Introducción. Una obra olvidada del boom1
En 1969, mientras España seguía masivamente fascinada por el éxito de Cien años de soledad y estaba, por tanto, en un momento álgido el llamado boom de la narrativa latinoamericana con la invasión de novedades que arrasaban entre lectores y críticos españoles, la editorial barcelonesa Lumen publicó un curioso libro firmado por el reciente premio Nobel Miguel Ángel Asturias y el poeta (premio Nobel también pocos años después) Pablo Neruda. Se trata de Comiendo en Hungría, un novedoso experimen to literario a cuatro manos -absolutamente distinto, por ejemplo, a los de "Biorges"- en el que los dos escritores ensalzan las virtudes de la cultura y la gastronomía húngaras después de una gozosa visita al país unos años antes, en 1965. Asturias y Neruda describen los paisajes y restaurantes que visitan, poe tizan desde el gulash a la paprika pasando por las bebidas alcohólicas típicas y exaltan con indisimulado hedonismo y tono juguetón la experiencia compartida. Neruda lo afirma sin tapujos en uno de los prime ros textos que componen el volumen: "si hay libros felices -(o libracos, librejos, librillos), este es uno de ellos. No solo porque lo escribimos comiendo sino porque queremos honrar con palabras la amistad generosa y sabrosa" (Asturias y Neruda 23). La editorial lo promocionó con un lema igualmente amable y optimista: "un canto no sólo a la gastronomía húngara, sino a la vida".
Gracias al premio Nobel, Asturias tenía más visibilidad en España que Borges a esas alturas, y Neruda, a pesar de sus connotaciones políticas y de la censura, también era sobradamente conocido. En ese sentido, Comiendo en Hungría reunía a dos escritores relevantes del auge internacional de la literatura latinoamericana y enriquecía el mercado editorial español, que, de manera abrupta, estaba descubriendo las posibilidades tanto estéticas como comerciales y políticas de Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez o Carpentier, aunque seguía desconociendo buena parte de la tradición literaria latinoa mericana. Comiendo en Hungría fue, así, una aportación más al aluvión de novedades espectaculares de esos años, aunque su éxito fuera, en realidad, escaso en comparación con otras obras latinoamericanas del momento, seguramente por el alto precio (550 pesetas de la época; más del doble que cualquier no vela del boom). A pesar de ello, se reeditó en 1972.
La obra contiene once textos breves de Asturias y dieciocho de Neruda, algunos en prosa y otros en verso (invirtiendo los roles: más prosa en Neruda y más verso en Asturias), alternados de manera bastan te arbitraria, aunque el prólogo le corresponde a Neruda y el epílogo a Asturias. Pertenece al género de la literatura testimonial, pero con la singularidad de que lo que se testimonia es una experiencia senso rial concreta: el placer gastronómico. Algunos de los textos son brevísimos ejercicios de prosa poética, como la serie de Neruda que incluye "Sopa de pescado", "Legumbres" y "Las artes del repollo", que evoca de forma clara el vitalismo del ciclo elemental del poeta chileno, como puede verse también en textos que sí están en verso, como "Foie-gras":
Hígado de ángel eres!
Suavísima substancia,
peso puro
del goce!
Sacrosanto
esplendor de la cocina:
compacto es tu regalo:
es intensa tu estática riqueza,
tu forma:
un continente diminuto:
tu sabor toca el arpa
del paladar, extiende
su sonido en los tímpanos del gusto,
y desde la cabeza hasta los pies
nos recorre una ola de delicia (Asturias y Neruda 40).
También hay sonetos, tanto de Asturias ("Fuente de Visegrad") como de Neruda ("Sangre de Toro"). Una diferencia significativa entre los dos grupos de textos podría ser que los de Neruda son más persona les y tienen más interés autobiográfico, ya que se conectan con otros episodios previos de su experiencia: en algún momento recuerda a Rafael Alberti y su teoría de los "poetas gordos" (22), en otro su experien cia consular en Oriente (45) y en otro su interés por la pintura española, a propósito de los cuadros que encuentra en un museo de Budapest y sobre los que reflexiona comparando Goyas, Grecos y Murillos (66-67). Igualmente, encontramos algún experimento a modo de diario, muy poco frecuente en Neruda, cuando narra su domingo en Budapest dividiéndolo por horas y poetiza su visita a un restaurante con dos baladas, una anterior a la visita y otra posterior (68-72).
