INTRODUCCIÓN
Son tres las particularidades geográficas de las Islas Canarias que hacen que la prensa editada en esta provincia española entre 1874 y 1914 - periodo que coincide grosso modo con la edad de oro de la prensa regional1- deba ser analizada teniendo en cuenta criterios que no se aplican, o se aplican de forma diferente, en el resto del territorio español: la primera es su "insularidad", entendida como aislamiento de las sociedades humanas que viven en un territorio dotado de fronteras naturales; la segunda es la distancia que las separaba de los grandes centros decisorios -en este caso Madrid- y de Europa en general, lo que complicaba la circulación de las informaciones; por último, su posicionamiento, en el Atlántico, a proximidad de la costa africana, en una encrucijada marítima intercontinental, lo que facilitaba -casi naturalmente- la conexión de los puertos isleños -especialmente los de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria- con los de Europa, África y América. El propio archipiélago no formaba un territorio homogéneo, sino un conjunto multiterritorial, con siete islas más o menos pobladas, puertos más o menos desarrollados y con disparidades dentro de una misma isla. Las islas de Tenerife y Gran Canaria eran las que concentraban la mayor parte de la población. Santa Cruz de Tenerife, entonces capital provincial, con más de 35 000 habitantes en 1900, y Las Palmas de Gran Canaria, ciudad en pleno auge gracias a la construcción del Puerto de La Luz, con cerca de 44 000 habitantes, eran puertos por donde se hacía la conexión con el exterior. Este concepto de "exterioridad" aplicado aquí a un espacio insular periférico merece algunas aclaraciones. Lo exterior -como se reflejará en la prensa que nos disponemos a examinar- no era necesariamente "lo extranjero" o "internacional", sino simplemente lo que quedaba fuera del archipiélago. De ahí que las características geográficas del archipiélago y el papel que desempeñó en el tráfico comercial y marítimo mundial hayan condicionado la visión que el isleño tenía de lo que estaba dentro/fuera del territorio que ocupaba y con el que se identificaba.
El propósito de este estudio consistirá en intentar determinar qué lugar ocupaba lo internacional en la prensa editada en la capital provincial de Canarias, y qué importancia tuvo en la elaboración, por parte de algunos directores de periódicos, de estrategias destinadas a producir un contenido informativo (original), que no reprodujera lo comunicado por Madrid, pudiendo incluso apartar de este centro decisorio la mirada de los lectores y al mismo tiempo establecer cierta "continuidad" social, cultural entre el archipiélago y otras regiones del planeta, en particular Europa. Por las relaciones estrechas que, a lo largo del siglo XIX, la élite canaria mantuvo con París (a donde algunos de sus miembros viajaban con frecuencia para pasar temporadas de variable duración) y debido a la particularidad del régimen político de Francia, una excepción en la Europa de esa época, hemos optado por examinar la omnipresencia de este país y la influencia de su prensa en la canaria, en un periodo que hacemos comenzar justo cuando fracasó la primera república de España.
Las actividades periodísticas en Santa Cruz de Tenerife dieron lugar a la edición de numerosos periódicos políticos y de intereses materiales, 314 así como de revistas culturales entre 1874 y 1914. La relación de los periódicos editados durante este periodo, realizada por Julio Yanes Mesa, pone en evidencia la publicación de entre 8 a 19 títulos cada año, con una media de 13 títulos anuales2 (contra 8 a 9 títulos editados en 1896 en la ciudad de Santander, para hacer una comparación con otra capital provincial, de 54 000 habitantes3). Este corpus, sin embargo, se caracteriza por su heterogeneidad y la gran enmendad de la mayor parte de los títulos editados, muchos de ellos no sobrepasando los dos años de existencia y habiendo incluso algunos que solo resistieron unos meses. Solo Las Noticias, El Memorándum, el Diario de Tenerife, La Opinión, el Diario de Avisos llegaron a salir al menos durante 15 años durante el periodo establecido para nuestro estudio. También diferían estos periódicos unos de otros desde el punto de vista de su finalidad, su ideología, sus estrategias editoriales y la frecuencia de su publicación. Sin embargo, no siempre resulta fácil establecer claras separaciones entre ellos, pues sus directores y redactores colaboraban a veces unos con otros en periódicos distintos. Tendremos la ocasión de comprobar hasta qué punto las redes familiares, profesionales y las amistades, especialmente cuando los directores tenían contactos directos con el extranjero, determinaron la apertura de estos periódicos a cierto tipo de contenidos concernientes a la información internacional.
