Introducción
El fenómeno del Bogotazo ha sido abordado en varias obras como “Del ‘Bogotazo’ al Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas. Los nuevos sentidos del 9 de abril en Colombia” (De la Rosa González, 2012); “El 9 de abril en la memoria visual de Colombia del Bogotazo al Día Nacional de la Memoria y de la Solidaridad con las Víctimas” (Schuster, 2014) y “El Bogotazo: memorias del olvido” (Alape, 1984). Además, es esencial considerar las fuentes clásicas que exploran la relación entre memoria e historia.
En este análisis del Bogotazo, se llevó a cabo una investigación archivística, en busca de reinterpretar la memoria de las víctimas desde una perspectiva reconciliadora. Inspirada en la metodología de Foucault en La arqueología del saber (1969), se interpretaron registros de fallecidos para dar voz a quienes perdieron la vida. La influencia de Santiago Castro-Gómez fue fundamental, ya que desafió las narrativas lineales dominantes en América Latina y resaltó la necesidad de considerar múltiples perspectivas históricas. A partir de la noción de discontinuidad de Foucault, Castro-Gómez reveló las rupturas en la historia y amplió las posibilidades de representación del evento.
Los interrogantes que siguen siendo desafiantes son ¿cómo dar voz a las víctimas de un acontecimiento histórico trascendental para la identidad nacional, como lo es el Bogotazo, a través de una combinación de datos reales y ficción?; ¿es posible reescribir la historia de este suceso desde la discontinuidad? El objetivo es reconstruir la memoria de algunas víctimas del Bogotazo, mediante la exploración de los libros necrológicos de la Secretaría Distrital de Salud (Archivo Distrital de Bogotá, 1948a, 1948b), el Cementerio Central y de una parroquia cercana a los hechos, junto con reflexiones de Gabriel García Márquez en Vivir para contarla (2021) . Entre los objetivos específicos se encuentra la identificación de registros formales de víctimas mortales, así como la reinvención ficticia de sus voces a partir de hallazgos historiográficos y de las memorias del nobel.
Se obtuvieron datos de tres fuentes documentales: dos del repositorio digital del Archivo Distrital de Bogotá, que incluyen microfilmes de los depósitos de archivo de la Secretaría Distrital de Salud (libros necrológicos), y las licencias de inhumación del Cementerio Central. La tercera fuente fue el libro de defunciones de 1948 de la parroquia San Diego (Arquidiócesis de Bogotá, 1945-1950). El análisis implicó clasificar los datos para encontrar conexiones entre los registros de defunción y las historias olvidadas; así se contribuyó a configurar la identidad de las víctimas. La memoria histórica se convierte, entonces, en un medio para crear narrativas de un pasado imaginado.
Para la recolección de la información, se crearon matrices de cada tipo de registro que incluyen: nombres y apellidos de los difuntos, fechas, números de licencia, entre otros datos. Esta actividad siguió los protocolos de bioética, por lo que antes de emprender la exploración de archivos, se obtuvieron los permisos necesarios de las instituciones implicadas. También se emplearon fichas de resumen analítico especializado para relacionar los datos con el contexto histórico.
En Vivir para contarla (2021), García Márquez nos sumerge, según su experiencia del Bogotazo, en una perspectiva única de los acontecimientos y su impacto en la sociedad de la época. Su reflexión sobre las víctimas proporciona valiosos elementos para entender el contexto, incluyendo sentimientos y consecuencias como la represión, los incendios de la ciudad y las órdenes de la guardia presidencial de abrir fuego contra los civiles (Alape, 2016, p. 550), destacando así la discontinuidad de los hechos.
Este proceso de investigación identificó y dio voz a las víctimas del Bogotazo mediante registros formales y narrativas asociadas. Los hallazgos se compartieron en una videoponencia, en la que se enriquecía la comprensión del evento y se resaltaba la necesidad de preservar estas historias. Esta labor desempeña un papel crucial en la educación para la paz, al reconocer y honrar a las víctimas, explorar el contexto histórico y fomentar la sensibilidad y la empatía, al humanizar sus experiencias y, así, contribuir a la prevención de conflictos futuros.
A continuación, en “Antecedentes y memoria”, se hace alusión a estudios sobre el Bogotazo y el contexto de los eventos históricos, y también se examinan algunos referentes sobre la noción de “memoria”. En “Aparato crítico y metodológico”, se aborda el marco teórico y metodológico basado en la arqueología de Michel Foucault, en relación con la propuesta de Castro-Gómez para una mirada crítica del archivo, además del empleo de la obra Vivir para contarla, como un recurso para enriquecer la comprensión de los hechos y sus implicaciones. En “El Bogotazo: capas de significado”, se destaca la experiencia en la gestión y análisis de archivos relacionados con el 9 de abril de 1948. Por último, en “Ficción y memoria”, se dan a conocer fragmentos de la creación narrativa como una forma de dar vida a las víctimas.
Antecedentes y memoria
Nuestra reflexión parte con el rastreo de la herencia griega que hace Paul Ricoeur, en La memoria, la historia y el olvido (2004) , donde aborda el problema planteado por Platón (1988) sobre la representación presente de lo ausente, y une las problemáticas de la memoria y el olvido, como se evidencia en “el mito del trozo de cera” (Platón, 1988, Teet., 191d) y el concepto de eikon (imagen) desarrollado en el Sofista. Ricoeur explica que la problemática de la imaginación engloba y comprende la de la memoria, y diferencia entre el arte eikástico, que representa la semejanza fiel, y el phantasma, que representa lo fantástico (Platón, 1988, Sof., 236c). La cuestión sobre si lo que llamamos semejanza (eikona) es en realidad un irreal no-ser se examina, concluyendo que el no-ser de alguna manera es (Platón, 1988, Sof. 240b-c).
