Siguiendo aButler (2010), es necesario diferenciar la precaridad de la precariedad; esta última, por definición, se asocia con lo propio de la vida, mientras que la precaridad es condición políticamente inducida, que deja a algunas poblaciones expuestas de modo diferencial a daños y violencias.
Introducción
La pandemia del COVID-19 trajo consigo importantes cambios en los modos de vida de la población. El aislamiento en los hogares, el distanciamiento físico entre personas y el predominio de las actividades virtuales, cambiaron radicalmente la cotidianeidad de buena parte de la población mundial. A partir de la declaración de pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 11 de marzo del 2020, los gobiernos de decenas de Estados en el mundo comenzaron a implementar distintas políticas para controlar el contagio del virus (Ratto y Azerrat, 2021). Entre ellas, una de las estrategias más utilizadas fue el aislamiento social, que consistió en el cierre de las actividades que requerían el agrupamiento de personas, como los trabajos en oficinas, las clases en escuelas y universidades, el deporte en clubes y actividades culturales, entre otras. En Argentina, el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) comenzó a regir el 20 de marzo del 2020 por medio del decreto presidencial 297/2020. Desde entonces quedaron prohibidas numerosas actividades y se implementaron estrictos controles de circulación por las calles. Ante las restricciones, las actividades económicas mermaron fuertemente en todo el país y, de manera especialmente aguda, en la Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA), por la concentración poblacional que se asienta en esta área y el riesgo epidemiológico que esto significaba. Las estadísticas mostraron un descenso de 10.2 y 9.6 en las tasas de desempleo y de actividades económicas, respectivamente (CEPAL-OIT, 2020).
Con las restricciones de circulación, la situación de los trabajadores se dividió en dos grandes grupos. Por un lado, aquellos trabajadores que mantuvieron sus ingresos, ya sea porque siguieron realizando sus labores de manera presencial[2] o porque adaptaron sus trabajos a formato virtual; otros no pudieron seguir con sus trabajos, sin embargo, mantuvieron sus ingresos por el pago de sus empleadores o por financiamiento del Estado[3] (Luzzi y Sánchez, 2021). Por otro lado, se encontraban los trabajadores que vieron suspendidos sus ingresos por las restricciones en sus trabajos o en la circulación, lo cual les impedía realizar changas[4] y cirujeo[5], entre otras actividades de subsistencia. Como trabajadores de diversos sectores, quienes conforman el vasto campo de la economía popular (Arango et al., 2017; Fernández Álvarez, 2018) debieron reinventarse en sus actividades. La diferencia entre la reconversión de los trabajos formalizados y los de la economía popular es la precaridad que caracteri za a estos últimos. Siguiendo a Butler (2010), es necesario diferenciar la precaridad de la precariedad; esta última, por definición, se asocia con lo propio de la vida, mientras que la precaridad es condición políticamente inducida, que deja a algunas poblaciones expuestas de modo diferencial a daños y violencias. Los trabajos propios de la llamada economía popular se definen en esa precaridad (Napoli, 2016). Se trata de un sector que, como senaló Foucault (2007), conforma la población liminar propia de una economía que ha renunciado al pleno empleo.
En este artículo nos proponemos describir las estrategias que se desplegaron en la vida barrial cuya cotidianidad hace decenios ocurre entre la precaridad urbana y la degradación ambiental (Cravino et al., 2008; Grinberg et al., 2013; Segura, 2015) en los denominados asentamientos o villas en la ciudad y en el conurbano metropolitano donde esa precariedad ambiental se ensambla con la laboral. De forma que, si ya en la pre pandemia los habitantes de estos barrios debían desarrollar estrategias muy diversas para la satisfacción de necesidades, como lo discutiremos, la pandemia expuso esa escena de modo singular.
