INTRODUCCIÓN
El conservador Carlos M. Leal y el liberal Carlos Martínez Larreamendi fueron dos de los muchos combatientes colombianos que ascendieron en la jerarquía militar por su participación en la Guerra de los Mil Días. El primero ocupó en noviembre de 1899 el título de subteniente del Estado Mayor del Ejército de Santander; un año más tarde, en el mes de mayo, fue teniente del Batallón Junín de la 15ava división del Ejército del Norte; en febrero y abril de 1901 fue nombrado respectivamente capitán y sargento mayor de la fuerza acantonada en Lebrija; y el 5 de enero de 1903 ocupó el cargo de coronel. De igual modo, Larreamendi empezó la guerra como subteniente del Escuadrón Libres en noviembre de 1899, ascendió posteriormente a teniente y a capitán, y, al final, fue capturado por el gobierno en la batalla de La Cuchilla del Ramo cuando ostentaba el título de sargento mayor1. Los anteriores ejemplos representan dos carreras militares con meteóricos ascensos facilitados por la dinámica de la guerra, que permitieron parcialmente a cientos de hombres mejorar sus condiciones de vida en campaña al lograr compensaciones materiales y simbólicas.
Los ascensos militares fueron comunes durante todo el desarrollo de la Guerra de los Mil Días, catalogada por varios autores como el conflicto civil más intenso de todo el siglo XIX colombiano al generar una crisis profunda en la economía y al quebrantar la institucionalidad2. La guerra, iniciada en octubre de 1899, fue un levantamiento armado liberal con el objetivo de destituir al gobierno conservador de Manuel Antonio Sanclemente, derogar la constitución de 1886 y restituir la organización federal3. Al principio, el desarrollo del conflicto estuvo marcado por una lucha entre ejércitos regulares comandados por reconocidos generales, aunque con el paso de los meses la modalidad de combate se fue transformando en una lucha guerrillera. Luego de cerca de tres años de contienda, la guerra llegó a su fin entre los meses de septiembre y octubre de 1902 después de la firma de los acuerdos de paz de Neerlandia, Chinácota y Wisconsin4.
Los estudios sobre los ascensos militares y sociales durante las guerras es uno de los temas propuestos por la denominada historia social de la guerra, una corriente historiográfica centrada en analizar a la sociedad en medio del conflicto5. Los historiadores colombianos no han pasado por alto el estudio de los ascensos militares en las filas del ejército para las guerras del siglo XIX, aunque las perspectivas analíticas han variado a través del tiempo. En la década de 1970, Alvaro Tirado Mejía con una interpretación de la guerra como una lucha de clases, subrayaba en que los oficiales eran los miembros de las familias patricias y adineradas que financiaron sus ejércitos y participaron voluntariamente, arrastrando detrás de ellos a la soldadesca que pertenecía a los estratos más bajos de la población. Esta relación impidió que los soldados escalaran en la jerarquía militar, aunque se aclara que hubo casos aislados donde ciertos individuos por heroísmo o disciplina fueron nombrados en altos mandos6.
Carlos Eduardo Jaramillo, quien ha contribuido con uno de los estudios más sólidos sobre la guerra de los Mil Días, no descarta en señalar que los oficiales pertenecían a los estratos más altos de la población, aunque para él la dinámica bélica facilitaba los ascensos militares en al menos cinco modalidades: por mando de tropa; por número de muertos; por aclamación o exigencia de la tropa; por ganar adeptos en la obtención de clientelismo: y, finalmente, por ingenio del individuo7. Al respecto, Jaramillo nos permite pensar en que los ascensos no fueron casos aislados, sino que se repetían cuando la circunstancia de la guerra obligó al aumento del número de hombres en armas o cuyo propósito era el reemplazo de un militar fallecido.
Siguiendo estas líneas, el presente artículo argumenta, por un lado, que los ascensos militares fueron más rápidos durante la guerra que en tiempos de paz y, por otro, que los militares que ascendieron obtuvieron una serie de compensaciones que les mejoraron parcialmente la vida en medio de la campaña y les abrió la posibilidad de una movilidad social. En este último punto se considera que los ascensos militares más que una necesidad en medio de la guerra, constituyen un estímulo para que los soldados permanecieran el mayor tiempo posible adscriptos en las fuerzas militares. Y en efecto, muchos hombres escalaron varios peldaños de la vida militar durante los tres años que duró la guerra.
