió a los intereses espaciales del momento, ya que los viajes de exploración y la expansión colonial europea proporcionaron todo un caudal de nuevos datos y experiencias, además de que se popularizaron los conocimientos geográficos y se formalizó un estado social de opinión favorable hacia la geografía (Unwin 1995).
Para este momento, dentro de la biogeografía, emergió la zoogeografía como el estudio de la distribución de especies animales en los ecosistemas y su evolución a través del tiempo geológico (Wiens y Donoghue 2004). La zoogeografía decimonónica estuvo influida por los trabajos sobre evolución y selección natural de Charles Darwin y Alfred Wallace (1823-1913), y por la zonificación del planeta de Philip Sclater (1829-1913) que en los años cincuenta del siglo pasado propuso seis regiones zoológicas que se siguen utilizando hoy en día: Paleoártica, Etiópica, Indomalaya, Australasia, Neártica y Neotropical (Holt et ál. 2013).
La zoogeografía del siglo XIX e inicios del XX, que ha permeado en la actualidad, ha respondido al paradigma filosófico humanista cartesiano soportado en la división entre sujeto y objeto (Mayda 1998). Así, al no considerarse epistemológicamente como animales, los humanos han observado al resto de los miembros de su especie como meros recursos u objetos naturales (Taylor 2012). De modo que en estos primeros estudios de la zoogeografía los animales humanos no solo están separados de toda la demás vida biológica, sino también se entienden superiores y trascendentes; y se genera un sistema dualista que abstrae la diferencia y la jerarquiza entre humanos y no humanos (Collard y Gillespie 2015a, 2015b).
Segunda ola: geografía cultural y ecología cultural
En el siglo XX surgió la segunda ola de la geografía de los animales, marcada por el valor comercial, instrumental, ecológico y práctico que históricamente los animales humanos le han dado a los no humanos (Urbanik 2012). Mientras que la biología y la zoología estaban cada vez más interesadas en clasificar y describir a las especies de animales no humanos, su ambiente y distribución con fines conservacionistas, la geografía humana generó estudios tendientes a su cosificación: desde la geografía económica los animales no humanos se han visto como parte de un proceso productivo en el que toman el papel de materias primas y recursos para el ser humano y, desde la geografía cultural, se han estudiado los efectos que la domesticación ha tenido en la conformación de paisaje y en las relaciones entre animales humanos y su medio (Urbanik 2012).
El estudio de los animales no humanos en la geografía cultural estuvo fuertemente soportado por la ecología cultural de la Escuela de Berkeley, uno de cuyos trabajos más trascendentes fue el del famoso geógrafo Sauer (1969); sus estudios trataban de develar la concepción simbólica y económica de los animales dentro de la cultura humana (Begon, Harper y Townsend 1986). Este enfoque rechazaba al determinismo ambiental y a la domesticación como un fenómeno exclusivo para la supervivencia; por lo tanto, la relación entre animales humanos y no humanos se asociaba con el papel de la economía, la religión, las prácticas y valores locales, y la afinidad hacia otras especies (Johnston 2008). Si bien se advierte una ligera variación en cómo son vistos los animales no humanos, estos aún no figuran como sujetos porque se les asocia con una masa de vida biológica no-humana que existe en relación dualística con la vida humana (Collard y Gillespie 2015a, 2015b).
Tercera ola: la nueva geografía de los animales
La emergencia de la nueva geografía de los animales se dio en los años noventa del siglo pasado, debido a la confluencia de factores como los siguientes (Adams 1991; Emel, Wilbert y Wolch 2002; Horta 2012; Speth 2009): 1) se fortaleció como concepto el especismo, considerado como una presunción irracional de superioridad humana frente al resto de especies animales, o bien, como la valoración moral diferenciada entre especies de animales no humanos, en ambos casos, conlleva a una discriminación negativa; 2) el reconocimiento de que el capitalismo neoliberal había acelerado el daño ambiental llevó a considerar que también los animales no humanos habían sido afectados, y que habían estado a la sombra del especismo, sin derechos; 3) el feminismo -claramente en contra del sexismo- extendió su plataforma teórica y militancia política para luchar contra el especismo; y 4) la fuerte interacción entre las nuevas geografías humana y cultural, la teoría social, los estudios culturales, la ética ambiental, entre otras, brindaron gran riqueza en la compresión espacial de las otredades no humanas.