Al respecto, es clave senalar que esas estrategias se ensamblan con el ambiente, y que es este el eje que proponemos para la discusión. Especificamente, presentamos resultados de investigación que surgen de un estudio realizado en barrios emplazados en José León Suárez, partido de General San Martín en la provincia de Buenos Aires. Esta localidad es una de las áreas de la RMBA atravesada por la pobreza urbana y emplazada a la vera de la Coordinadora Ecológica del Área Metropolitana Sociedad del Estado[6] (CEAMSE), el principal destino final de residuos de la región. De hecho, las actividades de cirujeo, changas y reciclaje conforman el corazón de este y de otros tantos barrios de la RMBA. En el caso del barrio donde trabajamos, las estrategias de recuperación de residuos ocurren de un modo especial, en tanto el barrio está emplazado al lado del relleno sanitario de la región y se vuelve fuente de valor y de recirculación de mercancías para los vecinos (Alvarez, 2011; Perelman, 2007). En esta localidad se concentran numerosas villas y asentamientos (Cravino et al, 2008), donde, según datos del Observatorio del Conurbano Bonaerense, viven alrededor de 150,000 personas, de las cuales el 40% se encuentra por debajo de la línea de indigencia (Suárez, 2016).
La descripción que aquí se presenta se sostiene con base en el trabajo de campo realizado en equipo, que comenzó en 2007 y supuso distintos momentos y estancias entre barrios y escuelas de la localidad de José León Suárez (Grinberg, 2020). Fue justamente ese largo plazo lo que nos permitió comparar la situación pre pandémica con las adaptaciones que adquirieron las actividades en tiempo de aislamiento. Asimismo, la investigación en el barrio no comenzó en tiempo de ASPO, sino que fue una continuación de la comunicación con las familias del barrio por medio de WhatsApp y redes sociales, así como participar y colaborar con las actividades desplegadas por las familias asociadas con la realización de ollas populares, por ejemplo.
En este artículo, nos ocupamos del despliegue de algunas de esas estrategias de reproducción diaria de la vida en estos barrios. En el primer apartado se describen las actividades de subsistencia desplegadas antes de la pandemia del COVID-19. En el segundo se presenta la reconversión de las actividades económicas de algunas familias ante el ASPO. Y, por último, se exponen algunas reflexiones finales.
El Barrio y las Estrategias de Reproducción Pre pandemia por COVID-19: la CEAMSE y las Mercancías
En los barrios más empobrecidos de la RMBA, desde los últimos anos del siglo pasado y principios del presente, el cirujeo emergió entre las actividades económicas con mayor precaridad desarrolladas por los habitantes (Schamber, 2008; Perelman, 2007; Grinberg et al, 2013) en un contexto de crisis económica, producto de las reformas neoliberales (Stiglitz, 2002). Estas políticas generaron una merma en la producción de muchas fábricas e incluso el cierre de muchas de ellas, dejando a un importante número de trabajadores en situación de desempleo. Por aquellos anos la desocupación alcanzó altos niveles: 18.4%, según INDEC (1995). Muchos desempleados comenzaron a buscar estrategias de subsistencia; en particular, se desarrollaron aquellas que requerían de poco o nulo capital y que dependían de la fuerza propia del individuo. En este sentido, la recolección de material reciclable en la vía pública comenzó a expandirse. Los motivos principales fueron dos: por un lado, la necesidad de cientos de familias de obtener ingresos para comprar alimentos; por otro, el aumento del valor de los materiales reciclables en alrededor de un 1000% (Suárez, 2016).
En el partido de General San Martín, donde se lleva adelante el estudio, la recolección de residuos para la venta, comercialización y consumo resultan actividades fundamentales para buena parte de la población. Miles de familias en barrios de este partido trabajan en relación con los residuos (Alvarez, 2011; Grinberg et al, 2013). De hecho, el poblamiento de los barrios del área creció de modo especial con la instalación de la CEAMSE (Alvarez, 2011; Suárez et al., 2011; Suárez, 2016; Verón et al., 2021). Para una proporción importante de la población, la recirculación de la mercancía es la fuente principal de reproducción de la vida y, de hecho, la amenaza de cierre del relleno sanitario no solo genera preocupación, sino también pavor (Grinberg, 2010). Como se preguntaba una joven del barrio preocupada por las versiones de cierre de ese relleno en 2008 "¿adónde va a ir la gente si cierran eso". Esto es, en caso de que se cierre ese canal de recuperación de residuos, ¿con qué recursos contará el barrio? Con el ASPO algo de ello ocurrió. Como lo discutimos a través del material de campo, esa escena temida de cierre se volvió real. Durante el ASPO la población que a diario concurre a la CEAMSE vio impedido el ingreso al relleno. De ningún modo se trata de una preocupación casual, la subsistencia de un importante número de personas mediante actividades relacionadas con los deshechos está directamente asociada a que en esta área se encuentra el centro de disposición final de residuos más grande del país y el segundo más grande de Latinoamérica. Este centro de disposición final se encuentra en predios que pertenecen a la CEAMSE, en donde se reciben diariamente 16,000 toneladas de residuos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y de 27 municipios de la RMBA.
