Introducción
El siglo XIX sentó las bases para la aparición de la prensa de masas. A lo largo de esta centuria, se dieron las condiciones que terminarían por hacer realidad la producción y el consumo masivo del periódico. En primera instancia, la Revolución industrial permitió la transformación de las técnicas de impresión, gracias al papel continúo y a la rotativa se comenzaron a imprimir miles de ejemplares en poco tiempo. La expansión del liberalismo y la implantación del constitucionalismo abrieron el camino a las libertades de prensa y de expresión, lo que se tradujo en un mayor número de cabeceras en todo Occidente. Finalmente, el crecimiento de la población urbana y la preocupación de los gobiernos liberales por alfabetizar a los sectores populares dieron origen a un público masivo.
La producción en masa del periódico acabaría por marcar el ritmo del tiempo, pero también modificaría las representaciones que las personas hacían de su realidad. El siglo XIX es indisociable de este medio de comunicación, al punto que Kalifa et al. han designado a la sociedad decimonónica como la "civilización del periódico"1, ávida de lectura y deseosa de conocer de primera mano las últimas noticias. Algunos empresarios, conscientes de ese furor de leer desatado en el siglo XIX, pudieron amasar grandes fortunas a través de sus diarios, siendo Josep Pulitzer y Randolph Hearst los casos más notorios.
Los dirigentes de la Iglesia católica, entre temerosos de que su feligresía se alejara a causa de las ideas difundidas por la prensa liberal y deseosos de disfrutar, aunque fuera un poco, de los réditos que prometían las empresas periodísticas, cambiaron radicalmente el discurso de condena que hasta entonces habían mantenido frente a los medios impresos. No puede olvidarse que fue León XIII (1878-1903) quien, a través de su encíclica Etsi Nos, invitó a los católicos a difundir la llamada "Buena Prensa" y a "contraponer escritos a escritos", con el propósito de contrarrestar los efectos de los periódicos "sediciosos y funestos"2 Años más tarde, Benedicto XV continuaba alentando la participación de los fieles en el mundo del impreso, al tiempo que recomendaba "a los escritores, publicistas y periodistas católicos" procurar "revestirse de entrañas de misericordia y benignidad" y "reflejar esta benignidad en sus escritos"3
A pesar de esta aparente apertura, la cúpula eclesiástica continuó abogando por tener el control de lo que escribían, publicaban y leían los fieles católicos. Encíclicas, cartas pastorales y otros documentos episcopales se llenaron de llamados a la prudencia a la hora de escribir, publicar y leer. En este sentido, León XIII en su encíclica Libertas decía que "apenas hace falta decir que esta libertad [de imprenta] no puede ser un derecho si no está atemperada por la moderación"4 Por su parte, Pío X reafirmaba que "es oficio de los obispos impedir que se lean escritos infectados de modernismo o favorables a él, si ya están publicados, o, si no lo están, prohibir su publicación"5. Otro ejemplo lo constituye una circular de Marcelo Spínola, arzobispo de Sevilla, publicada en 1900, en la cual se instaba a los católicos: "el que tenga, pues, condiciones para escribir, enristre la pluma y hágalo, siempre bajo la inspección de los Maestros de Israel que son los Obispos"6.
Entre fines del siglo XIX e inicios del XX cristalizaron diversas iniciativas que pretendían impulsar la prensa católica. Así, por ejemplo, a inicios de 1900, se fundó en Sevilla la Asociación de la Buena Prensa, la cual contó con el apoyo del ya mencionado arzobispo Spínola. A mediados de 1904 se celebró en la capital hispalense la Asamblea Nacional de la Buena Prensa, con la cual "se buscó cimentar la unión de todos los periodistas católicos españoles para unificar estrategias y poner fin a las diferencias existentes entre ellos"7. Esta asamblea tuvo sus réplicas en Zaragoza (1908) y en Toledo (1924). Lo cierto es que la celebración de estos encuentros estimuló el periodismo católico español: en la primera asamblea se adhirieron 165 cabeceras, en la segunda 208 y en la tercera 3058.
El modelo español se exportaría a América Latina, en donde asociaciones similares vieron la luz durante las primeras décadas del siglo XX. En Costa Rica, por ejemplo, se estableció la Sociedad de la Buena Prensa con el propósito de "favorecer la lectura de periódicos católicos y libros buenos, y perseguir por todos los medios lícitos y eficaces los periódicos y cualesquiera publicaciones contrarias a la fe o a las buenas costumbres"9. Los efectos de estas asociaciones no tardaron en hacerse notar, entre 1900 y 1965 circularon en ese país casi cincuenta periódicos católicos, siendo las décadas de 1910 y 1920 las más fructíferas10.
La Orden de los Frailes Menores Capuchinos (O.F.M. cap.) -una de las tres ramas de la primera orden franciscana- respondió al llamado de la Santa Sede de promover periódicos católicos con el fin de frenar el avance del liberalismo. En 1805 nació su primera publicación periódica: L´Antico e vero Solitario Piacentino, en el seno de la provincia de Parma. No obstante, no sería hasta después de 1850 cuando estos frailes se volcaron con ahínco hacia esta nueva pastoral que acabó siendo el periodismo. En 1936, con motivo de la Exposición Mundial de la Prensa Católica, los capuchinos informaron a Roma que habían publicado 370 periódicos11, siendo la tercera orden religiosa más activa en este campo. Fueron superados únicamente por los jesuitas (685 periódicos) y los salesianos (503).12
Dicho todo esto, el propósito de este artículo es analizar dos revistas producidas por los frailes capuchinos en dos regiones distintas desde una metodología comparativa, se trata de El Adalid Seráfico de Sevilla, España y de El Heraldo Seráfico de Cartago, Costa Rica. Para lograr dicho objetivo, se propone emplear el modelo para hacer historia del libro propuesto por el investigador estadounidense Robert Darnton, el cual puede describirse como:
"un circuito de comunicación que va del autor al lector pasando por el editor (si el librero no desempeña este papel), el impresor; el distribuidor; el librero y el lector. El lector completa el circuito porque influye sobre el autor tanto antes como después del acto de composición. Los mismos autores son lectores. Al leer y asociarse a otros lectores y escritores, forman las nociones de género y estilo, así como una idea general de la empresa literaria, lo que afecta sus textos, ya sea que compongan sonetos a la manera de Shakespeare o que redacten instrucciones para ensamblar un equipo de radio"13.
