Introducción
Estudiar la adopción representa una oportunidad privilegiada para develar las reglas culturales del parentesco contemporáneo en toda su riqueza y heterogeneidad (Cadoret 2003), permitiendo problematizar nociones complejas, multidimensionales y estrechamente vinculadas entre sí, como “los orígenes” y la identidad. En Chile, como en otras sociedades occidentales, la adopción ha estado fuertemente atravesada por la estigmatización y el secreto (Modell 2002; Wegar 2000), fuertemente influidas por un modelo biogenético de parentesco basado en la filiación por consanguineidad (Howell 2009; Marre 2009; Ouellette 1998). Bajo este modelo subyace un principio de “exclusividad”, según el cual cada niño(a) “solo tiene una madre y un padre” y no puede pertenecer a dos familias simultáneamente (Ouellette 1998). Además, persiste un principio de “corte limpio” con el pasado (Duncan 1993), que intenta cancelar la identidad de nacimiento para reemplazarla por la identidad adoptiva.
No obstante, a nivel internacional, en las últimas décadas se ha ido construyendo un creciente consenso a nivel internacional sobre la importancia y el derecho de las personas que fueron adoptadas a conocer sus orígenes biológicos, también enunciado como “Derecho a la Identidad” (Fonseca 2009; Gesteira 2015; Modell 2002), al considerar su importancia en el proceso de construcción identitaria (Brodzinsky, Schechter y Henig 1993; Grotevant et al. 2000). En parte, esto se problematizó social, política y jurídicamente a raíz de la apropiación criminal de niños(as) durante el Terrorismo de Estado en Argentina y el agenciamiento político de Abuelas de Plaza de Mayo (Gesteira 2015), lo que también permitió revisar los diversos sentidos conferidos a la adopción (Villalta 2010), influyendo en el articulado de la Convención Internacional de los Derechos del Niño (en 1989). En el caso chileno, este derecho se introdujo con la entrada en vigencia de la Ley 19.620/1999, que dicta normas sobre adopción.
En este nuevo escenario, las búsquedas de orígenes y contactos entre personas que fueron adoptadas y sus parientes biológicos se han incrementado durante las tres últimas décadas en todo el mundo, recibiendo la atención de los medios de comunicación y de los investigadores(as), mayoritariamente para el caso de las adopciones internacionales (Carsten 2000 y 2007; Feast y Howe 1997; March 1997 y 2015; Müller, Gibbs y Ariely 2004; Wegar 1997a y 1997b; Yngvesson 2003). Sin embargo, en el contexto latinoamericano, la producción científica sobre búsquedas de orígenes en adopciones nacionales es escasa, a excepción de algunos estudios realizados en Brasil (Fonseca 2009) o en Argentina (Gesteira 2015). Algo similar sucede con el lugar que las madres de origen1 ocupan en la literatura científica. En otras regiones -particularmente en el contexto anglosajón con experiencia en adopciones abiertas-, numerosos trabajos analizan sus experiencias en torno a la adopción y al encuentro con los hijos(as) que las buscaron (Affleck y Steed 2001; Carsten 2000; Feast y Howe 1997; Grotevant et al. 2013; March 1997 y 2015; Sachdev 1992, entre otros). En el contexto latinoamericano, en cambio, las experiencias de las madres, sus saberes y sus posiciones han permanecido invisibilizados y ausentes, tanto en los trabajos científicos sobre adopción como en las prácticas familiares e institucionales, exceptuando algunos estudios (Fonseca 2011 y 2012; Giberti 2010; Tarducci 2011). Particularmente, en Chile existe un vacío casi total de producción científica sobre la temática derivado de los múltiples secretos y estigmas que atraviesan la adopción, volviéndose altamente dificultoso localizar a los integrantes de la familia de origen para conocer sus relatos y perspectivas sobre la adopción.
En este artículo se exploran y analizan narrativamente los relatos de un grupo de personas adultas que fueron adoptadas entre las décadas del setenta y el noventa en Chile, que realizaron sus procesos de búsqueda de orígenes y lograron establecer contacto con sus madres de origen. En un primer apartado, se presentan el marco teórico-conceptual del estudio y un recorrido por la evidencia internacional sobre la temática. En segundo lugar, se describe la matriz metodológica de la investigación. Luego, se presentan los principales ejes narrativos ligados a estas experiencias. Finalmente, se discute el impacto de los discursos hegemónicos sobre el parentesco que han modelado las políticas y prácticas adoptivas y se problematizan los efectos de las rupturas operadas por la institucionalidad, con el propósito de facilitar la emergencia de narrativas que permitan mayores grados de flexibilidad, continuidad e integración de las múltiples pertenencias.
Del “corte limpio” con el pasado al derecho a conocer los orígenes
La adopción no solo opera como una medida de protección que restituye al niño(a) la posibilidad supuestamente perdida de crecer en un entorno familiar, sino que actúa según una “lógica de sustitución” (Théry 1998), que reemplaza una identidad por otra. Para que una adopción sea considerada “efectiva” (Villalta 2010) se debe garantizar la transferencia de un niño(a) a una familia definitiva y exclusiva (Schachter 2012). Esto produce un quiebre en la transmisión de elementos identitarios como el nombre, los lazos consanguíneos, la lengua, la etnia, la clase social y la nacionalidad, etcétera (Ouellette 1998). Desde este paradigma, las identidades plurales y múltiples afiliaciones ponen a una persona en situación de riesgo y “sin anclaje” (San Román 2015).
En coherencia, las legislaciones que establecen el estatus adoptivo y fijan procedimientos para crear una familia legal actúan como “tecnologías de gobierno” que operan bajo los principios dominantes (Fonseca 2009 y 2012). Un breve recorrido por la normativa sobre adopción a nivel internacional y nacional muestra la supremacía de la figura de la adopción plena2 (Schachter 2012). Esta figura privilegia la adscripción a la familia adoptiva y consagra una filiación sustitutiva (Oullette 1998; Théry 2009), como si los progenitores(as) desaparecieran. Acorde a ello, se desarrolla un proceso intencionado de burocracia estatal dirigido a desemparentar (de-kinning) a estas madres de origen (Fonseca 2011 y 2012; Högbacka 2017) y, al mismo tiempo, emparentar al niño(a) con sus madres/padres adoptivos. Estos procesos simultáneos y las rupturas con los orígenes generadas por la institucionalidad repercuten directa y decisivamente sobre quienes son intervenidos en estos dispositivos y deben negociar activamente el significado de la adopción en sus biografías y en sus identidades (San Román 2013).