Una de las novedades de este estudio, respecto a los trabajos previos, es la construcción de una base de datos de personas que participaron en la guerra de los Mil Días en el nororiente colombiano (actuales departamentos de Boyacá, Santander y Norte de Santander)8. Este hecho representa de manera significativa una cuantificación, por etapas, ascensos y unidades militares, del personal que formó parte de los ejércitos decimonónicos durante el conflicto de los Mil Días. La base de datos se elaboró triangulando diversos materiales de archivo: listas de revistas, la Gaceta de Santander, el Diario Oficial, órdenes generales y correspondencia enviada y recibida de los generales Manuel Casabianca, Rafael Uribe Uribe y Próspero Pinzón, cuya documentación se conserva en el Archivo General de la Nación (Col).
Con base en esta fuente, se han registrado en el software libre Zotero a los individuos que participaron en la guerra, al construir unidades propias o "notas" en las cuales se suben los datos hallados en la fuente consultada, según las categorías de: vida personal: datos vitales, familiares y geográficos; vida profesional: formación académica y cargos administrativos; vida económica: negocios, propiedades; vida cultural: pertenencia a los partidos políticos; y vida militar: participación en las guerras civiles decimonónicas en Colombia9. Además, Zotero nos permite recopilar, organizar, citar y sincronizar miles de datos, por lo cual hasta la fecha se han registrado más de 13.000 mil individuos, aunque teniendo en cuenta la fragmentación de la información para una parte de ellos solo hemos anotado un cargo militar.
Finalmente, en este análisis se tendrá en cuenta el reglamento del Estado colombiano que versa sobre los ascensos militares en el Código Militar de 1881, que planteaba una serie de requisitos y obligaciones que el militar estaba obligado a aplicar en tiempos de paz, en contraste con las circunstancias de la guerra. Al final, los cargos obtenidos en la misma guerra podían ser validados por testigos reconocidos o documentos administrativos para que el individuo continuara en servicio activo en la posguerra o recibiera bonificaciones y pensiones10.
1. LOS ASCENSOS EN LA JERARQUÍA MILITAR DURANTE LA GUERRA
Antoine Henri Jomum, entre las doce condiciones que consideraba esenciales para la perfección de un ejército en su Compendio del arte de la guerra, hacía especial énfasis en la necesidad de establecer una ley justa de ascensos y recompensas, considerando que dichos ascensos debían ser por antigüedad en tiempos de paz, primando el mérito en tiempo de guerra.11 Conforme al paso del tiempo, los pensadores militares del siglo XIX, conscientes de la necesidad institucional de regular el servicio militar, abordaron normativamente los ascensos bajo un sistema que valorara la disciplina y el orden por encima de las relaciones clientelares12. Las discusiones quedaron reflejadas en la edición de 1883 del Código Militar de los Estados Unidos de Colombia, según el cual los intereses del ramo militar iban en contravía de las necesidades políticas y, sobre todo, de la autoridad del jefe de la nación. Por consiguiente, se propusieron tres sistemas que regulara la política de ascensos: el de antigüedad; el de elección; y el mixto, que se compone de los dos anteriores13.
Los ascensos en la jerarquía militar eran un incentivo de los gobiernos para mantener cohesionados a cientos de hombres que prestaban el servicio militar, asegurándoles una serie de beneficios a quienes ascendieran en el cargo. En periodos de paz, y con mucha disciplina, los militares debían esperar varios años para obtener un cargo superior y continuar en la carrera de las armas, siguiendo un esquema establecido. Los soldados debían escalar los grados de cabo 2°, cabo 1°, sargento 2° y sargento 1° para llegar a subteniente, el primer cargo de la oficialidad. En principio, debían ser buenos soldados al mantener un estilo de vida alejada de los vicios, y ajustada a una serie de valores normativos y morales14. Por ejemplo, en el artículo 359 del Código Militar de 1881 se indicaba que los militares debían ser ordenados con sus prendas y armamentos, manteniendo una estricta disciplina basada en el respeto
a la autoridad15. Estos valores eran aprendidos en el mismo servicio de las armas a través de la repetición de los ejercicios militares y el manejo de las armas en campo abierto, vigilando los edificios militares y administrativos y ordenando el cuartel16.
