INTRODUCCIÓN
La migración irregular es un fenómeno característico de los países centroamericanos, pues los trabajadores y campesinos acostumbran movilizarse hacia los Estados Unidos para escapar de la violencia, el despojo y la pobreza que históricamente han afectado a los países del Triángulo Norte de Centroamérica (El Salvador, Guatemala y Honduras). A pesar de la cotidianidad de este fenómeno, a partir de los años 80 se han registrado modificaciones significativas en las tendencias migratorias hacia el norte, ya que, por un lado, se ha registrado un aumento significativo del flujo de personas hasta el punto de masificarse; y, por otro, porque cada vez más se reconoce la presencia de mujeres y niños en la migración irregular. Específicamente en el caso de las mujeres, se ha registrado que ellas deciden migrar por cuestiones relacionadas con la reunificación familiar o bien para integrarse al mercado laboral (Noriega González y Tovar Martínez, 2021), pero también son impulsadas por cuestiones relacionadas con el género en sus países de origen, como la desigualdad y la violencia.
Las mujeres migrantes enfrentan desafíos a lo largo de su viaje no solo por su condición de irregularidad y vulnerabilidad, sino porque "el género es ejercido en formas relacionales y dinámicas en todo el proceso migratorio" (Hondagneu-Sotelo, citado por Noriega González y Tovar Martínez, 2021:8), hasta el punto de que su experiencia migratoria es completamente distinta a la de los hombres. Estos factores se interrelacionan de manera que las mujeres que se movilizaran intentan cumplir con las expectativas de identidad y conducta en su lugar de origen, tránsito y destino (Donato et al., 2006). Para las mujeres salvadoreñas, guatemaltecas y hondureñas que deciden migrar en irregularidad, su proceso de movilidad implica transitar por diversos territorios, incluyendo el mexicano, sin contar con la garantía de que respeten sus derechos; situación que las hace vulnerables a sufrir violencia, discriminación, trata, secuestro y otros crímenes de género; crímenes que, por lo general, no son denunciados o atendidos por temor o culpa.
En ese sentido, el objetivo de esta investigación es caracterizar el fenómeno migratorio de las mujeres desde el Triángulo Norte de Centroamérica (TNC) en condiciones de irregularidad, y a través de ello identificar las normas de género que hacen que su experiencia migratoria sea diferente a la experimentada por los hombres. Para lograrlo, se utilizan las categorías planteadas por la Teoría de la Reproducción Social (TRS), pues estas permiten demostrar que la migración representa, por un lado, una dimensión clave en la reproducción social en las sociedades capitalistas (Gimenez, 2019) y, por otro, un proceso que profundiza la explotación y opresión de las mujeres migrantes1.
Desde la perspectiva de la TRS, se argumenta que las mujeres son parte integral de la valorización del capital, ya que proporcionan su trabajo en la esfera pública y doméstica. Esta valorización también es consecuencia de una jerarquía patriarcal que las somete y reproduce la desigualdad de género. Desde este punto de vista, la migración no es solo un proceso que permite movilizar la fuerza laboral femenina de un espacio geográfico a otro para facilitar la expansión del capital a través de su explotación, sino que, además, representa un proceso que, a partir de la reproducción de normas de género, se beneficia de la opresión sistemática de las mujeres. A partir de este análisis, se demuestra que las mujeres migrantes en condiciones de irregularidad son sometidas a procesos de explotación marcados por las normas de género, no solo a través de su inserción en la esfera del trabajo doméstico y de reproducción en su lugar de destino, sino también como resultado de la violencia, lo que finalmente resulta en su opresión.
Para lograr este objetivo, el artículo se organiza en tres secciones. En la primera sección, se describe la magnitud del flujo migratorio en condiciones de irregularidad y las características sociodemográficas de las mujeres que migran desde los países del TNC hacia Estados Unidos, así como los principales peligros reportados en los territorios de tránsito. En la segunda, se discuten las razones por las que la migración representa un proceso articulado a la reproducción social, así como la manera en la que las normas de género inciden en el proceso migratorio de las mujeres a partir de la TRS. En la tercera, se aplican las categorías teóricas para interpretar el caso de las mujeres migrantes centroamericanas, las razones por las que su proceso migratorio está marcado por la vulnerabilidad, así como las condiciones de su inserción en Estados Unidos. Finalmente, se presentan los comentarios finales.