La construcción de los “orígenes” y de la identidad no constituye un mero acto administrativo, sino que se trata eminentemente de procesos narrativos (Golse 2013; Théry 2009). Las personas que fueron adoptadas -al igual que cualquier otra- necesitan construir una narración coherente sobre sus orígenes y, específicamente, sobre lo que explica o justifica el haber sido adoptadas (Grotevant y McRoy 1997; Modell 1997). En ocasiones, describen metafóricamente sus identidades como si fueran un puzzle al cual le falta una pieza, esperando incrementar un sentido de identidad más cohesionado mediante las búsquedas de orígenes (Carsten 2000; Howe y Feast 2003). La evidencia muestra que quienes buscan son en su mayoría mujeres adultas que desean obtener información y/o establecer contacto con sus madres de origen (Feast y Howe 1997; March 1997; Müller y Perry 2001; Müller, Gibbs y Ariely 2004, entre otros), sobre todo para conocer las circunstancias que motivaron la adopción y asegurar a sus madres de origen que se encuentran bien (Müller y Perry 2001; Sachdev 1992).
Estas búsquedas posibilitan acceder a un mayor conocimiento de las circunstancias que rodearon la adopción. Al mismo tiempo, enfrentan a estas personas a la resignificación de experiencias personales cargadas emocionalmente y diversas problemáticas sociales, éticas y políticamente polémicas como la pobreza, la violencia y el aborto, que podrían vincularse (o no) con la entrega en adopción (Jones y Hackett 2008). Junto a ello, cada búsqueda está atravesada por el dilema de compatibilizar la legitimidad del derecho a conocer los orígenes y, por otra parte, el derecho a la privacidad. Esto ha servido de argumento para la mantención de la confidencialidad en las adopciones cerradas, como supuesta forma de proteger a los integrantes de la tríada adoptiva de los estigmas que recaían sobre las madres de origen solteras, las parejas infértiles y los niños y niñas adoptables, considerados décadas atrás como hijos ilegítimos (Modell 2002; Wegar 1997b). No obstante, dicha confidencialidad no solo permite resguardar las circunstancias que pudieron rodear la gestación, el nacimiento y la adopción del niño(a), sino que se ha transformado en un mecanismo efectivo para asegurar el “corte limpio” y la regla de “no contacto” entre los integrantes de esta tríada (Fonseca 2011; Modell 2002). En el caso de las adopciones nacionales -a diferencia de las transnacionales, muchas veces transraciales y, por ello, más “visibles” y “públicas”-, estas parecen activarse más tardíamente, cuando las personas “buscan sus orígenes en su propio patio trasero” (Fonseca 2009, 95). La proximidad geográfica, en lugar de facilitar estas búsquedas, las obstaculiza al cruzar las líneas de raza y las barreras de clase reconocidas a nivel local, evidenciando dinámicas de inequidad social y de poder que, pese a los avances, continúan motivando dinámicas de secreto y generando grandes incomodidades para pensar en una interacción (Fonseca 2009).
Al buscar los orígenes se abre la pregunta por el estatus de las personas que han sido “borradas” y todas las relaciones “olvidadas” (Théry 2009, 37). Respecto de las madres de origen, algunos estudios realizados en el ámbito anglosajón -con mayor experiencia en adopciones con distintos niveles de contacto o abiertas- muestran que muchas de ellas se sienten inicialmente desconcertadas por la búsqueda y deben negociar posiciones o “espacios de maternidad” (March 2015), sin saber qué decir, cómo comportarse y cuáles son las nuevas “reglas de contacto” (Neil 2006). No obstante, se sienten satisfechas y aliviadas con las acciones de búsqueda, siendo esta incluso una oportunidad para elaborar la experiencia y abrir, con sus actuales familias, el secreto de la existencia de un hijo(a) que fue entregado en adopción (Grotevant et al. 2013). Otras investigaciones refieren que las relaciones desarrolladas después de los encuentros con las madres de origen suelen ser más parecidas a una amistad, que a una relación madre-hijo (March 1997; Müller, Gibbs y Ariely 2004). Yngvesson (2003) analiza los procesos de negociación activa realizados por personas adoptadas transnacionalmente en Suecia para enfrentar la complejidad de sus múltiples orígenes, entendiendo su propia circulación como un proceso de devenir entre tiempos y espacios, donde ocupan posiciones simultáneamente distintas en un conjunto de “múltiples localizaciones de sí mismos”, en un espacio “entre” el ahora y el entonces y entre familias, hogares de protección, países, niveles socioeconómicos y culturas. Por su parte, Carsten (2007) elabora la noción de “relatedness”, como categoría más amplia que describe un proceso dinámico de continuidades y discontinuidades que no se reducen binariamente. Así, los lazos de origen y adoptivos coexisten, y el parentesco de origen no necesariamente se “deshace” del todo, sino que se añaden filiaciones u otras formas de relación (Fonseca 2012; Marre 2009; San Román 2015).
Las madres de origen en la adopción: inequidades y violencias
La inmensa mayoría de quienes fueron adoptados(as) tienen una familia de origen, por lo que gran parte de las adopciones requiere que una madre sea inhabilitada y declarada “inconveniente”, ya sea a través de su renuncia al hijo(a) o por la pérdida de la patria potestad (Modell 2002). En estos procesos, con frecuencia se pone de manifiesto la asimetría de poder entre las familias de origen y las adoptivas, dejando al desnudo inequidades y desigualdades extremas de recursos sociales, culturales, económicos y de género inherentes a la adopción (Fonseca 2009; Högbacka 2017; Marre y Briggs 2009; Schachter 2012; Wegar 1997a). En efecto, existen muchísimas circunstancias y razones que han llevado a las mujeres a entregar -o verse forzadas a entregar- un hijo(a) en adopción, muchas de ellas derivadas de la falta de autonomía, la pobreza, la falta de apoyo y la estigmatización de la maternidad en solitario (Fonseca 2011; March 2015; Marre y Briggs 2009).
Estas mujeres han sido y son figuras invisibilizadas, ausentes, silenciadas y objeto de múltiples formas de violencia simbólica (Fonseca 2011 y 2012; Giberti 2010; Marre 2009). Muchos(as) profesionales -principalmente del campo psi- se refieren a ellas como “mujeres en conflicto con su maternidad”, eufemismo que naturaliza la relación entre mujer y maternidad (Giberti 2010). Acorde a ello, la producción feminista ha mostrado cómo las políticas de infancia y de adopción son modeladas a partir de principios hegemónicos patriarcales de la vida familiar, que preservan o restituyen el orden dominante de femineidad, sexualidad y vida familiar (Tarducci 2011; Wegar 1997a y 2000).