Los militares ascendidos, además, debían cumplir con otros requisitos. Era necesario que tuvieran conocimientos básicos de matemáticas, aritmética, lectura y escritura17. Un cabo interesado en ascender a sargento estaba en la obligación de poseer habilidades lectoescritoras. Entre sus funciones, los sargentos debían elaborar una "lista de su compañía por estatura y otra en que cada individuo tenga anotadas todas las prendas de su vestuario y armamento, con el número o marca de su fusil"18. En su caso, los subtenientes organizaban las armas antiguas según su referencia, y elaboraban y transmitían informes militares a los capitanes de compañía quienes, posteriormente, los comunicaba al Estado Mayor de la División19. A modo de ejemplo, se encuentra la vida del militar boyacense Sergio Camargo, quien en 15 años (1887-1899) escaló seis grados en la jerarquía del ejército. Entró, con 11 años, a prestar el servicio de soldado y llegó a subteniente a los 2620. En la revisión documental se identificó que, en 1900, Camargo fue ascendido a teniente por los servicios prestados al gobierno durante la guerra21.
Este tipo de normatividad estaba diseñada especialmente para periodos de paz, lo que facilitaba el registro de los ascensos por parte del ejército y aseguraba que se dieran por el sistema de antigüedad o elección. Sin embargo, con el levantamiento armado de los liberales en octubre de 1899 y la multiplicación de los hombres en armas, el Gobierno colombiano debió improvisar unidades militares y nombrar en los cargos a hombres que no cumplían ninguno de los requisitos establecidos en el Código Militar22. Así, aparecen individuos sin conocimientos técnicos para el manejo de las armas de fuego, iletrados, mujeriegos y alcohólicos23. Si bien controlar la indisciplina era un reto para el gobierno, al parecer estas medidas permitían que cientos de hombres se favorecieran de la dinámica bélica para ascender en la jerarquía militar en corto tiempo obteniendo una serie de compensaciones24.
La guerra facilitó los ascensos militares en saltos al no ceñirse al principio de progresividad, debido a la urgencia de formar nuevas unidades militares. Según los registros de la base de datos, durante la guerra al menos 26 soldados ascendieron directamente a subteniente (véase Anexo N°1). Cinco soldados a sargento 2° y siete a sargento 1°. Básicamente, este tipo de ascensos era un reconocimiento del Estado Mayor a los individuos que habían hecho un trabajo destacado en la campaña, sin embargo, es posible afirmar que también era una medida de cooptación a los soldados enemigos, quienes eran seducidos por la entrega de compensaciones materiales y simbólicas si ingresaban oficialmente en el ejército del Gobierno. Esta medida era extraordinaria, ya que en tiempos de paz las fuentes documentales nos indican que los ascensos militares se dieron de manera progresiva.
En la base de datos elaborada se registraron 134 hombres de las fuerzas del gobierno que ascendieron de sargento 1° a subteniente. En este caso, las fuerzas militares continuaban usando el mecanismo de ascenso por elección o promoción, el cual consistía en que un jefe promocionara a su subalterno por una destacada participación en la campaña militar, evaluadas en función del tiempo que llevaba el militar en la guerra, por actos de heroísmo en combate o las heridas recibidas en la campaña. Al respecto, se encuentran publicados múltiples decretos de ascenso por elección en la Gaceta de Santander. Entre ellos, el del coronel Tobías Quiñones, quien solicitó ante el comandante divisionario el ascenso del sargento 1°, Andrés Rizo, porque "el mencionado individuo por sus servicios y como miembro veterano y decidido del ejército, merece el ascenso que le corresponde á oficial, como hombre pundonoroso y muy capaz para hacer valer su puesto"25.