Este circuito es útil no solo porque permite analizar las diferentes fases de la vida de un impreso, sino también porque pone el énfasis en las personas que intervienen en cada una de esas etapas, permitiendo dar rostro a la historia del libro. Es cierto que Darnton ha aplicado este modelo al siglo XVIII y específicamente al libro; no obstante, como él mismo afirma "con ajustes menores, se debe poder aplicar a todos los períodos de la historia del libro impreso"14. Por otro lado, puede emplearse con la prensa periódica, pues en ella participan casi los mismos actores: autores, editores, impresores, transportistas, lectores, etc.
En esta misma línea, el historiador Jeremy Popkin acuñó el término de "cultura del periódico" -muy útil para este ensayo- para referirse al conjunto de las prácticas específicas de producción, de consumo y de lectura de la prensa periódica15. Esta es una cultura autónoma, pero que se ve influenciada por los conflictos políticos y las tendencias económicas del momento, que acaban condicionando de una manera u otra el contenido, la distribución y el consumo del periódico. Para este autor la historia del periódico "no es solamente la historia de un género de impresos, sino también la de todas las interacciones humanas que se producen alrededor de estos textos"16, es decir, analiza los comportamientos de los periodistas, de los impresores, de los lectores, etc.
Por último, el historiador francés Jean-François Botrel planteaba que para hacer una historia de la prensa regional no bastaba con reseñar los datos básicos de cada periódico, sino que el investigador debía ir más allá considerando las condiciones de impresión, las informaciones sobre el sistema de comercialización, los motivos de aparición y cierre de las publicaciones provincianas, así como los vínculos con otros periódicos17. Esto es precisamente lo que se pretende hacer en este artículo: poner en relación dos publicaciones que, aunque se editaban en ciudades muy distantes entre sí, tenían mucho en común.
1. El Adalid Seráfico y El Heraldo Seráfico: ¿son comparables?
En 1920, el capuchino italiano Samuele Cultrera de Chiaramonte publicó -con la autorización de sus superiores- un folleto titulado "Il clero e la stampa" en el que exponía sus razones para considerar la prensa periódica como una herramienta moderna de evangelización. Asimismo, en dicho impreso el religioso aseguraba que:
"la palabra de los Pontífices es aún más imperiosa. En muchas ocasiones León XIII recomendó y ordenó el uso cristiano de esta gran escuela pública a la que acuden a educarse todas las inteligencias. 'No con menos insistencia les renovamos nuestro consejo de trabajar en la difusión de los periódicos católicos, ya que hoy en día el pueblo no se forma otra opinión y no regula su vida más que en función de los periódicos que lee'"18.
Lo anterior revela que la Orden de los capuchinos fue obediente y respondió al llamado de León XIII de publicar periódicos. La instrucción de crear hojas públicas en múltiples de sus conventos venía desde las más altas esferas, como lo prueba el derrotero de El Adalid Seráfico, en donde se comunicaba que: "venimos alentados y bendecidos por nuestro Rmo. P. General y por nuestro Prelado que con la palabra y el ejemplo nos estimula a luchar denonadamente [sic] contra las malas doctrinas [.. .]"19. Por lo tanto, el proyecto de la "Buena Prensa" capuchina fue impulsado desde Roma y fue poco a poco conquistando los demás territorios en los que este instituto tenía presencia.
En España, la exclaustración llevada a cabo por el gobierno de Rafael Alvarez Mendizábal entre septiembre de 1835 y mayo de 1836 redujo el número de conventos a tan sólo 2820, lo que obligó a más de 30 000 religiosos y 15 000 religiosas a abandonar sus casas y a cambiar su estilo de vida21. Ante tal situación, estas personas tuvieron tres opciones:
retomar la vida laica, pasar a formar parte del clero secular o partir a las misiones americanas. De hecho, la misión capuchina de Costa Rica se fundó en 1878 gracias a dos frailes catalanes víctimas de este proceso: fray Bernardino de Capellades y fray Fernando de Montroig22.
Tras la Restauración, los religiosos pudieron reinstalarse en España. En cuanto a la Orden capuchina, un decreto firmado en 1889 en Arenys de Mar, Barcelona, dividía el territorio en tres provincias: Santísima Madre de Dios (Aragón), Inmaculada Concepción (Toledo) y Corazón de Jesús (Castilla). Estas fueron dividiéndose con el paso de los años. Así, por ejemplo, en 1898 se restauró la antigua provincia de los capuchinos de Andalucía23, mientras que en 1900 un nuevo decreto dividió la provincia de Aragón en dos: Cataluña y Navarra-Aragón24. En 1906, la misión de Costa Rica fue integrada definitivamente a la primera de esas dos nuevas provincias25.
La Restauración y los nuevos vientos que soplaban en la Iglesia católica hicieron posible la publicación de revistas por parte de los frailes capuchinos. Desde 1885, los capuchinos de Madrid publicaban El Mensajero Seráfico, más tarde, conforme se fueron estableciendo nuevas provincias, surgirían otras publicaciones. En febrero de 1900 apareció El Adalid Seráfico, un quincenal sevillano fundado por fray Ambrosio de Valencina, quien deseaba "una revista barata, al alcance de los pobres, que eran los más necesitados de lectura sana"26. Al final, tuvo una larga vida, pues no desapareció hasta el 2014. En total, estos religiosos hicieron circular 42 títulos en España, distribuidos de la siguiente manera: 5 de la provincia Bética, 5 de la provincia Valentina, 10 de la de Castilla, 10 de la de Navarra-Cantabria-Aragón y 12 de Cataluña27.