Para realizar este estudio, si bien tuvimos en cuenta el amplio abanico de títulos publicados entre 1874 y 1914, optamos por centrar nuestra atención en tres periódicos en concreto, a saber, periódicos de interés general con una fuerte inclinación política, que supieron elaborar estrategias para resistir el tiempo. El primero, El Memorándum, dirigido por José Manuel Pulido, fue la principal fuerza extrasistema después de la caída de la primera república y el órgano del partido republicano de Tenerife entre 1874 y 18954. Con una tirada aproximativa de 600 ejemplares, se exportaba a la Península ibérica e Hispanoamérica. Paralelamente, se publicaban otros periódicos republicanos, algunos favorables al federalismo (Las Noticias [hasta 1883]), otros a la unidad de los demócratas de Canarias (La Democracia, Las Novedades, etc.), hasta que surgió, en 1905, El Progreso, diario republicano. El segundo periódico es el conservador La Opinión, editado a partir de 1879, que salía 6 veces al mes en 1880 y se convirtió en diario en 1895. Decano de la prensa tinerfeña en 1914, fue un ferviente defensor de la Restauración. El tercero, el Diario de Tenerife, se estrenó el 1 de noviembre de 1886 a raíz de una iniciativa de Patricio Estévanez Murphy, anteriormente director de la revista La Ilustración de Canarias (1882-1884) y firme partidario del republicanismo federal. Rápidamente, este periódico (1886-1917) fue un competidor con los demás periódicos de Tenerife -especialmente los republicanos-, con una tirada que pasó de 500 ejemplares a finales de 1886 a 600 ejemplares en junio de 18875. A pesar de sus discrepancias ideológicas, una característica común a estos tres periódicos fue su fuerte tinerfeñismo6, en un contexto de pleito insular marcado por el ya mencionado auge de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que aspiraba a convertirse en la nueva capital provincial y encontraba en la persona de Fernando León y Castillo - varias veces ministro y embajador de España en Francia a partir de 1885- uno de sus principales apoyos en Madrid y París. Para evidenciar los mecanismos de fabricación de la información exterior y apreciar mejor la singularidad de dicho contenido, consultamos, como fuentes complementarias, la correspondencia epistolar privada de Patricio Estévanez de 1878 a 19147, así como la correspondencia consular francesa desde Santa Cruz de Tenerife con el gobierno francés, aunque de 1874 a 1889 solamente8.
En la primera parte de este artículo, analizaremos el reflejo del carácter cosmopolita de la capital canaria en las páginas de sus periódicos, es decir, la construcción de un imaginario donde la presencia extranjera formaba parte de la vida isleña. En una segunda etapa, examinaremos la manera cómo entraban las noticias que los directores utilizaban para informar sobre los sucesos y hechos que ocurrían en el extranjero, qué estrategias inventaron para resistir la dependencia informativa respecto a Madrid y proporcionar una información exterior original. Terminaremos nuestro estudio con una reflexión sobre el papel de las correspondencias exteriores en los debates públicos en algunos periódicos de nuestro corpus.
1. La internacionalidad de la región canaria y su capital: el mundo sin salir de la isla
La información internacional está presente en prácticamente todos los periódicos de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, incluso en revistas culturales como la Revista de Canarias, aunque siempre de forma diferente. Naturalmente, estos periódicos se ocupaban de lo que ocurría en el extranjero, tanto en el ámbito político, económico y social como desde el punto de vista científico y cultural. No obstante, por las características geográficas y sociales del territorio insular, lo internacional estaba en el centro de la actualidad local. Una de las secciones donde resalta a simple vista esta situación es la que va dedicada a los anuncios, colocada, por lo general, al final de los periódicos. A pesar de que estos anuncios eran grosso modo de la misma categoría que los que salían en periódicos de otras provincias marítimas del país como País Vasco (a saber, productos alimentarios e higiene, bazares y viajes marítimos)9, su contenido se ajustaba a la realidad insular. La información sobre las escalas de los vapores, las tarifas de los viajes operados por las grandes compañías que unían los puertos de Europa con los del África occidental, Caribe y América del Sur, como Chargeurs réunis, la Compagnie Générale Transatlantique, la African Steam Ship Company o la compañía Woermann, etc. llaman inmediatamente la atención del lector por su abundancia, recordándole los movimientos comerciales y humanos permanentes entre el archipiélago y el exterior, los vínculos históricos de las islas con América, la emigración europea al Cono Sur, así como a la expansión europea en África, en pleno desarrollo desde 1880. A través de estas referencias implícitas, que se verifican en otras secciones de los periódicos, la prensa de la capital canaria conserva la huella de las transformaciones geopolíticas y sociales que entonces se estaban produciendo en el mundo.
A estos anuncios se añadían las publicidades para los productos y grandes almacenes europeos, especialmente los parisinos, uno de los más llamativos siendo Le Printemps, símbolo de la modernidad en la Francia finisecular10. Con el auge del turismo extranjero, cuyo inicio coincidió con la apertura de los grandes hoteles en la isla de Tenerife11, se iban introduciendo nuevos hábitos higiénicos, de vestimenta y alimentación. No es raro encontrar publicidades para "artículos de París" a la venta en los comercios y bazares de la ciudad, para productos asociados al ocio, como cervezas de las marcas Tour Eiffel, Milwaukee, Tuborg12, o para hoteles, como el Británico (que proponía comidas "à la carte" en sus "lunches" de la una de la tarde13) o el Wilson's hotel (que ofrecía "beefsteaks" en sus menús14). Por otra parte, los anuncios ocasionales en inglés y francés, que se dirigían a los turistas y residentes extranjeros en la isla, o tenían como función la de promocionar el puerto de Santa Cruz de Tenerife15, no dejan lugar a dudas acerca de la utilidad práctica de ciertos datos publicados en estos periódicos, que encontraban posibles lectores entre los negociantes, viajeros de comercio, turistas u oficiales extranjeros que recalaban en el puerto y podían llevárselos a Europa, donde tendrían como destinatario final una casa comercial o compañía marítima. A la par que estos anuncios hacen visible la dependencia de la capital canaria con el exterior desde el punto de vista de las infraestructuras de comunicación y, en cierta medida, de los hábitos de consumo -lo que remite a un proceso de uniformización cultural en marcha-, también contribuyen a crear la ilusión de una proximidad con respecto a los grandes centros representativos de la modernidad europea.
