Introduction: objetivos, hipótesis y metodologia
A finales de los años cincuenta del siglo XX, el escritor y diplomático español Ernesto Giménez Caballero concibió y redactó la obra Revelación del Paraguay, publicada en 1958 bajo el sello editorial de Espasa-Calpe, en Madrid, un texto que -como el propio autor advierte en su prólogo- cataloga de "nunciativo"1, como un libro "revelador de un pasado y revelador de todo un futuro, sin posar más que -leve- el pie sobre lo presente"2. El dueno de estas palabras no fue cualquier advenedizo: Ernesto Giménez Caballero fue un intelectual de primer nivel en los años de 1920; tuvo un recorrido importante en la política espanola durante los años treinta, sobre todo, en el espectro político reaccionario -y particularmente en el fascismo-, y un papel destacado al frente del aparato propagandístico del bando sublevado durante la Guerra Civil espanola. Sin embargo, Giménez fue un personaje al que las coyunturas derivadas de la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial le fueron arrinconando ideológicamente de manera progresiva durante la siguiente década, hacia el ostracismo, hasta llevarlo a caer en un "olvido" que probablemente fue "conveniente" a casi todos los actores políticos espanoles del periodo.
Lo cierto es que Giménez Caballero tuvo dificultades para ganar espacio político durante el régimen dictatorial franquista, principalmente, cuando los llamados tecnócratas comenzaron a ganar terreno a algunas de las familias políticas del franquismo que habían hecho la Guerra Civil e impulsado el régimen durante sus primeros años (como los falangistas, a los que Giménez Caballero adhería). Más adelante, los vientos de cambio político de la transición y la primera década democrática en España -Giménez Caballero falleció en 1988- complicaron su posición mediática, a pesar de haber recuperado cierta notoriedad en los últimos años de su vida tras publicar su biografia, Memorias de un dictador, en 1979. El paso del tiempo enterró a este delirante, agudo y provocativo3 fascista estrafalario4, cuya memoria fue finalmente desatendida, su obra poco a poco ignorada, y a la postre desconocida su figura incluso entre propios y extraños.
Recientemente una obra ha rescatado a este personaje del ostracismo: se trata del trabajo de Alberto Quintana -documentalista y sociólogo español-, para quien su etapa de trabajo como cooperante en Paraguay supuso años de interés e investigación sobre la figura de Ernesto Giménez Caballero, que dejó como resultado la obra El fascista estrafalario5. Quintana se refiere a este olvido con las siguientes palabras: "A pesar de todo, me sigue pareciendo que el olvido es injusto, y aunque sea para tomar de inmediato distancia, Ernesto Giménez Caballero merece ser recordado"6. Quintana se explica en algunos otros pasajes de su obra: "De quien tiene en verdad peligro olvidarse es de los verdugos, no vaya a ser..."7, y por eso, afirma, es por lo que "hay que volver a hablar de GeCé8, para que no se olviden las consecuencias que tuvieron sus bobadas"9.
El compromiso es similar en el caso que aquí ocupa, pues las relaciones hispanoparaguayas desde finales de los años cincuenta estuvieron muy marcadas por su labor como embajador en Paraguay, y su posición de poder en Asunción le permitió reforzar y consolidar un discurso nacionalista paraguayo imbuido del pensamiento imperialista de la hispanidad en su concepción franquista, que reincidió en el relato de un Paraguay fundado nacional y consanguíneamente sobre la base de un mestizaje con unas características muy concretas, redundando en la subordinación de la figura femenina a pesar de la fuerte presencia que esta tuvo en la construcción historiográfica paraguaya, sobre todo en su versión nacionalista.
Para ciertos representantes de la élite franquista de los años cuarenta y cincuenta -entre los que sin duda puede inscribirse a Giménez Caballero- la hispanidad no fue solo un elemento de propaganda para consumo interno -como una manera de concebir y entender la esencia histórica de España-, sino que representó "un proyecto de regeneración dirigido allende nuestras fronteras"10; un proyecto, la hispanidad, que mientras en España aportó un universo de imágenes y símbolos de gran pervivencia en el discurso oficial del Estado y en la mentalidad colectiva, en el exterior resultó un fracaso11 como aspiración política y cultural (aunque con matices en algunos casos, como el de Paraguay).
El objetivo en este artículo es detectar, analizar y explicar, a partir de la obra de Ernesto Giménez Caballero Revelación del Paraguay (1958), cómo este autor absorbió en su libro la ideología nacionalista paraguaya reciente y la entrelazó con el relato franquista de la hispanidad y el valor supremo de esta basado en la catolicidad, legitimado por la religión. Se aborda también el modo en que se interpretó el proceso de mestizaje hispano-guaraní en territorio paraguayo del periodo de conquista y colonización castellanas, así como la valoración del carácter femenino -entendido como factor de subordinación- de la parte paraguayo-guaraní de dicho proceso de mestizaje; carácter que ha sido sobreexplotado tanto por el nacionalismo paraguayo como por el relato franquista de hispanidad. Este objetivo se lleva a efecto mediante un análisis de crítica literaria de esta obra de Giménez Caballero, en la que se exponen imaginarios construidos sobre la historia social paraguaya que son discutidos con el recurso a otras interpretaciones más recientes de esos mismos procesos.
Asimismo, son expuestos y examinados algunos elementos del discurso nostálgico del imperio español de Ernesto Giménez Caballero -hispanidad, mestizaje, catolicidad- y varias referencias o aproximaciones a la perspectiva político-ideológica de este intelectual vanguardista que abrazó el fascismo en los años veinte y que, llegado su momento como diplomático español al servicio de Franco, construyó entre España y Paraguay una relación política y cultural proclive al relato nacional hegemónico de su Paraguay revelado.
La hipótesis defendida en este texto es que Revelación del Paraguay es una obra que replica el relato franquista -imperialista y nacionalcatólico- de la hispanidad, aplicado al caso de la construcción nacional paraguaya, y que lo hace obviando o invisibilizando las tensiones y aspectos negativos de la conquista y la colonización del Paraguay por parte de los castellanos a partir del siglo XVI12; este relato se combina con la propia historiografía nacionalista paraguaya para reforzar el mito de un Paraguay femenino, de un país de las mujeres, en el que el factor mestizo adquiere un valor fundamental en dicha construcción nacional, que se habría producido, según el relato franquista de la hispanidad, de manera no violenta. No obstante, esta asunción del discurso de la hispanidad en Paraguay no era novedoso en el contexto de los años cincuenta del siglo XX: cuando en 1936 fue inaugurado en la capital paraguaya el Panteón Nacional de los Héroes, el día fijado por el Gobierno de la república para un evento político-institucional de esa envergadura fue el 12 de octubre, "por ser ese día el 'día de la Raza y aniversario del Descubrimiento de América'"13.
En un momento en que tanto en Europa como en América las fuerzas sociales y políticas reaccionarias están poniendo en discusión los avances en materia de igualdad de género y la importancia de estudiar y realizar una reflexión crítica acerca del rol y la posición de las mujeres en las sociedades -pasadas y presentes-, parece sensato recuperar los relatos sobre la figura femenina en la historia, como es el caso de la colonización del Paraguay y su posterior construcción nacional. Conviene asimismo analizar la disponibilidad de investigaciones profesionales que avalen esa interpretación o que la refuten, más allá de los discursos romantizados de los nacionalismos español o paraguayo; estos discursos nacionalistas han desplegado a lo largo de la historia algunos mitos que aquí son abordados, como el de un proceso de mestizaje pacífico14, legitimado en el escudo religioso por el relato franquista de la hispanidad, entendida como el fin supremo de la unidad de los pueblos hispanos bajo la égida del catolicismo universalista, un fin espiritual de esta nación de naciones que aparenta ser la hispanidad.
La metodología de trabajo del artículo consiste en la revisión de las fuentes autoría de Ernesto Giménez Caballero, particularmente su obra Revelación del Paraguay, de 1958, para conectar los conceptos y discursos de este libro con el relato nacionalista paraguayo sobre la construcción historiográfica nacional del país. Asimismo, se contrastan estos argumentos -los de Giménez Caballero y los de la historia nacionalista paraguaya- con fuentes secundarias más recientes en que se discuten los supuestos recogidos por esos autores.
El autor, el libro y el contexto
El libro Revelación del Paraguay (Madrid, Editorial Espasa-Calpe, 1958), escrito por Ernesto Giménez Caballero, puede considerarse una obra de diversas naturalezas: como un ensayo de interpretación histórico-cultural, un compendio de poesía, un ensayo de reflexión cultural o un relato de viaje. Además, la aparición de la obra fue ubicada por sus críticos como parte de una extensa lista de libros de buen amor, que GeCé había dedicado hasta ese momento a España, Argentina, Portugal, México, Bolivia y a la ciudad de Cartagena (España), como una expresión de su atracción por temas iberoamericanos.
