Introducción
La historia de la transformación de Welbeck Estate entra en su etapa decisiva con la sucesión, en 1845, del Marqués de Titchfield, John William Cavendish-Scott-Bentinck, como quinto Duque de Portland. Él diseñó y construyó los espacios subterráneos misteriosos por los que son conocidas estas tierras. Miles de túneles fueron trazados por el Duque bajo el subsuelo, construyendo un laberinto subterráneo fascinante de más de 10 km de extensión, que se mantiene oculto bajo la superficie de su finca en el bosque de Sherwood, Nottinghamshire, en Inglaterra.
La leyenda y el mito han tejido la historia de este lugar enigmático, marcado por la personalidad extravagante de su propietario. Un personaje que por su trayectoria y estatus está envuelto en un halo de excepcionalidad, ficticio o no, merecido o no, que lo elevan, sin duda, a la categoría de genio. En los archivos consultados en la Universidad de Nottingham (Manuscripts and Special Collections) se hace referencia a él en varias ocasiones como el "hombre del subsuelo", "el topo", "el duque madriguera", "invisible" y "solitario". Su correspondencia manuscrita devela una personalidad fascinante y un arquetipo de aristócrata inglés de lo más excitante. En una de las escasas cartas encontradas del sexto Duque de Portland en la que se hace referencia a la vida singular de su predecesor, se narra que, al llegar por primera vez a la Abadía de Welbeck, en la Navidad de 1879, justo después de su muerte, encontró que "para poder acceder a la casa tuvieron que poner tablas temporales para salvar un pantano de escombros" y que "la sala de recepción carecía de suelo y yacía desplomada bajo sí misma" (Adlam, 2013: 16). Sin duda, el difunto Duque estuvo tan absorto en su tarea ambiciosa en el subsuelo que olvidó lo que ocurría en la superficie. Una obsesión curiosa por la ocultación y el camuflaje, que lo apartó del contacto con la gente para sumergirlo, de por vida, en las profundidades de su propia tierra.
Muchos rumores no confirmados han rodeado la personalidad del Duque, multiplicándose en número y fantasía para construir entorno a él un relato de vida excéntrico que ha perdurado hasta nuestros días. Se dice que si una criada se cruzaba con él en los pasillos tenía prohibido mirarle a los ojos y debía alejarse de inmediato apoyando su cara contra la pared. También se rumora que pasó la mayor parte de su vida dentro de su casa, oculto en una suite de cinco habitaciones, y conectado con el resto del mundo mediante un sistema ingenioso de corredores y grutas que se extendían por el subsuelo de su propiedad, por medio del cual satisfacía algunas de sus solicitudes extravagantes, como viajar a Londres sin ser visto, usando el túnel que se extendía hasta la estación de Worksop, a decenas de kilómetros de la Abadía. Comentarios y anécdotas como las anteriores, algunas de las cuales hemos podido confirmar en la correspondencia consultada en los archivos de la familia en la Universidad de Nottingham, forman parte de la constelación de ideas que han ayudado a construir la biografía de este personaje enigmático.
William John Cavendish- Scott-Bentinck nació en 1800, es el segundo hijo del cuarto Duque de Portland, conocido como Lord John Bentinck, y a 24 años se convirtió en el Marqués de Titchfield y futuro heredero del ducado, tras la muerte inesperada de su hermano mayor. Sin otras preocupaciones que no fuesen los caballos, las carreras y la caza, renunció a su escaño como miembro del Parlamento para King's Lynn en favor de su hermano pequeño, Lord George Bentinck, afirmando que su mala salud le impedía participar en asuntos públicos. Este es el primer indicio que se tiene acerca de su dificultad para asumir el patrón esperado según su posición social, decidiendo desaparecer para siempre de la vida pública a partir de dicho momento.