En cuanto al carácter cosmopolita de Santa Cruz de Tenerife, donde más se expresa es en las crónicas locales dedicadas a la cultura cívica que allí se practicaba. Si bien la fórmula de las crónicas locales no era especifica de la prensa canaria, el contenido refleja una realidad política -incluso geopolítica-, económica y social concreta de una ciudad con estatus de capital provincial. Mediante noticias breves, desarrolladas en unas pocas frases añadidas unas tras otras en columna, los periódicos informaban a sus lectores sobre los acontecimientos significativos que tenían lugar a diario en su isla y, sobre todo, en la ciudad: las actividades portuarias y municipales, los sucesos anecdóticos (defunciones, peleas, accidentes, incendios, etc.) y la sociabilidad mundana en la que participaban tanto las élites locales como los extranjeros de paso (oficiales, científicos, etc.) o residentes. Se da constancia de la llegada a la rada de Santa Cruz de Tenerife de navíos extranjeros con destino a Senegal, el Golfo de Guinea o el Congo, de los barcos preparados por España para la realización de viajes a la costa sahariana, como la de Emilio Bonelli al Río de Oro16, de la escala y estancia en la isla de Tenerife de personalidades importantes -la del gran duque Nicolás de Rusia, en septiembre de 188717; la del almirante británico Seymour, recibido en enero de 1892 por el decano del cuerpo consular, el belga Jean-Baptiste Allart18, etc. También se señalan las veladas culturales celebradas en el Gabinete Instructivo, las reuniones en la Sociedad Económica de Amigos del País, los bailes celebrados en el Casino, las cenas y recepciones organizadas en lugares emblemáticos de la ciudad a las que solían asistir las autoridades locales, los funcionarios, el cuerpo consular, las colonias extranjeras, así como representantes de la prensa. Colocadas una tras otra, estas noticias transformaban la ciudad de Santa Cruz de Tenerife en un amplio escenario de teatro donde se relacionaban personas de orígenes diversos y contribuían a la construcción de un imaginario social constituido de redes interco-nectadas -formadas por las élites locales vinculadas entre sí cultural, profesional y, muchas veces, familiarmente-, que evolucionaban en un espacio urbano volcado hacia el exterior.
Aunque situadas en la periferia de Europa, las Islas Canarias estaban en el centro de las dinámicas económicas y políticas que animaban al "viejo" continente. A partir de 1876, el archipiélago se convirtió en un observatorio desde el que los países europeos empezaron a observarse mutuamente en la aventura colonial africana y la prensa isleña fue ocasionalmente productora de una información inédita. En efecto, el archipiélago -en concreto, la isla de Lanzarote- sirvió de base terrestre para los británicos, que establecieron una factoría comercial en Cabo Juby; para intentar determinar la ubicación de Santa Cruz de la Mar Pequeña, cedida por Marruecos a España en 1860, en el Tratado de Wad-Ras; y para la organización de expediciones al Río de Oro y la administración de su protectorado. En su edición del 2 de junio de 1888, el diario madrileño El Día hizo saber, aunque sin precisar su fuente: "Las noticias recibidas en Canarias de Río de Oro y Cabo Juby no acusan novedad en estas factorías española e inglesa"19. Ahora bien, la prensa de la capital canaria publicaba ocasionalmente información de primera mano sobre estas cuestiones, que se divulgaba posteriormente en los periódicos de la península ibérica. Fue en el periódico El Memorándum donde el ingeniero escocés Donald Mackensie dio a conocer, mediante una carta dirigida a los isleños, algunos detalles sobre su proyecto de construcción de una factoría en Cabo Juby. Esta carta, con fecha el 15 de agosto de 1876, se publicó en el periódico tinerfeño el 21 de agosto siguiente. Siete días después, el cónsul René Chassériau mandó una versión traducida al gobierno francés20, y en enero del año siguiente se reprodujo en el semanario cultural La Academia21, así como en el periódico catalán Crónica de Cataluña22. Paralelamente, los datos que, desde Puerto Cabras (isla de Fuerteventura), recogía Ramón de Castaneyra, uno de los primeros informadores isleños de El Memorándum sobre este asunto23, se divulgaron rápidamente en la prensa madrileña24. Otro corresponsal de El Memorándum, el notario Antonio María Manrique, de Arrecife (isla de Lanzarote)25, una referencia en materia de conocimientos históricos para determinar el emplazamiento de Santa Cruz de Mar Pequeña -localizado en Puerto Cansado-, terminaría colaborando con la prensa nacional, proporcionándole al periódico madrileño El Resumen información sobre los movimientos marítimos británicos, que, luego, retomaría el Diario de Tenerife26 -lo que pone de realce la trayectoria circular que tomaba a veces la información periodística. La ventaja que tenían los habitantes de Canarias, especialmente los de la parte oriental del archipiélago, por su proximidad a la costa sahariana y su buen conocimiento del terreno, gracias, en particular, a la frecuentación histórica de la zona por los pescadores, también resulta manifiesta en una crónica de diciembre de 1880 insertada en la sección "Correspondencia exterior de El Memorándum", en la que el corresponsal Onofre de Pitagayan se dirigió desde Mogador al periódico conservador de Madrid, La Época27, para significarle su total desconocimiento de la geografía africana próxima al archipiélago canario.