Otros elementos más particulares incidieron en el fortalecimiento de la nueva geografía de los animales, por ejemplo: Wolch y Emel (1998) intentaron, de forma aislada y precavida, abordar la cuestión de los animales humanos para visibilizarlos como objeto de estudio en la geografía, en busca de establecer condiciones de igualdad con el ser humano. Philo y Wilbert (2000) se cuestionaron qué podría desarrollarse si los conceptos de la "nueva" geografía cultural se aplicaran a las relaciones entre animales humanos y no humanos. Con la emergencia del poshumanismo, la geografía comenzó a defender la subjetividad animal y, con ello, a evidenciar la necesidad de desempaquetar la "caja negra" de la naturaleza para avivar las comprensiones del mundo (Whatmore 2006).
Se empezó a revelar el papel de los animales no humanos en la construcción espacial de la sociedad, su cultura, así como en la vida individual de los humanos, al tiempo que con las evidencias en la naturaleza de la subjetividad animal no humana se buscó ejercer agencia para lograrles condiciones de igualdad con los humanos (Hovorka 2017). Así, la nueva geografía de los animales, que toma en cuenta sus espacios vividos, sus territorios y sus interacciones, se perfiló hacia el entendimiento de cómo y por qué las relaciones entre animales humanos y no humanos han cambiado con el tiempo y el espacio, y cómo las ideas y representaciones que los seres humanos tienen de los animales no humanos les dan forma a su identidad personal y colectiva (Anderson 1997; Elder, Wolch y Emel 1998).
La nueva geografía de los animales posee dos características que la definen: amplía el espectro a todas las relaciones humano-animales (incluidas aquellas francamente ocultas como el comercio sexual entre animales humanos y no humanos), y establece que los animales no humanos también son sujetos que conducen su propia vida, independientemente o no de la presencia y relaciones humanas hacia ellos (Urbanik 2012). Como parte del postulado de Collard y Gillespie (2015a, 8; traducción propia) de que "ya no hay una línea divisoria clara entre los humanos (sujetos) razonables, emocionales, agenciales y conscientes, por un lado, y los animales (objetos) 'tontos', pasivos y mecánicos, por el otro", Urbanik (2012) define como un interés primordial en la nueva geografía de los animales el entender dónde, cuándo y cómo los animales no-humanos se intersectan en las sociedades humanas.
La nueva geografía de los animales desvela cómo la calidad de vida de los humanos, en general, se basa en el uso y explotación de los animales no humanos, pues la sociedad humana ha creado categorías antropocéntricas que justifican su "teleología" o finalidad última (Flores y Terán 2017). De esta manera, Urbanik (2012) alude a tres grandes grupos de animales no humanos: 1) los de trabajo, que a su vez los subdivide entre los etiquetados para la educación (laboratorios, zoológicos), los de servicios (tiro y carga, pastoreo, caza, de apoyo en el cumplimiento de la ley, terapias, compañía) y los de entretenimiento (grabaciones y filmaciones, circos, peleas, carreras y rodeos); 2) los de granja, reconocidos como aquellos que en algún momento han sido extraídos de su entorno silvestre para su domesticación y obtener de ellos no solo alimentos sino muchos otros productos, como aquellos usados en la industria textil y farmacéutica; y 3) los silvestres, aquellos que permanecen en entornos relativamente distanciados de la ecúmene, pero que no están exentos de su expoliación a través de la caza o la pesca.
