Alekos, ¿quésignifica ser un hombre?
Significa tener valor, tener dignidad. Significa creer en la humanidad.
Significa amar sin permitir que un amor se convierta en un ancla.
Y significa luchar. Y vencer1.
Trato de escribir un texto mesurado y en tercera persona, y no lo logro. Me esfuerzo, pero el resultado -una y otra vez- es el mismo. Me rindo. Por fin, creo que lo entien do: Juan Carlos Henao estuvo muy cerca. Como tantos otros, no podría hablar de él desde la distancia, ahora que se ha ido -a ninguna parte- y su ausencia es todavía un murmullo audible.
Conocerlo era una experiencia memorable. Cada uno recibía su dosis de en cantamiento, hecha de conocimiento, reflexión, honestidad, pasión e ingenio. Los toques finales de la preparación aseguraban el efecto: la alegría, la gracia y un je ne sais quoi, que no aparecía en el fondo -aunque de él viniera-, sino en la forma, y que te hacía sentir confianza, cercanía. Puedo decir que ese era Juan Carlos, el maestro, porque de todos esos elementos estaba hecho ese modo tan suyo de enseñar, que no dejaba dudas de que la puerta estaba abierta para seguir pensando, para hacerlo entre todos, incluso, para iniciar de nuevo, si era necesario, porque entendía la educación como un ejercicio de pensamiento. Y sé que no era distinto en el trabajo, con sus incontables amigos o con su familia; era uno solo en su vida toda.
Su existencia era una feliz refutación de contradicciones aparentes. Era educado aunque prescindía de las formas. Juan Carlos solo creía en las maneras que venían de la esencia. Pero contaba, por eso, con la nuez de toda urbanidad: la consideración por los demás. Preguntar ¿cómo estás? no era para él una fórmula retórica. La respuesta del otro encontraba siempre sus oídos atentos; le importaban las necesidades ajenas, y se ocupaba de ellas cuando debía, pero también cuando, sin estar obligado, apenas podía. Ese ser, singular como pocos, era un miembro en ejercicio de cada grupo de la sociedad al que pertenecía. Era, además, descomplicado, desarreglado, arriesgado y fiestero, aunque ordenado, cumplido, disciplinado, responsable y riguroso. Creo que lo lograba porque tenía un gran respeto por sí mismo y por los otros, y porque sabía vivir con plenitud, buscando el goce en cada cosa que hacía. Y, en fin, era un hombre brillante y esperanzado; tenía una fe poderosa en la juventud y en el futuro, y resultaba inmune a los malos augurios que a tantos provoca la razón. Enfrentó al sufrimiento con dignidad y entereza, y ni un ápice de amargura quedó en su corazón. Cumpliendo el deseo del poeta, recibió la muerte con sus sueños intactos.
Juan Carlos, por supuesto, no era un dios, y no temía a su condición humana. No escondió sus debilidades y, como todos, lidió con ellas en el curso de su existencia. Tal vez por eso, si bien fue, con amplitud, admirado, fue, sobre todo, un ser amado.
Si un solo adjetivo definiera a un hombre, diría que Juan Carlos era un hombre LIBRE. Todos conocemos la valía de un logro semejante, y por eso su vida la celebramos tantos.
María Cecilia M'Causland