Aristóteles, según Ricoeur, caracteriza la memoria por la afección (pathos), donde esta última está presente y la cosa ausente, lo que lleva a recordar lo que no está presente (Ricoeur, 2004, p. 34). La principal contribución de Aristóteles radica en la diferencia entre mneme y anamnesis, donde la primera constituye la evocación simple y la segunda, el esfuerzo de rememorar (p. 38).
La memoria, como capacidad humana de recordar y reconstruir el pasado, es fundamental para la construcción de la historia, esto se evidencia en la caracterización que hace Cicerón (1967) de la memoria como condición intrínseca de la historia: “Historia vero est testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis” (II. 36). Así, para Cicerón, la vita memoriae no es solo un registro pasivo del pasado, sino una fuerza vital que anima y da significado a nuestra comprensión del tiempo y la verdad histórica. La historia actúa como el medio a través del cual la memoria se manifiesta y se preserva. Es el testimonio de los tiempos pasados, la luz que revela la verdad de lo ocurrido, y la mensajera que nos conecta con las voces y las experiencias de la antigüedad.
Según Maurice Halbwachs (2004) , “para confirmar y rememorar un recuerdo, no hacen falta testigos en el sentido común del término, es decir, individuos presentes en una forma material y sensible” (p. 27). El mismo autor distingue entre la memoria individual y la colectiva, donde esta última se forma a partir de las individuales. La memoria de otros enriquece y complementa la nuestra al relacionarse con nuestros propios recuerdos (Halbwachs, 2004). A diferencia de Halbwachs, quien parecía relegar la importancia de la memoria individual, Ricoeur reconoce la relevancia de ambas, y argumenta que aquello atribuible a una persona también se aplica a la comunidad, entrelazando y complementando la memoria individual y colectiva en la construcción del pasado compartido (Ricoeur, 2004).
Cabe mencionar que Ricoeur dedica un apartado a las contribuciones de Michel Foucault, Norbert Elias y Michel de Certeau a la historiografía, y resalta sus diferencias. Foucault introduce la “arqueología del saber”, enfocada en formaciones discursivas y discontinuidades. Elias propone una sociología histórica que analiza el proceso de civilización y la interdependencia entre política y comportamiento humano; mientras que a Certeau cuestiona la totalización histórica y destaca las prácticas significativas en la construcción del discurso histórico (Ricoeur, 2004, pp. 258-270).
En el contexto latinoamericano, Beatriz Sarlo (2005) resalta la memoria en la reconstrucción democrática, donde los testimonios de las víctimas se convirtieron en pruebas de los crímenes. Ella critica el uso del pasado en la “industria de la memoria”, y aboga por una reflexión crítica sobre su narrativa subjetiva. También enfrenta el desafío de escribir historia, reconoce la influencia inevitable del presente en la reconstrucción del pasado, y destaca el papel del testimonio subjetivo, especialmente en el estudio de la vida cotidiana y los sujetos periféricos. Examina nuevas formas de testimonio, como la posmemoria, y cuestiona su capacidad para revelar la verdad histórica (Sarlo, 2005).
El Bogotazo ha sido objeto de análisis a lo largo de los años. Académicos y escritores han contribuido significativamente con diversas perspectivas sobre los acontecimientos y su impacto en la sociedad colombiana. Entre los antecedentes se encuentran: “Del Bogotazo al Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas. Los nuevos sentidos del 9 de abril en Colombia”, de Diana de la Rosa González (2012); “El 9 de abril en la memoria visual de Colombia del Bogotazo al Día Nacional de la Memoria y de la Solidaridad con las Víctimas”, de Sven Schuster (2014) , y la renombrada obra de Arturo Alape El Bogotazo: memorias del olvido (2016) . Estas obras han iluminado la complejidad de este evento histórico, y han explorado sus dimensiones políticas, sociales y su significado en la memoria colectiva de Colombia.
En primer lugar, Diana de la Rosa González explica cómo la memoria es más que un simple recordatorio del pasado, pues es, sobre todo, un espacio dinámico saturado de conflictos políticos y sociales protagonizados por diversos actores que luchan por fomentar el olvido o la rememoración. Según la autora, estos actores buscan empezar de nuevo, aprender del pasado, reclamar justicia y prevenir la repetición de errores. Así, la memoria se manifiesta a través de fechas conmemorativas, marcas territoriales y archivos, esenciales en la “memorialización” (De la Rosa González, 2012).
En este panorama, se libran luchas por la narrativa, revelación, preservación y respeto a la privacidad, las cuales abarcan escenarios públicos y privados con el objetivo de evitar el olvido del pasado. La memoria, escenario de estas luchas entre las memorias personales y ajenas, es donde diversos actores se encuentran para enterrar o exhumar recuerdos y prevenir el olvido. Este trabajo señala que, a partir del primer 9 de abril, surgen preguntas fundamentales cuyas respuestas se irán desvelando a medida que múltiples formas de memoria salgan a la luz. Además, nos invita a reflexionar sobre cuáles son los nuevos significados que buscan construirse en el país (De la Rosa González, 2012).