Con esto, Urbanik (2012) deja ver que las relaciones entre animales humanos y no humanos son espacialmente ubicuas, con límites económicos, políticos, sociales, culturales, legales y ecosistémicos, en función de las necesidades humanas, de modo que la nueva geografía de los animales también evidencia las relaciones jerárquicas inequitativas.
Tradicionalmente, los seres humanos han creado lugares concretos (espacios físicos) para legitimar su relación con los animales no humanos, asumiendo, antropocéntricamente, de qué manera pueden servir al ser humano: en zoológicos, granjas, laboratorios, áreas protegidas, lugares de crianza, entre muchos otros. Así, la nueva geografía de los animales se ha mostrado particularmente interesada en estudiar las características de estos espacios porque revelan las condiciones de vida de la otredad animal y cómo el análisis de su ubicación (placing) favorece la comprensión de la cuestión animal, el sometimiento histórico hacia ellos y cómo los seres humanos los inscriben en sus imaginarios (Urbanik 2012).
Es interesante observar que la nueva geografía de los animales rescata la propuesta de Ingold (1995) sobre el "habitar", que establece que tanto los animales humanos como los no humanos crean y habitan mundos de vida a través del registro de sus prácticas corporales (Jones 2009). Este giro poshumanista evidencia que cada cuerpo de vida animal humana y no humana se conecta con su ambiente a través de sus sentidos (Azevedo, Pimenta y Sarmento 2009). Al mismo tiempo, la teoría de la agencia animal asevera que los animales no humanos crean sus mundos propios y vivencias, que construyen su conocimiento y creencias, y que poseen una inteligencia activa y práctica (Dreckmann 1999; Knight et ál. 2004). Los efectos políticos de esta propuesta buscan que a los animales no humanos se les reconozca su derecho al territorio a partir de una ética menos antropocéntrica y más incluyente, a partir de un "antropomorfismo responsable" (Bear 2011; Johnston 2008).
En torno a los animales no humanos inmersos en el mundo humano, Philo y Wilbert (2000) hacen una distinción espacial a partir de dos categorías geográficas: los "espacios animales" (animal spaces), aquellos en donde los animales no humanos viven en entornos humanos predefinidos, bajo la dominancia del ser humano que los observa como la otredad, controlada por medio de enclaves cerrados y vigilados que les desprovee de su bienestar. En contraste, en los "lugares bestiales" (beastly places), aunque los animales no humanos se desarrollan en espacios humanizados, han logrado desconectarse -al menos parcialmente- de su dominio y sus normas; los animales no humanos, vistos antropocéntricamente como plagas (palomas, ratas y ratones, gatos y perros asilvestrados, etc.) logran sobrevivir, alcanzar sus propios fines, lograr sus hazañas propias y experimentar sus propias alegrías y sufrimientos; desde la perspectiva humana, estos lugares parecen anárquicos y los humanos somos los extraños.
Finalmente, con base en Massey (1993), Urbanik (2012) dice que las interacciones entre animales humanos y no humanos están definidas por geometrías del poder y que sus asimetrías -básicamente de sometimiento humano- están estrechamente asociadas con los espacios en que se llevan a cabo y el tipo de interacciones. Desde esta posición, abordar el problema del espacio no solo implica dar cuenta de una dimensión presente en toda actividad humana, sino que la comprensión de la espacialidad es una manera de aproximarse a los procesos a través de los cuales se constituyen una sociedad, sus patrones culturales y su identidad (Massey 1993; Velázquez 2013).
La geografía crítica de los animales: ¿la cuarta ola?
El surgimiento y desarrollo de la geografía crítica de los animales ha tenido como soporte principal a los estudios críticos animales (critical animal studies), campo científico interdisciplinario surgido a principios del siglo XXI y cuyo interés principal no solo es la investigación académica y la reflexión ética de las relaciones entre animales humanos, sino de que esto secunde el compromiso político y el activismo. La demanda de que las y los académicos se involucren en la vida pública para militar a favor de los derechos de los animales hace pensar que la geografía crítica de los animales es en realidad una nueva ola dentro de la geografía de los animales, la cuarta.
