Introducción
¿Cómo reconstruir histórica y conceptualmente el término república? ¿Es este un concepto plenamente articulado en el siglo XIX? ¿Cuándo, dónde y cómo emergió? ¿Es una doctrina con una tradición propia, original y revolucionaria? ¿Cuáles son sus relaciones y diferencias con el liberalismo? ¿Cuáles son sus referentes conceptuales? En las últimas décadas se han multiplicado los esfuerzos, en América Latina, por responder estas preguntas (Velasco, 1998; Aguilar, 2002a; Barrón, 2002a; Rojas, 2009; Breña, 2013). Con notables excepciones (Thibaud, 2019), en general, estas problemáticas han sido retomadas de otras latitudes, en donde la emergencia de un lenguaje republicano ha venido a ocupar un lugar central en la reinterpretación de algunos hechos históricos y en la defensa de ciertos programas político-filosóficos (Bailyn, [1967] 2012; Wood, 1969; Pocock [1975] 2008; Skinner, [1978] 1993; Pettit, 1999; Viroli, 2019). Aquí, como en otros contextos, la supuesta presencia de un discurso republicano ha motivado un fuerte revisionismo historiográfico y filosófico sobre la manera de entender las independencias, los procesos de construcción de los estados nacionales y los principios políticos de la modernidad política (Palti, 2007; Fernández Sebastián, 2009; González Bernaldo de Quirós, 2015). Por supuesto, no se trata de un tema palmariamente novedoso, es evidente que la noción de república ha acompañado la reflexión y explicación de múltiples procesos que se remontan, por lo menos, a dos mil años de historia (Bock, et al., 1990; Villaverde, 2008). No obstante, la reciente incursión en la discusión de lo que se ha llamado el giro (o revival) republicano sí ha posibilitado la emergencia de nuevas interpretaciones, irrumpiendo, de paso, preguntas que no estaban en el centro de la cuestión (Entin, 2019). El giro republicano se ha convertido, sin duda, en uno de los grandes agitadores de la historia reciente del pensamiento político (Fontana, 1994; González, 2001; Ovejero et al., 2004; Rivero, 2005).
En este artículo de revisión pretendo reconstruir las propuestas y debates, teóricos e historiográficos, sobre el papel de la república y el republicanismo en los procesos de independencia y construcción de las naciones en Hispanoamérica.1 El principal problema que impulsa este balance es entender por qué la supuesta revolución historiográfica (asociada al giro republicano) sigue anegada de los mismos antiguos peligros (denunciados por el giro metodológico). Con este problema en mente, en esta revisión no pretendo presentar un pormenorizado estado de la cuestión (aún inexistente en el área), sino, en su lugar, indagar por las razones que permitan entender las insuficiencias del giro republicano hispanoamericano. Para ello, en primer lugar, reconstruiré la emergencia de este giro en nuestro contexto, en el marco más general de los recientes giros republicano y metodológico del mundo anglosajón. Dados los fluidos vasos comunicantes entre estos giros, después analizaré si el republicanismo hispanoamericano es un mero reflejo del revisionismo historiográfico estadunidense. La pertinencia de este problema descansa en el hecho de que, aunque las caras del republicanismo en Hispanoamérica se presentan como renovadas maneras de entender la historia política del subcontinente, un examen cuidadoso revela que el giro republicano que vino a sustituir al mito liberal está plagado de todo tipo de mitologías. Por ello, después de reconstruir los argumentos esgrimidos por los defensores del republicanismo, procedo a identificar los múltiples anacronismos, teleologismos, presentismos y demás desatinos de una historiografía lastrada por sus propias prácticas. Para finalizar, defenderé que la permanencia de estos despropósitos se explica, entre otras cosas, por la confusión entre giro republicano y giro metodológico.
La emergencia del giro republicano en Hispanoamérica
La aparente presencia de un supuesto "primer" momento republicano en la Hispanoamérica de las primeras décadas del siglo xix ha concentrado la atención de filósofos, historiadores y teóricos políticos de la región en los últimos años. Este "primer" republicanismo precedería -de ahí el adjetivo "primer", creado y repetido sin cesar por la historiografía reciente- a la supuesta ideología política por excelencia de la época: la concepción, digamos, "clásica" (o "romántica") del liberalismo (Rojas, 2009), aquella que, según se dice, se caracterizó idealmente por principios como el individualismo, las libertades, la división de poderes y la secularización (Breña, 2013). Con este liberalismo "clásico" o "segundo" liberalismo -el "primero" sería el gaditano (Breña, 2006a)-, se arguyó, se reafirmarían de manera definitiva las independencias y se extirparían contundentemente los resabios coloniales aún vigentes a mediados de siglo xix, pues, en un lugar común en el argumento historiográfico, a la independencia política de las décadas de 1810 y 1820 (motivadas por el "primer" republicanismo y liberalismo) debía sucederle, hacia 1850, la independencia económica, social y cultural refrendadas por las reformas del "segundo" liberalismo (Aguilar, 2001; Jaksic y Posada Carbó, 2011).
Las relaciones y diferencias entre ese "primer" republicanismo, el "primer" liberalismo (el gaditano) y el "segundo" liberalismo (el "clásico") hacen parte de la actual discusión; no obstante, mayoritariamente se suelen establecer puntos de contacto (incluso de equivalencia) entre los dos primeros, mientras se presuponen "diferencias entre el primer republicanismo hispanoamericano y los liberalismos y conservadurismos románticos que se articularán en la región a mediados del siglo xix" (Rojas, 2009, p. 13), aunque, también es cierto, el liberalismo "no surgió ex nihilo" (Breña, 2013, p. 206), por lo que sus raíces habrá que buscarlas en sus inmediatos antecedentes. Por ahora, solo como ejercicio aclaratorio para empezar a acotar lo que está en juego en el debate, basta adelantar que, habitualmente, la historiografía que hace emerger la tradición republicana remonta esta doctrina a la república romana y al humanismo cívico del Renacimiento (Bobbio y Viroli, 2002) e identifica su cimiento en la amplia participación ciudadana en el gobierno ya que esta es la "forma más elevada de la realización humana. Su ideal es el del ciudadano libre e independiente, no sometido a los poderosos ni servil con ellos y capaz de entregarse al bien común" (Manin, 2002, p. 13). Por su parte, los que rescatan el "primer" liberalismo español en las revoluciones de independencia resaltan el papel de las Cortes y el texto constitucional gaditano en el diseño y práctica de una serie de principios políticos "que podrían resumirse en dos conceptos básicos: soberanía nacional y constitucionalismo" (Breña, 2006b, p. 464), equívocamente asociados, se arguye, a la dupla 1776-1789 (Rodríguez, 2010) y no, como defiende la historiografía reciente, al bienio 1808-1810 (Guerra, 1992) y al texto constitucional de 1812 (Portillo, 2006; Garriga y Lorente, 2007). Sin duda, parte de lo que está en juego en la querella es, para expresarlo con el título de un libro muy influyente, los orígenes ideológicos (Bailyn, [1967] 2012) de las revoluciones modernas, orígenes que conectan irremediablemente las apuestas políticas del presente con los mitos fundacionales del pasado (Rabotnikof, 2009 y 2010).
