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Revista de Estudios Sociales
Print version ISSN 0123-885X
rev.estud.soc. no.25 Bogotá Sep./Dec. 2006
"El faro del fin del mundo" y otros textos
Aníbal Ford * , Carlos Masotta***
Este artículo fue publicado en el Diario Clarín, Suplemento Zona, con el título "Una luz en el país del fin del mundo", 8 de Agosto de 1999.
* Escritor, periodista, investigador. Durante años ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires. Director de la Enciclopedia Latinoamericana de Sociocultura y Comunicación (Editorial Norma) . Entre sus obras más recientes están La marca de la Bestia, Oxidación, Navegaciones.
***Antropólogo y docente de Ciencias Sociales (UBA) . Fue dos veces a la Isla de los Estados con Aníbal Ford y está escribiendo con él el libro sobre la zona del faro con el título de Nación y Naufragio.
RESUMEN
En "El Faro del fin del mundo", los autores relatan sus experiencias e impresiones frente al viaje a la Isla de los Estados, en la punta sur de Argentina. Más adelante, en "Los Balcanes y las alucinaciones de la literatura", Ford reflexiona sobre el conflicto que viven aquellos que se dedican a las letras entre el imaginario histórico, cultural y literario, y la cruda realidad contemporánea, usando como base un viaje a los Balcanes y el texto de La Canción de Rolando. Ya en "Haroldo y las aletas de tiburón" Ford narra cómo Haroldo Conti, escritor argentino asesinado por el régimen militar, quiso hacerse rico vendiendo aletas de tiburón a los japoneses, por lo que recorre múltiples balnearios de su provincia; no obstante, a causa de la extensión del viaje y las vicisitudes de la marcha, abandona el proyecto y se dedica a disfrutar los placeres del viaje.
PALABRAS CLAVE
Faro, literatura, viaje, Rolando, Argentina, Haroldo Conti.
"The end of the world's lighthouse" and other texts
ABSTRACT
In "El faro del fin del mundo", the authors narrate their trip to the Isla de los Estados, south to Argentina, and their related experiences. Then, in "Los Balcanes y las alucinaciones de la literatura" Ford reflects on the conflict writers have between historical, cultural and literary imaginaries, and contemporary reality; all by means of the story of a trip to the Balkans and the Canción de Rolando. Finally, in "Haroldo y las aletas de tiburón", the author narrates how Haroldo Conti-Argentinean writer murdered by the military regime-wanted to become rich by selling shark fins to the Japanese, thus, he travels across multiple beaches of his province. Nonetheless, because of the extension of the trip and his multiple adventures, he abandons the idea and simply enjoys the pleasuresof traveling.
KEYWORDS
Lighthouse, literature, travel, Rolando, Argentina, Haroldo Conti.
La Isla de los Estados, al sur del sur de la Argentina, allí donde el país se acaba, será el sitio elegido por muchos turistas para esperar el año 2000. Una recorrida por sus turbales y por su mítico faro une su leyenda a la historia de nuestra modernidad.
En el centro de la cultura contemporánea se discuten los procesos de globalización y localización e incluso se inventan conceptos como "glocalización"; se habla de la desterritorialización de las culturas y de "no lugares"; chocan despiadadamente las versiones étnicas y culturales de la nación con sus versiones territoriales y el Estado-Nación se recicla en estos temas que durante varios siglos lo definieron.
En este marco ciertos ejes de nuestra cultura se replantean: "el crisol de razas", "gobernar es poblar", el Sarmiento de la maldición "fundacional": "el mal que aqueja a la República Argentina es la extensión; el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas...". Vale entonces recordar que la Argentina, un país tempranamente urbano e hipercentralizado, se ha pensado frecuentemente desde el territorio, desde el desierto y la frontera. Y en esto la Patagonia, "la tierra maldita" y particularmente Tierra del Fuego, provincia recién en 1992, tuvieron un lugar central a pesar de ingresar en el imaginario como el ejemplo de la lejanía, el aislamiento, la despoblación e incluso la tierra de nadie (res nullius) .