En cuanto a los oficiales, el ascenso en orden progresivo era desde subteniente, teniente, capitán, sargento mayor, teniente coronel, coronel y general. Según esta clasificación, se ha seleccionado el número de subtenientes, capitanes y sargentos mayores que iniciaron la guerra en los dos bandos para así identificar cuántos de ellos ascendieron efectivamente en la jerarquía militar. De este modo, sabemos que 1.606 subtenientes empezaron la guerra con ese cargo, 367 ascendieron a tenientes, 84 llegaron a capitanes, 11 a sargento mayor y uno solo a teniente coronel. Este era Agustín Trillos, un hombre originario de Floridablanca (Santander), quien alcanzó en 24 meses lo que otros individuos lograron en años. Empezó como subteniente en la columna cívica de Floridablanca, fue ascendido a teniente, luego a capitán del Escuadrón Casabianca, posteriormente a sargento mayor del Batallón Ricaurte, finalmente, teniente coronel26.
Por su parte, 1.318 hombres empezaron la guerra con el grado de capitán, 283 ascendieron a sargento mayor, 55 a teniente coronel, 12 a coronel y 3 llegaron a general. El 22 de octubre de 1899, Manuel Canal era capitán de la 4° división del ejército de Santander; días más tarde, el 31 de octubre, fue ascendido a sargento mayor de la misma fuerza; y, el 4 de noviembre, fue nombrado teniente coronel en reconocimiento por el triunfo obtenido en la batalla de Piedecuesta. Posteriormente, el 30 de abril de 1900, fue ascendido a coronel y, seis meses después, nombrado general de la 3° división del Ejército de Santander. Se retiró del servicio militar al recibir un disparo en el pulmón, obteniendo cinco rangos militares en tan solo un año de servicio27.
Por último, de 361 hombres que entraron a la guerra con el cargo de teniente coronel, de estos, 98 llegaron a coronel y 17 a general. Este es el caso de Antonio Laverde, quien con 39 años de edad recibió los ascensos para convertirse en general por su participación en el Ejército del Norte; y Emilio Mendoza, de 25 años, quien recibió el título de general al final de la guerra28.
2. FORMAS DE ASCENSOS EN MEDIO DE LA GUERRA
Entre 1899 y 1902 Colombia se encontraba en un estado de guerra semiper-manente donde los ejércitos intentaban asegurar la cohesión de la unidad militar manteniendo la fidelidad de la tropa a través múltiples y diversas modalidades de ascensos. Hemos identificado que ciertos individuos con algún grado de distinción política y económica le eran conferidos títulos de oficial al organizar unidades militares. Por ejemplo, vemos que el jefe liberal Manuel J. Rodríguez fue nombrado coronel por organizar una compañía de rebeldes colombianos en Rubio, Venezuela; nombramiento concedido por el General Rafael Uribe Uribe29. Lo mismo ocurrió con Arístides Barrera, oficial del gobierno, quien se convirtió en coronel al liderar la formación del Batallón Güicán en Boyacá con alrededor de 55 hombres30.
Como se observa, individuos dedicados a otros oficios podían obtener un rango superior al financiar los gastos concernientes a la compra de armas y pertrechos para la tropa recién formada. También era posible solicitar un lugar en el rango de los oficiales a través de cartas personales enviadas a los principales comandantes. Al respecto, en la correspondencia del General Próspero Pinzón, encontramos una nota en la cual un joven seminarista de Tunja le suplicaba se le concediera un nombramiento en su Estado Mayor "para defender el credo conservador"31. Es por ello que, en medio de la guerra, hubo presbíteros que prestaron servicios militares en los Ejércitos, desempeñando las actividades de las capellanías, infundiendo ánimos a la tropa y combatiendo32.
Otra modalidad para buscar un ascenso, aunque mucho más difícil de rastrear en la documentación, era el ingenio y las habilidades estratégicas que los individuos desplegaron en la guerra, esperando con ellas mejorar sus condiciones socioeconómicas33. Se han encontrado en el archivo dos cartas elaboradas por el cabo 2° del ejército gobiernista, Carlos Forero Bernal, quien detallaba sus habilidades personales que le permitieron obtener un cargo de oficial. Las cartas fueron enviadas al mismísimo comandante en jefe, el general Próspero Pinzón, a mediados de abril de 1900. Forero argüía que tenía una experiencia de doce años defendiendo con armas la causa conservadora de las manos rebeldes, y recordaba que era sobrino del cura de Hatoviejo, Simón Bernal, amigo íntimo de Pinzón. Además, con el contenido de estas cartas se han identificado al menos tres temáticas usadas por este hombre para influir en la decisión de Pinzón. Primero, estableció una relación entre ideología y política, al resaltar su cercanía con la causa del gobierno conservador, valiéndose de la expresión "siendo adicto al gobierno" como manifestación de su talante de conservador leal a las instituciones de la Regeneración. Segundo, resaltó su actitud de guerrero en defensa de los principios católicos, puesto que no bastaba con solo ser conservador, sino que se debía luchar para garantizar su permanencia en el poder. Tercero, se aprovechó de las conexiones de su tío cura con el objetivo de acercarse a Pinzón y esperar el nombramiento. En últimas, estamos ante un hombre letrado que se las ingenió para entregar las cartas al general en un período de la guerra que antecedió a la batalla de Palonegro, aunque las fuentes consultadas no permiten comprobar si el ascenso finalmente fue conferido34.