Esta posible presencia de un "primer" momento republicano (y/o liberal gaditano) había sido insustancial hasta ahora por el lugar incuestionable que la historiografía tradicional había conferido al liberalismo "clásico" como motor ideológico de las independencias y del surgimiento de los estados nacionales, pues, tal como señala Luis Barrón (2002a), "el liberalismo apareció siempre en la historiografía como la ideología hegemónica durante el siglo xix latinoamericano" (p. 120). Por ejemplo, Daniel Cosío Villegas (1955) y Jesús Reyes Heroles (1974) interpretaron la historia del México independiente como la historia del liberalismo que formaría las características primordiales de la nación: la república, el régimen federal, la democracia y la soberanía. Asentando de paso, afirma Alfredo Ávila (2007), algunos de los prejuicios más socorridos de la historia patria, esto es, interpretando la historia de México como la de un pueblo nacionalista y liberal que, "gracias a algunos destacados prohombres, se fue imponiendo a los grupos oligárquicos, reaccionarios y extranjerizantes" (p. 113), grupos que representaban, en esta elegía criolla (Pérez Vejo, 2010), el atraso y la tradición asociados a la arcaica España.
De esta manera, la historia del liberalismo "clásico" y la historia de las naciones modernas se imbricaron desde sus orígenes, pues, según afirmó Reyes Heroles (1974), el liberalismo "nace con la nación y ésta surge con él. Hay así una coincidencia de origen que hace que el liberalismo se estructure, se forme, en el desenvolvimiento mismo de México" (p. XII). Pasó muchísimo tiempo para que fuera imaginable cuestionar la tesis según la cual los líderes americanos de las independencias encarnaban el espíritu moderno, nacional y liberal (derivado de 1776 y 1789) contra el pensamiento hispánico tradicional y conservador (encarnado en la Monarquía hispánica) (Guerra, 1992; Rodríguez, 2005; Palacios, 2007), a pesar, claro está, de la paralela inclinación a ver el liberalismo del subcontinente como una ideología extraña a sus costumbres (Aguilar, 2010) o a evaluarlo como un proyecto fracasado (Escalante, 1993). Hoy, afortunadamente, estos conceptos y procesos históricos son reconstruidos con menos prejuicios, en parte, gracias a la renovación de los giros republicano y metodológico (Fernández Sebastián y Palti, 2006; Oncina, 2013; Fernández Sebastián y Capellán de Miguel, 2013), convirtiéndose estos en una "revolución" en la historiografía (Palti, 2004/5) y en un "resurgimiento" en la teoría política (Velasco, 1999).
El giro republicano y metodológico anglosajón
La presencia de este "primer" republicanismo hispanoamericano le debe no poco al giro republicano anglosajón (Pani, 2009). Fue esta tradición la primera en reaccionar al relato que se había construido sobre el papel del liberalismo en los orígenes de la modernidad política americana (Shalholpe, 1972). La historia de los Estados Unidos había sido contada como la historia de un pueblo naturalmente liberal (Bell, 2016). Allí, la imbricación esencial entre Locke y América (Méndez, 1995) explicaría por qué no se desarrolló el feudalismo ni sería posible el socialismo (Hartz [1955] 1994). Esta "naturalización" del liberalismo, mito de origen del relato historiográfico estadunidense, empezó a problematizarse a partir de la década de 1960 (Appleby, 1992). Historiadores, filósofos y teóricos políticos, como Bernard Bailyn ([1967] 2012), Gordon Wood (1969), J. G. A. Pocock ([1975] 2008), Quentin Skinner ([1978] 1993), entre otros, replantearon la manera en que se había contado la historia del pensamiento político moderno (Villaverde, 2008). Al liberalismo "natural", origen ideológico de las revoluciones modernas, lo relevaría una tradición republicana que se remontaría a la antigüedad clásica (Cicerón) y que, pasando por el Renacimiento (Maquiavelo) y la Inglaterra del siglo XVII (Harrington), resultaría fundamental en las revoluciones americanas (Madison y Rocafuerte). A partir de la centralidad de conceptos como virtud, corrupción, libertad como no dominación y participación política, este giro hacia el republicanismo se constituiría en uno de los revisionismos historiográficos más importantes de las últimas décadas (Appleby, 1986; Rodgers, 1992). También, cabe agregar, en uno de los proyectos políticos alternativos ante la crisis política del mundo actual (Pettit, 1999; Viroli, 2019).
Suele asociarse el giro republicano con otro giro, el metodológico (Richter, 1995), dado que, en algunos casos, principalmente en lo que se conoce como la Escuela de Cambridge (Rabasa, 2011), las recientes tesis historiográficas estuvieron acompañadas de importantes reflexiones teóricas y metodológicas (Skinner [1969] 2000; Pocock, 2011). No obstante, es fundamental precisar que se trata de dos giros distintos que no están directamente implicados. Si bien es cierto que la crítica de los métodos pretéritos, asociados a la tradicional historia de las ideas (Lovejoy [1936] 1983), trajo consigo la valoración de los contextos de enunciación, la dimensión pragmática del lenguaje, la des-hipostatización de los conceptos, la visión problemática de lo político, etc. (Koselleck [1979] 1993; Palti, 1998; Rosanvallon, 2003; Chignola y Duso, 2009; Pocock, 2011), no todo el giro republicano se sustentó en estas nuevas vías, por lo que, en algunos casos, el relevo de tesis (del liberalismo al republicanismo) seguía adoleciendo de los antiguos problemas (Palti, 2002). Estos giros no solo no se implican, un mapa de los mismos develaría la pluralidad de propuestas y referentes, por lo que en realidad deberíamos hablar de una pléyade diversa de giros (Linares, 2021). A pesar de todo ello, tampoco es descabellado evaluar las tesis de la renovación historiográfica (giro republicano) a partir de los postulados de la revolución teórica (giro metodológico), principalmente porque muchos de los problemas planteados, como la disputa entre republicanismo y liberalismo, son abordados pensando más en las expectativas políticas del presente y menos en las experiencias del pasado. El giro metodológico, sostengo, vendría a beneficiar un área de estudios a veces tan confiada en el uso de su terminología que suele no advertir, en sus propias tesis, todo tipo de presentismos, anacronismos y teleologismos.