1. CARACTERÍSTICAS Y MAGNITUD DE LA MIGRACIÓNDE LAS MUJERES DEL TNC
A nivel mundial, la migración se ha feminizado. Tal como se muestra en la gráfica 1, se puede observar que, a partir de los años 80, la migración femenina se ha acelerado significativamente, de modo que para el año 2020, las mujeres migrantes ya representaban al 48% del total de la población migrante2. Esta tendencia, sin duda, se replica en el caso de los países del TNC, pues se estima que del total de migrantes provenientes de la región el 53% eran mujeres (Fundación BBVA México, 2022).
Es difícil determinar cuántas de estas mujeres migraron hacia Estados Unidos en condiciones de irregularidad, ya que, por la naturaleza de estos movimientos, no todos los casos pueden ser captados por las autoridades o contabilizarse de manera confiable dentro de las estadísticas. Sin embargo, existen algunos indicadores proxy que pueden evidenciar la magnitud de estos movimientos, entre ellos la cantidad de eventos registrados por las autoridades mexicanas con migrantes en condición irregular y el total de devoluciones realizadas tanto por México como por Estados Unidos.
Respecto al porcentaje de eventos registrados por las autoridades mexicanas de mujeres migrantes en condición de irregularidad, es evidente que la tendencia migratoria ha sido creciente durante el período 2011 - 2023, de modo que el número de eventos registrados en este período se ha duplicado. Tal como se representa en la gráfica 2, las salvadoreñas representan la mayor cantidad de estos encuentros, mientras que en el caso de las guatemaltecas y hondureñas los porcentajes siguen una tendencia similar a partir del año 2018.
Nota: El dato correspondiente al 2023 se basa en información preliminar y no incluye los casos en revisión. Fuente: Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas (2023)
Sobre estos datos, hay que notar que en el año 2020, el número de eventos sufrió una reducción significativa para las mujeres de las tres nacionalidades, lo cual se debió a la pandemia del COVID-19 y, con ello, a la entrada en vigor de los Protocolos de Protección al Migrante (MPP, por sus siglas en inglés) y el Título 423 en Estados Unidos. Tanto la pandemia como las políticas de control migratorio produjeron que los centroamericanos postergaran temporalmente sus proyectos migratorios (Congressional Research Service, CRS, 2023), pero esta tendencia se revirtió el siguiente año, cuando los eventos alcanzaron su punto más elevado (con 73,827 encuentros) de los cuales el 12.8% eran salvadoreñas, 32% guatemaltecas y el 55% hondureñas.
Al evaluar el porcentaje de mujeres retornadas por parte de las autoridades mexicanas y estadounidenses, segundo indicador proxy de la irregularidad, estas tendencias se replican. En ambos países, se puede evidenciar un crecimiento sostenido del retorno de las mujeres a partir de 2013, y tal como se presenta en la gráfica 3, las retornadas son en su mayoría salvadoreñas.
Respecto a las características sociodemográficas de las mujeres que deciden migrar, las centroamericanas migrantes son jóvenes y en edad económicamente activa, cuya edad promedio es de 29 años. Asimismo, se considera que estas mujeres cuentan con niveles de escolaridad relativamente bajos, ya que solo el 19.9% de ellas contaba con nivel medio o avanzado. La mayoría reporta que son solteras, pero con al menos un hijo bajo su cargo, lo que podría indicar que las migrantes provienen de hogares monoparentales en los que ellas son jefas de hogar. Entre los principales motivos que las impulsan a migrar es la pobreza, la inseguridad alimentaria, violencia de género y el impacto que tiene el cambio climático en sus vidas (Instituto Nacional de las Mujeres, INMUJERES, 2019), pues la región centroamericana es propensa a sufrir desastres naturales.
