Introducción
Este trabajo examina y contrasta la utilidad de los modelos de capital intelectual como mecanismos de aprendizaje y motivación, capaces de impulsar la generación de recursos intangibles dentro de las organizaciones y la creación de valor. La implantación de estos sistemas de información puede estimular el cambio organizativo y crear ventajas competitivas a largo plazo basadas en el conocimiento. Los modelos de capital intelectual son mucho más que una mera lista de indicadores: estos sistemas son válidos solo si están enraizados en la identidad y estrategia de la empresa (Roos, Roos, Dragonetti y Edvinsson, 2001). Los modelos de capital intelectual traducen y cuantifican los objetivos estratégicos de la empresa, al tiempo que explicitan las relaciones entre estos.
El objetivo de nuestro trabajo es estudiar la relación causal entre el uso de indicadores de capital intelectual y la creación de valor empresarial. De este modo, podremos observar la utilidad de estos indicadores en el proceso de aprendizaje organizativo y contribuir a clarificar la mencionada relación.
Con el fin de abordar nuestro propósito, hemos combinado dos fuentes de información: 1) una muestra de empresas españolas -con un número igual o superior a 25 trabajadores y pertenecientes a todos los sectores de actividad, exceptuando el sector financiero y el primario-, obtenida inicialmente a partir de las respuestas a un cuestionario, y 2) sus cuentas anuales publicadas en el Sistema de Datos de Balances Ibéricos (SABI). El cuestionario resultó de utilidad para observar el grado real de implantación de los sistemas de información sobre capital intelectual, e identificar tres diferentes grupos de empresas, clasificadas de acuerdo con el grado de compromiso que mostraron hacia la implantación y uso de los modelos de capital intelectual: "comprometidas", "desconfiadas" y "escépticas"1.
El objeto del presente trabajo se centra en conocer, para cada uno de los tres grupos, la tendencia seguida por determinados índices de creación de valor, entre los cuales se encuentra el índice de eficiencia del capital intelectual (ICE), con el fin de detectar las posibles relaciones que pudieran derivarse del grado de implantación de modelos de capital intelectual y la creación de valor. Este análisis se ha realizado observando, durante seis periodos, las empresas de la muestra que disponen de información financiera completa a día de hoy y que han permanecido en su grupo de partida -79 empresas de las 211 iniciales-, en cuanto al nivel de compromiso con la medición y gestión del capital intelectual.
El análisis de tendencias de los índices de creación de valor se ha realizado a través de sus cuentas anuales. El mencionado estudio ha permitido observar su evolución en cada empresa y grupo, durante el periodo comprendido entre el 20082 y el 2013, ambos incluidos. En nuestra opinión, este periodo aporta evidencia en un amplio rango hasta ahora no estudiado acerca del posible vínculo entre el uso de indicadores de capital intelectual, que favorecen la generación de conocimiento y la innovación, y su efecto en la creación de valor, principal objetivo de nuestro estudio.
La estructura de este trabajo se desarrolla en la forma que a continuación exponemos. En primer lugar, se presentan algunas de las más significativas contribuciones sobre la importancia del conocimiento y la categorización de los recursos que constituyen el concepto de capital intelectual. A continuación, se presta una especial y exhaustiva atención a la literatura que ha abordado la vinculación entre la dotación de elementos vinculados al capital intelectual y la creación de valor, con el objeto de identificar nuevas evidencias aún pendientes de verificar y que requieren un análisis más minucioso; esta revisión ha permitido encontrar la brecha de la que se ocupa la presente investigación, esto es, la inexistencia de trabajos que vinculan la previa implantación de modelos de capital intelectual con la posterior creación de valor para un amplio rango temporal. Adicionalmente, se desprende de esta la escasez o práctica inexistencia de trabajos causales para el ámbito español que, además, partan de fuentes primarias para conocer el estado actual de sus prácticas de medición y gestión del capital intelectual.
En la tercera sección del trabajo se describe la metodología implementada para la realización del trabajo empírico, cuyos resultados se exponen en la cuarta sección. El trabajo finaliza señalando sus principales aportaciones, sentando un precedente en la observación de esta relación con variables hasta ahora no utilizadas y, en consecuencia, susceptibles de posteriores réplicas.
