Una visión caricaturesca sugiere que, a grandes rasgos, los movimientos sociales y los partidos políticos suelen ser estudiados de manera separada. El estudio de los movimientos y sus vínculos con otros actores suele estar relegado a la sociología -una disciplina abierta al estudio de actores sociales y redes. Por su parte, el estudio de los partidos y la organización partidaria suele ser el terreno de la ciencia política -una disciplina con más énfasis en esferas institucionales.
Felizmente, esa caricatura es asunto del pasado. En los últimos 10 o 15 años, hemos hecho un gran salto desde la sociología política y muchos estudios contemporáneos en ciencias sociales ya reconocen las fronteras porosas entre partidos y movimientos, y la imbricación de los últimos en "lo institucional". No obstante, la agenda de investigación y el desarrollo teórico sobre estas conexiones aún están poco desarrollados, tanto en términos empíricos como teóricos. Como varios otros colegas, en mi trabajo me propongo seguir desarrollando puentes entre ambas literaturas. Las divisiones son en gran sentido artificiales en el mundo real; tanto movimientos como partidos son agentes que articulan las demandas de sujetos populares en la esfera pública; ambos facilitan la representación de sus intereses y su traducción en políticas públicas. Sus interacciones pueden ser vistas como una variable dependiente o como una variable explicativa de outcomes y procesos macrosociales, como los procesos de incorporación política e incluso trayectorias de democratización. Nos permiten, entonces, atar distintas tradiciones y enfoques en las ciencias sociales, como la tradición más estructuralista, que tiene un fuerte arraigo en las ciencias sociales latinoamericanas, tal vez desde Gino Germani (1971) en adelante, si no antes, y la que enfatiza el proceso político, que tiene un fuerte anclaje en el estudio de movimientos sociales en Estados Unidos y en Europa (Tarrow, 2024).
En este artículo de reflexión me propongo revisar, quizás superficialmente, la discusión académica sobre las interacciones entre movimientos y partidos, y plantear marcos analíticos con una agenda de investigación. El artículo está dividido en tres partes. En primer lugar, ofrezco unas breves consideraciones conceptuales y teóricas en el estudio de movimientos y partidos. En segundo lugar, discuto al Movimiento al Socialismo (MAS) boliviano como caso exitoso de articulación entre movimientos y partidos. En tercer lugar, intento desarrollar algunas implicaciones para debates contemporáneos. Mi argumento central es que, para pensar en estas interacciones tenemos que entender a cada parte con base en su lógica operativa, los formatos organizativos -que pueden acomodar formas de acción colectiva institucional y extrainstitucional bajo un paraguas programático común- y las condiciones contextuales y políticas en las que interactúan. La inestabilidad es inherente en estas relaciones, pero pueden ser acomodadas bajo ciertas circunstancias.
También voy a argumentar que, si bien estas uniones suelen consolidarse o manifestarse con especial intensidad en coyunturas críticas y contextos de polarización política, la polarización no es condición necesaria para disparar esas dinámicas. Al contrario, en contextos altamente desiguales, es la despolarización la condición que abre las puertas para la acción contenciosa y la politización de desigualdad que suele servir como preludio para los contactos más estrechos y fusiones entre movimientos y partidos.
Consideraciones conceptuales y teóricas
El siglo XXI nos ha dado evidencia contundente de que existen contactos cercanos, íntimos y permanentes entre partidos políticos y movimientos sociales. Un importante desarrollo ha sido el surgimiento de partidos a partir de movimientos, teorizados tal vez en primer lugar por Herbert Kitschelt (2006) y luego por Donatella della Porta et al., (2017). Estos partidos han ocupado un espacio -o llenado un vacío-, mientras los partidos tradicionales enfrentaron crisis sistémicas o problemas de adaptación ante el surgimiento de nuevos clivajes. En América Latina, tenemos varios ejemplos de articulación exitosa, como el mas en Bolivia y el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, tal vez como los más paradigmáticos, aunque ambos casos siguieron trayectorias distintas.
En otros contextos, como en Estados Unidos, hay también una tendencia hacia la "movimientización" de los partidos y del sistema de partidos, como nos cuenta el libro más reciente de Sidney Tarrow, Movements and Parties (2021), entre otros. En el libro, argumenta que las relaciones entre partidos y movimientos han sido centrales para la democratización de la política norteamericana -en algunas instancias expandiendo la democracia y en otras instancias amenazándola. Estas interacciones son, entonces, un fenómeno con cierta resonancia global, y la competencia democrática hoy día está estructurada alrededor de formatos híbridos de representación. ¿Qué podemos aprender de estas experiencias? ¿Cómo podemos pensar o estudiar las relaciones entre partidos y movimientos en el contexto latinoamericano?
Quisiera empezar con una anécdota, quizás una frustración inicial que me llevó al estudio de estas interacciones. Cuando empecé a pensar al MAS boliviano como una especie de híbrido entre movimiento y partido, fui inmediatamente a consultar la literatura. En ese entonces, era obvio que había una división y un espacio vacío. El estudio de los movimientos y sus vínculos con otros actores estaba relegado a la sociología mientras que el estudio de los partidos y la organización partidaria era el terreno de la ciencia política. Por un lado, redes y actores, por otro lado, las instituciones. Me propuse, entonces, tratar de unir literaturas que viajaban caminos paralelos, en esos años con muy escaso contacto. Los partidos que provienen de movimientos -como casos extremos- nos dan un punto de acceso para pensar esas interacciones y en nuevas formas de acción colectiva que tienen un pie en la política institucional y otro en las calles.
