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Pensamiento Psicológico

Print version ISSN 1657-8961

Pensam. psicol. vol.10 no.1 Cali Jan./June 2012

 

Una crónica freudiana del cuerpo

Mario Orozco Guzmán1

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia - Michoacán (México)

1Doctor en Psicología. Lic. y Mtro. en Psicología Clínica. Psicoanalista miembro de Espace Analityque. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Coordinador del Cuerpo Académico en consolidación: "Estudios sobre teoría y clínica psicoanalítica" Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correspondencia: orguzmo@yahoo.com.mx

Recibido: 04/10/2011 Revisado: 12/03/2012 Aceptado: 16/04/2012


Resumen

El objetivo fundamental fue emprender una lectura desconstructiva de la noción de cuerpo en Freud. Los objetivos específicos: a) interrogar el empleo de la noción de cuerpo, en Freud, en diversos contextos de análisis. Como los relativos a la estructura histérica, la sexualidad, el narcisismo y la cultura, entre otros; b) marcar algunas encrucijadas epistemológicas y rutas de inflexión crítica, en el pensamiento de Freud, en relación con este término estelar y c) producir significaciones inéditas al tensar el discurso freudiano, descomponiendo y desgranando sus puntualizaciones. El proceso metodológico suscribe la propuesta de Jacques Derrida para efectuar una desconstrucción del discurso que permita su reformulación al desconectarlo de sus nexos establecidos y anudarlo a otros componentes. Los resultados, en términos de descubrimiento desconstructivo, mostraron que el discurso histérico descubrió la subversión del sujeto con el cuerpo. La pulsión determinó una conexión inusitada entre cuerpo sexuado y psiquismo inconsciente. El cuerpo torturado develó la presencia de torbellino del goce. El cuerpo-Narciso reveló no sólo las investiduras de amor al cuerpo, sino también las del odio. Las psicosis demostraron que la ensambladura yo-cuerpo se puede desbaratar. La voluntad de dominio propio de una cultura de imperativos se exhibe muy radical en su aplicación al cuerpo. En conclusión, la exploración crítica del discurso freudiano sobre el cuerpo culmina en la distancia a la que se puede encontrar el yo de un ideal de adecuación y obediencia. Es tan rebelde y tan revelador como el inconsciente. Por eso el empeño atroz en someterlo.

Palabras clave: Cuerpo, pulsiones sexuales, histeria, voluntad de dominio, tipos libidinosos, narcisismo, cultura, teoría psicoanalítica.


Abstract

The main objective of this work was to embark on a deconstructive reading on the notion of body in Freud's work. The specific objectives were: a) to question the use of Freud's idea of body in different contexts of analysis, such as those involved in hysterical structure, sexuality, narcissism and culture, among others; b) to mark some epistemological crossroads and paths of critical inflection in Freud's thoughts with respect to the main notion; and c) to produce unprecedented significances to strain Freudian discourse, deconstructing and pinpointing his remarks and points of view. The methodological process used consisted in a subscribtion to the proposal of Jacques Derrida to perform a deconstruction of the discourse, which allowed a reformulation by disconnecting it from its established links and tying it up with other components. Results in terms of deconstructive discovery were that the hysterical discourse discovered the subversion of the subject with the body. The drive showed an unusual connection between sexed body and unconscious psychism. The tortured body revealed the presence of a whirlwind of pleasure. The body-Narcissus revealed not only the investitures of love towards the body, but also those of hate. Psychosis showed that the self-body interrelationship can be broken up. The will of self-control suitable in a culture of imperatives, is shown to be very radical in its application to the body. In conclusion, the critical exploration of Freudian discourse regarding the body culminates in the distance at which the self of an ideal of adaptation and obedience can be found. It is as rebellious and revealing as the unconscious itself. From this comes the appalling effort to subjugate it.

Key words: Body, sexual drive, hysteria, will to conquer, libidinal types, narcissism, culture, psychoanalytic theory.


Resumo

O escopo fundamental foi empreender uma leitura deconstrutiva da noção de corpo em Freud. Os objetivos específicos foram: a) questionar o emprego da noção do corpo em Freud em diversos contextos de análises. Como os relativos à estrutura histérica, a sexualidade, o narcisismo e a cultura, entre outros; b) marcar algumas encruzilhadas epistemológicas e caminhos de inflexão crítica no pensamento de Freud em relação a este termo estelar y c) produzir significações inéditas esticando o discurso freudiano descompondo e desgranando suas afirmações. O processo metodológico está subscrito à proposta de Jaque Derrida para efetuar uma de-construção do discurso que permita sua reformulação sendo desconectado de seus nexos estabelecidos e sendo ligado a outros componentes. Os resultados, em termos do descobrimento deconstrutivo, mostraram que o discurso histérico indicou a subversão do sujeito com o corpo. A pulsão mostrou uma conexão inusitada entre corpo sexuado e psiquismo inconsciente. O corpo torturado desvelou a presencia do torvelino do gozo. O corpo- Narciso revelou não só as investiduras de amor ao corpo, também as de ódio. As psicoses demostraram que a ensambladura eu-corpo pode ser desbaratada. A vontade do domínio próprio de uma cultura de imperativos é exibida como muito radical em sua aplicação ao corpo. Em conclusão, a exploração crítica do discurso freudiano sobre o corpo culmina na distancia à que pode ser achado o eu de um ideal de adequação e obediência. É tão rebelde e tão revelador como o inconsciente. Por isso o empenho atroz em someter ele.

Palavras chave: Corpo, pulsões sexuais, histeria, vontade de domínio, tipos libidinosos, narcisismo, cultura, teoria psicanalítica.


Introducción

El presente texto constituye un ejercicio de descontrucción de diversos textos de Freud que abordan la noción de cuerpo. Para ello, suscribimos la propuesta de Derrida (2001), formulada para su tarea de desconstrucción del texto freudiano "Más Allá del Principio del Placer", en cuanto a emprender una labor de "lectura selectiva, tamizante, discriminativa" (p. 250). Es Derrida quien establece un método de lectura crítica que permite "destramar lo que se trama" (p. 272) en el campo del discurso, para producir un vuelco en las significaciones. Este oficio investigativo permite renovar o innovar desmantelando la urdimbre que compone el discurso, sobre todo, tratándose de un pensamiento como el de Freud, donde tienden a producirse estancamientos de sentido. Este recorrido no pretende ser exhaustivo, sino provocativo. Es decir, abrir rutas que formulen preguntas donde parece clausurado el concepto o la noción en curso de desarrollo y esclarecimiento.

Palabra y cuerpo histérico

Freud descubre lo inconsciente en la palabra de la histérica. En la palabra de la histérica hecha cuerpo: convertida en padecimiento. Por tanto, encuentra el inconsciente en el cuerpo histérico, en el síntoma atrapado en un lugar específico del cuerpo. Charcot recurre a numerosas imágenes para "reconnaÎtre dans ces représentations figurées de possesion démoniaque les «accidentes extérieurs de la névrose histérique»"2 (Arasse, 2005, p. 428). Freud sólo va convocando la palabra de los histéricos para reconocer que, donde estaba el demonio, se inscribirá la representación intolerable de lo inconsciente.

Freud (1892-1899/2000) advertía que ya la posesión demoníaca había insinuado la intromisión en el cuerpo del deseo nefando, del deseo que lacera el cuerpo. Así se lo indica a su amigo Fliess:

¿Qué dirías, por otra parte, si te señalara que toda mi nueva historia primordial de la histeria era cosa ya consabida y publicada cientos de veces, y aún varios siglos atrás? ¿Te acuerdas que siempre dije que la teoría de la Edad Media y de los tribunales eclesiásticos sobre la posesión era idéntica a nuestra teoría del cuerpo extraño y la escisión de la conciencia? Pero, ¿Por qué el diablo, tras posesionarse de esas pobres, comete con ellas unas lascivias de las más asquerosas? (pp. 282-283).

No se trata sólo de posesión del cuerpo por el agente del mal, sino también, de una posición atormentadora del goce. El cuerpo es sometido a una experiencia alienante, donde el Otro, el demonio, disfruta. Hay un paralelismo entre una consciencia escindida y un cuerpo segmentado.

La segmentación del cuerpo no ocurre de cualquier manera. En un texto publicado en francés originalmente, Freud se detiene a emprender un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas con las histéricas. Las parálisis histéricas tienen relación con la manera en que el lenguaje construye sus representaciones del cuerpo. Lo que está dañado, el lugar de la lesión, no radica en una zona orgánica del cerebro, sino en "la abolición de la accesibilidad asociativa de la concepción" (Freud, 1893/2000, p. 208) de la región del cuerpo paralizada: brazo, pierna, mano, etc. El asunto es paradigmático, pues en este caso es la palabra la que impera sobre el cuerpo. O tal vez, diríamos más bien, la ausencia de palabra, la ausencia de conexión asociativa entre la concepción del órgano inmovilizado y el resto de las "otras ideas que constituyen al yo del cual el cuerpo forma una parte importante" (Freud, 1893/2000, p. 208). Para la red ideativa del yo, en la cual se entreteje el cuerpo, cierto lugar de éste resulta inconcebible. El hecho de que este lugar del cuerpo quede fuera del yo y de su dominio cognitivo, no impide que se haya insertado en una "asociación subconsciente provista de un gran valor afectivo" (Freud, 1893/2000, p. 209). Esta dimensión afectiva del lugar inconcebible del cuerpo remite a un episodio histórico traumático. A un episodio inconcebible para el yo, a un episodio que no debería rememorarse. Allí donde se detuvo la historia de un sujeto por la experiencia traumática es donde se paralizó cierto lugar del cuerpo.