Asturias, en cambio, prefiere dedicar los textos en prosa a defender sobre todo un concepto tradi cional de la gastronomía, alejado de cualquier modernidad consumista: así, en "Rehabilitación de la sopa" (25-28) plantea una interpretación entre mítica y antropológica de la sopa, reivindicando la receta proverbial y legendaria frente a las novedades finas europeas. Y en "El alegato del buen comer" (84-87) presenta una soflama contra algunos elementos de la sociedad de consumo que afectan al placer de la comida: la obsesión por las dietas, las modas culinarias, los trucos de la industria alimentaria y la meca nización del ritual de comer.
Más allá de los curiosos materiales literarios de los dos autores, Comiendo en Hungría fue un producto editorial especialmente novedoso, ya que estaba ilustrado por artistas húngaros y tenía un diseño tipográfico innovador, que evocaba tanto los libros de recetas como los álbumes infantiles, pero que también tenía un toque pop y enlazaba con algunas novedades visuales como, por ejemplo, las de los textos más heterogéneos de Cortázar en esos años. Así, los textos de cada autor son distinguidos no por su nombre, sino por un signo culinario: la cuchara en Asturias y el tenedor bidente en Neruda. Hay, además, un discurso al alimón entre los dos ("Brindis en la taberna 'El Puente'"), junto a otros textos complementarios, una receta anónima del siglo XVI y un poema de un poeta húngaro muy valorado por Neruda, Sándor Petõfi.
Se trata, por tanto, de un libro aparentemente trivial y poco serio, lejano de las ambiciones totali zadoras y trascendentes de las obras más emblemáticas del boom, incluso de la obra más conocida en España del mismo Asturias, El Señor Presidente, o de los textos más combativos de Neruda. El tono pantagruélico y el peculiar diseño lo acercan más a un concepto carnavalesco de la literatura que no era en absoluto el dominante en esos años de fuerte politización en la literatura latinoamericana. Por eso mismo sorprende su aparición en un contexto, el español en el tardofranquismo, en el que la literatura latinoamericana funcionó decisivamente como impulso crítico y subversivo, tanto de conceptos estéti cos como de realidades políticas2.
El libro ha recibido poca atención hasta la fecha por parte de la crítica y ocupa un puesto bastante menor en la trayectoria de los dos premios Nobel. La causa puede ser, desde luego, su propia condición circunstancial o anecdótica y su sentido lúdico-hedonista. Hernán Loyola lo incluyó en su edición de las obras completas -en contra de lo que cree Barrientos (287)-, pero lo sitúa entre la "nerudiana dispersa", es decir, la obra no canónica. Para Volodia Teitelboim, es "el libro de la mesa feliz", un "heterodoxo libro escrito sobre una mesa y nacido de la buena mesa y de la amistad, de la charla tan pantagruélica como las viandas y los vinos, oyendo a ratos violines gitanos" (341). Otros autores, como Eulogio Suárez, afirman, de un modo sorprendente, que "no hay una sola línea de frivolidad en sus páginas" (271). En el análisis más completo que conocemos, Barrientos (2009) destaca la originalidad del texto y estudia en detalle su estructura poética, así como la irreverencia y la perspectiva lúdica de los dos auto res, pero no ahonda en la relación de ese texto con su contexto político e ideológico, que es precisamente la clave de su singularidad, porque, como intentaremos demostrar en estas páginas, se trata de una obra con más motivos de interés.
La literatura hispánica en el contexto de la Guerra Fría
El análisis de Comiendo en Hungría podría actualmente enfocarse, sin duda, desde los estudios gastrocríticos que últimamente han tenido un importante desarrollo académico, pero no es esa nuestra intención aquí. Pensamos que, por encima de su temática gastronómica, se trata de una obra que revela muy significativamente la compleja y no pocas veces contradictoria relación entre literatura y política en tiempos en los que la agenda revolucionaria y antiimperialista tenía un importante peso en América Latina, pero también en España. Porque no debemos pasar por alto que el libro fue publicado por Lumen en coedición con la editorial estatal húngara Corvina y que el texto, como veremos más adelante, puede entenderse como un intento de lavado de imagen por parte del gobierno socialista húngaro, lo cual evi dentemente plantea el enigma acerca de cómo en la España franquista tuvo cabida un texto con tantos "ingredientes" comunistas o socialistas, empezando por el comunismo evidente e indisimulado de Neruda (Asturias, como sabemos, fue menos radical políticamente, aunque sus credenciales como exiliado y víctima del imperialismo estadounidense le garantizaban también un valor en el espíritu emancipatorio y subversivo de esos años)3.