Solemos pensar a los movimientos como una forma de acción colectiva contenciosa, como desafiantes (challengers) de algún sistema de autoridad con cierta permanencia en el tiempo que recurren a demostraciones de poder, unidad y compromiso con una causa -movimientos como actores que visibilizan demandas y articulan intereses.
Por otra parte, solemos pensar a los partidos como actores, cuya especialidad es la agregación vertical de intereses y preferencias colectivas, y como expresiones institucionalizadas de representación -actores capaces de construir coaliciones sociales con el objetivo de ganar elecciones para traducir preferencias en políticas públicas.
¿Es esta distinción categórica inválida hoy? No iría tan lejos, pero si examinamos los repertorios de los movimientos y las relaciones entre movimientos y partidos, en el contexto actual, sin duda tenemos que repensar. Es difícil trazar una delimitación precisa; movimientos y partidos agregan y articulan intereses colectivos. En América Latina, como nos cuenta Francisco Longa (2021), los movimientos son como unos vehículos todoterreno, hacen un poco de todo y se mueven en distintas esferas. Rebecca Abers, Débora Rezende y Marisa von Bülow (2023) sugieren algo muy similar y proponen una definición "relacional" de los movimientos sociales para capturar las relaciones menos visibles y fluidas entre movimientos y partidos. No obstante, hay que ser cuidadosos: pese a que partidos y movimientos tengan fronteras difusas y permeables, a fin de cuentas, suelen tener orígenes sociales y lógicas operativas distintas.
Los partidos de movimientos nos dan ciertas pistas sobre las delimitaciones entre movimientos y partidos. Para empezar, vale aclarar que no son nuevos, ni exclusivamente latinoamericanos. Sobre el primer punto, recordemos que movimientos sociales les dieron las bases sociales a los primeros partidos de masas en México con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), al Partido Justicialista (PJ) en Argentina y a la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en Perú, entre otros (James, 1988; Klarén, 2016; Ackerman, 2021).
Sabemos, también, que los partidos socialistas europeos nacieron como expresión electoral de movimientos obreros (Bartolini 2000). Partidos demócrata cristianos, a su vez, surgieron de la movilización de grupos confesionales cristianos (Kalyvas 1996). Hasta el fascismo en Europa, en países como Italia, Rumania y España, tuvo raíces en sociedades civiles y redes de activistas bien organizadas (Riley 2010).
Europa no estuvo sola. Partidos de movimientos surgieron también en Estados Unidos a mediados del siglo 19. De hecho, los orígenes del Partido Republicano están, curiosamente, atados al movimiento abolicionista o antiesclavista. Si bien hoy lo relacionamos con el racismo y el conservadurismo, en sus orígenes estaba atado a movimientos que iban contra el statu quo imperante. En su larga historia, siguió una trayectoria curiosa: uno podría argumentar que fue de movimiento a partido establecido y luego a partido capturado por movimientos, pero desplazándose al otro lado del espectro ideológico de quienes le dieron su primer impulso (McAdam & Kloos, 2016; Roberts, 2018; Schlozman & Rosenfeld, 2024).
El surgimiento de partidos de movimientos tiene gran tradición en los estudios latinoamericanos y europeos. La extensa literatura sobre el peronismo, por ejemplo, introduce el debate sobre los partidos como instrumentos electorales de movimientos sociales. Con el surgimiento de los partidos verdes en Europa, autores como Kitschelt (1989) comenzaron a pensarlos y a definirlos en términos más analíticos. Fue Kitschelt, en efecto, quien lanzó una primera definición basada en la experiencia de los partidos ecologistas de Europa, en las décadas del 80 y 90. En su conceptualización, los partidos-movimientos se basan en movimientos sobre un tema específico (single-issue) y no así en coaliciones de movimientos más amplios, heterogéneos, y con múltiples demandas. Su expectativa era que, dada la lógica de representación territorial, estos partidos surgidos de movimientos single-issue no se convertirían en algo más o menos permanente. Serían algo así como aventuras prematuramente fallidas o frágiles de activistas sociales despistados. Sin embargo, tales expectativas no tuvieron sustento empírico y muchos de estos partidos sobrevivieron gracias al sostenimiento de sus vínculos con movimientos (Rüdig & Sajuria, 2020). Otro texto pionero en el estudio de partidos surgidos de movimientos ha sido el de Paul Almeida (2010), quien, escribiendo sobre América Central, acuñó el término social partyism para describir el alineamiento coyuntural entre partidos de oposición y grupos movilizados de la sociedad civil, los cuales persiguen intereses comunes a través de la acción contenciosa e institucional.
Más recientemente, influidos por la rica literatura en los estudios latinoamericanos y europeos, Donatella della Porta y varios colaboradores conectaron el surgimiento de partidos-movimientos a las tendencias sociales y de economía política -como las crisis de austeridad del sur de Europa, a partir de las cuales surgieron partidos como la Coalición de la Izquierda Radical (syriza) y Podemos. Su definición sobre estos partidos, sin embargo, es muy descriptiva y poco analítica. Habla de partidos con fuertes lazos con movimientos -partidos que encuentran inspiración y fortaleza en movimientos sociales. Algo similar pasa con el trabajo de Hanspeter Kriesi y colaboradores, que tienen un proyecto afín sobre protesta en tiempos de crisis en Europa (Kriesi et al., 2020), y un artículo reciente de Endre Borbáth y Swen Hutter (2021) sobre protesta y partidos de protesta (protesting parties) en el mismo contexto.