Era un viajero solitario. Después de dejar el ejército, pasó un tiempo viajando a solas por Europa, incluso, cuando se desplazó a Italia, lo hizo sin ninguna compañía. Todos los preparativos del viaje y contactos previos fueron realizados por su personal de confianza y, en tanto se hizo público que había llegado a la capital italiana, toda la aristocracia solicitó una visita formal con él. Cuentan que estas atenciones fueron tan desmesuradas para su hábito de soledad que decidió retirarse durante un tiempo en Roma, seguramente, para conocer aquellas estructuras subterráneas de Villa Adriana. En los archivos consultados en la Universidad de Nottingham se conservan unas notas del propio Duque en las que, desbordado y aturdido por la cantidad de visitas, agradece públicamente el interés mostrado e informa que pasaría unas semanas recluido en la ciudad romana, para después regresar a París por un par de días, y continuar de inmediato hacia Calais y Londres. Estos viajes supusieron, sin duda, el encuentro de algo que él andaba buscando: un espacio, un agujero, una madriguera a cuya construcción dedicará el resto de su vida.
Existen pocas referencias acerca de sus actividades durante estos años, con excepción de un entusiasmo desmedido por los viajes y la ópera, lo cual queda recogido en una serie de cartas redactadas en 1842 a la familia Kemble (Blainey, 2001) y que dan muestra de su consideración hacia el mundo de la escenografía. Años más tarde, con la muerte de su padre y su nombramiento como quinto Duque de Portland, decide retirarse de la vida pública para dedicarse en exclusiva a la gestión de sus propiedades en Londres y Escocia y, muy especialmente, a emprender en Welbeck Estate una tarea ambiciosa que se convertirá, con el tiempo, en su única obsesión. La historia de la transformación de este paisaje bellísimo entra en una etapa decisiva con su nombramiento, siendo recordado por haber emprendido uno de los proyectos de arquitectura doméstica subterránea más grandes del país, y por haber dedicado su vida al diseño y construcción de los espacios misteriosos que se ocultan bajo la superficie de este lugar increíble.
El Duque siempre mostró un gran interés por los avances sociales y tecnológicos de su época, una actitud aprendida seguramente de su padre, quien introdujo el tren a vapor en Escocia. Sus enormes cualidades creativas lo convirtieron en un inventor de artilugios que le permitieron construir una vida entorno a la idea de la ocultación. Sus inventos favorecían su propia invisibilidad. Su coche de caballos y su cama, pasando por la red de túneles en el subsuelo de Welbeck construyeron una especie de escenografía para la vida, en la que sus actores, espacios, y objetos aparecen y desaparecen en un ritual puesto en marcha cada día. Una especie de mago con un virtuosismo técnico innato puesto a disposición de su única obsesión: "vivir sin ser visto" (Bradbury, 1962: 62). Aún hoy, al visitar la Abadía se respira ese aire que durante los treinta y cuatro años que duró su reinado como Duque, entre 1845 y 1879, convirtió a Welbeck Estate en una referencia nacional como lugar de vida y prosperidad.
Se desconocen los motivos que llevaron al Duque a realizar una empresa de tal envergadura. Años de trabajos y cientos de miles de libras esterlinas invertidas en la construcción de un espacio más escenográfico que arquitectónico, que no solo delatan una personalidad fascinante, sino que hablan de formas de desplazarse sin ser visto, de perderse sin buscar un destino, de andar bajo la superficie para encontrarse a uno mismo. Muchos han sido los interrogantes y muy pocos los motivos documentados sobre las causas verdaderas que fundamentan su obsesión por el camuflaje y la ocultación. Numerosos críticos lo han calificado como una perturbación psicológica, sin embargo, en el archivo familiar encontramos algunas cartas que podrían justificar esta actitud. La primera podría ser el placer personal por ocultarse, el disfrute de las novedades técnicas y su admiración por ellas, al igual que su interés por el conocimiento y la aplicación de la tecnología para construir la cara oculta de su propia vida.