En la histeria, el cuerpo aparece supeditado al lenguaje: "Toma los órganos en el sentido vulgar, popular, del nombre que llevan" (Freud, 1893/2000,p. 206). Lo que cuenta es cómo se designan las partes del cuerpo. Es la designación la que hace que la histérica se conduzca en verdad en sus parálisis "como si la anatomía no existiera, o como no tuviera noticia alguna de ella"(p. 206). Que alguien diga que no puede mover "las muñecas", parte del cuerpo que permite la articulación mano-antebrazo, suscita las preguntas acerca de en qué asociación vulgar inconcebible podría entrar la concepción de esta parte del cuerpo. Esta parte que articula carecía de articulación para el yo y su tejido ideativo en función de su valor afectivo. Es esto a lo que hace alusión Lacan (1969) cuando se refiere puntualmente a este "anti-anatomisme du symptôme hystérique"que se sostiene en la designación propia de un sector del cuerpo que lo delimita de un modo que lo subvierte. La subversión recae sobre el saber científico. Lo que es afectado por la intervención del lenguaje es precisamente el poder del yo en general y el poder sobre el cuerpo en particular. No hay construcción de subjetividad que no se cifre en el lenguaje pues: "Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como sujeto; porque el sólo lenguaje funda en realidad, en su realidad que es la de ser, el concepto de ego" (Benveniste, 2010, p. 180). El cuerpo histérico funda, en virtud del lenguaje, de su fondo y forma vulgar, la subjetividad que desborda el campo asociativo del ego.

Freud tiene claro que en la conversión histérica se emprende un proceso que desde lo psíquico se ha desplazado al cuerpo. Eso, inconcebible para el dominio asociativo del yo, se constituye como algo definitivamente inconciliable con las representaciones del yo. Las cuales se erigen como una defensa o como una "Sträuben des ganzen Ich" (Freud, 1893-95/1999, p. 233), oposición de todo el Yo, ante representaciones que le producen un estado de conflicto tal, que sólo se zanja por la conversión. Y lo que se mudará al cuerpo, en el caso muy específico de Elisabeth v. R., es su "erotische Neigung" (p. 232), inclinación erótica, en relación con la figura marcada de interdicción de un cuñado. Esa inclinación choca con el conjunto de representaciones propias del deber moral que la atan a un padre enfermo. Pero dicha propensión determina por su "Affektgrösse"(p. 231), dimensión afectiva, una escisión en la consciencia y como supuesta "Gewinn" (p. 233), ganancia, el hecho mismo de convertir lo intolerable propio del dolor psíquico en lo (in)soportable del dolor somático. Una especie de intercambio, donde el ansia erótica se desconoce al anidarse en un cuerpo como sufrimiento prevalentemente somático. Es en el cuerpo que se verifica el dolor de amar.

La transferencia, como instrumento fundamental de la cura analítica, encuentra en la conversión histérica su modelo epistémico. Lo que se traslada al cuerpo es lo que Freud denominará "die Erregungs-summe" (1894/1999, p. 63), suma de excitación, adherida a "die unverträgliche Vorstellung", representación incompatible. La tarea defensiva consiste en arrancar esta magnitud de afecto que hace intratable a la representación y "ins Körperliche umgesetzt wird" (p. 63), es transportado al cuerpo. Un traslado de sitio y estatuto. De lo psíquico a lo corporal, a través de un medio de defensa que se propone desembarazarse de una representación que, predominantemente para las mujeres, emerge "auf dem Boden des sexualen Erlebens und Empfindes" (Freud, 1894/1999, p. 62), del terreno del vivenciar y sentir sexuales. Ese vivenciar y ese sentir pasan al cuerpo pero dejan de ser sexuales para convertirse en el sufrimiento del síntoma. El sujeto ha querido destruir esa representación intolerable y sólo consigue darle vida corporal, otro terreno, al afecto que la acompañaba. El síntoma sustituye, como la figura del analista en la transferencia, una experiencia de intolerancia de representaciones eróticas. Se le transfiere al cuerpo, se le transfiere también al analista, la excitación que empuja un Eros difícil de conciliar.

Cuerpo y sexualidad: la pulsión

La sexualidad, tal y como Freud la capta en el relato de sus pacientes, resulta tan equívoca como su palabra, lo que hace a Lacan (1976) afirmar que "toute sexualité humaine est perverse" (p.71). Aunque tiene su meta localizada en la disminución de la tensión, y su objeto en aquello que constituye un medio de obtención de placer, yerra frecuentemente en estas regulaciones. En el cuerpo, los histéricos intentan resarcir una insatisfacción sexual, tomando el cuerpo como lugar de instauración turbulenta del síntoma. Este último se define como "la práctica sexual de los enfermos" (Freud, 1905/2000, p. 148), aunque es una práctica que no genera placer, pues se cuenta con la interferencia propia del mecanismo de la represión. Freud inaugura una concepción distinta de la relación entre lo psíquico y lo corporal a través del concepto de pulsión. Se posiciona como un "psychische Repräsentanz" (Freud, 1905/1999, p. 67), representante psíquico, de las excitaciones corporales que fluyen continuamente y que poseen como fuente las zonas erógenas. El cuerpo está tamizado y perforado de erogeneidad. Las pulsiones van a representar en el cuerpo, lo que Freud había descubierto de indomeñable en el inconsciente legible en la trama de los sueños: "ces pulsions qui relèvent de ce que je viens d'appeler vie du langage"3 (Lacan, 1976, p. 167). A través de las pulsiones se traduce un cierto lenguaje del cuerpo, de su consistencia viva como fuente de excitaciones. Por eso, queda muy subrayada en Freud (1905/1999) esta afirmación acerca de que la pulsión es una conceptualización para marcar una "Abgrenzung des Seelischen vom Körperlichen" (p. 67), delimitación entre lo anímico y lo corporal. Concepto que deslinda pero que también conecta. Por la pulsión, lo corporal, agujerado por el autoerotismo, hace llevar sus excitaciones al lenguaje del psiquismo.

Las pulsiones sexuales se sustentan en el principio del placer y, en ese sentido, se contraponen a las pulsiones de conservación o del Yo, regidas a su vez por el principio de realidad. El cual impone a las primeras un sistema de mediación y postergación en lo que respecta a sus exigencias de satisfacción. Es este el momento donde Freud, en 1905, describe un conflicto fundamental en la determinación de las neurosis. Lo que ha planteado en Tres Ensayos de Teoría Sexual, se sostiene en el primer ensayo metapsicológico sobre las pulsiones. La noción de "Trieb" es un "Grundbegriff" (Freud, 1915/1999, p. 211) concepto fundamental, que define la relación de determinación y representación de las emanaciones excitantes del "Körperinnern"(p. 212), cuerpo interno, sobre lo anímico. Las pulsiones representan ese cuerpo interno como fuente de estímulos para los cuales no hay huida y a su vez exigirán una representación para tener presencia en la vida anímica. Su función es de una mediación que a su vez requiere otra mediación. Impone las exigencias y demandas del cuerpo al ámbito psíquico debido a la "Zusammenhang" (p. 214), conexión de éste con el cuerpo. Carece de objeto establecido de antemano. De hecho, no lo demanda, y al serle implantado por las necesidades vitales, por las pulsiones de conservación, hacen que el objeto, de entrada, se asemeje a lo exterior- odiado (Freud, 1915/2000). El carácter de empuje de la pulsión es inherente a su condición misma de dinamismo y actividad. Presenta un ser corporal pero también, al constituirse como una fuerza incoercible, como fuerza constante (p. 114) de ataque interno, anuncia las pulsiones de muerte que Freud desarrollará ulteriormente. Pero este ataque desde dentro, comandado por las pulsiones, conduce a que Freud adscriba al sistema nervioso una postura afín a lo que serán las pulsiones de muerte en la medida en que "querría conservarse exento de todo estímulo" (p. 115). Es la tendencia que hará confluir liberación de tensión con aniquilación del ser. Es por eso que el carácter constante del empuje pulsional, como lo señala Lacan (1987):

(...) impide cualquier asimilación de la pulsión a una función biológica, la cual siempre tiene un ritmo. Lo primero que dice Freud de la pulsión, valga la expresión, es que no tiene ni día ni noche, ni primavera ni otoño, ni alza ni baja. Es una fuerza constante (p. 172).

Es paradójico que el sistema nervioso, como función biológica, procure la disminución absoluta de lo que lo sostiene. Resulta paradójico que pretenda la anulación de esa constancia energética que impone esfuerzo de trabajo al ámbito psíquico.