Durante la última década el perfil de estas mujeres ha variado muchísimo, disminuyendo al 20% las causales de “abandono” y/o “cesión” y elevándose al 80% las causales de “inhabilitación parental” (SENAME 2015), en el marco de procesos contenciosos donde existió algún tipo de contacto y/o vínculo entre la familia de origen y el niño(a). No obstante, tanto para el caso de aquellas mujeres que deciden o son forzadas a entregar a sus hijos(as) como para quienes son “inhabilitadas parentalmente” continúa operando el discurso generalizado del abandono como origen de toda adopción (San Román 2013), que las convierte automáticamente en madres “abandónicas” (Fonseca 2012; Giberti 2010; Marre 2009). Sin embargo, como señala Fonseca (2012), las categorías “abandono” y/o “negligencia” son complejas de definir, ya que la entrega no responde muchas veces a una elección, sino que es producto de la intersección de múltiples inequidades y violencias. A ello se suma un contexto de injusticia reproductiva, en el que son negados los derechos sexuales y reproductivos -la anticoncepción y la interrupción voluntaria del embarazo no planificado- a las mujeres empobrecidas y marginadas, proveyendo niños(as) para la adopción nacional e internacional (Marre y Briggs 2009; Marre 2009).
Buscando orígenes en Chile
En línea con las tendencias globales, Chile está experimentando transformaciones muy relevantes en el campo de la adopción y, específicamente, en lo relativo a los procesos de búsquedas de orígenes (Salvo Agoglia 2017). El derecho a conocer los orígenes fue incorporado al cuerpo normativo chileno sobre adopción hace casi veinte años, obligando a los organismos del Estado a conservar los expedientes de adopción, pudiendo ser desarchivados en el caso de que lo solicite la persona adoptada al cumplir su mayoría de edad. Además, ha sido implementado un Subprograma especializado en brindar acompañamiento en las búsquedas de orígenes, radicado en el Departamento de Adopción del Servicio Nacional de Menores (SENAME). Este Subprograma se inició en 1995 a petición del Centro de Adopción Sueco, por las inquietudes presentadas por un grupo de jóvenes nacidos en Chile y adoptados por familias suecas. Posteriormente, con la entrada en vigencia de la Ley de Adopción N° 19.620/1999 y su Reglamento, aprobado por Decreto N° 944/1999 del Ministerio de Justicia, el SENAME procedió a encuadrar y organizar las acciones de búsqueda iniciadas en 1995 diseñando, para tal efecto, el Subprograma denominado "Búsqueda de Orígenes". Según lo establecido en sus normativas técnicas, este Subprograma busca “brindar apoyo integral e interdisciplinario a las personas que han sido adoptadas, en su proceso de búsqueda de orígenes, aportando a un mayor conocimiento de su historia de vida y garantizando el ejercicio de su Derecho a la Identidad” (SENAME 2018, 6).
Al igual que en otras legislaciones, en Chile las búsquedas de orígenes solo pueden ser iniciadas por las personas que fueron adoptadas, o bien por sus madres/padres adoptivos. La legislación chilena incluye la protección de la vida privada de los progenitores -especialmente de las madres- que décadas atrás dieron a sus hijas(os) en adopción en un contexto de fuerte estigmatización, mediante diversos mecanismos que protegen la confidencialidad de la información que los identifica, argumentando que con ello se evita la ocurrencia de conflictos emocionales o se minimiza su impacto respetando el derecho a la privacidad, garantizado por la Ley 19.628 sobre protección de la vida privada, en su decisión de no dar información o no ser contactados. Para garantizar esto, los lineamientos técnicos establecen que los y las profesionales a cargo del Subprograma deben entregar una copia (y no el archivo original) a la persona solicitante, debiendo solo contener los nombres de pila de la madre o el padre biológico, así como de los hermanos, y se deben eliminar las fechas de nacimiento, las direcciones y cualquier otro antecedente que permita la localización directa de la familia de origen (SENAME 2018).3
Las estadísticas sistemáticas disponibles muestran que las búsquedas de orígenes son cada vez más frecuentes. Los datos del período 2003-2016 refieren que un total de 2.423 personas fueron atendidas en el Subprograma, de las cuales 1.738 corresponden a adopciones nacionales (66,5%), y 685 (33,5%), a adopciones internacionales, manteniéndose un promedio de 210 consultas durante los últimos tres años, mayoritariamente de personas mayores de 27 años (SENAME 2018).4 Junto con la evidencia internacional antes mencionada, para el período comprendido entre 2003 y 2016 se destaca que el 62% de las solicitudes son iniciadas por mujeres, y el 38%, por hombres. Sin embargo, se destaca un incremento sostenido desde el 2012 en las solicitudes realizadas por hombres, pasando del 35% al 39% en el 2016 (SENAME 2018). Respecto de los motivos más frecuentemente esgrimidos para iniciar el proceso de búsqueda, en coincidencia con la evidencia internacional, los usuarios del Subprograma refieren que desean conocer: 1) a su madre biológica y 2) las razones de la adopción (SENAME 2012).
Metodología
Este artículo se enmarca en una investigación más amplia, cuyo objetivo general fue conocer los significados y prácticas sobre comunicación y búsquedas de orígenes en Chile, en los integrantes de la tríada adoptiva (personas que fueron adoptadas, y otros miembros de sus familias adoptivas y de origen), en procesos de adopción nacional. En concreto, se analizaron las narrativas de personas adoptadas que realizaron procesos de búsquedas de origen. El análisis se efectuó desde un enfoque narrativo (Riessman 2008), que entiende las historias personales como unidades narrativas constructoras de sentido e identidad, entrelazadas con narrativas sociales y relaciones de poder que no permanecen fijas a través del tiempo. La narratividad da cabida a giros biográficos inesperados, facilitando a las(los) participantes un proceso permanente de resignificación que promueve la capacidad de agencia al recuperar historias invisibilizadas y periféricas (Riessman 2008).
Las personas participantes fueron reclutadas a través del Subprograma de Búsqueda de Orígenes del SENAME. El trabajo de campo fue realizado en Santiago, la capital de Chile, y en Viña del Mar, la segunda ciudad más grande de ese país. El grupo de participantes estuvo conformado por 35 personas (26 mujeres y 9 hombres) adoptadas entre 1965 y 1996, cuyas edades actuales fluctúan entre los 21 y los 53 años y que realizaron sus búsquedas entre los 18 y los 45 años de edad. Todas ellas reportaron contar con estudios universitarios y un nivel socioeconómico medio o medio alto. La mayoría fueron adoptadas durante los primeros meses de vida, a excepción de dos de ellas, que fueron adoptadas a los tres años de edad (una, vía cesión, y otra, vía inhabilitación parental). Junto con la evidencia internacional, gran parte refirió que una de sus motivaciones principales era conocer a su madre de origen y comprender las razones de su adopción. Si bien en la investigación fueron exploradas las narrativas sobre la madre de origen, así como las motivaciones para buscar información y/o establecer contacto con ella, solo 13 de las personas participantes pudieron obtener algún tipo de información. Entre estos casos, dos de las madres de origen habían fallecido a causa de enfermedad o accidente, otras tres no accedieron a establecer contacto con los participantes, y una participante decidió que no la contactaría. De esta manera, solo en siete casos se reunieron con sus madres de origen (en cinco de ellos aún sostenían el contacto luego de más de 3 años de realizado el primer encuentro), que son los que se analizan en el presente artículo.
