De todos los cambios que ocurren en el mundo, ninguno supera en importancia a los que tienen lugar en nuestra vida privada Anthony Giddens (2004, p. 65).
Introducción
El estudio sobre lo que sucede en las familias bajo el contexto de la violencia suscitada en los últimos años en México amerita una atención inmediata debido a su proliferación en entornos públicos, lo cual ha provocado diversos efectos sobre la población (Bataillon, 2015; Rosen & Martínez, 2015). Esta violencia se relaciona con las políticas de combate al narcotráfico, implementadas por Felipe Calderón, y por la continuidad que ejerció Enrique Peña Nieto (Gutiérrez, 2016; Trejo & Ley, 2016). Entre los efectos más complejos que esta violencia ha provocado se encuentra el fenómeno de desapariciones, las cuales se cuantifican en 85.053 (Secretaría de Gobernación/SEGOB). En particular, el Estado de Tamaulipas se encuentra desde hace más de una década entre los primeros cinco Estados que reportan más desapariciones. Estas desapariciones están relacionadas con factores tanto históricos como coyunturales, entre los que sobresalen los conflictos entre grupos criminales y la falta de respuesta efectiva del Estado (Zárate & López, 2016; Almanza, Hernández & Gómez, 2020). La impunidad frente al delito de desaparición ha tenido como consecuencia su repetición; además, es preciso puntualizar que la misma se encuentra ligado a la falta de estrategias asertivas por parte del Estado e incluso a la participación directa de las Fuerzas Armadas Mexicanas y de Policía, tanto Federal, Estatal y Municipal (Guevara & Chávez, 2018).
De acuerdo con el informe Desapariciones forzadas e involuntarias. Crisis institucional forense y respuestas colectivas frente a la búsqueda de personas desaparecidas, existen más de 4.092 fosas clandestinas y más de 35 mil cuerpos sin identificar en servicios forenses a nivel nacional (Rivas, 2020).
El fenómeno de desaparición genera múltiples implicaciones en la salud física y mental y diversas violaciones a los derechos de las familias de quienes desaparecen (Salazar, 2018; Robledo, 2017). Entre los problemas más grave que genera la desaparición de personas en sus familiares se encuentra la pérdida ambigua, que se refiere a la imposibilidad de conocer el paradero o estado de la persona desaparecida, lo que produce incertidumbre e imposibilita el duelo, generando periodos largos de profundo sufrimiento (Salazar, 2018).
Bajo el panorama descrito, surge la pregunta ¿cuáles son las reconfiguraciones familiares y los espacios de vulnerabilidad que las familias padecen con la desaparición de un ser querido? Es importante reconocer que la vivencia de experiencias violentas incide sobre las condiciones que configuran los espacios de convivencia y sobrevivencia que les son propios al grupo familiar, pues permea y redefine relaciones y prácticas internas; además, estas condiciones pueden provocar otras formas de organización y, como consecuencia, otros matices y conectores con la vida social (Palacio, 2004).
El presente trabajo buscó dar respuesta a la anterior pregunta a través de un estudio de corte cualitativo, con enfoque fenomenológico, donde se planteó como objetivo conocer las reconfiguraciones familiares y los espacios de vulnerabilidad que experimentan las familias que tienen uno o más integrantes desaparecidos en Tamaulipas. Esta investiga- ción buscó mostrar las reconfiguraciones familiares, tanto en estructura, cambio de roles y dinámicas, como en las implicaciones sobre los integrantes de las familias, a través del análisis de las experiencias de vulneración sobre el grupo familiar y de las percepciones de sus integrantes sobre un estado continúo de vulnerabilidad.
Referentes para el estudio de las familias en contextos violentos
La familia se ha concebido como un sistema relacional con características propias que establece una relación permanente y coevolutiva con otros sistemas sociales (Builes & Bedoya, 2008). La familia es “un sistema de relación con el contexto social y la red de relaciones comunitarias” (Cicerchia & Chacón, 2012, p. 12). Lo anterior da sustento a estudiar a las familias desde una perspectiva relacional que interactúa con los problemas sociales que caracterizan su entorno.