Los capuchinos que misionaban en la América hispana hicieron lo mismo y fundaron la nada despreciable suma de 56 revistas, siendo la primera Azul Celeste, un quincenal que vio la luz pública en Venezuela en 190828. En Costa Rica, los capuchinos catalanes que vivían en Cartago crearon en 1913 El Heraldo Seráfico, un mensual que nació de la mano de fray Agustín de Artesa de Segre. En un mercado donde había escasa competencia, esta revista estuvo destinada a tener una larga vida: circuló por más de cinco décadas y se extinguió en 1965, momento en el que se detiene este ensayo.
El Adalid Seráfico y El Heraldo Seráfico no sólo son hijos de un mismo proceso, como se acaba de mostrar, sino que también tenían en común el público al que se destinaban: los miembros de la Orden Tercera Franciscana, una institución fundada por San Francisco de Asís con el propósito de ofrecer otras alternativas a los hombres y mujeres que deseaban hacer penitencia. Al igual que la Buena Prensa, esta orden recibió el beneplácito de León XIII, quien en su encíclica Auspicato concessum invitaba a los católicos a imitar al santo de Asís uniéndose a esta congregación29.
La intención de dirigirse a los terciarios franciscanos quedó plasmada desde el primer número de estas revistas. El Adalid Seráfico, por ejemplo, manifestaba que: "adoptamos este plan con el fin de que la Revista contenga lectura variada, abundante, amena y provechosa a las familias cristianas, a nuestros Hermanos Terciarios, a las Comunidades religiosas de mujeres, a las congregaciones de Hijas de María, y a los Párrocos y Sacerdotes"30. El Heraldo Seráfico, por su parte, era abiertamente una "publicación mensual dedicada a los Terciarios Franciscanos y a los Socios de la Pía Unión de San Antonio", como rezaba el subtítulo de sus primeras ediciones. Además, en su derrotero se indicaba que uno de sus propósitos era "atender a la publicación de todo aquello que sirva de estímulo a los terciarios en el fiel cumplimiento de sus deberes"31.
Por último, el contenido de estas revistas guardaba similitudes. Los capuchinos se empeñaron por ofrecer información variada a sus lectores, de manera que una circular de 1920 ordenaba a los editores de El Heraldo Seráfico crear ocho secciones diferentes, entre las cuales destacaban: la editorial, en la que el director daba su visión sobre temas de actualidad; la crónica seráfica, en la que se daba cuenta de las labores pastorales dentro de la misión; la crónica mundial, que ofrecía noticias del mundo católico y el santoral seráfico que incluía las principales fiestas franciscanas del mes32.
Si se comparan las secciones de ambas publicaciones, salta a la vista que el parecido iba más allá del nombre. Las dos poseían secciones casi idénticas en contenido y forma (figura 1), lo que confirma que los capuchinos tuvieron una red de revistas dispersa por el mundo. Por ejemplo, "Crónica" en la que se narraban los eventos locales, "Variedades" con textos y actividades para divertir a los lectores, "Bibliografía" que incluía recomendaciones de lecturas apropiadas para los lectores o "Necrología" con información sobre los frailes o los miembros de la Tercera Orden que morían.
2. Los autores
Los principales escritores de estas revistas fueron sus mismos directores, aunque los superiores de la Orden recomendaron también la participación de todos los "sacerdotes que se sentían con vocación para la escritura", de "los directores seculares de la Tercera Orden y de aquellos hermanos terciarios que acreditaran aptitudes y buena voluntad"33. El caso de fray Zenón de Arenys de Mar, director de la imprenta El Heraldo de Cartago entre 1928 y 1947, confirma esta afirmación: publicó más de 250 artículos en la revista El Heraldo Seráfico y unos 850 artículos en el semanario Hoja Dominical34.
La imprenta El Heraldo tuvo en total nueve directores entre 1913 y 1965. Por su parte, El Adalid Seráfico y su imprenta Divina Pastora cambiaron con frecuencia de director. El padre Ambrosio de Valencina, su fundador, ocupó la dirección hasta 1914, año de su muerte. Inmediatamente después, fue el turno de fray Sebastián de Ubrique, quien llevó el mando hasta 1937. A pesar de que este religioso tuvo que enfrentar un periodo muy difícil marcado por el anticlericalismo de la Segunda República y los primeros años de la guerra civil, "el Adalid era esperado por los lectores con ansia, y sus artículos leídos con interés, gracias a la pluma del P. Sebastián [...] que hizo del Adalid una de las revistas religiosas de más prestigio en España"35. Ese año, la comunidad de capuchinos de Andalucía designó a fray Buenaventura de Cogollos Vega como nuevo director.36
¿Cómo establecer un perfil de los directores de estas revistas? En primer lugar, se cuenta con los obituarios publicados en los periódicos de los capuchinos, en los que generalmente se ofrecen algunos datos biográficos del religioso, aunque se debe ser cauteloso ante los elogios excesivos que a menudo reciben los muertos en este género periodístico. En segundo lugar, existen en los archivos provinciales de este instituto religioso unas fichas con datos biográficos de cada fraile, las cuales resultan bastante útiles. Sirvan de ejemplo los casos ya citados de fray Zenón de Arenys de Mar y de fray Sebastián de Ubrique. La ficha del primero revela que, además de los artículos que escribía para las revistas de la imprenta El Heraldo, fue también autor de siete obras. Algunas de ellas conocieron un relativo éxito, como "Las órdenes y congregaciones religiosas", cuyo tiraje alcanzó los 15 000 ejemplares o la "Vida popular de Santa Teresita del Niño Jesús", la cual tuvo tres ediciones37. Del mismo modo, fray Sebastián fue autor de algunos libros y folletos, como su biografía del beato Diego José de Cádiz, la cual se quiso adaptar al cine, pero su autor se opuso férreamente38.