No obstante, en cuanto creador de material histórico-cultural, Giménez Caballero mantuvo siempre una tendencia a la utilización parcial del pasado (hecho que aquí interesa particularmente analizar), algo que él mismo senalaba para Revelación del Paraguay: un libro "revelador de un pasado y revelador de todo un futuro, sin posar más que -leve- el pie sobre lo presente"15. Lo hacía en pro de una narrativa del futuro que aunase los rasgos de un glorioso pasado imperial español con los efectos de la modernidad, obviando si era necesario revisar, criticar o censurar, algunos elementos de ese pasado, en una particular lectura historicista de la justificación del fin por los medios.
Este pensamiento de Giménez Caballero, tendente a la conformación de una matriz societaria hispanoamericana, puede ser comprendida dentro de los márgenes conceptuales de lo que Benedict Anderson identificó en su famosa obra Comunidades Imaginadas como "la tranquilidad del fratricidio"16, o la posibilidad de atemperar la crudeza de un hecho pasado mediante "una profunda reformulación de la imaginación"17, de la que el Estado como institución en ocasiones es fomentador y en otras apenas tiene conciencia de ella, pero que con el tiempo también utilizará a su favor.
Se trata de asumir en el relato nacional elementos o fenómenos que solo con el tiempo pueden ser incorporados en este, una vez han sido olvidados, silenciados, o invisibilizados en la memoria colectiva; para ello, senala Anderson, es imprescindible "tener que haber olvidado ya estas tragedias", antes de que nos las puedan -y tengan que- recordar de nuevo, ahora incesantemente, ya insertas en el relato nacional, en lo que constituye "un recurso característico en la construcción ulterior de las genealogías nacionales"18. Para Slavoj Zizek, "la historia de la emergencia del Estado-nación es la historia de la transmutación (a menudo sumamente violenta) de las comunidades locales y sus tradiciones en la nación moderna como comunidad imaginada"19, un proceso que según Zizek involucra casi invariantemente "la represión de los modos de vida locales auténticos y/o su reinscripción en la nueva tradición inventada abarcativa"20.
La figura de Giménez Caballero es una de las más controvertidas21 de la historia hispano-paraguaya de la pasada centuria; también conocido como GeCé, fue un multifacético intelectual fascista22 -según Julio Rodríguez-Puértolas, "la única figura intelectual de reconocido interés que ha tenido el fascismo español antes de 1936"23-, que ejerció como embajador español en Asunción entre 1958 y 1970 -ejerció como agregado cultural desde unos años antes24-, nombramiento que se produjo "a petición del propio Alfredo Stroessner"25, a la sazón dictador paraguayo. Su obra -literaria, poética, ensayística, periodística, diplomática, filosófica, etc.- ha sido ampliamente estudiada, sobre todo desde aspectos relativos a la literatura y, en menor medida, la filosofía26; por ello, un análisis de la misma desde un enfoque político-histórico "puede ser beneficioso", en palabras de Anna Virágh,
Ya que resalta, a través de la heterodoxia del autor, la dualidad y la división tanto del discurso político como de la práctica de los mecanismos del poder de la España de la época en relación con la vocación y la presencia española en América Latina, sus fundamentos ideológicos y sus posibilidades en la práctica.27
Habría no obstante que matizar el carácter fascista de Giménez Caballero en los años en que realizó sus labores diplomáticas en Asunción, desde mediados de los años cincuenta -como agregado cultural- hasta 1970 (en calidad de embajador). Si bien es cierto que fue un declarado fascista en su juventud, como mínimo hasta finalizada la Guerra Civil española -periodo de "fascista extremoso"28-, y que quizá lo fue de manera clara hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial (o al menos hasta 1942), la realidad es que, tras convertirse en procurador de Cortes en 1943 comenzó una trayectoria en la que poco a poco se fue desprendiendo de su etiqueta de intelectual fascista, siendo más adecuada la identificación como falangista en años posteriores -otra de las varias familias políticas de las que conformaron el régimen franquista-, más que el plegamiento a una doctrina exclusivamente fascista, aunque Falange arrastraba esa naturaleza en su seno como organización. En su labor como diplomático, a partir de 1954/1955, se desvió ideológicamente del fascismo original, mutándolo en un nacionalismo de matriz ampliada -la hispanidad- un nacionalismo que fundamentó en la catolicidad y el mestizaje29.
En un reciente texto, la historiadora Beatriz Figallo-Lascano analizó las estrategias diplomáticas de dos escritores venidos a diplomáticos que ejercieron misiones duraderas en Sudamérica, como fueron José María Alfaro, en Argentina, y el propio Giménez Caballero, en Paraguay. Ambos falangistas -"dos camisas viejas"30- fueron representantes de la nueva España franquista en estos dos países combinando el aspecto cultural y literario con el desarrollo de oportunidades comerciales y económicas para España o para empresas o familias españolas -y también para los Gobiernos y empresarios nacionales de los países donde ejercieron representación diplomática-, de manera que "no fueron solamente proveedores de retórica, sino eficaces valedores de negocios"31. Figallo-Lascano afirma que ambos ejercieron la actividad en sus "embajadas literarias" convirtiéndose también en "facilitadores de la aplicación de una renovada política exterior del régimen franquista, modelo que era autoritario en lo político y desarrollista en lo económico"32.
Giménez Caballero se trasladó a la capital paraguaya cuando su partido político, Falange Española Tradicionalista y de las JONS33, estaba perdiendo peso político en una España franquista que viraba hacia la influencia de los tecnócratas desarrollistas del Opus Dei, lo que hizo conveniente la búsqueda de otros lugares más disimulados para sus militantes más reconocibles internacionalmente, y Giménez Caballero lo era. Como "uno de los ideólogos principales del franquismo temprano, y enfant terrible de la filosofía política y de la vanguardia española", GeCé sería relegado de la vida política a un "prolongado exilio dorado como diplomático en América Latina"34.
Nacido en Madrid en 1899, a lo largo de su vida recorrió profesionalmente casi todos los géneros y caras del arte de escribir: novela, ensayo, poesía, teatro, historia, periodismo o cine fueron parte de su despliegue intelectual en algún momento. Siempre destacado, fue alumno entre otros, de Ramón Menéndez Pidal, de José Ortega y Gasset -quien al parecer "le llevaría, sin saberlo, por la senda del fascismo"35-, y de Miguel de Unamuno, a quien debía su cátedra de instituto y con quien tuvo una especial relación36. Acabada en 1939 la Guerra Civil española -en la que GeCé participó como oficial del ejército sublevado y colaboró en los servicios de propaganda de este bando37-, se reintegró a su cátedra del Instituto Cardenal Cisneros, recuperando su anterior actividad intelectual, sumido en completar la serie de siete volúmenes de una gran obra pedagógica pensada para el nivel de bachiller, recogida bajo el título de Lengua y literatura de España y su Imperio38.
Anadió más adelante un claro perfil político a su carrera al convertirse en procurador de las Cortes Españolas franquistas, en las que participó de manera ininterrumpida desde que abrieron sesiones en marzo de 1943 hasta 1955; doce años de actividad como procurador durante los que su actividad estuvo fuertemente relacionada con la cultura, el arte y el espectáculo de la recién estrenada dictadura franquista (finalizada hasta 1975 con la muerte de Francisco Franco, de quien Giménez Caballero fue un declarado adepto y por momentos hasta entusiasta). Y fue en ese periodo en el que Giménez Caballero adquirió un papel político muy relevante para el régimen; la excentricidad y el alto vuelo del personaje no fueron para nada desdenables, como muestra el siguiente episodio.
En octubre de 1941, el intelectual y ya por entonces también político español fue invitado al Congreso de Escritores Europeos celebrado en la ciudad alemana de Weimar, donde conoció y se ganó la confianza del matrimonio Goebbels -a través principalmente de Magda Goebbels- llegando a proponerles el casamiento39 del mismísimo Adolf Hitler con Pilar Primo de Rivera -hermana de José Antonio (fundador del partido fascista Falange Española)- quien según Giménez Caballero era la persona ideal "por su pureza de sangre y su profunda fe católica"40; con el enlace, Giménez aspiraba a lograr "la renovación de una nueva dinastía hispano-austríaca"41. Sin dejar de observar la excentricidad del hecho y que Giménez Caballero escribiera estas palabras en su vejez, sí puede senalarse la alta consideración que el propio Giménez Caballero tenía de sí mismo, además de una permanente obsesión de este por la fecundación de los enlaces sociopolíticos para conectar pasado y futuro mediante fundamentos genéticos.
Ya muy viajado -circuló y representó a España por países de casi todos los continentes-, y conocedor de varios idiomas, Ernesto Giménez Caballero ganó en 1953 el Premio de Cultura Hispánica por su obra La Literatura hispanoamericana en sus textos esenciales42, que lo catapultó de manera mucho más clara hacia la participación en la tarea de establecer los nexos diplomáticos que España requería con su única esfera de influencia en los años cincuenta: la América antano parte del Imperio de la monarquía hispánica, ahora independiente.