Resulta curioso el uso de la correspondencia como única forma de contacto con los miembros de su familia, así como con su círculo de agentes, gerentes, capataces y sirvientes. Gracias a las numerosas cartas que se conservan en sus archivos sabemos de sus problemas de salud. Una enfermedad en la piel, en forma de psoriasis aguda, que más adelante se agrava con una artritis molesta y una neuralgia terrible, lo fuerzan a ocultarse de la luz y a alejarse del ruido.
Una obsesión curiosa que, poco a poco, lo lleva a inventar con ingenio una serie de espacios y artilugios para crear una especie de juego de invisibilidad y engaño: un coche de caballos especialmente ideado para desplazarse sin ser visto, trampillas, dobles puertas, sistemas de comunicación con el personal, pasadizos y túneles imposibles, atajos secretos, entre otros, construyen un doble fondo donde instalar su propia vida. En su forma de vestir, en los objetos y mecanismos diseñados alrededor de sus hábitos de vida, en los espacios y corredores ocultos bajo el suelo de la Abadía la invisibilidad y el engaño ocupan un lugar destacado. Se movía siempre a hurtadillas, apareciendo aquí y allá sin previo aviso, desplazándose por la tramoya de un espacio funcional y sugerente que consiguió construir por sí mismo.
Dicen que su amor juvenil nunca fue correspondido, llevándolo a un estado de rechazo de la mujer y, por extensión, de la humanidad, que prolongó hasta el final de su vida. Cuentan que rara vez se paseaba en público y, cuando lo hacía, siempre de noche, nunca respondía un saludo y, a menudo, recriminaba a la persona por la intrusión en sus dominios. Prefería, sin duda, pasear bajo el suelo, usar ese otro lugar, ese espacio extraño y desdoblado del mundo visible que había construido para sí mismo. Artilugios y mecanismos arquitectónicos ideados por una especie de genio, secretos para lograr una invisibilidad que no hicieron otra cosa que aumentar la curiosidad de otros por develar su presencia. Estrategias que poco a poco lo fueron convirtiendo en un personaje de fantasía, en un icono cada vez más deseable, enmascarado y siempre escondido.
La curiosa habitación que utilizaba durante el día da muestras de su ingenio. Este espacio singular fue provisto con una trampilla en el piso por la que podía descender al subsuelo para deambular por los túneles subterráneos sin que el servicio notase su ausencia. Por medio de esta trampilla, que incorporaba un sistema de apertura y cierre reversible, conseguía pasear oculto por debajo de su finca para volver a aparecer en la Abadía, tan misteriosamente como la había dejado. Además de esta esclusa ingeniosa, la habitación disponía de otra puerta de acceso a la antesala, la cual le servía de comunicación con su servicio. La hoja alojaba dos cajas pequeñas a modo de buzones, en los que dejaba escritas las órdenes que se debían llevar a cabo. El Duque escribía en un papel lo que necesita y lo depositaba en el buzón de la puerta, que se abría desde la antesala. Luego hacía sonar una campana que avisaba al servicio que una orden determinada debía ser ejecutada.
La cama de esta habitación también fue diseñada por él mismo y construida en los talleres de Welbeck Estate. Su estructura era una construcción cuadrada inmensa, una especie de caja en medio de aquella habitación vacía, un escondite, último lugar de intimidad. El mueble enorme fue provisto de planos verticales grandes dispuestos de tal forma que, cuando se desplegaban, era imposible saber si la cama estaba ocupada por su propietario. Ocultamientos, trampas y engaños, objetos y espacios, verdades que se hacen pasar por mentiras y mentiras que se hacen pasar por verdades son los fenómenos presentes en esta especie de juego para la vida. El resultado es una habitación camuflada por dentro, un cúmulo de artimañas aplicadas al ser humano y a los objetos que rodearon su comportamiento.