Sin embargo, este lugar concreto, esta región argentina, mítica y legendaria, cuya historia pasada y presente daría pie para discutir todos estos temas, comienza, a medida que se acerca el próximo milenio, a focalizar la atención. A la espera del año nuevo, miles de turistas, en su mayoría extranjeros, combinarán cronómetros y brújulas para esperar, como en un rito milenarista, el fin del siglo allí donde, a pesar de ser redonda, la tierra se acaba: en las fronteras más australes de nuestro país, terminal de la Argentina, y también terminal del mundo. En la Tierra del Fuego, en la "Fuegia" de los científicos argentinos del siglo pasado. Y en ese rito, en ese lugar mítico pesa un monumento y una isla, parte de la provincia y última emergencia de la cordillera de los Andes, a la que pocos podrán acceder: la Isla de los Estados, al este de Tierra del Fuego, en uno de cuyos extremos, en San Juan de Salvamento, se halla el monumento al primitivo Faro del Fin del Mundo. El Faro que inmortalizara Julio Verne, uno de los escritores que más contribuyó al imaginario internacional y hoy global sobre la Patagonia.
Con destino hacia la Isla de los Estados y el Faro nos embarcamos en el mes de mayo en Ushuaia en el aviso "Sobral", un antiguo barco de la Armada botado en los Estados Unidos en 1944 y cuyo puente fuera destruido durante la guerra de las Malvinas. El aviso, único contacto regular con la isla, iba a cambiar la población de Puerto Parry, la única base-cuatro personas-en toda la isla, cuya complicada geografía tiene más de cuatrocientos kilómetros cuadrados. Después de navegar casi doscientas millas y cuando las nubes y las brumas que cubren permanentemente la isla retrocedieron, avistamos el faro. Posiblemente Verne escribiera su relato, publicado póstumamente en 1905, alimentado no sólo por las crónicas de ultramar que se leían con fervor en la Europa del siglo pasado, sino por las noticias sobre el Faro, que, junto a un presidio militar, construye la Argentina en la expedición comandada por Laserre en 1884 en San Juan de Salvamento, extremo este de la isla. En este faro, reemplazado por su escaso ángulo de iluminación en 1904 por el de la isla Observatorio, al norte de la Isla de los Estados, es donde transcurre la acción de la novela, desencadenada por un grupo de raquers, "piratas de la tierra", especialistas en saquear los frecuentes naufragios e incluso en provocarlos con señales equívocas, como sucede en una película casi paródica de la obra de Verne protagonizada por Yul Brynery Kirk Douglas.
Los raquers, que en realidad frecuentaban la isla, junto con loberos, pingüineros, navegantes, corsarios y toda clase de aventureros y expedicionarios, tenían su asiento en Punta Arenas o en la islas Malvinas. En ese momento el Estrecho de Le Maire era la ruta obligada para los barcos de pasajeros o de carga que buscaban el peligroso Cabo de Hornos para ingresar en el Pacífico hacia lugares tan diversos como Australia, Valparaíso o California. El Canal de Panamá se inaugura recién en 1914. Hasta ese momento por la costa norte de la Isla de los Estados pasaban anualmente casi doscientos navíos.
La carga legendaria de la Isla de los Estados no es ajena a las enormes dificultades que el Estrecho de Le Maire presentó históricamente a la navegación. El estrecho y los mares que rodean la isla son famosos por sus encuentros de corrientes, por sus remolinos y escarceos, por sus temporales, por sus oleadas gigantescas y violentas que se elevan en forma de columnas tide rips. De un "mar hirviente" hablaban los yaganes y otras tribus indígenas, que a veces cruzaban ese estrecho en sus precarias canoas construidas con cortezas de hayas y colihues y cosidas con tientos o barbas de ballena. En ese "mar hirviente" se produjeron cientos de naufragios en los años que era el único paso transoceánico. Esto marcaría la historia de la isla y de su principal figura, el capitán Luis Piedrabuena, salvador de náufragos y primer piloto argentino graduado en los Estados Unidos.
El desembarco en la isla se realiza en gomones porque el barco ancla lejos de la costa debido a sus peligros. En esas entradas y fiordos los fuertísimos vientos de la zona pueden entrar en zigzag williways y arrastrar las embarcaciones hacia los acantilados o hacia fondos rocosos denunciados por las algas (cachiyuyos) .
Ahí emprendimos la subida a la cima del peñón donde está instalado el Faro, que no es la típica torre que ilustraran tantas ediciones de Verne, sino una construcción de madera chata y hexagonal, aparentemente parecida a la original y con un techo piramidal. Su funcionamiento, meramente simbólico, es automático y alimentado por energía solar y baterías recargables. El grupo de franceses que lo reconstruyó colocó un cartel que indica que esa construcción no es en realidad un faro, sino "un monumento" donado por Francia. En efecto, en el extremo este de la Isla de los Estados se halla el monumento histórico más inaccesible y solitario de la Argentina.