La memoria histórica, o la “memorialización”, es crucial para crear narrativas que den voz a las víctimas. Al recuperar y preservar recuerdos, testimonios y documentos de eventos traumáticos, se establece un sólido reconocimiento. Las historias construidas a partir de la memoria no solo rinden homenaje al dolor y mantienen viva la herencia de aquellos que sufrieron, sino que también ofrecen una plataforma para la expresión, curación y construcción de conciencia pública sobre la injusticia.
Por su parte, Sven Schuster (2014) enfatiza en el desarrollo de una memoria visual particular. Según él, las imágenes desempeñan un papel crucial en la representación, interpretación y contextualización de los sucesos de ese día. El 9 de abril fue capturado visualmente por influyentes artistas colombianos desde temprano. Estas imágenes, al centrarse en Bogotá y en el asesinato de Gaitán como punto de partida, contribuyeron a nuestra percepción descontextualizada de la Violencia (Schuster, 2014). Así, los años de barbarie política entre 1946 y 1963 se redujeron a “tranvías incendiados” y enfrentamientos entre liberales y chulavitas. Estas representaciones del Bogotazo han marcado la memoria visual de Colombia, mientras que la Violencia ha sido olvidada, considerada por el autor como un “no-lugar” en la historia actual.
Para Schuster, a excepción del Centro de Memoria de Bogotá, los museos actuales perpetúan una representación reduccionista y selectiva de la Violencia. Según él, la memoria requiere olvidar para recordar. Destaca cómo las representaciones visuales del Bogotazo y la Violencia simplifican y descontextualizan eventos históricos (Schuster, 2014). En línea con Foucault, historia y memoria no siguen una progresión lineal, sino que experimentan cambios significativos. Las imágenes del Bogotazo, aunque cruciales para la memoria colectiva, a menudo carecen de profundidad y contexto.
En El Bogotazo: memorias del olvido (2016), una de las obras más relevantes sobre los eventos del 9 de abril, Arturo Alape nos sumerge en la complejidad del Bogotazo y sus consecuencias en la sociedad colombiana; nos presenta una narrativa rica en detalles y testimonios que arrojan luz sobre un evento histórico marcado por la violencia y la agitación política. La obra destaca cómo la memoria colectiva puede ser selectiva y fragmentada, centrándose en ciertos aspectos y omitiendo otros. Alape nos anima a cuestionar narrativas simplificadas y estereotipadas asociadas con el Bogotazo, adentrándonos en la complejidad de la historia y reconociendo la diversidad de perspectivas que contribuyen a nuestra comprensión del pasado. En última instancia, El Bogotazo: memorias del olvido nos recuerda la importancia de preservar la memoria histórica en toda su riqueza y matices, para que podamos aprender de nuestro pasado y avanzar hacia un futuro más comprensivo y reconciliado como se muestra en el prólogo a la obra de Alape, por Juan Álvarez (2016) :
De ahí que escuchar, en la tarea de Alape de investigación y reconstrucción de los hechos treinta años después de ocurridos, sea menos la técnica común de la reportería y más la piedra angular de su oriente moral. No son solo “piezas de información” sobre lo sucedido lo que Alape prendió y libró de un primer momento de olvido; son datos con la conciencia de ser los colores de la desolación: el remolino de culpa y dolor y abuso y arbitrariedad y anhelos frustrados e imágenes precisas sepultadas en el corazón de todo tipo de testigos, desde sujetos hasta páginas impresas, placas fotográficas o grabaciones radiales al borde de la ruina. (p. 15)
Esta obra fue valiosa en nuestro marco referencial por su rica narración de los eventos del 9 de abril. El autor, antes de comenzar el libro, exploró una abundante bibliografía que incluía libros, revistas y periódicos. Al revisar estas fuentes, notó que las narrativas estaban sesgadas, ya que los autores buscaban resaltar su participación y destacar el papel de la comunidad política, y señaló a un responsable de los acontecimientos. Sin embargo, se encontró con que los testigos que deseaba entrevistar mostraban temor a compartir sus propias versiones de los hechos (Alape, 2016). Por ello, surge la necesidad de abordar limitaciones y sesgos en las fuentes históricas mediante una narrativa que ofrezca una perspectiva más completa y empática de la experiencia de las víctimas.
La literatura sobre el Bogotazo es extensa, con menciones en varias obras, pero destaca la trilogía del director de teatro Miguel Torres. En El crimen del siglo (2013) , ofrece una versión ficticia de la historia de Juan Roa. Continúa con El incendio de abril (2019a), donde narra los eventos del 9 de abril desde diversas perspectivas, como la de un historiador testigo del asesinato de Gaitán o la de un soldado que ordena abrir fuego. La trilogía concluye con La invención del pasado (2019b), donde nos invita a reflexionar sobre cómo las narrativas ficticias son instrumentos valiosos para comprender eventos traumáticos y fomentar empatía y comprensión hacia el pasado colectivo. En este sentido, la trilogía de Torres se destaca como un testimonio elocuente de la importancia de la literatura en la construcción y reinterpretación de la memoria histórica.