Según la propuesta de Aikin Araluce (2017), las mujeres centroamericanas enfrentan elevados niveles de vulnerabilidad4, porque al combinarse la condición de escasos recursos, los niveles educativos bajos, la inexistencia de redes de apoyo para la movilidad y el riesgo del tránsito por el territorio mexicano, corren mayores riesgos y, por lo tanto, las probabilidades de éxito son menores. Estos riesgos involucran robos, extorsiones, secuestros, pero son especialmente vulnerables a hechos vinculados con su género, pues ellas son propensas a sufrir violaciones, feminicidios, o, bien, agresiones relacionadas con su cuerpo a través de la prostitución o trata.
A pesar de los riesgos y peligros, las mujeres centroamericanas consideran que la migración es la única alternativa para superar las condiciones de pobreza y opresión que sufren en sus lugares de origen. Sin embargo, esta alternativa es limitada pues la migración sucede dentro de las sociedades capitalistas y, como tal, no solo responde a las condiciones económicas gestadas por la lógica capitalista, sino que, además, representa un proceso asociado a una forma particular de reproducción de la vida en el que la explotación y la opresión continuamente marcan las condiciones de vida de los migrantes. En la siguiente sección, se analiza por qué las mujeres deciden migrar en el contexto de las sociedades capitalistas, por qué su experiencia migratoria es diferenciada respecto a los hombres y si la migración es una alternativa para superar sus condiciones de desigualdad y opresión.
2. LA TEORIA DE LA REPRODUCCION SOCIAL, MIGRACIÓN Y GÉNERO
La TRS es un marco teórico que se desarrolla en el contexto del feminismo marxista, cuyo objetivo es analizar la interconexión que existe entre las relaciones de clase y el género y, a través de ello, proporcionar una explicación integral de la desigualdad y opresión que sufren las mujeres en el contexto capitalista. El punto de partida para comprender esta interconexión es la noción de que el sistema capitalista se desenvuelve a partir de la unidad orgánica de dos esferas: la de producción de bienes y servicios (la económica) y la esfera de la producción y reproducción de la vida (la social). Ambas esferas operan como una totalidad y, aunque cada una persigue objetivos completamente diferentes, ambas están interconectadas por el papel que desempeña el trabajo humano en cada una de ellas.
Por un lado, la esfera de la producción tiene el objetivo de lograr la valorización del capital a través de la producción y venta de las mercancías producidas. Para lograr este objetivo, los capitalistas requieren, primero, emplear una determinada cantidad de fuerza de trabajo en los procesos de producción y comercialización. Esto es así porque los trabajadores no solo son quienes movilizan los medios de producción y crean mercancías poniendo en marcha sus habilidades, sino también porque su fuerza de trabajo tiene la cualidad de ser fuente de plusvalor. Es decir, crean el excedente (o ganancia)5 del que se apropian los capitalistas y que les permite subsistir como la clase dominante. Los capitalistas adquieren la fuerza de trabajo a través de intercambios en el mercado. Los trabajadores la ofrecen libre y voluntariamente a cambio de un salario y por tiempos determinados.
Es la fuerza de trabajo y el salario lo que conectan la esfera económica con la esfera de reproducción, pues es a través de la venta de la capacidad de trabajo y los salarios que los trabajadores pueden garantizar su existencia. En ese sentido, la segunda esfera se refiere al proceso por medio del cual los trabajadores satisfacen sus necesidades físicas, sociales y reproductivas, y cuyo resultado final es producir y reproducirse a sí mismos como trabajadores (Lebowitz, 2003). Los trabajadores logran este objetivo a través de la compra de medios de subsistencia (bienes y servicios que son vendidos por los capitalistas), de la dedicación de tiempo y de trabajo para reproducirse. Respecto al trabajo necesario para garantizar la satisfacción de sus necesidades, este se refiere a todas aquellas actividades6 que regeneran al trabajador como fuerza de trabajo y que le permiten volver al proceso de producción, incluyendo aquellas que involucran la transformación de los medios de subsistencia en valores de uso, las tareas y cuidados que mantienen y regeneran a los no trabajadores (como niños o adultos mayores), y las que permiten producir a los nuevos trabajadores a través del parto y que, al mismo tiempo, posibilitan el reemplazo generacional (Bhattacharya, 2018).