Mi definición está en diálogo con todos estos trabajos, pero procura ser un poco más analítica. Los partidos de movimientos emergen como expresión institucional de actores sociales organizados, generalmente como opositores y al calor de la movilización social (o desde abajo). En general, tienen uno o varios sponsors o promotores organizativos -un movimiento o grupo de movimientos que deciden, no sin enormes debates previos y entre distintos niveles de liderazgo, convertir la energía de la movilización social en movilización electoral, incluso pagando ciertos costos por ingresar al sistema. Las distinciones entre el aparato partidario y el movimiento son difusas, al menos en el corto plazo.
Estos partidos son formas híbridas de acción colectiva, dado que se vuelcan a la arena electoral, mientras que -al mismo tiempo- mantienen un pilar en las calles. Los candidatos y líderes suelen salir de movimientos sociales en lugar de ser parte de una casta política más profesional o alejada de la movilización. Es decir, estos partidos tratan, al menos al inicio, de no subordinar la lógica movimientista a los imperativos electorales. Son, así, un desafío para los modelos clásicos de construcción partidaria (Aldrich, 1995), que hablan de los partidos como creaciones de líderes desligados de bases sociales organizadas.
Mi definición pone fuerte énfasis en el sponsoreo organizativo y asume cierta diferenciación entre el formato partido y el formato movimiento. Y creo que esa distinción puede servir para pensar en clave comparada, que es lo que nos interesa en este artículo. Mi definición reconoce que partidos y movimientos suelen operar en distintas arenas y juegan con lógicas que, a veces, son difíciles de reconciliar. Como dice Tarrow en Movements and Parties, pese a que partidos y movimientos tengan fronteras difusas, los partidos suelen tener una lógica más transaccional u oportunista, mientras que los movimientos suelen estar más alineados con demandas específicas o con una ideología o cierto compás de ideas. Este punto está bastante reconocido en la literatura y explica por qué los líderes de movimientos tienden a mantener distancia con los partidos y son escépticos a participar en la arena electoral. Un corolario sobre el cual se podría indagar más es que estas dos lógicas implican la posibilidad de generar alianzas en la esfera de los movimientos, alianzas que le dan movilización electoral a un partido, pero estas alianzas son en general difíciles de sostener en el tiempo, ya sea en competencia electoral o en funciones de Gobierno.
Los partidos basados en movimientos son tan solo un ejemplo de formato híbrido, una manifestación extrema que logra articular estas distintas lógicas de movilización, pero puede haber muchos más en ese espacio entre movimientos y partidos, que tal vez sean más comunes y no menos importantes en sus consecuencias.
Por ejemplo, en Estados Unidos, podemos pensar en el anclaje del movimiento por los derechos civiles en el Partido Demócrata entre 1930 y 1970, que llevó a los demócratas hacia una dirección más progresista (Schlozman 2015); o en la más reciente infiltración de movimientos, como el Tea Party o incluso Make America Great Again (maga) en el Partido Republicano, que convirtieron al partido de Lincoln en un partido extremista de derecha (Skocpol & Williamson, 2016; Skocpol & Tervo, 2020; Blum, 2020). Es decir, los movimientos son capaces de reconfigurar la vida interna de los partidos establecidos y, a través de esas influencias, pueden incluso reconfigurar o hibridizar sistemas de partidos enteros.
El punto conceptual que quiero destacar es la importancia de pensar las interacciones entre partidos políticos y movimientos sociales, no solo en función de sus distintas lógicas operacionales, sino también mirando cómo entran en juego con un rango de condiciones contextuales y políticas -es decir, cómo se influencian recíprocamente y, tal vez, cómo se constituyen recíprocamente (Roberts, 2023). Paremos la pelota y pensemos por un minuto. Un partido fuerte, establecido y en un sistema de partidos medianamente estable, o con al menos un partido estable: ¿qué incentivos tiene para integrar a un movimiento radicalizado que lo lleve hacia un polo o, incluso, lo desborde? Por otra parte, un movimiento amplio, movilizado y en el mismo sistema partidario, ¿qué incentivos tiene para formar alianzas con un partido ya establecido que suprima sus energías en la búsqueda de objetivos electorales? Ejemplos de este tipo de absorción son muy comunes, la historia es un cementerio de estas experiencias. Pero también son comunes las sinergias, por ejemplo, los movimientos de trabajadores desocupados con el peronismo en Argentina, como nos muestra el trabajo de Candelaria Garay (2007; 2016) y el de Federico Rossi (2017), entre otros.
También ayuda pensar en el tipo de movimientos y las demandas que articulan. ¿Qué atributos o características importan para facilitar enlaces entre movimientos y partidos, y cuáles lo hacen más difícil? Sobre estos últimos puntos me voy a explayar más adelante con referencia al MAS en Bolivia, pero dejo acá una sugerencia: creo que hay espacio para pensar en una tipología más general que entrelace distintos tipos de movimientos y diferentes maneras de vinculación entre estos y los partidos. Estudiosos de movimientos y partidos del mundo, ¡a elaborarla!
Partidos de movimientos como variable dependiente
Como he mencionado, las interacciones entre movimientos y partidos pueden ser pensadas como una variable dependiente. Desde esa mirada, los partidos basados en movimientos son tan solo una manifestación extrema de esas interacciones, y es uno de los potenciales outcomes de interés y de especial relevancia, porque constituye una victoria estructural para un movimiento social, más trascendente, quizás, que alguna conquista social en forma de políticas públicas. Cabe reflexionar, entonces, sobre algunas preguntas básicas: ¿Cuándo emergen? ¿Qué sabemos al respecto? Hoy se discute mucho el tema de la polarización política y hay argumentos serios sobre la importancia de la polarización en la construcción partidaria.
