1. Las provincias y la historia de la Nación
Como en el resto del mundo occidental, los inicios del campo historiográfico en la Argentina estuvieron ligados a la construcción del estado y su voluntad de narrar la historia de la nación en ciernes. Desde aquellas primeras elaboraciones de la historiografía constitucional hasta nuestros días, las provincias resultaron un punto obligado de reflexión histórica. Esto se produjo tanto por la fragmentación territorial del poder, que caracterizó la posindependencia en el Río de la Plata, como por la consecuente organización federal de su sistema político durante 18531. En ese sentido, los virulentos debates decimonónicos sobre la preexistencia de la Nación o de las provincias al pacto constitucional y sobre el grado de centralización que debía tener el sistema político nacional se expresaron posteriormente en las narrativas que buscaban dar cuenta históricamente de esos procesos.
Las historias nacionales decimonónicas, elaboradas en Buenos Aires por Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, fueron revisadas a inicios del siglo XX, cuando comenzaron a producirse reflexiones en varias provincias sobre sus pasados locales. Esa dinámica se vinculó con la expansión de los sistemas de educación media y superior en las provincias, pero también fue promovida por la profundización de la crisis que experimentaba entonces el régimen federal en función de la creciente centralización del sistema político2. Unos años después, en la década de 1930, se dieron pasos en la misma dirección cuando la historia de la Argentina elaborada por la Academia Nacional se propuso ofrecer una historia 'integral' la nación, «dando por superada aquella etapa de la historiografía polémica en la que se escribía, con visión localista, una historia argentina desde Buenos Aires y para Buenos Aires»3. Esas colecciones de historia 'integral' trataban de dar lugar a la diversidad de experiencias provinciales que habían quedado homogenizadas y, por lo tanto, invisibilizadas en los relatos clásicos de la historia nacional como el de Mitre. Ese mismo espíritu estuvo presente en ensayos posteriores, como aquel realizado por la Academia Nacional de la Historia en la colección que dirigió Zorraquín Becú sobre la Argentina contemporánea4. Allí se buscaba restituir las olvidadas experiencias de las provincias desde la recuperación de voces de los historiadores que en ellas habitaban. A través del mosaico de los relatos de cada territorio, la propuesta consistía en integrar una historia 'completa' de la Argentina5. Las provincias aparecían en esos trabajos «entendidas entonces como unidades espaciales menores, legitimadas de idéntica manera que la Nación y cuya suma constituirían la Nación»6.
Muchos años después, y a pesar del proceso de profesionalización que sufrió la disciplina, la historia regional fue presentada por muchos de sus cultores, a comienzos de la década de 1990, con algunas apreciaciones no muy lejanas a las de aquellos estudios clásicos de los que la renovada historiografía era, sin embargo, muy crítica. El punto de convergencia entre ambos radicaba en el anhelo de producir estudios históricos que combatieran la hegemonía historiográfica de la capital nacional; hegemonía que se fundaba tanto en la concentración de recursos humanos e institucionales de la disciplina en Buenos Aires como en el lugar protagónico que esa provincia y la ciudad homónima ocupaban hasta entonces en los relatos del pasado. Frente a ese dominio, la nueva historia regional se proponía recuperar las historias diversas de los territorios que componen la Argentina, para evitar «la simple y mecánica prolongación de resultados acotados a realidades ligadas al espacio bonaerense hacia el escenario nacional»7. Esa nueva óptica, que había sido ensayada en los años sesenta por Carlos Assadourian8, comenzó a desplegarse con vigor en la Argentina de finales de los años ochenta; en parte por el impacto del trabajo de Eric Van Young9, que daba cuenta de derivas similares de las historiografías latinoamericanas, especialmente la mexicana, pero también por lecturas del medio europeo, en especial, español, francés e italiano10.
Así entonces, de la mano de la expansión de los recursos institucionales en universidades y centros de investigación de todas las provincias que se dio durante la recuperación democrática posterior a 1983, la historia regional se consolidó como una de las áreas dinámicas de la disciplina. En las décadas siguientes, asistió a un verdadero boom a partir de investigaciones particulares y de su diálogo en el marco de una creciente cantidad de encuentros, publicaciones académicas y materias de grado, ciclos de especialización y programas de maestría en universidades nacionales11.
La historia regional practicada en esas esferas no se definía como una nueva temática, sino como una aproximación novedosa que permitía «explicar procesos velados y vedados a análisis generales»12, superando así las historias tradicionales y porteñocéntricas, como sintetizaba Daniel Campi en 200113. Su desarrollo aspiraba a mostrar el complejo 'gran mosaico'14 de las realidades históricas de las provincias y territorios nacionales y, sobre la base de ello, lograr «la consecución de una historia nacional integral, con la mirada puesta en la totalidad del país», como sintetizaban una década más tarde Marta Bonaudo y Rodolfo Richard Jorba, en un libro cuyo título era precisamente Historia Regional, Enfoques y articulaciones para complejizar la historia nacional15.