En principio, uno de los argumentos más usados por los actores de la guerra para ocupar cargos en la oficialidad era la experiencia de combate que habían adquirido por la participación en las anteriores guerras civiles. El ya nombrado joven seminarista de Tunja, por ejemplo, justificó su solicitud al resaltar sus habilidades militares adquiridas en la guerra de 189535. Con ello, un individuo con experiencia militar se convertía en un soporte para la organización de las fuerzas de combate al poseer conocimientos en el arte de la guerra y al saber aplicar estrategias en campaña que evitaban la deserción, fortalecían el liderazgo y la autoridad de mando36. Cuando el militar no le era reconocida su jerarquía militar, tenía la opción de buscar testigos que tuvieran el cargo de oficial o con documentos administrativos se verificaba la experiencia militar y el cargo obtenido en la última guerra civil. Este fue el caso del militar Nacianceno Muñoz al certificar con las órdenes generales del ejército los grados de subteniente y teniente alcanzados en la guerra de 1876, el de capitán en 1877, sargento mayor y teniente coronel en la de 188537. Del mismo modo, los grandes comandantes en los Mil Días ascendieron en la jerarquía militar al participar en las anteriores guerras. Próspero Pinzón (gobiernista) y Rafael Uribe Uribe (insurgente), fueron tenientes en la guerra de 1876, coroneles en la de 1885 y generales en la de 189538.
Los escenarios más comunes para el ascenso de los militares eran después de los combates. En Palonegro, por ejemplo, el gobierno autorizó una oleada de ascensos con el fin de estimular a los hombres que habían luchado. Con este fin, el jefe del Estado Mayor, Henrique Arboleda, solicitó informes detallados a los comandantes divisionarios sobre el comportamiento de los oficiales y la tropa. Con base en esta información, procedió a conceder el ascenso a más de 100 personas. Por su parte, el gobernador de Santander Alejandro Peña Solano, autoridad civil y militar, ordenó que los oficiales fallecidos o heridos en el combate de Palonegro fueran ascendidos al cargo inmediatamente superior. De esta forma, al menos unas 93 personas ascendieron39.
En la presente investigación pudimos acceder, de igual modo, a los documentos administrativos del habilitador del Batallón Rifles de Bomboná de la 10° división del Ejército del Gobierno, con las listas de revista de los meses de mayo y junio de 1900. Si bien se registraron múltiples ascensos a los oficiales en servicio, hemos hallado que 11 de 199 soldados fueron nombrados cabos 2° y tres sargentos 1° subieron a subteniente40. Asimismo, logramos comprobar que en el Batallón Timbío tres sargentos alcanzaron un cargo de oficial y un grupo de 26 oficiales subieron peldaños en la jerarquía militar. Este ascenso logrado en tan solo unos días dimensionaba la carrera militar del individuo, al facilitarse el avance en los rangos sin demorarse tantos años41.