Pero es que, además, la propia configuración textual elegida por los dos autores (un libro tan hí brido e informal) cobra especial sentido en directa relación con todo un corpus importante como fue el de la literatura de viajes de escritores latinoamericanos por los países socialistas, inaugurado de manera célebre por César Vallejo con Rusia en 1931 y en el que encontraremos nombres como los de Jorge Amado, José Revueltas, Raúl González Tuñón, Graciliano Ramos o Gabriel García Márquez, por citar solo algunos4. Además, hay que recordar que, incluso en esos casos, salvo el de García Márquez (que vi sitó el país en 1957), Hungría tiene una importancia mucho menor que la Unión Soviética e incluso que Checoslovaquia, el segundo país más visitado del bloque socialista. De hecho, Zelei (76-77) concluye que la presencia del tema húngaro en la literatura latinoamericana del siglo XX es escasa, con un corpus que apenas llegaría a diez títulos, lo que refuerza la curiosidad exótica del texto de Asturias y Neruda.
Lo cierto es que, frente a todos esos textos latinoamericanos sobre los países socialistas e incluso algunos testimonios previos de los mismos Neruda y Asturias, Comiendo en Hungría ofrece una descon certante y pintoresca originalidad. Ante todo, por la particular y poco socialista mentalidad de bon vivant que comparten Neruda y Asturias, pero también porque esa mentalidad está aliada a una concepción diferente e irrepetible del propio sistema literario latinoamericano, interferido en ese punto por la posi bilidad de una literatura socialista mundial o una "república socialista de las letras" (con meridiano en Moscú y no en París), es decir, un orden político-cultural que buscaba diseñar una literatura "mundial" a su imagen y semejanza, como postula de manera muy sugerente Locane (193-194). La conformación de esa agenda, que incluía, por ejemplo, las traducciones de las obras de la narrativa latinoamericana pero también las revistas soviéticas en español, está todavía por estudiarse porque forma parte de los muy poco conocidos vínculos y afinidades entre América Latina y la Europa del Este en tiempos del socialismo real5.
La obra, por tanto, quizá tenga más interés extrínseco que intrínseco y, por ello, es necesario dete nerse en las específicas e irrepetibles condiciones de su producción. Como es sabido, Asturias y Neruda eran ya amigos desde 19426 y su amistad está llena de jugosas anécdotas, como las que explica Neruda en su autobiografía. En el verano de 1965, Neruda (que ya había conocido Budapest en su primer viaje por la Europa del Este, en 1949) estaba en Europa porque había sido invitado a Oxford y a una reunión del Pen Club en Yugoslavia, a la que también acudía Asturias7. El congreso tuvo lugar en julio, pero los dos se encontraron después (en agosto) en Hungría, invitados por el gobierno, con sus respectivas pare jas. Después de las actividades como representante del Partido Comunista chileno, Neruda y su esposa Matilde Urrutia pasaron unos días de vacaciones en el lago Balaton (Csikós 75), a las que se sumaron Asturias y su esposa.
Fue el jefe del Pen Club húngaro, el escritor Iván Boldizsár, quien actuó de anfitrión y también quien prologó la obra, explicando el entusiasmo de los dos escritores latinoamericanos y el surgimiento aparentemente desinteresado, en ese mismo mes de agosto, de la idea de escribir un libro sobre las deli cias de la gastronomía húngara. No debe olvidarse aquí la importancia del Pen Club en la Guerra Fría, y cómo Neruda y Asturias se implicaron en esa institución, pero más interesante es conocer las verdaderas motivaciones -estrictamente materialistas- de los dos escritores para llevar a cabo su proyecto húngaro. Porque hay dos explicaciones: una es la que llamaremos "oficial", la que encontramos en el prólogo, a cargo de Boldizsár: "la idea de este libro surgió de la sorpresa de la primera noche cuando fuimos a cenar al restaurante Alabardos (...). Fue entonces cuando los dos escritores latinoamericanos pensaron por primera vez en escribir algo sobre la vida húngara" (10).
Pero disponemos de otra versión, bastante menos espontánea y épica. Como señala Csikós,
hoy en día ya sabemos que en el fondo hubo causas financieras por haber aceptado publicar un libro propa gandístico sobre el país. Sucedió que las mujeres de Asturias y Neruda querían comprar nuevos vestidos en una de las boutiques más elegantes de Budapest y necesitaban dinero. Así surgió la idea de escribir un libro sobre la riqueza de la gastronomía húngara y cobrar los derechos de autor de antemano (75)8.
La editorial estatal húngara Corvina se encargó de la impresión. La editorial había sido fundada en 1955 con la intención de promover Hungría y la cultura húngara en el extranjero (Körber 1), y entre 1967 y 1974 fue dirigida por Lívia Bíró. El texto de Asturias y Neruda (cuyo título en húngaro fue Megkóstoltuk Magyarországot)9 se convirtió en un ambicioso proyecto editorial que se tradujo a varias lenguas (fran cés, alemán, inglés, ruso)10. No obstante, la primera edición en español, en 1967, no llegó a las librerías, sino que fue regalada y repartida entre las embajadas húngaras en los países de América Latina (Csikós 81-82).