Un estudio más exhaustivo de El Memorándum permitiría probablemente precisar el papel que desempeñó este periódico en el debate de opinión en España en torno a los intereses del país en el sur de Marruecos y la costa del Sahara, un aspecto ya subrayado en su tiempo por el cónsul René Chassériau, que, en su correspondencia con el gobierno francés, además de señalar la influencia de este periódico, que se exportaba a los territorios donde estaban asentadas colonias canarias, consideraba que la prensa era el reflejo de la opinión pública española sobre las cuestiones coloniales28.
2. La prensa extranjera como fuente informativa complementaria a la española: el caso de la francesa
Fueran nacionales o extranjeros, los periódicos llegaban a Canarias por vía marítima, lo que hace que las noticias comunicadas se definieran por una serie de características concretas: se trataba de informaciones sometidas a una serie de "filtros", que llegaban a los directores de prensa tras un periodo de tiempo más o menos largo después de que el suceso relatado había ocurrido. La prensa extranjera era complementaria a la española por la diversificación no solamente de los contenidos informativos sino también de los puntos de vista emitidos sobre determinados acontecimientos. Por lo que a la prensa francesa se refiere, llegaba a Santa Cruz de Tenerife, bien de forma relativamente regular (por suscripciones o mediante una correspondencia epistolar entre particulares) o bien de forma totalmente aleatoria, en función de las escalas de los vapores en el puerto.
Aunque el comercio exterior en Canarias estuvo dominado por el inglés a lo largo del siglo XIX, el francés era la principal lengua extranjera que se leía en Santa Cruz de Tenerife, como muestra el inventario de la biblioteca municipal de esa ciudad en 1888, donde las obras en francés representaban el 19,33% de la totalidad de los libros, y las de inglés, solo el 3,30%29. Por supuesto, los lectores de la prensa extranjera (aparte de los miembros de la colonia británica y de la francófona) eran una minoría de isleños, en su mayoría pertenecientes a la aristocracia y burguesía comerciante, teniendo en cuenta el alto porcentaje de analfabetismo de la población30.
Una nota publicada en 1908 en Journal général de l'imprimerie et de la librairie señalaba que los españoles solían leer poco y que las suscripciones a la prensa francesa en las islas de Tenerife y Gran Canaria eran de una decena en la primera (con suscripciones a periódicos nacionales de gran tirada como Figaro, Le Journal, Le Matin, L'Écho de Paris, Le Monde illustré, L'illustration) y apenas alcanzaban las quince en la segunda (Figaro, Le Matin, Le Journal, L'Illustration)31. La información periodística también llegaba por vía postal, al mismo tiempo que el correo, en el marco de las correspondencias epistolares privadas. Como constatamos en la correspondencia de Patricio Estévanez con los canarios de París, los periódicos y las noticias no viajaban en un solo sentido, sino que el intercambio era recíproco. Mientras Patricio Esté-vanez acusaba recibo -o no32- de las revistas literarias, los recortes de prensa o las noticias políticas que le comunicaban su hermano Nicolás y su amigo Elías Zerolo, estos, a su vez, recibían los periódicos que aquel les mandaba desde Tenerife, en particular el Diario de Tenerife33. Por su lado, antes de ser lector del Diario de Tenerife desde París, Elías Zerolo había aprovechado la estancia de Patricio Estévanez en esta misma ciudad (de 1876 a enero de 1880) para que lo ayudara a promover la revista que dirigía desde Santa Cruz de Tenerife34, la Revista de Canarias (1879-1882), la cual, efectivamente, pese a su corta existencia, estuvo a la venta en la librería de E. Denné (15 rue Monsigny), la principal agencia para la venta de los periódicos españoles e hispanoamericanos en París35.
Otra manera de conseguir la prensa extranjera, más aleatoria que la anterior, era esperar la llegada de los vapores procedentes de Europa. Con los pasajeros (vecinos, turistas, comerciantes, oficiales, etc.) entraban periódicos en varios idiomas. En el caso de la prensa francesa, entraban periódicos nacionales como Le Temps, L'Echo de Pans, el Figaro, el Journal des débats, Le Petit Journal, La Presse, etc., y también provinciales, tales como Le Sémaphore de Marseille, La Gironde y La petite Gironde, de Burdeos.
Al publicarse en ciudades portuarias, estos periódicos proporcionaban noticias que interesaban directamente a la burguesía comerciante36. Le Sémaphore de Marseille era un diario de tendencia liberal centrado en la información comercial y marítima en la zona de Marsella37, con la que el comercio de Santa Cruz de Tenerife se había reforzado desde 1850. En cuanto a La Gironde y La petite Gironde, que disponían de infraestructuras modernas y una sólida red de corresponsales38, se interesaban por la política de la tercera república francesa, la expansión colonial y también, teniendo en cuenta la proximidad geográfica de Burdeos respecto a España, por lo que pasaba en este país.