La sexualidad es fundamentalmente autoerótica. Es decir, hace que el cuerpo inicialmente encuentre en sí mismo, en las distintas zonas de la fuente pulsional, su asidero de placer. En el cuerpo, las pulsiones dominan con su montaje de estimulaciones internas: "El montaje de la pulsión es un montaje que se presenta primero como algo sin ton ni son -tiene el sentido que se adquiere cuando se habla de montaje en un collage surrealista" (Lacan, 1987, p.176). El sentido del montaje pulsional es correlato del sinsentido que hace pulular el autoerotismo. El cuerpo, como espacio para que Freud formule su teorización de la sexualidad infantil apuntala el placer en la satisfacción de necesidades vitales. Una actividad que sustenta las pulsiones sexuales se apoya en la adquisición de un bien vital, de un objeto que conserva al yo adherido a las funciones de la vida. Aunque luego este mismo yo investido de narcisismo pueda poner por encima de la vida la satisfacción de sus aspiraciones de perfección y grandeza. También Freud (1905/1999) pintará un cuadro rebosante de la felicidad humana con ese niño de "geröteten Wangen und seligem Lächeln" (p. 82), mejillas sonrosadas y bienaventurada sonrisa. El cuerpo notifica la plenitud de goce, producida por la satisfacción de succionar el pecho materno. Esa plenitud es la que se intentará recrear en la actividad de chupeteo. La cual indica la independencia del pecho y la ruptura de lo que éste suscitaba, aunque se preserve su evocación imaginaria. En ese contexto, conviene evocar que Lacan (1972)menciona cómo el ser hablante "colore de jouissance tous ses besoins élémentaires... c'est-à-dire ce par quoi il se défende contre la mort"4 (p. 54). Por lo menos, Freud colorea de rosa las mejillas y de bienaventuranza a la sonrisa de esa criatura colmada por la satisfacción del pecho materno. El goce colorea el cuerpo. Parte de este sonroseo en el rostro y esta bienaventuranza en la sonrisa se habrán perdido con ese objeto parcial, con ese pecho materno, que se pierde justo cuando "el niño pudo formarse la representación global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción" (Freud, 1905/2000, p. 202). Cuando se arriba a la representación imaginaria del todo, es que se significa la pérdida de esa parte, de ese pecho materno, que, sin embargo, valía como si fuera todo para el niño.

La sexuación del cuerpo, de sus zonas relacionadas con la supervivencia, implica al otro primordial que asiste a la criatura. Este otro involucra su propia sexualidad en esa asistencia y cuidado por y para el cuerpo de su criatura. Freud, (1905/2000) dice que la madre no tendría que reprocharse esta implicación de su propia libido en las atenciones que le brinda a su bebé:

El trato del niño con la persona que lo cuida es para él una fuente continua de excitación y de satisfacción sexuales a partir de las zonas erógenas, y tanto más por el hecho de que esa persona -por regla general, la madre- dirige sobre el niño sentimientos que brotan de su propia sexual, lo acaricia, lo besa y lo mece, y claramente lo toma como sustituto de un objeto sexual de pleno derecho. (p. 203).

Freud (1905/1999) agrega que, de este modo, mediante esta asimilación de lo pulsional a su propio cuerpo, "sie das Kind lieben lehrt" (p. 125), ella enseña a amar a su hijo, cumpliendo una tarea de formación al dotar a ese cuerpo que atiende con su cuerpo de "energischem Sexualbedürfnis" (p. 125), necesidades sexuales enérgicas. Esa es su dote libidinal corporal, suministrada desde la higiene a la que se aplica con bastante esmero en su hijo. Su instrumento de enseñanza es el propio cuerpo, pero también las palabras que le dirige cuando hace esta faena de limpiar y cuidar su cuerpo. Es una relación de conocimiento de sí que pasa por el otro, por el cuerpo del otro. Es una relación higiénica que se destina al cuerpo y que le permite conocerse y conocerlo: "la fameuse connaissance de soi-même.a lieu du corps. La connaissance de soi-même (.) c'est l'hygiène"5 (Lacan, 1972, pp. 169-170). No nos sorprenda entonces, que la pulsión de saber, la cual se apuntala, a su vez, en la pulsión voyeur y las pretensiones de la pulsión de apoderamiento, implique la intrusión seductora del Otro primordial. Es decir, el Otro quiere saber qué ocurre con este cuerpo que limpia y cuida, qué le molesta y qué le agrada. La pulsión de contacto se afilia a estas experiencias, pues provee de un goce, en el cual identifica su disfrute por descubrir un cuerpo de una inusitada eflorescencia.

Si el sueño deviene la Otra Escena del psiquismo inconsciente, el cuerpo en la histeria se levanta como el escenario del cumplimiento de deseos de la fantasía y su correlativo castigo. El cuerpo, en la estructura histérica, no requiere otro cuerpo ni otro actor para representar de manera vivida y plástica la conjunción, la formación transaccional de deseo y ley. Es la escenificación del ataque histérico donde a la violencia de la plasmación del deseo le acompaña la violencia del acto punitivo. Doble ejercicio de violencia que arrebata al cuerpo en un drama corporal. El acto sexual es violación y la violación se enfrenta con una violencia defensiva, duplicidad identificatoria en escena. O más bien, se pone en escena tanto la identificación del deseo como el deseo de identificación. Por partida doble:

La enferma juega al mismo tiempo los dos papeles de la fantasía sexual que está en la base. Por ejemplo, como en un caso observado por mí, con una mano aprieta el vestido contra el vientre (en papel de mujer), y con la otra intenta arrancarla (en papel de varón). Esta simultaneidad contradictoria da razón, en buena parte, del carácter incomprensible de la situación, empero tan plásticamente figurada en el ataque (Freud, 1908/2000a, pp. 146-147).

El síntoma encarna en el cuerpo una lucha encarnizada entre una posición de ataque sexual, un ataque de hombre que desgarra vestiduras y, una posición defensiva a ultranza de mujer que estrecha el vestido contra el cuerpo. Si una mano, la del rol femenino, hace del vestido pertrecho sexual, la otra mano, la del rol masculino, lo concibe como obstáculo a derribar abruptamente. Es el teatro corporal de la "bisexuelle Bedeutung", significación bisexual (Freud, 1908/1999a, p. 199). El cuerpo, como teatro de lo que lo simbólico, no alcanza a soportar, como asevera Godefroy (2011), un espacio de "mutations étonnantes et inattendues"6(p. 199). Es decir, en el cuerpo el sujeto se muta en hombre y mujer y transforma una identificación en una situación de violencia sexual. Hace de su angustia, ejercicio de transformación para dar razón de lo incomprensible que resulta el otro sexo. En el ataque histérico se reproduce un ataque sexual, pero compendiando y comprendiendo violentamente al Otro Sexo.

Cuando Freud (1905/2000) discernía que la neurosis era el negativo de la perversión, bien sabía lo que estaba planteando. Estaba proponiendo la inscripción de lo perverso, de lo transgresor de cierta normatividad de objeto y meta sexuales en el síntoma. No su desalojo, sino su lugar de asedio como componente de lo reprimido. Ese lugar de asedio se registra en el cuerpo, encargado de soportar lo intolerable, pero también, encargado de soportar la virulencia de la intolerancia de lo reprimido y de su castigo severo. La mirada se puede perder en su ansía de goce. La sobreestimación del objeto sexual psíquica es subversiva, es transgresora:

(...) abarca todo su cuerpo y tiende a incluir todas las sensaciones que parten del objeto sexual. La misma sobrestimación irradia al campo psíquico y se manifiesta como ceguera lógica (debilidad del juicio) respecto de los productos anímicos y de las perfecciones del objeto sexual, y también como crédula obediencia a los juicios que parten de este último. (Freud, 1905/2000, p. 137).

Para el objeto sexual sobreestimado no hay crítica posible. Cualquier defecto del objeto sobrevalorado cae en el punto ciego de la mirada fascinada.Pero no sólo el juicio crítico es depuesto ante las perfecciones del objeto sexual. También sucumbe a las "observaciones" de una instancia punitiva, que atisba en el yo una complacencia desmedida en la búsqueda de placer voyeur:

Es como si en el individuo se elevara una voz castigadora que dijese: «Puesto que quieres abusar de tu órgano de la vista para un maligno placer sensual, te está bien empleado que no veas nada más>>, aprobando así el desenlace del proceso. (Freud, 1910/2000, p. 214).

Esta voz desprende una posición de certeza. Procede de una instancia que sabe absolutamente, más allá de lo que el yo del sujeto sabe, acerca de lo que busca en el plano de su sexualidad. No es sólo pues "eine strafende Stimme"( Freud, 1910/1999, p. 100), voz punitiva, una voz vengadora, es también una voz que por su videncia se adscribiría a la instancia del superyó. Freud anticipa la noción de superyó mediante esta voz que se ensaña con el yo castigándolo a nivel del cuerpo, a nivel de esa parte del cuerpo que busca un placer-de-más. Ante este placer-de-más, propio de la pulsión de ver, se responde con un castigo-de-más. Es decir, las posiciones son extremas, radicales, desde la perspectiva de esta instancia de la que se desprende la voz vindicativa: "el superyó hipersevero se afirma con energía tanto mayor en la sofocación de la sexualidad cuanto que ella ha adoptado unas formas tan repelentes" (Freud, 1925-26/2000, p. 111). La sexualidad ha adquirido esta figura repulsiva, esta presencia perversa, por adjudicación degradante de la instancia superyoica. En el cuerpo se verifica lo que Freud (1925-26/1999) dice de la neurosis obsesiva: una medida defensiva "intoleranter" (p. 146), más intolerante, y una tendencia reprimida "unerträglicher", más insoportable. Y la prueba de ello es que la voz producto de lo radicalmente intolerante se desquitará de una tendencia demasiado insoportable arrancándole a ésta su exposición como mirada perversa. Esta conjunción de la voz y la mirada se insertan en un ejercicio de escrutinio del deseo del sujeto. Esa voz parece también mirar más allá de las narices del yo. Parece ser emanación de una figura omnipotente. Es voz que penetra los rincones más obscuros del deseo del sujeto. Y la mirada parece someterse al mandato ferozmente vengador de esa voz intolerante. No podemos dejar de evocar el imperativo del autocastigo, del autosacrificio corporal, ante lo desaforado del pecado. En el Evangelio según san Mateo se afirma: "Pero Yo os declaro que quien mire a una mujer con deseo de gozarla, ya cometió el adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecar, arráncatelo y aviéntalo por allá lejos" (Mt. 5, 27-28). Pero este superyó reducido a voz portentosa y certera no conmina a que el yo se arranque el ojo pecador, no lo incita a ello, ella misma se encarga de ejecutar la sanción correspondiente a la apetencia perversa de goce.