Revisión de la literatura
La visión que en este trabajo se propone sobre el papel de los sistemas de información sobre capital intelectual parte de la convicción de que son un componente más del sistema de control de gestión, tal y como sugieren Johanson, Martensson y Skoog (2001), que actúan identificando y evaluando recursos intangibles que incorporan parte del conocimiento organizativo. Varias décadas más tarde estas reflexiones están plenamente vigentes, dado que en nuestro entorno económico y productivo el conocimiento parece erigirse en la principal fuente duradera de ventaja competitiva (IFAC, 1998; Carlucci, Marr y Schiuma, 2004). En este sentido, el capital intelectual, de acuerdo con IFAC (1998), sería el resultado final de un proceso de transformación del conocimiento o el conocimiento en sí que se transforma en propiedad intelectual o en activos intelectuales de la organización. Cada empresa debe gestionar de forma eficiente y efectiva ese proceso de transformación que precisaría de varias etapas; estas etapas, aunque son descritas de forma ligeramente distinta por los diferentes autores, contemplan la generación de conocimiento, su transformación en una forma que sea fácilmente comprensible y la transferencia de este conocimiento con el fin de que esté disponible dentro de los límites de la organización (Chong, Chong y Gan, 2011).
Dada la importancia atribuida al conocimiento, sería preciso el diseño de un conjunto de indicadores que sean capaces de cuantificar, a través de diversas magnitudes, los elementos intangibles clave en cada una de las áreas de la organización. Esta medición y seguimiento parecen imprescindibles, dadas las aportaciones realizadas en la literatura que vinculan la inversión en recursos intangibles con efectos positivos sobre el rendimiento empresarial, una relación causal que, en opinión de Carlucci et al. (2004), es compleja de identificar.
No existe un consenso en la literatura sobre el conjunto de recursos intangibles que forman parte del concepto de capital intelectual. Sin embargo, gran parte de los autores apuntan las categorías de capital humano, estructural y relacional, aun cuando la terminología no siempre es coincidente.
De forma concisa, el capital humano estaría formado, para Bontis, Chong y Richardson (2000), por el stock de conocimientos individuales que reside en los empleados. Una noción más detallada la proporciona Brooking (1996), para quien los activos humanos estarían incorporando la experiencia, creatividad, habilidades, estilo de liderazgo y capacidad de resolución de problemas de cada individuo de la organización. Por su parte, el capital estructural incluye los mecanismos y las estructuras que dan soporte a los empleados, esto es, las rutinas organizativas que permiten la conversión del conocimiento individual en colectivo (Bollen, Vergauwen y Schnieders, 2005). De acuerdo con Edvinsson y Malone (1997), el capital estructural, a diferencia del capital humano, sí puede ser propiedad de la empresa y objeto de negociación.
Además, el capital relacional engloba el conjunto de relaciones que la empresa establece con diferentes stakeholders, relaciones que, como afirman Roos et al. (2001), se construyen a través del intercambio de información y de productos a largo plazo. Mientras Sveiby (1997) menciona solo a clientes y proveedores como colectivos implicados, Roos et al. (2001) amplían el abanico de stakeholders a los socios aliados, accionistas y otros participantes. En el trabajo de Bueno, Salmador y Rodríguez (2004) se propone, además, la consideración de lo que denominan como capital social, en el cual se incluiría el compromiso que la empresa mantiene respecto al desarrollo tecnológico y científico, el desarrollo económico del entorno y la defensa del patrimonio artístico y cultural.
De lo apuntado, se puede concluir que los sistemas de información sobre capital intelectual permiten controlar aspectos relativos a (i) recursos humanos, (ii) procesos y (iii) relaciones con los diferentes stakeholders con los que la empresa interactúa.
Para ello, en cada una de las categorías mencionadas se identificarán los factores clave de éxito, al tiempo que se han de seleccionar adecuados indicadores que se integrarán en los sistemas de información sobre capital intelectual. Estos factores clave de éxito son, de acuerdo con Ferreira y Otley (2009), actividades, atributos, competencias y capacidades que se consideran requisitos críticos para el éxito de una organización en una determinada industria y periodo de tiempo. Es por ello que la importancia que se concede a los elementos que conforman cada una de las categorías mencionadas de capital intelectual varía dependiendo de factores tales como el sector de actividad, tamaño de la industria o ubicación geográfica (Axtle-Ortiz, 2013).
