La vida en común será siempre un campo de contiendas en el que intercambiamos todos, incluida la naturaleza, aprendiendo a convivir con la tensión y el conflicto que son fuentes indispensables para la creación de nuevos sentidos y prácticas que nos permiten construir un mundo común en el que quepamos todos. (Najmanovich, 2021, p. 264)
Introducción
La naturaleza está alzando la voz de formas notorias, haciéndose escuchar a través de eventos climáticos más extremos y frecuentes como inundaciones, ondas de calor, huracanes y otras catástrofes naturales (Latour, 2016), así como a través de la degradación ambiental que se observa en los crecientes niveles de contaminación del aire y agua, la erosión del suelo y la sexta extinción masiva de las especies del planeta (Houston, 2019). Estas dinámicas afectan las prácticas cotidianas de millones de habitantes urbanos alrededor del mundo, al irrumpir sus actividades socioeconómicas y el acceso a servicios básicos como agua potable y saneamiento (UHPH, 2021). La pandemia del COVID-19 es otra manifestación de la naturaleza impactando el statu quo de la vida en las ciudades (Jon, 2020b); al ser estas los espacios de mayor propagación del virus, se imple-mentaron diversas medidas para reducir los contagios -distanciamiento social, reducción de movilidad, confinamiento en casa, teletrabajo y cierre de escuelas, lugares de reunión y fronteras- que, además, generaron situaciones de soledad, ansiedad y depresión (Pouso et al., 2021).
En este escenario de crisis urbanas (sanitarias, climáticas, ambientales, otras), se han vuelto relevantes el antropoceno -era geológica marcada por los efectos de la actividad humana, particularmente la urbana- y las acciones por remediar sus impactos como el cambio climático (Jon, 2020a). Dichas acciones toman mayor urgencia ante la contingencia del COVID-19, que se propagó en relación directa con la pérdida significativa de especies del planeta, pues cuanto más diversos son los ecosistemas, más difícil es que patógenos como virus y bacterias se propaguen y vuelvan pandemias; asimismo, a mayor diversidad genética más fácil es crear nuevos medicamentos que combatan a los patógenos (McNeely, 2021). Además, las acciones para remediar el daño generado al planeta precisan de un enfoque diferente al de la vieja escuela de la sustentabilidad, que considera al medio ambiente como externo a los humanos. Najmanovich (2021) explica que el medio ambiente no nos rodea, nos atraviesa y constituye (respiramos la humedad del ambiente y nos conforma íntimamente): no se trata de defender la naturaleza, sino nuestra propia vida.
Pensadores como Donna Haraway en su libro Seguir con el problema (2019) argumentan que el antropoceno marca una nueva era en que los humanos finalmente internalizamos el medio ambiente y cuestionamos el seguir explotando una naturaleza 'barata' para convertirla en basura, cuando esta ha alcanzado límites irreparables. Latour (2020) agrega que aún no es claro si el COVID-19 cambiará el rumbo de la maquinaria que daña al planeta; sin embargo, las crisis son oportunidades de cambio y no podemos ni debemos desperdiciarlas.
Inspirado en las ideas anteriores, este trabajo explora dos preguntas: ¿Qué cambios emergen en los modos cotidianos urbanos a partir del COVID-19? y ¿Cómo estos cambios potencian la transición a ciudades más cuidadosas de la vida, humana y no-humana, que las habita? Dichos modos cotidianos de vida urbana se analizan con base en el trabajo de académicos poshumanistas, en particular de los ecopolíticos antiesencialistas como los nombra Jon (2020a): Bruno Latour, Donna Haraway, Rosi Braidotti, Anna Tsing, Vinciane Despret, entre otros. Asimismo, esta investigación abona al trabajo de Ihnji Jon (2020a) y Donna Houston (2019), pioneras en descifrar el pensamiento poshumano a intervenciones urbanas. En palabras de Houston (2019), el enfoque poshumano implica que las ciudades, más allá de adaptarse ante diversas crisis, integren un cambio de paradigma que las convierta en espacios que potencien la vida de las comunidades -más que humanas- que las forman y transforman.