De manera sucinta, el giro metodológico se podría sintetizar con la famosa sentencia de Skinner ([1969] 2000): para que la historia del pensamiento político sea historia, y no mitología (de la doctrina, de la coherencia, de la prolepsis), debe evitar hacerles trampa a los muertos, esto es, debe evitar tergiversar, encorsetando en un lecho de Procusto (Fernández Sebastián, 2009b), los proyectos de quienes ya no están con nosotros. Pocock ([1985] 2018) lo expresa de la siguiente manera:
gran parte de nuestra práctica como historiadores consiste en aprender a leer y reconocer los diversos lenguajes del discurso político tal y como estaban disponibles en la cultura y en la época que estamos estudiando para identificarlos tal y como aparecen en la textura lingüística de cualquier texto y saber lo que normalmente habría permitido al autor del texto postular o "decir". (p. 11)
Una de las preguntas que guía la revisión de este artículo es, justamente, si las tesis del giro republicano fueron sensibles a las especificidades de esos mundos desvanecidos (Fernández Sebastián, 2015a) o si, por el contrario, dieron "lugar a artificiosas secuencias doctrinales, engañosas familiaridades, anacronismos, prolepsis y otras muchas distorsiones del sentido originario de los textos del pasado" (Fernández Sebastián, 2002, p. 27).
Episodios de republicanismo en Hispanoamérica
En la primera década del siglo xxi, parte del revisionismo de la historia estadunidense hizo eco tardío en Hispanoamérica, en donde, de manera similar, se inquirió si los principios del republicanismo "clásico" habían fungido también como soportes de acceso a su modernidad política. En esta dirección, José Antonio Aguilar y Rafael Rojas (2002) invitaron a reflexionar, en el Coloquio Para pensar el republicanismo hispanoamericano, si el nuevo paradigma historiográfico era relevante solo para los Estados Unidos o si podría serlo también para la América alguna vez española. Sin duda existe una coincidencia que no puede pasar desapercibida (pero que a la vez podría estar siendo llevada demasiado lejos): tal como sucedió en los Estados Unidos de mediados del siglo XX, en Hispanoamérica también fue dominante una historiografía para la cual el liberalismo tuvo el papel protagónico en la explicación del nacimiento de las naciones independientes, entonces, si allí se cuestionaron los orígenes teóricos e históricos de su liberalismo a partir de la revisión que supuso la irrupción de la tradición republicana, valdría la pena preguntarse, siguiendo el símil, si aquí también existió una tradición asociada a la república que permitiera controvertir el liberalismo de la región y proponer un giro hacia el republicanismo.
La respuesta a esta pregunta no se hizo esperar. Sin que necesariamente sus tesis sean coincidentes, algunos de los ponentes del citado Coloquio concluyeron que en Hispanoamérica "también hubo episodios de republicanismo clásico" (Aguilar y Rojas, 2002, p. 8) que valdría la pena recuperar ya que al "acometer la tarea de construir un nuevo orden político, los hispanoamericanos tuvieron a su disposición un repertorio muy diverso de herramientas ideológicas e institucionales" (p. 8), cuya caja no podría contener solo el utillaje del liberalismo. De esta manera, este "cambio de paradigma" (p. 7) abría paso a un problema cardinal para nuestra historia: el del origen ideológico de la modernidad política hispanoamericana (Chust, 2006; Aguilar, 2012; Sánchez y Velasco, 2012).
Una necesaria acotación historiográfica
Aunque el libro colectivo en el que se recoge el Coloquio (Aguilar y Rojas, 2002) tiene un papel central en este debate, razón por la cual será el eje de esta revisión, vale la pena, antes de continuar, poner en su justo lugar algunas de sus apreciaciones iniciales con el fin de erigir un panorama mucho más completo del trasfondo en el que irrumpen en nuestro contexto las tesis republicanas. En primer lugar, el cuestionamiento (o la matización) del liberalismo como mito de origen de los estados nacionales hispanoamericanos no se debió exclusivamente al influjo de las tesis republicanas del mundo anglófono, ni es exclusivamente un fenómeno reciente, ni está relacionado necesariamente con el Coloquio en mención (Halperin Donghi [1961] 2010; Stoetzer, 1966; Guerra, 1992; Hale, 2010). En segundo lugar, el libro de Aguilar y Rojas (2002) tampoco es el primer esfuerzo por plantear la presencia de algún tipo de republicanismo en la región (Morse, 1954; Sánchez Vázquez, 1969; Brading [1984] 2011; Hernández, 1993; Myers, 1995; Botana, 1997; McEvoy, 1997). Finalmente, muchos factores han resultado fundamentales en este proceso de revisión historiográfica, por ejemplo, la profesionalización de la historia, la investigación documental, la emergencia de nuevas temáticas de investigación, la interdisciplinariedad, y la reflexión teórica y metodológica (Fernández Sebastián, 2002; Palti, 2010).
Gracias a todos estos elementos, en las últimas décadas se ha controvertido el dominio de las tesis de la historia patria (Palacios, 2009), y se han diluido las ásperas fronteras establecidas entre liberales y conservadores (Rivera, 2016), lo que ha permitido la emergencia de diferentes tonalidades de liberalismo (Fernández Sebastián, 2012a) y ha dado cabida a explicaciones alternativas a los lugares comunes (Gargarella, 2008). Lamentablemente, algunos de los artículos de El republicanismo en Hispanoamérica no reconocen suficientemente estos antecedentes, convirtiéndose este en uno de los primeros puntos débiles de su empeño. Ni el relato liberal ha sido completamente hegemónico en Hispanoamérica, ni es cierto que nadie se haya percatado de la existencia de otras "herramientas ideológicas e institucionales" (Aguilar y Rojas, 2002, p. 8). Me interesa que esta acotación ilumine algunos de los precedentes del supuesto "primer esfuerzo por repensar la historia de los Estados hispanoamericanos a la luz de la experiencia republicana atlántica" (Aguilar y Rojas, 2002, p. 8) pues considero que Aguilar y Rojas ostentan posibles méritos que no les corresponden completamente.