Justamente en predios de la CEAMSE, desde 1998, vecinos de distintos barrios del municipio de San Martín y de partidos lindantes comenzaron a ingresar al predio para subsistir con lo que recolectaban de allí. En los primeros anos, entrar estaba prohibido, por lo cual debían hacerlo en horas de la madrugada o escondiéndose del personal de seguridad. En el ano 2004, tras una serie de reclamos ante las autoridades de la CEAMSE (Álvarez, 2011), los vecinos que acudían al relleno sanitario llegaron a un acuerdo con las autoridades por el cual dejarían libre el acceso al predio por el tiempo limitado de una hora por día[7]. En ese lapso, los quemeros[8] podían recoger los elementos que les resultaría útiles dentro de la basura, sin la persecución policial a la que anteriormente estaban sometidos (Alvarez, 2011). La rutina de la recuperación de residuos consistía en esperar cerca de la tranquera, que era la puerta de ingreso a los predios de la CEAMSE, y, al llegar las cuatro de la tarde en punto, dirigirse a 'la montaña'[9]. El trayecto era de un kilómetro aproximadamente, los quemeros corrían esos metros para llegar y tomar los elementos más útiles, menos aplastados y con más valor.
Luego de recolectar elementos en la CEAMSE, estos podían tener cuatro grandes destinos. En primer lugar, los domicilios de los quemeros, donde eran llevados aquellos elementos recolectados que pudieran servir para su consumo personal. Seguidamente, las ferias barriales, donde se recircula y comercializa lo recolectado. Otro destino son los galpones de compra-venta de materiales, donde algunos quemeros, principalmente quienes se dedican a recuperar cobre, aluminio y otros metales, venden los materiales recolectados. Por último, el comercio en almacenes: algunos quemeros recolectaban mercadería en serie, que alguna empresa alimenticia desechaba por algún error en su empaquetado que le impedía ser comercializada. Una vez recolectados, estos alimentos o productos de limpieza eran ofrecidos en los almacenes del barrio donde se vendían a un precio más bajo por venir de la quema.
De estos cuatro destinos descriptos, tres muestran que los residuos que llegan a la CEAMSE pasan a un circuito económico, salvo el caso en el que el destino es el domicilio de los quemeros, donde consumen el elemento recuperado. En cambio, en las ferias populares, en la venta de productos a almacenes y de metales a galpones son actividades que alimentan un circuito económico allende las fronteras de los barrios. Se trata de uno de los tantos circuitos que componen la economía popular, tal como lo senalan Arango, Chena y Roig (2017) y Fernández Álvarez (2018).
Ahora, en este artículo importa abordar esas cuestiones haciendo énfasis en la pregunta por la reconfiguración de la vida urbana en tiempos de COVID y atendiendo a los modos en que el barrio y sus habitantes readaptaron sus dinámicas de vidas, tanto a través de estrategias digitales durante el ASPO para la reproducción de la vida como de la actividad los quemeros, que se trasladó del relleno sanitario al chanchero.
Yo ahora estoy cirujeando en lo de la Mari, ella tiene chanchos y el camión de una fiambrería viene y le tira restos de fiambres para los chanchos, entonces la Mari nos deja que agarremos cosas nosotros, si después le limpiamos y le dejamos ordenado. Entonces muchos vecinos de acá del fondo vamos y todos los que estamos acá tenemos estos productos. Cada dos días tira un camión. Yo los limpio y no están vencidos, nada y luego los vendo por el grupo de WhatsApp. Verónica (comunicación personal, 5 de junio, 2021).