William John Cavendish-Scott-Bentinck, quinto Duque de Portland, Marqués de Tichfield, Conde de Portland, Vizconde Woodstock, Barón de Cirencester y Cooheir a la Baronía de Ogle, de Welbeck Abbey (Nottinghamshire), Fullarton House (Ayrshire), Langwell Goldspie (Caithness), Castillo Bothal (Northumberland) y Harcourt House, Cavendish Square (Londres) pasó sus últimos años oculto entre su gente, camuflado y falleció de casi ochenta años, paseando en la profundidad de su mundo una tarde lluviosa de diciembre de 1879. Aquel fue su último viaje, una última inmersión a modo de despedida.
Como él mismo solía finalizar sus cartas de condolencia, "paz a sus cenizas".
Welbeck subterráneo
En octubre de 2015, con ayuda de Robert Mayo, Director de Desarrollo de Welbek Estates Company LTD, nos fue permitida la visita a Welbeck Estate, y a los trabajos increíbles realizados en la propiedad. Allí, me doy cuenta que no es exagerado todo lo escrito y rumoreado sobre su magnitud, la personalidad del quinto Duque de Portland y la sensación increíble que se tiene al recorrer todo lo que se oculta debajo del suelo de esta ciudad. Ese mismo año tuvo lugar la Bienal de Arquitectura de Venecia, en la que Welbeck fue seleccionada para formar parte de ella por el carácter excepcional de sus espacios. En la conferencia inaugural de la exposición Rem Koolhaas deja abiertas dos preguntas: ¿a qué se debe esta extraña obsesión del Duque por la invisibilidad? Y ¿qué lo llevó a emprender esta empresa? (Koolhaas, 2014).
Fuente: Archivo de Manuscritos y Colecciones Especiales, Universidad de Nottingham, Nottingham. Nota. Se trata del túnel de mayor longitud (2 km) en Welbeck Estate. Conecta la antigua escuela de equitación con South lodge.
Welbeck está a casi 10 km de distancia de Worksop y, a medida que nos acercamos, nos damos cuenta de su enorme extensión y belleza. La arquitectura es una mezcla de estilos construidos en diferentes periodos, clásico y renacentista, con una impronta bajo el subsuelo que ha sido desprovista dichas características estéticas. Welbeck Estate ocupa unos 60.000 m2 y se extiende hasta los límites de Nottinghamshire y Derbyshire. Es el territorio más próspero de Dukeries, un distrito formado por cuatro propiedades ducales: Clumber House (de los duques de Newcastle), Thoresby (de los duques de Kingston), Worksop Manor (de los duques de Norfolk) y Welbeck Abbey (sede de los duques de Portland).
Welbeck Abbey ha pasado a lo largo de la historia por diferentes manos. Antes de la invasión Normanda fue propiedad de Sweyn Saxon, después de la conquista se convierte en la casa solariega de Cuckney, que fundó la Abadía, dedicándola al apóstol Santiago durante el reinado de Enrique II. Cuatrocientos años más tarde, la Abadía fue destruida parcialmente junto con otras instituciones similares a lo largo del país. Después de varias décadas en las que hemos podido identificar varios propietarios, la Abadía pasa a la familia Cavendish, que la convierte en una mansión noble. Muestra de la importancia que adquiere la propiedad a partir de ese momento son dos visitas realizadas entre 1619 y 1663: una por el rey Jacobo I de Inglaterra y vi de Escocia para encontrarse con Sir William Cavendish, y otra por Carlos I de Inglaterra y Escocia, quien fue invitado a pasar unos días de entretenimiento en la Abadía. Algunas notas en los archivos mencionan que durante este último evento hubo "tal exceso en el banquete, como nunca antes se había conocido en Inglaterra" (Freeman-Keel, 2005: 56).