En un primer momento, este nuevo enfoque regional informó, sobre todo, las áreas de trabajo más vinculadas a la historia social y económica en la medida en que permitía abordar espacialidades «que excedían lo local y no se correspondían a los espacios delimitados por soberanías nacionales, jurisdicciones provinciales y regiones históricas»16. Pero luego comenzó a ser parte de ejercicios de historia política, jurídica y cultural, y lo hizo combinando aproximaciones de diverso tipo, englobadas en la etiqueta de local y regional. Algunas ofrecían el estudio minucioso de espacios 'locales' (una ciudad, un departamento, una provincia) hasta entonces desatendidos por la historia académica, con miras a recuperar, en sintonía con la difusión de la aproximación microhistórica, las experiencias vividas por los actores de carne y hueso y no los procesos más estructurales17.
En ese caso, dos eran las articulaciones que se pensaban entre esos casos y la historia nacional. Una consistía en estudiar lo local separado de las problemáticas más generales, como sintetizaba recientemente Silvana Palermo al sostener que «hay historias locales, regionales que merecen ser contadas para comprender el mundo de quienes residieron en esos cambiantes contornos de la actual Argentina, más allá de la historia nacional»18. En otras, sus objetivos estaban vinculados a las narrativas nacionales. Aquí la historia regional no aparecía meramente tributaria de un recorte geográfico y se convertía en una perspectiva metodológica que permitía estudiar, en la localidad, problemas más generales de la historia argentina, mostrando cómo se habían vivenciado determinados problemas en esa escala19 o aspirando a iluminar aquello que un enfoque pretendidamente nacional no podría ofrecer: las disonancias, las particularidades que tensionaban los relatos macro20. En esas dos aproximaciones, se entendía que las localidades eran 'partes' de ese 'todo', y sus resultados apuntaban a restituir 'composición coral', 'rompecabezas' o 'gran mosaico', metáforas usadas de manera frecuente para aludir a la historia de la Argentina21. En cambio, en otros trabajos el análisis estaba abocado a regiones sociales, económicas, geográficas, culturales o políticas más amplias, como la Patagonia, el área pampeana o el Noroeste22. Entre ellos, se produjeron investigaciones en las que se tomaba la región como un ámbito que abarcaba territorios de distintos espacios nacionales. De ese modo, la región dejaba de ser considerada una parte de un 'todo mayor y jerárquico', como se evidencia en los estudios de Susana Bandieri sobre el área norpatagónica a uno y otro lado de la cordillera de los Andes23. Esos ejercicios de enfoque y descentración geográfica permitían pensar nuevas espacialidades en función de los problemas que le interesaba indagar a cada historiador e historiadora, y también poner en discusión cronologías muy canónicas sobre procesos económicos, sociales y políticos de la historia argentina24.
Estos enfoques han continuado floreciendo en las últimas décadas y han promovido multiplicidad de estudios sobre las provincias como un todo, secciones de ellas o regiones sub o supranacionales que las incluyen. En el próximo apartado me pregunto por el impacto de la historia local y regional en una zona acotada del análisis historiográfico, la relativa a la historia de las provincias en las tempranas décadas de organización de un sistema político nacional (1852-1880/90), en la que fue cultivada con una agenda algo diferente.
2. La construcción del estado nacional mirada desde las provincias
En el marco de ese impulso de los estudios locales y regionales, aunque también de la mano de influencias teóricas e historiográficas más amplias25, el rol de las provincias en la formación del sistema político nacional se volvió objeto de análisis de la historia académica en las últimas décadas. Aunque en el pasado hubo historias sobre la vida política de cada provincia26 o incluso colecciones sobre las historias provinciales como aquella editada por Plus Ultra a lo largo de varias décadas27, la novedad radicó en que estas nuevas pesquisas interrogaban la dinámica local con nuevas preguntas hacia adentro y hacia afuera del espacio provincial, que desbordaban o contestaban el lugar que los relatos más clásicos sobre la formación del estado habían otorgado a las provincias.