Aparato crítico y metodológico
Frente al persistente horror y sufrimiento social, es crucial contribuir a la restauración simbólica de nuestra memoria. ¿Cómo podemos lograrlo? Una vía consiste en reflexionar sobre eventos significativos, como el Bogotazo. De este modo, se empleó en esta investigación el método arqueológico del filósofo francés Michel Foucault, a partir del cual se establecieron diálogos desde una “etnonecrología” filosófica urbana con la historia real y la ficción literaria.
En 1969, Michel Foucault publicó La arqueología del saber, donde expuso un método para la investigación en ciencias sociales. En esta obra, argumenta que lo que decimos no solo refleja el objeto de estudio, sino que también refleja nuestra cultura y las normas de nuestra época. Sostuvo que la existencia de un discurso está determinada por un conjunto de reglas que definen lo que puede tener significado, y estas reglas no son meramente semánticas, sintácticas o lógicas, sino que están arraigadas en una amplia red de discursos (Foucault, 1970).
Foucault señala que los historiadores, al analizar los acontecimientos, tienden a situarlos en un marco de larga duración, donde incorporan elementos de disciplinas como la sociología y la economía. Él enfatiza en la importancia de examinar las “pequeñas historias” excluidas del discurso oficial. Mientras la historia suele estudiarse sincrónicamente, retrocediendo o avanzando en el tiempo, Foucault sugiere un enfoque diacrónico. Esta perspectiva permite investigar diversos aspectos de un evento, y lograr una comprensión más plural del pasado, adaptándose a las demandas del presente, con cambios constantes y rupturas en la historia misma.
Para abordar el concepto de discontinuidad, Foucault nos invita a considerar términos como corte, mutación, transformación y ruptura. En cuanto al Bogotazo, estos elementos se dan no como un discurso lineal, sino un discurso que se interrumpe infinitas veces; muchos colombianos tienen el dato histórico del Bogotazo, pero cada uno conoce de él fragmentos discursivos. En las disciplinas como epistemología, filosofía y literatura, se exploran la discontinuidad y los puntos de ruptura en la evolución del conocimiento. Sin criticar la historia lineal, insta a los historiadores a complementar narrativas continuas con análisis de rupturas; para él, mutaciones y transformaciones son claves en el estudio histórico (Foucault, 1970).
Este método, al igual que la arqueología, busca excavar capas de la historia para descubrir vestigios sociales. En palabras de Foucault, la arqueología “designa una de las líneas de ataque para el análisis de las actuaciones verbales: especificación de un nivel, el del enunciado y del archivo; determinación e iluminación de un dominio” (Foucault, 1970, p. 300). La arqueología ayuda a interpretar el lenguaje; en este caso, permite analizar distintas formas discursivas como lo son los diversos textos que existen sobre el Bogotazo. A los datos históricos se suman subjetividades, ficciones, imágenes, materiales, impresiones de cada lector excavador que indaga en los archivos de la memoria.
Aplicando este método en la creación de narrativas ficticias sobre el Bogotazo, exploramos los estratos de la memoria histórica, equiparando el proceso a la excavación arqueológica de distintas capas. Similar a un arqueólogo que desentierra capas de sedimento para revelar la evolución de una civilización, analizamos discursos y documentos de la época para descubrir vestigios de la sociedad afectada por este evento. Cada fragmento de información fue clave para reconstruir la compleja trama de relaciones, emociones y experiencias vinculadas al Bogotazo. Al explorar más a fondo estos discursos, emergieron diversas perspectivas y voces, permitiéndonos tejer una narrativa rica y matizada. La discontinuidad nos brindó libertad para cuestionar interpretaciones uniformes del evento histórico, explorar cambios en la percepción y facilitar una creación literaria más enriquecedora. Esto superó las limitaciones de las narrativas lineales, y ofreció una visión más auténtica mediante la construcción y análisis de un nuevo archivo.
Por su parte, Santiago Castro-Gómez (2011) ha cuestionado aquellas narrativas lineales, y ha evidenciado cómo las estructuras de poder y la influencia colonial continúan moldeando la forma en que se cuentan las historias en América Latina. Su postura resalta la necesidad de desafiar las versiones hegemónicas de la historia y considerar las múltiples voces y perspectivas que han sido históricamente marginadas. Para su análisis, se ha valido de la “discontinuidad”, influenciada por Foucault, a la que él mismo denomina “genealogía” (Castro-Gómez, 2011, pp. 116-117). Este enfoque se ha empleado de manera similar en la investigación realizada, con el propósito de cuestionar las narrativas lineales y el concepto de progreso histórico que, a menudo, oculta las complejas interacciones y sedimentaciones de los acontecimientos históricos. Siguiendo la perspectiva de Castro-Gómez, la genealogía se dedica a poner de manifiesto las rupturas y ausencias que se encuentran en la historia, ya que en ese espacio de discontinuidades es donde se entrelazan las voces que habitan la “ciudad real”, tal como la describe Ángel Rama (Rama, 1988) y que retoma Santiago Castro. (Castro-Gómez, 2011).
Según Ángel Rama, existen dos concepciones de ciudad: “la ciudad letrada” y “la ciudad real”. La primera busca mantenerse inmutable y atemporal, al igual que los símbolos, en constante oposición a la ciudad real, que solo existe en la historia y se adapta a las transformaciones de la sociedad. La ciudad real se erige como el principal contrapeso a la ciudad letrada, la cual subyuga a la primera. Con la legitimación de la palabra escrita, la palabra oral es desplazada, dejando poco espacio para la ciudad real, excepto para los poetas, quienes navegan ambivalentemente entre la ciudad letrada y la ciudad real, entre las letras y los símbolos, y la experiencia real (Rama, 1998).