La primera edición en español que sí llegó al mercado fue, como hemos mencionado, la de 1969, cuatro años después del viaje, pero un año después, también, de otro trauma histórico del comunismo internacional: la invasión de Checoslovaquia. Pero igualmente hay que recordar que en 1967 había fa llecido Che Guevara, y que, por tanto, lo que podríamos llamar la "moral comunista latinoamericana" estaba necesitada de rearmes y optimismo, incluso frente a los errores reiterados del imperialismo so viético. Y a ello hay que añadir el impacto mundial de la Guerra de Vietnam para completar el complejo panorama de controversias ideológicas y presiones a los escritores con repercusión pública, como era el caso tanto de Neruda como de Asturias. Como señala Pedemonte Lavis:
En definitiva, una interpretación de las creaciones estéticas durante la Guerra Fría se verá enriquecida si es capaz de reevaluar la importancia de los referentes externos y de considerar las personalidades analizadas como agentes activos, y en permanente transformación, frente a las evoluciones del presente. Al obedecer a un tejido colectivo, los individuos se transforman inevitablemente en creadores de una representación com pleja, pero no aislada, sobre las vicisitudes que dominaron el contexto en el que les tocó vivir (185).
Es en ese contexto de Guerra Fría, que implica a América Latina, pero también a España, en el que se inserta la insólita operación editorial de promoción socialista internacional que significó Comiendo en Hungría. Hay que recordar que Lumen, una editorial originalmente católica, había iniciado una trayec toria interesante y mucho más audaz ideológicamente bajo la dirección de Esther Tusquets en 1965. No era la primera vez que publicaban a Neruda en España; en 1966 apareció La casa de arena, experimento híbrido entre poesía y fotografía con la colaboración del fotógrafo chileno Sergio Larraín. Lumen, de he cho, evitaba abiertamente competir con Seix Barral y se especializaría en esos años en ese tipo de libros de formato especial, como fue el caso de otro experimento de fotografía y literatura: La ciudad de las columnas, de Alejo Carpentier. En el caso concreto de La casa de arena, como recuerda Joaquín Marco, la edición permitió a Neruda "regresar de tapadillo a España y visitar por unas horas Barcelona, acom pañado de la editora Esther Tusquets" (14). Pero Marco aporta también una clave para entender cómo la censura franquista permitió ese libro: "se autorizó dada la naturaleza minoritaria de la colección, ya que eran libros de un precio que limitaba su difusión a círculos restringidos" (14). Es evidente que el buen funcionamiento de la estrategia permitió aplicarla de nuevo con Comiendo en Hungría.
Recordemos que, al igual que nuevas editoriales como Anagrama, Lumen sigue la línea subversiva abierta por Seix Barral y, por tanto, forma parte de la "red de topos culturales antifranquistas que nadie concibe desde el estrés competitivo" (Gracia 159). Esa actitud explica el interés por determinados textos que podían encajar en la agenda antifranquista de la década, que conservaba además aún la potencia impulsora y subversiva de la Revolución cubana (faltan dos años para la escaramuza del "caso Padilla"). Así, por ejemplo, Beatriz de Moura, que antes de fundar Tusquets también trabajó en Lumen, intentó sin éxito editar un libro de textos económicos de Che Guevara que creía "sutil" dentro de la lucha política, aunque, tiempo después, considerara que el texto daba vergüenza (Moret 319).
En ese sentido, publicar Comiendo en Hungría tenía un componente subversivo, ya que implicaba la victoria de una alianza también en apariencia "sutil" del antifranquismo español con la izquierda latinoamericana y con uno de los modelos del socialismo de la Europa del Este, el liderado por János Kádár. Un libro firmado por dos de las figuras latinoamericanas más conocidas en España y que ofre ciera una imagen amable y poco agresiva de uno de los países del bloque socialista (uno que, además, había sufrido la opresión soviética, pero parecía haberla superado) podía convertirse en otra semilla de liberación política y cultural más que sumar a las novedades de Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa. Y ayudaba a consolidar la posibilidad -bastante utópica, sin duda- de un circuito literario socia lista alternativo al capitalista, en el que el reparto de capitales tanto simbólicos como económicos fuera diferente. Que la estrategia tuviera escasa continuidad en una economía como la española previa a la Transición no disminuye el interés por este insólito ejemplo de una literatura latinoamericana socialista que buscaba expandirse por los países capitalistas europeos y también por el Tercer Mundo, en este caso, por la misma América Latina.