Entre los trabajos canónicos sobre esta temática se encontraban los de Tulio Halperin Donghi, Oscar Oszlak y Natalio Botana. A pesar de sus muchas diferencias, coincidían en retratar ese proceso como una experiencia de sucesivos avances y eventuales retrocesos del poder nacional sobre las provincias, en un arco temporal que reconocía varios mojones: el acuerdo constitucional de 1853, la reforma de 1860 impuesta por Buenos Aires para aceptar la Constitución, la unificación nacional entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina en 1861/2 y la cristalización del Estado nacional en 1880, cuando este logró imponer su poder sobre el conjunto de las provincias, particularmente sobre la poderosa Buenos Aires28.
La mirada más sistemática acerca del rol de las provincias entre esos estudios fue ofrecida por Oszlak. Ese autor caracterizó el avance del estado a través de cuatro mecanismos que le permitieron centralizar el poder y descentralizar el control en el conjunto de territorios que, hasta 1852, habían funcionado como estados soberanos unidos en una laxa confederación. Se trataba de lo que denominó penetración material (a través de agencias del estado e infraestructura), ideológica (por medio de la codificación y educación estatal), represiva (de la mano del avance de los ejércitos y el abatimiento de quienes los resistían) y cooptativa (con la incorporación de dirigencias provinciales de la mano de estímulos políticos, fiscales y económicos)29. Las provincias aparecían así, dicho de manera muy simplificada, como seducidas o doblegadas de la mano de premios o castigos para su integración a los proyectos políticos que buscaban conducir la organización de la nación. Por su parte, el trabajo de Botana abordaba las relaciones entre provincias y nación, pero también ofrecía un juicio sobre la vida política en cada una de ellas que tuvo gran influencia. Especialmente, su distinción entre aquellas en las que el ejercicio del poder se desenvolvía en un marco de control y contrapeso de los gobiernos por parte de una activa ciudadanía (Buenos Aires y partes del Litoral) y aquellas en que su ausencia marcaba una política dominada por gobiernos oligárquicos o de familia (el Interior)30. Finalmente, el impacto de la obra de Halperin Donghi radicaba más bien en una interpretación de los fundamentos del antagonismo político. Este autor postulaba una caracterización de la conflictividad política de esta etapa como de tipo faccioso, que había retardado la unidad nacional y que explicaba la 'gran demora' entre la sanción de la Constitución (1853) y la consolidación del estado nacional en 1880.
Sin desconocer los muchos méritos de esos trabajos, que no han perdido relevancia varias décadas después de su publicación, la historiografía más reciente ha expandido y revisado esas líneas de indagación. Especialmente, ha desarrollado estudios de 'casos' provinciales, más acotados temporalmente, que han permitido pintar un cuadro detallado de ese proceso y, en ocasiones, complejizar las interpretaciones sobre él31. En general, esta agenda no ha estado acompañada del tono de denuncia de los estudios regionales acerca de una invisibilización de las dinámicas provinciales por parte de las narrativas clásicas, sino más bien en un esfuerzo de descentrar el foco que aquellos habían tenido en el estado nacional o en quienes aspiraban a dominarlo como lente para acercarse al conjunto del proceso.
Estos nuevos estudios, al tiempo que han prestado atención a los mecanismos e instrumentos materiales y simbólicos que promovieron la imposición de la autoridad del estado nacional sobre los provinciales, han ampliado las miradas hacia temas muy diversos como las relaciones entre esos dos espacios jurisdiccionales32, la definición y el ejercicio de la ciudadanía en las provincias33, las redes de relaciones personales como instrumento de canalización de lealtades políticas y de erección de dinámicas de poder interprovinciales34, los fundamentos del poder de las dirigencias provinciales35, las formas que adquirieron las negociaciones, confrontaciones y acuerdos entre los estados provinciales y el estado nacional en materia militar y de infraestructura36, la creación y reproducción de símbolos, prácticas y valores que dieron sustento a coaliciones o partidos supraprovinciales37, las dinámicas de más largo plazo en la imposición del estado nacional sobre los territorios indígenas38, por nombrar solo algunos ejemplos. Aunque, en general, estos trabajos abordaron territorios provinciales, también se produjeron algunos análisis regionales, especialmente sobre el Norte Argentino39 y el Litoral40.