La herramienta de producción de datos consistió en mínimo una o dos entrevistas narrativas con cada participante (Josselson, Lieblich y McAdams 2003). Se usó una pauta-guía de preguntas con los temas y subtemas por explorar a partir de los objetivos de la investigación, a modo de esquema abierto y flexible que permitiera dar fluidez y espacio para desarrollar un diálogo en una narrativa significativa, procurando historias, ejemplos concretos, episodios o recuerdos (Josselson, Lieblich y McAdams 2003). Se realizó un análisis narrativo (Riessman 2008), el cual incluyó el desarrollo de transcripciones detalladas que examinaron el lenguaje, prestando atención a los contextos de su producción. Además, se identificaron similitudes y diferencias entre historias, teniendo en cuenta cómo las narrativas reflejaban, tensionaban o resistían las narrativas dominantes (Riessman y Quinney 2005).
Las consideraciones éticas fueron cuidadosamente resguardadas a lo largo del proceso investigativo mediante un riguroso protocolo y un consentimiento ético informado, previamente revisados y aprobados por el Comité de Ética de la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Todas las personas participantes firmaron los consentimientos informados, donde se explicaban los objetivos del estudio y las condiciones de voluntariedad y confidencialidad. Para mantener esta confidencialidad, con el fin de proteger la identidad de las personas entrevistadas, en este artículo se les asignó un seudónimo y se eliminaron aquellos detalles de sus historias que pudieran hacerlas fácilmente identificables (fechas, lugares, etcétera).
Tensiones entre el derecho a conocer los orígenes y la persistencia del “corte limpio”
Resulta relevante señalar que la gran mayoría de las personas entrevistadas nacieron y crecieron antes de que el Estado chileno comprometiera en su legislación adoptiva la conservación de los registros y expedientes de adopción. La mayoría relata haber vivido en familias en las que el secreto era la regla. En algunos casos, sus madres y padres no solo ocultaron la información sobre sus orígenes, sino que también ocultaron el hecho mismo de la adopción. En otros casos, sus madres y padres les comunicaron que habían sido adoptados desde edades muy tempranas, pero muchos de ellos mostraron resistencia cuando les plantearon su deseo de emprender la búsqueda de más información y, eventualmente, contactar a sus madres de origen. Por este motivo, podría decirse que gran parte de las búsquedas estuvieron fuertemente atravesadas por dinámicas de secretismo y conflictos de lealtades, lo que permite considerarlas como “búsquedas secretas”.
Siguiendo los pasos del proceso legal e institucional de la búsqueda de orígenes, la mayoría de las personas entrevistadas relata haberse contactado con el Subprograma antes mencionado con el fin de solicitar el acceso a sus expedientes. Desde el primer momento, emerge la tensión entre su derecho a conocer dicha información y la persistencia del principio de corte limpio, por cuanto la búsqueda desafía per se esta piedra angular de las políticas adoptivas. Según el relato de los entrevistados, en ocasiones los profesionales mostraron cierta resistencia a develar la información a la que, por ley, la persona que fue adoptada tiene derecho, argumentando el conflicto o colisión con el derecho a la privacidad de la familia de origen. Particularmente llamativos resultan algunos relatos que señalan cómo el acompañamiento ofrecido, en ocasiones pareciera sumar obstáculos a este proceso, sosteniéndose también sobre imaginarios sociales deficitarios de la familia de origen. En este sentido, resulta muy revelador el relato de Alejandra sobre una entrevista sostenida con la profesional encargada de su caso, en la que es “advertida de los riesgos” de iniciar su búsqueda y frustrar sus expectativas:
Me dijo: “¿Tú estás segura que quieres hacer esto?”. “Sí”, le dije yo. “Pero es una persona que quizás no es como tú quieres, como esperas”. Le dije que no me importaba que fuera pobre, que fuera de riesgo social o que “su hijo fuera un delincuente” […] Le dije que yo igual lo quería hacer, que independiente de quien fuera, al final ella me había dado la vida y que la quería conocer. (Alejandra, 33 años)
Coincidiendo con Howell (2009), se muestra el poder de las instituciones y profesionales, quienes actúan muchas veces como guardianes de la información. Las personas entrevistadas relatan que algunos(as) profesionales leen en voz alta partes de su archivo personal. Luego, seleccionan y enfatizan algunos contenidos que desean transmitir, significando partes de su historia antes de que los propios interesados puedan leer directamente. Elena recuerda en detalle el día en que le entregaron su expediente, relatando la interpretación que le fue dada por el profesional en relación a lo que sucedió con su madre de origen y cómo esto lo percibió como una imposición:
Tengo la escena grabada cuando llego y me hacen ingresar a una sala blanca con una mesa redonda, dos sillas y mi expediente en el centro. La psicóloga comienza a hablar antes de abrir mi archivo y dice: "Bueno, en el caso de tu madre biológica, lo que sucedió fue que le quitaron la patria potestad". Retuvo en sus manos mi expediente y me dijo: “Este es uno de los archivos más grandes que he visto”, y luego me dijo: "Tu madre te buscó" [...] Después de leer mis documentos, vi que un informe social decía que me buscó dos veces, pero para mí eso no es buscar, buscar es mucho más que ir dos veces a preguntar por un hijo. Ella impuso una interpretación que no tenía relación con mi percepción. (Elena, 28 años)
Por otro lado, como se señaló antes, la legislación chilena exige que las madres de origen den su consentimiento para ser contactadas, en coherencia con un sistema de adopción cerrada y con el resguardo de la protección de la vida privada. En los relatos de algunas personas participantes se hacen patentes la tensión y el conflicto entre la mantención de la confidencialidad y su derecho a conocer sus orígenes. Así ocurre, por ejemplo, en el caso de Elena:
Me dijo [el profesional] que, si bien yo quería buscar a mi madre biológica, también dependía de que ella quisiera aceptar hablar conmigo […] Yo creo que lo vi de una manera ética, siento que, si abandonas o te quitan la tuición de un hijo o qué sé yo, éticamente deberías darte el tiempo de responderle a esa persona. Evidentemente la persona puede tener miedo, pero creo que tu hijo se merece saber o se merece alguna respuesta. Entonces cuando me dijo eso, pensé: “¿Cómo? ¿Puede que no tenga respuesta a nada y que quede todo esto hasta acá? ¿Con estos papeles subrayados y mi historia queda hasta ahí?”. (Elena, 27 años)
Casos como los de Alejandra y Elena sugieren que algunos profesionales se ubican en una posición ambivalente y contradictoria respecto a la misma legislación que reconoce el Derecho a conocer los orígenes, limitando la agencia de quienes inician su proceso de búsqueda. Se reproducen así los viejos esquemas, según los cuales lo ocurrido antes de la adopción debe quedar en el olvido para “proteger” a las personas involucradas, mediante intentos de “edulcorar” determinadas circunstancias ligadas a la adopción. No obstante, las propias personas que fueron adoptadas resisten, confrontan y exigen el cumplimiento efectivo de este derecho.