De este modo, la poesía y, en este caso, la literatura en general, habitando ambas ciudades, la letrada y la real, tienen el poder de capturar las complejidades de la experiencia humana. Así, en lugar de tener una narrativa central que domine la historia, se pueden crear narrativas descentralizadas que reflejen múltiples perspectivas y voces, lo que permite cuestionar las narrativas hegemónicas y explorar las tensiones culturales y políticas, alejándose de la noción de una “Ciudad Letrada” homogénea y dominante.
En el proceso de reescritura, la obra Vivir para contarla (2021) de Gabriel García Márquez fue fundamental. A través de sus memorias, nos transporta a la época del Bogotazo y nos sumerge en las vidas de quienes lo vivieron. Su narración trasciende la visión lineal de la historia, ya que ofrece una perspectiva íntima de la violencia y el caos reinantes en ese momento (García Márquez, 2021). Su obra revela la complejidad de los eventos históricos desde diversas perspectivas.
Ciertamente, la discontinuidad en Vivir para contarla se manifiesta en la narración fragmentada y no lineal de las memorias de García Márquez, donde los recuerdos se entrelazan con el presente, y el pasado se redefine constantemente (García Márquez, 2021). Esto nos llevó a cuestionar la idea de una verdad histórica única y nos invitó a la exploración de la multiplicidad de verdades. Foucault permite sospechar de la verdad que nos han contado, pues cada uno conoce y crea su verdad; la verdad de las víctimas es diferente a la verdad oficial que muchas veces se presenta enmascarada para favorecer a quienes tienen el poder. No existe verdad, sino verdades, verdades fragmentadas como los discursos, pero no por ello carentes de validez. El problema es grande, la historia está escrita desde una “verdad” parcializada, por tanto, habría que reconstruirla; esto justifica en gran parte, este estudio.
Las formulaciones cotidianas representan una acumulación silenciosa del pasado, siendo en la extensión y repetición de estos discursos donde radica su importancia. A través de ellos se “restablecen las solidaridades olvidadas y se remiten los discursos a su relatividad” (Foucault, 1970, p. 204). Esto sugiere que, a pesar de su aparente trivialidad, estos discursos son cruciales para dar voz a las víctimas. Al reconocer las conexiones olvidadas entre ellos, emergen experiencias compartidas, que facilitan comprender la diversidad de perspectivas.
Conceptualmente, las memorias del 9 de abril resaltan la literatura como herramienta para dar voz a las víctimas y rescatar sus historias del olvido. Juan Gabriel Vásquez, al igual que García Márquez, demuestra cómo la ficción puede reconstruir la memoria y cuestionar narrativas oficiales, como se evidencia en Vivir para contarla. La responsabilidad de los escritores es desenterrar las voces silenciadas. En la obra de Vásquez, el personaje ficticio de Carlos Carballo se remite a las memorias de Gabo y puede expresar su verdad. En la obra literaria, simboliza la voz de las víctimas que no han sido tenidas en cuenta. Es decir, él narra la historia no contada, él en el Bogotazo perdió a su padre, un ser humilde, uno de tantos muertos prácticamente anónimo. Nuestra investigación, al igual que la tarea de Carballo, buscó desentrañar el pasado oscuro de un país que apenas comienza a descubrirse (Vásquez, 2015).
A partir de la ficción literaria, se evidencia, por ejemplo, en La forma de las ruinas (2015) de Juan Gabriel Vásquez, la carencia de una cultura en Colombia de memoria histórica, pues son pocos los que se ocupan de mirar al pasado, para rescatar el presente. Dice el autor mediante su homónimo literario: “Me quedé un rato pensando que hay gente así en Colombia: gente para lo cual hablar del 9 de abril es lo mismo que para otros jugar al ajedrez. Ya quedan pocos, todo sea dicho” (Vásquez, 2015, p. 25). Aunque la narrativa de Vásquez se desenvuelve en el ámbito de la imaginación y la creatividad literaria, es innegable que para él el 9 de abril representa un vacío en la historia de Colombia, en la historia de un país que parece haber olvidado sus propios acontecimientos. En esa “ciudad cementerio”, en esa “ciudad furiosa” de la que él habla, íbamos descubriendo, también “con algo de espanto, la fascinación oscura por los muertos presentes y los pasados” (Vásquez, 2015, p. 42).
En Vivir para contarla, García Márquez sugiere la posibilidad de otro asesino además de Juan Roa, identificado como el autor del asesinato de Gaitán. Esta reflexión sobre las complejidades del evento histórico, central en la obra de Juan Gabriel Vásquez, añade misterio al relato ficticio y destaca la naturaleza inconclusa de la historia del 9 de abril. La literatura, como señala Vásquez a través de su personaje homónimo, se convierte en un instrumento para la especulación histórica, explorando el misterio detrás de la identidad del hombre que incitó a Roa y desapareció en un automóvil lujoso (García Márquez, 2021).
El asesinato de Gaitán, con múltiples interpretaciones sobre los responsables, ha quedado inconcluso. El sacerdote Germán Guzmán Campos propone en su libro La Violencia en Colombia (1988) cuatro teorías posibles, incluyendo una quinta según la familia de Gaitán. La Comisión de la Verdad (CEV) ha confirmado que este caso está en la sombra de la impunidad, ya que la historia oficial no concuerda totalmente con los hechos (CEV, 2022a, p. 34). De ahí que se busque llenar aquellos vacíos con la especulación histórica alimentada por la literatura.