Frente a la imagen progresiva que había predominado de ese proceso como una marcha de superación de obstáculos en busca de la realización del programa de los constituyentes que recién pudo llevarse a la práctica en 1880, estas nuevas investigaciones ofrecieron un panorama menos unidireccional en la organización institucional y en la edificación de redes de poder que la hicieron posible. Estos estudios no se han limitado a completar o matizar las narrativas de la organización nacional, sino que han delineado otro boceto de los contornos que tuvo ese proceso. La novedosa escala de análisis y el cambio de foco en sus pesquisas no solo mostró esa experiencia histórica vista desde las provincias, sino que, como sintetizó Beatriz Bragoni, hizo evidente que fue posible, por «la resignificación de mecanismos y lógicas, que, ensayadas primero en la escala local, sirvieron más tarde para vehiculizar autoridad hacia la esfera nacional»41. Es decir, las nuevas historias provinciales mostraron que los nóveles poderes nacionales se apoyaron al momento de la unificación nacional, en 1862, en estructuras de autoridad de las provincias que las precedían, así como en el ensayo de organización de los poderes públicos y de las agencias del estado en el ámbito supraprovincial durante la experiencia de la Confederación Argentina -que incluyó al conjunto de los territorios salvo Buenos Aires- entre 1853 y 186142. En ese marco, iluminaron el entretejido de las redes y «cadenas de autoridad o mando político»43 sobre las que se montaron las coaliciones que hicieron posible y se disputaron ese proceso de organización estatal, mostrando que se trató de un itinerario que también fue de las provincias al poder nacional44.
En suma, estos trabajos han descentrado las miradas sobre el proceso de edificación de un sistema político nacional e iluminado los modos en que se construía capital político en los distintos territorios o espacios concretos y luego se buscaba proyectar ese poder en escalas más amplias de la mano de redes, acuerdos, lealtades45. Sin embargo, mirando hacia adelante, esa silueta, ese boceto de una nueva interpretación de ese proceso que se insinúa al mirar los estudios en general, no se ha transformado en trabajos de síntesis que puedan alcanzar públicos amplios más allá del campo de quienes se dedican a estos temas. Y es así, no solo porque aún hace falta suficiente información sobre aquellas provincias que han recibido menos atención, sino también porque esta línea de indagación tiene algunos problemas que es necesario revisar. Entre ellos, uno relativo a la comparación implícita o explícita que se hace con el caso de la ciudad de Buenos Aires, y otro relativo a los modos en que se piensan las relaciones entre la escala provincial y la nacional.
La primera dificultad nace cuando se quiere combinar el examen de los fundamentos del poder con las formas de funcionamiento de la política en las provincias. Como ha señalado recientemente Beatriz Bragoni46, en sus análisis, los nuevos trabajos han suspendido el juicio de Natalio Botana sobre la distinción entre las provincias con gobiernos oligárquicos y aquellas en las que había mayores niveles de movilización cívica. Aunque esa suspensión ha dado buenos resultados, en la medida en que ha contribuido a explorar los espacios públicos de provincias como Tucumán, Mendoza, Córdoba, Salta, Corrientes y Entre Ríos47, no ha sido acompañada por una revisión más sistemática de la tajante distinción de Botana entre dos regímenes políticos coexistentes en la era de la construcción nacional. A pesar de la riqueza que han mostrado las investigaciones en lo empírico, en las miradas más generales sobre el periodo parece seguir vigente una clasificación implícita de las formas republicanas de gobierno en cada provincia, en función del mayor o menor acercamiento a esos dos tipos de regímenes, los 'gobiernos de familia' (cuya vigencia ha sido ya suficientemente contestada para muchas de las provincias) o a la cultura de la movilización estudiada por Hilda Sabato para Buenos Aires48.
Esos esquemas dicotómicos moldean muchas de las preguntas que guían los estudios sobre las provincias: si se hallan funcionamientos 'tradicionales', 'oligárquicos', 'de pueblo chico' de la política, o si en ellas las elecciones, la prensa, las movilizaciones funcionaban más o menos parecido -aunque a otra escala- a lo que se ha demostrado ya para Buenos Aires. Esas constricciones no permiten reflexionar más en profundidad sobre los mecanismos de construcción y reproducción del poder y sus vínculos con los modos de participación política, y por consiguiente impiden, hacer una contribución más sistemática y sustantiva a las polémicas vigentes sobre los contornos del régimen político argentino entre 1852 y 188049.
Un segundo problema gira en torno a qué tipo de relación se plantea entre el estudio de las provincias y el de la política nacional. A pesar de que, como se mencionó anteriormente, circulan algunos ensayos sobre regiones supraprovinciales, han predominado estudios en 'dos escalas', donde lo nacional a veces ocupa una suerte de 'fondo de cuadro'50 que aparece a la hora de modificar la escena local. El peligro allí es tratarlas como dos dimensiones bien delimitadas cuando se trataba de un momento de configuración o reconfiguración de los estados provinciales y sus límites eran todavía imprecisos51. Por otra parte, es difícil pensar la unidad de la dimensión del poder nacional porque los instrumentos, agentes y políticas del estado en las provincias no constituían un sistema coherente52. Y muchas veces no solo no había coordinación entre ellos, sino que estaban directamente en competencia, como han mostrado los estudios sobre el accionar de los gabinetes en momentos de coaliciones políticas amplias, donde cada ministro hacía su juego y complejizaba las imágenes de un gobierno unificado53. Por último, trabajar sobre esas dos dimensiones también resulta limitante porque muchas cuestiones importantes de ese proceso no encajan mayormente ni en una lente puesta en lo provincial ni en lo nacional. Entre ellas, por dar un ejemplo, la del desenvolvimiento y los cambios de algunos valores y prácticas que jugaron un papel central en la conformación, en los años setenta, de una coalición política regional con base en varias provincias. Esa temática no está atada a los espacios así definidos ni se puede trabajar solo en dos escalas.