Para contestar a las preguntas planteadas, este trabajo se estructura de la siguiente manera. Primero, en los antecedentes conceptuales se delinean las relaciones entre el pensamiento ecopolítico antiesencialista y los contextos urbanos a partir de tres dimensiones de análisis: diluir la separación entre naturaleza y cultura, conectar con los territorios en donde vivimos y de los que dependemos y construir vínculos atentos y cuidadosos. Este mismo apartado explora ejemplos concretos de cómo estas dimensiones se traducen a intervenciones urbanas. Segundo, se detalla la metodología de la investigación, basada en encuestas digitales y entrevistas semiestructuradas en ciudades mexicanas, y se presentan los resultados. Finalmente, se discute y concluye que, si bien los cambios en los modos cotidianos de vida urbana aún no enuncian transformaciones drásticas, delinean cambios profundos y significativos que, de seguir examinándose, pueden contribuir a forjar las ciudades postpandemia cuidadosas de la vida en la Tierra.
Antecedentes Conceptuales: Relaciones entre el Pensamiento Poshumano y los Contextos Urbanos
El pensamiento de los autores ecopolíticos antiesencialistas comulga y se inspira en la teoría Actor-Red, de Bruno Latour, y en autores como Rydin (2014) y Beauregard (2015), quienes la han traducido al lenguaje urbano para explicar que los cambios en las ciudades ocurren tras la constante interacción entre las acciones e intenciones de las múltiples entidades, humanas y no-humanas, que las habitan. De acuerdo con Jon (2020a), esta perspectiva implica que ni los planeadores urbanos ni las entidades que comúnmente influyen con mayor peso en las intervenciones urbanas (ej. sector público o privado) son los protagonistas en los cambios postpandemia. Esta situación es cada vez más evidente ante eventos climáticos extremos que han reconocido la voz de entidades no-humanas, como de tornados e inundaciones, para diseñar e instaurar infraestructuras adaptables a patrones de lluvias más severos y frecuentes en diversas ciudades del mundo.
En este orden de ideas, y con la intención de delinear los distintos puntos de encuentro entre el pensamiento ecopolítico antiesencialista y las ciudades, identificamos tres temáticas. En primer lugar, Haraway (2019) y Braidotti (2015) afirman que para desarrollar asentamientos urbanos cuidadosos de la vida humana y no-humana es preciso cultivar un pensamiento interconectado, uno que desdibuje e incluso enrede la marcada línea divisoria entre cultura y naturaleza. Para ello Latour (2016) propone representar y dar voz a las especies no-humanas dentro de la política urbana ambiental, tal como se ha luchado por dar voz a minorías sociales como mujeres, migrantes, entre otros. Asimismo, Jon (2020a) plantea la integración de marcos regulatorios que legitimen dichas voces, incluyendo el derecho de la naturaleza a existir, florecer y evolucionar.
En segundo lugar, destacamos el trabajo de Weibel y Latour, englobado en su obra Zonas Críticas: La ciencia y política de aterrizar en la tierra (2019), que reúne una serie de expresiones artísticas y documentos científicos e históricos que muestran la importancia de reconocer los territorios y redes de entidades no-humanas de los que dependemos y debemos tomar responsabilidad. Entre las 72 obras que compila este trabajo, resaltamos: "Más allá de individuos", de Lena Reitschuster, quien expone que los humanos somos el resultado de la evolución de bacterias que hace dos mil quinientos millones de años empezaron a respirar oxígeno y que hoy día habitan sinérgicamente en nuestras células, y "Afinidades con el Suelo", de Uriel Orlow, quien rastrea las redes de conexiones entre distintas geografías, suelos erosionados, agricultores en condiciones de sobreexplotación y monocultivos, que nos alimentan día a día.
En tercer lugar, citamos a Tsing (2021), Haraway (2019) y Despret (2018), quienes nos invitan a aprehender la posibilidad de seguir con el problema y de vivir en un mundo en ruinas tras la devastación ambiental y las desigualdades sociales. Estas autoras puntualizan que algunos daños son irreparables, mientras que otros implican procesos parciales de recuperación, tal como sucede con un enfermo de gravedad que mejora paulatinamente con atención y cuidados. En particular, Despret (2018) agrega que, para actuar de forma cuidadosa con un otro (humano o no-humano) y verle como un par aliado, es necesario sentirle; solo cuidamos aquello que nos conmueve. En el mismo tono, Jon (2020a) argumenta que el activismo por el medio ambiente emerge del 'sentir para actuar', y agrega que las intervenciones que sensibilicen a los habitantes urbanos con su entorno natural serán grandes aliadas para potenciar los cambios postpandemia.