Un aparato de poder en el cuerpo

Una voluntad de dominio se instala en el cuerpo. Allí hará de las suyas o intentará hacer suyo al cuerpo. Freud inscribe esta voluntad en principio en el Otro de la demanda anal. Se inscribe como voluntad de poder. La zona anal, lo mismo que la zona bucolabial, dan cuenta de este "Anhlenung" (Freud, 1905/1999, p. 86), apuntalamiento, de la satisfacción de la pulsión sexual en el cumplimiento de las funciones vitales o conservación. Pero de lo que se trata es de la conservación del contenido intestinal para extraer el mayor nivel de disfrute posible. La retención fecal opera como una manifestación masturbatoria, como un despliegue autoerótico, que expresará o bien "Gefügigkeit (p.87), docilidad, concediendo lo que el Otro le pide, o bien "Verweigerung" (p. 87), denegación, ante esta demanda. Aquí es donde se afirma una voluntad de desafío en tanto el pequeño rehúsa entregar lo que concibe como "das erste 'Geschenk'" (p. 187), el primer regalo, hecho por su propio cuerpo. Sería también "el hijo" gestado por el imaginario de la relación autoerótica con el cuerpo, con lo que éste interiormente produce. Una triangulación se establece entre el niño, las heces y este Otro que insiste en una demanda intransigente que compromete el dominio corporal del niño.

No sólo el cuerpo del niño, sino su contenido y sus coordenadas, espacio temporales, tendrían que subordinarse a este Otro:

La demanda anal se caracteriza por una inversión completa, a beneficio del Otro, de la iniciativa. Es aquí, o sea en un estadio que en nuestra ideología normativa no está muy avanzado, ni maduro, donde reside la disciplina -no he dicho el deber, sino la disciplina -de la limpieza -de la propreté-palabra de la lengua francesa que marca tan bellamente una oscilación con la propiedad, lo que pertenece en propiedad -, la educación, las bellas maneras. Aquí la demanda es exterior, está en el plano del Otro, y se plantea como articulada en cuanto tal. Lo extraño es que tenemos aquí (.) el punto donde nace el objeto de don como tal. En esta metáfora, lo que el sujeto puede dar está exactamente l igado a lo que puede retener, a saber su propia escoria, su excremento. (Lacan, 2004, p. 248)

Lo que se juega no sólo es el hecho de que el excremento pase a propiedad del Otro, pues finalmente el niño termina cediendo a la demanda externa, sino el estatuto del cuerpo como algo que se podría enajenar ante la voluntad dominante del Otro.Ciertamente, el niño sacrifica un plus de goce, un pedazo de cuerpo al cual se adscribe él y el disfrute que le depara, en aras de contentar al Otro.

La disciplina educativa se puede estampar en el cuerpo, formando un carácter "apropiado" con la demanda anal. Estos son los rasgos que Freud (1908/2000b) consideró "propios" de una posición de formación reactiva ante lo que suscita el interés "por lo sucio, lo perturbador, lo que no debe pertenecer al cuerpo" (p. 156). La triada de rasgos particulares de carácter son del campo de "ordentlich, sparsam und eigensinning" (Freud, 1908/1999b, p. 203), lo ordenado, lo económico y lo obstinado. El Yo se acoraza, como lo indicaría Reich (1975), contra lo que es una expectativa de peligros tanto internos como externos. En el cuerpo establece un rígido endurecimiento que marca un principio de orden que se busca extender a todos los ámbitos de pertenencia territorial. En relación con el dinero, se expande un principio de ahorro que delata las economías del goce fecal. Y en relación con la obstinación, se trasluce una relación de desafío y venganza respecto del Otro que en tanto autoridad privó al niño de un disfrute propio y propiamente del cuerpo. Esta posición de carácter se incrusta en el cuerpo, condiciona una rigidez del cuerpo:

Todos los músculos del cuerpo, pero en especial los de la pelvis y los del piso pélvico, de los hombros y de la cara, están en un estado de hipertonía crónica. De aquí la fisonomía 'dura'. A veces parecida a una máscara, de los caracteres compulsivos, y su torpeza física. (Reich, 1975, pp. 209-210)

El cuerpo se erige como un sistema de blindaje que presume que su rigidez inmoviliza y conjura la angustia promovida por el empuje de las pulsiones sexuales. Si el cuerpo no se mueve, las pulsiones sexuales no se agitan. Esa es la ilusión del Yo acorazado.

La voluntad de dominio corporal es señorial y señera. Podría encontrar, en los tormentos que se infligen los místicos y las místicas, un referente que consagraría su idealización, pues "dompter sa chair c'est d'abord s'infliger une feroce discipline"7 (Gélis, 2005, p. 47). Es esa la voluntad de incorporar la figura de Cristo sometido, en su cuerpo, a todo tipo de vejaciones y torturas. Precisamente "cette volonté d'incorporation conduit à deux comportements extrêmes, le jeûne et les macérations"8 (p. 47). En su afán de poder sobre el cuerpo, para asemejarlo al ideal del martirio de Cristo, se pretende conseguir "le sentiment exquis d'être enfin maÎtre de son corps"9 (p. 49).

Se trata entonces de imponer al cuerpo una voluntad de amo y de imponerse como amo a las necesidades del cuerpo.Lo que retrata, en sentido diacrónico, la relación del niño con respecto a este Otro que pretende ser amo de su cuerpo. Esta relación se impregna de confrontación, y Freud (1905/2000), en una nota al píe de sus Tres Ensayos de Teoría Sexual, la dimensiona, remitiéndose a Lou Andreas-Salome, al indicar que "el pequeño vislumbraría por primera vez la existencia de un medio hostil a sus mociones pulsionales" (p. 170). El Otro se hace su enemigo al privarlo de su placer excrementicio y de su "bien" fecal. Cuando logra conciliarse con este Otro hostil, se extraña de lo que era propio y su cuerpo deviene su enemigo como en la proeza mística.Y esta dialéctica anal se congrega en un acto de oblatividad, que Lacan (2004) subraya como la fórmula en el obsesivo: "Todo para el Otro" (p. 235). Esta mística del sacrificio toma al cuerpo como su prueba viviente. Se trata de que el amo quede complacido con la ofrenda excrementicia que se le entrega, con la reducción a la condición de ser desechable que se le consagra. Lo que subyace es una identificación suprema con un amo que se nutre del sacrificio corporal.

Esta voluntad de dominio, impregnada de sacrificio gozoso, no escapa entonces a las conjeturas freudianas. Antes de los pares de opuestos en el circuito pulsional, antes de la dinámica de lo activo y lo pasivo, Freud (1915/2000) propone un estadio de indistinción previo marcado por el autoerotismo y el narcisismo. La pulsión de ver se congregaría con la de exhibir. El ojo, que pugna por ver disfrutando una parte del cuerpo, se compagina con esta misma fracción corporal que se le muestra con complacencia. La etapa previa a la dialéctica del sadismo y el masoquismo es aquella que se podría establecer "a partir de los empeños del niño que quiere hacerse señor de sus propios miembros" (p. 125). Antes que el Yo se ostente señor del cuerpo del otro, con las torturas que le ocasiona, pretende ser amo del propio cuerpo, aunque para ello tenga que atormentarlo. Antes que el Yo conceda su cuerpo para que el Otro, en papel de señor, haga lo que le plazca, se obstinará en domarlo. Es de este modo que se elabora, de manera primordial, un ideal que se traza sobre el cuerpo. Es lo que Lacan (1969) plantea cuando enfatiza que en la obediencia del cuerpo estriba el ideal del yo. Lo cual supone que si en algún momento se idealiza al cuerpo será en función de adecuarse absolutamente a lo que su señor y amo le demande. Ideales de sometimiento del cuerpo se conocen también en las instituciones vigilancia y control (ejército, talleres, colegios, escuelas) que entre los siglos XVI y XVII apuntan a "toda una investidura del cuerpo por mecánicas de poder que procuran hacerlo a la vez dócil y útil" (Foucault, 2006, p. 186). Es decir, que en la relación primordial del niño con sus pulsiones se inserta una política de amo.

Es esto lo que hace necesario articular, algo que también Freud (1905/2000) descubre como inherente a las pulsiones sexuales. Me refiero a su "componente agresivo" (p. 143). Es un integrante cruel de la pulsión que supedita el placer al dolor en las posiciones sádicas o masoquistas. Freud (1905/1999) propone que, al derivar de las apetencias de lo canibalístico, expone la "Mitbeteilung des Bemächtigungsapparates" (p. 58), la participación del aparato de apoderamiento.