A continuación, y como último punto, se revisan algunos balances recientes sobre este tipo de enfoques para reflexionar sobre cómo las nuevas historias de las provincias, autonomizadas del enfoque local y regional que estuvo entre sus impulsos iniciales, pueden capitalizar también el giro transnacional de la agenda historiográfica actual.
3. Ni micro ni macro
En un muy inspirador balance publicado en 2018, Ernesto Bohoslavsky sugiere que, a pesar de los amplios resultados de la historiografía regional en las últimas tres décadas, esa renovación no ha logrado destronar como corriente hegemónica a aquella producida en la capital nacional a la que había venido a contestar54. En sintonía, en el dossier que acompaña ese balance, varios trabajos se preguntaban cuál será el futuro de esta subdisciplina y
[...] si el camino sigue siendo el de la incorporación compulsiva de casos o si llegó el momento de variar en algo la agenda. ¿Es necesaria aun la historia regional tal como se la ha venido practicando? ¿No están acaso cumplidos en parte sus propósitos de reconocimiento de la diversidad histórica argentina?55
Para volver a insuflar dinamismo a la historia local y regional, Bohoslavsky propuso en ese dossier cuatro caminos. Ellos consistían en elaborar textos de síntesis, encarar comparación entre provincias, hacer historia conectada que abordara la circulación entre las regiones y hacer una historia local y regional de lo que esos estudios tomaron como el centro, es decir, Buenos Aires. A continuación, se presenta una reflexión sobre esas alternativas pensándolas puntualmente para el subcampo de los trabajos sobre la construcción del estado.
La primera propuesta, la de nuevas síntesis, ofrece varias promesas y dilemas. En una compilación de trabajos que abordan las 'dinámicas convergentes' de nación y provincias en la construcción nacional, coordinada en 2010 por Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez, se presentaron, de manera sintética, las bases para una agenda de trabajo sobre el proceso de construcción estatal desde las provincias. En su introducción a la obra, los coordinadores ofrecían un hilo argumental para una mirada renovada del conjunto del proceso, centrado en la metáfora de contar la historia de la construcción del estado de la periferia al centro56. Más de una década después, ese hilo no ha sido retomado en obras de síntesis que recuperen los resultados de estas y otras indagaciones similares, y que presenten un nivel de generalidad equivalente a los trabajos canónicos sobre este proceso como el de Oscar Oszlak57. Además, no es para nada claro que una 'nueva' historia nacional pueda ser tramada sobre la base de la suma de los distintos casos estudiados hasta el momento. ¿Es posible ir más allá de los 'casos' con los resultados fragmentarios que tenemos hasta el momento? ¿en el estado actual de los conocimientos se puede ofrecer una historia de ese proceso 'de la periferia al centro' que pueda alcanzar públicos más amplios que el de los especialistas? ¿esa nueva síntesis puede consistir en la agregación de esas 'partes'?
Ahora bien, la clave comparativa no ha sido muy transitada hasta el momento, pero han comenzado a aparecer recientemente estudios que han mostrado la ventaja de ese tipo de enfoques para iluminar los espacios convergentes y las modulaciones propias de escenarios58. Estos ejercicios recientes tienen una particularidad: en vez de ensayar comparaciones entre Buenos Aires y algún otro caso provincial, donde el primero ofrecería una suerte de vara para medir el grado de avance o retroceso59, se han elaborado comparaciones entre otros casos provinciales como Entre Ríos y Corrientes o Tucumán y Córdoba, que buscan sortear la trampa metodológica de las teleologías60. De mayor envergadura, ha culminado recientemente un proyecto de investigación de largo aliento sobre la procedencia socioeconómica y cultural de las dirigencias de nueve de las catorce provincias, y con esos resultados se ofrecen algunos balances comparativos sobre el perfil de las dirigencias provinciales y los fundamentos de su poder político61. Bajo este panorama, una vez hechas esas reflexiones y con el avance de los estudios comparativos, puede que se tengan pistas más firmes para proponer una nueva narrativa general sobre el rol de las provincias en el proceso de construcción del estado.