Pero lo cierto es que más allá de Verne, o del rito milenarista y del turismo de aventuras, hay otras historias que alimentaron el imaginario nacional e internacional y los proyectos sobre el extremo austral y los recursos del Atlántico Sur. La Isla de los Estados, que según las investigaciones arqueológicas fue transitada por grupos indígenas, por lo menos hace 2000 años, comenzó a ser registrada cartográficamente por arriesgadas expediciones a partir del siglo XVII. Por ahí transitaron figuras como Drake, Cook, y muchos otros navegantes y corsarios que eran la vanguardia de la expansión de los imperios europeos. Visitada frecuentemente por diversos aventureros del mar, que explotaron sin piedad su rica fauna, también lo fue por diversas expediciones científicas y "geopolíticas" como la de Fitz Roy y Darwin durante el siglo XIX. Tuvo también sus dueños, que intentaron industrializarla, como el Capitán Piedrabuena, solitario defensor de la zona.
Recién fue controlada por el Estado durante el roquismo. Ahí comenzó a formar parte de los proyectos de nuestra precaria e incompleta modernidad, como lo testimonia la propia historia del Faro y del presidio que lo acompañó, antecesor del de Ushuaia, en San Juan de Salvamento. Hoy su desolado territorio, uno de los más deshabitados de la Argentina, se ha constituido, según una todavía no clara y discutida legislación provincial, en "patrimonio histórico, ecológico y turístico". Su historia es también la de nuestra modernidad, o la de sus desajustes entre las visiones del país como puro territorio o como poblamiento y desarrollo. Todo esto es algo como lejano y exótico en la cultura argentina, ajena incluso a cómo los mares del sur, mucho antes de la guerra de las Malvinas, fueron percibidos como un eje central del desarrollo nacional por su riquezas y recursos: petróleo, nódulos de manganeso, krill, e incluso esa pesca de altura que hoy es depredada por los barcos factorías y sus embarcaciones satélites, y cuyo control es prácticamente imposible. La Argentina marítima que se previó o soñó en los comienzos de nuestra modernidad, dada la inmensidad de nuestras costas y recursos, nunca se concretó.
La Isla, visualizada como espantable por diversos navegantes, o como la verdadera Isla del Diablo por el autor de La Australia Argentina, Roberto Payró, cronista de La Nación que la habitó, en 1898, durante 45 días, generó en otros observadores una visión diferente, como es el caso del famoso Julius Popper, discutido y cruento pionero de la zona. Sacudida constantemente por lluvias que rodean los 3000 milímetros anuales, está cubierta por una compleja y antigua vegetación: de sus árboles, trabajados por los presos, salió la madera del moblamiento de muchas casas de Las Malvinas y sus primeros árboles. Debido a su complejísima geografía parece ofrecer puertos y rincones aptos para el poblamiento aunque estos intentos siempre fracasaron. Como fracasó también como "cárcel natural", alabada por la criminología de la época, cuando mudada a Puerto Cook provocó una trágica fuga de presos. En ese momento, 1902, la Isla tenía una población estable de doscientas personas.
Hoy es una isla solitaria. Y cuando uno la camina o sube, clavando las botas en los enmarañados turbales, como lo hicimos al trepar al Faro o al subir las laderas de Puerto Parry, no tiene claro si está explorando un territorio que es reserva arqueológica y ecológica, una zona apta para el turismo de aventuras o una importante fuente de recursos a explotar. O si está ingresando en una historia fantasmal que nos habla no sólo de nuestros sueños de desarrollo y de modernidad quebrados, sino también de ese momento fuerte del Occidente marítimo, de las expansiones imperialistas, de los avances de fronteras (el Far South, lo llamó Payró) , de los cruces brutales entre las culturas victorianas y darwinianas de la segunda mitad del siglo pasado y las de los pueblos indígenas o criollos. De un mundo que no llegó a tener su Moby Dick, a pesar de las importantes búsquedas de escritores como Payró, Fray Mocho, Ricardo Rojas-que escribió, estando preso en Ushuaia, un importante y olvidado libro, Archipiélago-, de los también olvidados y documentados relatos de Tierra Maldita de Lobodón Garra, seudónimo de Liborio Justo, el hijo contestario del general Agustín P. Justo, gran lector de Jack London. O, actualmente, de los relatos fueguinos de Belgrano Rawson o Silvia Iparraguirre.