El cuerpo ha sido objeto a dominar por los aparatos institucionales de poder de vigilancia y control. Incluso bajo la insignia educativa. Pero también de un poder agresivo que se empeña de entrada en su obediencia. Este aparato de apoderamiento reaparece en el texto sobre Pulsiones y Destinos de Pulsión, ciñéndose al estadio de la demanda anal. Reaparece en este estadio también de amor "in der Form des Bemächtigungsdranges" (Freud, 1915/2000, p. 231), bajo forma de empuje de apoderamiento, bajo una forma de poder que es indiferente respecto al perjuicio o destrucción que pudieran producir en el objeto. Lo primordial es apropiarse de él, apoderarse de él cueste lo que cueste. Es decir, aunque cueste la propia vida o la integridad del objeto. El cuerpo participa, y es objeto mismo de este esfuerzo de apoderamiento. En ese sentido, por él pasan los vaivenes del sistema de placer-displacer. El cuerpo resulta amable si aporta sensaciones placenteras. Pero resulta motivo de odio al ser receptáculo del dolor y la angustia. Es lo que discierne de manera muy interesante Piera Aulagnier (2007) al insinuar un primer posicionamiento ético ligado al cuerpo:

Este cuerpo-placer es su <<haber>>primero y más precioso (.) Catectizar este primer <<bien><, este primer objeto, este fragmento del espacio, es para el yo una necesidad vital (.) pero no es solamente como cuerpo-placer que el yo encuentra a su cuerpo, sino también como <<cuerpo-sufrimiento><; esta segunda propiedad inherente a la <<cosa corporal>>, a su <<naturaleza>>, decidirá acerca de la relación que el yo, a lo largo de todo su devenir, mantendrá con la realidad en su totalidad. El cuerpo, ese objeto del que nos creemos poseedores y amos, puede convertirse, sin que el yo lo quiera y sin que pueda siquiera preverlo, en fuente y lugar de sufrimiento. (pp.133-135)

Ese primer bien puede devenir un terrible mal cuando el cuerpo es portador de sufrimiento.

Es tan ajeno al yo este mal "incorporado" que el cuerpo se convierte en cosa extraña. Pero ya desde el momento en que el cuerpo no responde a las expectativas de placer, desde el momento en que parece imprevisible e indócil, se constituye infaustamente como una entidad odiosa.

Cuerpo y narcisismo

El mito de Narciso es el de una pasión que suscita un cuerpo que parece propiamente extraño y a la vez extrañamente propio. El enamoramiento de Narciso es instantáneo bajo la seducción de una imagen: "se enamora de una esperanza sin cuerpo, y cree que es un cuerpo lo que no es sino agua" (Ovidio, 1994, p. 151). Pero es la imagen de un cuerpo la que aparece frente a él subyugándolo. Aunque sea una imagen acuosa posee forma de cuerpo y tiene el poder para fascinar al personaje. Por su parte, Freud (1914/2000) comienza su estudio del narcisismo sin aludir al mito. Se refiere a la manera como Näcke (citado por Freud, 1914/2000) concibe el término narcisismo. Se trata de una perversión sexual que se singulariza porque "un individuo da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual" (p. 71). Trata sexualmente su propio cuerpo, como si fuera el cuerpo del ser amado. Es un trato autoerótico. Sin embargo, quedará muy claro que, para Freud, el narcisismo, más que una manera de tratar el cuerpo, es un estado del yo. Una posición libidinal del yo. Para Freud es fundamental situar una economía de la libido. Una economía que tenga su matriz emisora y receptora. Lo que la clínica de la neurosis devela es libido depositada en los objetos. Pero la libido tiene que partir de algún lado. El punto de emisión de la libido es el lugar donde estaría originalmente depositada. Ese lugar de depósito supone que el primer objeto de la libido es el propio yo:

El problema es que el Yo devenga el Objeto mismo, algo así como el Órgano libidinal. Esto es lo que podemos designar como <<cuerpo-Narciso>>. En Freud no hay teoría del esquema corporal, por la sencilla razón de que el cuerpo no es una función: es promovido al menos como soporte de la función narcisista. (Assoun, 1994 p. 248)

El narcisismo ante todo, como Freud (1914/2000) lo sustenta, es el estado primordial de la libido. Pero también la localización y la función inicial de la libido. El Yo, por su parte, es función de libido narcisista que supone como soporte el cuerpo. El registro del cuerpo no es enfatizado por Freud, pero está implicado en este Yo que ya no puede contraponerse a las pulsiones sexuales. Al estar investido de libido, no puede ser garante de las tendencias de conservación de la vida. Las cuales son, en ese momento de inflexión y aporía teórica en Freud (1916-17/2000), subtendidas por unas investiduras energéticas llamadas "interés", supuestamente ajenas al régimen narcisista del yo.

Al ser tomado el Yo en la doble condición de depósito y objeto libidinal se establece el narcisismo, pero también se abre otro costado peligroso para la vida. Se da la apertura, por la vía del yo, "al precio de un placer inusualmente elevado" (Freud, 1916-17/2000,p. 376), el cual "le depara peligros que amenazan su vida y con bastante frecuencia se la cobran" (p. 376). Es decir, las pulsiones sexuales que ahora arrancan del yo, pueden arrancar al yo de la vida al implicarlo en sus búsquedas intensas de placer. El placer al cual se ve empujado el yo como ser-sexuado lo puede desbordar un ansia tal que pone en los límites de la conservación de la vida ¿Ansia de muerte? Es la antesala de lo que serán las pulsiones de muerte. Es decir, este narcisismo del placer elevado que expone la vida, que pone la vida en riesgo, da la medida de lo que se conoce como goce: "Goce quiere decir el máximo de tensión, el máximo de gasto, el máximo de exigencia. Goce significa dolor y desgaste" (Nasio, 2006, p. 75). Ese placer llevado al máximo, comunica el desgaste con los linderos de la muerte. Es esto lo que Freud no pondera suficientemente del mito. Ese momento en el cual este placer elevado, ese máximo de éxtasis y de dolor, ante lo que se anhela intensamente y no se puede conseguir, pone de soslayo las pulsiones de conservación. Narciso no se ocupa ni de se deja ocupar por las investiduras energéticas del interés vital. La imagen, la captura de esa imagen del estanque lo estanca, lo fija, y se impone por encima de las necesidades: "Ni la necesidad de comer ni la necesidad de descansar pueden apartarle de allí; por el contrario, tendido sobre la hierba umbrosa, observa con ojos insaciables esa belleza mendaz, y se consume de amor por sus propios ojos" (Ovidio, 1994, p. 152). Es el aspecto destructivo del narcisismo. Este amor es consumidor del propio yo. Se cifra en estos ojos que parecen devorar la imagen que no pueden capturar con el cuerpo. Esa imagen miente pero enamora. Hace que el lánguido personaje también se agreda en su propio cuerpo: "la paradoja del Narciso: la afirmación extrema de la subjetividad se duplica en su extrema negación" (Green, 1999, p. 68).

Desde luego, Freud sabe que la libido del yo que va a los objetos y viene de ellos compromete y alcanza al cuerpo. El retorno de la libido no sólo se carga en el yo, como en el caso de las psicosis, desgarrando su lazo con el entorno. La libido también, conjuntamente con la investidura del interés, para el caso de la hipocondría, se puede concentrar en un órgano que interroga al yo de manera pertinaz: "un órgano atarea al yo, sin que para nuestra percepción esté enfermo" (Freud, 1916-17/2000, p. 381). Cierto lugar del cuerpo es tomado como anclaje de libido e interés vital, cierto órgano "das Ich beschäftigt" (Freud, 1916-17/1999, p. 434), preocupa al yo. Es decir, lo que se produce con estas investiduras retiradas sobre este órgano es que éste ocupa, absorbe, al yo. Como si todo lo que dinamizará al sujeto, el interés de vida y la pasión libidinal, se hubieran aglutinado allí. No se requiere que el órgano esté lesionado cuando de lo que se trata es de una abrumadora recarga narcisista sobre él. O más bien, contra él, con lo cual también se afirma un contenido de daño que se reviste de un signo que anuncia la devastación del ser. El órgano que trae atareado al yo hipocondriaco es porción de cuerpo dañado que compromete toda la vida. Ya la misma enfermedad orgánica obliga a una retracción de la libido e interés hacia el yo. El cuerpo enfermo clama que el yo se ocupe de él. No es como en la hipocondría donde el órgano emplaza a muerte al yo. En la enfermedad orgánica, la presencia del dolor disloca las relaciones de erogeneidad del yo con su propio cuerpo.

Es justamente la vertiente corporal del narcisismo lo que refuta la idea freudiana de una imposibilidad para la transferencia en las psicosis. En la medida en que Freud (1914/2000, p. 87) propone un camino para la elección narcisista de objeto amoroso está esbozando una posibilidad, una apertura, para transferir libido desde el Yo. Se puede amar, bajo el modelo narcisista, a otro que responda a la representación de lo que uno mismo es, de lo que uno mismo fue, de lo que uno querría ser, e incluso, a la imagen de la persona que fue parte del propio ser ¿Por qué no se habría de amar al analista en función de este modelo narcisista en el cual estarían supuestamente enclaustrados los llamados por Freud parafrénicos?Es un amor de unidad, puesto que se configura en amar desde el Yo actual a ese alter-ego reflejo de una imagen idealizada. Ese uno que se ama es corporal, o al menos implica la imagen corporal coextensiva del narcisismo. Son las relaciones de amor bajo el tipo narcisista las que bosquejan la participan del otro, de la imagen corporal del otro, en la formación del yo. Esto es algo que, después, de manera categórica, formulara Freud (1921/1999) al decir: "Man erkennt nur, die Identifizierung strebt danach, das eigene Ich ähnlich zu gestalten wie das andere zum «Vorbild» genommene" (p. 116); uno sólo reconoce que la identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro tomado como modelo. El otro, con su imagen corporal, constituye un modelo para conformar al Yo. Por eso aparece como imagen idealizada en su presencia fascinantemente totalizada. Determina la posibilidad de que el yo sepa que es cuerpo: "El hombre se aprehende como cuerpo, como forma vacía del cuerpo, en un movimiento de báscula, de intercambio con el otro" (Lacan, 1981, p. 253). En esa basculación de la libido están de por medio los cuerpos. El cuerpo propio y el cuerpo del otro. También el amor bajo el modelo de apuntalamiento reclama la presencia de cuerpos: de un cuerpo protector, bajo el ideal de elección destinada al hombre, y de un cuerpo nutriente como forma enaltecida para el designio amoroso dirigido a la mujer.