Además, como sugieren Johanson et al. (2001), la implantación de estos sistemas proporciona información sobre las relaciones entre las tres categorías de capital intelectual y su efecto final sobre la creación de valor empresarial. La literatura interesada en investigar la relación entre capital intelectual y creación de valor ha sido muy prolija en esta última década. De la revisión de esta se desprende que este análisis se ha abordado desde diferentes disciplinas y perspectivas, habiendo obtenido resultados mixtos que, en determinados casos, contradicen algunas bases teóricas (Kamukama, Ahiauzu y Ntayi, 2010). Unas contradicciones que, de acuerdo con estos autores, no son extrañas, dado que el efecto que las dimensiones del capital intelectual tienen sobre el rendimiento empresarial es específico de cada industria y país.
Partiendo de la triple clasificación de elementos del capital intelectual, comentamos a continuación diferentes trabajos, atendiendo a la evidencia hallada sobre relaciones entre bloques de capital intelectual -capital humano, estructural y relacional- y creación de valor.
Así, Huselid (1995), Ng (2006), Appuhami (2007), Liu, Tseng y Yen (2009), Maditinos, Chatzoudes, Tsairidis y Theriou (2011), García-Zambrano, García-Merino y Rodríguez-Castellanos (2012), Komnenic y Pokrajcic (2012) y Nimtrakoon (2015) encuentran evidencia de una relación positiva entre diferentes medidas de elementos del capital humano y variables representativas de la creación de valor empresarial.
Considerando el capital estructural como variable independiente, han visto la luz, entre otras, las investigaciones de Bontis et al. (2000), Ng (2006), Appuhami (2007), Jardon y Martos (2009) y Ling (2013). En particular, Chen, Cheng y Hwang (2005), y Huang y Liu (2005) concluyen que la inversión en tecnologías de la información no tiene efecto significativo sobre el rendimiento empresarial, mientras que del trabajo de Wu y Chou (2007) se desprende la fuerte influencia que sobre el valor de mercado tiene la inversión en tecnologías de la información. Hawajreh (2013) observa la relación positiva de parte del capital estructural, a excepción de la propiedad intelectual, con el rendimiento empresarial, pero de forma moderada con el valor de mercado.
En lo que respecta a la inversión en innovación y desarrollo (i+d), Chen et al. (2005), Huang y Liu (2005), Hawajreh (2013) y Amat, Antón y García (2013) han observado la influencia significativa de este tipo de inversiones sobre diferentes medidas de creación de valor, mientras que el trabajo de Kujansivu y Lónnqvist (2007) no encuentran relación entre las inversiones en i+d y la rentabilidad, sugiriendo que tal vez se deba a que no se ha incluido el posible retardo temporal que pudiera existir, o porque se trata de inversiones que no siempre resultan exitosas. También el trabajo de Duarte-Atoche, Pérez-López y Camúñez-Ruiz (2012) pone de manifiesto que los gastos de i+d no generan valor de mercado para la empresa, señalando que la incertidumbre sobre las posibilidades de éxito que acompaña estos gastos podría dar lugar a que los inversores no la consideren como una partida fiable para la generación de futuras rentas.
Por otro lado, Lev y Radhakrishnan (2003) muestran que el capital organizativo contribuye significativamente a la explicación del valor de mercado de la empresa, aun cuando también ponen de manifiesto que el mercado no descuenta toda la información sobre intangibles -que puede deberse a que esta sea pobre y esté sesgada-. También en el ámbito del capital organizativo, Nold (2012) obtiene evidencia de que las empresas con mayores niveles de atributos culturales, tales como el orgullo o el compañerismo, tienen mayores probabilidades de generar resultados financieros superiores.