Como sucedía en otras provincias del país, la prensa canaria se alimentaba de la prensa foránea39. La información extraída de estos periódicos se aprovechaba para elaborar breves notas sobre sucesos que no necesariamente tenían lugar en Francia, así como revistas de prensa que podían adoptar la forma de breves resúmenes de noticias -en secciones como "Variedades", del Diario de Tenerife- o la de largos artículos de opinión, que ofrecían una actualidad internacional comentada, a través de la que se reflejaba la ideología del periódico que los difundía. Era el caso de las "Revistas extranjeras", a veces anónimas, otras veces firmadas Guezordi Azprea, del periódico La Opinión.
Además de ofrecer una mayor diversificación de las noticias, la prensa extranjera aportaba una mirada diferente sobre la actualidad internacional y española. El 17 de mayo de 1898, Patricio Estévanez se lamentaba en el Diario de Tenerife, a propósito de su búsqueda de datos sobre la guerra de Cuba: "Inútilmente procuramos ayer periódicos que hubieran venido por el vapor francés de Málaga, y solo conseguimos un número de La Gironde, de Burdeos, del día 9, traído por otro vapor [...]"40. La carencia de fuentes sobre el conflicto era tanto más evidente cuanto que, desde París, Nicolás Estévanez había avisado a su hermano de la guerra informativa que estaba en juego, así como de la total falta de credibilidad que, sobre este asunto, tenía la prensa española en el extranjero, hasta tal punto que los periódicos franceses preferían fiarse de sus corresponsales en los Estados Unidos antes que de la prensa española41. Por tanto, la prensa internacional informaba sobre la realidad política, económica, social y cultural de los países de donde emanaba, pero también se contemplaba como una fuente complementaria o alternativa a la prensa española (al discurso dominante en el país) para formarse un punto de vista personal sobre hechos que tenían lugar en el mundo entero o sobre cuestiones de interés en España.
3. Las correspondencias exteriores como estrategia para una información internacional personalizada
Ante la dependencia y llegada irregular de las fuentes externas, algunos directores de periódicos optaron por desarrollar, con mayor o menor éxito, estrategias destinadas a producir una información más personalizada y permitir así que sus periódicos respectivos forjen su propia identidad. En sí, estas estrategias nada tenían de innovadoras, pues se trataba de recurrir a agencias de prensa (cuyos servicios se prestaron en Canarias a través del telégrafo, inaugurado en diciembre de 1883) y a redes de corresponsales exteriores, lo que hacían todos los grandes periódicos nacionales para ofrecer a sus lectores una información original y regular42.
Si bien es cierto que, ya, a finales de la década de 1870, varios periódicos canarios presentaban secciones de correspondencia exterior, esta oferta fue irregular, de duración variable y, en la mayoría de los casos, puntual. En 1902, en una carta a su amigo Luis Maffiotte La Roche, corresponsal ocasional desde Madrid para el Diario de Tenerife, Patricio Estévanez mencionaba el reto financiero que suponía dirigir, en Canarias, un periódico de características modernas, es decir, con una red de corresponsales exteriores y un servicio telegráfico:
"Se anuncia aquí la publicación de un gran diario de información, empresa vasta con vistas a matar al Diario y con redactores en Madrid y otras capitales de España, en París, Londres, Berlín, Roma y Nueva York; extensísimo servicio telegráfico y presupuesto de 3 o 4000 pesetas mensuales. Y habrá quien diga que no somos valientes"43.
El coste de la retribución de los corresponsales explica sin duda la irregularidad de las correspondencias exteriores en algunos periódicos, como en La Democracia y La Opinión, dos periódicos a los que parecen haber llegado correspondencias extranjeras escritas por personas conocidas de sus directores respectivos: fue corresponsal ocasional para La Democracia el canario Juan Maffiotte La Roche, que residió en París de 1879 a 188344; fue el caso de una persona no identificada, establecida en Safi, en Marruecos, cuyo envío de crónicas a La Opinión dependía de las escalas -poco frecuentes-de los vapores de la compañía Paquet en el puerto de esta ciudad45, tanto que a veces estas cartas fueron publicadas bajo la forma de simples fragmentos insertados en la "Sección provincial"46.
En cambio, las crónicas más regulares firmadas por Calderón Ferrer y Onofre Pitagayan, dirigidas al director de El Memorándum desde París y Mogador respectivamente, que alternaban con las de Madrid, La Habana y, más raramente, de Caracas o San José de Costa Rica en la sección "Correspondencia exterior de El Memorándum" a partir del verano de 1879 sugieren una estrategia mixta basada al mismo tiempo en la participación de corresponsales habituales del periódico y quizás la de lectores47. En cuanto a las crónicas desde París publicadas en el Diario de Tenerife, que trataban principalmente de la tercera república francesa, la actualidad cultural de la capital francesa y también de las noticias en los demás países europeos parecen ser el resultado de una colaboración de periodistas profesionales y contactos personales del director de este periódico, como señaló Nicolás Reyes, autor de un estudio sobre la crisis política francesa vista por este periódico entre 1886 y 189348. En todos estos casos, la crónica epistolar -género emblemático de la sociedad mediática decimonónica, según Guillaume Pinson- creaba la ilusión de un vínculo de familiaridad y connivencia entre los corresponsales y lectores a través de los directores de periódicos49.