En realidad, independientemente de la renovación historiográfica anglosajona o de la pretérita "naturalización" del liberalismo, la noción de república es fundamental para comprender el temprano siglo xix hispanoamericano (Sábato, 2010; Thibaud, 2019). Tras las independencias, a excepción de contados proyectos monárquicos, casi toda Hispanoamérica intentó establecer gobiernos republicanos, lo que convirtió a la república en el caballo de batalla de la revolución (Lomné, 2009; Ávila, 2011). Esta noción, que en el guion de los patriotas se oponía a la oprobiosa monarquía española de los trescientos años de esclavitud (Ávila y Guedea, 2010; Linares, 2010), estuvo presente en la mayoría de planes y debates. Sin duda, arguye Guerra (2006), si por "republicanismo entendemos el rechazo del absolutismo, la soberanía de la nación o del pueblo y el autogobierno de la comunidad política estos rasgos son comunes a todo el mundo hispánico" (p. 36). Así que, considero, lo que está en discusión no es la centralidad del concepto "república", el problema, más bien, está en cómo entender dicha noción pues,
más que una evidencia y una clave para la comprensión de aquel periodo, el republicanismo refiere a un problema y a un enigma a dilucidar en la exploración histórica [...] ¿Por qué, luego de tres siglos de monarquía, Hispanoamérica se volvió republicana en menos de dos décadas de revolución y ante un escenario europeo de restauración monárquica? (Entin, 2019, p. 143)
Las caras de la república en Hispanoamérica
A pesar de que la mayoría de las recientes tesis sobre el republicanismo en Hispanoamérica retomen los postulados de la renovación historiográfica anglosajona, ello no significa que sus contenidos sean idénticos o se trate de teorías unívocas. De hecho, en lugar de hablar, en singular, del republicanismo en Hispanoamérica, podría ser más útil partir de un momento de las repúblicas, en plural, esto es, de un tiempo histórico (primera mitad del siglo XIX) caracterizado por la centralidad y versatilidad de dicho concepto, así como por su capacidad para engranar distintos proyectos políticos (liberales, radicales, incluso monárquicos), tarea para la cual fue substancial la polisemia de dicho concepto (Koselleck, [1972] 2009; Pocock, 2011). En realidad, la concepción de un momento de las repúblicas vendría a iluminar aquel tiempo particular de la historia hispanoamericana en el que, a partir del impulso por establecer gobiernos autónomos e independientes, en el contexto de la vacancia regia, la noción de república se tornó especialmente compleja y fundamental, y se cargó de contenidos diversos y polémicos (Koselleck, 2012) que abarrotarían el debate político de la región (Thibaud, 2019). A continuación, identificaré las tesis sobre la república esgrimidas (la mayoría de ellas) a la luz del Coloquio mentado para, posteriormente, analizar su consistencia conceptual y metodológica.
Republicanismo epidérmico y denso
En "Dos conceptos de república", su contribución al Coloquio antes aludido, Aguilar (2002a) argumenta que, aunque la historia de la república en Hispanoamérica haga parte de la historia Occidental, no obstante, "el lugar preciso que ocupa no es del todo claro" (p. 58). ¿El republicanismo hispanoamericano y estadunidense brotaron de la misma cepa? ¿Es Maquiavelo, en los dos casos, su vehículo conductor? ¿Se trata de una doctrina original y revolucionaria, allá y acá? Para Aguilar, la respuesta a estas preguntas es negativa: en Hispanoamérica, la república no tiene el peso conceptual que la llevó, en la historia de los Estados Unidos, a disputar el lugar protagónico que había ocupado el liberalismo, a lo sumo sería una copia parcial de las transformaciones de 1776 y 1789. Y si en Estados Unidos Maquiavelo desplazó a Locke, el filósofo florentino "no parece haber encontrado intérpretes republicanos en el mundo hispánico" (p. 62), todo lo contrario, la reacción en su contra fue aquí más que intensa. Por tanto, advierte Aguilar, la concepción sustantiva o densa de la república, la que dominó (en el nuevo relato historiográfico) el pensamiento político de las Trece Colonias durante el siglo xviii, pareció estar ausente en la América española (pp. 69-70).
Para Aguilar (2002a), en Hispanoamérica se puede encontrar, mayoritariamente, una concepción "epidérmica" de la república que no remite a argumentos clásicos y que se asume como una "simple antinomia con las formas monárquicas" (p. 58). Esta situación se explicaría por "el ambiente político de la época" (p. 72): la identificación de la república con la independencia (y la libertad) y de la monarquía con la dependencia (y la dominación). Si lo que se buscaba principalmente era la ruptura con España (y con todo lo que ella representaba), la nueva forma de gobierno tenía que ser antimonárquica, esto es, republicana. Pero, ¿qué caracterizaba a esta "república epidérmica"? ¿Qué significaba en ese momento repeler el gobierno monárquico? De acuerdo con Aguilar, aunque la república en Hispanoamérica no bebía de la tradición clásica, sí estaba enlazada con el sistema representativo de gobierno ya que la noción moderna de la república liberal burguesa ya existía: "gobiernos electivos, separación de poderes, constituciones escritas, derechos individuales e igualdad jurídica" (p. 72). La "república epidérmica" terminaría siendo, aunque no lo reconozca explícitamente el teórico político mexicano, una "república liberal", de tal forma que la oposición sería, en realidad, entre "republicanismo clásico" y "republicanismo liberal" (dejando, de paso, de tener un contenido "epidérmico"). Este "nuevo republicanismo", tras emprender una revisión de los principios de la tradición republicana clásica, habría reconstituido, en Estados Unidos y Francia, la experiencia política del mundo antiguo, determinando de paso qué valía la pena conservar de ella y qué no. De esta manera, ultima Aguilar, luego de 1776 y 1789, tras haber quedado superado el dilema entre la vieja y la nueva república, Hispanoamérica no tuvo que enfrentar esta disyuntiva, las nuevas repúblicas nacerían en un "mundo liberal" (p. 73) y hacía 1810 la "república clásica se había marchado para siempre" (p. 66). No obstante, advierte, no pueden desconocerse algunos episodios aislados de republicanismo "denso", como los protagonizados por Simón Bolívar y Lorenzo de Vidaurre.