El Bogotazo: capas de significado
Para la investigación, se emplearon las siguientes fuentes: (a) un libro de defunciones de la iglesia San Diego de Bogotá (1945-1950); (b) un libro necrológico del Archivo Distrital de Salud de Bogotá de 1948 (Archivo Distrital de Bogotá, 1948a), y (c) licencias de inhumación del Cementerio Central de Bogotá de 1948 (Archivo Distrital de Bogotá, 1948b). El libro de defunciones de la parroquia de San Diego contenía información detallada sobre los difuntos, incluyendo causa de muerte, edad, fecha y hora de fallecimiento, entre otros datos. Además, se diseñó una tabla específica que abarcaba las defunciones registradas durante el mes de abril de 1948, así como parte de febrero, marzo y mayo, con el fin de facilitar un análisis detallado de los síntomas y patrones presentes en las defunciones durante ese periodo. Esta tabla incluyó datos de meses adyacentes para brindar una visión más completa de los eventos.
En el libro necrológico de 1948, resguardado en el Archivo de Bogotá, la matriz recopiló datos que comprendía campos clave, como el conteo numérico de fallecidos, el número de folio o página donde se registraban las defunciones, el número de la licencia correspondiente y el nombre completo del difunto, con lo que es posible inferir su sexo. Esta estrategia de recopilación de información posibilitó un análisis sistemático de los registros, y enriqueció considerablemente el conjunto de datos disponibles para la investigación.
La selección de ciertos apellidos para la matriz de datos del Cementerio Central se basó en un muestreo de conveniencia de los fallecidos durante el Bogotazo, con datos más detallados. Se enfocó en apellidos que comenzaban con las letras A, B, C, F, G, H, M y R, lo que permitió reconocer no solo a figuras prominentes como Jorge Eliécer Gaitán y Juan Roa, sino también a otros individuos anónimos que murieron el 9 de abril.
Asimismo, se eligieron otros instrumentos que ampliaron la perspectiva contextual, como las fichas de resumen analítico especializado para datos históricos aportados por los textos de Alape, Schuster y De la Rosa. Estas fichas fueron empleadas para establecer conexiones significativas entre los acontecimientos del 9 de abril y los datos recopilados de archivo, para una comprensión más completa de los eventos.
La parroquia de San Diego se convirtió en la principal fuente de investigación, debido a su significación histórica y la disponibilidad de sus archivos. Aunque se intentó obtener información de otras parroquias cercanas, como Las Nieves y la Veracruz, hubo limitaciones en el acceso a los registros. En el caso de Las Nieves, se obtuvo un sello de visita, pero no se concedió acceso a los archivos. Respecto a la Veracruz, se recopilaron narraciones informales sobre el párroco que, disfrazado de liberal, autosaqueó la parroquia junto con otros feligreses en un intento por salvar los manuscritos. Los relatos sobre la esquina de San Francisco, junto con los testimonios de los tiroteos desde los campanarios de la catedral y la iglesia de Santa Bárbara, son más esclarecedores en la obra de Alape. Además, el acceso a la catedral resultó imposible debido a restricciones de tiempo. La elección de priorizar la profundidad sobre la amplitud en la investigación implicó enfocarse en la parroquia de San Diego, que ofrecía datos para un análisis minucioso de los eventos del Bogotazo.
En la parroquia de San Diego, se buscó el libro de defunciones de 1948 para examinar las exequias de abril. Se descubrió que el 9 de abril no se realizaron exequias, a diferencia de los días anteriores y posteriores, que habían estado ocurriendo desde el 5 al 8 de abril y luego se reanudaron el 13 de abril. Sin embargo, después de esa única ceremonia, no se celebraron más durante siete días, hasta el 20 de abril. Aunque el máximo de días consecutivos sin exequias en la parroquia es normalmente cuatro, en esta ocasión, por razones evidentes, la cifra aumenta. Esta interrupción del martes 13 de abril, en particular, se revela como un punto de interés, tal como se representa en las tablas 1 y 2. La figura 1 muestra el registro de dicha interrupción.
Las exequias del 13 de abril se oficiaron por Alejandro Lombana Calvo, de 21 años, originario de Bogotá, e hijo de Vicente Lombana Pérez y Emma Calvo Cabrera. El registro de defunción, firmado por el entonces párroco de San Diego, Simón Peña, presenta algunas lagunas. En primer lugar, no contiene notas marginales que aclaren si la muerte del joven fue violenta o si ocurrió el mismo 9 de abril. Los datos suministrados se limitaron al nombre, la edad, los nombres de sus padres y la fecha de la ceremonia. Sin embargo, hay un detalle que podría arrojar luz sobre la situación: la mención de que las exequias se oficiaron praesente corpore. La edad de Alejandro sugiere que su muerte no fue necesariamente natural, aunque no se descarta esa posibilidad. Dada la conexión con los eventos del Bogotazo, su edad podría indicar una relación con los disturbios. La mención de su presencia en la ceremonia plantea preguntas sobre el intervalo entre su muerte y las exequias. La información limitada permite varias conjeturas sobre las circunstancias de su fallecimiento y la secuencia de eventos posteriores. La figura 2 muestra el libro de defunciones de San Diego y la tabla 3 detalla los datos recopilados sobre Alejandro Lombana.