John William Cavendish-Scott-Bentinck, quinto Duque de Portland, transformó su casa en una extensión de su personalidad y de su propio comportamiento. Aun, a riesgo de transmitir datos del personaje que pudieran resultar frívolos, hemos intentado mostrar una cierta actitud de excepcionalidad en su forma de vida. En Welbeck Estate se entrelazan personalidad y arquitectura, obsesión e ingeniería, mostrando la marca indeleble de su dueño. Es una escenografía hecha a su medida, llena de objetos y estrategias no generalizables. Su casa se convirtió en un laboratorio de experimentación arquitectónica donde dejó una huella personal e intransferible. Él transformó toda su propiedad en un mecanismo gigantesco de invisibilidad, haciendo de ella una ciudad doble: una visible, construida con los materiales de la corteza terrestre e instalada en el paisaje, y otra desdoblada e invertida, oculta en los estratos inferiores, formando parte de un mundo sumergido, inmaterial e invisible. Para ello, el Duque empleó un repertorio extenso de tácticas y espacios ocultos, soluciones técnicas de camuflaje aprendidas, seguramente, de su enorme afición por la ópera.
Welbeck Estate se devela como una escenografía construida, un ritual mágico de acercamiento e invisibilidad que convierte la fantasía en realidad. Es una ciudad misteriosa, al estilo de una chistera o del escenario de un teatro, en la que la ilusión y los secretos se superponen para formar parte indivisible de la realidad cotidiana. Ver esta ciudad en acción es una experiencia fascinante. Se asiste con naturalidad y emoción a situaciones inexplicables, cosas jamás vistas que nos colocan fuera de toda lógica. El Duque hizo posible, por ejemplo, hacer realidad el sueño de poseer simultáneamente en una misma casa varios estilos y épocas, concéntricas y ocultas en sus intersticios o, mejor aún, diferentes casas que convergen en una sola. El resultado es una arquitectura comunicada por estancias temporales, laberintos y corredores que nos permiten decidir en cada momento la ocupación deseada.
Agujeros y puertas, hondonadas, depresiones, caminos y pasadizos se entrecruzan para desembocar en un mismo lugar o en diferentes, lo que sólo adquiere sentido cuando se dibujan en conjunto. Un agujero del siglo XIX puede llevarnos a un espacio del siglo XXI o servir como un túnel del tiempo hacia el pasado para alcanzar los orígenes de la familia del Duque. Una escenografía construida que pone en conexión los tiempos y la historia del lugar: puertas que nos conducen a espacios insólitos, túneles para la nobleza y sus sirvientes, mecanismos y artilugios escénicos capaces de albergar, sorprender y entretener a la propia monarquía.
Especialmente interesante resulta el mecanismo ideado para los elevadores hidráulicos de la Abadía. Una maquinaria de alta complejidad técnica usada para el desplazamiento y la manipulación vertical de grandes muebles y de elementos pesados, para relacionar las cocinas con el comedor y las alcobas, y para facilitar la entrada y salida de otros elementos como obras de arte y combustible, así como del personal de servicio, sin interferir en el funcionamiento normal del edificio. Esta red de conductos verticales tenía su continuidad en el subsuelo del edificio, extendiéndose por el territorio a través de los túneles subterráneos en los que se dispusieron rieles para el desplazamiento de esta curiosa maquinaria doméstica. El artilugio, cuyo funcionamiento y tamaño es asimilable a los de un tranvía de vía estrecha, terminaba en los ascensores de comunicación vertical, hasta donde eran conducidos los pequeños vagones que portaban la comida. Unos armarios de hierro dispuestos en cada antesala la mantenían caliente, hasta que era requerida para su consumo en la habitación contigua.
Palancas, poleas y plataformas ingeniosas hacen parte de la red de túneles subterráneos y de los espacios construidos en la superficie, dando cuenta de la excepcionalidad de la cabeza del Duque. Es la cabeza de un genio, de un mago que persigue con insistencia el hallazgo y la sorpresa de la puesta en escena. Es la mente de un arquitecto, de un ingeniero que proyecta con ingenio la tramoya de esta compleja maquinaria escénica.
Fuente: fotografías y dibujo realizado por el autor, 2015. Nota. En rojo se localizan las conexiones verticales que articulan la planta subterránea con la superficie.