Con base en las ideas anteriores, enmarcamos tres dimensiones interconectadas que vinculan el pensamiento ecopolítico antiesencialista y las urbes: la primera se refiere a diluir la separación entre naturaleza y cultura, es decir, a cultivar un pensamiento inter-conectado que genere ensambles entre las múltiples entidades humanas y no-humanas que cohabitan las ciudades. La segunda alude a conectar con los territorios en donde vivimos y de los que dependemos, lo que tiene que ver con generar nuevas formas de relación entre los humanos y los territorios y redes no-humanas que sostienen sus cotidianos. La tercera se relaciona con construir vínculos atentos y cuidadosos, y alude al arte de generar encuentros cercanos, nutritivos y de aprendizaje mutuo entre las diversas entidades que forman y transforman las ciudades.
En los siguientes párrafos, cada dimensión se aterriza en ejemplos y/o intervenciones urbanas concretas. Se hace notar que, tanto las dimensiones como los ejemplos, son parte de un análisis en proceso con base en autoras como Jon (2020a) y en este mismo trabajo; por tanto, ofrecen un marco exploratorio, mas no determinado. En cuanto a los ejemplos, estos provienen tanto de trabajos académicos como de reflexiones generadas en diversas plataformas[2], regionales e internacionales, llevadas a cabo durante la crisis del COVID-19 y en donde diversos actores (colectivos barriales, organizaciones no-gubernamentales, gobiernos y planificadores urbanos) reflexionaron sobre los retos y respuestas de las ciudades ante la pandemia.
Relacionamos la primera dimensión, diluir la separación entre naturaleza y cultura, con la perspectiva del geógrafo Milton Santos, quien proponía desde finales de la década de los ochenta hacer una lectura relacional e interdependiente entre los distintos componentes urbanos -habitantes, instituciones, empresas, infraestructuras y medio ecológico- para entender sus mutuas influencias y, tras de estas, los cambios socioespaciales (Santos, 1986). En un contexto actual, y en términos acuñados por diversos actores urbanos durante la pandemia con miras a construir asentamientos urbanos capaces de responder y adaptarse ante las crisis actuales, se habla de construir ciudades interconectadas, no solo con su medio natural, sino entre sectores, escalas territoriales, niveles administrativos, funciones y usos de suelo (Bifurcaciones, 2020; PCUT, 2020).
Un enfoque que comulga con la mirada anterior son las 'ciudades de los 15 minutos' que, a través de una planificación mixta del uso del suelo, facilitan el acceso a las diversas funciones y servicios esenciales para la vida: vivienda, trabajo, abastecimiento, salud, educación, naturaleza, ocio, cultura, recreación y otros (Birche et al., 2021). En términos de COVID-19, esta configuración no solo permitió a los habitantes estar resguardados y cerca de casa, sino liberar tiempo para el cuidado de sí y de otros (Bifurcaciones, 2020). La Plataforma de Conocimiento para la Transformación Urbana (PCUT, 2020) añade que, además del acceso cercano a funciones y servicios urbanos, la calidad es prioritaria, puntualizando el agua y los espacios verdes, ambos fundamentales para mantener las condiciones sanitarias.
Otras intervenciones puntuales y en línea con lo anterior son propuestas por Jon (2020a); una de ellas es construir infraestructuras que entrelacen el medio construido con el natural. Por ejemplo, el proyecto del Parque Costero Noreste en Barcelona yuxtapone un basurero municipal con un espacio verde, permitiendo que los habitantes miren a dónde van a parar sus residuos, así como el tiempo, espacio y energía que toma su degradación. Dichos residuos, específicamente los orgánicos, podrían ser reutilizados para nutrir los suelos y la producción de alimentos en las urbes, dinámica que, tras el cambio climático y los suelos que se desvanecen a una velocidad cien veces más rápida que el tiempo que les toma formarse (peak soil), resulta inminente (Biel, 2013).
Por otro lado, vinculamos la segunda dimensión, conectar con los territorios en donde vivimos y de los que dependemos, con reflexiones como las siguientes: ¿De dónde viene el agua y la comida que ingerimos en las ciudades? ¿Cómo y quiénes los producen y/o transportan? Y, en general, con cuestionamientos sobre los modos de vida y producción urbanas que degradan territorios aledaños y lejanos de los que depende nuestra subsistencia y que comúnmente son invisibilizados. En relación con estas interrogantes, Ollé-Laprune et al. (2020) reflexionan sobre los impactos positivos de la pandemia -menores niveles de contaminación- tras la desaceleración de algunos sectores económicos y urbanos que no quisiéramos que regresen, entre ellos el turismo masivo, el tráfico y la generación de energía no-limpia. En el mismo sentido, Latour (2020) abre otras preguntas que no son fáciles de responder, pero que la pandemia ha abierto: ¿Cómo reinstalar a los trabajadores de las industrias que no queremos de vuelta? ¿Qué nuevas industrias queremos que emerjan? y ¿Cómo flexibilizar las dinámicas laborales para liberar tiempo para el autocuidado y el cuidado de otros?