La base de datos genealógica de Fidel Botero Arango (Botero, 2022) aclaró detalles sobre la muerte de Alejandro Lombana, complementando el registro parroquial de San Diego. Los datos coincidieron en nombres, apellidos, fechas y relaciones familiares, confirmando su contexto. Según esta fuente, Alejandro murió el 9 de abril de 1948; también, reveló el fallecimiento de su padre y la entrada de su madre al convento de Santa Clara tras enviudar. La interrupción en las exequias del martes 13 podría estar relacionada con la familia del difunto y su vínculo con el párroco. La elección religiosa de la madre destaca la influencia religiosa en la familia, sugiriendo una postura política conservadora, aunque estas conclusiones son especulativas.
El Archivo de Bogotá, específicamente los libros necrológicos de 1948 de la Secretaría Distrital de Salud, fue una fuente clave. La transcripción resultó desafiante debido a la ilegibilidad en algunos casos. Estos registros no incluían fechas específicas, solo nombre, apellido, mes y año de fallecimiento, y estaban organizados alfabéticamente, dificultando el seguimiento de los fallecimientos del 9 de abril. A pesar de estas limitaciones, estos registros enriquecieron nuestra investigación con una amplia lista de nombres. Las figuras 3 y 4 muestran documentos originales de libro necrológico.
A partir de la información recopilada del libro necrológico, se llevó a cabo un proceso inicial de conteo de los fallecimientos ocurridos durante el mes de abril. Este análisis arrojó un total de 1060 personas, una cifra que presenta una ligera discrepancia con respecto a los datos proporcionados en el Anuario Municipal de Estadística de Bogotá, el cual reportaba 1043 fallecimientos para el mismo periodo en 1948 y que había superado significativamente la media de muertes registradas en los otros once meses del año, con un excedente de 330,4 fallecimientos por encima del promedio (Braun, 1987). Las tablas 4 y 5 detallan cómo se organizó la información recopilada del libro necrológico.
La discrepancia de 17 personas ausentes en el recuento del Anuario Municipal inicialmente sugirió la posibilidad de que fueran niños o individuos sin identificar. Sin embargo, el examen de los niños fallecidos en abril totalizó 115, lo que no explica la diferencia en la estadística del Anuario. Se hallaron 65 personas sin identificar, cifra corroborada por el periódico El Espectador (Braun, 1987). De estos, 28 no tenían registro de género, 20 se clasificaron como hombres sin identificar, y 17 como mujeres sin identificar, coincidiendo con la cantidad faltante para completar los 1060 fallecimientos en el manuscrito original, tal como se ilustra en las figuras 5 y 6.
El número de fallecidos en el Bogotazo sigue siendo incierto, y varía según diversas fuentes. Los periódicos El Espectador y El Tiempo estimaron alrededor de 549 fallecidos, mientras que Maurice Reddy, de la Cruz Roja, sugirió una cifra superior a 500, posiblemente llegando a más de 1000 (Braun, 1987). Por otro lado, Paul Oquist en su libro Violencia, conflicto y política en Colombia, mencionó un mínimo de 2585 muertos en Bogotá (Oquist, 1978, p. 234). Estas variaciones evidencian la dificultad para determinar con precisión el número exacto de víctimas.
En este sentido, y de acuerdo con Herbert Braun, es evidente que no se llevó a cabo un registro detallado y preciso de las personas fallecidas durante el Bogotazo. Las circunstancias caóticas y la magnitud de los disturbios, junto con la falta de recursos y logística adecuada, hicieron que se dificultara enormemente la tarea de contar y documentar de manera exhaustiva el número de víctimas. Esta falta de un conteo meticuloso contribuyó a la incertidumbre que rodea a las cifras de fallecidos y a la complejidad de determinar con exactitud cuántas personas perdieron la vida en esos sucesos.
Los registros del Cementerio Central ofrecían una oportunidad para estimar el número de víctimas del 9 de abril. Se seleccionaron apellidos específicos, incluyendo Gaitán, Roa y Lombana. Sin embargo, la secuencia de licencias resultó ambigua, con inconsistencias notables. Por ejemplo, tanto Gaitán como Roa aparecían registrados el 20 de abril, pero otras personas inscritas el 21 de abril tenían licencias diferentes, como la 193, y alguien registrado el 13 de abril tenía la licencia 495. Estas discrepancias sugirieron que no era factible usar las licencias para determinar con precisión el número de fallecidos durante el Bogotazo a través de este método. En las tablas 6 y 7 se exponen algunos datos recopilados de los registros del Cementerio Central.
Ficción y memoria
Basándonos en el análisis de archivos, creamos relatos ficticios sobre dos individuos del libro necrológico: Alejandro Lombana y Álvaro Castillo. Estas “memorias espectrales” son ejercicios de imaginación literaria para reconstruir sus vidas en el 9 de abril, con el propósito de dar voz a quienes perdieron la vida en el Bogotazo. A través de estas narrativas, los fallecidos cobran vida en el papel, y a su vez, se ofrece una perspectiva única de este evento.