Cuerpo como sed de placer y dolor, como sede de goce

En el cuerpo no existe una bifurcación absoluta de las líneas del placer y el dolor. Aunque el cuerpo notifica al yo sus sensaciones, siempre está expuesto al más allá de la experiencia del placer y a un dolor tan intenso, que comunica vivencias de placer. El dolor que parece ser parte del conjunto vasto del displacer, clave para el proceso represivo, puede resultar con-sentido: "tenemos todas las razones para suponer que también las sensaciones de dolor, como otras sensaciones de displacer, desbordan sobre la excitación sexual y producen un estado placentero en aras del cual puede consentirse aun el displacer del dolor" (Freud, 1915/2000, p. 124). El dolor se consiente, se tolera, en la medida en que lleva una medida, un grado, de placer. Tal vez es en ese sentido que Schopenhauer (2009) asevera que "el bienestar y la dicha son enteramente negativos; sólo el dolor es positivo (.) sólo el mal es positivo puesto que se hace sentir" (p. 76).

Lo anterior obliga a una perspectiva ética. Si el dolor hace sentir el mal, se transforma en un bien, en un bien que suministra placer.Con ese grado de placer, el dolor tiene algo de agrado. Pero en el campo de las pulsiones los circuitos no son sólo autoeróticos. También convocan a otros cuerpos, también exigen la coparticipación de otros cuerpos que se insertan en las oleadas del placer y el dolor y determinan, con su presencia, la fuerza y la composición de dicho oleaje. Freud (1924/1999a) establece un masoquismo primordial, erógeno, cuando la pulsión de muerte, derivándose de la ya insinuada "Bemächtigungstrieb" (p. 376), pulsión de apoderamiento, no es arrojada hacia fuera como agresividad, sino que subsiste en el interior del organismo, donde es sometida a un proceso de "Bändigung" (p. 124), dominio, ejecutado por la libido. Este refrenamiento, por coexcitación sexual de la "Destruktionstrieb" (p. 124), condiciona pues este masoquismo primario. Pero este masoquismo no permanece adentro del organismo, sino que predispone las demandas de maltrato dirigidas hacia el exterior, hacia al otro. Y estas demandas se modulan según cada estadio de la libido. La demanda de ser absorbido por el otro aparece modulada como angustia de devoración (Freud, 1924/2000a). El deseo de ser golpeado por el padre llega a ser expresado como angustia de tortura o como una tortura que angustia. Es la interferencia de la represión la que hace virar de sentido a la pulsión.

La instancia encargada de la tortura no es, pues, indiferente en el padecer masoquista, por cuanto trata de dejar librado el cuerpo a las exacciones que se le antojen al Otro: "der Masochist wie ein kleines, hilfloses und abhängiges Kind behandelt werden will, besonders aber wie ein schlimmes Kind" (Freud, 1924/1999, p. 374); el masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente, pero particularmente como un niño fastidioso - El masoquista quiere ser mal-tratado. Quiere que se le trate mal, muy mal, por ser tan malo. Goza con esta duplicación del mal ejercida sobre su cuerpo, por eso convoca la furia desatada del Otro. Sacher-Masoch (1969) pone en acción esta demanda de maltrato que activará la ligazón libidinosa de la pulsión de apoderamiento:

(...) rápidos y recios, los golpes caen sobre mi espalda y sobre mis brazos; uno de ellos corta mis carnes, el ardor persiste. Pero sufrimientos me embelesan pues vienen de ella, de ella a quien adoro y por la que estoy dispuesto, en cada instante, a dar la vida (p. 153).

El cuerpo deviene recinto de goce. No es que se complemente el sádico con el masoquista en esta demanda imperiosa de goce. De hecho, esta complacencia en el goce no requiere en principio del Otro, no requiere de los golpes del Otro. Como lo enseña Lacan (1972): "S'il y a possibilité que ce corps accède au jouir de soi, c'est bien evidemment partout, c'est quand il se cogne, qu'il se fait mal. C'est ca la jouissance"10 (p. 146). Si las pulsiones se agitan por todos lados dispersando autoerotismo también las que empujan al apoderamiento diseminan su potencia destructiva haciendo germinar el goce. El goce de sí, a través del maltrato desde luego, se monta en la consagración de éste por amor al Otro. Es en nombre del amor que el sujeto presta su cuerpo para que el Otro lo martirice. Se consigue así un encendido fervor en la tortura. La postura mística se erige entonces como una manera de domeñar el mal a través del cuerpo sufriente: "Parce qu' il est infligé par d'autres, qui son forcément les incarnations du mal, le martyre apparaÎt paradoxalement comme <<la formule>> la plus simple: la victime est consentante et elle abandonne aux bourreaux ce corps qu'ils vont détruire"11 (Gélis, 2005, p. 45). No importa a qué niveles de vejación y destrucción lleguen los verdugos con el cuerpo del sujeto cuando el sufrimiento está ofrendado a Otro idealizado, o cuando el Otro Idealizado está acoplado o ensamblado al verdugo.

Para Freud el cuerpo está ensamblado y acoplado al Yo. Sabiendo que el Yo puede situarse a horcajadas entre lo inconsciente y lo consciente dibuja su estatuto fundamental de Yo-cuerpo (Freud, 1923/2000). Pero no siempre este acoplamiento se sostiene. En la psicosis se puede romper esta ensambladura:

Mientras que el imperio de la Cc sobre la motilidad voluntaria es muy firme, y por regla general resiste el asalto de la neurosis y sólo es quebrantado en la psicosis, su gobierno del desarrollo del afecto es menos sólido. (Freud, 191 5/2000, p. 175)

La psicosis quebranta el acoplamiento yo-cuerpo, su lazo estrecho, y "zusammenbricht" (Freud, 1915/1999, p. 278), derrumba, "die Herrschaft", el imperio, de la conciencia sobre el cuerpo, sobre los movimientos voluntarios del cuerpo. Por eso es que en una película como El Cisne Negro (2010), del director Darren Aronofsky, se advierte que son los movimientos involuntarios del cuerpo los que imperan en una bailarina que cultiva el dominio de su cuerpo:

(...) l'ancienne notion de l'inconscient, de l'Unbekkante, c'étaitprécisément quelque chose qui prenait appui de notre ignorance de ce qui passe dans notre corps. Mais l'inconscient de Freud, c'est quelque chose qui vaut la peine d'être enoncé à cette occasion, c'est justement ce que j'ai dit, à savoir, le rapport qu'il y a entre un corps qui nous est étranger et quelque chose qui fait cercle, voire droite infinie, qui de toute facon son l'une, l'une à l'autre équivalents, et quelque chose qui est l'inconscient12 (Lacan, 1976).

El cuerpo se impone como un elemento extraño a la conciencia, como un elemento inconsciente, ignorado. Es por eso que Freud también en lo teórico quebrantará este acoplamiento Yo-cuerpo con la segunda tópica del aparato psíquico. Es el ello lo que es situado en comunicación directa con lo corporal:

Nos aproximamos al ello con comparaciones, lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su expresión psíquica, pero no podemos decir en qué sustrato. Desde las pulsiones se llena con energía, pero no tiene ninguna organización, no concentra una voluntad global. (Freud, 1932-33/2000, p. 68)

En el ello, se hace territorio psíquico la condición inconsciente del cuerpo o el dominio del cuerpo en el inconsciente.

El cuerpo en la encrucijada de los complejos de Edipo y castración

Siendo territorio del inconsciente, el cuerpo es el lugar donde se trama el complejo de castración inherente al complejo de Edipo. Lo que se trama es la dialéctica de la presencia y la ausencia del pene. En tanto se pone en movimiento dialéctico, esta parte del cuerpo masculino se transforma en un componente imaginario, en un componente que trasciende el cuerpo. Se desata del cuerpo deviniendo el falo. Toda una historia de sesgo ideológico sostenía una anatómica monosexista, desde el siglo XVI, que asimilaba el clítoris a una especie de miembro masculino, de pene atrofiado: "Cette construction du corps féminin comme version moins parfaite de l'homme joua cependant un rôle dans la promotion du príncipe du plaisir féminin: la femme ne pouvait-elle pas légitimement espérer jouir comme l'homme, sa contrapartie plus parfaite"13(Matthews-Grieco, 2005, p. 189).El pene queda como el emblema de esta perfección de cuerpo masculino que inscribe la percepción de su carencia y la amenaza de castración. En tanto es algo que se podría perder del cuerpo, el varoncito responde con un signo de angustia a la amenaza. Para que sea efectivo este gesto, debe ser contrastado con la realidad de la falta de pene en el cuerpo de la niña. Amenaza de pérdida de perfección fincada en ese elemento del cuerpo. En tanto es una realidad consumada, esta falta de pene en el cuerpo, la niña anhela la reparación de eso que considera como un daño narcisista, como un despojo a su Yo. En el cuerpo, sobre el cuerpo, se juegan valores y principios de idealización. Es algo del cuerpo lo que está en juego en la pasión ferviente de la experiencia edípica:

Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa normalmente el primero de esos poderes: el yo del niño se extraña del complejo de Edipo (Freud, 1924/2000b, p. 184).