Estas actividades precarizadas y la centralidad que tienen en la cotidianeidad de la población no dejan de ser resultado de y respuesta a la crisis del empleo. Se trata de la reconfiguración del espacio urbano con el emplazamiento de barrios que desde fines del siglo XX no han cesado de crecer al calor de la precaridad urbana, ambiental y, sin duda, de la crisis del trabajo.
De hecho, desde el inicio de la vida barrial el tendido de agua potable o la recolección de residuos supuso y supone una comunidad empoderada que no cesa de buscar y encontrar los modos de resolver la reproducción diaria de la vida (Grinberg et al, 2012; Besana, 2014). La autogestión no deja de expresar la respuesta a los modos crueles del hacer de la vida en estos barrios (Rose, 2007). Como lo discutimos a partir del material de campo, estas dinámicas no dejan de atravesar la vida barrial durante el ASPO.
Acerca del COVID19, el Reciclaje y la Reproducción Diaria
En marzo de 2020, ante el decreto de ASPO en Argentina, miles de trabajadores informales, independientes y changarines encontraron limitada la continuación de su trabajo y, con ello, de sus ingresos. Verónica, una de las vecinas de José León Suárez, antes de la pandemia se dedicaba al cirujeo. Ella compraba bolsas con mercadería que traían vecinos del barrio, resultado del trabajo de recuperación que realizaban por las calles de la ciudad de Buenos Aires. Verónica acondicionaba estos productos y los vendía en ferias populares. En una de las visitas que realizamos a la casa de Verónica, en noviembre de 2019, mientras tomábamos mate, un vecino llamó en la puerta de la casa y le ofreció comprar una bolsa de mercadería, proveniente del relleno, a $150[10]. La bolsa contenía ropa, osos de peluche y algunos elementos de bazar que el vecino había juntado por las calles. Verónica la compró. Luego de pagarle, nos comentó que ella compra esos elementos que le traen de capital y, junto con otros que junta de la CEAMSE, los lleva a una feria popular cerca del barrio, los pone en una mesa y los vende.
En marzo de 2020, pocos días antes que la OMS declarara la pandemia, mientras estábamos en el patio de la casa de Verónica conversando, era constante la oferta de mercadería que golpeaba la puerta de su casa, esto es, los quemeros, a la vuelta de la CEAMSE, pasaban por su puerta a ofrecerle mercadería. Estas dinámicas de la actividad de reciclaje y recirculación de la mercancía le habían permitido construir su casa, así como afrontar una nueva etapa de mejoramiento que luego se vio trunca. Verónica, de hecho, esa mariana nos mostraba con orgullo los ladrillos que tenía apilados.
El ASPO restringió la circulación de vecinos de José León Suárez hacia CABA. Puntualmente, la barrera se encontraba en los estrictos controles en los trenes, principal medio de transporte que utilizan los recuperadores de residuos de José León Suárez para ir a la capital. A su vez, las autoridades de la CEAMSE dejaron de permitir el acceso al predio para buscar residuos a los quemeros. Adicionalmente, las ferias fueron prohibidas, debido a la concentración de personas que provocaban.
Verónica, como cientos de vecinos de barrios en contextos de extrema pobreza de la RMBA, encontró limitadas las estrategias de subsistencia desplegadas hasta entonces. No obstante, desde el gobierno nacional, provincial y municipal, se desarrollaron acciones para acompanar a las poblaciones que no tenían ingresos. Verónica, como otros vecinos que contaban con tarjetas para comprar alimentos, fue beneficiada con la transferencia de un monto adicional por parte del gobierno nacional y/o el Ingreso Familiar de Emergencia[11] (IFE) (Luzzi y Sánchez, 2021). Asimismo, junto con el anuncio de la suspensión de clases, las escuelas públicas entregaban bolsas con alimentos para las familias de los ninos y adolescentes escolarizados. Por su parte, el municipio reforzó la entrega de alimentos en centros juveniles y en comedores o merenderos, para que funcionaran todos los días de la semana (Grinberg y Verón, 2021). Como nos contaba Verónica, esa mercadería, e incluso los subsidios, también eran recirculados. Así, por ejemplo, preparaba comidas que luego vendía, lo que le permitía generar un valor extra con el que ampliaba la posibilidad de volver a comprar alimentos para su familia.