Autores como Levitsky et al. (2016) cuentan que los partidos duraderos nacen de revoluciones -es decir, momentos de altísima polarización. Otros, como Kitschelt (2000), la vinculan con el fortalecimiento de formas programáticas de competencia.
Sin desmerecer esos argumentos, son tal vez contextos de despolarización los que generan la oportunidad favorable -para grupos sin acceso a instituciones representativas- de actuar en nombre de nuevas demandas y adoptar posiciones más cercanas a los polos. En contextos de alta desigualdad, la despolarización no es un indicio de buena salud democrática. Significa que una serie de demandas están debajo de la alfombra, o fuera de la disputa electoral, y que grupos amplios no tienen la capacidad de articulación en la arena política. La ausencia de partidos que representen el malestar, suele ser el paso previo que abre la oportunidad a que un movimiento pueda ocupar ese espacio, articular el malestar y polarizar la arena política. La polarización a veces empieza desde arriba, pero también empieza cuando movimientos sociales politizan esas desigualdades y, a veces, la protesta se traduce en nuevos partidos de movimientos, que no son producto de la polarización sino una expresión organizada del malestar que va a empujar la polarización. Esta ha sido la experiencia del MAS en Bolivia (sobre la cual voy a hablar más), como la de los nuevos partidos en el sur de Europa. Tal vez la polarización o el conflicto no sean condición necesaria para el nacimiento (Levitsky et al., 2016), pero sí ayudan a la consolidación de estos partidos, sirviendo como pegamento o factor de cohesión en la relación movimientos-partido. Hay algo en el timing para pensar, pero nacimiento y consolidación son cosas distintas en términos analíticos.
La protesta es típicamente un preludio, pero el salto a la arena electoral no es automático. Requiere agencia. Y la transición de movimiento a partido no es igual para todos. Es decir, hay mucha más movilización social y protesta que partidos surgidos de esta, y hay, también, múltiples caminos para la construcción de este tipo de partidos, dependiendo en parte de quién o quiénes son los sponsors organizativos. Como voy a discutir en breve con referencia a casos específicos, tampoco siguen un desarrollo organizativo preestablecido (aunque suelen encontrar dilemas o presiones similares, como la tendencia a la institucionalización o a la fragmentación).
Relaciones movimientos-partidos como variable independiente
Las interacciones entre movimientos y partidos pueden ser vistas, también, como una variable independiente. Estas se manifiestan, tal vez, con mayor intensidad en coyunturas críticas (Tarrow 2021). Dichas interacciones han sido centrales, por ejemplo, tanto en la primera como en la segunda fase de incorporación en América Latina -la primera asociada al proceso de industrialización en el siglo 20 y la segunda más vinculada al giro a la izquierda de principios del siglo 21. Lo que tienen en común es que fueron precedidas por una crisis de representación o por la movilización social como protesta ante la exclusión de sectores populares en formas institucionalizadas de representación. Es evidente que ese tipo de contexto de crisis es una ventana de oportunidades propicia para una interacción intensa entre movimientos y partidos.
Sobre la primera, la incorporación de los movimientos obreros, no voy a ahondar demasiado. Las corrientes anarquistas predominaron en influencia y no hubo un énfasis en la participación en elecciones o en las instituciones formales -mucho menos en la creación de sus propios partidos. Pese a que los movimientos no siempre crearon sus propios partidos, les dieron las bases sociales a los primeros partidos de masas en México con el PRI, al PJ en Argentina y al APRA en Perú, entre otros. Los movimientos obreros de América Latina forjaron vínculos con partidos para incrementar su acceso a arenas institucionales, y en algunas ocasiones también constituyeron partidos políticos, como instrumentos electorales revolucionarios o reformistas, que fueron los (a veces ilegalizados) Partidos Comunistas y los Partidos Socialistas. Algunos de estos, como en Chile, siguen siendo partidos nacionales con presencia parlamentaria.
Los vínculos entre movimientos y partidos expandieron la voz de los trabajadores y produjeron transformaciones en los sistemas de representación, aunque su incorporación a la arena política haya sido desde arriba hacia abajo, con poca autonomía. Ese es un punto central de la literatura, que enfatiza el rol del Estado como agente de la incorporación (Collier & Collier, 1991).
En décadas más recientes, un rango más amplio de movimientos sociales también produjo efectos significativos en modos de representación, dando lugar a la segunda ola de incorporación. El argumento de esta segunda ola fue conceptualizado originalmente por Rossi con referencia a Argentina (2015; 2017) y replicado comparativamente en Silva y Rossi (2018). Esta segunda fase fue precedida por un período de movilización social en contra del avance de las reformas neoliberales y sus múltiples exclusiones. Las protestas ayudaron a reconfigurar sistemas partidarios en parte de la región. Pensemos en Bolivia, Ecuador y Venezuela, por ejemplo. Argentina es un híbrido, el único país de estos casos cuya salida del ciclo de protestas fue conducido por una fuerza política preexistente. Si bien casos como el peruano no están directamente discutidos en esta literatura, un esfuerzo por traerlos puede ayudar a pensar en las limitaciones de la oleada de incorporación, en contextos de extrema fragmentación política y social. Pese a tener un ciclo de protestas contra Fujimori primero y contra la expansión del neoliberalismo luego, Perú no experimentó una reconfiguración del sistema de partidos con nuevas opciones movimientistas; tampoco experimentó el fortalecimiento de partidos preexistentes con base en la energía de la protesta.