Algunos ejemplos concretos que sobresalieron durante la pandemia para aterrizar esta dimensión fueron el rescate de las economías de proximidad y la producción/procesamiento de alimentos a nivel local o barrial. Las economías de proximidad se refieren a dinámicas barriales de intercambio o venta de productos y servicios que sopesaron la pérdida de empleos y, al mismo tiempo, estrecharon lazos solidarios entre vecinos (Ollé-Laprune et al., 2020). Estas prácticas, a pesar de no tener el fin explícito de cuidar la naturaleza, en menor o mayor grado, encausaron la reparación, reutilización y reciclaje de bienes de consumo. También fue recurrente la creación de comedores barriales y espacios de producción de alimentos en diversas ciudades, al menos en la región de Latinoamérica, que brindaron acceso a comida asequible, sobre todo a pobladores en situaciones de vulnerabilidad (UHPH, 2021).
Finalmente, relacionamos la tercera dimensión de 'vínculos atentos y cuidadosos' con la cuidadanía, término feminista explorado por Najmanovich (2021) que convoca a revitalizar los cuidados entre humanos y no-humanos para potenciar la vida en común en las ciudades. Esta autora expone que los cuidados son inherentes a la vida y se refieren a todo aquello que hacemos por su "generación, reproducción, mantenimiento y conservación, por lo tanto, corresponden a los encuentros y vínculos" (Najmanovich, 2021, p. 244). Además, los cuidados implican el interés por uno mismo y por los demás, incluida la naturaleza, y se manifiestan en prácticas cotidianas más allá de las políticas de seguridad orientadas hacia la vigilancia; si bien estas proveen de cierta protección, no promueven ni vínculos afectivos, ni aprendizaje mutuo, ni la potencia singular o colectiva. En este sentido, la autora apela por proyectos urbanos abiertos, es decir, por procesos en los que más que el resultado final importa cada trayecto; en cada uno se amplía la escucha y atención por las diversas miradas urbanas.
Ejemplos de esta dimensión se reflejan en los diferentes llamados durante la pandemia para escuchar a las mujeres, quienes comúnmente se han encargado de los cuidados tanto a nivel doméstico y familiar, como en redes informales y espacios comunitarios. Bifurcaciones (2020) insta a notar que las mujeres son quienes generalmente realizan los traslados de los cuidados (llevar niños a la escuela o enfermos a hospitales) y quienes enfrentan mayores niveles de violencia urbana, exacerbados en la pandemia, en lo público y lo privado. La plataforma Right 2 City (2020) convoca a valorizar, retribuir y distribuir las actividades de los cuidados, incluyendo el autocuidado, cuidado de otros, la limpieza, las compras, la alimentación del hogar, entre otros. Sin los cuidados y la movilización ciudadana a nivel barrial no hubiese sido posible sobrellevar la pandemia; a esta escala se gestaron soluciones apropiadas y se efectivaron aquellas provistas por los gobiernos y otras entidades, en particular la provisión de alimentos, agua y cuidado de los enfermos (Ortiz et al., 2020).
Con base en las dimensiones y ejemplos explorados en esta sección, a continuación, se presentan la metodología y los resultados derivados de esta investigación, cuyo objetivo central es identificar semillas de cambio en las prácticas cotidianas urbanas, a partir de la pandemia de COVID-19 y con el propósito de construir modos más cuidadosos de la vida.
Metodología y Resultados: Identificando Semillas de Cambio en los Cotidianos Urbanos
Encuestas Digitales y Entrevistas Semiestructuradas
La metodología de esta investigación se dividió en dos fases interconectadas. La primera consistió en un sondeo realizado mediante una encuesta digital (vía Google Forms) con el objetivo de identificar prácticas cotidianas urbanas que mostraran cambios a partir de la crisis por COVID-19. La encuesta se dividió en tres categorías, delimitadas por las dimensiones de análisis del marco conceptual. En cada categoría se incluyeron entre 10 y 12 reactivos, los cuales se detallan en sección de resultados. Algunos ejemplos son: ¿Qué servicios y/o equipamientos urbanos, escuelas, hospitales, espacios verdes, etcétera, te resultaron esenciales para sobrellevar la pandemia? ¿Cuáles son tus modos de transporte habituales, hubo algún cambio con la pandemia? ¿Cambió tu forma de trabajo o empleo? ¿Se modificó algún hábito de consumo? ¿Iniciaste alguna nueva relación durante la pandemia? Si sí, ¿Con quién y para qué?