Parte hoy de la provincia más joven de la Argentina que busca su identidad entre estas viejas historias y duros poblamientos y las crisis económicas e industriales que padeció en los últimos años, la Isla de los Estados sigue planteando interrogantes tanto a los arqueólogos, a los ecólogos, a los biólogos que la recorren como reserva, como a aquellos que se preguntan sobre cuál será el destino, más allá del eventual turismo internacional y del mítico Faro, del sur y de los mares argentinos, tan ausentes en nuestra cultura.
LOS BALCANES Y LAS ALUCINACIONES DE LA LITERATURA
Aníbal Ford
Apenas había publicado las exploraciones de El Resto del mundo, volé a Saalbrücken, Alemania, para participar en el Congreso de Romanistas Alemanes y de ahí a Sarajevo donde se presentaba la traducción al bosnio de un libro de Nora Mazziotti. Si bien se abrían y variaban los temas, las marcas de las bombas racimo en las paredes de las casas de la actual Bosnia Herzegovina no dejaban de hablarme de esa cruel guerra actual pero también marcada por historias de tiempos sumamente largos. Por algo los antiguos geopolíticos veían en los Balcanes la zona del arranque de guerras y conflictos. Todavía hay en una calle cercana al río un mármol que señala el lugar donde fue asesinado el archiduque Francisco. Es decir la actualidad no sólo se nos va para adelante, hacia su lectura como tendencias, como había tratado de demostrar en El resto del mundo, sino también nos remite a los residuos del pasado.
Por eso cuando crucé a Croacia y especialmente a esa extraordinaria ciudad fortaleza medieval que es Dubronik me pareció entrar en otra dimensión. Y más, cuando, frente a la iglesia de San Blas me crucé con la estatua a Roland, el de la Chanson de Roland (escrita aproximadamente a fines del siglo IX) , el del Orlando Furioso de Ludovico Ariosto (1516) , el Orlando Innamorato (1486) de Mateo Boiardo. Innumerables versiones de este caballero medieval, sobrino de Carlomagno, que murió en el 778, en la batalla de Roncesvalles o en una emboscada en los desfiladeros de Valcarlos cuando venía comandando, con los doce pares de Francia, la retaguardia del ejército de Carlomagno después del fracaso en Zaragoza. No es claro si lo fue por "sarracenos" o por vascos o por ambos. Ahí tiró su espada al río o la destrozó contra las piedras para que no se apoderaran de ella sus enemigos.
Pero esto no interesa tanto porque Roland, Rolando, u Orlando luchando o persiguiendo a la fogosa Angélica se transformó en el prototipo de los héroes de las canciones de gesta que enloquecieron a Don Quijote e inundaron las gestas europeas y el Romancero Viejo español. El mester de juglaría, la amplia labor "periodística" de los juglares durante los siglos XI y XII se encargaron de hacer crecer y multiplicar sus aventuras.
Y esto me llevó a los años de Letras, a la pasión con que reconstruíamos cada momento de la historia de la literatura. Y hasta a las clases de Borges en Filosofía y Letras donde hablaba casi con una admiración infantil de ese otro héroe medieval: Weofuld. Siempre pensé que Borges en el fondo estaba hablando con admiración tanto del Weofuld como de sus antepasados que habían luchado en las guerras de la independencia. O porque no lo hacía como scholar-el scholar era presisamente Rest, su adjunto-sino por esa admiración por esas grandes figuras de la espada y de las hazañas épicas.