Esta red de pasajes subterráneos conecta el subsuelo de la Abadía con la vieja escuela de equitación, convertida por el Duque en biblioteca y capilla, a la que se entra por una puerta-trampilla, un atajo arquitectónico que se abre por medio de una manivela enorme. Sólo los que han tenido acceso a esta sala pueden hacerse una idea de sus proporciones, de su riqueza y de la sensación que se tiene al acceder a ella. Actualmente hace las veces de museo y sala de arte, donde cuelga una selección considerable de pinturas. Debe haber cientos de cuadros en esta sala, que atesora retratos y paisajes de artistas famosos. El suelo es de roble pulido, muy brillante y oscuro, y el techo, blanco y grueso, está tallado con imágenes naturales y divinas que representar un cielo glorioso e intenso.
Al abrir una puerta pequeña camuflada en el techo se desliza una escalera que devela su condición de falso techo. Con motivo de esta investigación hemos tenido oportunidad de deambular por allí y, al sumergir nuestra cabeza, la imagen es sobrecogedora. Tras la estructura falsa el Duque ocultó los lucernarios y las vigas originales del edificio, el verdadero lujo de este espacio, dándole una nueva forma a este espacio.
En las fotografías de la Figura 3, imágenes que no habían sido develadas hasta ahora, se observa una incisión abierta en el techo que deja entrever la presencia de algo escondido, extraño, iluminado y agotado por el tamaño de sus elementos, vuelto del revés, como si el espacio se hubiera plegado sobre sí mismo. Dos estructuras superpuestas en tiempos distintos se entrecruzan en un espacio sin escala, extraño y convexo. Estamos en el interior de una masa hipotética, en el envés de la máscara que ha sido colocada hábilmente para esconder una concavidad invisible, un territorio en el que se superponen mundos concéntricos. Durante el recorrido por el techo advertimos el peligro, la estructura cruje al ritmo de nuestros pasos, el ruido y la vibración nos transportan a un mundo ingrávido, como si estuviéramos flotando en un espacio más grande e íntimo. Al llegar arriba levantamos la cabeza, la reiteración ordenada de los elementos, las dimensiones horizontales del espacio y su escasa altura lo convierten en un lugar casi infinito a nuestros ojos.
Fuentes: (izquierda) Archivo de Manuscritos y Colecciones Especiales, Universidad de Nottingham, Nottingham. (Derecha) Fotografías tomadas por el autor, 2015.
En el interior de este edificio hay paisajes infinitos, permanentes y variables, visibles y ocultos, y nuestra misión es descubrirlos para, después, recrearlos en proyectos de arquitectura. El lugar es un paisaje completo, un paisaje dentro de otro, un universo de formas que esperan pacientemente a ser descubiertas. Los pensamientos, y las experiencias de lo real e imaginado nos obligan a pensar en la relación que establecemos con la arquitectura, anterior a la mera distribución de funciones y espacios sobre una planta.
Los jardines de la Abadía también son fascinantes. Era uno de los lugares predilectos del Duque, sólo utilizados por él y servían como una especie de deambulatorio que, en línea recta, enlazaban la Abadía con uno de los pabellones de recreo del parque. Es un espacio vacío y silencioso, acondicionado para el paseo, lo suficientemente amplio como para que varias personas pudieran caminar juntas.
Cada tarde el Duque salía de su casa para caminar por el parque. Sólo lo hacía con la luz caída y siempre comenzaba por el mismo lugar: Plant corridor, un jardín lineal semienterrado lleno de flores y plantas. En paralelo, se encuentra otra línea de mayor longitud, más estrecha y tallada de forma más abrupta, que conecta la Abadía con la escuela de equitación. El mapa de líneas subterráneas parece multiplicarse a medida que se avanza por el subsuelo. El túnel No. 2, de unos 10 m de ancho por 500 m de largo, enlaza los exteriores de la casa con una segunda línea de 2 km que conecta la escuela de equitación con la casa de campo al noreste, donde el carruaje del Duque emergería para llevarlo directamente a la estación de Retford (túnel No. 1). A diferencia de otras líneas pensadas para el paseante, estos dos túneles entrelazados entre sí mantienen unas dimensiones interiores y una trayectoria que tiene que ver con el movimiento del coche de caballo. Este túnel, el de mayor longitud y que conduce hasta South lodge, es una puerta en el límite de la propiedad que permite abandonar la Abadía en tan solo 20 minutos.