París, como se sabe, fue un lugar de encuentro para artistas, escritores y exiliados políticos españoles (carlistas y republicanos) a partir de la década de 187050. Artistas, intelectuales y políticos oriundos de Canarias coincidieron y pasaron allí temporadas de variada duración51. Fue elcaso del ya mencionado Nicolás Estévanez Murphy, de 1876 a 1914; de su hermano Patricio, de 1876 a enero de 1880; de Elías Zerolo, de 1882 a 1900. Los tres tenían en común de ser republicanos federalistas. También estuvieron un tiempo en París, en la misma época, Juan Maffiotte La Roche; el pintor palmero Manuel González Méndez; el jefe de la Casa Real de Alfonso XII, Imeldo Seris Granier, y el grancanario Fernando León y Castillo, etc.; así como otros muchos isleños, como el periodista Gabriel Izquierdo Azcárate, Tomás Zerolo (hermano de Elías), Rafael Hardisson, aunque para estancias cortas. Si la mayoría de los españoles de París se reunían con frecuencia por motivos políticos y profesionales, o simplemente para socializar en ciertos cafés, como bien describió Isidoro López Lapuya en La bohemia española en París, los vínculos entre los isleños eran especialmente estrechos, hasta el punto de poder superar las diferencias políticas52. Desde París, entre 1879 y 1883, Juan Maffiotte fue colaborador ocasional de la Revista de Canarias53, la Ilustración de Canarias54 y el periódico La Democracia. Por su lado, Patricio Estévanez colaboró en la Revista de Canarias, haciéndose cargo, por ejemplo, de la "Correspondencia de París", y Elías Zerolo escribió, aunque muy excepcionalmente bajo su verdadero nombre55, para el Diario de Tenerife. En lo que toca a Nicolás Estévanez, cuya estancia en la capital francesa fue, pese a numerosos viajes a Madrid y Latinoamérica, más larga que para los demás, intervino en la Revista de Canarias, la Ilustración de Canarias, Arte y Letras, el Diario de Tenerife y El Progreso, diario republicano (por no mencionar sino colaboraciones en periódicos y revistas de la capital canaria).
Los textos firmados por los dos hermanos Estévanez y Elías Zerolo en estos periódicos y revistas estaban, en la mayoría de los casos, relacionados con la literatura, el arte y la cultura en general. Sin embargo, no hay que perder de vista que todos sin excepción solían publicar artículos de forma anónima o con seudónimos de los que solo se conocen algunos56 - por ejemplo, Licenciado Ortigas, para Juan Maffiotte La Roche; Nord Este, Ático Selves Zenén, entre otros, para Nicolás Estévanez; Río Oseleza, para Elías Zerolo; Malva, para Patricio Estévanez, etc. Detrás del pseudónimo Marcos Pérez de Buenavista parecen haberse escondido a veces Nicolás Estévanez y otras veces Elías Zerolo57. De hecho, las crónicas desde el extranjero solían publicarse bajo la firma de un seudónimo, la de un autor señalado por iniciales (X., C., G.F., J., G.R., etc.) o sin ninguna firma. Es probable que Calderón Ferrer y Onofre Pitagayan (llamado a veces, "de Pitagayan") no fueran los nombres verdaderos de estos corresponsales de El Memorándum. Asimismo, muchos de los que firmaron las cartas desde París para el Diario de Tenerife debieron hacerlo con seudónimos: Leclair o B. Leclair (quizás Luis Bravo, según Nicolás Reyes58), Darwin (un seudónimo que solía utilizar, en París, el republicano catalán Arturo Vinardell Roig), H. Harduin (¿el periodista francés Henri Harduin?), entre otros muchos.
Queda por determinar qué papel desempeñaron exactamente los republicanos españoles residentes en París en las columnas del Diario de Tenerife. Al poco de salir los primeros números del diario, se publicó una carta de Nicolás Estévanez en la que este hacía saber que se negaba a hacerse cargo de una sección de correspondencia desde París59, lo cual no significa que más adelante no colaborara de forma regular u ocasional en el periódico, incluso de otra manera diferente que publicando artículos o textos literarios60. De hecho, aparte de los artículos firmados por su nombre61, se le atribuye la autoría de las síntesis sobre las actualidades culturales parisinas tituladas "Cosas de París", publicadas con el seudónimo Marcos Pérez de Buenavista, durante el periodo que va del 15 de diciembre de 1886 al 15 de febrero de 188762. Por otra parte, algunas misivas de Elías Zerolo dirigidas a Patricio Estévanez nos hacen pensar que él y, quizás, Francisco Estévanez -hijo de Nicolás, siempre mencionado como Paco en las cartas-, sí pudieron implicarse, en periodos concretos, en la redacción de algunas secciones. En efecto, además de colaborar puntualmente bajo su verdadero nombre, Elías Zerolo fue un corresponsal oficial del diario para cubrir la Exposición universal de Paris de 1889 y la de 190063 (hasta el 1 de julio, día en que falleció).