El amor edípico, de sustrato libidinal, es expulsado del yo del sujeto y se afianza la relación narcisista con aquella parte del cuerpo que había estado en peligro en el conflicto. Esta parte es salvada de la castración al renunciar al objeto incestuoso, después de haber estado teñida de angustia. Se gana una porción de narcisismo encauzado en lo fálico perdiendo el objeto del anhelo edípico. Lo que se gana se entrama con lo corporal y lo que se pierde entrará en un juego de permutaciones simbólicas.

La niña se vuelve tributaria del falo más que del pene:

(...) no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino que lo explica mediante el supuesto de que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. No parece extender esta inferencia de sí misma a otras mujeres (Freud, 1924/2000b).

Es esta postura de "Annahme", suposición (Freud, 1924/1999b, p. 400), de inferencia, lo que hace que a lo que aluda sea a algo que no tiene más realidad que la de lo imaginario. Presuposiciones y conclusiones que le dan al pene el estatuto de falo, de premisa en un juicio lógico. Los deslizamientos simbólicos se despliegan en torno a las renuncias. El chico ha perdido a sus objetos parentales afianzando, no sin un fondo de angustia, su narcisismo fálico. Pero éste tendrá que circular, con su fondo idealizado de perfección, por los sustitutos de dichos objetos. La chica hace metonimia de una pérdida consumada en un cuerpo lacerado de imperfección. También buscará fuera de sí ese pedazo de perfecto que resarza el daño corporal. De lo que se trata es de obtener del Otro ese falo desalojado de su cuerpo, bajo la forma de pene o de hijo. Pero antes de eso la captación de la diferencia en el cuerpo puede ser tan intolerable que genere una rabia inaudita. Es el caso que comenta Alain Depaulis (2008), de una niña, Jackie, confrontada y afrentada por dicha diferencia:

Elle avait bien percu que les garçons se distinguaient des filles, mais la difference, cette différence qui va la faire réagir si violemment, elle ne l'avait pas encore saisie. Le garçon est celui qui chasse, qui donne des coups de poing, qui lance des projectiles.ces attributs qui signent les conduites phalliques et qui signifient que Jackie sait à présent que son frère a quelque chose qu'elle n' pas, cet objet en plus: le pénis.14(p.141)

Es entonces, el objeto que se presupone que eleva la cotización del cuerpo según los valores dominantes en una cultura. Este objeto de-más hace creerse o suponerse más que el otro. Hace idealizarse en un marco de relaciones de poder. De hecho por poseer este atributo de más el muchacho puede inferir que vale más que la muchacha. Por tanto que puede más, que puede hacer más cosas que ella.

Un interesante testimonio de una reacción violenta a la diferencia sexual, concretada en un objeto de-menos en el cuerpo, es el relato sobre Cuéllar en un cuento de Vargas Llosa (1991). Como en el caso de la niña, en este personaje, la castración es algo que ya se ha consumado. Y además, en circunstancias de gran violencia, pues es un perro gran danés llamado Judas el que lo ha mutilado al arrancarle su pene. Aparecen las expectativas, como en la niña, de restitución de lo perdido, pero son vanas. No hay esperanzas de que el Otro, un cirujano en el horizonte de las ilusiones, reponga lo que se ha perdido. ¿Dónde se va a imprimir un esfuerzo de sustitución? ¿Cómo se lleva a cabo un proceso de remplazo de lo perdido? A través de su cuerpo entero. Cuéllar se vuelve violentamente desafiante, provocador, poniendo al cuerpo de por medio. Si ya no hay pene en el cuerpo, entonces la apuesta es que todo el cuerpo se vuelva pene, entidad fálica. A tal punto que después del incidente sus amigos lo van a apodar "Pichulita" (Vargas Llosa, 1991, p. 113). Diminutivo del nombre que se usa tanto en Perú como en Chile para designar el pene. Para conjurar la pena Cuéllar es una "Pichulita" que también parece que ya no le tiene miedo a nada, en tanto ya no tiene nada que perder. Sus amigos van conquistando y seduciendo mujeres. Le intriga y acicatea el juego sexual entre los amigos y sus novias. Cuando parece que por fin se decidirá a tener un romance con Teresita Arrarte, se aparece otro, Cachito Arnilla, para cortejarla y enamorarla. Esta experiencia lo remonta a la pérdida de su cachito de cuerpo. Pero de ese cachito se suspende la perfección corporal dictada por la cultura. De una pérdida se transita a otra. En ese momento, cuando otro le quita a su objeto amado, se remite violentamente a la pérdida violenta del pene. Por eso es que Cuéllar volverá a las andadas. A hacer correr olas y carros, exponiendo su cuerpo a un máximo de tensión ¿a un máximo de erección? Pues se señala que su cuerpo se pone "duro" (p.138) ante la agitación violenta del oleaje. La admiración que produce es la de un cuerpo que aguanta mucho. Quizás arroja su cuerpo a todos los peligros para responder a una cuestión que se formula álgidamente: "¿Dios que era todopoderoso podía acaso matarse siendo inmortal?" (p.130).

Esa es su apuesta desafiante para llevar la castración al sentido límite de la muerte. Como lo indica Hélène Godefroy (2011): "Le corps résiste de plus aux vicisitudes menaçantes! Instrumentalisé, parce que sacré, il devient, desormais, le suport d'un pari sur l'éternité"15 (p. 200).Esta resistencia de más en el cuerpo es una prueba de que no hay más amenaza de castración que pese sobre él. O más bien, lo que resalta es que su cuerpo ha soportado la castración endureciéndose. Su dureza evoca ese tipo libidinoso que Freud (1931/2000) denominaba narcisista, al no presentarse en su caso "ninguna tensión entre el yo y el superyó" (p. 220). Los "libidinöse Typen" es una clasificación original de Freud para dar cuenta del predominio de instancias del aparato psíquico, según la perspectiva estructural de la segunda tópica, en la integración de "Merkmalen" (Freud, 1931/1999, p. 509), rasgos característicos, fundamentalmente estables y regulares, que anudan lo corporal y lo anímico. Existe prevalencia del ello en el tipo libidinoso llamado erótico, del superyó en el tipo compulsivo y del yo en el tipo narcisista. No se trata de una tipología patológica. Sino más bien intenta relativizar las nociones de lo normal y lo patológico o superar sus disonancias. Es un criterio de observación clínica que postula Freud y que admite combinaciones entre los mencionados tipos. Freud (1931/2000) señala que el tipo libidinoso denominado narcisista concentra su interés en la autoconservación, mostrando independencia y escaso amedrentamiento. Pero esto aparece bastante extremo en el caso de Cuéllar, quien ha falicizado su cuerpo, creyéndose un ser ajeno a todos los límites, a todo sentido de autoconservación, apostando a la inmortalidad de su Yo. La cual no es sino una ilusión de restitución de ese cuerpo que al ser soporte de ese objeto-de-menos lo coloca del lado de las mujeres. Cada prueba de coraje es pues al mismo tiempo prueba de hombría. Cada prueba de hombría es al mismo tiempo prueba de vida.

Cuerpo y cultura

La cultura incide sobre el cuerpo. Marca la ruta de las suposiciones e inferencias en torno al cuerpo, como lo advertimos respecto al complejo de castración. No hay cultura que en su transición histórica no recaiga sobre representaciones corporales. Parece que el balance es que los seres humanos no aquilatan al cuerpo:

La especie humana no sabe el precio de su cuerpo. Sabe ponerlo en riesgo y venderlo, matarlo y protegerlo, trabaja con empeño para inmunizarlo contra la enfermedad y lo manda a la guerra, busca su inmortalidad y destruye la tierra en la que vive. Como si no tuviera ninguna conciencia de su valor. (Hofstein, 2006, p. 12 7)

La cultura del cuerpo es paradójica. Freud lo reveló de manera contundente en su ensayo denominado El Malestar en la Cultura. La vida nos impone dolores, desengaños, frustraciones, tareas insolubles ¿Cómo soportar todo esto? A través del recurso del "Linderungsmittel" (Freud, 192930/1999, p. 432), paliativo. El sujeto tiene recursos para sedar o calmar el dolor y las decepciones: ciencia, arte, sustancias embriagadoras. Los sufrimientos, el dolor y la angustia, amenazan y asedian al ser humano desde tres costados:

Desde el cuerpo propio, que destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir su furia sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos. (Freud, 1929-30/2000, pp. 76-77).

Teniendo en cuenta que también los sufrimientos aportados por el mundo exterior y por los vínculos con los otros pueden implicar y atravesar el cuerpo, el cual no puede prescindir del dolor y la angustia porque lo proveen de signos precautorios. Son sus "Warnungssignale" (Freud, 1929-30/1999, p. 434), señales de advertencia, ante la posible devastación. Aunque el cuerpo esté condenado a la ruina, a su desmoronamiento y pulverización, algo en el régimen del Yo avisa, marca, el peligro. El Yo se puede presumir inmoral en su valoración narcisista, pero también sabe por la angustia-señal que su condición es endeble y desvalida. El cuerpo avisa de la destrucción que merodea sus entrañas y su ser vinculante.