Lo que estoy razonando es que los que seguimos esa extraña carrera de Letras siempre hemos vivido el conflicto entre el imaginario histórico, cultural, literario y la cruda realidad contemporánea. No importa la forma en que uno leía a Homero o a los presocráticos, a Safo o a Catulo, a las estrategias de San Agustín o de Ana Comneno, a las lecturas que hacía de El Cantar de los Infantes de Lara o de los cronistas latinoamericanos, de Berceo o de la prosa fuerte de Santa Teresa. O de esa maravilla poética que es el Cantar de San Juan de la Cruz....y esto sin olvidar a las diferentes vanguardias y luchas entre clásicos y modernos que fueron horadando cánones y tradiciones. Lo cierto es que el encuentro con "Roland" me llevó a esos mundos mientras una procesión casi medieval ingresaba a la caída de la tarde en la Iglesia de San Blas frente a la cual, en la antigua "Republica de Dubronik", se había levantado en 1418, frente al Adriático, la estatua de Roland. Sin pensar que siglos después iba a ingresar en las elaboraciones de Virginia Woolf o de Italo Calvino. ¡Que extraña pista es la literatura! Pero estas alucinaciones se desvanecieron pronto cuando nos bajaron del micro en una perdida frontera de los Balcanes y nos impidieron seguir. Ahí sentí la tensión que todavía impera en la zona y gracias a un celular de un camionero pudimos reconectarnos con Sarajevo porque el teléfono público "hablaba" en bosnio. Cómo nos pudimos escapar por un camino alternativo y estar dos días ilegales en Sarajevo, bajo las llamadas del Ramadan, no importa tanto como este hecho que me sacó del "mester de juglaría", de los viejos sueños épicos, para reinsertarme en el mundo de las fronteras y las violencias interculturales o multiculturales, de las diferencias étnicas o económicas- Bosnia es rica en agua potable-de las migraciones y del respeto a las diferencias culturales que hoy tratamos de ingresar de múltiples maneras en la opinión pública (mundial) o en el imaginario social y que había sido el objeto, tal vez precario o incipiente, de El resto del mundo, mientras Roland, el Prefecto de la Marca de Bretania, el de la Chanson, el de los mitos de la caballería que intentó destruir Hegel, y que hasta razonaron Rabelais y Erasmo, sigue silencioso hace seis siglos en la columna, con su espada Durandalte en su brazo derecho (que fue tomado como unidad de medida: el brazo raguseo equivale a 51,2 centímetros) y sin el cuerno u olifante con que le anunció su final a Carlomagno. Con tanta fuerza que hasta se le reventaron las sienes
HAROLDO Y LAS ALETAS DE TIBURÓN ****
1
La figura de Haroldo se me volvió fuerte durante estos años. En situaciones amargas, despiadadas, jodidas. Eran imágenes. Haroldo frente a la parrilla que tenía en la terraza de la calle Fítz-Roy, ahí donde se lo chuparon; frente a una gran parrilla repleta de chinchulines. Mirando tiernamente cómo crepitaban las achuras y agarrándose la busarda con las dos manos. Desde ahí, desde esa terraza, veíamos a veces en las tardecitas de ese denso verano del '76, un espectáculo casi atemporal: la vuelta de los mateos de Palermo, al trote desganado, rumbo al corralón de la calle Bonpland. Ahí también comenzamos a razonar el negocio de la aleta. Negocio que ya nunca podrá realizarse.
2
Después de la desaparición de Haroldo el asunto de la aleta de tiburón se me fue transformando en un oscuro punto de referencia, pertinaz y recurrente. Cada vez que desde el ochenta para acá, aparecía alguien pidiéndome que participara en algún proyecto "tipo" Crisis o que testimoniara sobre la revista, yo paraba el asunto: eran otros tiempos y otras necesidades culturales. Pero de cualquier manera se me movían los tantos. Y aparecía Haroldo. Y no en la redacción de Crisis sino durante el viaje de la aleta. Su último viaje atorrante. Lo veo, yendo al Sur, en una parada en Sierra de la Ventana sentado en la puerta trasera de la pick-up, desenvolviendo con cuidado un paquete y diciendo con cariño: -Mira el queso de chancho que me traje de Chacabuco. Me lo preparó la vieja.
3
Todas las tardes de mayo o de junio del '76 venía la madre de Haroldo, doña Petronila, a la redacción de Crisis. Nos miraba a los ojos, nos agarraba las manos, nos preguntaba: Decime, ¿dónde está mí Haroldo? Decime, ¿qué hicieron con mi Haroldo? Ella no sabía que comenzaba a transitar el más duro de todos los caminos: el de la muerte de un hijo sin fecha, sin lugar, sin nombre.
4
Dice Haroldo:
Mi madre abre la hornalla y echa una leña. Su cara se enciende con un color rojizo, como los árboles del atardecer, como el álamo que amó mi padre. Sus manos se iluminan hasta el blanco, de un lado, y se oscurecen del otro. Su piel está algo más arrugada, cubierta de grandes pecas marrones. Mi madre ha envejecido otro poco este invierno. Yo lo veo en sus manos porque su cara sigue siempre la misma para mí. El fuego de la hornalla se la arrebata, inflama el borde de sus pelos y mi madre sonríe. Me sonríe a mí que en estos momentos, a doscientos kilómetros de mi casa, pienso en ella al lado de la continua No. 2. Su rostro se enciende y se apaga como una lámpara en el inmenso galpón entre bobinas de papel y cilindros relucientes, contra la guía puente que se desplaza con lentitud sobre nuestras cabezas, mi madre, alta lámpara perpetuamente encendida en mi noche, mi madre.