Los ascensos militares, además, se dieron de manera individual por la participación en batalla, tanto en la fuerza del gobierno como en los rebeldes. Sobre este punto se han encontrado en la revisión documental múltiples ejemplos. En ocasiones, bastaba participar solo en una batalla para lograr el preciado ascenso. El capitán Aquilino Villegas, destacado en Palonegro, fue ascendido en un mismo decreto a sargento mayor y a teniente coronel42. En los rebeldes, los oficiales Saúl Zuleta y Alejandro Navas ascendieron a sargento mayor y coronel por haber cruzado el puente del río Amarillo en la batalla de Peralonso43. No obstante, no siempre fue así. Algunos hombres debieron participar en campaña y asistir a combates de menor intensidad e importancia política en la guerra para conseguir el ascenso. Leónidas Aranda Briceño fue ascendido a general por prestar servicios militares "en los combates de Altamira, Rosablanca, Altoviento, Helechales y Valladolid, sin hacer mención de otros de menor importancia, distinguiéndose en todas las expresadas acciones de guerra, por su valor y pericia militar"44. Entonces bastaban unas cuantas situaciones -un triunfo en batalla o la promoción de un jefe- para que un individuo pudiera ascender en la jerarquía militar.
3. RECOMPENSAS OBTENIDAS EN LOS ASCENSOS
El ascenso militar en medio de la guerra traía una serie de beneficios materiales y simbólicos a los militares en campaña. Los primeros cambios se evidenciaban por las nuevas funciones que debía llevar a cabo el individuo ascendido, quien veía reducida su carga física y al cual aumentaba su autoridad sobre un grupo numeroso de subalternos. Para los soldados que subían a cabo 2°, las jornadas de ejercicio a campo abierto se reducían porque ahora se encargaban de instruir en el manejo de las armas y en movimientos militares a los reclutas45. Cuando los cabos subían al cargo de sargento dejaban de enseñar los ejercicios militares para cumplir tareas de oficina. Entre otras cosas, se encargaban de hacer las filiaciones militares, del haber diario de cada individuo de tropa y de ordenar los documentos para el pago o suministro de raciones46. Al llegar a subteniente, la tarea principal era examinar el cumplimiento de las actividades del sargento y del cabo y remediarlas cuando los defectos se notarán47.
Los individuos ascendidos se beneficiaron del aumento de las raciones alimentarias y de la calidad de los alimentos. La tropa consumía agua de panela, maíz y frijol con una mínima dieta en carne, mientras que los oficiales recibían una alimentación más variada con mayor porcentaje de proteína y en lapsos de tiempo mucho más cortos48. Sin embargo, el tipo de alimentación que recibían los sujetos combatientes variaba según las circunstancias de la guerra. Era común que durante las batallas la soldadesca y los oficiales menores padecieran largas jornadas de hambre por las dificultades que conllevaba conseguir alimentos y transportarlos a ese tipo de escenarios. En cambio, los oficiales mayores mantenían más comodidades en los cuarteles militares y en las ciudades cercanas al lugar del combate, recibiendo la comida en casas particulares de hombres notables. A modo de ejemplo, durante Palonegro, Prospero Pinzón fue un asiduo invitado a la casa del adinerado negociante Adolfo Harker49.
Si bien los ascensos en la jerarquía del ejército implicaban en tiempos de calma la entrega de símbolos, medallones, armas y vestuario, durante la misma guerra esto no era tan evidente. Durante las escaramuzas, la fuerza de combate del Gobierno tuvo problemas para entregar los vestidos. Las confecciones no dieron abasto para suplir las necesidades de los sectores más bajos de los militares, quienes muchas veces participaron en las campañas con sus "harapos mugrosos"50, usados todo el tiempo desde que salieron de sus casas. Para agosto de 1900, según registraba el oficial encargado del batallón Piedecuesta, un soldado "está completamente desnudo, se halla como se reclutó"51. A pesar de los ascensos, el gobierno estuvo incapacitado de entregar esos incentivos. Sin embargo, la solución al problema de falta de uniformidad estribó en incentivar a los militares para que llevaran en el sombrero una cinta tricolor"52. Es cierto que, durante la guerra, algunos oficiales mayores sobresalían por las distinciones simbólicas que llevaban en su cuerpo: pistolas adornadas, espadas importadas, trajes de gala y vestuario completo, aunque es importante señalar que eran adquiridas por recursos propios y no de gastos públicos53.