Ahora bien, para que el sistema capitalista funcione, se esperaría que estas esferas operen de forma continua y sin pausa, pues se espera que los trabajadores vuelvan siempre al mercado a vender su capacidad de trabajo, que los capitalistas siempre los contraten, que se trabaje de manera continua en los centros productivos y que, a cambio, los trabajadores obtengan el salario que les permita continuar con el ciclo de reproducción, y así sucesivamente. Sin embargo, Marx (1975a) señala que este ciclo no está exento de contradicciones, ya que conforme avanza y crece la esfera de producción, las posibilidades de garantizar empleo y salarios (suficientes) para toda la población trabajadora se contraen7, de modo que la cantidad de población trabajadora que se reproduce siempre será excedente respecto a las necesidades de valorización del capital y, por lo tanto, al nivel de la demanda efectiva de fuerza de trabajo.
Esta contradicción implica que mientras la esfera de la producción multiplica las posibilidades de crear más mercancías, servicios y, por lo tanto, capital, las condiciones de vida de la clase trabajadora se ven continuamente amenazadas por el desempleo, por el pago de salarios demasiado bajos y por condiciones laborales precarias8; situaciones que imposibilitan que la esfera de la reproducción de la vida opere de forma adecuada para toda la clase trabajadora. La lógica detrás del funcionamiento y la contradicción de estas esferas es significativa, pues ante la imposibilidad de que la esfera productiva absorba a todos los trabajadores se produce una fragmentación en la estructura interna de la clase trabajadora.
Esto sucede porque algunos de los trabajadores (generalmente, los más productivos9 desde la perspectiva del capital) podrán tener empleo y salarios adecuados para cubrir todas sus necesidades de reproducción, mientras que otros tendrán que enfrentar jornadas laborales inestables, exclusión laboral, o salarios que no les alcanzan para garantizar su existencia y la de sus familias. Es decir, para algunos será difícil o incluso imposible insertarse en la esfera de la producción y garantizar los ingresos necesarios para vivir. Es como resultado de esta fragmentación que, en la sociedad capitalista, se gesta la desigualdad económica que afecta a la clase trabajadora, pero que, al mismo tiempo, profundiza la desigualdad ya existente entre capitalistas y trabajadores.
Esto reafirma el argumento de que el capitalismo tiene la capacidad de crear riqueza material en magnitudes crecientes, pero lo hace profundizando la desigualdad social y económica entre los miembros de la sociedad10, por lo que el desempleo y la pobreza son características inmanentes al funcionamiento del sistema capitalista (Geymonat, 2020). Estas características son fundamentales, pues son las que conducen a que ciertos miembros de la clase trabajadora decidan emigrar, ya que ante la incapacidad de cubrir sus necesidades básicas, buscan emplearse y obtener ingresos monetarios en otros espacios geográficos. Es importante mencionar que la vulnerabilidad que sufren los trabajadores excluidos de la esfera de la producción o en condiciones precarias, es la que los obliga a migrar en condiciones regulares y cumplir los requisitos necesarios para desplazarse dentro del marco legal11.
Ahora bien, esta contradicción conduce a que la clase trabajadora se plantee la necesidad de migrar para garantizar que su ciclo de reproducción se cumpla, lo cual opera de forma indiferenciada para hombres y mujeres, pues ante la exclusión o precarización de sus condiciones de vida, la emigración se convierte en una alternativa. A continuación, se discute la diferencia en las condiciones presentes en la interacción entre la esfera de la producción y de la reproducción social que modifican la dinámica migratoria de las mujeres.