Aunque desde los años sesenta del siglo pasado, dentro del activismo social y político en contra del capitalismo, surgieron diferentes movimientos de liberación animal y ya se investigaban las relaciones entre animales humanos y no humanos desde la antropología, la sociología y la ecología política (Best et ál. 2007; Noske 1989; Sayre 1999; Taylor y Twine 2014), hasta el 2001 -con el surgimiento del Centro de Asuntos de Liberación Animal en Estados Unidos- se empezó a consolidar una sociedad de académicos y activistas que buscaban ser parte de "acciones, teorías, grupos y movimientos radicales y revolucionarios para la liberación total y para desmantelar todos los sistemas de dominación y opresión, con la esperanza de un mundo justo, equitativo, inclusivo y pacífico" (ICAS 2018). Este centro se convirtió en 2007 en el Instituto de Estudios Críticos Animales y logró extenderse más allá de Norteamérica, con sedes en Latinoamérica, África, Europa y Oceanía (ICAS 2018).
La urgencia por actuar en contra de la explotación animal no humana definió a los estudios críticos animales, que no solo investigan la cuestión animal sino también su condición material y simbólica (Taylor y Twine 2014; Urbanik 2012; Wolch y Emel 1998). Se pronuncian en contra de la explotación, el sometimiento y la esclavitud animal (zooesclavitud), y buscan transformar las posiciones amorales, apolíticas, acríticas, especistas y conservadoras, dentro de la academia, así como establecer nexos con el activismo: "llaman a una renovación conceptual, innovación metodológica, teórica [...] intentan romper entendimientos normativos de la academia misma [...] desean avivar a la sociedad civil para trabajar hacia el cambio social progresivo" (Taylor y Twine 2014, 4; traducción propia).
Los estudios críticos animales se han soportado en dos ideas sociológicas y filosóficas nacientes en el siglo XXI: el ecofeminismo y la teoría de compromiso social (social engagement theory); ambas buscan "deconstruir" el pensamiento humanista para entender las interrelaciones entre un mundo antrópico heterogéneo y la llamada "naturaleza" (Buttimer 1990; Johnston 2018).
Así como el feminismo lucha contra la idea binaria de que lo masculino es superior a lo femenino, el ecofeminsimo cuestiona la presunción de que el ser humano es superior a la naturaleza, de hecho argumenta que los valores de la masculinidad hegemónica han llevado a la dominación de los animales no humanos, tal y como ocurre hacia las mujeres. De modo que el ecofeminismo plantea que no puede haber una liberación femenina sin tomar en serio el dominio que el ser humano ha hecho de la naturaleza: el ecofeminismo implica quebrantar las jerarquías de poder que subordinan a los cuerpos e identidades, al posicionarlos como innatos, dados o esenciales, y encauza el trabajo hacia la justicia transversal como proyecto político (Adams y Gruen 2014; Collard y Gillespie 2015a, 2015b; Puleo 2014; Quintero y López 2018a; Taylor y Twine 2014).
La teoría del compromiso social entiende "lo social" fundado en "lo natural", lo que conlleva a comprometerse con el mundo y cambiarlo (Cooper 2002; James 2006). Cuando esta teoría se extiende al estudio de los animales no humanos, se busca darles una especie de voz legítima, lo cual implica activar la reflexividad, el compromiso y la empatía del ser humano, asunto que se logra al hacer evidente el carácter sistemático de las prácticas de explotación de animales no humanos a favor de los humanos (Bennett 2009; Johnston 2018). Con el fin de subvertir la infravalorada condición de los animales humanos, la teoría del compromiso social demanda eliminar las relaciones jerárquicas entre los propios humanos, construidas a partir de un modelo que pone en el pináculo al sujeto occidental, masculino, blanco y rico (White 2015).