Respecto al año 1889, no encontramos en el diario más que un solo artículo dedicado al acontecimiento y firmado Marcos Pérez de Buenavista64 (seudónimo con el cual Elías Zerolo deseaba cubrir el evento), pero sí tenemos una serie de textos -anónimos y casi diarios- titulados "Crónica de la Exposición"65, publicados entre mayo y agosto de ese año, que quizás se deban atribuir al canario. A este aporte hay que añadir las noticias incorporadas en la sección "Correspondencia diaria desde París"66, generalmente centrada en la política francesa, que, debido a las dificultades encontradas por el corresponsal durante la exposición - según señaló la redacción del diario67- tuvo que convertirse en semanal a partir de mediados de julio de dicho año. Ahora bien, en una misiva fechada el 31 de octubre de 1888, un mes y medio después de solicitar el nombramiento de corresponsal para la exposición del año siguiente, Elías Zerolo informó a Patricio Estévanez de que se había "puesto de acuerdo con Paco" para que este "figurar[a] como corresponsal político y [él] como literario o científico"68, por lo que no descartamos la hipótesis de que en la "Correspondencia diaria de París", publicada de julio de 1888 a julio de 1889, pudieran colaborar el propio Elías Zerolo y un tal Paco, quizás el hijo de Nicolás Estévanez, que veinte años después estaría bajo la misma vigilancia policial que su padre por ser anarquista.
Asimismo, cabe la posibilidad de que Elías Zerolo y Nicolás Estévanez hayan recurrido a sus redes de conocidos para permitir que se estableciera, para el Diario de Tenerife, una correspondencia regular con periodistas españoles acreditados, elegidos entre los profesionales de la capital francesa o entre los republicanos exiliados que allí residían. En efecto, ambos estuvieron estrechamente ligados al mundo parisino de la edición de libros, en concreto a la casa Garnier69, no solamente como escritores y traductores, sino, además, en el caso del primero, como director de las colecciones de obras en español, lo que les ponía en relación con intelectuales hispanoamericanos y españoles residentes en la capital francesa, como Miguel de Toro Gómez, Isidoro López Lapuya, Luis Bonafoux, Eduardo Zamacois, Vicente Blasco Ibañez, entre otros. Por otra parte, Nicolás Estévanez estaba en contacto permanente con Pi i Margall, Eduardo Benot, Alejandro Lerroux y, en París, con los círculos librepensadores, anarquistas y revolucionarios, muchos de ellos colaboradores en periódicos franceses y españoles70. El propio Nicolás Estévanez colaboraba, en 1887, en el periódico bimensual Correo de Paris (1886-1912)71, un periódico donde escribían republicanos españoles en exilio y al que un lectorado isleño podía suscribirse a través del Diario de Tenerife72; y, quizás también, en El Heraldo de París (1898) y El internacional 73. De ahí que, pese a la distancia que separaba Santa Cruz de Tenerife de París, y gracias a la intercesión de los canarios radicados en esta ciudad, la red de contactos de Patricio Estévanez pudiera consolidarse progresivamente, incorporándose en ella escritores y periodistas nativos de diferentes regiones de España e Hispanoamérica, que escribían para grandes periódicos madrileños y parisinos, así como para otros periódicos provinciales de España. De hecho, encontramos en el Diario de Tenerife artículos del republicano catalán Arturo Vinardell Roig -que, además de colaborar en el Correo de París y el periódico anticlerical Action, fue director de En Avant... quand même!, el órgano de los republicanos y librepensadores españoles de París74-; Luis Bonafoux -corresponsal en París para El Liberal (1892)75-; Eduardo Zamacois -colaborador en el Correo de París 76; Luis Villazul -corresponsal de La Crónica meridional, de Málaga (1896), y El Pallaresa, de Lleida-; Julio Camba -corresponsal para El Mundo a partir de 191077-; por no hablar de las numerosas contribuciones cuyos autores no hemos identificado.
4. Una lectura crítica del presente: el papel de las correspondencias desde París
Después de la caída de la primera república de España, Santa Cruz de Tenerife logró conservar una prensa de ideología republicana, representada, en 1880, por cuatro periódicos. A pesar de beneficiarse de cierta libertad (Ley de imprenta de 1883), esta prensa progresista estaba bajo (auto)vigilancia. Pese a presentarse el Diario de Tenerife como un periódico republicano abierto a la diversidad de ideas, el control que ejercía Patricio Estévanez sobre su línea editorial pasaba por una vigilancia de los contenidos y una tentativa de compaginar el republicanismo con el contexto político del momento.