2.1 LA MIGRACIÓN FEMENINA: EXPLOTACIÓN Y OPRESIÓN DE GÉNERO
Se debe considerar que la migración sucede dentro del contexto de la vinculación entre las dos esferas y, como tal, afecta a los trabajadores, pues son explotados por el capital como creadores de plusvalía, pero también porque sus condiciones de vida dependen del empleo y de los salarios que puedan obtener en sus lugares de origen o de destino y, por lo tanto, están condicionadas por la acumulación del capital. Esta situación afecta tanto a los hombres como a las mujeres, pues ambos intentan insertarse en la esfera laboral para garantizar su reproducción individual y familiar y porque su trabajo contribuye de igual manera a la creación de plusvalía para el capital.
Sin embargo, un aspecto relevante abordado por la TRS es que las mujeres se encuentran en una posición desventajosa respecto a los hombres en todo este proceso, al menos por tres circunstancias. Primero, por la existencia y persistencia de normas de género en el mercado laboral que generan que la fuerza de trabajo de las mujeres sea considerada menos valiosa que la de los hombres. Esto se refleja en una división sexual del trabajo en la que las mujeres se incorporan con menos frecuencia a los sectores mejores remunerados y asumen empleos parciales e informales, de modo que sus salarios son más bajos que el de los hombres12. Para las mujeres implica un acceso diferenciado al mercado laboral y, con ello, una autonomía económica reducida, pues difícilmente sus salarios permitirán sustentar los ciclos de reproducción de su fuerza de trabajo.
Segundo, porque se espera que las mujeres, además de vender su capacidad de trabajo en el mercado, realicen las actividades de reproducción dentro de los hogares sin ninguna remuneración13. Esto tiene dos implicaciones. Primero, porque las jornadas laborales de trabajo de las mujeres se duplican, pues al insertarse al mercado laboral, las mujeres no están exentas de la responsabilidad de cuidar sus hogares y a su familia. Segundo, que se profundiza la dificultad de alcanzar la autonomía económica, pues las mujeres buscarán empleos flexibles, de jornadas parciales o temporales para cumplir con la responsabilidad doméstica y de cuidados.
Tercero, porque las mujeres están subordinadas a una jerarquía en la que los hombres son considerados superiores, es decir, son sometidas a relaciones de dominación patriarcal. Sobre esto, es fundamental considerar que la superioridad masculina no solo es simbólica, sino real, pues esta no solo responde a la autonomía económica que alcanzan los hombres, sino que es respaldada por toda la estructura institucional, de manera que los hombres pueden ejercer libremente su dominio sobre las mujeres y, dependiendo qué tan inmersos estén los hombres en la cultura sexista, ese dominio se ejercerá de forma irracional y, sobre todo, violenta (Solar y Hrga, 2023).
Estas formas diferenciadas en la que las mujeres se insertan al empleo, las brechas salariales, las dobles jornadas de trabajo y la violencia de género dejan en claro que la experiencia de las mujeres en el sistema capitalista está marcada por una explotación más profunda, por normas de género que las ponen en desventaja respecto a los hombres y, además, por condiciones que afectan profundamente sus condiciones de reproducción. Esta forma diferenciada de experimentar las relaciones capitalistas, sin duda, tiene efectos en la experiencia migratoria de las mujeres.
En primera instancia, cuando las mujeres deciden migrar es porque sufren una desventaja estructural en sus lugares de origen. Si bien, la decisión se relaciona con la necesidad de mejorar sus condiciones de vida, las mujeres representan un grupo vulnerable en sus lugares de origen y que experimenta la desigualdad de forma más profunda. Asimismo, las normas de género no solo se reflejan en el mercado laboral, sino que influyen en la interpretación de su movilidad, pues cuando las mujeres migran, por un lado, deben asumir una carga emocional de dejar sus responsabilidades familiares y de cuidado atrás y, al mismo tiempo, el peso de la violencia de género que las acompañará durante toda su trayectoria migratoria, pues la jerarquía patriarcal no se supera al salir de los lugares de origen.