Otra fuente de utilidad para este fin -aunque más escasa que las anteriores- la constituyen los manuscritos que dejaron algunos de los frailes que condujeron en algún momento los destinos de las revistas de su Orden. Estos documentos permiten conocer los motivos por los cuales estos hombres decidieron tomar la pluma y comunicar sus pensamientos por escrito. En 1919, fray Zenón de Arenys de Mar escribió un poemario al que tituló "Poesías místicas", en cuya introducción señalaba el porqué de sus escritos:
"Convencido de que hay que aprovechar los talentos que Dios nos ha dado, por esto, como cosa secundaria, pues primaria es lo referente a mi Ministerio sacerdotal, he seguido aprovechando las circunstancias en que la divina Providencia me ha favorecido; componiendo ya en catalán, ya en castellano, para descanso y solaz de mi espíritu, y al mismo tiempo, como acto de caridad para con el prójimo, para gloria de Dios y de mi S. Padre San Francisco"39.
Por lo tanto, para este religioso escribir no era sólo un mecanismo de expresión, sino también una forma de ejercer su apostolado y de acercarse al prójimo. Por último, los mismos artículos que estos frailes publicaron en las revistas que tenían a su cargo podrían dar algunas pistas sobre su manera de pensar y de sentir.
Otra manera de conocer a los autores de los artículos que se publicaban en estas revistas es elaborar una base datos con su información básica: nombre y apellidos, nacionalidad, género, etc. Desgraciadamente, durante el período de análisis no existía la obligación de firmar los textos, por lo que muchos fueron suscritos mediante seudónimos que no siempre son identificables o, peor aún, ni siquiera tienen datos del autor. Aun así, la estrategia es válida para establecer un perfil de los escritores, encontrar a colaboradores recurrentes o comprobar que los capuchinos establecieron una red internacional de revistas.
Un análisis de este tipo permitió determinar que El Heraldo Seráfico reprodujo 20 artículos del padre Sebastián de Ubrique, casi todos entre 1923 y 1936; es decir, el período durante el cual este religioso ocupó la dirección de la revista sevillana. El caso de este fraile no es un hecho aislado, en la revista de los capuchinos de Cartago es posible hallar textos de otros religiosos de la provincia de Andalucía, por ejemplo: fray Rafael de Ubeda (cinco artículos), fray Fulgencio de Ecija (dos artículos) y fray Santiago de Fuengirola (dos artículos).
Esos tres religiosos fueron colaboradores frecuentes de El Adalid Seráfico. Baste el ejemplo de Rafael de Ubeda, quien ingresó a la Orden de los capuchinos en 1901, con apenas 15 años. Entre 1909 y 1970 desarrolló una importante labor periodística en esta revista, publicando casi 350 artículos.40 Destacan sus artículos sobre el franciscanismo y una sección que tuvo entre 1920 y 1925 que llevaba por nombre "La familia cristiana" y en la que explicaba la doctrina de la Iglesia ligada a este tema.
El análisis de los autores de ambas revistas revela también que en ellas se hacían presentes los escritores más importantes del catolicismo del siglo XX, como fue el caso del sacerdote francés Edmond Loutil, internacionalmente conocido bajo el seudónimo de Pierre l'Ermite, sobrenombre inspirado en la figura de Pierre de Amiens, quien lideró la "cruzada de los pobres" en el siglo XI y que fue también conocido por ese nombre. A inicios de la década de 1890, este clérigo había comenzado a colaborar semanalmente con el diario católico La Croix y rápidamente cobró fama en el mundo católico. A partir de 1894, comenzó a publicar sus obras con la editorial de la Bonne Presse de los padres agustinos de la Asunción, la cual le editó 11 antologías y 27 novelas. De ellas, 16 alcanzaron un tiraje de más de 100 000 ejemplares41. Algunas de sus obras fueron incluso adaptadas al cine, como fue el caso de Comment j'ai tué mon enfant (1925), La feme aux yeux fermés (1926) y La grande amie (1927)42.
El Heraldo Seráfico publicó en total 55 artículos de este autor: la mitad correspondían a su novela L'homme qui approche, que fue publicada por entregas, y la otra mitad a cuentos moralizantes. Por su parte, El Adalid Seráfico publicaba con frecuencia textos que pertenecían a esta última categoría. De hecho, en 1935 los responsables de esta revista alababan sus obras diciendo que eran "unos cuentos y artículos donde los temas religiosos y sociales más palpitantes de la vida moderna se dramatizan con una intención, una fuerza y un arte que nadie ha superado"43.
Por último, el análisis de los escritores deja al descubierto el carácter españolista de estas publicaciones periódicas. En ellas es posible encontrar textos de autores del siglo de Oro: Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega o Pedro Calderón de la Barca, pero también se hacían presentes autores católicos del siglo XX, como José María Gabriel y Galán o Manuel Siurot. Todo esto confirma que las revistas que los capuchinos destinaban al mundo hispano seguían una misma línea editorial y, además, que se nutrían unas de otras mediante el intercambio de ejemplares.