Deconstruyendo el discurso del abandono: culpa, perdón y gratitud
Siguiendo el proceso de desarchivo y después del contacto de los(as) profesionales con las madres de origen que accedieron a encontrarse con los hijos(as) que las buscan, algunos lograron entablar conversaciones claves para los procesos de resignificación de sus historias de vida. Tras un vacío de décadas de relación entre las dos partes y la constatación de ser unos “perfectos desconocidos”, en estos encuentros comienzan a conocer parcial o totalmente aquellas circunstancias que rodearon sus procesos adoptivos y reflexionan sobre múltiples dilemas y experiencias complejas. En algunos casos, la idea del abandono como origen de toda adopción se ve cuestionada. De esta manera, como se señala en otro lugar (San Román 2013), la entrega en adopción puede ser también comprendida como una forma que tuvieron sus madres de origen de proveerles de los cuidados que necesitaban y no les podían proporcionar. Así, en los encuentros establecidos con sus madres de origen, estas les relatan las circunstancias diversas que rodearon el período de gestación, nacimiento y primeros meses o años de sus vidas. Embarazos no planificados, maternidades tempranas, condiciones de extrema pobreza y la ausencia de apoyos familiares son algunos de los elementos más presentes en estas historias de vidas. Muchas de estas madres manifiestan haber sentido que tenían escasa o ninguna opción de cuidarlos, siendo la adopción la alternativa dentro de ese restringido margen de posibilidades:
Era súper pobre, su mamá había fallecido y era la mayor de muchos hermanos, de los cuales se tuvo que hacer cargo […] Su papá la retaba y le decía: “Deja de estar dándole pecho a esa guagua5 que teni’ que trabajar, tení’ que salir” […] Se debe haber sentido atrapada y tenía que trabajar para ayudar a sus hermanos, cocinar, porque todos eran menores que ella. (Mónica, 41 años)
Luego de escuchar estos relatos, la mayoría de las personas entrevistadas se muestran empáticas y cuidadosas con sus madres de origen. En los encuentros se orientan a incrementar sus sentimientos de continuidad e integración, privilegiando conocer y comprender más aspectos de estas historias, evitando juzgar la “decisión” de haberlos entregado en adopción y considerando que, en otras circunstancias, seguramente los habrían podido “conservar” a su lado:
Una de las cosas que ella me contó fue que cuando le contó a su familia que estaba embarazada tenía cinco meses. Su mamá le quiso hacer un aborto, pero el doctor dijo que ya no se podía porque era una guagua muy grande y era muy riesgoso […] Estoy segura de que si su familia la hubiese apoyado, ella me hubiese conservado. ¡Tenía 16 años, era una niña! (Antonia, 35 años)
Según los entrevistados, la mayoría de sus madres de origen expresaron sentirse culpables y solicitaron su perdón, diciendo que habían sido “cobardes” por no haber podido mantenerlos junto a ellas. Enfrentadas a esto, las personas entrevistadas se muestran activamente orientadas a aliviar este gran sentimiento de culpa que perciben o asumen que deben sentir sus madres de origen, dada la fuerte estigmatización que las sitúa a priori en el lugar de madres “desnaturalizadas”, que habrían “abandonado” a sus hijos(as). Así, junto con otros estudios (Müller y Perry 2001; Sachdev 1992), optan por transmitir y asegurar a sus madres de origen que se encuentran bien y que la decisión que tomaron fue “la mejor para todos”, enfatizando así el sentido e impacto positivo de esta decisión, como ilustra la siguiente viñeta:
Después de leer mi expediente, lo único que quería era conocerla, verla, y sobre todo decirle que no tuviera más culpa. Porque das en adopción a un hijo, no sabes nada más por el resto de sus días. Le quería decir que se quedara tranquila, que no se sintiera más culpable y agradecerle la decisión que había tomado. Dicho y hecho: cuando nos conocimos, ella apenas entró se puso a llorar y me pidió perdón, perdón y perdón […] y yo lo único que repetía era gracias, gracias, gracias […] La Señora X me dijo algo cuando nos vimos por primera vez: “Yo a veces escucho gente que dice: ‘No, es que una madre le da hasta piedras a sus hijos para comer’, y yo les digo: ‘No, es que a veces ni siquiera hay piedras’”. Cuando a mí me dijo eso, yo le dije: “No se preocupe, es así”. (Camila, 32 años)
Sin embargo, en el caso de Elena, la culpa y el temor al reproche expresados por su madre de origen parecen inhibir su posibilidad de expresar sentimientos más dolorosos o que cuestionen las circunstancias ligadas a la adopción:
Ella me dijo: “Tengo mucho miedo de tu rencor”, y empezó a hablarme de los miedos que ella tenía de que yo le reprochara cosas. Le respondí que no venía a reprochar nada, que solo quería saber. Después me di cuenta que no pude cuestionarme nada porque tenía tantas ganas de saber la verdad y conocerla, que las emociones que sentía y que surgieron no las pude expresar porque para conocerla no le podía decir: “¿Por qué me buscaste solo dos veces?” o “¿Por qué hiciste esto o aquello?”. (Elena, 27 años)
No obstante, la mayoría enfatiza su agradecimiento, expresándoles que sus vidas pudieron ser mucho mejores gracias a su elección, esfuerzo y/o sacrificio, cuestión que parece tener un cierto efecto tranquilizador y sanador para ambas partes. De esta forma, resignifican su entrega en adopción como un acto generoso y valiente frente al cual sienten agradecimiento, especialmente cuando, enfrentadas a circunstancias extremas y pudiendo haber interrumpido estos embarazos, sus madres de origen decidieron sostener el periodo de gestación y entregarlos(as) recién nacidos en algún lugar seguro:
Tengo un sentimiento de gratitud, porque dentro de todas las opciones que ella tuvo, escogió la que me permitió tener la vida que tengo y ser quien soy ahora. Para empezar, estoy vivo. Primera opción: abortarme. Segunda opción: dejarme en alguna parte o dejarme en la basura. Tercera opción: tratar de criarme, con todo lo que eso implica. ¿Cuánto tiempo estuvo ella pensando en darme en adopción?, ¿en qué momento se le presentó la opción de la adopción?, ¿en qué momento lo analizó, lo pensó? […] Estoy vivo, estuve nueve meses dentro de ella, pudiendo haber estado uno, dos o tres. (Alberto, 34 años)
Estos relatos cuestionan el discurso hegemónico del abandono, al mismo tiempo que se alinean con una narrativa de “rescate”, que justifica la entrega en adopción como una forma de ser salvado de una familia/madre o entorno social considerado “inconveniente”.