Republicanismo prístino
Si Aguilar no profundiza lo suficiente en la concepción "densa" de la república porque considera que el republicanismo "clásico" hace parte de un pasado remoto, Luis Barrón (2002a), por el contrario, resalta la enérgica presencia de esa concepción "sustantiva" de la república en Hispanoamérica trocando el argumento de Aguilar: las naciones hispanoamericanas no habrían nacido en un mundo liberal, como afirma el politólogo mexicano, sino republicano, y "de la corriente republicana que dominó la primera parte del siglo XIX en América Latina surgió el liberalismo, de forma muy semejante a la transición que se dio en América del Norte y Europa" (p. 134). Para Barrón (2002b), el "nuevo republicanismo" de Aguilar estaría afianzando el mito fundacional del nacimiento liberal del subcontinente. La hegemonía del liberalismo habría condenado al siglo xix hispanoamericano a la monocromía y naturalización, de allí la necesidad de desmantelar este mito, repetido incansablemente en el caso de México desde que Juárez derrotara a Maximiliano, para apreciar, dando un paso atrás, "la complejidad histórica del México decimonónico" (p. 252).
No se trata, aclara Barrón (2002a), de seguir acríticamente los pasos de la renovación historiográfica anglosajona, su propósito, prosigue, "no es cambiar un mito por otro" (p. 125), lo que busca es tomar la dirección que considera correcta para avivar un debate gélido durante décadas. Pero, ¿cómo abatir este mito y desvelar el pensamiento republicano que oculta? La crítica al mito del origen liberal es emprendida por Barrón con la ayuda de los trabajos de François Furet y Luis Castro Leiva: siguiendo al primero le es posible cuestionar la revolución como un momento fundacional para argüir la artificialidad del mito nacional construido en torno al liberalismo; de la mano del segundo puede argumentar la necesidad de "definir más claramente" (p. 124) las nociones políticas centrales en este debate.
Y es que, la muy común indeterminación o vaguedad semántica de los conceptos en juego es la que explica, para Barrón, que en ocasiones se confunda liberalismo y republicanismo. Partir de definiciones precisas de los conceptos de la historia política decimonónica, arguye, permitirá allanar el camino hacia la resolución de problemas hasta ahora insolubles como, por ejemplo, si es posible calificar a José María Luis Mora de liberal a pesar de este haber aceptado las instituciones monárquicas. ¿Cómo definir, entonces, el republicanismo? Barrón (2002a) defenderá que el republicanismo se caracterizaría por apelar a una amplia variedad de elementos: libertad como no dominación, gobierno de la ley, bien común sobre el individual, virtud cívica contra la corrupción, ciudadanía activa, etc., todos relacionados con la Antigüedad clásica (y retomados de las tesis neo-republicanas del "giro republicano", específicamente de Philip Pettit). Una vez se ha avanzado en esta elucidación, continúa Barrón (2002a), queda despejado el campo para entender el papel catalizador de la república en esta acepción "densa", "puesto que únicamente cuando se define con claridad lo que era el republicanismo surge una idea clara de lo que era el liberalismo" (p. 134). A partir de este acotamiento conceptual, concluye, tiene mucho más sentido tratar de comprender el pensamiento de Bolívar, Mora y Alamán, ya no dentro de la dicotomía liberal-conservador, sino como ejemplos incontestables de que "su pensamiento definitivamente sería republicano" (p. 129).
Este tipo de republicanismo, que he llamado "prístino" porque, supuestamente, precede y en cierto sentido da vida a las otras ideologías políticas decimonónicas, presenta una ligera variante en las tesis de Rafael Rojas. A diferencia de Barrón, a este historiador cubano no le interesa definir, a partir de contenidos ideológicos o conceptos precisos, en qué consistió este primer republicanismo, su principal objetivo tampoco está centrado en rescatar las tesis del "giro republicano" anglosajón y mucho menos está limitado a desvirtuar el mito del origen liberal de las naciones hispanoamericanas, aún así, comparte con Barrón la idea de que existió un pensamiento republicano en las primeras décadas del siglo XIX que antecedió y alimentó al liberalismo y conservadurismo posteriores.
Inicialmente, en el Coloquio referido, usando la distinción trazada por Aguilar (y anteriormente por Brading), Rojas (2002) afirmará que en el republicanismo mexicano de principios del siglo XIX no sobresalieron los conceptos que caracterizarían la concepción "densa" de la república estadunidense, allí, atiza, a lo sumo, la república se opuso a la monarquía (p. 415). No obstante, al examinar ulteriormente el tema desde una perspectiva geográfica más amplia (que incluyó a toda Hispanoamérica) y contrariando sus conclusiones iniciales, Rojas (2009) encontró que la república no se restringió a una mera concepción "epidérmica". Usando una estrategia distinta a la de Barrón, Rojas (2009) decidió acotar temporalmente la presencia del primer republicanismo en Hispanoamérica: la generación republicana, sentencia, fue aquella "que encabezó la guerra de independencia contra España, que defendió la autonomía de los reinos de Ultramar en las Cortes de Cádiz y que intervino en la edificación constitucional y política de los nuevos Estados" (p. 9). De esta delimitación, en principio, se seguiría parte del contenido del republicanismo de dicha generación: la independencia como bandera y la construcción de los nuevos estados como tarea.
Desatendiendo cualquier supuesta continuidad entre los conceptos de la tradición republicana "clásica" y los ideales de esta generación, el propósito de Rojas se limita a registrar las ideas, lecturas, escrituras, redes afectivas, entusiasmos y desalientos de hombres como Simón Bolívar, Lorenzo de Vidaurre o Vicente Rocafuerte. De allí que erija una cara del republicanismo distinta a la de Barrón. No obstante, sus conclusiones son muy similares: "tanto en sus dilemas intelectuales y constitucionales, como en sus escrituras y sus políticas, los primeros republicanos fueron referentes de los liberales y los conservadores románticos" (p. 14). Lo anterior no implica, agregará Rojas (2014) años después, una simple continuidad o identidad entre el republicanismo primigenio y sus frutos.
Humanismo republicano
¿Todas las tesis del republicanismo en Hispanoamérica se derivan del giro republicano anglosajón? El filósofo mexicano Ambrosio Velasco ha venido desarrollando una línea argumentativa alterna a la del Coloquio citado. A diferencia de Aguilar, Barrón y Rojas, Velasco no considera que el republicanismo hispanoamericano esté emparentado con la tradición clásica que se hace remontar a Maquiavelo y a Harrington. Tampoco catapulta 1776 o 1789 al lugar de irrefutables referentes históricos y conceptuales catalizadores de los movimientos revolucionarios de la región. Estos antecedentes, que como he mostrado han sido los más socorridos, son desestimados por Velasco, para, en su lugar, hacer hincapié en una tradición diferente, paralela a la italiana y previa a la inglesa, francesa y estadounidense: el humanismo republicano iberoamericano.