La sublimación literaria del socialismo
Pese a lo dicho, cabe preguntarse si Comiendo en Hungría era realmente un libro de simple propaganda política que justificaba sin más el totalitarismo socialista, aunque fuera en la versión de János Kádár. En la reedición del texto en 2010, desgraciadamente desprovista de las ilustraciones originales, Gregorio Morán enjuicia con severidad la actitud autocomplaciente de los dos escritores: "olvídense ustedes de la rebelión de 1956 y de los tanques rusos arrasando Budapest; Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda atestiguan que se come, se bebe y se disfruta tan bien o mejor que 25 años antes, cuando aún no se había impuesto el socialismo" (9). Sarcásticamente, Morán comenta que se trata de "la Gran Comilona de dos sesentones que ya lo han dado casi todo" (16) y añade que el título del libro debiera haber sido "Comien do en Hungría, con la nomenklatura" (14).
Desde esa perspectiva, podría considerarse Comiendo en Hungría como un ejemplo de la extorsión moral que implicó el llamado "turismo revolucionario", analizado por Hans Magnus Enzensberger po cos años después: un sistema que desarmaba la crítica de la izquierda occidental (y latinoamericana) y conducía a los observadores extranjeros del socialismo real a la ofuscación teórica porque realmente nunca llegaban a formar parte de la sociedad que supuestamente intentaban observar y conocer (97 135). Otros historiadores posteriormente se han referido a esa estrategia hospitalaria inventada por los soviéticos como "masaje de ego" (Rupprecht 145), que facilitaba que los observadores internacionales que conocían los países socialistas sacaran una impresión globalmente positiva.
Sin duda, la felicidad indisimulada de Neruda y Asturias no puede desligarse del tratamiento privi legiado que los dos recibieron por parte de las autoridades húngaras, y tampoco lo ocultaron: Neruda, por ejemplo, explica cómo y con qué boato les recibe el alcalde de Kecskemét en la Plaza Central (95)11. Pero para comprender mejor la originalidad de la obra es necesario insistir en algunos datos previos de ambos escritores, ya que su relación con el socialismo real no era nueva.
Recordemos que Neruda y Asturias habían visitado el bloque socialista con anterioridad a ese viaje a Hungría; en el caso del poeta chileno, es muy conocida y polémica su relación con la Unión Soviética y con el estalinismo, que empieza con su primera visita al país en 194912. Viajó en numerosas ocasiones como jurado del premio Stalin (luego premio Lenin); Matilde Urrutia recuerda que Neruda siempre pe día alojarse en el hotel Nacional de Moscú, frente a la plaza Roja (219-220). Asturias, en cambio, nunca se interesó especialmente por la utopía soviética, como recuerda Rupprecht (157), aunque asistió, como Neruda (y un joven y desconocido García Márquez) al Festival de la Juventud que tuvo lugar en Moscú en 1957 y recibió el premio Lenin de la Paz en 1966.
Como sabemos, el entusiasmo de Neruda por la utopía soviética se manifiesta poéticamente, sobre todo, en Las uvas y el viento (1952), que incluye un capítulo titulado "La miel de Hungría". Sin embar go, no cabe duda de que su inicial estalinismo se atenúa después de 1956 y del doble desengaño, con las revelaciones de Kruschev sobre Stalin y, justamente, el sangriento fin de la insurrección en Hungría13. Un nerudiano autorizado como Hernán Loyola considera evidente e incuestionable el desengaño en el poeta (pero no tan severo como el que, por ejemplo, sufrió Jorge Amado), que le conduce a una fórmula nueva: "Más Matilde, menos utopía". "El cambio", añade Loyola, "fue radical pero no en el sentido que a los políticos y a la prensa de derechas (nacional e internacional) hubiera hecho felices" (1272). Loyola considera que ahí se inicia la etapa posmoderna de Neruda, menos dogmática en términos políticos, aunque continuará, en líneas generales, la lealtad a la Unión Soviética, con homenajes a determinados éxitos, como, por ejemplo, el triunfo científico-tecnológico del viaje espacial de Yuri Gagarin, a lo que habría que añadir un poemario póstumo como Elegía.
El caso de Miguel Ángel Asturias es diferente y sin duda contribuía a que el libro no pareciera radicalmente prosoviético. Su amigo Neruda tenía bastante clara la distancia política entre ambos y lo comenta en sus memorias: "tengo que decir que Asturias ha sido siempre un liberal, bastante alejado de la política militante" (Confieso 604). Sin embargo, su condición de perseguido político a partir de 1954 favorecerá su captación estratégica por el bloque comunista.