3. Los impresores
Los capuchinos no se conformaron con crear revistas en el seno de sus conventos, sino que también en muchos de ellos establecieron talleres de imprenta con el sueño de poseer editoriales genuinamente católicas. La justificación siempre fue la misma: ofrecer un espacio para que los miembros de la Orden pudieran publicar sus obras. En un artículo publicado en El Adalid Seráfico en 1925, se afirmaba que el propósito de fray Ambrosio de Valencina al fundar la imprenta de la Divina Pastora había sido "tener una Revista donde cultivar el campo propio, donde todos los Padres de la Provincia tuviesen la posibilidad de publicar sus producciones y de imprimir sus obras"44. Una razón similar exponía fray Josep de Besalú en una carta que envió a fray Pelegrín de Mataró -entonces director de la imprenta El Heraldo- en 1926, en la cual le contaba sobre la fundación de la Editorial Franciscana de Barcelona: "el fin principal que ha inspirado la organización de esta Editorial, ha sido el deseo de evitar que los religiosos de nuestra
Provincia se entiendan directamente con los editores y los impresores ajenos a la Orden para la publicación de sus obras o escritos"45.
El Adalid Seráfico contó desde sus inicios con una imprenta propia (La Divina Pastora), mientras que El Heraldo Seráfico no la tuvo hasta 1915, casi dos años después de haber empezado a circular y luego de haber contratado, sin muchos éxitos, los servicios de dos tipografías locales. Lo cierto es que una y otra tuvieron orígenes bastante humildes. "Una imprenta modesta y un reducido número de suscripciones fueron los principios de la Revista"46, declaraban en 1925 los redactores de El Adalid Seráfico; mientras que en Cartago, El Heraldo inició como un pequeño taller de impresión al que "se le destinó una caseta de madera pintada en un indefinido color rojo cinabrio, situada en el centro de la huerta, no muy lejos de la antigua gruta que hiciese mi padre"47, recordaba en los años 1950 José Antonio Zabaleta, un antiguo empleado de la tipografía.
Los diferentes frailes que estuvieron al frente de estos talleres se preocuparon siempre por el progreso y la renovación técnica de los mismos. Durante la administración de fray Pelegrín de Mataró (1922-1928), El Heraldo conoció una primera renovación técnica: se aprobó la compra de una imprenta tipo Minerva de la marca alemana Phoenix48. En esa misma maquinaria de la Divina Pastora: "necesitamos adquirir máquinas, porque las actuales no pueden con el trabajo; necesitamos un taller de fotograbado, dibujantes, fotógrafos, etc. y todo lo que trae consigo una revista moderna"49. Más adelante, en 1957, fray Ponce de Gerona -director de El Heraldo- expresaba sus ganas de "cambiar los hierros viejos", refiriéndose a las prensas, por "hierros nuevos"50. De su mano, esta empresa renovó prácticamente todo su mobiliario entre 1957 y 1960.
Aproximarse a las labores desarrolladas por los hombres que trabajaban en estas empresas católicas no es tarea sencilla, sobre todo porque no abunda la documentación relativa al trabajo dentro de ellas. No obstante, algunos documentos que se conservan en los archivos de los capuchinos permiten conocer, en parte, la organización de estas. Por ejemplo, en 1937 -como se mencionó antes- los frailes de Andalucía nombraron a fray Buenaventura de C. Vega como director de El Adalid Seráfico, pero también designaron a Romualdo de Galdácano como administrador51. Al año siguiente, fray Matías de Sant Llorens Savall, ministro provincial de Cataluña, decidió que la imprenta de Cartago tendría como director al padre Zenón de Arenys de Mar y como administrador a fray Ramón de Zugarramurdi. El primero debía procurar que "nada se publique sin la previa censura exigida por los Cánones de la Iglesia y nuestras propias leyes"52, mientras que el segundo se encargaba de llevar "con toda exactitud y puntualidad los libros correspondientes, controlados por el Superior de la Residencia, revisados y aprobados por el Superior Regular durante la santa visita. Estará a cargo del administrador la adquisición de todo tipo de materiales como papeles, tinta, etc."53. Es evidente, entonces, que las imprentas de esta orden mantenían una estructura similar.
La fotografía constituye una fuente valiosa para acercarse al trabajo de estos talleres, pues permiten observar cuáles máquinas poseían, cómo estaba distribuido el espacio, cuántas personas trabajaban, cuál era la jerarquía entre esos hombres, etc. Una fotografía de El Heraldo de 1929 deja ver a seis obreros trabajando (todos laicos), los cuales están divididos por sus oficios: al fondo se aprecia a un tipógrafo con sus cajas y en el primer plano aparecen cuatro impresores que manejan las dos prensas con las que contaba esta tipografía. Valga notar la presencia de menores de edad en este ambiente de trabajo, probablemente se trata de los aprendices (figura 2).
En 1936, se publicó entre las páginas de El Adalid Seráfico una fotografía de la imprenta Divina Pastora. En ella se aprecia la misma división del trabajo que en el taller de los capuchinos de Cartago: la caja y la imprenta, prueba de que aún en el siglo XX los talleres tipográficos seguían manteniendo la organización rígida y jerarquizada heredada del Antiguo Régimen54. La imagen de la imprenta sevillana muestra que en su interior trabajan únicamente frailes, aunque no puede descartarse la presencia de laicos dentro de la organización laboral (figura 3).
¿Cómo organizaban sus labores los trabajadores de estas imprentas? Se ha dicho ya que observaban una estricta división del trabajo, pero además debían concentrarse para evitar fallos en sus tareas. En este sentido, las descripciones que hicieron los directores de estos talleres resultan de gran valor para conocer los detalles de la labor cotidiana. En 1943, fray Zenón de Arenys de Mar describía la imprenta El Heraldo como sigue:
"En el taller de imprenta que tienen [los capuchinos], trabajan varios jóvenes hijos del país, quienes mientras desempeñan su oficio con silencioso retraimiento y con miras al bien espiritual colectivo que se divulga por la prensa, perciben sus correspondientes honorarios a la semana y con esa ayuda llenan las necesidades su familia y hogares"55.