Una diferencia, entre tantas, sobre las que me quiero detener, es que, en contraste con el pasado, en esta segunda fase los movimientos sociales están más directamente involucrados en la movilización electoral. En varios casos, han sido, también, partes constitutivas de coaliciones de Gobierno que los trajeron adentro -no solo como beneficiarios de políticas públicas sino como hacedores de políticas a nivel nacional- y reteniendo cierta autonomía (Kapiszewski et al., 2021; Anria & Bogliaccini, 2022). En mi lectura, el ejemplo más claro viene desde Bolivia, que surgió claramente desde abajo. De este caso hablo con detenimiento en la siguiente sección.
Para resumir lo discutido hasta ahora, las intersecciones entre partidos y movimientos pueden ser vistas como una variable dependiente o como una variable explicativa de outcomes y procesos macrosociales, como los procesos de incorporación política. Tales interacciones son interesantes porque nos permiten pensar sobre una pregunta general subyacente: ¿Qué nos dicen esas interacciones sobre la capacidad de los movimientos sociales de ir desde las calles, donde expresan y desarrollan demandas, hasta las arenas más institucionalizadas, donde se compite por votos, se forman Gobiernos, se hacen leyes y se elaboran e implementan políticas públicas? Los movimientos pueden quedarse en la sociedad civil y preservar la pureza militante, pero esa autonomía suele ser mantenida al precio de ser marginalizados de las arenas institucionales -o incluso, al precio de perder relevancia. Milkis y Tichenor (2019) los llaman "movimientos marginales" y usan al Occupy Wall Street como ejemplo, un movimiento que tuvo visibilidad, entre 2008 y 2011, pero su pureza militante impidió el desarrollo de musculatura institucional y, en consecuencia, se echó a perder su capacidad de incidencia en esferas decisorias. Ya casi ni se habla del mismo. Meterse en arenas institucionales suele significar trabajar con partidos, ya sea a través de intentos de alianzas con (o anclajes en) partidos existentes, o fundando un nuevo partido de movimientos. Estos suelen ser inestables y tal vez frágiles, porque la articulación entre dos lógicas operativas distintas no es sencilla. Abundan los intentos fallidos. Las interacciones son variadas. Los efectos también. No son siempre sinérgicos. Además, vale aclarar que hay otros modos de articulación con lo institucional, por ejemplo, los movimientos de salud comunitaria en Brasil, que constituyeron "encajes" en dependencias estatales e infiltraron burocracias (Rich, 2019; Bezerra et al., 2024) o los movimientos de trabajadores desocupados en Argentina, que penetraron esferas estatales sin abandonar la calle y no siempre en alianza con partidos (Longa, 2019). Es decir, en el menú de opciones los partidos son simplemente una y no son siempre la más tentadora.
¿Qué factores facilitan articulaciones más o menos exitosas y su sostenibilidad?
Para responder esta pregunta, voy a discutir algunas ideas de mi libro, When Movements Become Parties: The Bolivian MAS in Comparative Perspective (Anria, 2018). Un breve resumen tal vez alcance para esbozar dimensiones analíticas, potencialmente relevantes, en el estudio de movimientos y partidos, y para identificar -algunos años luego de su publicación- nuevas áreas de investigación que no estaban en mi radar al concluirlo. La historia y desarrollo organizativo del mas nos sugieren que los movimientos pueden convertirse en partidos y mantener identidades duales, pero en circunstancias tal vez bastante peculiares. En esta historia no hay una receta a priori para el éxito: estructura, agencia, y contingencia juegan un rol. Lo que sigue es una síntesis del libro, y no pretende cubrir de manera exhaustiva la enorme y muy sofisticada bibliografía enfocada en el mas boliviano.
En mi lectura, el MAS es un caso que logró un equilibrio inusual. Logró albergar, bajo un mismo paraguas, la forma movimiento y forma partido: (a) sin ir en la dirección de la institucionalización para sobrevivir electoralmente y (b) sin fracturarse, al menos en el corto y mediano plazo. Tanto (a) como (b) son los caminos más comunes en la trayectoria evolutiva de los partidos surgidos de movimientos. De hecho, la literatura sugiere que siguen una evolución lineal, con tendencias a la profesionalización extrema y a la subordinación de los movimientos, producto de imperativos electorales; a la búsqueda de eficiencia en procesos decisorios; a la especialización y más -una ley de hierro o trayectoria predeterminada a la que se converge por múltiples caminos.
El MAS boliviano nos da un ejemplo de que este destino no es teleológico ni está predeterminado. Como caso desviado, entonces, nos permite ver los límites de la teoría existente, especificar las condiciones que empujan en la dirección contraria y teorizar sobre formatos organizativos, que pueden acomodar los reflejos transaccionales más propios de los partidos y aquellos menos transaccionales de los movimientos.
El argumento teórico central es que esa trayectoria organizativa anticipada puede atenuarse o está condicionada por una combinación de causas históricas, huellas forjadas en experiencias formativas de los partidos y la fortaleza y capacidad de movilización autónoma de sus bases sociales.
Cuando empecé a estudiar al MAS, claramente no fui el primero en hacerlo ni en Bolivia ni afuera. En el 2008 había un fuerte énfasis en el nacimiento -en el movimiento cocalero, en las fuentes ideológicas y en su funcionamiento en algunos distritos específicos, entre otros aspectos-, pero poco sobre la expansión organizativa o cómo un partido de minorías activas se extendía a las ciudades, que son centrales para ganar mayorías.
Estudiando esto último me quedó claro desde temprano que no había un mas, sino varios, y que los estudios existentes no los integraban, o no ofrecían pistas teóricas sobre las fuentes de variación o porque el MAS funcionaba y se organizaba distinto en diferentes contextos estructurales. ¿Por qué funcionaba en algunos segmentos rurales de manera más horizontal y en otros segmentos -a veces rurales, a veces urbanos- no? ¿Cuáles eran las causas y consecuencias de esa segmentación?