La aplicación de la encuesta se basó en el método de bola de nieve, técnica que facilitó la formación de una red de informantes aleatorios y diversos a partir de un grupo inicial al que se tuvo acceso -estudiantes de licenciatura de la Universidad Autónoma de Querétaro, en la ciudad de Querétaro, México- y quienes invitaron a otras personas a participar. La bola de nieve alcanzó otro tipo de poblaciones; en términos de edad, la mayoría de los encuestados se ubicó en población joven de entre 20 y 34 años (65%), se sumaron adultos de entre 35 y 49 años (26%), y el resto de los respondientes (9%) se dividió entre adolescentes, adultos mayores y personas de la tercera edad. Asimismo, la encuesta se extendió a 42 ciudades mexicanas, divididas como sigue, de acuerdo con el número de encuestas respondidas: 68% en ciudades intermedias, incluida la ciudad de Querétaro, 21% en ciudades medias y 9% en ciudades pequeñas. La bola de nieve, al no ser un enfoque estadístico, y como lo indica el método, se detuvo cuando la mayoría de los reactivos mostraron una tendencia de cambio/no cambio.
La segunda fase de la metodología se enfocó en entrevistas semiestructuradas, cuyo objetivo fue profundizar sobre los cómo y porqué de los reactivos que mostraron tendencia de cambio en el sondeo digital. Se llevaron a cabo un total de 40 entrevistas, correspondientes al número de personas que de forma voluntaria y aleatoria accedieron a participar en la segunda etapa de la investigación. Se incluyeron participantes de los tres tipos de ciudades como sigue: intermedias (n = 28), medias (n = 8) y pequeñas (n= 4). Se formaron grupos pequeños para llevar a cabo las entrevistas (tres a cinco personas), en los cuales se incluyeron personas de distintas edades y género; se menciona que predominó la participación de mujeres en ambos, el sondeo y las entrevistas, con 66% y 70% respectivamente.
Por último, se hace notar que, al ser esta una investigación que se llevó a cabo en medio de la pandemia, nuevos tintes podrían engrosar los resultados conforme se generen cambios y ajustes. Por otro lado, el método de la bola de nieve permitió abarcar una población aleatoria, sin embargo, la variación suele ser reducida. En este caso, la mayoría de los respondientes correspondió a personas de entre 20 y 49 años, con estudios y/o empleo y en un rango socioeconómico medio-bajo. Se recomienda que estudios posteriores se enfoquen o comiencen por poblaciones de sectores con mayores desventajas para expandir la mirada de los cambios por venir en las ciudades.
Resultados: Cambios en las Prácticas Cotidianas Urbanas a partir del COVID-19
Diluir la Separación entre Naturaleza y Cultura
Esta dimensión, que alude a ciudades interconectadas, indagó sobre las funciones urbanas que marcaron una diferencia para sobrellevar la crisis sanitaria. Tomando como referencia la ciudad de los 15 minutos, se hicieron preguntas en cuanto a cambios en uso o percepción de los siguientes equipamientos: mercados o lugares de abastecimiento, transporte, unidades de salud, escuelas, comedores/restaurantes, áreas verdes, espacios culturales/recreativos, espacios de trabajo y otros. Asimismo, se preguntó sobre los servicios urbanos que resultaron esenciales durante la crisis y, en particular, sobre el uso o necesidad de otros equipamientos y/o espacios naturales cercanos al hogar o en la ciudad.