Con tales bases, la geografía crítica de los animales explora las dimensiones espaciales, políticas, económicas y éticas del encuentro entre humanos y no humanos, orientadas a la elaboración de teorías y políticas más radicales dirigidas a transformar los límites históricamente establecidos entre animales humanos y no humanos (White 2015). En este intento, la geografía crítica de los animales revela el constructo moderno de que los animales son mercancías vivientes y desechables del capitalismo (mercantilización animal) y exhorta a cambiar la visión ética y perceptual del espacio para superar la etapa de ver a los animales no humanos como temas secundarios en el análisis geográfico (Collard y Gillespie 2015a, 2015b).
White (2015) señala que la geografía crítica de los animales ha hecho notar que la geografía ha tenido la capacidad de exponer los problemas de individuos humanos invisibilizados, violentados y explotados; y si esto ha sido posible, por qué no revelar los espacios construidos -involuntaria o intencionalmente- en los que viven animales no humanos bajo relaciones jerárquicas inequitativas de poder y explotación, sobre todo de aquellos seres confinados y alejados de la vista de la mayoría de la humanidad (Morin 2016). En definitiva, la geografía crítica de los animales busca la abolición de la zooesclavitud, crear espacios compartidos transversalmente más justos y compasivos, y desarrollar la sensibilidad necesaria para que las relaciones entre animales humanos y no humanos sean más responsables, éticas y los visibilice políticamente (Collard y Gillespie 2015a, 2015b; White 2015).
Un planteamiento reciente que repercutirá en las reflexiones académicas de la geografía crítica de los animales es el desarrollado por la filósofa Catia Faria (2016, IX; traducción propia), relativo a la intervención en la naturaleza, quien dice que "tenemos razones decisivas para intervenir en la naturaleza para prevenir o reducir los daños que los animales salvajes sufren, siempre que ello sea factible y que el resultado esperado sea netamente positivo". En la geografía, la ecología y otras ramas que estudian a la naturaleza, ha dominado la idea de que esta es neutral e idílica, y que en ella todos los animales humanos y no humanos cumplen una función indiscutible e inmodificable. Sin embargo, de acuerdo con Faria (2016), no ha sido tanto así, ya que el propio ser humano a lo largo de su existencia ha modificado el curso de la naturaleza para aminorar su sufrimiento: ¿por qué no hacerlo para propiciar el bienestar de los demás animales, incluidos los silvestres? La propia Faria (2016) sugiere que justificar la intervención de la naturaleza para el beneficio humano y evitar su incidencia para el beneficio de los otros animales es una posición antropo-céntrica que invalida su sintiencia.
Así, ontológicamente, la geografía crítica de los animales propone la praxis anarquista de Eliseé Reclus y Pétr Kropotkin porque su principio es el rechazo a todas las formas de dominación que se evidencian en actos cotidianos de explotación (Ferretti 2011); epistemológicamente sugiere la adopción del veganismo como una forma e ideología de vida que desafía a las estructuras antropo-céntricas de poder (McGrath 2000); metodológicamente se centra en ideas cualitativas que hagan valer los intereses de los animales no humanos como un verdadero quehacer académico, de modo que incita a transgredir los espacios, elevar la conciencia pública mediante testimonios visuales y vivenciales, y organizar nuevos sitios de resistencia y desobediencia civil sin violencia, para lograr la total liberación animal (White 2015).
Conclusiones
La geografía de los animales denota una serie de tras-formaciones ontológicas y epistemológicas en las apreciaciones académicas sobre la otredad animal. Durante mucho tiempo, a los animales no humanos se les vio predominantemente como simples agentes biológicos, ajenos al ser humano, aunque no se puede descartar cierta preocupación acerca de estos sujetos desde, por lo menos, hace veinticinco siglos (De Fontenay 2014). Sin embargo, como señalan Atterton y Calarco (2004))¿, la noción misma de "animal" como concepto filosófico es extraordinariamente limitada, ya que había sido un agente genérico, indiferenciado e invisibilizado para el ser humano y sus relaciones sobre el espacio.