Los obreros de los talleres de los capuchinos debían combinar las tareas de componer e imprimir las revistas con la edición de libros y folletos propios de la orden y hasta con encargos de terceros. Así, La Divina Pastora pregonaba en 1938 que "se hacen toda clase de trabajos, esmeradamente presentados y a precios muy económicos"56. Trece años antes, se anunciaba la cuarta edición de la obra de fray Ambrosio de Valencina, que constaba de "6 000 ejemplares, esmeradamente impresa y revisada en papel cícero superior, que supera en representación y elegancia a todas las ediciones anteriores"57. En El Heraldo también se editaron varias obras de los capuchinos. En 1959, fray Ponce de Gerona informaba que a lo largo de más de cuatro décadas de existencia se había editado más de seis libros y folletos, ocho biografías y miles de opúsculos de devoción58. Asimismo, se imprimieron en dicho taller algunas revistas como: Raza Nueva, Excelsior, La Voz de Cristo Rey o Voz Amiga.
Por último, a partir de información suministrada por las mismas revistas es posible reconstruir algunos de los rituales que practicaban los empleados de estas empresas. Sirva para ello el ejemplo de la imprenta El Heraldo, cuyos asalariados celebraban cada 6 de mayo la fiesta de San Juan Evangelista ante Portam Vatinam, su santo patrón59. En Europa, desde la aparición de la prensa de caracteres móviles, varias cofradías de impresores tomaron esta fiesta como propia y los trabajadores de El Heraldo continuaron esta tradición. Cada año, participaban de una eucaristía, seguida de una excursión. En 1958, fueron a Poás de Alajuela y compartieron un almuerzo en el hotel La Catalina60.
4. Los distribuidores
Como los capuchinos no disponían de grandes sumas de dinero que pudieran destinarse a la promoción y distribución de sus publicaciones periódicas, se vieron obligados a encontrar una solución barata para hacerlas llegar a los lectores. En ambos casos analizados, fue posible identificar una estrategia de distribución organizada en tres niveles: la venta en los conventos, una red de agentes que distribuía los ejemplares en los lugares más alejados y una red de negocios que vendían los números de las revistas en el corazón de las ciudades.
En el primer nivel se hallaban las porterías de los conventos de los capuchinos. Así, por ejemplo, los habitantes de Antequera podían comprar El Adalid Seráfico en la fraternidad capuchina de la ciudad61; mientras que en 1956 los frailes de Cartago recordaban a su clientela que era posible adquirir la revista El Heraldo Seráfico en la administración de su imprenta62. En sus conventos, los capuchinos no solo vendían las revistas, sino que también ofrecían obras piadosas. En 1900, podían adquirirse en la residencia de Sevilla varios textos de fray Ambrosio de Valencina, entre ellos: "Cartas a Teófila", "Soliloquios" o "La vida religiosa"63. Por su parte, en Costa Rica se anunciaba en 1926 que en la administración de Amenidades -otra revista de la imprenta El Heraldo- "en general, pueden pedirse las obras de propaganda católica y a los precios más bajos"64.
En segundo lugar, se encuentran los laicos que, diseminados por varias localidades, asumían la responsabilidad de distribuir las revistas capuchinas y de cobrar las suscripciones. Para integrarlos al proyecto de la Buena Prensa, se les hizo creer que distribuyendo estos impresos se convertían en discípulos de Cristo. Así, en 1936, los capuchinos de Andalucía deseaban que "cada suscriptor y lector sea un propagandista de EL ADALID SERÁFICO, a fin de que, aumentando este la tirada, se convierta en la Revista moderna e ilustrada, a la altura de las más florecientes"65. Dieciséis años antes, la misma revista hacía un vehemente llamado para que los laicos se involucraran en el proyecto de la prensa católica:
"Necesitamos propaganda. Que cada católico sea un apóstol y un cruzado; que nos persuadamos todos de que como nos descuidemos nos arrollan; que no olvidemos que nuestros enemigos no duermen, y que, en España, dado el poco sentido común que hay, está en gravísimo peligro; que veamos que no tenemos garantías de ninguna clase, y que hay que vivir en pie de guerra. Es más, los hombres de hoy se gastarán y se morirán, y debemos todos ir preparando a los apóstoles, los escritores, los propagandistas, los cruzados del mañana"66.
Para reclutar a estas personas, los frailes se valían de las misiones populares -dominio en el que la Orden de los capuchinos tenía vasta experiencia- o los sacaban de entre las filas de la Orden Terciaria. En 1928, en un documento que daba cuentas del estado económico de las revistas de El Heraldo se recomendaba "presentar la revista en todos aquellos lugares a donde se dirigen a misionar y una vez enterados del No. de suscritores [sic] escoger uno entre estos, de buena voluntad, que se haga cargo de la Agencia"67. En lo que respecta a los terciarios, existen varias evidencias que prueban que estos se desempeñaron como distribuidores de las revistas de los capuchinos. Por ejemplo, las costarricenses Hermelinda Picado de Madriz y Sofía Zúñiga, dos "cumplidas terciarias franciscanas que con gran celo apostólico difundieron la Buena Prensa, habiendo sido por muchos años agentes de nuestra revista"68.
Por último, los negocios en los que se podían adquirir los ejemplares sueltos de las revistas cierran la estrategia de distribución ideada por los capuchinos para sus publicaciones. El Adalid Seráfico podía adquirirse en varias librerías -principalmente religiosas- distribuidas por toda la geografía española: Librería Católica, Barcelona; Erice y García Librería, Pamplona; Librería Católica de San Ignacio, San Sebastián; Librería de los sucesores de Badal, Valencia, por citar algunas69. De igual modo, en 1949 El Heraldo Seráfico comunicaba a sus lectores que podían adquirir el número extraordinario consagrado a Nuestra Señora de Montserrat en "el Bazar París, Avenida Central, San José; en la asociación Fray Casiano de Madrid, Puntarenas; en el almacén de Francisco Llobet, Alajuela"70.