Con respecto a equipamientos, el acceso a menos de 15 minutos de mercados, y/o lugares de abastecimiento de alimentos, sobresalió con respecto a otras funciones urbanas con más del 80% de los respondientes. Le siguió, con un 64%, el rubro de acceso a áreas verdes y/o espacios recreativos. Estas dos funciones urbanas se distanciaron del resto, incluidos el acceso a hospitales y transporte, ambos con solo 18% de las votaciones (ver Figura 1). En términos de servicios urbanos, la mayoría de los respondientes coincidieron que lo brindó mayor bienestar durante la pandemia fue tener acceso a servicios de agua, luz e internet - los tres rubros con más del 80%-, mientras que otros, como servicios médicos, recolección de basura, entregas a domicilio y compras en línea, no aparecieron como relevantes (ver Figura 1). Las entrevistas abonaron a este rubro y explicaron que el internet y la luz fueron claves para sobrellevar la pandemia, al permitir el mantenerse en contacto con familiares y círculos cercanos, así como llevar a cabo actividades labores y de estudio de forma digital. En cuanto al servicio del agua, se explicó que esta resultó vital para las labores diarias y los cuidados del hogar.
La encuesta digital también preguntó sobre qué otras funciones y/o equipamientos mejorarían la forma de transitar eventos como la pandemia, a lo que un 84% respondió parques y/o áreas verdes. En las entrevistas los participantes explicaron la necesidad de no solo recuperar los espacios verdes en las ciudades, sino de mejorar la calidad y cantidad de vegetación que genera sensaciones de bienestar, libertad y tranquilidad, sobre todo en periodos de confinamiento. Adicionalmente, tanto en la encuesta digital como en las entrevistas, se señalaron una variedad de actividades que podrían contribuir a mejorar la forma de transitar la pandemia y la calidad de los espacios públicos y/o verdes, al incluir las siguientes infraestructuras o actividades (se listan en orden importancia): recreativas, deportivas, reconexión con uno mismo, culturales, convivencia social, económicas (mercadeo y/o intercambio) y movilidad (ver Figura 2). Otro tema que se remarcó en las entrevistas fue la importancia de tomar acciones para reducir los niveles de violencia tanto en espacios públicos como en el hogar.
Conectar con los Territorios en donde vivimos y de los que dependemos
La segunda categoría de preguntas se relacionó con las temáticas de cambios en los hábitos de consumo -más local, no cambios, más global (digital o en línea) - y de cambios en las formas de trabajo o tipo de empleo.
La encuesta digital arrojó que el 75% de los respondientes coincidieron en que los hábitos de consumo de las ciudades contribuyeron a la emergencia del virus COVID-19. 52% apuntó a que los ciudadanos tienen el mayor nivel de injerencia, seguidos por gobiernos y empresas. En concordancia, las entrevistas invitaron a los participantes a conversar sobre las maneras en que identificaban que sus cotidianos abonaron con la emergencia de la crisis sanitaria, sin embargo, la mayoría no identificó una relación directa. A raíz de la pregunta, reflexionaron sobre acciones que incorporaron durante el confinamiento, tales como separar la basura, reciclar, reparar, intercambiar o vender lo que ya no usaban. Estas actividades se llevaron a cabo mediante redes sociales, con comunidades cercanas y familiares, aunque también hubo quienes lo hicieron en el espacio público. Por otra parte, los participantes que sí identificaron una relación entre sus cotidianos y la aparición de la pandemia describieron que el vínculo radica en el consumo de carne o productos industrializados, dinámicas que impactan el hábitat de ciertas especies (como los virus) que ahora habitan en las ciudades.
La encuesta digital preguntó si hubo cambios en las formas de consumo relacionadas con compras locales (con personas conocidas, localizadas cerca de casa/ barrio o con conocimiento de dónde o por quién fue elaborado el producto) y compras globales (vía internet y de proveedores como Mercado Libre, Amazon y otros, en donde no se conoce a la persona sino a las marcas y/o plataformas de distribución). El resultado es que en ambos casos se incrementó: para el consumo local en 61%, mientras que para el global en 51% (ver Figura 3).
En las entrevistas se detalló que la tendencia por comprar productos en establecimientos pequeños/ locales se debió a factores tales como abastecerse sin aglomeraciones de gente o por la facilidad de realizar trueques o negociar los pagos en partes con los locatarios. Quienes optaron por los grandes supermercados se debió a que los lugares de abastecimiento pequeños/locales tenían precios más altos. En cuanto a las compras globales, los participantes dijeron hacerlas para adquirir servicios de entretenimiento (streaming) frente a compras de bienes básicos; incluso explicaron que lo que ahorraron en transporte o en comer menos fuera de casa lo usaron en este tipo de servicios en línea, al ser la forma de acceso a entretenimiento, esparcimiento, cultura y/o conexión con otros.