Si en el caso de Neruda hay que recordar la existencia de Las uvas y el viento, en lo que respecta al autor guatemalteco, el precedente más claro de Comiendo en Hungría es su sorprendente y en, más de un sentido, decepcionante libro Rumania: su nueva imagen. En 1962, Asturias es invitado por el go bierno rumano a visitar de nuevo el país, que ya había conocido mucho antes, en 1928. El resultado de esa experiencia será ese ejercicio propagandístico publicado en México en 1964, que también incluye ejercicios poéticos (como los tres "Sonetos epilogales"), aunque en él predomina, con mucha diferen cia, la crónica de viaje en prosa. Es cierto que Rumanía en esos años está superando la fase más dura y dogmática del estalinismo posterior a 1945, y que se avecina una cierta liberalización antes de la llegada al poder de Ceausescu, pero esa constatación no puede justificar la idealización con la que Asturias des cribe la realidad rumana14. Sin duda, hay una pragmática de la gratitud que explica hasta cierto punto la lente dulcificadora de Asturias, y que tiene que ver con un problema de salud del escritor después de su detención en Argentina y en el que la sanidad rumana fue eficiente15, pero eso no explica del todo la alabanza monótona y sistemática al régimen rumano y su ingeniería social.
Asturias reconoce que su visita se realizó con el sistema de control con el que funcionó siempre el turismo revolucionario desde el triunfo de la Revolución rusa. El escritor había sido invitado por el Instituto Rumano de Relaciones Culturales con el Extranjero, institución que, afirma Asturias, "nos dio la oportunidad de ver y conocer todo lo que nos interesaba en lo cultural, social, político, económico y humano" (18).
A partir de ahí, el recorrido de Asturias por la realidad rumana es asombrosamente paradisiaco: no solo no hay ni una sola referencia en el texto a cualquier evidencia de represión política después de 1945, sino que no hay tampoco ni siquiera un indicio negativo en lo económico o social que pudiera indicar una mínima vulnerabilidad del sistema. No tiene dudas de que el pueblo rumano es "feliz" (83). Su visita a la nueva ciudad socialista de Onesti es reveladora del hombre nuevo y de la nueva sociedad:
Al salir de esta ciudad blanca, de cinco años de edad, infanta de ciudades, párvula, toda recién construida, me daba cuenta de que un mundo nuevo avanzaba a pasos de gigante, un mundo que genera vitalidad dentro de la organización social que permite el florecimiento de los dones del hombre en su armonioso desarrollo. Que si conoce fracasos, los supera, que, si comete errores, los enmienda (77).
Asturias abunda en datos sobre la economía del país, sobre su industrialización poderosa, pero tam bién sobre la educación, la sanidad, la igualdad entre hombres y mujeres, el acceso a la cultura y al arte, y los acompaña con comentarios sobre el patrimonio histórico y natural del país. No hay una sola som bra en la economía planificada, y la cohesión social parece sólida y perfecta. Asturias dialoga al parecer libremente con ciudadanos que hablan maravillas de la situación: no hay controversia ni divergencia de opinión, sino una voluntad unánime casi sobrenatural.
No es, desde luego, el caso de Comiendo en Hungría, donde la propaganda es más oblicua y menos previsible, ante todo porque el testimonio de los autores tiene otro sentido: no han acudido a Hungría a observar y analizar el socialismo, sino a disfrutar abiertamente de él. De ahí que, aunque apenas nueve años antes de la visita se había producido la invasión de Hungría, no haya en el texto ni una sola alusión a la situación política del país posterior a 194516, salvo que entendamos que las referencias históricas de Neruda en "Tokay" no se refieren a la larga historia del país, sino solo a la invasión soviética:
No sólo tiene aroma
la primavera errante
de los húngaros,
la maltrató el golpe
de amargos invasores,
la tierra se agrietó con los tormentos
y sangre y llanto entraron por las grietas (Asturias y Neruda 102).
Sin embargo, es difícil aceptar una lectura de ese tipo, que entraría en abierta contradicción con el sen tido festivo y relajado de la obra, enunciado por Neruda en el prólogo: "Vinimos aquí a comer. Y nos dirán: y por qué no a pensar, a filosofar, a estudiar? Todo eso lo hacemos y lo hicimos. Pero lo callamos" (15). Deducir de aquí una especie de autocensura de los escritores para no incurrir en la denuncia polí tica parece excesivo, sobre todo teniendo en cuenta los antecedentes, porque Neruda y Asturias consoli daron en Hungría unos vínculos cómodos y satisfactorios con el bloque socialista que ya eran antiguos.