Con el habitual lenguaje alambicado y de verbo abundante de Ernesto Giménez Caballero, Revelación del Paraguay coloca al lector frente a aspectos fundamentales de la construcción de la nacionalidad paraguaya, imaginarios de la historia social del Paraguay que se fraguaron ideológicamente en el pasado mediante una interpretación de la historia muy propia -entre otras- de la concepción fascista del orden global: la consecución de un supuesto estadio de equilibrio y paz sociales fundamentado en la aceptación de una tabula rasa de corte excluyente. En este caso, la paraguayidad en Giménez Caballero aparece íntimamente sujeta al proceso de consanguinidad -el mestizaje- entre conquistadores y conquistados, a través de la fecundación de las mujeres indias -mezcla de la masculinidad conquistadora con la feminidad del sujeto colonial, subalterno-, ungida por el proceso de evangelización.
La ideología personal y la carrera profesional de Ernesto Giménez Caballero reflejan, para Anna Virágh, el modo en que el proceso de consolidación de la España de Franco circuló en paralelo a la creciente influencia del sector tecnócrata del régimen, de manera que "América Latina se convirtió en un área de acción exterior concreta del régimen, del componente fundamental del nuevo imperio, en una Nueva Atlántida, el último refugio de los valores tradicionales hispánicos para los ideólogos marginados por el poder"43. Su obra Revelación del Paraguay -de 1958- da cuenta de esta circunstancia.
El autor concibió el libro en tres partes: Paraguay Revelado, Revelaciones sobre Asunción, y Paraguayidad. En el presente trabajo se ha realizado una aproximación política, social e histórica a los planteamientos de la obra, buscando los elementos aparecidos en el texto que conectan el relato histórico del Paraguay que Giménez Caballero contempla -del Paraguay por él imaginado- con dos de los varios aspectos fundamentales de la ideología nacionalista paraguaya del siglo XX (e incluso actual). De una parte, se analiza la relevancia -obsesiva en el caso de GeCé- de la fecundación de las mujeres indígenas moradoras del territorio paraguayo por parte de los conquistadores -varones- llegados de Castilla para construir una nueva simiente (una nueva sociedad, mezcla de lo indígena y lo castellano). Este proceso de fecundación se habría producido ante la pasividad, la complicidad o el acuerdo de los indígenas varones, en una dolorosa realidad de jerarquización por sexo del pueblo originario del territorio paraguayo, entre una mujer indígena que pare y reproduce la nueva raza44 -los mancebos de la tierra- y un hombre indígena que mantiene su posición política y social gracias al parentesco con el conquistador castellano.
El segundo de estos aspectos detectables en la obra de GeCé y con presencia en el relato nacional paraguayo contemporáneo se corresponde precisamente con la aparición de ese Paraguay mestizo, entendido como nuevo sujeto político paraguayo -en su matriz sanguínea- de doble naturaleza, como indio guaraní y como súbdito de un rey cristiano que se materializa genéticamente en el muy celebrado por Giménez Caballero fenómeno del mestizaje que adquirió una relevancia máxima, a su parecer, en la construcción identitaria de la hispanidad. Esos dos fundamentos -elemento maternal por la fecundación, y mestizaje hispano-guaraní- fueron para Giménez Caballero parte consustancial de una supuesta esencia y destino históricos del Paraguay en cuanto nación, y habrían determinado en su opinión algunas de las características elementales de la paraguayidad en cuanto que identidad en el tiempo y el espacio.
La obra Revelación del Paraguay constituye un acercamiento al sujeto político paraguayo -con un marcado carácter nacional-fascista-, como una génesis histórica que emparenta lo guaraní con lo español45 a través de la fecundación de la mujer indígena y la mezcla de sangre, cuyo producto fue el mestizaje. La lectura de los originales de Revelación del Paraguay, previo a la publicación de la obra, suscitó el siguiente comentario -que el propio Giménez Caballero incluyó en la última página de su libro- por parte de Efraím Cardozo, el "historiador paraguayo más importante de su tiempo"46:
Apasionante. No vacilo en confesarle que nunca he leído nada que haya calado más hondo lo que somos o pretendemos ser. Cuánto amor a esta tierra y cuánto acierto para ponerse alto, muy encima de todos y de todo, única forma de vernos a todos los paraguayos y de estar también con todos ellos.47
Más allá de la calidad literaria de la obra, así como de la imaginable y habitual cortesía entre intelectuales que pudieron motivar las palabras de Cardozo, es destacable la importancia que este da a la obra en su faceta de narradora o reconocedora de la construcción del relato nacional paraguayo; y en este sentido, es pertinente traer aquí las palabras de la investigadora Ana-Couchonnal, al afirmar que
Un confinamiento de la historia a los términos de un discurso mítico tiene como resultado inmediato la confiscación del tiempo en un discurso circular que refuerza el imaginario de lo nacional alrededor de un discurso fundante, mediante una operación ideológica que tiene lugar en la instauración de un discurso cerrado tendiente a presentar un campo en disputa como totalidad identitaria.48
La fuerza de la cita de Ana Couchonnal amerita poca intervención, pero es indudable que lo senalado resulta fundamental para identificar el principal problema de la construcción de un campo historiográfico profesional, cuidadoso y honesto con el uso de las fuentes en Paraguay; la reducción de los discursos históricos sobre la construcción de la nación paraguaya a los mismos elementos y factores tradicionales -en su mayoría de carácter mítico- no coadyuva a la sociedad ni a la política del país a mejorar la calidad y validez académica de los estudios sobre su propia identidad o construcción como Estado-nación. Al final de este trabajo recuperamos el valor de lo senalado por Couchonnal, ampliándolo con otras nociones de la función social de la historia y de lo que constituye -o no- la historia misma, frente a lo que no son sino discursos circulares, cerrados, que vuelven siempre sobre sí mismos para reforzar el imaginario identitario nacional.
El Paraguay materno
Se sorprendía la historiadora alemana Barbara Potthast en uno de sus trabajos sobre la historia de las mujeres paraguayas49 por la existencia de una imponente estatua dedicada a una mujer -en homenaje a la figura simbólica nacional de la residenta- en el inicio del camino que acompana al visitante desde el aeropuerto de Asunción -en la localidad de Luque- hacia la ciudad. Potthast plantea que
Cualquiera sea el motivo y el valor artístico de esta obra, el hecho de que un país dedique un gran monumento -y en un lugar privilegiado- a sus mujeres ya es sorprendente en sí, pues es algo raro no solo en América Latina; la historia del Paraguay se caracteriza por algunas peculiaridades que han establecido el tópico de que en este país todo es diferente, [...] y esto también se aplica al rol de las mujeres y su posición dentro de la historiografía y en la memoria del país.50
En palabras de Mary Monte de López-Moreira, el mestizaje tuvo como base la
Unión de la mujer indígena -especialmente la guaraní- con el hombre español, amalgama que es presentada en la historiografía tradicional como una especie de historia de amor y entrega, símbolo de la colaboración mutua entre hombres indígenas y conquistadores, que pasaban de esta manera a convertirse en tovayás (cunados).51
Potthast vincula este rol de la mujer en la historiografía paraguaya a la construcción de la nación y a la ideología imperante en el país, "tal vez la peculiaridad más destacada de Paraguay"52; un país profundamente nacionalista, católico y conservador. No es de extranar entonces que la mujer adquiera también un carácter fundamental en la obra Revelación del Paraguay, pues las lecturas y las convicciones ideológicas de Giménez Caballero bebieron directamente de las fuentes nacionalistas allá donde fuera el ilustrado español. Giménez Caballero dedicó uno de los capítulos de la obra -Su feminidad famosa- a algunos de los elementos simbólicos que relacionan la ciudad de Asunción con el imaginario nacionalista sobre la mujer paraguaya (a pesar de que la mujer está también presente en muchas otras partes del libro). Principia el capítulo con el siguiente párrafo:
Se ha dicho que el Paraguay era tierra de mujeres. El cronista Ruy Díaz de Guzmán habló de un Paraíso de Mahoma, y el historiador Sánchez Quell cifraba esas mujeres en un excedente53 de casi veinte mil sobre el número de varones.54
No se puede eludir senalar que la expresión excedente (de mujeres) es francamente desafortunada; lo sería hoy, por supuesto, pero también hace unas décadas55. Lo cierto es que, como afirma Jazmín Duarte-Sckell, "la historia paraguaya ha sido sobre todo la narración de las acciones y del pensamiento de hombres -en su mayoría políticos e intelectuales-, y escrita a su vez por otros hombres"56. Gaya Makaran dedicó un capítulo a la desmitificación de la figura histórica de la mujer paraguaya en uno de sus trabajos57 que resulta particularmente interesante en este caso. Makaran afirma que:
Cada día hay más voces que critican tanto el discurso sobre la mujer paraguaya como el trato que esta recibe diariamente, más allá de afirmaciones oficialistas que pintan su realidad color rosa. Tanto los intelectuales de ambos sexos que intentan desmentir los mitos nacionales acerca de la mujer, como el movimiento feminista que lucha por el cumplimiento de los derechos garantizados y la conquista de otros, están indicando que la situación actual de la mujer paraguaya deja mucho que desear y exige serios cambios en todos los ámbitos sociales58 [...].