En relación con la propuesta de utilizar este tipo de enfoque local para estudiar los espacios que esa historiografía ha considerado 'el centro', o sea, Buenos Aires, se ha avanzado bastante y ha habido varios esfuerzos recientes de hacer 'historia local' de la provincia homónima, separando su estudio analíticamente del de la ciudad de Buenos Aires, donde estaban asentadas las autoridades nacionales. Se han examinado las formaciones militares de la provincia, su vínculo con la política y el tipo de relaciones que establecieron en las fronteras con los territorios indígenas de la Pampa62, la organización y el funcionamiento de las formas diversas de movilización que, en diferentes ámbitos, acompañaban a las elecciones63, y las vinculaciones entre la política y la administración de justicia64, entre otros temas. Un signo del dinamismo de este campo -que excede a los estudios sobre el proceso de formación estatal- está dado por la publicación de los seis tomos de la colección Historia de la Provincia de Buenos Aires, dirigida por Juan Manuel Palacio65.
Por último, resulta pertinente ahondar en la propuesta de Bohoslavky sobre ir más allá de las regiones y localidades para explorar las vías de una historia conectada con el resto de los espacios provinciales y nacionales. Esta ofrece mayores potencialidades para trascender los ejes que, hasta el momento, han articulado las indagaciones sobre el rol de las provincias en la organización del sistema político nacional e imprimen un nuevo dinamismo a este campo de trabajo. En este punto, puede atenderse a las observaciones que ha brindado Hilda Sabato sobre la productividad que la tensión entre los enfoques centrados en lo nacional y las nuevas tendencias de historia global/transnacional puede tener para la historiografía, así como su propuesta de:
[...]plantear algo así como un juego de escalas, en que cada investigación pueda enfocar niveles espaciales y temporales diferentes, según la índole del problema a explorar y los interrogantes que guíen al historiador, pero a la vez se inscriba en un campo problemático que incorpore también otras escalas de observación y análisis. Esta formulación no encierra novedad alguna, pues es lo que siempre ha hecho la buena historiografía. Lo nuevo quizá sea, en este campo, la exigencia que hoy se impone a cada uno de nosotros de atender a las interconexiones e interrelaciones más allá de la escala elegida.66
Esa propuesta también ofrece una pista para sortear las preocupaciones sobre la relevancia misma de enfoques subnacionales en la era del dominio de la historia global67. La clave global, que ha demostrado su potencial para revisar las historias nacionales, transnacionales y regionales, no tiene por qué desplazar las miradas de las provincias. Por el contrario, estas pueden ofrecer el ancla que permita estudiar, de manera situada, algunas dinámicas que excedían a la provincia, a la región, a la nación. Se trataría de dejar de lado 'la provincia- caso' como una supuesta parte del todo nacional para examinar en ella (y desde ella) la articulación de distintos problemas que imponen escalas diversas. Es decir, realizar un ejercicio combinado de análisis de problemas conectados, pero distintos, que juegan en diferentes escalas. Esto implica pensar también cuál sería la articulación posible de los resultados de las investigaciones en marcha, yendo más allá de la idea de fragmentos de un mapa cuyas piezas se van elaborando y encajando. Esta senda plantea el desafío de cómo pensar el "todo", la historia nacional, no ya como suma y articulación de las historias provinciales. A primera vista, esto puede parecer una desventaja a la hora de imaginar un punto de síntesis para esas investigaciones. Con todo, al menos como ejercicio analítico, permitiría iluminar las experiencias locales con otra luz, y reflexionar sobre sus trayectorias comunes abandonando la idea del carácter único de cada caso.
Puede ilustrarse este argumento con un ejemplo sobre el lugar que ocupó la provincia de Córdoba en el tramo final de este periodo de construcción del sistema político argentino. Varios trabajos han revisado el rol que desempeñaron sus dirigencias en la articulación de las clases políticas del Interior, quienes, sobre finales de la década de 1870, conformaron el Partido Autonomista Nacional que luego gobernó la Argentina entre 1880 y 1916. Como casi todos los procesos históricos cordobeses, esos años han sido leídos por la literatura provincial clásica y por la más reciente como de una excepcionalidad del 'caso Córdoba'. Esto significa que, en general, los estudios dedicados a analizar lo local y regional se han detenido en las notas distintivas más que en las dinámicas comunes68. A eso se suma, en las historias de Córdoba, una lente mucho más estructural que, desde comienzos del siglo XX, ha leído en sus derivas un sendero único (y alternativo) al de Buenos Aires69. En lo que hace a la trayectoria de la provincia durante la organización nacional, esa excepcionalidad está anudada a la idea de que allí se había dado una modernidad 'trunca', 'fallida'; idea que está muy presente en varios textos centrales e importantísimos de esta historiografía y que ha permeado de manera duradera las indagaciones sobre su pasado70. Según rezaban esos estudios, los defectos en su modernización se manifestaban, entre muchos otros aspectos, en su política provincial, en la cual incluso las dirigencias más modernizadoras no habían logrado superar relaciones de tipo faccioso que, en definitiva, resultaban retardatarias del proyecto de transformación social que ellas mismas impulsaban71.