En cuanto a la posible relación positiva entre el capital re-lacional y la creación de valor, esta se pone de manifiesto, entre otros, en los trabajos de Wu y Chou (2007), Cleary (2009), Welbourne y Pardo del Val (2009), O'Sullivan y Mc-Callig (2012) y, con algunas excepciones, en Suraj y Bontis (2012). El trabajo de Tayles, Pike y Sofian (2007), planteado en términos de percepciones, indica que los directivos en-cuestados perciben que los elementos del capital rela-cional sí tienen influencia sobre los resultados financieros, al tiempo que creen que aquellas empresas que en mayor medida gestionan su capital intelectual se encuentran en una posición más competitiva en el mercado, dado que entienden que el empleo de indicadores de este tipo contribuye a reducir la incertidumbre del entorno en la toma de decisiones. St-Pierre y Audet (2011) muestran cómo, en el caso de pequeñas y medianas empresas que siguen una estrategia defensiva, sí existe influencia del capital relacional sobre los resultados. También encuentran evidencia de este efecto directo Scafarto, Ricci y Scafarto (2016), destacando la necesidad de dedicar recursos suficientes a las actividades de promoción y comunicación comercial. En Pucci, Simoni y Zanni (2015) se sugiere el efecto positivo que la interacción de diferentes activos de marketing, tales como las marcas, o los procesos de promoción y comunicación, pueden ejercer sobre el rendimiento empresarial.
Por otro lado, varias investigaciones han prestado atención a las relaciones causa-efecto que se establecen entre los distintos bloques del capital intelectual, y su repercusión final en los resultados empresariales, incorporando en el análisis la posibilidad de que existan relaciones indirectas. Así, Bontis y Fitz-Enz (2002) observan que la gestión acertada del capital humano, estructural y relacional supone un incremento de los resultados financieros, hipótesis también contrastada por Wang y Chang (2005). En particular,
Youndt, Subramaniam y Snell (2004) muestran el efecto beneficioso que sobre el rendimiento financiero presentan empresas que mantienen simultáneamente inversiones en recursos humanos, en tecnologías de la información y en i+d, frente a aquellas que solo se centran en un área. También el trabajo de Tseng y Goo (2005) encuentra evidencia de la secuencia de relaciones que existe entre los bloques de capital intelectual hasta desembocar en la creación de valor empresarial, excepto para el caso del capital organizativo, en el cual no observan un impacto directo y positivo sobre este valor. Por su parte, Widener (2006) solo encontró evidencia parcial de que el capital humano y el estructural afectaran a la creación de valor. En la investigación de Zeglat y Zigan (2014) se observan relaciones positivas y significativas entre los diferentes bloques del capital intelectual, en particular, entre el capital humano y el relacional, así como un efecto también positivo y significativo del capital humano, estructural y relacional sobre la creación de valor, especialmente del capital estructural. El trabajo de Scafarto, Ricci y Scafarto (2016) muestra que las inversiones en capital humano y capital de innovación -componente del capital estructural-, han de considerarse de forma complementaria dado el efecto positivo que esta interacción tiene sobre el valor de la empresa.
Finalmente, varios trabajos proporcionan explicaciones a los bajos niveles alcanzados por variables de creación de valor en empresas donde se han desarrollado iniciativas de gestión del capital intelectual. Ittner (2008) sugiere una explicación para el bajo nivel de rentabilidad económica (roa, por sus siglas en inglés) en aquellas empresas usuarias del Balanced Scorecard que fueron examinadas por Ittner, Larcker y Randall (2003): las organizaciones que presentan menores niveles de rentabilidad son las que con mayor probabilidad adoptan innovaciones organizativas, con el ánimo de que estas iniciativas contribuyan a una mejora de sus resultados. La investigación de Braam y Nijssen (2004) encuentra evidencia de bajos niveles del indicador de retorno sobre la inversión (ROI, por sus siglas en inglés) en empresas con altos niveles de utilización de sistemas de información sobre capital intelectual. García-Merino, Arregui-Ayastuy, Rodríguez-Castellanos y García-Zambrano (2010) sugieren que existen algunas acciones que pueden reforzar los recursos intangibles de la empresa, consolidando su posición en el mercado pero afectando negativamente a sus resultados más inmediatos.
Esta revisión de la literatura nos confirma nuevamente la diversidad de resultados obtenidos en relación con el vínculo entre niveles de implantación y uso de modelos de capital intelectual y creación de valor; nos confirma, igualmente, la ausencia de trabajos realizados para un rango temporal amplio. Con el fin de aportar evidencia sobre esta relación inconclusa, abordamos en los siguientes epígrafes la investigación empírica que hemos llevado a cabo.