Paraguay es uno de los países latinoamericanos que más atención han prestado al papel de las mujeres en su historia, donde el discurso nacionalista se ha articulado a su alrededor hasta el punto de convertir a la paraguaya actual en el conducto simbólico de la nacionalidad misma. Los mitos nacionales, comúnmente aceptados, resaltan el aporte de las mujeres en la creación y la conservación física y espiritual de la nación, gracias a los rasgos como el sacrificio, la abnegación, la laboriosidad y la humildad, proyectados como atributos inseparables de la feminidad. El recono-cimiento simbólico no va, sin embargo, acompanado del fáctico, al ser la sociedad paraguaya profundamente machista59 y paternalista.60
Para concluir Gaya Makaran afirma que "los mitos nacionales legitiman la subalternidad de la mujer"61, y lo hacen hoy como lo hicieron durante la práctica totalidad del siglo pasado, y particularmente en los años cincuenta, cuando Giménez Caballero escribió Revelación del Paraguay. Unos años después de la desafortunada expresión acrítica de Giménez Caballero en esa obra al hablar de excedente (de mujeres), el todavía embajador español en Asunción afirmó en su obra Genio hispânico y mestizaje (1965) que la misión histórica de España en América tenía dos caras62: de una parte la evangelización -que no se aborda en este trabajo- y de otra la constitución genética de la nación hispanoamericana y su transmisión por línea materna en tierra conquistada; para él, "todo nacionalismo será -desde ayer hasta siempre- la victoria del elemento materno, telúrico, terrígeno, pasivo, permanente, sobre el trascendente, circunstancial activo y uránico que representa el padre"63. Obsérvese en ese "desde ayer hasta siempre" el abandono del presente en su concepción del desarrollo histórico y con ello su larga zancada para transitar del pasado al futuro -evitando detenerse demasiado en cada realidad presente-.
Unos años antes ya estaba esa misma idea presente en Revelación del Paraguay: "Como español, lo primero que me interesó llegando a Paraguay fue conocer esa Madre Tierra, ese humus nativo, hecho humanidad, y al elemento materno con el que se fundió nuestra progenación64 cuando desembarcó con Irala"65. Domingo Martínez de Irala, que no nació en Vergara pero que en muchos sentidos fue su villa, convirtió a esta pequena localidad de Guipúzcoa (País Vasco) -según Giménez Caballero- en el germen fundacional de la paraguayidad: "He aquí cómo Vergara, que por ser patria de Irala fundó la nación paraguaya, por ser patria de las ideas emancipadoras valió como chispa de independización"66, aludiendo a que fue precisamente en esta villa -durante el siglo XVIII-, desde donde se difundieron muchos de los principios políticos rousseaunianos y enciclopedistas, de la mano de la Companía Guipuzcoana de Navegación que viajaba hasta América exportando ideas de libertad e independencia hasta las colonias.
La visión que en Giménez Caballero aparece de la mujer paraguaya, como si se la pudiera considerar la placenta nacional del Paraguay sin la existencia de tensión o fricción en esa consideración, se lee claramente en el siguiente extracto en el que el protagonista menciona su primer interés epistemológico de llegar a Paraguay buscando:
Conocer la indianidad ab origen y prehispánica; a sus indios. Y más que a sus indios -solo queridos parientes y cunados- a sus indias, queridas novias y esposas de nuestros conquistadores y madres de nuestros mancebos de la tierra, nombre maravilloso con que se denominó a los mestizos.67
Esta consideración hacia la mujer paraguaya, muy extendida, esconde sin embargo una dura realidad pasada, pues en aquel modelo colonial, la mencionada amistad y el denominado cunadazgo de las primeras décadas de la conquista no podían sino derivar en un creciente abuso68 y violencia por parte de los nuevos vecinos invasores, relegando a las mujeres guaraní -como senalaría Bartomeu Melià- a una suerte de "pieza económica, criada, brazo agrícola y procreadora de nuevos brazos, como anotaron Susnik y Zavala"69.
Es por ello que la ampliamente conocida poligamia70 hispano-guaraní no habría sido efecto de un inocente e inocuo simple libertinaje sexual, sino la "imposición de un nuevo sistema económico cuyo resultado era el genocidio"71.
Este nuevo sistema económico tampoco pasó inadvertido a Giménez Caballero, por más que él obvie sus nocivos efectos sociales y se centre en los avances que sobre el desarrollo económico permitió la relación, al hablar sobre la introducción de la vaca europea en estas tierras, que permitió -en su opinión- el paso de la economía exclusivamente agrícola "a la economía salvadora de la vaca, librándose de préstamos y arriendos bancarios, de capciosas hipotecas, consolidando la Independencia paraguaya"72. También afirmó que "la vaca traída por España hizo al guaraní y al indio pampero pasar de su cultura edáfica a esta ganadera" y que el guaraní "vio en la vaca un principio de alma mater, de alimento primordial, una mater-nidad superior a la agraria"73 habitual de su economía anterior74.
He aquí una terrible consecuencia -con importante poso histórico- de ese periodo de administración colonial que Giménez Caballero alaba al denominarles a ellos como "queridos parientes y cunados" y a ellas como "novias, esposas y madres": la tendencia de la élite paraguaya a emparentar por conveniencia socioeconómica, que hasta hoy perdura -aunque más difuminada y por supuesto menos pública-, y que tienda a situar sobre todo a la mujer en grave situación de subalternidad familiar y social. La mujer es aún expuesta como ganado en las festividades propias del crecimiento humano (podemos pensar en la celebración de la quinceanera como una de esas festividades); esta cultura del arreglo de casamientos ya la advirtió Giménez Caballero -si aún hoy, atemperado, sucede, más si cabe se daría en los años sesenta-, solo que él no llegó a relacionarla, como aquí se propone, con la cultura que forjó esa imagen tradicional del Paraguay como la cuna del enlace entre el conquistador español y la india guaraní:
Si la Independencia americana surgió del club, el club, esta palabra tan inglesa, tan poco católica en su origen, ha pasado a ser, sobre todo en Paraguay, el sitio mejor para dejar de ser independientes los paraguayos. Y triunfar las paraguayas. Como dijo aquel, los hombres nacen libres, pero algunos se casan. En Paraguay la mayoría de los matrimonios se comprometen en los clubs.75
Es terrible imaginar un mundo dominado bajo la concepción de que el hombre se casa -renunciando a parte de su libertad- por prosperidad socioeconómica, como quien compra una propiedad a fin de especular con el beneficio de la inversión. Se hace imprescindible traer aquí la siguiente frase de Giménez Caballero, cuando habla de los impulsos que siente por consolar en el acto a la mujer paraguaya -en genérico- cuando esta va de luto, "empu-jado quizá por el atavismo del padrecito Irala, que casó a escape con la hija del cacique Moquiracé, y asimismo, a sus mestizas hijas76 con sus companeros de fatigas raceadoras"77. Quizá convenga, además, no detenerse demasiado a pensar en esa expresión: "companeros de fatigas raceadoras" . Pero todo tiene su explicación: el problema es que para Giménez Caballero no había problema. Huelga aquí detenerse a revisar el siguiente párrafo completo:
Yo también participé -desde el primer instante- en este fervor por la mujer paraguaya, solo que de un modo platónico. Precisamente por haber sido Platón, el Plató del Renacimiento itálico, el petrarquista, quien me llevó en la vida a enamorarme y adorar una florentina, la cual, mia donna, me colmó tan de idealidad y amor de perfección por la mujer, que quedó alumbrada mi alma para poder ya comparar y estimar -muy delicadamente- cuanta maravilla de feminidad encontrase a mi paso. Cierto que en mi sangre toledana remanecían vehementes calenturas, tal vez heredadas de mi abuelo materno, el que se casó dos veces, gozó de muchas mujeres, raptó a una monja y era el rey de un barrio castizo de Madrid cuando en su coche de jacas arrancaba hacia los toros, puro en boca y la mirada en desafío. Pero el culto a Dulcinea y la poesía de la fidelidad sublimaron en mi nietez aquella fiebre ancestral, por lo que cuanto diga sobre la mujer paraguaya habrá de entenderse solo como desinteresado piropo, sinceridad despojada, cortesía española y limpio tributo varonil a la mejor obra de Dios. Ahora bien -y esto sin que nos oiga nadie-, de no haber encontrado a mi fiorentina y haberme disciplinado tanto las entranas con religión y musicalidades, yo creo que mi ideal hubiera sido tener varios hijos78 en cada país de América y haber logrado la Fiesta de la Raza por mi cuenta.79
Su falta de crítica a los procesos de vilipendio hacia las mujeres en el pasado proviene, en parte, de su interpretación de la mujer en su propio presente. Es curioso cómo a su parecer, en un capítulo en el que se aborda la figura de la mujer paraguaya y en el que aparecen guinos al proceso de conquista y colonialidad del Paraguay, no corresponde crítica ni reflexión sobre el hecho. Sin embargo, sí existe una herida en su opinión, pero esta es la de las guerras de Independencia, que Giménez Caballero resuelve con estas palabras:
Yo creo que el español actual en América solo puede tener acogida y simpatía si ofrece a los hombres americanos un respeto sublime, y a las americanas mujeres una (también sublime) admiración. Solo ofreciendo sublimidad -es decir, religiosidad- el español puede aspirar a cicatrizar la llaga aquella de la Independencia, y sanear antiguas heridas supuradas. La mujer india de la conquista -la tierra misma de América, su matria- no se entregó al español porque fuera español y donjuanesco, sino porque vio en él lo que las mujeres ibéricas (nuestras abuelas) vieran en el hombre romano: una cultura superior a la propia indígena de donde podían surgir hijos, filialidades, capaces un día de ser, a su vez, patriarcas de nuevas culturas.80
Puede leerse en esas palabras que a la mujer no parece corresponderle respeto, sino solo sublime admiración. Y la única llaga en toda esta historia aparece a su criterio durante el proceso de Independencia latinoamericana, y para sanarla dispone el mismo sedante de la conquista y la dominación: religión. Giménez Caballero iguala "la mujer india de la conquista" a "la tierra misma de América". La mujer como tierra, y entonces, si la tierra se cultiva, la mujer también; en una, las semillas del alimento, en la otra, las semillas de la progenie. Esa visión de la mujer indígena en los procesos de conquista y colonización siguió a Giménez Caballero toda su vida. En la entrevista concedida a Enrique Selva Roca en 1986 afirmó que:
A España no le ha quedado de profundo más que el hecho del raceamiento81, de tener allí nuestra descendencia, el amor; ha quedado también el recuerdo de la conquista, verdaderamente prodigiosa, milagrosa. [...] En rigor, lo que yo propongo para España, para el 1992 o cuando sea, es continuar lo que verdaderamente España logró indiscutible e individualmente: el raceamiento y la colonización. El llevar nuestras juventudes de nuevo allá a cruzarse otra vez con nativas, a cultivar la mujer y la tierra, a continuar la simiente española. Esta es la tarea de España, y todo lo demás -libros, exposiciones, cuchipandas- no vale absolutamente para nada.82
Durante el proceso, la mujer aparece como entidad pasiva del sujeto político, y tan solo se la dota de poder cuando adquiere la naturaleza de madre: su valor es en cuanto que madre, no en cuanto persona en sí misma83. Además, se obvia también el hecho de que en el inicio del proceso de conquista
Se instaló la práctica desordenada de las rancheadas, consistentes en la enajenación de mujeres y en la matanza brutal de varones; la saca de mujeres de sus poblaciones fue costumbre corriente en los primeros años de la conquista, [...] y así fue como un gran número de mujeres fueron concentradas en las primeras chacras españolas situadas en los alrededores de Asunción, sirviendo como criadas y concubinas de los españoles, madres de los primeros mestizos, adquiriendo gran valor en los trabajos agrícolas y en el trueque, pues los conquistadores cambiaban mujeres por caballos y especialmente por ropas, ya que esta constituía el artículo más escaso en la primera economía asuncena.84
Al obviar Giménez Caballero estos aspectos desdibuja la violencia consustancial del proceso de conquista, y profundiza en el imaginario colectivo el carácter genuinamente pacífico y armonioso que la construcción historiográfica nacional ha querido dar a la formación de las primeras familias mixtas -castellano-guaraní- en la provincia del Paraguay, invisibilizando la doble victimización de la mujer indígena, primero en su propia cultura -como pieza de cambio- y después también como consecuencia de la relación entre la cultura indígena y la conquistadora.
Se ha dicho que Paraguay es tierra de mujeres. Pues, sí. Gracias a estas mujeres es por lo que Paraguay en la historia de América ha podido dar una verdadera tierra de hombres, de los más hombres. De los que saben aim morir por el honor. Y también por el amor.85
En opinión de Ignacio Telesca, en el proceso de sometimiento de los pueblos indígenas, que fue "relativamente rápido", fueron
Fundamentalmente las mujeres las que se vieron bajo el yugo del conquistador, y las cartas referentes al Paraguay publicadas en las Cartas de Indias son más que elocuentes sobre la explotación de la mujer indígena, que no se restringió exclusivamente a lo sexual.86
Las fatigas en el campo, el trabajo en las haciendas, el cuidado de los hijos e hijas, la construcción de estructuras habitacionales y para uso agrícola, las labores como hilanderas por la noche para vestir al senor que las subyugaba87, entre otros aspectos más personales y también sociales de esta explotación... Todos estos elementos no aparecieron en la obra de Ernesto Giménez Caballero, en su relato idílico de la construcción histórica de la hispanidad, como no aparecían tampoco en el discurso nacionalista de construcción de la nación paraguaya. Esta explotación de mano de obra indígena -en especial la que afectó a la mujer guaraní- ha sido "vista tradicionalmente como la cuna del mestizaje, siempre en términos positivos"88. Esta interpretación tradicional -nacionalista- de la historia del Paraguay se observa con claridad, entre otros, en uno de los historiadores paraguayos de mayor relevancia del siglo XX como fue Efraím Cardozo:
El entrecruzamiento produjo un fruto distinto que en otras regiones de América, si no por las calidades de la ascendencia, por los factores culturales y ambientales que presidieron el mestizaje. La mezcla racial no se practicó en la clandestinidad, soslayando sanciones penales y ain morales, sino libre, generosa y aun honradamente.89
Para Telesca, el mestizaje se produjo "de la mano" de la conquista, y "no surge de la complementariedad sino de la violencia"90. A este capítulo del mestizaje nos referimos a continuación con más detalle.
El Paraguay mestizo
Cuando los conquistadores castellanos comenzaron a instalarse en Asunción comenzó también, en palabras de Bartomeu Melià, "una historia compleja y bastante confusa", sobre todo debido al interés por transmitir la idea de "un mestizaje armonioso y feliz como relato fundador de la nación paraguaya", de manera que la narrativa histórica tradicional paraguaya, principalmente la del siglo XX, "ha convertido en mito la falacia de que el Paraguay (país bilingüe) tiene su origen en el mestizaje"91. Revelación del Paraguay responde a la perfección a ese modelo de historia tradicional o convencional, y Giménez Caballero otorga a ese mestizaje la cualidad de esencia de la paraguayidad.
En la producción de Giménez Caballero, los temas sobre América Latina, la cuestión indígena y el proceso de mestizaje "aparecieron en un contexto histórico por primera vez en su obra Genio de España, en 1932"92; estos rasgos habrían sido para él decisivos en la evolución del concepto moderno de nación española, concepto que en su opinión habría surgido con la llegada -el mal llamado descubrimiento- y colonización de los castellanos en América, así como con el cierre de la denominada Reconquista de la península ibérica93, y apuntará al proceso de mestizaje y a la tolerancia cultural en su obra como "factores decisivos de la conquista de América Latina, y también [que] aportaron a la conservación del imperio"94.
Para las élites religiosas, militares y políticas peninsulares, la salvación cristiana que era también misión de los españoles en las colonias debía realizarse en paralelo a la consecución de una nueva sociedad indiana, que se materializaba mediante la fecundación de las mujeres de la América pagana por parte de los varones de la católica metrópoli española: en Revelación del Paraguay, GeCé afirma que "el mestizaje es, para la Hispanidad, algo más que una despreocupación; sin duda, una mística. [...] Por eso, si la Hispanidad es mestizaje, la Hispanidad lo será todo"95. Se observa aquí la casi imposibilidad de desligar -como proponía José Vasconcelos en el caso mexicano pero aplicable al ámbito latinoamericano96- el supranacionalismo de la hispanidad del elemento genético en la constitución social de esa nueva nacionalidad -la "quinta raza" de Vasconcelos97- en la concepción de Giménez Caballero; una suerte de intento discursivo de superación del racismo98 que, sin embargo, se fundamentaba sobre un elemento esencialmente racista, destacando a menudo el blanqueamiento del mestizo latinoamericano para superar al indio americano o al negro de origen africano.
En un contexto de obsesión discursiva franquista por la regeneración española tras el proceso de decadencia nacional del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, Giménez Caballero dedicó tras la Guerra Civil española una atención importante a la hispanidad y el mestizaje del periodo colonial99. No deja de ser irónico que pueda llevar tanta razón Giménez Caballero al hablar de mestizaje pues, sin restar el valor positivo que hoy pueda tener el mismo en las construcciones nacionales de las sociedades latinoamericanas para aliviar las tensiones de fundamento racial, no podemos olvidar el sentido en que este mestizaje se produjo, principalmente, durante los siglos XVI y XVII: mediante la conquista, colonización y la violación de la tierra y su humanidad femenina.
La convivencia de españoles con la sociedad guaraní y la unión de los primeros con las mujeres guaraníes "es un hecho claro"100 (como también lo es que pronto se conformó un grupo criollo mestizo amplio y con identidad propia101, que tuvo escaso aporte genético desde la península después de las primeras décadas102); sin embargo, conviene senalar que la idea de que España -a través de sus conquistadores- fecundó la tierra103 de lo que hoy es Paraguay -equiparando a España con el padre y al Paraguay con la madre- es una acertada y dolorosa metáfora de la realidad de la conquista.