Con esa clave cifrada en su supuesta 'excepcionalidad', el pasado de Córdoba aparece como desconectado de las trayectorias de las otras provincias. Esto resulta curioso en función del rol de conexión y articulación entre varios escenarios provinciales que tuvo esa provincia mediterránea72. Las instituciones educativas de Córdoba capital eran lugar de formación de muchos hombres que posteriormente se desempañaban en la política de otras provincias. En el marco del régimen de internado que tuvo el Colegio de Monserrat hasta 1879, varios de ellos tuvieron largas estadías en esa ciudad y otros tantos estudiaron en la Universidad de Córdoba. Ese rol de conexión entre las dirigencias provinciales era aceitado, además, por su posición geográfica que la hacía punto de comunicación entre el Litoral y el Interior, así como lugar de paso obligado dos veces al año de los congresales de una decena de provincias que iban y volvían de sus labores legislativas en Buenos Aires a su lugar de residencia, y que debían pasar por la capital provincial o por Río Cuarto donde se realizaban reuniones de delegados de clubes políticos de las provincias. Esos encuentros fueron decisivos para robustecer los intercambios que dieron sustento a la coalición de dirigencias provinciales que, en esos años, comenzó a articularse a escala nacional y que hicieron posible el triunfo de Roca sobre el candidato de Buenos Aires en las elecciones presidenciales de 1880, que habitualmente se toma como momento final de ese proceso de organización del sistema político nacional73.
Pero ¿qué motivos llevaron a esos hombres a unirse a finales de los años de 1870? ¿cómo se fue fraguando el ideario de 'Paz y Administración' del Partido Autonomista Nacional74? Varios estudios recientes muestran que las dirigencias provinciales compartían un conjunto de preocupaciones sobre cómo asegurar la estabilidad política, que no eran tan distantes de las que atravesaban el debate público en muchos otros espacios sudamericanos embarcados también en la tarea de imponer mecanismos institucionales, valores y prácticas formales e informales que domesticaran la virulenta política de sus repúblicas75. En efecto, las discusiones de las dirigencias provinciales se inscribían en flujos mayores de circulación de escritos jurídico-políticos que proliferaron en el subcontinente con posterioridad a (y en parte en función de) la guerra civil norteamericana y la dura lección que esta había impartido a quienes, como los Estados Unidos, se habían embarcado en la creación de repúblicas federales. Esos flujos conectaban la enseñanza universitaria, la traducción, edición y difusión de escritos jurídico-políticos y su reproducción en la prensa y en revistas especializadas, así como la producción bibliográfica del Congreso de la Nación que, en esos años, editó y subvencionó una amplia gama de estudios constitucionales76. El Legislativo Nacional repartió esos estudios entre senadores y diputados, quienes los llevaron a sus provincias y, en varios casos, fomentaron la circulación de tópicos y argumentos sobre las cuestiones constitucionales de la hora como corresponsales de los diarios de sus localidades de origen77.
De ese modo, aceitaron el flujo de información política y de conocimientos jurídicos que informaron los debates en las sucesivas reformas constitucionales provinciales en las que estos hombres promovieron o combatieron los cambios institucionales encaminados a garantizar ese programa de 'orden', provistos de libros y argumentos llegados de muchas latitudes y pensados, a la vez, para la Argentina78. Esas reformas de las cartas provinciales en materia electoral, militar y de administración de sociedad civil para la 'pacificación de la política' fueron antecedentes decisivos de transformaciones posteriores en la legislación nacional, como han mostrado varios estudios recientes que han puesto de manifiesto cómo ese impulso reformador de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta fue, en parte, de las provincias a la nación79.