Fue a partir de esas observaciones y preguntas como fui ajustando mi ángulo de visión y a pensar su evolución, en su diversidad y en perspectiva comparada. El mas tenía singularidades que lo hacían (y todavía lo hacen) interesante, como su organización híbrida.
Surgió claramente desde abajo, es un claro ejemplo de un partido surgido de movimientos, verdaderamente orgánico en sus orígenes y en cómo forjó su liderazgo. En segundo lugar, es producto de la movilización indígena-campesina. Surgió como instrumento político de un grupo muy localizado -los cocaleros del Chapare-, pero pronto se convirtió en un instrumento para un grupo de actores subalternos mucho más amplio, una coalición de sindicatos rurales, organizaciones de trabajadores informales, cooperativas mineras, juntas vecinales y más. Esta designación -como instrumento político- nos dice algo del escepticismo de sus fundadores, con relación a los partidos clásicos, y del lugar que buscó ocupar entre insider y challenger.
Ser producto de la movilización indígena-campesina lo hace parecido a Pachakutik en Ecuador (Madrid, 2012), pero muy distinto a otros partidos clásicos surgidos de movimientos, como el PT en Brasil y tal vez el Frente Amplio en Uruguay (Hunter, 2010; Rocha de Barros, 2022; Pérez Bentancur et al., 2019). Tenemos, entonces, al menos dos modelos distintos de partidos de movimientos en la región -unos con base o anclaje rural y otros con base social urbana- y una extensa literatura que documenta sus orígenes y distintas tramas organizativas.
También destacable fue su acceso al poder. Destaco su expansión territorial, desde 1997, cuando participó en las primeras elecciones presidenciales, hasta 2005. Este crecimiento fue meteórico, a solo 10 años de su nacimiento. Y significa que accedió al poder con poca, aunque no nula, experiencia subnacional y con estructuras partidarias poco desarrolladas (a diferencia del PT en Brasil, por ejemplo). Lo hizo tejiendo vínculos orgánicos, con un abanico amplio de movimientos sociales (Anria et al., 2022), incorporando a algunos como pilares sociales del partido (por ejemplo, a través de la apertura de selección de candidaturas) y a otros a partir de estrategias más bien vinculadas al patronazgo o al clientelismo (Anria & Cyr, 2017).
Esta trayectoria vertiginosa y transición doble -de movimiento a partido y luego a partido de Gobierno- involucró muchísimas transformaciones internas. Fue un proceso de expansión territorial, organizativa y sociológica con varias dimensiones, pero esencialmente quiero destacar que lo hizo desempeñando las funciones clásicas de un partido: buscó y encontró espacio programático en común en un contexto de movilización social ascendente contra el avance del neoliberalismo -articuló, agregó y ordenó intereses. El liderazgo jugó un rol clave y se mantuvo accountable a esas demandas.
Tal vez lo más destacable para este artículo de reflexión sean estos puntos: (1) una cosa fue desempeñar ese rol representativo y agregar intereses desde la oposición y, otra cosa, mucho más difícil fue hacerlo desde el Gobierno; (2) no obstante, el mas fue capaz de reproducir su modelo genérico en el tiempo, preservando características movimientistas o identidad dual, pese a su rápido acceso al poder y a las presiones mismas del ejercicio del poder; (3) que le permitieron sostener altos niveles de participación interna pese a su liderazgo personalista. Para entender esto (y las fuentes de la variación sub y cross nacional) hay que prestar atención a la configuración de la sociedad civil, su fortaleza organizativa, alineamientos y autonomía.
En el caso del MAS, su formato organizativo flexible les permitió a las bases sociales organizadas del partido preservar poder e influencia, pese a que el liderazgo intentó concentrar el poder. Así, a través de su capacidad de movilización independiente, forzaron al liderazgo a negociar, buscar acuerdos, marcar el rumbo en algunas áreas de la vida interna partidaria, dar marcha atrás, en ocasiones, e incorporar intereses y demandas en arenas institucionales desde abajo.
Estos canales informales para ejercer voz e influencia fuera de la arena electoral, entre elección y elección, no necesariamente le dan consistencia a la marca partidaria ni han sido garantía para la coherencia programática, tampoco han sido el antídoto perfecto para el personalismo, pero le pusieron límites a la autonomía de Morales y le dieron cierta capacidad de respuesta y vitalidad al partido entre elecciones. Si bien un contacto estrecho entre movimientos y el MAS le permitieron llevar a cabo un proceso de incorporación y sirvieron como contrapeso al poder de las élites económicas, permitiendo así una ampliación de derechos sociales y económicos, la incorporación fue bastante desigual o segmentada (Wolff, 2018; Valdivia Rivera, 2019; McNelly, 2023). El MAS generó efectos incorporadores, pero también exclusiones de viejos aliados a través de la represión, especialmente a grupos que no eran vistos como amenazas -como movimientos sociales con demandas identitarias. La agregación se volvió cada vez más compleja. Por último, los vínculos estrechos con su base social generaron incentivos para gobernar con poco respeto a las normas democráticas y a la oposición. A la larga esto fue una debilidad. Polarizó la arena política y creó incentivos para que viejos aliados ejercieran la opción de salida.