El subsuelo se encuentra lleno de otras líneas, retales y trozos de túneles de menor tamaño, atajos, pasadizos, y desvíos que conectan y articulan las líneas principales, tejiendo una red extensa debajo de la superficie de la propiedad. Un túnel a modo de gruta, tallado profusamente en la piedra (Grotto tunnel), permite pasar a caballo por debajo de uno de los caminos que dividen el parque y otro emerge en rampa por debajo de la escuela de equitación. Aún existen varios en los que se conservan los carriles de vía estrecha, y otros de sección rectangular y proporciones esbeltas, decorados con pinturas y cornamentas, que conducen a algunos espacios subterráneos que sorprenden por sus dimensiones y belleza. Decenas de estos pasajes dispersos por el territorio construyen un laberinto que se extiende en el subsuelo y, aunque algunos han sido deglutidos y cerrados por la naturaleza, otros se conservan en un estado de conservación difícilmente reversible, pero la mayoría esperan pacientes un nuevo futuro.
Fuente: cartografía elaborada por el autor, 2015. Nota. 2) Futura escuela de arquitectura (antiguas caballerizas). 3) Fondos editoriales (antigua escuela de equitación). 13) Corredor de las rosas. 14) Jardín subterráneo. 16) Salón de baile subterráneo. 20) Ala Oxford. En diagonal, el túnel No. 1, que enlaza con South lodge. En vertical, el túnel No. 2, que conecta la Abadía con el anterior.
El último invento del Duque, quizás, el más aparatoso, es otra sala subterránea, completamente diáfana y de proporciones gigantescas, iluminada por cuarenta lucernarios grandes. Es sorprendente la cantidad de luz que inunda el espacio a través de la cubierta gruesa. Su acústica es asombrosa y el sonido se amplifica para envolver la sala. La enorme habitación, con una superficie aproximada de 1200 m2, fue pensada inicialmente para alojar en ella la nueva capilla, sin embargo, se convirtió en el salón de baile, el de mayor tamaño en Europa en su momento, el único subterráneo y provisto de algunos artilugios técnicos que descubriremos durante nuestra visita a la Abadía. El suelo parece encendido con los rayos del sol, mientras que las paredes blancas y vacías estuvieron ornamentadas en la época del Duque con parte de su colección de pinturas. En una pared lateral, una puerta enorme conecta la sala con los jardines del parque mediante una especie de plataforma elevadora oculta entre sus muros. En el otro extremo, otra puerta de dimensiones similares conecta este espacio con la red de pasajes subterráneos, permitiendo su acceso desde el jardín lineal soterrado.
El Duque se habría caracterizado por ofrecer a sus invitados lo último en comodidades y novedades técnicas. Sin duda, estamos en el espacio en el que se concentran el mayor número de ellas y, frente a lo que podría esperarse, su valor está en su truco, en lo que no se ve. Es allí donde radica la grandeza de este espacio. Aquel mecanismo espacial, aquella puesta en escena emitía una fuerza gravitacional tan grande que dejaba impresionados a todos los asistentes. Cuentan que, durante una fiesta grande organizada en Welbeck Abbey, los invitados asistieron a un momento mágico: fueron transportados en sus coches tirados por caballo desde la cota del parque hasta el salón de baile, mediante un ascensor hidráulico y un túnel ligeramente inclinado. Allí fueron esperados por el Duque que, tras recibirlos, ordenó hacer desaparecer los carruajes. En una carta manuscrita encontrada en los archivos, se narra su puesta en acción.