El análisis de las listas de los distribuidores que raramente publicaron estas revistas podría resultar muy útil para determinar la circulación de las mismas, pues permiten ver con claridad qué regiones o provincias alcanzaban. El 15 de marzo de 1900, cuando El Adalid Seráfico apenas daba sus primeros pasos, se publicó un listado con 33 agentes o corresponsales a partir del cual es posible concluir que los capuchinos de la provincia Bética tejieron rápidamente una red de distribuidores de alcance nacional para su revista71. Desde sus inicios, El Adalid circuló en 11 de las 15 regiones que componían España en ese momento, de ellas -como es lógico- Andalucía era la que poseía el mayor número de agentes (15), pues esta era su sede. Inmediatamente después, seguían Castilla la Nueva, Extremadura y las Vascongadas con tres corresponsales cada una. En el resto de las regiones había un único agente. Por su parte, Asturias, Baleares, Canarias y Galicia estaban, quizás por su lejanía, completamente ausentes de la lista.
Se trataba sobre todo de una distribución urbana, pues 21 de las 30 ciudades que figuraban en la lista eran capital de provincia. Entre ellas destacaban Madrid y Sevilla, ya que eran las únicas en las que había más de un distribuidor: en la primera eran dos los sitios en que podía adquirirse El Adalid Seráfico, mientras que en la segunda eran tres. Siete de las ocho capitales andaluzas estaban en la lista, lo que demuestra el carácter regional de esta revista. La única provincia ausente era Huelva, que no se separó de la arquidiócesis de Sevilla hasta 1953. Es probable que la distribución se haya organizado en torno a los territorios diocesanos, prueba de ello sería la presencia de Guadix (diócesis desde fines del siglo XV) en el listado.
En cuanto a El Heraldo Seráfico, en 1959 los frailes de Cartago publicaron un anuncio para reclutar nuevos "propagandistas" para su revista. Solicitaban agentes en 44 ciudades y pueblos diferentes: 13 en la provincia de San José, 10 en Alajuela, 6 en Puntarenas, 5 en Guanacaste, 4 en Cartago, 4 en Heredia y 2 en Limón72. La mayoría de los lugares donde los capuchinos buscaban distribuidores se encuentran en el Valle Central -compuesto por las principales ciudades de Alajuela, Cartago, Heredia y San José-, lo cual no sorprende dado que allí se concentra la mayor parte de la población costarricense. Todo pareciera indicar que en Cartago y en Heredia la revista gozaba de buena difusión, pues la administración de El Heraldo buscaba solo cuatro agentes en cada una y, además, los necesitaban en lugares alejados de la capital provincial, lo que permite suponer que en los centros la distribución estaba asegurada.
La periferia costarricense no despertó demasiado el interés de los capuchinos, aun cuando ellos administraban varias de las parroquias de las provincias del Pacífico. El caso de Limón es particular. La provincia del Caribe poseía una tasa de alfabetización elevada (77% de los habitantes sabían leer y escribir en 1927)73. No obstante, la circulación de la prensa católica fue muy escasa en este territorio: los capuchinos -como se acaba de mencionar- solo buscaban dos agentes, mientras que Eco Católico tuvo apenas un distribuidor en los años 193074 y La Voz del Santuario no tenía ninguno en 194575. La alta presencia de protestantes y la expansión que experimentó el comunismo en dicha provincia podrían explicar esta situación.
5. Los lectores
Encontrar a los lectores de un texto es siempre una tarea harto complicada. La metáfora establecida por Michel de Certeau en la que se les equiparaba a "nómadas que cazan furtivamente a través de los campos que no han escrito"76, da una idea de lo compleja que puede resultar esta tarea. Sin embargo, acá se propondrá dos mecanismos para tratar de identificar a quienes regularmente leían las revistas producidas por los miembros de la Orden capuchina: las comunidades de interpretación y una geografía de los consumidores.
Una primera forma de acercarse a los lectores y a sus prácticas la constituye el concepto de "comunidades de interpretación" planteado por Stanley Fish77 y retomado por Guglielmo Cavallo y Roger Chartier para historiar los modos de lectura78. Según estos autores, los miembros de estas comunidades comparten "en su relación con lo escrito, un mismo conjunto de competencias, usos, códigos e intereses"79; es decir, se trata de un grupo que, sin necesariamente conocerse, lee de una manera similar. Añade Martyn Lyons que "los miembros de una comunidad lectora comparten un conjunto de criterios para juzgar qué es 'buena' o 'mala' literatura, para clasificar los textos como pertenecientes a ciertos géneros y para establecer sus propias jerarquías de género"80.
En este caso en particular, los lectores de ambas revistas tenían un elemento en común: eran católicos. Se trataba de personas que, a pesar de la distancia, compartían una serie de valores, se adherían a unos principios "universales" promovidos por su religión, poseían una visión del mundo similar y habían adquirido el compromiso de apoyar a la denominada "Buena Prensa", siguiendo las instrucciones de los sacerdotes más próximos a ellos, quienes a su vez seguían los lineamientos que se dictaban desde Roma.
Más específicamente, una buena parte de los consumidores de El Adalid Seráfico y El Heraldo Seráfico eran miembros de la orden seglar, como lo mencionaba la revista de Cartago en 1919: "fue uno de nuestros primeros propósitos dar a conocer a nuestros queridos lectores, en su casi totalidad terciarios franciscanos la sublime y amable figura de nuestro Seráfico Padre San Francisco de Asís"81. Por esta razón, estas personas compartían una serie de valores ligados al franciscanismo, como la pobreza espiritual.