El relato inicial, titulado “El archivista”, se fundamenta en fuentes documentales como los libros necrológicos de la parroquia de San Diego y la enciclopedia genealógica de Fidel Botero. Estos recursos ayudaron a reconstruir la vida de Alejandro Lombana, quien figura entre los fallecidos durante el Bogotazo. Más que una simple narración, este relato es un acto de dar voz y contexto a un individuo que, de otra manera, sería solamente una estadística en los registros históricos. A través de la imaginación literaria, el lector será transportado en el tiempo para conocer y empatizar con la vida, experiencias y emociones del protagonista, otorgándole una identidad más allá de la muerte y rescatando su historia del olvido. A continuación, un fragmento de este relato ficticio producto de los archivos consultados:
El aroma del incienso y el sándalo impregnaba la iglesia de la Veracruz aquella tarde del jueves 8 de abril de 1948. Aunque mi familia siempre fue devota, yo no solía asistir a la iglesia en días laborales. Durante la infancia, seguí sus enseñanzas con veneración, pero con el tiempo, la rutina relegó lo sagrado a un segundo plano, opacando mi espíritu con las responsabilidades diarias y lo mundano.
El segundo relato, “El limpiabotas”, surge del análisis de los libros necrológicos y documentos del Cementerio Central, donde se registra a Álvaro Castillo, identificado como “limpiabotas”. Este relato da vida a Álvaro; se teje una historia que entrelaza sus recuerdos y experiencia durante el Bogotazo, y ofrece una visión única de los hechos desde la perspectiva de una figura emblemática de la época en Bogotá. Además, establece un diálogo reflexivo que conecta nuestro pasado histórico con el presente. A continuación, un fragmento del relato:
Me llamo Álvaro Castillo y nací en el Norte de Santander, pero mi vida me trajo a Bogotá a los 16 años, en 1908. Provenimos de Santiago, un municipio con historias familiares que se tejían cerca del río Peralonso. Antes de que mi padre partiera durante la guerra civil en 1899, solíamos disfrutar de momentos juntos, jugando en las cercanías del río y compartiendo risas y aventuras con mis hermanos Bernardo, Darío, Gerardo y Eloísa.
Con estos relatos, fruto de la investigación y la creatividad, se quiso fomentar un diálogo reflexivo sobre un evento aún enigmático, buscando aumentar el interés y la participación en su esclarecimiento mediante la literatura. La decisión de reconstruir ficcionalmente algunas historias y no otras se basó en el acceso a un mayor número de registros de archivo para Alejandro Lombana, que proporcionaron una amplia variedad de fuentes, tanto digitales como formales, en comparación con otros fallecidos que no correspondían a Gaitán o Roa. En el caso de Álvaro Castillo, se valoró su oficio de lustrabotas, mencionado en el registro del cementerio, como un homenaje a una labor relevante durante el Bogotazo.
Como parte de la socialización de esta investigación vinculada al proyecto Fodein 2022: “Pensar América Latina desde la literatura: violencia política en Colombia”, dirigido por Myriam Jiménez Quenguan, se llevó a cabo una presentación en video durante el II Coloquio Tomasino de Investigación en Filosofía, Cultura y Letras (véasefigura 7).
En este evento, se compartieron algunos de los resultados, así como las narraciones ficticias de “El archivista” y “El limpiabotas”. Durante la presentación, se facilitó un espacio de retroalimentación donde se enfatizó la relevancia de la memoria histórica en la construcción de una cultura de paz, a partir del análisis literario.
En la socialización se resaltó el papel que desempeña esta investigación en la educación para la paz (CEV, 2022b), pues identifica y da voz a quienes sufrieron en el Bogotazo, rinde homenaje a las víctimas y contribuye al reconocimiento de su sufrimiento. Igualmente, explora el contexto y las circunstancias, enriquece la comprensión histórica de Colombia, ayudando a prevenir la repetición de conflictos pasados. La creación de narrativas humanizadas de las víctimas también promueve la sensibilidad y puede motivar a los jóvenes a construir una cultura de paz, al ofrecerles una manera creativa de explorar y comprender eventos históricos, como el Bogotazo. Al involucrarlos en la creación de historias basadas en hechos reales, se les brinda la oportunidad de empatizar con las experiencias de las víctimas y reflexionar sobre las causas y consecuencias de la violencia.
Conclusiones
Se establece una relación entre las cifras de las víctimas y los relatos necrológicos, así como con la arqueología de Foucault, al reflexionar sobre cómo estas narrativas emergentes dan voz a las experiencias olvidadas. Las cifras de víctimas, al ser contextualizadas dentro de los relatos necrológicos, no solo representan datos estadísticos, sino que se convierten en historias individuales que desafían la narrativa oficial. Esta reconstrucción de los relatos desde las grietas de la memoria oficial refleja la práctica arqueológica de Foucault al desenterrar y cuestionar las verdades históricas establecidas, revelando así la complejidad y las capas de poder y conocimiento en la construcción de la historia. Además, la experiencia de archivo en la creación de estas narrativas literarias discontinuas revela la riqueza que se esconde entre los documentos de un país que aprende a conocerse, fomentando a su vez una cultura y educación para la paz.
Reconocimientos
Este trabajo, adscrito al proyecto Fodein 2022: “Pensar América Latina desde la Literatura: violencia política en Colombia”, fue seleccionado en el marco de la Quinta Convocatoria Institucional de Jóvenes Investigadores e Innovadores 2022, y participó como ponencia en el II Coloquio Tomasino de Investigación en Filosofía, Cultura y Letras, realizado en Bogotá del 24 al 26 de noviembre de 2022.