5
Fue Haroldo, hacia mediados del '75, el que planteó el negocio, junto con un amigo venido de La Paloma, del mundo de Mascaró.
Había descubierto que a los japoneses les gustaba mucho una comida preparada con las aletas de tiburón. Como aquí en los secaderos o en los lugares donde se industrializa el cazón, la aleta se tira, la idea de Haroldo era la de salir a relevar la costa, para ver si podíamos comprar dos o tres toneladas de aleta, enfardarla-el sistema de enfardado ya estaba listo-y exportarla a Japón. Se pagaba muy bien. Casi era una posibilidad de salir de la "mishiadura" que en estos años fuleros nos acosaba.
Y fue así que nos largamos a recorrer los puertos de Bahía Blanca para arriba. Salimos una madrugada, silenciosa y celeste, de la calle Fitz-Roy, rumbo al sur. Pocas veces lo vi tan contento a Haroldo, como sacándose esa tristeza, esa "andrajosa melancolía" que muchas veces lo acosaba. No había cosa que le gustara más que andar jodiendo por los caminos: meterse en el "suceder" y en la incertidumbre y celebrarlo. Y se me viene Mascaró:
Todo sucede. La vida es un barco más o menos bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Va y va; ¿Por qué digo esto? Porque lo mejor de la vida se gasta en seguridades. En puertos, abrigos y fuertes amarras. Y es un puro suceso, eso digo. ¿Eh, señor Mascaró? Por lo tanto conviene pasarla en celebraciones, livianito. Todo es una celebración. Alzó la jarra y bebió.
6
Ahora veo el informe detallado sobre los puertos recorridos, sobre los sistemas de pesca o salazón puestos en práctica, sobre el uso posterior de los hígados, los cueros, la cola, las aletas...(Es de noche y hace un frío de la gran puta. Anduvimos tres horas tratando de ubicar un frigorífico cerca de Monte Hermoso. Yo filtrado de manejar, me quedo dormitando en el pick-up. Al rato, en medio de la oscuridad, reaparece Haroldo, puteando, casi indignado: -Mira lo que hizo éste... vendió las lanchas, dejó el mar y ahora se dedica a la exportación de liebre congelada a los alemanes...Te das cuenta cómo agarró la fácil...Claro, una cosa es cazar liebres y otra pelearle al mar... Lindo nos va a ir si todos en la Costa hacen lo mismo... ¡Mira que vender liebre congelada!)
Repaso las fotos, los diapos. Haroldo en la Sierra de la Ventana apoyado contra un cartel que dice "Peligro de derrumbe". Haroldo en el puerto de Necochea, sobre el Quequén Grande, sentado sobre el sostén de las amarras. Detrás los silos y un gran barco rojo. Se lee el nombre: Aldo Bari; Haroldo meando en el camino mientras cargamos nafta con un tambor de doscientos litros que nos habían prestado para poder seguir porque había un paro; Haroldo en medio del saladero de Claromecó, apoyado en una de esas enormes barcazas que cargadas de trasmallos salían a pelear la rompiente ayudadas por tractores y percherones. Me detengo en un diapo. En el fondo se ven las bochas, las anclas y más acá, como hablando para acá, como explicando a los giles, Haroldo, fuera de foco. Digo como explicando porque Haroldo sabía del mar y de sus trabajos. Lo he visto cruzarse con baqueanos que al principio lo miraban como de afuera, desconfiados; que le tiraban preguntas cargadas. Pero Haroldo aguantaba, despacio iba mostrando sus cartitas, tranquilo, hasta que alguien de la rueda decía: -Se ve que el hombre sabe...
Y ahí la cosa entraba en calor y se armaba la relación.