Diseño de la investigación
Tal y como se anticipa en la introducción, con el fin de atender al objetivo principal descrito -vincular el nivel de implantación y uso de modelos de capital intelectual con la creación de valor bajo una perspectiva de largo plazo-, el diseño de la investigación para el presente análisis ha sido el siguiente:
La muestra de empresas descrita -identificadas individualmente y clasificadas de acuerdo con su grado de compromiso hacia el uso de sistemas de información sobre capital intelectual- se ha combinado con la información extraída de sus cuentas anuales durante los seis últimos periodos de los que dispone la base de datos SABI, obteniendo diferentes variables de creación de valor para las 79 empresas que a día de hoy disponen de información financiera completa y permanecen en el grupo inicialmente asignado. Los porcentajes de distribución de estas empresas en los tres grupos son: 20% comprometidas, 57% desconfiadas y 27% escépticas.
En sintonía con lo hasta aquí expresado, nuestro estudio se centra en observar las diferencias que surgen entre los tres grupos en relación con la creación de valor, la cual se ha medido a través de variables representativas de rentabilidad, crecimiento en ventas, productividad y el índice de ice, que resulta innovador y significativo en el ámbito investigado. Así, se ha tomado como:
Variable independiente: el nivel de uso e implantación de indicadores sobre capital intelectual. Es una variable categórica con tres valores correspondientes a los tres grupos de empresas (-escépticas, desconfiadas y comprometidas- respecto a este uso e implantación).
Variables dependientes: aquellas más representativas de la creación de valor que nos permiten comparar y ampliar el marco teórico sobre la utilidad de dichos modelos y su aplicación durante un amplio periodo de tiempo:
Crecimiento en la cifra de ventas (Bontis et al., 2000; Chen et al., 2005; Cohen y Kaimenakis, 2007; Al-Twaijry, 2009; Sharabati, Jawad y Bontis, 2010; Maditinos et al, 2011; St-Pierre y Audet, 2011; Phusavat, Comepa, Sitko-Lutek y Ooi, 2011; Suraj y Bontis, 2012; Vishnu y Gupta, 2014). Se determina así:
(Importe neto de la cifra de ventas(t) - importe neto en cifra de ventas(t-1) /importe neto de cifra de ventas(t-1).
Productividad por empleado (Huselid, 1995; Valladares y Cuello de Oro, 2007; Sharabati et al., 2010; St-Pierre y Audet, 2011; Phusavat et al, 2011), medida por los siguientes índices: ventas por empleado y beneficio por empleado.
Beneficio de explotación/total activos (roa) (Youndt et al., 2004; Huang y Liu, 2005; Chen et al., 2005; Wang y Chang, 2005; Shiu, 2006; Widener, 2006;
Kamath, 2008; García-Merino et al, 2010; Maditinos et al, 2011; Phusavat et al, 2011; St-Pierre y Audet, 2011; Vishnu y Gupta, 2014; Nimtrakoon, 2015; Pérez-Méndez y Machado-Cabezas, 2015, para los sistemas de información para la gestión en general; Pucci, Si-moni y Zanni, 2015; Scafarto, Ricci y Scafarto, 2016).
Índice de capital intelectual, obtenido de la suma del índice agregado del capital humano más el estructural (ICE) (Pulic, 2000; Firer y Williams, 2003; Chen, 2005; Nazari y Herremans, 2007; Tan, Plowman y Hancock, 2007; Wah, Chang y Wu, 2011; Iazzolino y Laise, 2013; Vishnu y Gupta, 2014).
El cálculo de la variable ice se realiza de la siguiente forma:
ICE = VAHU + STVA, lo que representa la contribución del capital humano y del estructural, de manera conjunta, a la creación de valor; donde VAHU es el indicador de eficiencia del capital humano y stva es el indicador de eficiencia del capital estructural. De forma desagregada, ICE = VA/HU + ST/VA; siendo va el valor añadido generado por la empresa, HU el importe del coste de personal, y ST es la diferencia entre el valor añadido (va) y el coste de personal (HU).