En este proceso gradual de la conquista -de invasión y sometimiento-, además de la dosis de violación directa -invariable en los procesos violentos de toma u ocupación territorial-, aparece también el elemento patriarcal en el que la mujer se convierte en objeto de intercambio político, entre el español que conquista la tierra y el indígena (varón) que evita doblegarse por completo a través de la dación de sus mujeres, con el fin de mantener cierto estatus social en el nuevo contexto de las colonias gracias, precisamente, a ese "parentesco o cunadazgo" al que alude Giménez Caballero. Mediante esa unión consanguínea, los varones indígenas se enlazaban con el sujeto político en expansión, y evitaban con ello la relegación completa -al menos en el ámbito de lo local- a la subalternidad. La entrega de mujeres104 no era, en cualquier caso, una práctica desconocida en la etapa precolonial, pues en realidad el fenómeno era ya habitual entre los grupos guaraníes con anterioridad al inicio del proceso de conquista castellano:
Cuando llegaron los conquistadores, no comprendieron el valor que los guaraníes daban a las mujeres, muy valiosas por ser quienes trabajaban en el kokue -la chacra-, y servían como medio de cambio. Cuando Ayolas e Irala remontaron el río Paraná y el Paraguay, al llegar a la altura de Lambaré, fueron enfrentados por los indios de la zona, por lo que Irala disparó desde su bergantín con un pequeno canón, sorprendiendo a los indígenas, quienes corrieron despavoridos. En consecuencia, el cacique les ofreció cuatro doncellas -considerando el valor que estos atribuían a sus mujeres- como elemento de negociación con los extraños que llegaban a sus dominios. Irala y los demás españoles no entendieron esta actitud y tomaron a las doncellas como objeto sexual, pensando que los indios daban a sus mujeres en son de paz y no con el valor que en realidad ellos le asignaban. A partir de este episodio, todos los cronistas opinaron que los indios cambiaban mujeres por un punal, por pieles o por comida, y los historiadores posteriores escribieron acerca del poco valor que tenían las mujeres indígenas. Irala, luego de la fundación de Asunción, tomó varias mujeres, hijas de los principales caciques y los demás conquistadores siguieron su ejemplo.105
Esas mujeres dadas entonces106, y las que siguieron después, constituyeron la parte femenina del origen del mestizaje guaraní-castellano en Paraguay, hasta el punto de que Giménez Caballero afirma que "existe un tipo somático, un mestizo de sangre matricia guaraní y patricia de españoles"107. Sin embargo, la implicación política -decisiva quizá en la deriva histórica de la administración territorial del Paraguay- de esta subordinación del indio al conquistador por vía del emparentamiento con la mujer -más bien deberíamos decir con las mujeres- queda muy bien explicada por Melià:
Que los guaraníes aceptaran a los españoles en su sistema de reciprocidad económica y parentesco, dada también la necesidad que tenían los recién llegados de proveerse de alimentos y disponer de mujeres, nada tiene de extrano. El nombre de karai se refiere a personas con poderes chamánicos sobrenaturales, y con él fueron honrados los españoles, lo que permite pensar que fueron considerados no solo como personas (ava) como ellos, sino además de rango importante. años después, en 1620, el jesuita Marciel de Lorenzana sintetizó el proceso en estos términos: "lamáronse luego los indios y españoles de cunados, y como cada español tenía muchas mancebas, toda la parentela acudía a servir a su cunado, honrándose con el nuevo pariente, y viéndose los españoles tan abundosos en comidas de la tierra y con tantas mancebas, no aspiraron a más... Y como estaban en el Paraíso de Mahoma, se gobernaban a su modo".108
Por supuesto, Giménez Caballero no niega -es más, lo reafirma- el valor de lo guaraní en la esencia nacional del Paraguay109, esencia que para Giménez Caballero es el mestizaje. No obstante, no debe olvidarse que a pesar de que "el uso del término nación con un sentido político fue extremadamente raro en el conjunto de la monarquía hispánica con anterioridad a 1808"110, y aunque no preexistiera el concepto decimonónico de nación y por tanto no podemos hablar de que hubiera habido "naciones o sentimientos nacionales previos a la crisis imperial, sí habría existido por el contrario un patriotismo criollo que podría equipararse a una especie de protonacionalismo, que podría ser entendido como amor a la patria de nacimiento"111. Entendido así, existen argumentos a favor ese valor sustancial que Giménez Caballero le da al mestizaje -propio del grupo criollo- como germen de la nación paraguaya moderna.
En ese sentido, explicar el proceso de integración nacional exigiría una mirada del proceso de la Independencia que no principie y finalice en 1811112, como tampoco debe olvidarse que la construcción de la nación y de la nacionalidad es móvil, un elemento histó-ricamente construido y, en cuanto que relacionado con el paso del tiempo, cambiante. En ese afán por integrar la nación, de la que el mestizaje -tan alabado por Giménez Caballero como punto de partida de la paraguayidad- es una de las causas y al mismo tiempo efecto más claros, se cometieron en años de la dictadura stronista -régimen en el que tan bien se desenvolvió Giménez Caballero por su amistad personal y la sintonía ideológica con el dictador paraguayo113- importantes atentados contra la integridad de los pueblos origina-rios que, sin embargo, no contaban con la carta de naturaleza mestiza y, por tanto, carecían de ese salvoconducto social y político. Durante los primeros años de su gobierno -segunda mitad de los años cincuenta-, Stroessner desplegó un discurso nacionalista xenófobo114; en realidad, lo que el régimen vino a denominar "el problema indígena"115 fue un choque de intereses entre una élite capitalista necesitada de tierras liberadas de ocupación para el crecimiento económico mezclado con un extendido racismo sobre todo entre las poblaciones trabajadoras campesinas del interior paraguayo hacia los grupos indígenas.
León Cadogan, que había comenzado a publicar artículos acerca de la situación de los grupos guaranís atrayendo la atención de intelectuales extranjeros, "fue el primero en describir cómo los paraguayos valoraban su linaje guaraní, pero concurrentemente 'despreciaban, explotaban y perseguían' a los pueblos indígenas en el campo; de hecho, él veía en el racismo nacional el mayor obstáculo para la asimilación indígena"116. Resulta evidente que en estas circunstancias la articulación de un sujeto político paraguayo que se componga de todos sus elementos en disenso es harto complicado117.
No obstante, la valorización de la raza guaraní estaba inserta en el discurso nacionalista paraguayo hacía tiempo: si bien a finales del siglo XIX no parecía que el tema de identificar étnicamente al paraguayo y recuperar su relación con la población indígena fuera por entonces un tema central ni de disputa en el campo de la historia y la política nacionales118, el debate étnico-identitario, o racial -según el lenguaje de la época- surgió poco después, con la disputa sobre la construcción nacional y la controversia historiográfica sobre la figura de Solano López ya servida, que tuvo su cenit con la conocida polémica intelectual y periodística119 entre el doctor Cecilio Báez y un jovencísimo Juan E. O'Leary entre 1902 y 1903. Esta polémica, y sus posteriores reinterpretaciones, generó a nivel social, político y cultural una "división muy profunda" en la sociedad paraguaya120. Si bien Báez no realizó un análisis de la conformación étnica del país -ni tampoco lo tuvo como referente de sus escritos-, sí senaló que al iniciar el siglo XIX la población paraguaya -100 000 habitantes criollos- eran mestizos provenientes del cruce entre los españoles castellanos y las mujeres indias guaranís, aunque él no argumentó este rasgo étnico nacional como uno de los factores del cretinismo paraguayo que según él acusaba el país121. Según Claudio Fuentes-Armadans, "ambos discursos, el de O'Leary nacionalista y el de Báez positivista, estaban destinados a chocar entre sí"122, con lo cual surgió la célebre polémica sempiterna paraguaya.