7
(Acotación: y no sólo del mar sabía Conti. Pertenecía a un perfil de intelectual argentino en el cual juega un papel fundamental el trabajo primario, la habilidad, la invención, el pionerismo. Líneas antes, había elegido vislumbrar a la madre desde un depósito, entre cilindros, continuas y bobinas de papel, desde el trabajo. Esta relación con el trabajo-pienso en Quiroga, en Gudiño Kramer, en algún Dávalos, en Wernicke, en Arlt y en tantos otros- generalmente queda marginada en el análisis de la obra de estos escritores como si no constituyera un núcleo básico, central tanto de ellos como de nuestra cultura; como si se escapara que ellos, más que marginados, son los emergentes de un sector social industrioso y aventurero, siempre en crisis, siempre caído en el fracaso a raíz del peso estructurador de la Argentina agropecuaria, o de la Argentina portuaria y comercial. O, lo que es peor, de sus correspondientes lucubraciones culturales.)
8
Vuelvo. Leo la fecha del informe sobre el viaje y veo que lo realizamos poco después de las amenazas de las tres AAA a Crisis. En esos duros días, Haroldo había estado firme junto a nosotros. Lo veo moviéndose en la redacción, buscando apoyo, juntando firmas. Como Fermín Chávez, como muchos otros, era de fierro en los momentos difíciles. Y me veo a mí, que me había tocado recibir el ultimátum, metiéndole con Eduardo para que saliera la revista, para no achicarnos, y hasta contestando a las AAA en el articulito sobre la muerte de Fiorentino...
Sin embargo poco después andábamos jodiendo por Bahía Blanca, por Monte Hermoso, por Necochea, por Claromecó, intentando levantar cabeza con el curro de la aleta. ¿Qué andábamos buscando? ¿Detrás de qué iba Haroldo?
9
Haroldo estaba claro o jugado en su compromiso político, sobre el cual no voy a hablar porque ahí hondas diferencias nos separaban. Además, ni sé, ni me corresponde, y menos aquí. Sí, en cambio, me corresponde detenerme en búsquedas, en planteos, en problemáticas de Haroldo que son, desde mi punto de vista, eminentemente políticas y que no quisiera que se confundieran con lo literario. Porque detrás de la salida a los caminos, de su relación con la gente, de su manera de ver al hombre y a sus trabajos, de explorar sus memorias, creencias, recuerdos y sueños, subyace una propuesta, una concepción humanista de fondo que trasciende su literatura. Y esa posición persistió en él hasta el final. Está claro en sus últimos libros. Me vuelvo y repaso viejas declaraciones de Haroldo. Por ejemplo: "Personalmente tengo una posición tomada no sólo en el terreno político (algunos limitan el compromiso a eso y se olvidan del resto del hombre) sino en todo lo que importa una decisión moral". O si no, ésta: "Libertad... aquella reserva de indeterminación e imprevisibilidad que alienta en el hombre cuyo contenido y significación podrá otorgárselo él solo..." O si no: "Son tantos los cabos sueltos que uno no puede atarlos todos. Acepto inclusive la posibilidad de contradicciones, cosa que no me desmoraliza, porque no me preocupa la rigidez de mis posiciones mentales".
Este manejo abierto de sus concepciones, repito, lo mantuvo hasta el final. Y creo que es el que lo encuadra en una visión mayor de la política. Más sabía, decía un importante pensador argentino de los años '70, injustamente olvidado. O sea Varsavsky: "Resignarse a actuar sin tener seguridades en los resultados-decidir en situaciones de incertidumbre- parecería ser un ingrediente esencial de la madurez". Se entiende: de la madurez política. Y Haroldo, sus últimos libros, La balada del álamo Carolina, Mascará, tienen mucho que ver con esta visión abierta de lo político, no muy respetuosa de aprioris en el avance, en el conocimiento de la realidad; pero no por eso menos jugada.
10
Por eso la bronca de Haroldo cuando presentó su libro en Chacabuco y cayeron, en medio de la fiesta, algunos escritores de Buenos Aires que le criticaron su literatura- al uso de la crítica hiperideológica y anticultural de esos años-por subjetivista, mítico, marginal. La indignación de Haroldo fue grande:
-¿Cómo me vienen a criticar mi libro en mi pueblo?- decía, que era como decir ¿cómo no se dan cuenta de que estoy explorando identidades, memorias, saberes, relaciones que están en la base misma de la política?; ¿cómo no se dan cuenta de que ésta es mi casa, de que ésta es mi mesa, de que éstos son mis amigos, de que es imposible pensar lo político sin respetar estas relaciones elementales y básicas?
11
Por eso también su sabia flexibilidad ideológica. Recuerdo que una mañana cayó en la redacción, cuando Guillermo Gutiérrez estaba preparando un servicio sobre el Padre Castellani. Y se vino con una fotito de cuando era seminarista en el Metropolitano donde estaba el viejo peleador nacionalista.