La autocensura, o "autolimitación" como bien la define Nicolás Reyes78, en lo referente a los temas políticos nacionales, así como la cuestión de la libertad de expresión en el diario quedan reflejadas tanto en la correspondencia epistolar del director como en algunas crónicas enviadas desde París. Así, por ejemplo, a Luis Maffiotte La Roche, que, en vísperas de la salida de los primeros números del diario, proponía mandar correspondencias desde Madrid, Patricio Estévanez le autorizó "tratar de todo y de todos, hasta de política, siempre que no [fuera] cosa muy palpitante y por ningún caso posibilitista ni castelarista". Además, cuando quisiera atacar a los monárquicos, era necesario que lo hiciera "con condón", pero si le pasaba por la mente censurar a los republicanos, que no lo hiciera79. Por otra parte, el corresponsal desde París, Antonio de la Vega, quien señaló a sus lectores "compatriotas" que "sus cartas no deb[ían] tener carácter político"80, no escondía sus inclinaciones hacia el socialismo, la causa de los obreros o la literatura de Emile Zola.81
El Diario de Tenerife fue indiscutiblemente el periódico que más esfuerzos hizo para publicar de forma regular crónicas escritas en París, y las crónicas bimensuales de Calderón Ferrer que salieron en El Memorándum en los años que precedieron la creación de aquel periódico son un claro precedente del interés que suscitaba, entre los republicanos de Canarias, lo que sucedía en el único país europeo con un régimen republicano, un país, además, donde se concentraban numerosos republicanos exiliados de España. La omnipresencia de la cultura y, sobre todo, de la política francesa en el Diario de Tenerife podría haber sido, según Nicolas Reyes, una estrategia para que el periódico pudiera afirmar su identidad política y protestar de forma silenciosa y encubierta contra la Restauración borbónica82, en una España que Nicolás Estévanez comparaba con un "manicomio"83.
La réplica por parte del periódico conservador La Opinión a El Memorándum, con el que estaba en constante debate, así como al Diario de Tenerife, tiende a confirmar esta hipótesis. Las revistas de prensa extranjera, publicadas de forma anónima o bajo la firma de Guerzordi Azprea (¿un anagrama de [Martín] Rodríguez Peraza?84), que se interesaban por la actualidad internacional, especialmente por la francesa, no dejaban pasar la ocasión de pronunciarse en contra del republicanismo de España y de criticar los países con regímenes republicanos, ya sea Francia o los países latinoamericanos85. A diferencia de las crónicas, las revistas de prensa de La Opinión eran escritas desde Santa Cruz de Tenerife. Poco importaba, finalmente, que este periódico no contara con una sólida red de corresponsales exteriores -aunque sí se beneficiaba de los servicios de agencias de prensa-, si lo esencial era proporcionar a sus lectores una información internacional comentada y producir un discurso coherente con su identidad política. Si bien, en el caso del Diario de Tenerife, y en menor medida de El Memorándum, evocar Francia permitía desviar la atención de los lectores de Tenerife hacia un país con un régimen republicano y refugio para los republicanos españoles (pese a que la tercera república francesa no era particularmente apreciada por los hermanos Estévanez, especialmente por Nicolás, que solo consideraba como auténticas repúblicas a las latinoamericanas), la críticas hechas a los regímenes republicanos por parte de La Opinión permitían a los conservadores exaltar a un patriotismo español estrechamente ligado a la Restauración de los Borbones.
Conclusiones
Por la capacidad de autoorganización de algunos de sus periódicos y los contenidos informativos sometidos a distintas influencias que ofrecía, la prensa de Santa Cruz de Tenerife no tenía exactamente las características de una prensa periférica (es decir, dependiente unilateral y totalmente de Madrid), sino la de una prensa perteneciente a un tipo de territorio que los geógrafos denominan de los "márgenes", con vida propia dentro del sistema territorial nacional86. Configuraba espacios informativos y de debate público en los que se reflejaba la realidad geográfica, histórica, económica, política y cultural del archipiélago, formando un territorio mediático per se, con sus propias singularidades, pudiendo incluso ser productora de una información que alimentaba a los periódicos peninsulares. Para el historiador actual, los testimonios dejados por los primeros informadores sobre la pugna por el dominio europeo en África, que llegaron a difundirse en la Península Ibérica a través de El Memorándum, no carecen de interés. Ya fueran escritas desde La Habana, Mogador o París, las crónicas que mandaban los corresponsales a los directores de prensa no eran meras síntesis impersonales de las actualidades extranjeras, sino testimonios en primera persona sobre determinados asuntos relacionados con grandes debates de la época (la emancipación de Cuba, los intereses británicos en el sur del Marruecos, etc.) o, en el caso de Francia, de relatos que hoy nos muestran qué percepción tenían los republicanos españoles del régimen político francés en general, y de algunos acontecimientos en concreto que marcaron la política francesa durante el periodo estudiado. En el caso del Diario de Tenerife, observamos una tendencia a una mayor "distanciación" respecto a Madrid, sede del poder oficial y dominante en España, que en otros periódicos. El diario, en permanente conexión con el extranjero, especialmente con París, dedicaba un importante espacio a las noticias extranjeras en detrimento de las nacionales. Podemos hablar incluso de una "descentralización" de la mirada, que se volcaba hacia una España exiliada en París. Sin duda, sería interesante profundizar en este aspecto cruzando la correspondencia de los hermanos Estévanez no solamente con el Diario de Tenerife sino además con el periódico republicano El Progreso, que también estaba muy atento a las noticias parisinas relativas a los republicanos en el exilio, a las noticias que llegaban de las repúblicas latinoamericanas y al liderazgo de Alejandro Lerroux, que se desplazaba constantemente de Madrid a París o Buenos Aires, y con quien Nicolás Estévanez mantenía contactos muy estrechos en la capital francesa.