El MAS no es el único caso que logró este tipo de equilibrio y, en el proceso, logró mantener una identidad "movimientista". La experiencia del fa enUruguay permite ver articulaciones similares, pero a través de un formato organizativo diferente -un modelo alternativo de relaciones partido-movimientos. Tal vez nos ayude a pensar que no existe un formato único, que facilite la articulación entre partido y movimientos, y a buscar pistas más allá de la organización partidaria. También nos puede ayudar a pensar en distintas bases sociales (movimientos urbanos versus movimientos con base rural, base concentrada versus más difusa) y el rol que juegan en la articulación y funcionamiento de los partidos surgidos de movimientos. En ambos casos, la izquierda fue bastante resiliente y, con matices (especialmente en Bolivia), bastante democrática. Pese a que eventualmente, tanto el MAS como el FA, fueron desafiados por fuerzas conservadoras a fines de la década del 2010, su fortaleza organizativa sigue siendo un recurso y ambos partidos siguen teniendo capacidad y potencial mayoritario. En ningún caso hubo desbordes por la izquierda -hasta el momento al menos.
La experiencia del PT en Brasil, por el contrario, nos muestra que es posible mantener vínculos con las bases organizadas, pero en simultáneo, con el paso del tiempo, estas suelen ganar distancia y perder capacidad de influencia en la medida que el partido centraliza procesos decisorios, se institucionaliza y se hace menos dependiente de los movimientos. Es un caso clásico, que siguió la ley de hierro de la oligarquía de la que hablaba Michels (1962), en el cual el liderazgo partidario se distanció de los movimientos sociales de los que emergió -que fueron su principal fuente de poder y recurso político. Si bien no es una ley sociológica de aplicabilidad universal y el distanciamiento no fue pleno, como hemos visto recientemente, la pérdida de sinergias fue fuerte. El contraste también.
En ausencia de vínculos orgánicos, los partidos de Gobierno durante el giro a la izquierda fueron vulnerables y demasiado dependientes a los caprichos de personalidades dominantes, como en Venezuela y Ecuador -con un giro autocrático en el primero y una división fuerte entre personalidades rivales en el segundo. En Brasil y Chile, donde esos vínculos se atenuaron fuertemente (Brasil) o se procuró desarticular (Chile), los partidos de izquierda terminaron muy debilitados. En Chile, de hecho, terminaron desplazados por una opción más movimientista; y en Brasil con bastantes apoyos de movimientos, pero con un pt Lula-dependiente. Los dos casos exitosos -el MAS y el FA- nos sugieren que, si bien esas relaciones pueden ser sinérgicas, tal vez sean outliers.
Antes de terminar esta sección, una última reflexión sobre mi libro que suele ser pasada por alto: enfatiza la relevancia del contexto, de la configura ción de la sociedad civil como una variable que da forma a -o condiciona- las relaciones entre movimientos y partidos. Esta reflexión nos ayuda a pensar en la variación al interior de los casos y entre casos. Por ejemplo, puede ser útil para abordar el estudio de casos con sociedades civiles más fragmentadas, donde las ataduras entre movimientos y partidos son escazas -como en Perú, Colombia o Paraguay- y comparaciones más amplias con base en distintos niveles de organización social.
Implicaciones y reflexiones finales
Quisiera concluir con algunas reflexiones para pensar sobre los intentos actuales de coordinar movimientos y partidos en la región. La competencia electoral hoy está organizada por distintos híbridos y pareciera existir una tendencia hacia la fusión (poca diferenciación y distancia) entre movimientos y partidos.
En varias instancias, como en Bolivia y más recientemente en Chile, sistemas de partidos enteros han sido reconfigurados por la movilización social, que desplazó a los partidos tradicionales y tuvo efectos políticos significativos. Algo similar tal vez esté pasando en Colombia, donde, como en Chile, la protesta social masiva migró de la esfera social a la arena electoral (con voto contra los partidos tradicionales) y sirvió como preludio para la elección de Gustavo Petro.
En otras tantas instancias, los dilemas de la competencia electoral, la erosión de redes clientelares, el surgimiento de nuevos clivajes sociales y la fragmentación social, han empujado a los partidos (de izquierda y derecha) a buscar vínculos con movimientos para expandir su base electoral. Estas experiencias son un terreno propicio desde las cuales -nuevos conceptos, teorías y formas de pensar- las interacciones pueden emerger. ¿Cómo se establecen estos vínculos? ¿Cuáles son sus implicaciones de distintas formas de vinculación? ¿Qué tipos de híbridos emergen?
La investigación comparada nos da algunas pistas conceptuales. Por ejemplo, Tarrow (2021) nos cuenta que existen híbridos horizontales (con unidad de objetivos entre movimientos y partidos, pero manteniendo diferenciación funcional), híbridos verticales (movimientos que surgen por fuera de un partido, pero que gradualmente ganan influencia en su vida interna) y fusiones híbridas (movimientos que lanzan insurgencias dentro de un partido y eventualmente logran controlar sus riendas).
Sin embargo, el supuesto subyacente en esa literatura es que los partidos son algo más bien fijo en la arena política. Y los movimientos van y vienen. Pensar en perspectiva comparada nos invita a identificar potenciales fuentes de variación, como la estructura de los sistemas de partidos (y la estructura misma de los partidos políticos realmente existente). En América Latina, a diferencia de Estados Unidos, hay más fluidez en la arena institucional y debilidad en las trayectorias históricas de los sistemas partidarios (Roberts, 2014). Los partidos van y vienen mientras que algunos movimientos son estables. Si esto es así, las estrategias de los movimientos deben estar cuanto menos condicionada. Y los híbridos resultantes deben ser distintos, incluidos los partidos de movimientos.
Ahora bien, ¿son estos la oleada del futuro?