Un criado nos precede, mostrándonos el camino para llegar al salón de baile. Le seguimos por un corredor débilmente iluminado que más parece la tramoya de un teatro que un espacio señorial. Hemos entrado desde el parque a través de una especie de logia cubierta, en la que varios coches esperan el ritual de entrada. Hasta aquí arriba se filtran los sonidos de la declamación del baile, como un ruido de alegría en la calle; al cesar resuena desde el interior de la tierra el eco de un oleaje de aplausos, y como huyendo de ellos aparece el Duque, subiendo a toda prisa por aquella rampa; descendemos de nuestro carruaje y sin saber precisar muy bien cómo ocurrió, lo hizo desaparecer ante nuestros ojos (Freeman-Keel, 2005: 56).
Sin duda, el Duque convirtió esta teatralidad en su signo y forma de vida. Su casa es una extensión de su conducta, es un escenario tan grande y complejo como el de una casa de ópera, en el que se despliega una cierta subjetividad, un espacio increíble, desdoblado y paralelo, un auténtico territorio de experimentación arquitectónica.
Esta arquitectura, este espacio extraordinario en el que lo visible y lo oculto parecen confundirse comparte con el espacio escénico algunas de sus estrategias. Un doble fondo lleno de tensiones y articulaciones, un doble mundo que se ofrece como un juego al que uno se siente invitado. Un territorio que deja de ser únicamente el lugar donde instalar su intimidad, para convertirse en un espacio para su propia representación, con el cual presentarse al mundo para fomentar su mito (García, 2017).
Duración: 4:03. La cámara registra la carrera furtiva de una persona anónima por el interior del túnel No. 1. El interés de la película está en la acción de explorar este espacio, en la emoción y el placer de perderse en su interior.
Conclusiones
El autor principal de esta historia, el lector y los personajes secundarios se entrecruzan con el fin de mostrar los límites entre la ficción y la realidad. Este ensayo muestra el trabajo obsesivo de una persona que sufre una enfermedad de la piel e intenta vivir sin ser visto, moviéndose en los intersticios de su propiedad, en un doble fondo inventado para su propia vida. El pulso de este relato convive con el vértigo que plantea el quinto Duque sobre la posibilidad de transformar las leyes físicas que rigen nuestra idea del movimiento, del tiempo y del espacio. En Welbeck Estate dichas leyes parecen quedar en suspenso y revelan la inoperancia de aquello que las sustenta. El movimiento del personaje se multiplica en una serie de acciones heterodoxas que modifican las nociones de espacio y tiempo. Todo lo que ocurre en esta narración construye una especie de escenografía doméstica que conspira contra el mundo tal y como lo conocemos.
Las renovaciones realizadas por el quinto Duque de Portland en Welbeck Estate pueden considerarse pioneras en la evolución de las casas de campo de la Inglaterra siglo XIX, tanto técnica como conceptualmente. Welbeck es el mejor ejemplo de la teoría de la teatralización del espacio doméstico avanzada por Chase y Levenson (2000), de esa especie de espectáculo de lo íntimo, de arquitectura doméstica pensada como mecanismo escenográfico que permite la exposición pública de la vida de sus propietarios. El Duque reclama el espesor de la tierra, el ámbito subterráneo como un lugar privado, una madriguera, un agujero en el que guardar con celo su propia intimidad. Un nuevo espacio asociado a la casa, una súper estructura oculta y enterrada, que ha llegado a convertirse en modelo de paisaje arquitectónico. La red de corredores y túneles alcanzó con las obras del Duque las dimensiones domésticas más grandes conocidas hasta la fecha, convirtiendo el subsuelo de su propiedad en un espacio de ocupación voluntaria, un laberinto de conexiones y relaciones territoriales que se extienden sin límites bajo su propiedad.