Finalmente, en cuanto a cambios en las formas de trabajo, 92% de los respondientes de la encuesta digital, contestaron haber enfrentado cambios. En las conversaciones se explicó que cambiaron de empleo, empezaron a trabajar desde casa o lograron un ingreso extra. Dos aspectos resultaron relevantes: por un lado, la mayoría de jóvenes fueron quienes a través de la venta de servicios o productos en línea diversificaron o incrementaron sus ingresos; por otro lado, quienes perdieron o cambiaron de trabajo no redujeron sus ingresos, pues los complementaron con alguna actividad informal.
Construir Vínculos Atentos y Cuidadosos
En esta categoría, el 60% de los participantes de la encuesta digital contestó que durante la pandemia iniciaron nuevos vínculos, entre los cuales sobresalieron las relaciones afectivas o de apoyo emocional (Ver Figura 4). En este sentido, en las entrevistas se abrió una pregunta sobre cómo dichas relaciones contribuyeron a mejorar el tránsito por la pandemia. Las respuestas apuntaron a que las relaciones menos estrechas, como aquellas de trabajo, amigos u otras, en general eventuales, se volvieron poco importantes, mientras que las relaciones con familia y círculos de apoyo se estrecharon, al resultar esenciales para sentirse acompañados. En adición, la mayoría de los respondientes explicaron que durante este periodo iniciaron un proceso de asistencia psicológica (profesional o con círculos cercanos para este propósito), lo cual no solo mejoró la relación con sus familiares, sino que contribuyó a que se sintieran mejor con ellos mismos.
En cuanto a quiénes dedicaron más tiempo a las actividades de cuidado, los resultados digitales mostraron que, tanto en mujeres como en hombres, se incrementó el tiempo dedicado a dichas actividades, con un 82% y 74% respectivamente. Las entrevistas arrojaron que la pandemia impuso una sobrecarga de labores para todos los miembros de la familia, al desdibujarse la línea divisoria entre el trabajo/estudio y las actividades domésticas. Además, los respondientes confirmaron que la pandemia no reconfiguré la redistribución de los cuidados según el género, al ser las mujeres quienes comúnmente ya se hacían cargo de estas tareas.
Otro punto que sobresalió en las conversaciones fue que todos los respondientes se involucraron en actividades relacionadas con los alimentos, principalmente en la cocina, pero también en la compra de víveres y la creación de recetas. Asimismo, se involucraron más en los cuidados de los adultos mayores al comprarles o prepararles alimentos y estar cerca de ellos; la crisis sanitaria les hizo notar su extrema vulnerabilidad. En los casos en que un familiar adulto mayor falleció durante la pandemia (un tercio de los participantes), se expresó agradecimiento por haber podido darle atención, física o digitalmente.
Finalmente, en las entrevistas se preguntó sobre qué modos de vida y bienestar, iniciados durante la pandemia, se quisiera que permanecieran; las respuestas se concentraron en seguir estudiando y/o trabajando desde casa. Las razones fueron diversas, siendo la principal el tener más tiempo para incorporar nuevas actividades como descansar durante el día, trabajar en la expresión artística, estudiar lenguas, diplomados u otros, recibir atención psicológica, acceder a eventos digitales de cultura y, en general, tener más tiempo con la familia o con personas importantes. En segundo lugar, se mencionó que al estar en casa se incrementó la flexibilidad en las labores, por ejemplo, organizar juntas con clientes o colegas localizados en lugares lejanos o diversos, intercalar tiempos entre trabajo y descanso y diversificar el empleo.
Discusión y Conclusiones
Esta investigación abona a visibilizar que el CO-VID-19 atravesó la vida cotidiana de los habitantes urbanos. En este sentido, y con respecto a la primera pregunta de la investigación sobre qué cambios emergieron en los modos de vida urbanos a partir de la crisis sanitaria, los resultados identificaron tendencias en los siguientes rubros: a) valoración al acceso cercano de las distintas funciones y servicios urbanos, en particular de aquellos esenciales para la vida: alimentos, agua y espacios verdes; b) preferencias por las economías de proximidad, especialmente para los productos básicos, y por la compra en línea de contenidos digitales con fines recreativos, educativos y de conexión con otros, y c) atención a las actividades de los cuidados, así como valoración por el bienestar propio y familiar.