No lo creo. De alguna manera, las experiencias exitosas parecen ser difíciles de reproducir. Si bien la protesta social es una marca de nuestros tiempos y la competencia electoral está organizada por distintos híbridos, no veo mucho desarrollo organizativo que permita cerrar el gap entre la esfera social y la esfera estatal. Esto solía ser el trabajo de los partidos, pero pareciera que estamos en una era postpartidos, en la que personalidades, como Javier Milei, con una cuenta de TikTok y sin militantes altamente organizados -más allá de un conjunto de colectivos libertarios- le acaba de ganar a todo el peronismo, unido y en el Gobierno. Tiemblan las bibliotecas. Partidos como el MAS nacieron al calor de la protesta. Partidos como el fa y el pt nacieron en contextos de adversidad y represión (Van Dyck, 2021). Los tres nacieron como producto de una sociedad civil altamente organizada. Tal vez esté equivocado, pero no parece que esa sea la tendencia de los distintos contextos latinoamericanos hoy, aún con el malestar e incertidumbre reinante.
Hay mucha protesta, en efecto, pero la protesta no necesariamente significa mayor fortaleza de la sociedad civil y los partidos de movimientos tampoco surgen de manera mecánica al calor de esta. Deben construir capacidad organizativa que les den sostén y faciliten la coordinación horizontal (entre partes) y la agregación de intereses. Y deben generar un liderazgo. El MAS eligió a un líder, Evo Morales, cuyo mandato surgió directamente de las filas del movimiento cocalero y quien se posicionó tempranamente como figura central, indiscutible y a la cabeza, del armado político. Tanto el partido como el líder emergieron del movimiento de manera orgánica. Y el liderazgo jugó un rol central en el armado partidario y en definir la orientación programática en un contexto y condiciones históricas bastante peculiares. Parte del armado involucró la construcción de vínculos (intensivos y extensivos) con movimientos sociales que, si bien no fueron fundadores, se fueron sumando como pilares organizativos y dándole capacidad de movilización electoral al partido. El liderazgo también logró convertir el poder social en poder estatal y combinarlos de manera sinérgica.
En casos como Chile y tal vez Colombia, que conozco mucho menos que los lectores de Desafíos, hay similitudes en el proceso de despolarización -fuertes fallas en la representación que abrieron las puertas para formas de protesta que desbordaron a los partidos tradicionales, pilares de un viejo orden. Pero también hay diferencias en las condiciones de estructura social, densidad organizativa y liderazgo. Es decir, la constelación de condiciones que generaron las posibilidades de un partido como el mas no son fácilmente replicables ni inmediatamente evidentes en la política de hoy. En Chile, por ejemplo, hemos visto que el ciclo de protestas que culminó en el estallido, ante la falta de redes preexistentes y de un liderazgo dinámico, no produjo una organización similar al MAS, sino la proliferación de grupos de independientes, con una gran debilidad para coordinar y agregar intereses a escala nacional. Esta desconexión y la tensión entre el poder de la calle y el poder del voto se vio claramente en el proceso constituyente.
Hay una especie de volver al pasado. Si antes de la primera fase de incorporación, corrientes anarquistas rechazaban la figura del partido y todo vínculo con el Estado, parecería haber un regreso de versiones de esa tradición, pese a que nosotros, académicos e investigadores, pensamos que los partidos son buenos y deseables. Hay un vacío, redes de activismo sin demasiado entusiasmo para traducir la protesta en partidos -en forma caricaturesca, un retorno al preleninismo en espacios cívicos. Se manifiesta de manera desigual, pero se lo ve en la izquierda, como en Chile y en la derecha. El caso de Javier Milei en Argentina diciendo "que se vayan todos" es ilustrativo; de alguna manera el 2001 no murió, cambió de ropa.
Mirando hacia adelante: si los formatos híbridos son la tendencia, pero los pilares de los partidos de movimientos clásicos son más débiles y la fragmentación social más fuerte (con pocos vínculos horizontales entre redes de activistas y poca capacidad para escalar hacia arriba en la competencia electoral), ¿qué factores permiten la articulación más o menos exitosa? Entender esto requiere estudiar cómo movimientos y partidos construyen poder organizativo, los modos de institucionalizar sus vínculos y los tipos de vínculos que atan a los aliados bajo un paraguas programático común, y cómo coordinan acción conjunta. También requiere una exploración de las experiencias comparadas y, felizmente, el panorama académico hoy día está bastante más desarrollado -en términos teóricos, conceptuales y empíricos- de lo que estaba cuando empecé con mi trabajo.
Por último, se requiere incorporar al espectro más amplio de actores que juegan un rol en el sistema de intermediación de intereses, que incluye grupos de interés de varios tipos. Partidos y movimientos son una manifestación visible en el amplio campo organizativo situado entre la esfera privada y las estructuras estatales. Pensar más amplio va a requerir integrar grupos variopintos (incluidas organizaciones con fines ilícitos) en la película, al mismo tiempo que especificamos su lógica operativa, que es, o puede ser, distinta a la de partidos y movimientos. Sobre este punto no sé mucho y requeriría un tipo de investigación que no he hecho, pero no quería olvidar mencionarlo a modo de conclusión.
Espero, entonces, haber ofrecido una síntesis de hallazgos y algunas variables o dimensiones analíticas para pensar más en profundidad en las distintas interacciones entre movimientos sociales y partidos políticos. Espero, también, haber presentado algunas discusiones relevantes en la literatura y haber sugerido en qué direcciones ir con el estudio empírico de casos y sobre posibles comparaciones. No pretendo haber sido exhaustivo, pero me conformo con, al menos, haber puesto sobre la mesa algunos temas que considero importantes y abierto algunas preguntas nuevas de investigación sobre el tema.
¡Los invito a sumarse a la discusión!