Ahora bien, pese a los planes sociales que desde los distintos niveles de gobierno llegaban con la prolongación del ASPO, la situación económica de las familias se complicó. El cierre de las ferias populares ponía en suspenso los modos de circulación y venta de productos; esto es, el modo en que a lo largo de varios decenios los vecinos habían construido dinámicas y estrategias de subsistencia. Mientras tanto, esas ferias eran mostradas en los massmedia y vistas, por algunos, como la afrenta que estos barrios hacían a la seguridad sanitaria y, por tantos otros, como el ejemplo del descontrol que no se permitía a los shoppings[12]. Respecto del cierre de las ferias, en esos días Verónica nos decía por WhatsApp: "Lo que pasa, que no haya feria me mató porque ahí conseguía cosas que acá no. Por ejemplo, yo iba y cambiaba algo de mis productos por verdura, leche, carne, frutas o vendía mis cosas y con eso compraba".
Es así que entre estas dinámicas, y ante las restricciones de circulación, Verónica, como otros vecinos del barrio, comenzó a ofrecer productos por medio de las redes sociales[13] y por estados de WhatsApp. Una estrategia completamente nueva de comercialización se fue desarrollando: se sacaba una foto al producto ofrecido, se ponía el precio, se compartía en el estado y, quien lo quería, mandaba un mensaje solicitándolo; luego se acordaba un punto para el intercambio.
En la semana de pascua de 2020, Verónica comenzó a publicar fotos (Imagen 3) en su WhatsApp, promocionando roscas para vender a vecinos del barrio.
Como Verónica, otros vecinos también encontraron en las redes sociales una herramienta de comunicación y difusión para el ofrecimiento de sus productos.
A finales del 2020, cuando las restricciones a la circulación mermaron, volvimos al barrio y, en conversaciones con Verónica, volvimos a hablar sobre la situación de la feria. En aquella ocasión nos comentó en detalle el circuito nuevo que se había creado: debido a la prohibición de la feria durante varios meses, los feriantes armaron un grupo de WhatsApp con los clientes. En los grupos había alrededor de 500 miembros, en noviembre del 2020, y allí se ofrecían productos mediante fotos y textos que detallaban el precio y las cantidades. En caso de estar interesadas en algún producto particular, las personas se contactaban con el vendedor y acordaban un lugar para el intercambio. De ese modo, la feria se trasladó al mundo virtual.
Aunque resultó una estrategia novedosa en los primeros meses de ASPO, Verónica contó que no se vende la misma cantidad que en presencialidad, ya que no todos los compradores están en el grupo de WhatsApp; adicionalmente, no todos miran todos los mensajes y encontrar un punto de intercambio a veces resulta problemático.
Las redes sociales se volvieron también lugares privilegiados. Facebook es otro de los espacios en donde Verónica comercializa sus productos. En agosto del 2020, Verónica nos enviaba mensajes por WhatsApp avisándonos que por la tarde haría un 'vivo', que consiste en poner el teléfono celular con la cámara apuntando hacia ella y detrás perchas con ropa. Verónica se conectaba y hablaba a la cámara presentando los productos que tenía a la venta; tomaba un elemento, lo mostraba, daba detalles tales como el color, el tamaro, el precio y lo referencia con un número, por ejemplo, 'producto 10'. En los comentarios aparecían los mensajes que le enviaban quienes estaban viendo el video; por ese medio pedían reservar el producto, realizaban las consultas o dejaban sus números de celular, para que luego Verónica se contactara con ellos. De este modo, observamos cómo el puesto de la feria de Verónica se virtualizó.