Los "Methoden zur Leidverhütung" (Freud, 1929-30/1999, p. 455), métodos para prevención del sufrimiento, más interesantes son para Freud los que tienen que ver con los que pretenden influir sobre el cuerpo. Uno de ellos es la intoxicación que enlaza de manera estrecha el placer y el displacer bajo la turbulencia de la manía. Nos encontramos entonces con una experiencia de goce a través de lo que Freud (1929-30/1999) designa como "Sorgenbrechers" (p. 436), quita pesares. Esta ayuda resulta paradójica, pues quita unas penas y proporciona otras. Proporciona sus propias penas, sus penurias propias. Estas sustancias impulsoras de la construcción de una realidad fantástica de dicha momentánea dejan como rastro "la inútil dilapidación de grandes montos de energía que podrían haberse aplicado a mejorar la suerte de los seres humanos" (p. 78). La manía gestada por la intoxicación de la sustancia comprime o suprime el deseo del sujeto. Ni siquiera los ejercicios de yoga son una vía para liberar el sufrimiento. Su apuesta es radical al plantearse lo imposible: matar las pulsiones. No lo consiguen pero si logran sacrificar porciones de vida ligadas a la pulsión.

Freud arriba a la evidencia de que las fuentes de padecimiento se relacionan con la obstinación de dominio del Yo. Éste pretende dominar su cuerpo, el entorno y sus relaciones con los demás. La sed de amo no lo abandona pese a lo que le indica su propio cuerpo, la naturaleza y el complejo mundo de los vínculos interhumanos: "Nunca dominaremos completamente la naturaleza, nuestro organismo, él mismo parte de ella, será siempre una forma perecedera, limitada en su adaptación y operación" (Freud, 1929-30/2000, p. 85). Sin embargo, ese es el reto que impele el quehacer científico y el trabajo cultural. Cuando algo se decreta como imposible se propone una causa de investigación.

La cultura se nutre de la renuncia a la satisfacción pulsional pero produce y construye técnicas para que el hombre tenga mejores condiciones de protección ante las fuerzas de la naturaleza. Sin embargo, ¿cómo se protege ante las exigencias del cuerpo propio producto mismo de la naturaleza? La cultura lo provee de instrumentos, los cuales hacen que, gracias a la "ayuda de todas sus herramientas, el hombre perfecciona sus órganos" (Freud, 192930/2000, p. 89).La ciencia pretende apuntalar una cultura del perfeccionamiento. Incluso del perfeccionamiento corporal: "une constation s'impose: plus l'hygiène aseptisée est exhortée, plus la prévention et vaccins se développent, mieux la performance scientifique progresse dans son projet d'inmortalité"16 (Godefroy, 2011, p. 201).La ciencia propugna por una cultura que dé paso a la felicidad,pero no es suficiente. Aunque se suministren a los hombres tales herramientas de poder que le hagan creerse una especie de "Prothesengott" (Freud, 1929-30/1999, p. 451), dios prótesis, el descontento lo acompaña. No está completamente protegido, no está completamente seguro con esa carga de aditamentos. Terminan por ser una carga insoportable ellos mismos. Sería como haber alcanzado el ideal divino y ni aún así estar contento en la cultura, con lo que la cultura le brinda. Lo cual parece corresponder a la visión de Schopenhauer (2009), quien concebía el papel negativo de la dicha: "Todo bien, toda felicidad, toda satisfacción son cosas negativas, porque no hacen más que suprimir un deseo y terminar una cosa" (p. 76).

Si la cultura que prevalece es ésta de la insatisfacción en relación con las exigencias drásticas del superyó, entonces también el cuerpo paga las consecuencias. Lo que está en juego es una postura de resarcimiento por vía ética: "La ética ha de concebirse entonces como un ensayo terapéutico, como un empeño de alcanzar por mandamiento del superyó lo que hasta ese momento el restante trabajo cultural" (Freud, 192930/2000, p. 138). Se trata de adquirir por la fuerza del mandato lo que la cultura no ha podido lograr con sus lazos de Eros, con sus enlaces simbólicos. Es ésta la terapia de la fuerza y de la voluntad imperiosa. Si la cultura no ha logrado perfeccionar el dominio de la naturaleza y del cuerpo, se levanta el imperativo de conseguirlo de manera arbitraria. Porque así lo dicta el amo. A la cultura no le importa que se trate de un mandamiento incumplible: "La cultura descuida todo eso; sólo amonesta: mientras más difícil la obediencia al precepto, más meritorio es obedecerlo" (Freud, 1929-30/200, p. 138). Y realmente amonesta a través de la figura cruentamente punitiva del superyó. Entonces, el cuerpo, como la naturaleza en que vive, y el cuerpo, como hecho de naturaleza, son presa favorita de los mandamientos encarnizados de dominio. Ante estos, conviene remitirse a lo que plantea Lacan (1990) en su seminario sobre la ética del psicoanálisis, como una interrogación capital al Yo que podría advenir al lugar de sujeto deseante:

¿Se someterá o no a ese deber que siente en él mismo como extraño, más allá, en grado segundo? ¿Debe o no debe someterse al imperativo del superyó, paradójico y mórbido, semiinconsciente y que, por lo demás, se revela cada vez más en su instancia a medida que progresa el descubrimiento analítico y que el paciente ve que se comprometió en su vía? Su verdadero deber, si puedo expresarme así de este modo, ¿no es acaso ir contra ese imperativo? (p. 16).

Forzar una ética del cuerpo, forzar al cuerpo a una ética de imperativos para resolver el malestar en la cultura, es seguir sosteniendo la línea fascinante de la divinización del Yo, en función de mandamientos que empujan a los cuerpos a las crisis devastadoras de las anorexias y las bulimias, las escarificaciones y los injertos.

Conclusiones

Con el descubrimiento de las pulsiones, se afianza en Freud la conexión del inconsciente con el cuerpo. Ya la histérica le había enseñado con su palabra equívoca que lo que el Yo no consiente, el cuerpo podría sostener a través del síntoma. Por eso es que en el cuerpo se soportan las locuras, las incongruencias, de un yo narcisista que intenta ser mediador ante las exigentes instancias del mundo exterior, del ello y del superyó. Como ante esas instancias no manda ni gobierna, intenta hacerlo con su ensambladura corporal, la cual también llega a alienarse de su presunto dueño. En tanto recinto de goce, es también el cuerpo, zona de desquiciamiento subjetivo. La cultura ha hecho que en el cuerpo se reediten relaciones de poder que hacen fermentar violencia. Giddens (2000) afirmaba, que al igual que el yo, "el cuerpo ha sido siempre adornado, mimado, y, a veces, por la prosecución de determinados ideales -castigado o maltratado" (p. 39). Y también cuestionaba: "¿Qué es lo que explica, sin embargo, nuestras preocupaciones por la apariencia del cuerpo y el control actual, que difiere de un modo claro de las preocupaciones más tradicionales?" (p. 39). El itinerario por algunos segmentos de la obra de Freud, en torno al cuerpo, hace pensar en un pasaje crucial: del cuerpo que habla el deseo, en lugar del sujeto, a un cuerpo que grita las obsesiones más furibundas de dominio. Del cuerpo del deseo, al cuerpo de los imperativos de control.


Pie de página

2Reconocer en esas representaciones figuradas de posesión demoniáca <<los accidentes exteriores de la neurosis histérica>>
3Estas pulsiones que resultan de lo que acabo de llamar vida del lenguaje
4Colorea de goce todas sus necesidades elementales, es decir, eso por lo cual se defiende contra la muerte.
5El famoso conocimiento de sí mismo tiene lugar en el cuerpo. El conocimiento de sí mismo... es la higiene.
6Mutaciones sorprendentes e inesperadas.
7Domar su carne es, de entrada, infligirse una feroz disciplina.
8Esta voluntad de incorporación conduce a dos comportamientos extremos, el ayuno y las maceraciones.
9El sentimiento exquisito de ser, al fin, amo de su cuerpo.
10Si hay posibilidad que este cuerpo acceda al goce de sí, es evidentemente por todos lados, es cuando se golpea, cuando se hace mal. Eso es el goce.
11Porque es infligido por otros, que son forzosamente las encarnaciones del mal, el martirio aparece paradójicamente como <<la fórmula" más simple: la víctima es consentidora y abandona a los verdugos este cuerpo que van a destruir.
12La antigua noción de lo inconsciente, de lo Unbekkante, era precisamente algo que tomaba apoyo de nuestra ignorancia de lo que pasa en nuestro cuerpo. Pero el inconsciente de Freud, es algo que vale la pena ser enunciado en esta ocasión, es justamente lo que he dicho, a saber la relación, la relación que hay entre un cuerpo que nos es extranjero y algo que hace círculo, incluso recta infinita, que de todas maneras son lo uno, equivalentes la una para la otra, y algo que es el inconsciente.
13Esta construcción del cuerpo femenino, como versión menos perfecta del hombre, jugó enseguida un rol en la promoción del principio del placer femenino: ¿no podía la mujer legítimamente esperar gozar como el hombre, su contrapartida perfecta?
14Ella había percibido que los muchachos se distinguían de las muchachas, pero la diferencia, esta diferencia que va a hacerla reaccionar tan violentamente, aún no la había comprendido. El muchacho es aquél que caza, que da puñetazos, que lanza proyectiles...estos atributos que signan las conductas fálicas y que significan que Jackie sabe en este momento que su hermano tiene algo que ella no tiene, este objeto de más: el pene.
15El cuerpo resiste de más a las vicisitudes amenazantes. Instrumentalizado, en tanto sagrado, deviene, en lo sucesivo, el soporte de una apuesta sobre la eternidad.
16Se impone una constatación: más la higiene aseptizada es exhortada, más la prevención y las vacunas se desarrollan, mejor la hazaña científica progresa en su proyecto de inmortalidad.


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