En Hispanoamérica la discusión no gravitó, afirma Velasco (2009), alrededor de la oposición Maquiavelo-Locke; el mito del origen liberal, que ocupa un lugar central en el debate, se difumina con la emergencia, no del humanismo renacentista, como pretende Barrón, sino del sincrónico humanismo iberoamericano. Para caracterizar al humanismo republicano iberoamericano, y diferenciarlo de la tradición que tomó vuelo en el mundo anglosajón tras Bailyn, Velasco reconstruye una línea de tiempo alterna: su origen estaría en la escuela de Salamanca; luego, entre los siglos XVI y XVII, precisaría sus tesis con el pensamiento de Bartolomé de Las Casas, Alonso de la Veracruz y la obra de humanistas criollos como Francisco Javier Clavijero, Francisco Javier Alegre y Melchor de Talamantes; para, posteriormente, detonar en los planes insurgentes de Miguel Hidalgo y José María Morelos en 1810, y de Pancho Villa y Emiliano Zapata en 1910; hoy esta tradición se encarnaría en los principios del movimiento neo-zapatista. Según Velasco (2006a), "estas ideas republicanas sobre el origen y ejercicio de la soberanía se adelantan y son más radicales que las propuestas de otros autores considerados paladines del pensamiento republicano moderno, como el caso de Locke, Rousseau o Kant" (p. 38). De allí la necesidad de salir del parroquialismo ampliando el horizonte reflexivo de las fuentes, autores y temas para que los filósofos hispanoamericanos sean "interlocutores centrales en el nuevo diálogo republicano" (p. 26).
Esta continuidad del humanismo republicano se hace evidente, según Velasco (2012), en la persistencia de ciertas nociones políticas rastreables a lo largo de cinco siglos. Dichas nociones formarían el núcleo duro de la tradición que, por encima del liberalismo y el republicanismo (denso o superficial), alimentaría el proyecto político hispanoamericanista, pues:
si comparamos los argumentos de Talamantes en 1808 con los de Morelos, Bustamante, Teresa de Mier o Hidalgo en plena lucha de independencia, podemos apreciar que se basan en los mismos principios republicanos desarrollados originalmente por los salmantinos de España y América desde el siglo XVI: todos ellos asumen la soberanía popular y el derecho de autodeterminación de las naciones. (p. 35)
A partir de la permanencia de estas nociones en el discurso político, Velasco (2006b) infiere la dirección que se ha venido fijando el proyecto republicano: "la crítica a las pretensiones de legitimidad del dominio español sobre los pueblos y tierras de los indios del Nuevo Mundo, así como la defensa de sus derechos individuales y colectivos, especialmente los relativos a libertad y autonomía" (p. 25). De esta manera, concluye, la construcción de una Hispanoamérica independiente, pluralista, multi cultural y republicana, ha sido la principal utopía de la región desde el siglo XVI hasta nuestros días.
Republicanismo liberal
Por último, voy a referir una tesis que se opone a los anteriores intentos historiográficos y filosóficos por instaurar un primer republicanismo en Hispanoamérica. Ante el reciente impulso por defender la existencia en la región de un republicanismo previo y diferente del liberalismo, Roberto Breña (2011) asevera que, por lo menos para el primer cuarto del siglo XIX, esta es la empresa de Sísifo y, por tanto, está destinada al fracaso. En lugar de una visceral oposición, Breña (2013) encuentra una "compatibilidad profunda" (p. 202) en términos históricos, institucionales y constitucionales entre liberalismo y republicanismo. Si han primado las tesis que insisten en la contraposición, ello se debe, afirma Breña, a la exageración de algunos aspectos del discurso republicano, por ejemplo, a la inclinación historiográfica por ver al republicanismo como una doctrina sólida, homogénea y con una gran difusión social; estos aspectos, sostiene el politólogo mexicano, son cuestionables a la luz de las fuentes históricas.
En contraposición con las tendencias antitéticas que oponen republicanismo a liberalismo, es posible mostrar, afirma Breña (2013) que estas ideologías "comparten varios principios doctrinales y políticos" (p. 202) tales como la soberanía popular, la igualdad política, las libertades individuales y la división de poderes. Al examinar estas nociones en los discursos de la época no sería posible encasillarlas en una sola de estas doctrinas, en realidad son reivindicadas por los patrocinadores de una u otra ideología. Solo dos categorías presentes en las fuentes históricas y relacionadas con el pensamiento republicano "clásico" podrían resultar incompatibles con el liberalismo: el "patriotismo" y la "virtud cívica"; pero, arguye Breña (2013), a menos que se quiera replicar que el republicanismo consiste en estos dos conceptos, lo cual reduciría mucho de su consistencia conceptual e histórica, no es posible establecer una diferencia sustantiva entre republicanismo y liberalismo; más allá de las posibles diferencias, sus "afinidades institucionales y constitucionales pesan mucho más" (p. 203). En conclusión, de ser correcta esta compatibilidad profunda, podría afirmarse que el liberalismo fue republicano y el republicanismo liberal y por lo mismo "no puede sorprender el hecho de que casi todos los próceres a quienes a menudo se identifica como "republicanos" por excelencia, sean igualmente liberales" (p. 211).
Giro republicano ¿y metodológico?
Para finalizar, analizo, desde un punto de vista conceptual, la argumentación sobre la que se edifican dichas caras del giro republicano hispanoamericano teniendo principalmente en cuenta la trama del giro metodológico. Palti (2002) ya lo había puesto en evidencia en el Coloquio mentado, lo que acá hago es dotar de argumentos y ejemplos su temprana denuncia: parte del problema de la popularidad del giro republicano fue "haber oscurecido aquella otra renovación más fundamental que produjo en la disciplina la 'Escuela de Cambridge'" (p. 169). La obsesión historiográfica por desarrollar la oposición política entre liberalismo y republicanismo, desplegando la campaña para hacerse con el podio de los orígenes ideológicos de la modernidad política, ha empobrecido la discusión, que se ha limitado a permutar un mito de origen por otro. Para que ello no suceda, habría que tomarse en serio las advertencias del giro metodológico (Dosse, 2006) y dejar de pensar estos problemas desde los contenidos ideológicos de las doctrinas para asumir una concepción temporal, pragmática y problemática de los conceptos políticos (Linares, 2021), esto es, habría que reconducir el debate sobre el giro republicano hispanoamericano hacia otros senderos (Palti, 2014).