Además de la venta de comida por WhatsApp y de la 'feria virtual', Verónica también trasladó el 'puesto' de la feria a la puerta de su casa. Como lo muestra la Imagen 4, Verónica puso en la vereda una madera, sostenida por cajones, donde se exponen los productos que tiene a la venta: en este caso, ropa y elementos cirujeados.
Pese a la creatividad enorme, el desarrollo de nuevos saberes y habilidades asociadas a la digitalización, que permitieron la adaptación de muchas de estas estrategias, la precariedad y precaridad persiste, e incluso se agudizó en estos barrios en tiempos de ASPO (Grinberg y Verón, 2021). Verónica nos contaba que no todos los productos que ella conseguía para comprar y revender en la feria los encuentra en el grupo de WhatsApp. Particularmente, Verónica hace énfasis en mercadería fresca como carne y verduras. En las bolsas de mercadería que se reparten como ayuda oficial los alimentos que llegan son secos: fideos, arroz, polenta, harina, latas. Ante la falta de alimentos frescos, Verónica comenta que se arregla con la Tarjeta Alimentar. Pero, aún así, no alcanza, la feria resulta imprescindible para completar la alimentación. Verduras, leche, carne y frutas eran productos que compraba en la feria con el dinero que ganaba con la venta de elementos que conseguía de los residuos, su reacondicionamiento e introducción en el circuito.
Ahora, y a modo de cierre, cabe senalar que la conversación vía WhatsApp con Verónica ocurrió debido a la preocupación que ella tenía porque el pediatra que va los sábados a la Iglesia del barrio le dijo que las nenas están bien, solo que están un poco bajas de peso. La de tres anos pesaba 10kg y la de siete anos 12kg. La respuesta médica fue darles vitaminas que les abrieran el apetito. Ante la pregunta que se le hiciera respecto de si ellas no suelen tener hambre. Verónica contestó: "No, no, ellas comen, están mucho con las mamaderas, todo el día. Pero cuando hay comida comen". Por un lado, la creatividad, las luchas y la insistencia permiten explicar la reproducción diaria de la vida (Balbi, 2015). Sin embargo, no hay creatividad, empoderamiento, emprendedurismo, gestión ni autogestión que puedan resolver los enormes y crueles modos de reproducción de la vida de una población que hace más de cuatro decenios se hace entre la precaridad.
Reflexiones finales
La precaridad de la vida en las periferias urbanas de la RMBA no es nueva. Una historia larga puede hacerse siguiendo los rastros de los basurales de la metrópolis. El cirujeo tampoco es nuevo en la RMBA, y los tiempos de crisis recuerdan este viejo oficio que puede rastrearse hacia el siglo XIX. José León Suárez, donde vive Verónica, es una localidad donde esa escena se condensa: la CEAMSE recibe los residuos de 28 distritos de la RMBA y es también lugar de su recirculación, donde se los devuelve al circuito de las mercancías.
Como se preguntaba en 2008 una estudiante en la escuela, si la CEAMSE cierra, ¿da gente qué va a hacer? Con el ASPO la escena temida se volvió real y el chanchero devino la quema en el barrio. Una quema improvisada que ocurrió como una muy particular forma de reemplazo del relleno. Claro está que, si ir a la CEAMSE conlleva una cantidad importante de peligros, el chanchero en medio la escena barrial los exacerba y profundiza a la vez que no deja de expresar lo cruel de la vida barrial. Ello tanto en el hecho en sí de la necesidad de recurrir a él, como por la misma precaridad ambiental que su funcionamiento implica. Para llegar a la CEAMSE hay que caminar varios cientos de metros, pero el chanchero está a solo algunos pasos.