Qué duda cabe, por tanto, de que esta obra es también resultado del turismo revolucionario analiza do por Enzensberger y que se le podría objetar la misma insensibilidad política frente a una dictadura, pero tal vez estaríamos aplicando una lectura revisionista tendenciosa, ignorando la complejidad de las lealtades socioliterarias en contextos fuertemente marcados en América Latina por el rechazo a la influencia estadounidense. La parte más panfletaria del libro está, sin duda, en el prólogo de Boldizsár, que plantea abiertamente el propósito del proyecto: demostrar que, a diferencia de los años transcurridos entre las dos guerras mundiales, en los que más de las tres cuartas partes de la población húngara "nunca tuvieron ocasión de comer hasta hartarse", en el presente "la gente come con gusto y cosas de buen gus to", lo que desmiente la mala fama adquirida por el país, porque "sobre la saciada Hungría de la actua lidad se dice que en ella escasea la comida" (8-10). Sin necesidad de recurrir al vocabulario socialista, queda manifiestamente claro que el libro pretende transmitir la idea de que la Hungría del momento es próspera y que no quedan huellas ni traumas del terrible año de 1956.
El prólogo, por tanto, sitúa al lector en el optimismo socialista, pero no cabe duda de que los textos de Asturias sobre Hungría son mucho menos panfletarios y didácticos que los realizados sobre Rumanía, ya que abundan más el humor, la poesía y un inusual desparpajo; del mismo modo, poco encontraremos, por parte de Neruda, que recuerde precisamente "La miel de Hungría", con su optimismo histórico providencialista basado en la filosofía marxista de la historia: el yo poético nerudiano ya no siente "el crecimiento / de lo que sobreviene", ni reúne "las sílabas / del canto del viento en la tierra" (Neruda, Obras 1079). No hay, tampoco, apóstrofe al "hombre del mundo socialista" en una época de "sangre y claridad" (1078).
Sí aparecen algunas notas muy rápidas de armonía social: "nos rodea una multitud sentada que bebe, piensa, come, ríe y escucha con una isla en la mano" (Asturias y Neruda 69), afirma Neruda sobre los domingueros que pasan el día en el Danubio, mientras que Asturias insiste en que "comida y hos pitalidad en Hungría van de la mano" (106). El único momento de peligro real es totalmente apolítico, un accidente en medio de una fiesta popular en el Danubio relatado por Neruda: "Cruzan las lanchas de carrera como insectos eléctricos. Dos se encuentran a toda velocidad en medio del río y se convierten en astillas. Se produjo un gran silencio de motores mientras la lancha Cruz Roja corre hacia el accidente" (81).
Atribuir toda esta elipsis política a un simple intento de sortear la censura española podría ser idea de los editores, pero sin duda hay que ponerla en relación con la diacronía de la Guerra Fría y la com plejidad (no exenta, desde luego, de contradicciones) de las tomas de posición de escritores como Astu rias y Neruda ante un contexto político tan cambiante y precipitado como el de los sesenta. En el caso específico de Neruda, Comiendo en Hungría podría ser, después de unos años de poesía introspectiva y menos politizada (aunque no hay que olvidar Canción de gesta y la posterior polémica de Neruda con los intelectuales cubanos17), un intento de "recuperar el aliento", según la expresión de Solzhenitsyn aplicada por Karl Schlögel para caracterizar la época de deshielo post-estalinista, con su intento de "apertura al exterior, mayor capacidad de conflicto interno y confianza renovada en sí misma por parte de la sociedad soviética" (395). Esa nueva confianza (lúdica, feliz, expansiva) funcionaría también en Neruda como estrategia de desestalinización a través de un arte posutópico que abandona lo providencialista y apocalíptico para regresar a un esencialismo más o menos telúrico; en este caso, la tradición gastronómica húngara.
Asturias, evidentemente, no necesitaba pasar por ninguna desestalinización, pero probablemente no podía ser otro el punto de encuentro de ambos escritores para el libro a cuatro manos. Independien temente de las razones crematísticas, un proyecto político común entre Asturias y Neruda solo podía fundamentarse en una idea de camaradería heterodoxa, alejada del socialismo más dogmático.
En cualquier caso, parece obvio que los dos escritores no están reprimiendo absolutamente nada ni hablan en clave antitotalitaria: la imagen de Hungría es turísticamente positiva. Pero tampoco es, insis timos, un libro de propaganda previsible u ortodoxo; Morelli, por ejemplo, no lo incluye en su antología de poesía política nerudiana. Importa más el placer personal (diríase bastante burgués) que la función re ferencial del testimonio. En realidad, a diferencia del libro de Asturias sobre Rumanía, aquí apenas hay datos concretos sobre la ingeniería del socialismo húngaro, pero ni elogios al sistema: lo mejor del país parecen ser sus tradiciones, no su industrialización. Sobre el restaurante Hungaria, por ejemplo, Asturias afirma que tiene un "ambiente suntuoso, refinado, sorpresivo, muy de otra época" (59), y aprovecha para enumerar una lista de visitantes célebres de épocas anteriores al socialismo.