Es muy probable que, en la Hispanoamérica de principios del siglo XIX, un territorio vasto y con historias y proyectos no siempre coincidentes, hubiesen tenido lugar, de manera simultánea, alegatos como los descritos por los autores en mención. Para decirlo nuevamente con la metafórica empleada en el Coloquio, los hispanoamericanos contaron con una caja de herramientas profusa de pertrechos en la construcción del nuevo orden político. Tan pródigos fueron sus instrumentos que en algunos casos la defensa de algunos proyectos podía pasar por la instrucción en principios como la virtud cívica (rescatada de la antigüedad clásica), o, en otra vía, por la salvaguarda de las libertades individuales (difundida por el liberalismo de la época). Y la explicación de este hecho no radica en la ausencia de coherencia o profundidad de los pensadores hispanoamericanos. En realidad, sus argumentaciones no deben ser leídas desde la fidelidad a ciertas doctrinas políticas (Pocock, 2018), no se trataba de filósofos políticos en campaña ideológica (Bailyn, [1967] 2012), sencillamente, eran personas que necesitaban entender, fundamentar y resolver asuntos concretos, prácticos y, por ello, resultaba útil tener una caja de herramientas con instrumentos multifuncionales. En palabras de Carolina Guerrero (2005), el dilema de las nuevas republicas fue,
cómo crear una asociación política que ha de ser heredera de una tradición republicana compleja (en la cual coexisten y compiten principios políticos conformados por el republicanismo clásico, reconfigurados por el humanismo cívico y actualizados por el neorrepublicanismo o el pensamiento republicano del siglo xviii) y a su vez portadora de los principios liberales modernos. (p. 13)
Para terminar, quiero develar cómo las distintas caras del republicanismo hispanoamericano, a pesar de inscribirse, así sea indirectamente, en un movimiento mucho más amplio en el que predominan los giros republicano y metodológico, persisten en estancarse en los pretéritos problemas de la historia de las ideas políticas, descollando, en muchas de sus tesis, los anacronismos y teleologismos que esperaríamos ver superados. No me detendré, para alcanzar este objetivo, en un análisis pormenorizado de todas las tesis expuestas, bastará con tomar algunos ejemplos que considero reveladores de la problemática señalada.
El liberalismo de frasco
¿Existe una receta esencial de la "liberalismidad" (Silva-Herzog, 2012)? Al afirmar Aguilar que Hispanoamérica nació en un mundo liberal, le está dando coherencia ideológica a un conglomerado de diversas ideas políticas que aún no la tenían (y que tal vez no la tengan todavía). Puede ser cierto que hoy sea posible identificar algunos posibles rasgos generales del liberalismo (como doctrina), en esa dirección se destacan varios intentos (Gray, 1994; Holmes, 1999), pero presuponer la existencia de una coherente doctrina liberal como guía expedita para la instauración de las nuevas republicas no deja de ser equívoco. Dicha coherencia parece tener lugar más en un ejercicio historiográfico ex post que en una descripción ajustada al lenguaje de los actores del pasado. Por ejemplo, si seguimos los resultados de Iberconceptos, cuya investigación pretendió reconstruir los usos del concepto liberalismo durante el periodo 1750-1850, podemos afirmar que
los distintos rangos semánticos de este concepto plural, como las diversas flores o frutos que penden de un racimo, no brotaron a la vez, sino que fueron conformándose e incorporándose al conjunto en diferentes momentos. Además, tales procesos histórico-semánticos no se produjeron en todas partes a la vez ni de la misma manera, ni tampoco todos los racimos son iguales. (Fernández Sebastián, 2009b, pp. 696-697)
De hecho, agrega el director de este diccionario, liberalismo no constituye, en modo alguno, para finales del siglo XVIII y principios del XIX, "un concepto fundamental, y no llegará a serlo hasta bien entrado el siglo XIX. Resulta, por lo tanto, un error historiográfico hablar del "liberalismo" como un actor político social, y ni siquiera como una identidad ideológica definida" (2009b, pp. 699-700). Así, si nos ajustamos a las conclusiones de este monumental proyecto, la reivindicación de un mundo liberal (coherente, terminado y cerrado) a la base de los procesos de independencia es un error histórico y conceptual que padece de un revelador anacronismo. No es arriesgado afirmar que Aguilar le está dando coherencia a unas ideas dispersas en el espacio y el tiempo y que lo hace, en parte, a través de la lectura de teóricos contemporáneos que sí han construido una teoría republicana y liberal. Aunque Aguilar (2002a) es consciente de que "la nítida dicotomía liberalismo-republicanismo era ajena a los actores del siglo xviii, que alegremente echaron mano de ideas provenientes de ambas tradiciones" (p. 71), sigue pensando estas tradiciones, desde sus contenidos ideológicos, como doctrinas cerradas y coherentes, lo que lo lleva a algunas de sus confusas conclusiones.
Troque de mitos
Problemas similares se encuentran en los planteamientos de Luis Barrón. Para Barrón (2002b), Hispanoamérica fue republicana, en el sentido denso, en la primera mitad del siglo XIX, y de este republicanismo surgió el liberalismo. Las independencias, en su argumento, no fueron el momento fundacional del liberalismo, sino que "aun cuando el supuesto rompimiento con el pasado fue parte del discurso revolucionario, la parte de este último que se volvió dominante durante la primera mitad del siglo fue el republicanismo" (pp. 247-248). Así, la retórica del rompimiento con el pasado fue republicana (algo paradójico si la república fue una invención clásica), no liberal, como hasta ahora se había sostenido. No obstante, aunque su impulso por cuestionar los prejuicios de la historiografía liberal tradicional sea loable, los planteamientos de Barrón están minados de contrariedades, todas ellas fácilmente evitables si hubiese tenido presentes las reflexiones del giro metodológico. La instauración del republicanismo como origen de los estados-nación hispanoamericanos, sin más argumentos que la reivindicación de la república como forma de gobierno a lo largo y ancho del continente, desconoce los diferentes usos de este concepto en este contexto, asumiendo un solo tipo (ideal) de republicanismo, el que él mismo reconstruye.