Una de las mayores dificultades a las que se han enfrentado la humanidad y las ciencias como la geografía, es al hecho de que los animales no humanos no se comunican con los humanos en el lenguaje que entendemos, de modo que su conocimiento ha estado asociado con la filosofía metafísica. Desde una ontología humana, a la fecha no hemos sabido qué es ser murciélago, perro, vaca, gallina, león, elefante, ballena, rata, etcétera, ni tampoco lo que piensa exactamente cada uno de estos animales no humanos cuando interactúan de manera voluntaria o forzada con los humanos, ni cómo viven su espacialidad bajo la intervención humana, pero sí se ha podido demostrar que son seres sintientes, autoconscientes de su dolor y placer.
Con base en lo dicho, se necesita en la geografía de los animales una base ética que se extienda más allá de los intereses del Homo sapiens para respetar la vida del resto de animales y, así, mantener relaciones de igualdad (Weil 2012). Desde la perspectiva de la nueva geografía de los animales y de la geografía crítica de los animales, cualquier presunción de que la otredad animal no merece consideraciones equitativas con el ser humano en el espacio geográfico que comparten, directa o indirectamente, implica introducirse en el especismo antropocéntrico. Por ello, las y los geógrafos especializados en la tercera ola de la geografía de los animales asumen que los animales no humanos tienen derecho al territorio y también al lugar, es decir, a conectar sus subjetividades con el espacio, sin la afectación negativa del Homo sapiens.
Para la nueva geografía de los animales no es suficiente con saber cómo es que los animales humanos y no humanos viven el territorio, el lugar y el tiempo a través de un sinnúmero de prácticas que implican relaciones conflictivas y discordantes entre las diferentes especies; para la nueva geografía de los animales es importante explorar las semejanzas que los seres humanos tienen con el resto de especies animales en sus intereses por el uso del espacio de beneficio mutuo, máxime cuando el Homo sapiens es un animal en el más amplio sentido de la palabra. Esto necesariamente lleva a deconstruir las relaciones jerárquicas arbitrarias entre animales humanos y no humanos para, así, abolir prácticas antiéticas de zooexplotación oculta o evidente.
En los últimos años se ha dado una emergencia significativa y creciente en el estudio de los animales no humanos desde perspectivas poshumanistas, particularmente en la geografía, y como denominador común se ha podido identificar que hay un deseo de que la geografía de los animales se consolide como una subdisciplina científica. En este sentido, hasta donde se ha podido reflexionar sobre qué es lo que permite la consolidación de nuevos campos científicos emergentes, R. Johnston (1991) -luego retomado por Hall (2009)- considera relevante la presencia consistente de: a) vías de publicación en libros y revistas especializadas; b) la existencia de facultades, áreas del conocimiento o cátedras afines; así como c) la presencia de asociaciones académicas científicas e informales. Estos tres aspectos ya han sido cubiertos por esta rama emergente de la geografía, como se esboza enseguida.
Como obras científicas relevantes que refieren directamente las palabras "geografía de los animales" están: los libros de Emel y Wolch (1998), Collard y Gillespie (2015a, 2015b), Mayda (1998), Philo y Wilbert (2000), Urbanik (2012), Urbanik y Johnston (2017); los artículos de Buller (2014, 2015, 2016), Emel, Wilbert y Wolch (2002), y Hovorka (2017); los capítulos de Lorimer y Srinivasan (2013) y White (2015). Asimismo, es de resaltar que, en Estados Unidos de América, dentro de la Association of American Geographers se ha incorporado desde el 2010 la geografía de los animales como un eje central de discusión en sus congresos anuales. Y aunque no es una asociación oficial, el grupo de Facebook Animal Geography Specialty Group funciona como el medio de comunicación global más efectivo para cohesionar a las y los geógrafos interesados en las publicaciones y eventos con una visión crítica sobre el estudio espacial de las relaciones humano-animales. Con esto, se observa el ascenso creciente y consolidación científica de la geografía de los animales.