Es posible que los individuos ascendidos en la jerarquía militar obtuvieran reconocimiento y legitimidad para participar en la política en los años posteriores a la guerra. Para los oficiales menores llegar a obtener un cargo mayor se traducía en un aumento del caudal electoral y de las redes clientelares que facilitaban sus nombramientos administrativos en las alcaldías, concejos, asambleas y gobernaciones54. Hemos sistematizado 88 individuos que asumieron rangos de oficial en la guerra y posteriormente ejercieron cargos administrativos en municipios de Santander (véase Anexo N°2). A modo de ejemplo, Agustín Trillos empezó la guerra como subteniente de la Columna Cívica de Floridablanca (Santander) en noviembre de 1899, ascendiendo a los cargos de teniente, capitán, sargento mayor y teniente coronel. Y en la vigencia política administrativa de 1909-10, el teniente coronel Trillos fue nombrado alcalde suplente para Floridablanca55.
Los ascensos en la jerarquía militar también representaban un cambio en la escala salarial. Mientras que los sueldos recibidos aumentaron muy gradualmente entre las clases de soldado y los subtenientes, el pasaje al cuerpo de oficiales implicaba un salto importante en los sueldos recibidos, como queda expresado en las figuras 1°, 2° y 3°. El pago de los sueldos se realizaba por semana o mes, dependiendo del contexto de la guerra, aunque en repetidas ocasiones se retrasaba la entrega del dinero. El Batallón Rifles de Bomboná n°15 cancelaba el salario semanalmente, primero a los oficiales de la plana mayor y posteriormente a los capitanes de las compañías, quienes se encargaban de distribuir el dinero entre la soldadesca. Y como era de esperarse, en situaciones de mayor peligro se demoraba el pago un par de meses, como le pasó al Batallón Bomboná después del combate de Peralonso56.
Fuente: Arístides Fernández, "Telegrama sobre asignaciones mensuales a los miembros del Ejército" (10 de marzo 1902), G.S n° 3490 (11 de abril 1902), 9.
Fuente: José Manuel Marroquín, “Decreto número 87 de 1903 sobre asignaciones militares” (26 de enero 1903), G.S n° 3515 (17 de febrero 1903), 13.
Esta divergencia de valores creaba una brecha socioeconómica y reper cutía en los niveles de consumo de los individuos como en los productos que anhelaban comprar57. Según Bergquist (1999) y Martínez (1999), durante la guerra el costo de vida aumentó por la depreciación del valor nominal del peso colombiano y la inflación producida por las emisiones de papel moneda58. Entre marzo y abril de 1900, meses entre los cuales los soldados recibían mensualmente $24 pesos, el precio de la arroba de carne estaba en $30 pesos y la carga de arroz en $25 pesos59. Entonces, es posible señalar que un soldado con este salario no podía comprar más que unos cuantos productos para su alimentación, que alcanzaban solamente para un par de días. En cambio, los subtenientes recibían $60 pesos, quienes por obvias razones tenían muchas más posibilidades de adquirir una variedad de productos. Como indica Rabinovich, un hombre de la tropa que llegara a recibir un sueldo de oficial era suficiente para que cambiase gradualmente sus parámetros de consumo y alimentación60.
Sin embargo, como medida para equilibrar la balanza entre valor nominal y el valor real de los sueldos en medio de la inflación, el gobierno reglamentó aumentos salariales con base a campañas militares en zonas densas y de alto peligro, tanto por las amenazas de los insurgentes como por el mismo encarecimiento en el costo de vida. El 13 de marzo de 1900, el general Prospero Pinzón autorizó el aumento del 25% de los sueldos y raciones a los individuos del Ejército del Norte, habida cuenta del "alto precio de los víveres y á las incomodidades de la vida en la actual campaña"61. En octubre del mismo año, se incrementaron los auxilios de marcha a los miembros del Ejército Nacional62, y, el 18 de enero de 1901, se elevaron "en un cincuenta por ciento los sueldos de los jefes, oficiales, individuos de tropa y empleados administrativos del Ejército en la Provincia de Cúcuta"63.
De todos modos, pese a los aumentos salariales el gobierno estaba incapacitado para cancelarlos de manera ágil y puntual. En abril de 1900, el Ejército gobiernista adeudaba $800.000 mil pesos por gastos de personal y "no hay en caja sino la insignificante de diez y seis mil pesos ($16.000)"64.