Pero no es posible desencumbrar un mito instaurando otro. La naturalización del liberalismo debería ser cuestionada exponiendo todos los absurdos conceptuales que una postura así entraña, no obstante, Barrón no avanza muy lejos en este camino. De hecho, usa la misma estrategia de antaño, predefinir una noción (construir una doctrina), en este caso la de república, para defender sin más que está presente en los actores históricos por el simple hecho que ellos usaban permanentemente esa palabra. Solo desconociendo todos estos problemas, Barrón (2002a) puede concluir que Estados Unidos y América Latina pasaron por una etapa republicana de la que posteriormente surgió el liberalismo y luego también otras "corrientes de pensamiento democrático más radicales" (p.135). Lamentablemente, las constantes mitologías en las que cae este autor hacen que sus tesis se confundan con simples planteamientos ideológicos, con nulo peso histórico y débil rigor conceptual. Por todo ello, no es osado advertir que Barrón pasa del "mito liberal" al "mito republicano", así él insista abiertamente que esa no es su intención. Y un cambio de mito, reiterando las mismas torpezas que se procuran superar, no debería ser catalogado como una renovación, no en el sentido aquí aludido.
Y es que, vale la pena insistir en ello, el que Barrón vea al republicanismo como una doctrina homogénea, coherente y terminada a principios del siglo XIX (difundida a lo largo y ancho del subcontinente) se explica por su manera de caracterizarlo. En lugar de ir directamente a los usos del concepto república en el contexto estudiado, Barrón se concentra en las caracterizaciones contemporáneas del republicanismo (principalmente las de Pettit, Viroli y Skinner) para tomar algunos de sus elementos y transferirlos (sin ningún filtro) al siglo XIX hispanoamericano. En un ejercicio más prescriptivo que histórico, Barrón hace de la concepción de la libertad como no dominación (opuesta a la libertad como no interferencia del liberalismo), que Philip Pettit ha abrigado como definitoria del republicanismo, la característica principal del republicanismo hispanoamericano decimonónico. Acá, el anacronismo en el argumento es craso: el republicanismo del siglo XIX hispanoamericano será entendido a la luz de la comprensión de un autor contemporáneo que se limita al debate anglosajón. Lo más paradójico es que Barrón (2002a) lo admite sin miramientos al afirmar de manera categórica: "aquí utilizó a Pettit solo como ejemplo de quienes han definido lo que fue el republicanismo como corriente de pensamiento para establecer si tuvo impacto o no en las ideas políticas de las élites hispanoamericanas" (p. 127). ¿Cómo pudieron las ideas de Pettit tener impacto en las élites decimonónicas hispanoamericanas? Aquí la trampa a los muertos es impresentable y más todavía si se está haciendo de manera deliberada.
Los ficheros y el catálogo
Por si esto fuera poco, en la discusión hay un constante afán por buscar las filiaciones ideológicas de los autores y por establecer genealogías intelectuales a partir de un análisis descontextualizado de los mismos: no tienen en cuenta, por ejemplo, las circunstancias en que los textos fueron escritos, sus motivaciones ni los efectos que buscaban producir. Esto se hace evidente, en el caso de Aguilar, cuando a partir de algunas citas sacadas de contexto pretende fijar la filiación de Vidaurre al pensamiento republicano. Lo mismo sucede con Barrón cuando, a partir de algunos pocos textos constitucionales, sella el republicanismo de Alamán y Bolívar, o, cuando a partir de citas de Pettit, Pincus y Brading, colige que Mora es definitivamente republicano. Esta tendencia es generalizada en parte de la historiografía hispanoamericana: Rojas, sin más argumentos que la cronología, etiqueta a un número diverso de pensadores políticos como la primera generación republicana de Hispanoamérica, Yamandú Acosta (2000) tilda a muchos de estos mismos pensadores como pertenecientes a la "ideología constituyente liberal" (pp. 343-344), Roberto Breña los inscribe en una especie de liberalismo republicano, mientras Ambrosio Velasco los encasilla como humanistas iberoamericanos. En todos estos casos, se desestiman los contextos de los autores y sus textos, y se privilegia una operación que consiste en desagregar, clasificar y filiar sus ideas. Esta práctica fue bautizada por Palti (1999) como el síndrome del fichero, esto es, la inclinación a separar y catalogar el pensamiento político en cajas estancas de ideas supuestamente afines, tal como pasaba con los antiguos ficheros de las bibliotecas (Linares, 2021).
La reificación de las ideas
Para terminar, el humanismo iberoamericano de Velasco no es la excepción a estos problemas. A pesar de haber sido un difusor del giro metodológico (Velasco, 1999), su abordaje se acerca mucho al de la tradicional historia de las ideas. Sin importar las transformaciones económicas, sociales y culturales, desatendiendo las mutaciones políticas, sin contemplar las lógicas en que se construye el discurso político, para este filósofo hay una remota tradición política que se remonta, en México, por lo menos a quinientos años de historia. Y se trata de la misma doctrina porque, desde la Conquista hasta el neozapatismo, supuestamente defiende la libertad y la autonomía de los pueblos, como si estos términos hubiesen quedado congelados en la historia de Hispanoamérica. En realidad, el análisis pormenorizado de cada uno de estos conceptos revela las constantes mutaciones semánticas que han sufrido, en contraste con un programa de reificación de las ideas o de hipostatización de los conceptos. Aquí, de nuevo, la ausencia del giro metodológico imposibilita una interpretación medianamente apropiada del pensamiento político mexicano.
Conclusión
La insuficiente (a veces ausente) reflexión teórica y metodológica en el debate sobre el republicanismo hispanoamericano ha dificultado (con algunas excepciones) erradicar los antiguos desatinos, así como ha obstaculizado apropiar las supuestas novedades de los recientes giros. La consecuencia más lamentable de esta circunstancia es que muchos estudios recientes se identifican con la novedad en sus títulos, pero continúan defendiendo la tradición en sus argumentos. Considero que algunas de las reflexiones del giro metodológico permitirían valorar más adecuadamente las tesis republicanas y liberales, ya que su ausencia pone en entredicho la supuesta renovación con la que ha sido presentado el giro republicano. No obstante, no estoy arguyendo que las tesis republicanas tengan que estar necesariamente enfiladas en la reciente revolución metodológica, ni mucho menos considero que la única manera de reconstruir la historia del pensamiento político en Hispanoamérica (o en cualquier otro lugar) sea siguiendo el giro metodológico. Este último no es automáticamente el bálsamo contra los anacronismos y teleologismos, de hecho, hay muchos problemas que no logra resolver. Pero también es cierto que reflexionar sobre cómo se han reconstruido (y se podrían reconstruir) histórica y conceptualmente las nociones políticas, en lugar de desviarnos de la reconstrucción conceptual e histórica, nos puede ayudar a evitar caer en las mitologías pretéritas.