Tampoco abunda el vocabulario anticapitalista; aparte de una alusión agresiva por parte de Neruda hacia el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson (71), el libro carece de violencia política, en un sentido o en otro. Más bien parece una apuesta por un deshielo mundial que sustituya la Guerra Fría por el banquete caliente e hipercalórico, que relaje la tensión política y encauce el diálogo entre pueblos. El festín de los dos escritores se nos presenta así con una aparente pureza posutópica, primaria y vitalista; como una inyección de inocencia y pacifismo en medio de la Guerra Fría.
Por supuesto, no se puede descartar del todo la transitividad ideológica y una instrumentalización en el contexto de la Guerra Fría, porque, más allá del prólogo, los textos de Asturias y Neruda pueden ser leídos como una respuesta tácita a uno de los argumentos fundamentales contra el socialismo desde el bloque capitalista: los problemas alimentarios de la población, ejemplo de la ineficiencia de la economía planificada18. También hay que recordar que la población húngara se encuentra en el periodo conocido como el "comunismo gulash", ante todo debido al nacimiento de un modelo especial agrícola que hizo posible el aumento de la producción y que convirtió el país en una excepción alimentaria dentro del blo que soviético. Visto así, no es exagerado afirmar, como hace Matías Barchino (100-102) que Comiendo en Hungría es uno de los libros más curiosos que se conocen de la propaganda comunista.
La sinécdoque de la comida funciona como dispositivo de la abundancia del socialismo, con lo que el testimonio, sin necesidad de recurrir al vocabulario típico de la Guerra Fría, se convierte en una sorprendente réplica a la sociedad de consumo capitalista. El hedonismo descarado de los dos escritores es, por tanto, una deliberada estrategia de imitación paródica de la opulencia capitalista; pero, al mismo tiempo, ese hedonismo es también una manera de escapar al sectarismo comunista preservando la inde pendencia de los dos creadores que podrían hablar de política, pero prefieren contar cómo han disfrutado a costa del gobierno húngaro.
Conclusiones
Por todo lo anterior, hay que insistir en que Comiendo en Hungría es un ejercicio excepcional dentro de la literatura latinoamericana de la Guerra Fría: tiene más sutileza y creatividad que Rumania, su nueva imagen, o que Las uvas y el viento, aunque carezca de la finura perceptiva de, por ejemplo, las crónicas de García Márquez.
Esa condición heterodoxa e irrepetible del libro intentaba funcionar como propuesta redentora más allá de las trincheras y como una insólita carnavalización del socialismo y de la Guerra Fría en aras de una pax hedonista que pasara página de los errores sangrientos de 1956. Podría ser leído como una muestra de ceguera política, pero también como la búsqueda de una salida literariamente sutil para ter minar con los dogmatismos de la Guerra Fría a través de una política del placer. Naturalmente, la inva sión de Checoslovaquia fue otro golpe al utopismo socialista y, sin duda, Neruda también tuvo que sufrir un nuevo desengaño (visible en el poemario Fin de mundo); pero recuérdese que Comiendo en Hungría es anterior a los sucesos de Praga, aunque su edición española circulara con posterioridad.
En ese sentido, podríamos concluir que esta obra sería quizás la más clara tentativa literaria nerudiana de interpretar relajadamente el socialismo del bloque soviético. Pero para comprender de manera plena la excepcionalidad del proyecto es necesario sumar todos los elementos en juego, porque Co miendo en Hungría es la suma transatlántica de diversas estrategias: ante todo, dos modos de intentar mostrar que la desestalinización aparentemente está funcionando (Neruda y Boldizsár), a lo que habría que añadir el liberalismo antiimperialista de Asturias y el antifranquismo de la editorial Lumen. Con todos esos ingredientes, se llevó a cabo este proyecto único, que no tuvo continuidad, pero que buscaba la circulación de un producto literario socialista internacional que compitiera con la cultura capitalista sin incurrir en la propaganda más burda y esquemática, sino planteando una imagen desdramatizada e incluso divertida de la cotidianidad del socialismo real. Esa literatura hispánica socialista, desde luego, no triunfó finalmente frente a la capitalista, pero eso no impide su valor objetivo como síntoma de una época y como confirmación del interés incluso de los textos usualmente considerados menores de As turias y Neruda.