Ahora bien, para comprender estas cualidades diferenciadoras es importante analizar el caso específico de las mujeres centroamericanas en su proceso de migración hacia Estados Unidos, específicamente, la manera en la vinculación de la esfera económica y de reproducción social. En este caso específico, la movilidad entre el TNC y Estados Unidos representa un mecanismo de explotación que profundiza la opresión de las mujeres migrantes en condiciones de irregularidad.
3. LAS MUJERES MIGRANTES CENTROAMERICANAS Y SU EXPLOTACIÓN
De acuerdo con Segovia (2021), a partir de 1980 y hasta la actualidad, en Centroamérica opera una forma de acumulación del capital que se basa en el rentismo-transnacional. Este modelo responde a los cambios estructurales que sufrió el sistema económico ante la crisis del modelo de agroexportación tradicional y que marca el inicio de una fase global y financiera del capitalismo. El rentismo-transnacional se basa en la inversión extranjera directa realizada por las empresas multinacionales y grupos económicos centroamericanos transnacionales en la región que, por un lado, propician el surgimiento de sectores comerciales, de servicios y exportaciones de productos agrícolas e industriales no tradicionales y que, por otro, impulsan la competitividad a través de los salarios bajos.
Una de las peculiaridades de este modelo es que se ha intensificado la utilización de la fuerza de trabajo femenina y semi-calificada (Segovia, 2021), por lo que las tasas de incorporación de las mujeres mayores de 15 años a la fuerza de trabajo se han incrementado a partir de los años 90, pero, debido a las múltiples crisis en la región14, los niveles de desempleo de las mujeres continúa siendo ligeramente superior al de los hombres (Centro de Estudios para la Integración Económica, SIECA, 2020)15.
La incorporación de las mujeres al mercado laboral durante los últimos treinta años no necesariamente ha generado resultados positivos para mejorar sus condiciones de vida, pues los empleos creados son de baja calidad y los salarios son relativamente bajos. Respecto a la calidad de los empleos, se puede verificar que las mujeres se insertan a sectores de baja productividad; sectores que, de acuerdo con Vaca Trigo (2019), son aquellos que se caracterizan por elevados grados de informalidad y por no cumplir con las normativas legales en materia laboral16. Como se observa en la tabla 3, casi el 70% de las mujeres ocupadas se incorporan a este tipo de sectores, y del total de ellas, más del noventa por ciento no cuentan con acceso al sistema de protección social, es decir, no tienen derecho a prestaciones de salud ni pensiones.
Estas cifras son significativas pues las mujeres representan una fuerza de trabajo vulnerable, porque difícilmente podrán lograr su autonomía económica o garantizar, al concluir su vida laboral, que contarán con los ingresos necesarios para subsistir. Esto se refuerza por la existencia de brechas salariales, en las que se registra que las mujeres reciben un salario de entre 50 a 70 centavos de dólar por cada uno que ganan los hombres en la región (SIECA, 2020).
Esta situación de desigualdad laboral se profundiza pues, en Centroamérica, las mujeres son las responsables de llevar a cabo las actividades domésticas y de cuidado. En la región, ellas destinan en promedio 36.2 horas semanales al trabajo no remunerado, es decir, el triple de lo que dedican los hombres a estas actividades (CEPAL, 2024). Finalmente, a pesar de que las mujeres realizan grandes cantidades de trabajo, remunerado y no remunerado, el índice de la feminidad de la pobreza y pobreza extrema son significativos en estos países. Estas características hacen de las mujeres una fuerza de trabajo ideal para sostener el modelo de acumulación rentista-transnacional, pero, al mismo tiempo, las coloca en una situación precaria para sostener su reproducción, lo que representa uno de los principales motivos para que las mujeres decidan emigrar.
Nota: El índice muestra cuántas veces la incidencia de pobreza (pobreza extrema) es mayor entre mujeres que hombres. Una cifra mayor a 100 significa que la pobreza (pobreza extrema) entre mujeres es mayor que entre hombres.