-Dame que la pongo -le dije.
-No jodás, que después los muchachos me van a cargar-.
Pero lo convencí. Y la foto salió con ese texto sobre el Padre Castellani titulado "Era nuestro adelantado". Su último texto publicado en Crisis, en mayo del '76, justo cuando se lo llevaron. Ahí Haroldo rendía homenaje a Hernán Benítez, aquel cura, confesor de Evita, crítico de la cultura oligárquica y que hacia los años '50 planteara en la Argentina una de las primeras definiciones fuertes de la cultura como solidaridad. Y también a Castellani, en quien reconocía una de sus primeras influencias:
Creo que lo que más me llegó fue su estilo, sobre todo en el rebate a GarMar, porque por primera vez observé que se podía expresar cualquier cosa en un lenguaje argentino. Imagínense ustedes citar a Culacciati y al vigilante de la esquina en un trabajo sobre Kant e incluso encontrar en ese mismo trabajo frases como esta: ¡Huá tigre viejo grandote potí!
¡Qué cruce entre Haroldo y Castellani! Qué se iba a imaginar Haroldo que pocos días después sería el Padre Castellani el primer escritor argentino en denunciar con todo su caso y plantearlo al propio Videla en aquella famosa entrevista que él mismo testimoniara en Crisis 39. Allí Castellani, como lo hubiera hecho Haroldo, manda al diablo los problemas específicos ("la preocupación central de un escritor nunca pueden ser los libros", afirmaría después) y se limita sólo a plantear el problema de Haroldo. Nexos de fondo. No ajenos a la impronta cristiana que campeaba en el espíritu de Haroldo. Cuando murió estaba escribiendo un cuento, que no sé si Marta pudo conservar, que narraba un gran asado en el cielo. Y ahí había colocado a los cumpas, a la izquierda del Señor, cada uno con un clavel rojo en el ojal.
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Por eso también sus viajes. Su necesidad de contacto con los caminos, con la gente común, con el trabajo, con el país, con América. Su necesidad de sentirse más que escritor estrella, o escritor guía, o escritor Mesías, o escritor de línea, simplemente, un intercambio, un comunicador de memorias, un correo de la identidad cultural y territorial, un buscador de la justicia desde lo que pensaba y sentía la gente. Y voy a Haroldo.
Y ahora me siento a escribir y en el mismo momento, a 600 kilómetros de aquí, mi amigo Livio Rocha se sienta en la puerta de su rancho, porque sus días son igualmente redondos, sólo que en otro sentido, y si el mar se lo permite son también precisos, a su manera, se sienta, como digo, en la puerta de su rancho, en la Punta del Diablo, al norte de Cabo Polonio, entre el faro de Polonio y el de Chuy, y mira el mar después de cabalgar un día sobre el lomo de su chalana, porque es tiempo de la zafra del tiburón, ese oscuro pez de invierno hecho a su imagen y semejanza, y se pregunta (es necesario que se pregunte para que yo siga vivo porque yo soy tan sólo su memoria) , se pregunta, digo, qué hará el ñaco, es decir, yo, 600 kilómetros más abajo en el mismo atardecer. Y entonces yo me pregunto a mi vez qué es lo que hago realmente, o para decirlo de otra manera por qué escribo, que es lo que se pregunta todo el mundo cuando se le cruza por delante uno de nosotros, y entonces uno pone cara de atormentado, y dice que está en la Gran Cosa, la misión, y toda esa lata, pero yo sé que a mi amigo Lirio Rocha no puedo decirle nada de eso porque él sí que está en la Gran Cosa, esto es, en la vida, y que yo hago lo que hago, si efectivamente es hacer algo, como una forma de contarme todas las vidas que no pude vivir, la de Lirio, por ejemplo, que esta madrugada volverá al mar, de manera que se duerme y me olvida. Y aquí me paro porque siento que no sé si a 600 kilómetros como Lirio Rocha, o si en un lugar mucho más lejano, Haroldo me mira, se sonríe y me carga por estas pequeñas cosas que se me ocurre lucubrar a raíz de ese errante viaje de la aleta.
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**** Publicado en la revista El Porteño, mayo de 1984. Recopilado en Ford, Aníbal (1987) . Desde la orilla de la ciencia. Ensayos sobre identidad, cultura y territorio. Buenos Aires: Punto Sur Editores.