En estas circunstancias, la plana inferior del ejercito eran los más afectados. Al haber tal cantidad de liquidez, la soldadesca debía resistir hambre y un malestar personal por el incumplimiento del Estado. En la correspondencia del General Prospero Pinzón hemos identificado decenas de cartas de oficiales que solicitaron el pago de los salarios atrasados en medio de la guerra65. Y los soldados iletrados, que no les quedaba tan fácil enviar cartas a sus superiores de más alto rango, desertaban con la misión de volver a sus labores agrícolas. Vicente Villamizar, un joven soldado de 19 años, fue capturado por deserción y llevado ante un juez militar; en el proceso declaró ante los fiscales del caso que desertó por problemas económicos y por falta de alimentos en el cuartel66.
Finalmente, con base en lo dicho parecería posible considerar que los ascensos de rango convertían al individuo en un miembro distinguido de un grupo social al ser reconocido por su valentía en medio de la guerra. Sin embargo, hemos rastreado en las fuentes documentales los valores salariales para otros empleos durante el mes de abril de 1900 (véase figura N°1) que indican lo contrario. Mientras que el primer jefe del Batallón gobiernista Bomboná, teniente coronel Julio Albán, recibía 200 pesos mensuales, el director del periódico La Situación recibía 240 pesos, los secretarios administrativos 230 pesos y el jefe de la Junta de Sanidad y de la policía 200 pesos. Peor aún, los soldados recibieron menos salario que las cocineras de los hospitales y los conductores, quienes ganaban 40 y 30 pesos, respectivamente67. En este orden de ideas, se considera que los ascensos en la jerarquía militar cohesionaban a la tropa, aunque los beneficios otorgados al individuo ascendido en medio de la guerra eran tan solo parciales.
CONCLUSIONES
El trabajo presentado ha tenido como propósito reflexionar acerca de los ascensos militares durante la Guerra de los Mil Días, análisis que nos ha permitido extraer una serie de conclusiones. En primer lugar, sabemos que los ascensos en medio de la guerra fueron mucho más rápidos que en tiempos de paz. Esto se debió a la necesidad de las autoridades de formar nuevas fuerzas de guerra, flexibilizando las normas de ingreso al ejército y facilitando los mecanismos de ascensos. En tiempos de guerra, un recluta capaz y persistente podía (cualquiera fuese su origen) escalar los grados intermedios hasta llegar a la oficialidad. Y muchos lo hacían: al menos 134 sargentos 1° se convirtieron en subtenientes durante los Mil Días. En ese sentido, para los hombres de origen social modesto la carrera militar representaba una vía de movilidad social ascendente a la luz de los parámetros de la época.
En segundo lugar, los individuos ascendidos recibieron, de manera parcial, una serie de compensaciones materiales y simbólicas. El ascenso disminuía el trabajo físico al aumentar las actividades administrativas y organizativas de la tropa en las cuales los militares ascendidos eran favorecidos por recibir con más regularidad los alimentos. Además, los ascensos traían consigo un aumento salarial, bastante importante para los hombres que llegaba al cargo de subteniente, en tanto era dinero suficiente para que cambiara gradualmente sus parámetros de consumo. Sin embargo, señalábamos que la misma guerra dificultaba la entrega de estos beneficios, retrasando la entrega de los alimentos y los salarios. Por ello, veíamos la resistencia de los militares ante estos inconvenientes cuando desertaban o solicitaban la cancelación de la deuda.
En tercer lugar, se pudo observar que los rangos militares adquiridos en las guerras civiles eran validados con testigos y documentos administrativos, asegurándoles a los individuos la posesión del cargo militar durante su tiempo de vida. Recordemos que los mismos generales Próspero Pinzón y Rafael Uribe Uribe asumieron diversos cargos militares en las guerras civiles de la segunda mitad del siglo XIX.
Por último, es posible señalar que los ascensos militares en medio de la guerra contribuyeron a una movilidad social en la postguerra. Veíamos que, al menos 88 oficiales del gobierno ejercieron cargos administrativos como alcaldes y concejales en algunos municipios del departamento nororiental de Santander. Cabe señalar que este tema de la movilidad social a partir de la guerra no ha sido profundizada por la historiografía colombiana, por lo que, estas conclusiones serán un primer esbozo que será, a la postre, contrastado y puesto en discusión con trabajos históricos con énfasis en los ascensos sociales