Adicionalmente, no se puede olvidar el efecto de la dominación patriarcal que se manifiesta en la violencia. En los países centroamericanos, existe una fuerte prevalencia a la violencia de género, tanto doméstica como criminal. Respecto a la violencia doméstica, las mujeres denuncian haber sufrido agresiones dentro de sus hogares: 1,407 en El Salvador, 57,292 en Guatemala, en 2021; y 10,553 en Honduras en 2020. (Washington Office in Latin America, WOLA, 2022). Estas cifras, sin duda, son subestimadas y no permiten dar cuenta de la profundidad de la violencia dentro de los hogares que puede incluir maltrato infantil, violencia sexual y psicológica a manos de familiares (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, 2020). Respecto a los homicidios, la Iniciativa Spotlight (2021) observó un aumento en las tasas de homicidios por cada 100,000 mujeres en la región, especialmente, en los países del Triángulo de Centro América y México donde las tasas de homicidios se duplicaron entre los años 2000 y 2017, y de los cuales se estima que alrededor del 70% podrían clasificarse como femicidios/feminicidios.
Si bien, la violencia en estos países es generalizada, es decir, afecta tanto a hombres como mujeres, en realidad, esta afecta de forma diferenciada a las mujeres, pues ellas son victimizadas a lo largo de toda su vida, ya sea por la ocurrencia de delitos que pueden experimentar en diversas esferas, por las desigualdades, o bien, por la discriminación de género (PNUD, 2020). Es por ello que, en la trayectoria migratoria, las mujeres se ven sometidas al continuum de la violencia, profundizando su vulnerabilidad, sobre todo para aquellas que deciden migrar en condiciones de irregularidad.
La violencia, según Loría Cambronero (2021), deja secuelas en los cuerpos y mentes de las centroamericanas durante toda su vida y que pueden afectar su desarrollo en los países de destino. Entre estas secuelas se encuentran las físicas (como las lesiones, los dolores crónicos, enfermedades incapacitantes, entre otras), las consecuencias para la salud sexual y reproductiva (como esterilidad, abortos espontáneos, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados) y psíquicas o de comportamiento (depresión, ansiedad, adicciones, inadaptación, entre otros). Estas secuelas, por lo tanto, tendrán efectos significativos cuando las mujeres lleguen a Estados Unidos.
De hecho, de acuerdo con la investigación de Aikin Araluce (2017) la condición de género representa un agravante para el nivel de vulnerabilidad para las mujeres centroamericanas, pues en su trayectoria se yuxtaponen varios factores, cuya mezcla resulta en una situación de una elevada desprotección y una reducida capacidad para confrontarla. Si bien, no existen cifras claras que permitan dar cuenta de la violencia sufrida por las mujeres en los territorios de tránsito, en 2007, se estimaba que el 70% de las mujeres entrevistadas fueron víctimas de alguna forma de violencia; y en 2010, siete de cada diez mujeres migrantes centroamericanas habían sido víctimas de violencia sexual. Asimismo, no existen cifras exactas sobre el número de mujeres que en la movilidad han sido víctimas de femicidio, pero se estima que de las 4000 personas que han muerto en la región centroamericana y en la frontera entre México y Estados Unidos, el 11% eran mujeres (Iniciativa Spotlight, 2021).
La principal dificultad es que la migración no resuelve la desigualdad económica y de género, pues cuando las mujeres llegan a Estados Unidos, y logran establecerse exitosamente en ese país, se insertan a la misma dinámica capitalista y, por lo tanto, a las mismas contradicciones entre la acumulación del capital y la reproducción precaria de la vida. Esta contradicción las pone en una posición desigual respecto a los ciudadanos de ese país y en los segmentos más bajos de la clase trabajadora; situación que permite explotarlas con mayor profundidad.