Este ejemplo muestra un camino posible para trabajar en escalas distintas con investigaciones ancladas en una región político-administrativa como las provincias. Desde ellas es posible explorar cómo se encararon algunos desafíos de la organización política en los ámbitos local y nacional, pero también examinar problemas de escala continental, como lo que Hilda Sabato llamó el fin del experimento republicano, el giro hacia el 'orden'. Así, las provincias ofrecen un punto de partida para trabajar con miradas en escalas, pero no agregativas desde lo local a lo transnacional, sino en función de alguna línea que las atraviesa transversalmente, aunque por senderos analíticos no siempre derechos ni continuos. En este caso, el de las conexiones en la construcción simultánea de los sistemas políticos provinciales y nacional, y su diálogo con otras experiencias sudamericanas. Sus resultados no ofrecerán un relato acabado ni de la dinámica provincial ni de la nacional, pero pueden ser un vehículo para insuflar dinamismo en un área que se muestra menos activa que hace unos años; además, pueden combinarse muy bien con otros análisis de tipo local, regional y/o comparativos, que ofrecerán nuevas evidencias para pensar esos juegos de escalas.
4. Conclusiones
El enfoque regional y local, que fue importante para relanzar los estudios sobre las provincias, ha contribuido a cambiar la dinámica del campo historiográfico y nuestro conocimiento sobre el pasado, pero ha presentado también algunos problemas. Parte de esos desafíos se han vinculado a las funciones diversas (y no siempre claras) que le han sido adjudicadas y que han tendido a desconectar esos estudios de otros escenarios y de otras escalas. Esas funciones han sido recuperar las notas locales y la experiencia de las 'personas concretas' (en lo que ha aparecido asociada al enfoque microhistórico); desarmar las narrativas nacionales mostrando las formas no unidireccionales en que se dieron algunos procesos u ofrecer un enfoque intermedio que escape a los vicios de las narrativas localistas y provincialistas así como a las formulaciones porteño-céntricas80 y que permita analizar problemas que no podrían estudiarse con otras escalas81. Su actual pérdida de dinamismo puede vincularse también a que, en su voluntad de revisar y contestar las narrativas nacionales dominantes, estos trabajos reprodujeron, con grados diversos, los vicios de las viejas dicotomías de Buenos Aires versus el Interior. En algunos casos, esas desventajas han nacido por el afán de englobar las experiencias provinciales en una forzada unidad contra la hegemonía porteña, lo cual hace perder de vista otros puntos en común que tuvieron y obtura nuevas avenidas de avance alejadas ya de esa misión primigenia. En otros casos, aunque no se ha dado ese tono denuncialista, el 'caso Buenos Aires' funciona como un otro (referente o contramodelo) frente a las experiencias provinciales.
En lo que hace más puntualmente al área de estudios sobre las experiencias provinciales en la construcción de un sistema político nacional, las indagaciones han tenido hasta ahora un carácter disperso: no todos los espacios han sido estudiados sistemáticamente y en cada caso se han abordado periodos no siempre coincidentes82. Sin embargo, la solución no pasa simplemente por llenar los 'casilleros pendientes'. Esto resulta por supuesto muy necesario, pero para dar más dinamismo al área tal vez no alcance con avances de tipo agregativo (sumar más casos, más periodos) y se necesiten mayores esfuerzos para conectar y comparar esos estudios, de la mano de reflexiones en profundidad sobre las escalas de los trabajos y sobre las relaciones entre esas escalas. En este sentido, el impacto del giro global puede ser provechoso. Aunque la provincia en la formación del estado nacional es un tema clásico que suena tal vez anticuado con el auge de las tendencias actuales dominadas por los enfoques transnacionales, puede seguir siendo un objeto productivo de análisis para la historia política, donde anclarse y desarrollar problemas en varias escalas, para comprender esa interacción en una experiencia, en un espacio social. Este tipo de ejercicios no va a dar por resultado una imagen total, coherente y marcada por cierta lógica del proceso de construcción estatal (que difícilmente tuvo esas características)83, pero puede contribuir en dos direcciones. Primero, en lo que concierne al conocimiento histórico, puede iluminar algunas conexiones que, aunque limitadas en su alcance y contradictorias entre sí, informaron esa dinámica de edificación de un orden político nacional84. De ese modo, ofrece un formato alternativo para ensayar nuevas síntesis no atadas a la idea de que los estudios provinciales son piezas de un mosaico que debe ensamblarse, y para explicar dinámicas que no están contenidas concretamente en ninguna de esas piezas sino que remiten más bien a sus muchas y complejas relaciones. Y segundo, en cuanto al desarrollo del propio campo de los estudios regionales, esos ejercicios 'verticales' pueden ayudar a desarmar algunas metáforas que informaron el trabajo de investigación y que han contribuido a su actual pérdida de dinamismo: la asimilación de lo local con lo micro, lo particular, la acción como opuestos a la generalización asociada a lo nacional, lo macro, las estructuras85.