Resultados
La observación de la evolución en el periodo del 2008 al 2013 de las variables de creación de valor correspondientes a cada empresa y con cada uno de los tres grupos -a través de sus promedios- nos permite extraer las consideraciones que se muestran a continuación:
Son las empresas comprometidas las que muestran mayores niveles en relación con la productividad, tanto para ventas por empleado (213.330 € de promedio durante el referido periodo) como para beneficio de explotación por empleado (17.270 € de promedio durante el referido periodo), alcanzando diferencias significativas durante el referido periodo con respecto a las empresas desconfiadas (176,71 y 4,65 respectivamente) y las empresas escépticas (168,10 y 0,78 respectivamente) (tablas 1 y 2).
Son igualmente las empresas comprometidas las que alcanzan mejores índices de creación de valor medido a través del crecimiento en ventas (3,66%), frente al -4,99% de las empresas desconfiadas y el -7,15% de las escépticas, lo que puede observarse en la tabla 3. No obstante, hemos de señalar con respecto a esta variable que, si bien en el periodo considerado muestra un comportamiento dispar en los diferentes ejercicios, un rango de datos más amplio nos permite generalizar dicho comportamiento en mayor medida (2001-2013).
Con respecto al indicador roa, calculado en la tabla 4, son las empresas que no utilizan estos sistemas de medición las que arrojan niveles ligeramente superiores a las que sí los utilizan (2,10% frente al 0,88% de las desconfiadas y 1,74% de las comprometidas).
Los peores niveles de roa registrados los primeros años por parte de las empresas comprometidas, en relación con los otros dos grupos, parecen ir en la línea ya apuntada en la revisión de la literatura por Braam y Nijssen (2004), Ittner (2008) y García-Merino et al. (2010). Es decir, se observa la aplicación de los modelos de capital intelectual como una herramienta imprescindible en la obtención de información rápida y fiable para la acertada toma de decisiones en cualquier periodo, también en aquellos que presentan dificultades económicas con reducciones de los márgenes.
Cabe destacar que, a partir del 2011, se observa la inversión de los porcentajes de rentabilidad económica a favor de las empresas comprometidas (gráfico 1), alcanzando una diferencia de al menos cuatro puntos sobre los otros grupos, a pesar de haber registrado tasas negativas durante los tres períodos de crisis anteriores (2008-2011), lo que hace disminuir considerablemente la media del rango 2008-2013. Esta observación se complementa con la evidencia de ser las empresas industriales las que mayores índices de rentabilidad económica han alcanzado para el último rango de datos (2011-2013), según los datos extraídos de la base de datos SABI. El análisis de la muestra de empresas pertenecientes al grupo de comprometidas confirma igualmente que se incorporan a este grupo empresas industriales de los sectores de actividad 1 y 2 (sectores industriales de la clasificación nacional de actividades económicas (CNAE)).
En relación con el índice de ice o suma del valor agregado del capital humano y valor agregado del capital estructural, se confirman igualmente resultados más favorables para el grupo de empresas comprometidas con la consecución de sus objetivos estratégicos bajo una perspectiva de largo plazo. Los datos obtenidos en la tabla 5 muestran un ice promedio del periodo de 2,17, frente a 1,46 y 1,61, cifras obtenidas a partir de las tablas 6 y 7, donde los índices de capital humano de los cuatro últimos periodos muestras diferencias importantes.
Si bien los datos expuestos para cada uno de los tres grupos, resultantes del promedio de las empresas de la muestra, indican resultados claramente diferenciados y suficientes para un análisis de expertos, hemos de señalar que estas diferencias entre grupos resultan también significativas desde el punto de vista estadístico, contraste realizado a través de un análisis de la varianza, tal y como puede observarse en las tablas 8 a 11.
Este análisis para el 2012 revela que existen diferencias estadísticamente significativas entre las medias de los grupos en relación con las siguientes variables: roa (F = 3,033; p < 0,10), beneficio de explotación por empleado (F = 2,934; p < 0,10), índice de capital humano (F = 3,163; p < 0,05), índice de capital estructural (F = 2,796; p < 0,1) e índice de capital intelectual (F = 3,120; p = 0,05).