Juan O'Leary arremetió contra Báez y encumbró a Manuel Domínguez -unos pocos años más joven que Báez-, quien en 1917 publicó una colección de artículos bajo el título El alma de la raza (con introducción del propio O'Leary). Después de la polémica, Arsenio López-Decoud retomó también los trabajos de Manuel Domínguez y habló del paraguayo como perteneciente a una raza blanca sui-géneris, y definió la raza paraguaya como descendiente de la mejor gente española a la cual se le agregó el valiente guaraní; un mestizaje que engendró una raza superior al resto de las del continente123. Según Ignacio Telesca,
Con una historia y una identidad consolidada se anadirán nuevos aportes que fortalecerán esta concepción. Moisés Bertoni, científico suizo, presentará al pueblo guaraní más que como una raza, como una civilización con logros comparables a cualquier otra civilización importante de la historia. Si bien Domínguez no levanta la bandera de Bertoni sí lo hará más adelante Natalicio González, no con la intención de demostrar que la paraguaya era una raza superior, sino para certificar que la cruza entre el guaraní y el español, sea laico o religioso, generó una unidad tal que impelía un tipo determinado de Estado, fuerte y personal, como el de Francia, como el de los López, como no lo era el iniciado a partir de 1870. La creación de la nación mestiza tuvo usos disímiles en los tiempos de la celebración del centenario. Poco importaba la historia, lo que sí era primordial era darse a sí mismos una identidad que les permitiera mirar el futuro con esperanza.124
Durante el breve periodo de Natalicio González al frente de la presidencia de la República del Paraguay -últimos meses de 1948- reelaboró la historia del pueblo paraguayo desde la colonia hasta sus tiempos "exacerbando la idea de una raza guaraní magnífica y poderosa" que "combinada con los agentes laicos colonizadores conformó un ser paraguayo que fundó y sostuvo un país justo y libre, civilizado y acertado"125. Con Natalicio González "el nacionalismo paraguayo se refuerza con la creación de un mito guaraní que explicó por sí mismo las características de la raza paraguaya", hasta el punto de que Rubén Bareiro Saguier afirmó que González "pertenecía a la generación indigenista-nacionalista"126; de hecho, González se inspiró en la teoría del mexicano José Vasconcelos. Con ese reforzamiento se fueron creando los "relatos históricos alrededor de los cuales se reforzaba la idea de una nación autoabastecida y pacífica desde tiempos inmemoriales"127.
Natalicio González se refiere una nueva raza que es la que desobedece a la colonia, una nueva raza de indios, criollos y mestizos, que "posee tradiciones uniformes, ideales, penurias y esperanzas sentidas en común, una unidad étnica y un hábitat que se fue transformando 'en el sentido que más favorecía a la índole rural y guerrera de la raza'"128. González dirá que "los conquistadores clavaron su hogar en el nuevo país dominado, y no tardaron en mezclar su sangre con la del indígena, y de este cruce surgió un nuevo elemento étnico, el mestizo, inteligente y fuerte, de bella gallarda apostura"129. Según Telesca, Natalicio González -al igual que Manuel Domínguez- observa "la confirmación de su teoría en la obra de gobierno de Carlos Antonio López, al afirmar que durante ese tiempo:
[...] Hay una armonía profunda entre el régimen de los López y los ideales de su pueblo. El estado realiza maravillosamente la síntesis del pasado paraguayo, funde en una nueva entidad la herencia política del conquistador laico con la obra espiritual de los catequistas para desenvolver sobre bases firmes y naturales la cultura autóctona130.
Los "protoideólogos del stronismo" -Juan E. O'Leary y Natalicio González- retomaron la tradición nacionalista del siglo XIX con su crítica al liberalismo, "fusionándola con el fascismo del siglo XX"131. De todo este discurso nacionalista, surgido de la polémica historiográfica de comienzos del siglo XX y desarrollada durante la primera mitad de la centuria hasta convertirse de facto en historia oficial del país hacia mediados del bebió de Giménez Caballero para escribir su obra Revelación del Paraguay. En el libro son constantes las referencias a O'Leary, Natalicio González y otros de los principales intelectuales nacionalistas del periodo -Giménez Caballero incluyó también entre sus páginas a liberales como Efraím Cardozo o Julio César Cháves, ambos contemporáneos suyos-, y el propio Giménez Caballero lo confiesa en la obra: "La reciente historiografia paraguaya se caracteriza por su técnica, más científica que política, aunque siempre hondamente nacionalista"132. El relato historiográfico nacionalista de ideólogos del mestizaje paraguayo como Natalicio González están muy presentes en la obra de Ernesto Giménez Caballero.
Conclusiones: revisar y reconstruir nuestro relato común
Sin duda, Ernesto Giménez Caballero es uno de los personajes más controvertidos de cuantos conectan a españoles y paraguayos en el siglo XX. Varias opiniones sobre Giménez Caballero suelen coincidir en el "carácter alucinado de su pensamiento"133, opiniones que pueden resumirse en dos, de signo bien diferente134: de una parte, para el fascista Maximiano García Venero, "bajo la máscara genialoide de GeCé atisba, profundamente, un ser medroso y egoísta: un simulador dotado de talento literario"; sin embargo, para Herbert R. Southworth,,Giménez Caballero fue un hombre "de gran visión política en sus momentos de lucidez, y uno de los escritores realmente importantes del fascismo español. [...] Sabía lo que era el fascismo y en sus obras consiguió una de las más claras exposiciones de esta doctrina"135.
No se pueden negar las cualidades de Ernesto Giménez Caballero como literato e intelectual; su capacidad para desbordar al lector con datos, nombres, acontecimientos y referencias de toda naturaleza -filosofía, teología, historia, lingüística, política, economía, arte o literatura recorren su obra a rienda suelta gracias a su característico verbo copioso, a veces excesivo- es incuestionable, beneficiándonos también a través de sus obras de su amplio conocimiento de la América Latina en general. Tampoco pasan inadvertidos su catolicismo recalcitrante -al menos de discurso, quizá no tanto en la práctica136- o su confesa adhesión al fascismo, mucho más clara al menos hasta los años cincuenta, aunque a menudo -como advirtió uno de sus biógrafos137- rehuyó utilizar el término en sus textos o en sus respuestas durante las entrevistas (sobre todo acabada la Segunda Guerra Mundial), ante lo cual siempre dio evasivas, circunloquios o alegorías, sabedor de que el término no caía bien en España y mucho menos en Europa. Y tampoco podemos desatender ni descuidar su concepción de nación, fuertemente fundamentada en algunos aspectos del romanticismo alemán y al mismo tiempo conectada y combinada con la catolicidad: "Por eso mi nacionalismo -lo afirmé en Genio de España- se llama Catolicismo (religiosidad, catolicidad, universalidad) [Ansia de inmortalidad!"138, según le escribió a Douglas Foard a mediados de los setenta. Esta perspectiva de la hispanidad que potencia el factor católico de la misma había estado muy presente durante los años treinta en el pensamiento y en la obra de Ramiro de Maeztu139; en sus propias palabras:
Percibimos el espíritu de la humanidad como una luz de lo alto. Desunidos, dispersos, nos damos cuenta de que la libertad no ha sido, ni puede ser, lazo de unión. Los pueblos no se unen en la libertad, sino en la comunidad. Nuestra comunidad no es racial ni geográfica, sino espiritual. Es el espíritu donde hallamos al mismo tiempo la comunidad y el ideal; y la Historia quien nos lo descubre. En cierto sentido está sobre la Historia, porque es el catolicismo.140
Con el tiempo, Giménez Caballero no llegó a completar un proceso que hubiera podido desarrollar con la edad y la experiencia, proclive a un esfuerzo mayor por comprender, interpretar y explicar Paraguay -como país, como nación- desde posiciones epistemológicas más desprendidas de su fascismo transmutado a catolicidad y de su idea de imperio hecho mestizaje sobre la tierra. Y a pesar de que en Revelación del Paraguay -como también en otros de sus textos, sobre todo los posteriores a la Guerra Civil- el valor de la raza recorrió un camino diferente del que se extendió por la Alemania del primer tercio del siglo XX141, esta afinidad al ideal romántico de nación, así como su conocimiento y reconocimiento de los estudios en lengua germana que lo sustentaron, lo impulsaron a una abrumadora -a veces desconcertante y hasta excesiva- obsesión por la raza, su continuidad y sus alteraciones, y en consecuencia acercaron su lenguaje y su pensamiento a los fenómenos de la biología y, en particular, de la genética.
Digno de reconocer es, asimismo, su empeno por abordar en Revelación del Paraguay la multiplicidad de elementos, fenómenos y aconteceres de la política, la sociedad, la cultura, la naturaleza o la historia del país; sin embargo, a menudo todo ello se muestra desde una perspectiva histórica casi impropia de su estatus intelectual, sí con un amplísimo y hasta abrumador torrente incesante de datos, historias, conversaciones, sensaciones, anécdotas y detalles, pero con una mirada en exceso acrítica hacia algunos de esos procesos y acontecimientos, y una interpretación decimonónica de algún episodio del pasado recorrido en la obra. En línea con su pensamiento nacionalista e hispanista, Giménez Caballero no abordó las tensiones que algunos de esos procesos supusieron o simbolizaron en el desarrollo de la construcción historiográfica de la nacionalidad paraguaya -tensiones que por otra parte no son exclusivas del colonialismo español, pues son consustanciales al fenómeno imperial142-.