Con respecto a la segunda pregunta, sobre cómo estos cambios potencian la transición hacia ciudades más cuidadosas de la vida humana y no-humana que las habita, los resultados, más allá de mostrar transformaciones drásticas de las prácticas cotidianas, delinean semillas de cambio que no sabemos si florecerán, pero que dejan ver que los habitantes se están cuestionando sobre lo que verdaderamente valoran y quieren conservar y sobre aquello a lo que están dispuestos a renunciar. Algunos de estos cuestionamientos se alinean con la construcción de ciudades más cuidadosas a partir de las dimensiones de análisis de este documento. En cuanto a la primera dimensión, referente a diluir la separación entre naturaleza y cultura, esta investigación coincide con Jon (2020b), quien afirma que el COVID-19 develó lo esencial de la proximidad de las infraestructuras urbanas, y más aún del entorno natural, para la vida diaria. El hecho de que los habitantes valoraron la cercanía a las funciones y servicios de la ciudad, en especial de las áreas verdes que brindaron alivio y sensación de libertad, podría ser un paso para desdibujar la marcada división naturaleza-cultura. La disposición de los habitantes para optar por ciudades caminables y enredadas con la naturaleza puede devenir en urbes más interconectadas en funciones, infraestructuras y escalas.
En referencia a la segunda dimensión, de conectar los territorios en donde vivimos y de los que dependemos, a pesar de que los resultados no mostraron una conexión directa entre los modos de vida urbanos y la emergencia del COVID-19, sí identificaron una correlación entre ambos. El virus nos enfrentó con el miedo a la muerte y con la culpa por su emergencia (Jon, 2020b). Lo que subyace a estas emociones es una íntima correlación entre la actividad humana y la naturaleza que, al ser concientizada en menor o mayor medida por los habitantes urbanos, sensibiliza sobre la interdependencia entre humanos y no-humanos.
Durante la pandemia, como explica Haraway (2020), mientras que algunos se resguardaron en casa, otros salieron a producir alimentos o proveer el líquido vital; esto marca el inicio de una mayor corresponsabilidad con los trabajadores esenciales y con las redes no-humanas de las que depende nuestra salud y vida diaria.
Otra semilla de cambio se observó en la tercera dimensión, enfocada en construir vínculos atentos y cuidadosos. La investigación muestra que las actividades de los cuidados se volvieron más cercanas para todos los miembros de la familia, aún sin una redistribución en términos de género. Se destacan los autocuidados, como lo afirma Najmanovich (2021), los cambios profundos comienzan en lo singular. Además, los cuidados son actividades centrales que están en todos lados para sostener la vida diaria, por tanto, son clave en la transición a las ciudades postpandemia.
La vida en común será siempre un campo de contiendas en el que intercambiamos todos, incluida la naturaleza, aprendiendo a convivir con la tensión y el conflicto que son fuentes indispensables para la creación de nuevos sentidos y prácticas que nos permiten construir un mundo común en el que quepamos todos. (Najmanovich, 2021, p. 264)
Lo anterior coincide con Manzanal et al. (2007), autores latinoamericanos que analizan el territorio, las instituciones y el poder, y explican que es través de las prácticas cotidianas que los "sujetos se reapropian y transforman sus lugares.. .éstas constituyen las verdaderas resistencias ante las diversas formas de dominación" (2007, p. 5). Desde esta perspectiva, podemos decir que, si bien los cambios identificados en esta investigación son intenciones o acciones iniciales, se están gestando en las prácticas cotidianas, en donde emergen alternativas a los modos de vida que han degradado la vida del planeta. Esto se alinea con Rydin (2014), Beauregard (2015) y Santos (1986), quienes nos han enseñado que las nuevas territorialidades devienen de las interacciones entre las acciones e intenciones de las diversas entidades urbanas. El solo hecho de imaginar otros futuros posibles, contribuye a tejerlos; imaginar es un derecho inalienable del ser humano, recuperarlo es esencial para narrar y accionar las historias de vida del plantea (Haraway, 2019).
Finalmente, enfatizamos que las dimensiones de análisis de este trabajo permiten vincular el pensamiento poshumano con los contextos urbanos; sin embargo, los cambios postpandemia podrían devenir entrelazados y desde cualquier lugar. Asimismo, esta investigación, más que identificar cambios específicos en las prácticas urbanas cotidianas, permite visibilizar que la pandemia nos colocó en una situación de incertidumbre, lo que en palabras de Biel (2013) nutre la apertura al cambio; la incertidumbre cotidiana acciona alternativas en el aquí y el ahora (Jon, 2020b). Si será el COVID-19 quien catalizará los cambios de las ciudades por venir sigue siendo una interrogante; no obstante, entender y potenciar dichos cambios puede contribuir a forjar ciudades más cuidadosas de la vida.