Considerando los datos del 2013, existen diferencias estadísticamente significativas en lo que se refiere a roa (F = 2,492; p < 0,10), beneficio de explotación por empleado (F = 3,179; p < 0,05), índice de capital humano (F = 3,838; p < 0,05) e índice de capital intelectual (F = 2,646; p < 0,10).
Conclusiones
La medición de los recursos intangibles que integran el capital intelectual permite evaluar algunas de las expresiones clave del conocimiento que reside en las organizaciones. El conocimiento, en el entorno actual, parece constituir un factor explicativo para la generación de ventajas competitivas y la creación de valor.
La investigación realizada contribuye a arrojar evidencia sobre la vinculación entre el uso de modelos de capital intelectual y la creación de valor medida a través de los parámetros extraídos de las cuentas anuales que se han mencionado con anterioridad, en la idea de que las empresas con estas herramientas de gestión, enfocadas a la consecución de los objetivos estratégicos, las implantan como guías de aprendizaje capaces de generar conocimiento e innovación, principales fuentes de riqueza en nuestros días.
De estas observaciones, correspondientes al periodo 2008-2013, se puede concluir que las empresas con mayores niveles de uso e implantación de indicadores de capital intelectual presentan mejores índices de creación de valor en: productividad (en sus dos expresiones mencionadas), incremento en ventas e ICE. Con respecto a la variable referida a la rentabilidad económica, se debe señalar igualmente que, si bien el promedio del periodo es inferior al grupo de escépticas, se detectan índices claramente superiores durante los dos últimos ejercicios, lo que puede apuntar hacia un repunte y consolidación de su posición de ventaja también para esta variable.
Aunque no hemos incluido en el presente estudio la denominación social y sector al que pertenecen las empresas analizadas, sí ha sido útil esta información, recabada a través del cuestionario, para realizar un análisis individualizado de las empresas de la muestra que han permanecido durante el periodo objeto de análisis en su grupo inicial. Esta información nos permite señalar que aquellas pertenecientes a sectores industriales maduros, pero con innovación constante (auto-moción, componentes, máquina herramienta, industria alimentaria, recuperación de residuos, etc.) alcanzan mayores índices de creación de valor sostenidos en el tiempo, con caídas puntuales (2008/2010) pero con repuntes finales (2011/2013), y globalmente positivos, en cuanto a incremento en ventas, productividad y eficiencia en capital intelectual. Estas son empresas a las que, en general, no les ha guiado la especulación ni se han volcado en el corto plazo, sino que han priorizado generar conocimiento e innovación como estrategia para sobrevivir, y se han servido tanto de la tecnología (activo no siempre específico), como de instrumentos de gestión que favorecen la transformación de conocimiento individual en organizativo, así como han obtenido mejores resultados bajo una perspectiva de largo plazo.
Puntualmente, determinados indicadores, como la rentabilidad económica en los años de plena crisis, eran notablemente superiores para las empresas escépticas y desconfiadas, donde se incluye un elevado porcentaje del sector construcción, materiales de construcción, publicidad, transporte, empresas con escasas herramientas para la medición y control de la calidad, los tiempos, la formación, la flexibilidad, la seguridad, la satisfacción, la motivación, la innovación, etc. El seguimiento y evolución de sus variables nos señalan problemas actuales.
Es preciso señalar también como aportación del trabajo, en lo que se refiere al análisis económico-financiero, que se ha incorporado el ICE y sus componentes, además de incluir en el estudio las medidas de creación de valor tradicional-mente consideradas, lo que resulta novedoso y abunda en el análisis explicativo.
Siguiendo con la línea de investigación planteada en este artículo, se sugieren diferentes alternativas que podrían ser abordadas en futuros trabajos. En este sentido creemos valioso realizar réplicas al presente estudio, mediante muestras más amplias y de entornos diferentes. Por otro lado, y empleando estudios de casos, se podría profundizar en el proceso de implantación de estos modelos y en las claves de su éxito o fracaso. Finalmente, otra interesante línea de investigación futura, que se desprende de las observaciones de este estudio, es la relativa al examen de la existencia de un posible vínculo entre el sector de actividad al que pertenezca la muestra de empresas y el grado de compromiso en la implantación de los modelos de capital intelectual, de forma que lleguemos a una mejor comprensión de los factores determinantes en esta relación.