Existía una preocupación por las lecturas que pudieran hacer los terciarios. Así, la regla redactada por León XIII para esta orden de seglares en 1883 y que estuvo vigente hasta 1978, señalaba que: "no dejarán entrar en sus casas libros o periódicos que pudieran atentar contra la virtud, y prohibirán estas lecturas a sus subordinados"82. Por este motivo, el Congreso Nacional de Terciarios de España celebrado en 1914 concluyó que era de "grande utilidad la publicación de una hoja en que se haga constar el Patrón, indulgencias y absoluciones del mes, el día y hora de las funciones terciarias, el nombre de los difuntos de la Congregación y recomienda su adquisición a las Hermandades"83. Esto fue precisamente lo que hicieron los capuchinos de Cartago y de Sevilla.
Ante la ausencia de listas de suscriptores que permitan establecer un claro perfil de las personas que a lo largo del tiempo leyeron las revistas de los capuchinos, puede construirse una geografía de los consumidores a partir de la información que ocasionalmente se publicó respecto a quienes tenían una suscripción. Estos listados son útiles para determinar el alcance territorial de la revista; no obstante, debe tomarse en cuenta que constituyen el reflejo de un momento particular del consumo y que, por lo tanto, no es posible establecer generalizaciones a partir de ellos.
En los números de mayo y junio de 1900, El Adalid Seráfico publicó tres listas con sitios en los que los capuchinos habían conseguido suscriptores84 En total, figuraban 113 comunidades regadas por toda la geografía española. A diferencia de las listas de distribuidores, en estas se incluían a personas que recibían directamente la revista a través del correo, sin la mediación de un agente. El análisis de los datos aportados por esta fuente arroja información interesante: los suscriptores de El Adalid Seráfico se concentraban en la parte occidental de España, en las provincias próximas a Portugal. La línea que va desde Sevilla hasta Salamanca acaparaba más de la mitad de las comunidades enlistadas, las cuales se distribuían de la siguiente manera: Cáceres, 19; Sevilla, 14; Badajoz, 11; Salamanca, 10 y Huelva, 5; mientras que en Andalucía oriental se situaba el 18% los pueblos en los que había suscriptores.
Si los datos se visualizan por región, salta a la vista que Andalucía era la que contaba con el mayor porcentaje de suscriptores (46%). De nuevo, el hecho
de que El Adalid Seráfico fuera una revista de la provincia de los capuchinos andaluces explica sin dificultad esta situación. A continuación, aparecen Extremadura, con el 30% de los abonados, y León con el 11%. Quizás, los frailes de Castilla no promovieron demasiado su revista El Mensajero Seráfico en estas regiones, dejando un espacio para la promoción de la publicación sevillana. En Aragón y Castilla La Vieja había apenas un 6% de los suscriptores (3% cada una), mientras que el resto de las regiones acumulaba cada una menos del 1% (Asturias y Canarias estaban ausentes).
En lo que respecta a El Heraldo Seráfico, entre 1952 y 1964 esta revista publicó la información de 40 suscriptores, lo que permitió identificar el domicilio de 38 lectores. Es cierto que esta cifra representa un ínfimo porcentaje de los abonados de esta publicación; no obstante, permite constatar que este mensual gozaba de una vasta circulación: 14 de esas personas vivían en la provincia de San José, 11 en Alajuela, 7 en Cartago, 3 en Heredia, 1 en Guanacaste y 2 en el extranjero (Guatemala y Panamá). Es interesante constatar que la revista alcanzaba ciudades y pueblos muy alejados de la ciudad de Cartago, como San Cristóbal Norte, San Isidro de El General y Rivas de Pérez Zeledón, todos en la provincia de San José; Ciudad Quesada, San Pedro de Poás y San Ramón en la provincia de Alajuela o Tierras Morenas de Tilarán en la provincia de Guanacaste.
Conclusiones
Fieles a los llamados de León XIII y sus sucesores por desarrollar una prensa genuinamente católica, los capuchinos supieron desarrollar un proyecto periodístico coherente que tuvo elementos comunes en Europa y en América. La iniciativa de estos frailes -como se demostró a lo largo de estas páginas- no se limitaba a la publicación de periódicos, sino que también contaron con editoriales en el seno de sus conventos, las cuales dieron trabajo a hombres de las localidades donde estos religiosos se instalaron, al tiempo que sirvieron de base para difundir propaganda católica, compuesta por hojas sueltas, folletos y hasta libros. Es evidente, que los miembros de esta orden religiosa conformaron una red internacional de revistas, como lo prueba la presencia de autores sevillanos en la revista costarricense.
El método desarrollado por Robert Darnton, aunque originalmente concebido para la historia del libro, es apto para analizar el fenómeno de la prensa regional. Este circuito de la comunicación permite hacer un recorrido por todo el ciclo vital de estas revistas, desde que eran ideadas por los frailes hasta que llegaban a manos de los lectores. Es cierto que hay actores que estaban contemplados dentro del circuito de Darnton, como los distribuidores de materias primas, pero por falta de espacio no fueron incluidos en este artículo. Además, tratándose de la prensa este modelo debería contemplar a los anunciantes, en tanto que fuentes de financiamiento de los periódicos. Futuros estudios deberían interrogarse ¿quiénes son los principales anunciantes de las revistas? ¿existe una conexión entre los anunciantes y la prensa católica? ¿cuáles son las razones que llevaban a una persona a pautar en una publicación católica y no en otra?
Por último, este artículo no sólo pretende ofrecer una vía para analizar la prensa regional, poniendo rostro a las personas que participaban del ciclo de vida de una publicación periódica determinada, sino que también es una invitación a continuar la exploración de la prensa de la Orden capuchina, un instituto religioso que, aunque numeroso, ha sido poco explorado. También es posible continuar historiando la prensa 268 religiosa, a fin de determinar por qué en el mundo hispano ha tenido resultados tan débiles, a pesar del peso que tradicionalmente ha tenido la Iglesia católica en estas sociedades.