Reorganizando las relaciones de parentesco y la identidad: de la sustitución a la pluriparentalidad
Varias de las personas entrevistadas relatan que sus madres les transmitían enfáticamente que siempre pensaron en ellas y que nunca las olvidaron. “Ella me dijo: ‘Yo siempre he pensado en ti, dónde estarías, si estarías bien, era como una espina que llevaba en mi vida, siempre quise saber qué había pasado, quise buscarte, pero no tuve las herramientas para hacerlo’”, explica Antonia (35 años). Pese a ello, nunca interfirieron en la nueva vida de sus hijos(as), asumiendo resignada o dolorosamente la regla de no contacto, derivada del mencionado principio de “corte limpio” y operacionalizada a través de la adopción plena, cerrada y de la cultura de secreto que la acompaña.
El rol que tienen las diferentes expectativas sobre el encuentro es clave (Affleck y Steed 2001; Modell 1997). Coincidiendo con el estudio de March (2015), muchas de las personas entrevistadas refieren haber percibido que, en los encuentros, sus madres de origen parecían confundidas y desorientadas respecto a cómo relacionarse con ellos(as), qué contarles (o no), qué expectativas tener sobre dicho encuentro y sobre los futuros contactos entre ellos, cómo llamarlos y/o ser llamadas, entre otros aspectos. El relato de Camila muestra cómo, desde un inicio, su madre de origen se “desemparenta” de ella, marcando una posición de no-madre, pidiéndole ser llamada por su nombre de pila y, al mismo tiempo, reconociendo y legitimando el lugar único y exclusivo de “madre” de la mujer que adoptó a la hija que entregó. Al mismo tiempo, Camila acepta este posicionamiento admitiendo sin cuestionamiento estas reglas del juego:
Ella me dice: “Dígame Señora X, porque yo siempre le voy a decir Señorita X”. No me permite que le diga de otra manera. Y a mi mamá le dijo: “Ella es su hija, ella es su hija” […] A veces conversamos y ella es bien cuidadosa. Una vez me dijo: “Chao, hija, que estés bien”. La llamé otro día y me dijo: “Yo pensé que se había enojado porque le había dicho hija”, “No -le dije-, no se preocupe, dígame como Ud. quiera decirme” […] Fue como raro, no me sentí tan cómoda porque mi mamá es mi mamá, pero no le hice sentir el malestar. (Camila, 32 años)
Por su parte, Antonia -quien percibe que su madre de origen tiene muchas expectativas puestas en el encuentro y futuros contactos- le plantea desde un inicio y con mucha claridad el estatus de la relación entre ambas y las expectativas que pueden derivarse, remarcando el carácter exclusivo y excluyente de su filiación adoptiva (Théry 1998):
Tuve que decirle: “No tengo ningún problema que nosotras mantengamos contacto, pero hay algo que tú tienes que entender: yo no busco a una mamá, yo ya tengo una mamá”. El tema es que yo nunca he perdido a mi mamá, siempre he tenido a mi mamá, pero ella sí perdió a una hija. (Antonia, 35 años)
En la misma línea, en la narrativa de Elena, se expresan el impacto y malestar que le ocasionó ser llamada “hija” durante el primer contacto telefónico con su madre de origen. No obstante, pese a esta incomodidad, Elena opta por no manifestar su malestar, evitando herirla o iniciar algún conflicto:6
La llamo por teléfono [a la madre de origen] y me dice: “Yo sé quién eres”. Y me dice “hija”, al segundo. Para mí fue muy fuerte que me dijera “hija”, porque evidentemente no la conocía. Me molestó, de verdad. Aunque yo estaba invadiendo su vida en ese momento, a mí me molestó, en el sentido de que yo no la conocía, para mí el proceso era más lento. De hecho, después, cuando la conocí, ella siempre me estuvo forzando a que yo le dijera “mamá”. (Elena, 27 años)
Estos relatos muestran cómo se vehiculizan los principios de “corte limpio” y “sustitución”. La forma en que son nombrados(as) y nombran a sus madres de origen parece develar aquellas reglas que subyacen a la adopción. En algunos casos la condición de hijos(as) se define con exclusividad en relación con la familia adoptiva, imponiéndose la idea de que “madre no es la que pare, sino la que cría”. En otros casos, las personas entrevistadas sí sitúan en un lugar y estatus de madres a las mujeres que las gestaron y entregaron en adopción, sosteniendo una posición de “doble filiación” o, como señalan algunas autoras, de multimaternaje (Marre 2009) o pluriparentesco (Cadoret 2003 y 2012), en la que ambas maternidades pueden coexistir y ser integradas en sus historias. Este es el caso de Alberto, quien, desde una perspectiva coherente con sus creencias espirituales, plantea el reconocimiento de su doble filiación en aquello que denomina “doble herencia”:
Desde el punto espiritual, tengo doble herencia. Lo que no recibo del lado de mi familia, lo recibo del lado de mis consanguíneos […] Así como existe el ángel de la guarda, el otro lado también tiene su equivalente, lo que le llaman los “espíritus familiares”. Van traspasándose de generación en generación. Hay una herencia espiritual que se va traspasando, tanto lo bueno como lo malo. (Alberto, 34 años)
Por su parte, Mónica relata una conversación con su padre (adoptivo), en la que defiende una posición basada en su propia creencia -teñida de un fuerte componente espiritual- en el multimaternaje (Marre 2009), expresando con énfasis que ella “tiene dos verdaderas mamás”:
Mi papá me llama y dice: “Hija, es importante que llames a la mamá y le digas que ella no sienta que te perdió como mamá, que sepa cuál es tu verdadera mamá” […] No sé si habré sido fría, pero le dije que no tenía una verdadera mamá y una falsa mamá: “Papá, lo lamento, no voy a llamar a la mamá para decirle: ‘¡Tú eres mi verdadera mamá’, tranquila, porque tú me has criado! Yo no tengo una verdadera mamá y una falsa mamá, tengo dos verdaderas mamás. Esa es la verdad para mí y espero que ustedes la puedan entender”. En mi caso, no hay diferencia entre una madre que cría y otra que te pare, ambas son igualmente madres, y no la desmerezco, aunque incluso me hubiese abandonado, porque veo el valor de quien te dio la vida […] Todo suma, tener varias madres en una vida me suma en esta cadena, en la unión entre esto y aquello. (Mónica, 41 años)
Así, en el momento de restablecer el contacto, las personas participantes negocian sus posiciones y las de sus madres de origen en sus relaciones de parentesco. Algunas marcan cierta distancia adhiriéndose a la idea de la familia como un ámbito de pertenencia exclusiva, en la que únicamente hay lugar para una “verdadera madre”, lugar que otorgan a sus madres adoptivas. En cambio, la idea del parentesco aditivo, expresada por Mónica con la expresión de “todo suma”, o la “doble herencia” de Alberto, apuntarían a procesos de filiación múltiple, multimaternaje o pluriparentalidad, que dan tanto peso a lo considerado genético como a la crianza.