En el caso de las inmigrantes centroamericanas, ellas se insertan principalmente en el trabajo doméstico y en las actividades de preparación de alimentos (de servicios). En 2015, aproximadamente 250,00 mujeres centroamericanas se dedicaron a estas labores, cifra que representó un incremento de más del 200% entre 2000 y 2015, siendo las salvadoreñas las que más se desempeñan este sector, seguidas por las guatemaltecas y las hondureñas. De la misma manera, se considera que las centroamericanas se dedican a las actividades de reproducción, como preparación de alimentos, limpieza, hoteles, tintorerías, etc., siendo actividades altamente precarias y con salarios que van desde los 6 mil a los 11 mil dólares anuales, es decir, salarios por debajo de la línea de pobreza, que es de 24,000 dólares (Naciones Unidas para las Mujeres, ONU Mujeres, 2017).
Las mujeres migrantes están dispuestas a aceptar salarios y condiciones laborales que las mujeres estadounidenses no están dispuestas a aceptar, obtienen salarios más bajos que los hombres y, debido a sus responsabilidades dentro del hogar, son más dóciles y es menos probable que se organicen en sindicatos u organizaciones que les permita defender sus derechos. Asimismo, los migrantes trabajan más horas para poder recolectar el dinero necesario para sobrevivir y, además, no cuentan con ninguna garantía para la protección de sus derechos y el cuidado de su salud (Guttmacher, 2010).
En realidad, la migración de las mujeres centroamericanas responde a una mayor demanda de mano de obra femenina en los Estados Unidos, pues las estadounidenses se han incorporado con mayor fuerza a la fuerza de trabajo y, con ello, se ha generado una necesidad para que otras mujeres realicen las actividades domésticas y de cuidados dentro de sus hogares.
Respecto a la cantidad de trabajo no remunerado realizado por las mujeres migrantes, no es claro que la migración cambie los roles de género en el país de destino, por lo que no se pueden obtener conclusiones claras sobre la manera en la que las mujeres migrantes distribuyen su tiempo entre actividades pagadas y no pagadas. Sin embargo, el hecho de que estas mujeres se inserten al mercado laboral en servicios vinculados con la reproducción hace notar que en Estados Unidos las normas de género son persistentes. Esto implica que al migrar la relación de explotación a la que las mujeres están sujetas no se modifica, sino que, más bien, se insertan a nuevas formas de explotación, nuevas contradicciones, nuevas desigualdades y nuevas opresiones.
COMENTARIOS FINALES
La migración irregular de las mujeres resulta de las contradicciones existentes entre la esfera económica y la de la reproducción social, que fragmenta a la clase trabajadora y reduce las posibilidades de que estas puedan garantizar las condiciones de su reproducción individual y familiar. En el caso específico de las centroamericanas, el modelo de acumulación rentista transnacional ha encontrado en las mujeres la fuerza de trabajo adecuada para mantener los salarios bajos y la competitividad de sectores de baja productividad. Adicionalmente, las mujeres están sometidas a normas de género que las responsabilizan del trabajo doméstico y de cuidados de sus familias y que, al mismo tiempo, las coloca en una posición vulnerable ante la violencia doméstica. Estas situaciones estructurales, relacionadas con la acumulación del capital, las obliga a migrar y buscar mejores oportunidades de vida en los Estados Unidos.
Sin embargo, su migración no les permite escapar de la explotación y opresión, pues al llegar a Estados Unidos deben insertarse a una nueva dinámica de acumulación y, con ello, a nuevas normas de género que las conducen a emplearse en trabajos precarios, parciales y mal pagados y, por lo general, en empleos relacionados con la reproducción social (como servicio doméstico, limpieza, preparación de alimentos, entre otros). No es evidente que la migración resuelva el problema de distribución del tiempo hacia las actividades no pagadas, pero debido a que ellas se emplean en actividades de reproducción que se consideran "femeninas", se podría considerar que en este país persisten las normas sociales que responsabilizan a las mujeres de los trabajos de cuidado. Sobre esto, se requiere investigar con mayor profundidad estas normas sociales y la manera en la que impactan la vida cotidiana de las migrantes irregulares.