Ahora, como lo hemos descripto, contar con esta opción de quema no resolvía la otra parte asociada a la recirculación del material recuperado. El ASPO cerró tanto la posibilidad de concurrir a la CEAMSE como de ir a las ferias. A diferencia de otros de los tantos modos de circulación en la ciudad que se vieron comprometidos, las ferias constituyen un eslabón, o más bien anillo nodal, de esa otra circulación que se vio dificultada, la de las mercancías. De hecho, las ferias del conurbano, conformadas por vecinos y vecinas que tiran mantas o ponen en una mesa elementos para vender en plazas y veredas, son espacios vitales de recirculación de las mercancías. Son el lugar donde se llevan los productos de la recuperación de residuos, tanto para vender como para intercambiar. Unos que se vuelven accesibles porque son usados, fueron cirujeados o conseguidos a bajo costo.
Este circuito de la mercancía es mucho más complejo de lo que se puede imaginar. Muy sucintamente vale decir que incluye al que rescata mercadería, construye un saber de oficio. Saber qué rescatar, qué residuo puede volverse mercancía no ocurre sin más. De hecho, involucra un saber que, como en tantos otros oficios, es aprendido en la experiencia y es objeto de ensenanza y aprendizaje. Rescatar de los residuos productos que sea posible convertir en mercancía supone saber qué recolectar, así como conocer el proceso para devolverlo al mercado para ser vendido. En este segundo paso entra Verónica, quien se ocupa de reacondicionar las mercancías -e incluye otro conjunto de saberes-, para volver a venderlas o intercambiarlas, aunque no solo en las ferias. Verónica es una de esas vecinas que vive del cirujeo y del intercambio en la feria; ella es revendedora, intermediaria, reacondicionadora, y conocedora de qué vender o intercambiar, y de dónde y cómo hacerlo.
Verónica recibió bolsas de alimentos que se entregaban en las escuelas. Con estos productos no solo cocinaba para sus hijas, sino que hacía roscas para vender, y con esos ingresos compraba verduras y pollo, productos que no venían en la bolsa de alimentos. El tiempo del ASPO fue de incertidumbre, miedo y angustia, Verónica no podía ir a la capital para cirujear y la feria estaba cerrada. La feria es vital para Verónica y en ella se representan miles de familias de barrios de extrema pobreza urbana de la RMBA. Allí consigue productos frescos, alimentos primordiales para sus hijas. Verónica sabe que necesita leche, carnes y vegetales; sabe que esos productos son clave para la alimentación de sus hijas, que no vienen en la bolsa de mercadería y que tampoco se consiguen en el chanchero. Verónica sabe que son los productos que, si no se puede en los negocios, se consiguen en la feria. Verónica sabe que en su vereda se vende poco o nada. Verónica también sabe que se vende más en las ferias. Verónica sabe que por el ASPO no están abiertas. Verónica sabe subsistir mediante changas. Verónica no sabe cómo hacer para quedarse en su casa sin trabajar.
A lo largo del artículo, en y a través de Verónica, nos ocupamos de cómo ella y muchos de sus vecinos desarrollaron múltiples estrategias para ocuparse de la reproducción diaria de la vida. En este caso, procuramos mostrar el modo en que la cultura digital entró en la vida de los barrios, pero también sus límites. De hecho, mientras la feria pudo digitalizarse, la quema se remplazó por un chanchero dentro del barrio. Un despliegue completamente autogestionado que involucró el aprendizaje sobre el uso de las tecnologías por parte de la población en general, y, particularmente, el despliegue de estrategias novedosas por parte de la población más empobrecida en actividades que resultaba difícil adaptar a la virtualidad, sin embargo, pudieron encontrar alternativas. Tal como lo ha discutido la bibliografía (Arango, Chena & Roig, 2017; Fernández Álvarez, 2018) la complejidad de la economía popular es clave y sin duda ha atravesado la vida de Verónica y del barrio. El chanchero y el devenir digital de las ferias del conurbano conforman esa realidad. Ahora, en ese proceso y lejos de las hipótesis que reclaman elevar la resiliencia en los barrios más empobrecidos o fomentar la iniciativa en este artículo hemos procurado dar cuenta de su existencia, así como de la precaridad urbana en que ocurre la vida de Verónica, del barrio. Tanto empuje e inventiva no dejan de expresar los límites de esa gesta. Unos límites que expresan la crueldad cotidiana en la que se transforma cada vez más la vida de vastos sectores de la población.