Después del primer contacto: reencuentros y (des)encuentros
Los resultados muestran que la mayoría de las personas que establecen contacto con su madre de origen se sienten satisfechas de haber tomado la decisión de buscarla, valientes por atreverse a establecer contacto con ella, y relatan mantener un satisfactorio contacto periódico que fluctúa, como todo tipo de relación, en función de otros ámbitos de su vida y sus relaciones. De manera habitual, los contactos comienzan siendo emocionalmente más intensos y frecuentes y, con el correr del tiempo, se vuelven esporádicos y acotados a ciertos hitos: presentaciones de otros integrantes de la familia de origen o de la familia de la persona adoptada, nacimientos de hijas(os) (y nietas[os] biológicos de sus madres de origen), cumpleaños y graduaciones, entre otros. Muchas veces, los medios de comunicación digital y redes sociales como Facebook o WhatsApp sirven para regular los grados de distancia requeridos. Algunas personas entrevistadas perciben que sus madres de origen intentan ajustar sus expectativas y necesidades de contacto, poniendo por encima las expectativas y deseos de contacto de sus hijas(os):
Cuando la conocí, iba casi como tres veces al mes. Partía para allá y me hacían almuerzo. Siempre me atendieron así, incluso el exmarido de mi mamá. Mi mamá está separada, y él es muy cariñoso conmigo: “Eres otra hija para mí”. Es el papá de mis hermanos. (Mónica, 41 años)
Nosotras tenemos contacto y nos vemos hasta el día de hoy, quizás no con la frecuencia que ella quisiera, pero sí tenemos contacto. Me presentó a sus hijos y a su marido, a su hermana, la familia de su hermana. (Antonia, 35 años)
Por lo general, las personas entrevistadas relatan que sus madres de origen no suelen mostrarse proactivas en cuanto a iniciar los nuevos contactos, sino que responden a las iniciativas de contacto que surgen primero de ellas(os). Una excepción a esta regla se produce para el día de sus cumpleaños, es decir, el día del nacimiento y del parto de esos hijos(as). Alberto relata cómo el primer saludo de cumpleaños fue un momento muy esperado y emotivo para su madre de origen, así como la sorpresa y, al mismo, la empatía que sintió hacia ella:
Ella me llamó para mi cumpleaños y me dijo: “Llevo 30 años esperando hacer esta llamada y al fin la puedo hacer”, y yo le dije: “Bueno, dime feliz cumpleaños entonces”. Ella estaba muy emocionada porque me podía llamar para mi cumpleaños. Fue extraño, algo nuevo para mí. Me imaginé cómo fue para ella que llegara cada día de mi cumpleaños, pensando sola ¿cómo estará, estará bien, estará celebrando? […] Reflexiono cómo será para ella llamar ahora y poder decirme “feliz cumpleaños” y que del otro lado de la línea le digan “gracias” […] ¿Cómo vivió ella cada día de mi cumpleaños? Me dijo: “Para mí eran muy tristes esos días, no sabía cómo estabas, no podía decirte nada”. (Alberto, 34 años)
En el caso de quienes se muestran menos satisfechas con el tipo o nivel de contacto tras los primeros encuentros, las razones mencionadas son la “falta de interés” de la madre de origen, las discrepancias con las perspectivas y los estilos de vida entre las dos partes o las prácticas de secreto que persisten tras la búsqueda. Algunas madres, en el momento de ser contactadas, no habían hablado nunca con sus nuevas parejas u otros hijos de la existencia de un hijo(a) que habían entregado en adopción. Entre ellas, algunas revelaron el secreto. A consecuencia de ello, en dos casos se vieron interrumpidos la comunicación y el contacto con la madre de origen. Alejandra expresa lo doloroso que fue que, tras buscar a su madre de origen, esta no le comunicara a su familia de su existencia:
La vida le puso otra oportunidad para tratar de sanarse. Adiós ataduras, Adiós secretos. Esperaba que tuviera la valentía, y no lo hizo. No es lo que me merezco, no es por lo que yo luché tanto. No estoy para cuestionarla, cada uno toma las decisiones de su vida como mejor le parezca. Ella piensa que lo mejor es tenerlo en secreto, no enfrentarlo, porque sus miedos son más grandes. Pero así vive ella y yo vivo de otra forma, vivo con la frente en alto, con la verdad y con que nada me avergüence, porque no tengo nada que esconder […] Y desde ese día no la llamé nunca más, porque no me puedo relacionar con gente que tenga miedo, todo el tiempo miedo, miedo, miedo. Si ya tienes tantos años, ¿qué más miedo? ¿Que te golpeen? Ya estaba divorciada, viven en la misma casa, pero separados. (Alejandra, 33 años)
Alejandra significa este secreto que no puede ser develado como una “falta de valentía” de su madre de origen, en el sentido de que no es capaz de enfrentar la verdad; lo que siente las diferencia profundamente. Ello puede invisibilizar las diversas condiciones estructurales de posibilidad de ambas, especialmente las que tuvo y tiene su madre de origen para develar su secreto, que vive en condiciones de extrema pobreza y fue víctima de violencia intrafamiliar, y se muestra muy temerosa de la condena de sus otros hijos(as).
Por su parte, Elena relata el desencuentro entre ella y su madre de origen, causado por la percepción de que esta “no se comportaba como una madre”, lo que evidencia las expectativas universales y naturalizadas hacia esta figura. Además, argumenta su distanciamiento como resultado de la enorme brecha social, cultural y económica entre ambas, evidenciada en una situación que involucró a su hermano biológico. Su relato refleja las tensiones que pueden ponerse en juego en los contactos, derivadas de las inequidades y desigualdades extremas inherentes a la adopción (Fonseca 2009; Marre y Briggs 2009; Wegar 1997a):
Por mi hermano biológico se terminó la relación. Él no sabe ni leer ni escribir y yo empecé a presionar con ese tema y a ella no le gustó […] Siempre sentí que era como una niña; eso me chocó y me molestó mucho. Hablaba muy abiertamente de su sexualidad y mi madre no hacía eso, era súper reservada, muy seria también. Me sorprendió, fue como ver a una persona que no era madre, eso es lo que me pasó con ella. Creo que no lograba ponerse en el papel. En el momento en que ella tuvo que hacerse cargo, no lo hizo; en el segundo momento que tuvo que hacerse cargo como madre, tampoco lo hizo, y la tercera vez, tampoco lo hizo. Entiendo que ella viene de un ciclo, de una familia donde pasaron muchas situaciones, que tiene que ver con un tema social; evidentemente le faltaron las herramientas. (Elena, 27 años)
Por su parte, Antonia plantea la desigualdad de condiciones para sostener los contactos entre ambas partes involucradas. En este sentido, empatiza con el impacto que tiene la experiencia de búsqueda y contacto para las madres de origen y con los insuficientes apoyos antes y después de los encuentros, expresando su percepción al respecto:
Me dio mucha pena porque ella lo pasó mal […] Yo tuve diez años para procesar mi adopción, el tema de la pertenencia o no pertenencia, la decisión de buscarla, etcétera. En su caso, no hubo ningún tipo de acompañamiento y lo vivió con mucha dificultad […] Y que venga un día una persona al lugar que trabajas y te diga: “¿Usted es fulanita de tal?”. “Sí”. “Es que nosotros somos del SENAME y su hija la está buscando” […] Quedó en el aire, desbordada emocionalmente con el encuentro; tuvo conductas erráticas y ningún tipo de orientación donde le dijeran: “Ahora convendría hacer esto” o “Tú deberías tomarte esto así” o “Te sugerimos que hagas tal o cual cosa”. (Antonia, 35 años)
Aun cuando es indudable el valor que tiene este Subprograma, y muchas de las personas entrevistadas evalúan de manera positiva su paso por este dispositivo, plantean así la necesidad de un acompañamiento más integral, en especial para las madres de origen que durante décadas no tuvieron información, contención ni apoyo, y tampoco pudieron prepararse mínimamente para un encuentro con estos hijos(as), situación que las desorienta y ubica en un lugar ambiguo e incierto, desde el que vivencian las búsquedas con fuerte impacto y estrés.