En la continuidad de esta reflexión podrían adquirir una relevancia fundamental los conceptos de biopolítica y biopoder143, que a pesar de utilizarse en ocasiones de forma indistinta aquí corresponde diferenciarlos: en palabras de Roberto Esposito144, si entendemos biopolítica como "una política en nombre de la vida" y el biopoder como "una vida sometida al mando de la política", entonces la construcción historiográfica que el nacionalismo paraguayo realizó sería una operación biopolítica por cuanto algunos de los rasgos de esta construcción apuntan a una fundación nacional basada en criterios raciales o étnicos145, pero esencialmente biológicos, (como lo es el enlace del conquistador hispano con la mujer guaraní y la amalgama social cimentada en la consanguinidad, el mestizaje). Y a su vez, el régimen de legitimación del poder en Paraguay, basado en una construcción historiográfica mitificada a partir del patrocinio -y latrocinio- nacional por parte de los supuestos herederos ideológicos de los también supuestos héroes de la patria paraguaya, constituye un ejercicio de biopoder, habida cuenta de que si la esencia de la nacionalidad paraguaya se sostiene en fundamentos raciales, entonces la vida está sometida a la política en cuanto que desaparece la igualdad racional entre sujetos biológicos, entre la ciudadanía, siendo sus características biológicas las que podrían definir el resultado de una política hacia ellas.
El historiador paraguayo David Velázquez-Seiferheld resume de la siguiente manera la compleja situación que enfrenta en Paraguay la historiografía acerca del origen social, cultural y étnico del país como Estado-nación moderno:
No hace falta volver a la historia como única o principal legitimadora del proyecto nacional: son demasiadas las historias que contar; y no hace falta refundar la nación. Pero tampoco se puede olvidar, porque el olvido de lo político es un olvido política-mente conveniente. Y cuando el olvido es político, entonces la memoria, el pasado, la historia, se privatizan y dejan de ser patrimonio común. La historia no es lo único que construye comunidad, pero es necesaria para entender el presente. Por eso el debate sobre es pasado siempre es necesario. Renán sostuvo alguna vez que el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad. Ese a menudo indica que no necesariamente tiene que ser así. Es posible que lo sean si la nación se piensa como un todo homogéneo, pero itiene que serlo para un proyecto de nación que incluya distintas memorias y sus respectivas tensiones y conflictos, propios de una sociedad con ambiciones democráticas? Solo una reparación histórica a la histo-riografía puede responder a esta pregunta.146
Por desgracia, tal y como afirmó el sociólogo paraguayo Helio Vera, "el pasado paraguayo no existe como historia sino como leyenda, y por eso no tenemos historiadores sino trovadores emocionados cantores de epopeyas, lacrimosos guitarreos del pasado"147. Corresponde a las actuales y futuras generaciones de investigadoras e investigadores paraguayos la magna y sacrificada tarea de acometer la "reparación histórica a la historiografía" nacional148. Por otra parte, Revelación del Paraguay sí sirve con solvencia a un propósito más práctico: el de reflexionar sobre el pasado, sin olvidos políticamente convenientes, al abandonar esencialismos e idealizaciones románticas del fenómeno nacionalista149, que solo empobrecen la visión del pasado. Es preciso interpretar los elementos principales de la construcción nacional como ingredientes de un fenómeno político y sociocultural cambiante, mucho más complejo de lo que se supone. El libro de Giménez Caballero es tan extenso en temas y aspectos críticos de la historia del país que hoy conocemos como Paraguay, que invita a una permanente discusión de las razones de la dificultad histórica para articular un sujeto político que asuma y recoja la multiplicidad de variantes, naturalezas y tensiones que se dieron a largo del tiempo y del espacio en el territorio del actual Paraguay. Como senala Gaya Makaran en su trabajo sobre el nacionalismo paraguayo y sus mitos, "si analizamos los trabajos de la corriente revisionista de la historiografía paraguaya, en todos se rechaza, o por lo menos se complejiza, la idea de la conquista pacífica y de la alianza hispano-guaraní"150, lo que habla de un esfuerzo más que necesario, relativamente reciente, por desmitificar estos aspectos.
Giménez Caballero es una figura en muchos sentidos nociva para la recuperación de una narrativa históricamente profesional y crítica de la construcción nacional paraguaya y del propio sentido de la integración entre las diferentes comunidades del ámbito cultural iberoamericano o latinoamericano y, sin embargo, es una figura insoslayable en el estudio de las relaciones hispanoparaguayas de la segunda mitad del siglo XX; y lo es, entre otras cosas, porque arrastró hacia la relación entre España y las repúblicas latinoamericanas -particularmente con el Paraguay- algunos de los peores esencialismos del propio nacionalismo español, inclusive aquellos de jerarquía racial como el que parece intuirse en esta última cita de GeCé:
- "[Me asusta usted!" [le espetó Juan Patri, que había estudiado en Suiza y ahora disfrutaba su vejez siendo uno de los pocos huéspedes fijos del Gran Hotel del Paraguay, en Asunción, viviendo en un cuartón colonial, destartalado y lleno de bártulos, como recuerda Giménez Caballero, quien hablaba con don Juan siempre que podía, después de la cena].
- "Yo no sueno este foedus o pacto, don Juan [le replicó Giménez Caballero]. Yo solo soy un fantasma histórico y terrible, como el comendador de Don Juan Tenorio, que me he filtrado por las paredes del Plata y vengo a exigir esta deuda. jNo hay deuda que no se pague!"
- "jMe asusta usted!".
- Sí, asústese, don Juan. Yo soy una espantosa estantigua. Soy el soplo inmortal de lo español. Y vengo a ajustar cuentas con todos ustedes, bribonzuelos.151
En esta cita, parece evidenciarse que, a pesar del discurso integrador de la hispanidad desplegado por Giménez Caballero, en el fondo subyace un jerarquía racial en su pensamiento que no era solo de mestizos-indígenas, sino españoles-mestizos-indígenas, que se explicita en esa amenaza: "Asústese; soy el soplo inmortal de lo español, y vengo a ajustar cuentas con todos ustedes, bribonzuelos"152. Ese bribonzuelos parece incluir al pueblo para-guayo y quizá al conjunto de poblaciones latinoamericanas (o más bien hispanoamericanas).
Es cierto que Giménez Caballero escribió Revelación del Paraguay, como casi toda su obra intelectual -particularmente toda la que desarrolló su pensamiento sobre colonialismo, mestizaje e hispanidad-, antes de la renovación que supusieron en los años ochenta los estudios poscoloniales153. Resulta también manifiesto que la mentalidad colonial de Occidente había cambiado con bastante lentitud desde el final de la Segunda Guerra Mundial erosionando y reduciendo muy poco a poco el encanto, la fascinación o el atractivo por el imperialismo y los procesos de colonización de los siglos XVI al XIX154. Sin embargo, todo lo anterior no obsta para senalar que los historiadores habían ido acumulando pruebas de los crímenes del periodo colonial y que desde los años cincuenta del siglo XX fueron cada vez más habituales las reflexiones críticas sobre el proceso de expansión europea155. Pero Giménez Caballero fue ajeno a estas reinterpretaciones, ya que fue parte del sector que mantuvo una cierta o explícita exaltación de lo colonial y de sus efectos.
Tampoco debe sorprendernos en exceso, pues aunque con el final de la dictadura franquista "los mensajes colonialistas más radicales dejaron de emplearse en España, no hubo entonces una revisión en profundidad de la memoria colonial"156, y el nacionalismo español continuó asociado a la mentalidad colonialista bastante tiempo más, incluso hasta la actualidad157, con mensajes y relatos que, lejos de remitir, "se acentuaron en la segunda mitad del siglo XXI"158. Parece que existe en España una necesidad obsesiva, de rasgos compulsivos, casi patológica, por regresar al placebo de la eliminación del estigma de la colonialidad, algo que según argumenta José Luis Villacanas -siguiendo a Freud- sucede "cuando el duelo tiene efectos traumáticos que conmueven las bases mismas de la vida y producen un profundo abatimiento porque sus facultades quedan fijadas al pasado"159. Así, mientras en otros lugares de Europa se desarrollan algunos debates sobre cómo pedir disculpas por el colonialismo o acerca de la manera en que podrían implementarse reparaciones, en España este debate aún está por abrirse160.
Hoy en España se observan vientos de cambio -de disputa161 por la esencia de la historia nacional- que se producen en forma de una suerte de "melancolía fijada a un pasado que prepara fatídicamente su repetición"162. Por eso resulta perentorio recuperar aquí las palabras con las que se iniciaba este trabajo: "Hay que volver a hablar de GeCé, para que no se olviden las consecuencias que tuvieron sus bobadas"163. Desde la historia tenemos la responsabilidad de identificar, en cada momento los mitos históricos del franquismo sociológico, y asumir el compromiso de senalar esas pulsiones obsesivas atadas permanentemente al pasado que amenazan con abocarnos al "eterno retorno de lo mismo"164, combatiéndolas con argumentos propios de la disciplina profesional historiográfica que corten el suministro de "pociones mágicas e informaciones que, simplemente, no son historia"165.
No podemos confiscar el tiempo en un discurso circular que solo refuerza imaginarios de comunidad -nacionales o supranacionales- en torno a relatos esencialistas y fundantes que pretenden -mediante una operación ideológica tradicionalista o reaccionaria- instaurar y fijar un discurso cerrado sobre el tejido identitario presente que, como casi todo en la vida, cambia con el tiempo y se construye, deconstruye y reconstruye históricamente -a distintas velocidades y en diferentes direcciones- de manera ininterrumpida.