Discusión y conclusiones
En este artículo se analizan las narrativas sobre las experiencias de búsqueda y contacto con sus madres de origen de un grupo de personas adultas que fueron adoptadas en Chile. Estas narrativas proporcionan una rica fuente de información respecto de la heterogeneidad y complejidad de los sentidos que tienen estas experiencias. Por esta misma razón, los hallazgos deben ser interpretados con precaución, considerando la riqueza y singularidad de cada historia de vida.
Los nuevos paradigmas y discursos en materia de infancia y adopción, junto con el actual escenario de transformaciones sociales, legislativas e institucionales en Chile, muestran cómo el tópico de los “orígenes” pone en jaque paradigmas, normativas y narrativas dominantes fuertemente influenciados por el modelo biogenético desde el cual se piensan las relaciones de parentesco y la identidad. Si bien es indudable una tendencia a la disminución del secretismo y de la estigmatización, así como un aumento de la apertura en las políticas y prácticas adoptivas de hoy, esta transformación es todavía incierta e inacabada (Théry 2009). Las búsquedas de orígenes, los (re)encuentros o la conciencia de que estos no serán posibles interpelan las prácticas de secreto que atravesaron las adopciones en décadas pasadas, marcando momentos claves en las narrativas biográficas de quienes conforman la red de parentesco adoptivo, en especial en las personas que fueron adoptadas, quienes deben desplegar diversas estrategias para integrar sus múltiples pertenencias, atribuyéndose activamente su propio parentesco (Cadoret 2012). Los entrevistados(as) que han buscado asiduamente información y logran contactarse con sus madres de origen conocen y resignifican ciertos vacíos de su historia, mostrando empatía, capacidad de contención y cuidado hacia ellas, transmitiéndoles respeto e incluso agradecimiento por la decisión de entregarlos en adopción, y desarrollando estrategias orientadas a des-culpabilizarlas y des-estigmatizarlas. Sin embargo, en algunos casos pueden verse sobrecargados emocionalmente, dado su propio proceso de resignificación.
Los actores involucrados en estos procesos establecen posiciones y límites diversos que dan cuenta de las complejas nociones de parentesco que se ponen en marcha cuando se producen las reuniones y los contactos. La efectividad de los principios de “corte limpio” y la regla de “no contacto” no parece totalmente abarcadora. El análisis narrativo muestra la interacción entre narrativas dominantes y subalternas, así como las (dis)continuidades en las biografías personales (Carsten 2000) y tensiones que se juegan de forma única y singular en cada relato. Las(os) participantes en el estudio adhieren, tensionan y desafían -al menos parcialmente- los principios que operan en las políticas y prácticas adoptivas, intentando dotar de sentido y coherencia a los capítulos y personajes de su historia, en un proceso abierto a la resignificación. Así, construyen activa y creativamente los aspectos que los conectan con otros, evidenciando la plasticidad de las relaciones de parentesco (Fonseca 2011; Modell 1997), y la posibilidad de trazar “puentes” hacia sistemas de parentesco más pluralistas e inclusivos (Théry 2009).
Al mismo tiempo, no se evidencia una modificación radical de la forma tradicional de practicar la adopción, coexistiendo viejas y nuevas formas de entender la adopción, predominando la adscripción al principio de “corte limpio”. Ejemplo de ello son aquellos relatos de algunas actuaciones profesionales que ponen barreras y obstáculos en el proceso de búsqueda, amparándose en la confidencialidad, enfatizando en los posibles riesgos o frustraciones, así como en el escaso apoyo para las madres de origen, antes y después de los encuentros. Pese a los nuevos discursos sobre el derecho a conocer los orígenes, en su operacionalización se muestra la subsistencia de estereotipos sobre las personas que fueron adoptadas y las madres de origen, que pueden reproducir tabús, estigmas y secretos. Mientras que las madres de origen no cuentan con la posibilidad de contactar a los hijos(as) que dieron en adopción y parecieran verse más necesitadas de un acompañamiento que las prepare para el contacto con ellos, las narrativas de las personas entrevistadas parecen apuntar a que el reconocimiento del derecho a conocer los orígenes los empodera a la hora de cuestionar y confrontar las prácticas que intentan limitarlo. En sus narrativas, su voluntad de llegar hasta el final superando estos obstáculos parece firme, a pesar no solo de la tensión con el derecho a la vida privada de la familia de origen, sino también de la persistencia del principio de “corte limpio” y el poder que el dispositivo estatal otorga a los profesionales que realizan la mediación. Resulta fundamental trabajar antes y después de los encuentros, fortaleciendo la oferta de apoyo especializado, cuidadoso e incluyente de múltiples y complejas necesidades, expectativas y procesos de resignificación que se juegan en este asunto para todos los integrantes de la red de parentesco adoptivo.
Para finalizar, cabe señalar que, debido a la densidad del material producido, se decidió excluir de esta publicación aquellas experiencias de búsqueda de otros integrantes de la familia de origen (padres, hermanos[as], abuelos[as]), teniéndolas en cuenta para futuras publicaciones. Así mismo, constituye una proyección de este estudio -ya contemplada en el momento de su diseño- la exploración directa de las narrativas de algunas madres de origen y otros parientes biológicos. Por último, dado que solo en un caso la madre de origen fue inhabilitada y no es posible extrapolar su experiencia, se considera fundamental como proyección del estudio -atendiendo al actual aumento de inhabilitaciones parentales- continuar explorando cómo puede ser esta experiencia para todos los integrantes de la red de parentesco adoptivo en los casos en que la patria potestad es retirada por el Estado.