Acorde con Cifuentes (2009), bajo situaciones de violencia, las familias colombianas han aprendido a identificar en su entorno aquello que les permite sobrevivir, relacionarse y a ocupar un lugar que deja de ser referente de seguridad e identidad. Asimismo, menciona: “La familia se ve obligada a reorganizarse para enfrentar nuevas situaciones, ofrecer protección a sus miembros y encontrar estrategias de subsistencia que le permitan conservarse a pesar de los embates del conflicto armado” (pp. 88-89).
Según Lungo y Martel (2003), los hechos de violencia suscitados en Centroamérica, a partir de la década de los ochenta, han influido de manera importante en la estructura de las relaciones familiares; es decir, se han experimentado transformaciones importantes (aumento de hogares unipersonales, nucleares conyugales sin hijos y nucleares monoparentales).
En Guatemala, las transformaciones que sufren las familias a partir de la vivencia de experiencias violentas surgen significativamente a raíz de la pérdida de algún miembro de la familia, debido a que este suceso provoca crisis familiares de carácter económico, social y afectivo; además, se vislumbra que las mujeres aparecen más afectadas ante estos hechos (Beristain, 1998).
Para Miranda (2000), las implicaciones de la violencia por el conflicto armado en El Salvador sobre las familias se hacen visibles en la transformación de su estructura y dinámica, como producto de la desintegración familiar originada por la pérdida de parientes, las migraciones y la desarticulación del tejido social.
Las personas desplazadas por la violencia en Colombia manifiestan diferentes experiencias que han transformado sus estructuras y dinámicas familiares; por ejemplo, de acuerdo con las aportaciones de Meertens (2000), algunas madres de familia entrevistadas manifestaban que uno de los motivos principales de su desplazamiento era el miedo a que sus hijos e hijas adolescentes fueran reclutados(as) por la guerrilla; no obstante, la autora señala que los estragos de la violencia en el seno de la familia ocurren incluso mucho antes del desplazamiento, siendo la pérdida (homicidio o desaparición) de algún miembro de la familia uno de los eventos más recurrentes.
En Colombia existe un deterioro en las condiciones económicas y sociales en la vida de las mujeres después del desplazamiento forzado, visible en las dificultades para la crianza de los hijos y cambios en la dinámica familiar, a partir de responsabilizarse por el sostenimiento del hogar (Mogollón & Vázquez, 2006).
Existe una recomposición de las familias colombianas a partir de los casos de acogimiento de menores en orfandad o con padres ausentes a causa de la violencia; en consecuencia, se hacen presentes los cambios de roles dentro de las familias extensas al adquirir nuevas obligaciones que representan cambios en sus formas y proyectos de vida (Durán & Valoyes, 2009). Los efectos de la violencia en Colombia no son homogéneos, pueden ser diferenciados en cada familia y, dentro de cada familia, entre cada individuo; no obstante, se observa que las familias víctimas de la violencia tienden a modificar su estructura y dinámica a través de fracturas y recomposiciones, modificación de roles y las tensiones entre los miembros (Cisneros, 2010).
En el caso particular de las familias colombianas que han padecido la desaparición de algún integrante, existe un antes y un después en la vida familiar donde, a pesar del tiempo transcurrido, el sufrimiento se hace presente debido a la pérdida de esperanzas, decepción ante los organismos del Estado, los problemas económicos generados a raíz de la desaparición, entre otros (Giraldo, Gómez & Maestre, 2008). Para Rojas (2009) la vivencia de tener un familiar desaparecido en Chile generó, a través de los años, diversos cambios en las percepciones, sentimientos y creencias; es decir, en una primera etapa la angustia y la ansiedad son predominantes, mientras que en una segunda etapa los sentimientos más visibles son cansancio, tristeza y desesperanza. En tanto, Flores (2007) indica que existen crisis emocionales en las familias de personas desaparecidas en Ayacucho, Perú, y que son las mujeres las que usualmente hacen un manejo positivo de las crisis inesperadas.
Para el caso mexicano, López (2020) expone las diversas experiencias de vulnerabilidad y estrategias de supervivencia de familias que han emigrado de manera forzada desde el sur de Sinaloa. Por su parte, Salazar, Mendoza & Raesfeld (2020), señalan que existen datos cuantitativos que, pese a ser limitados e insuficientes, permiten visualizar transformaciones en las dinámicas familiares a partir del registro de la desaparición forzada de un integrante. En tanto, Garza (2017) analiza la participación política de las familias en casos de desapariciones forzadas en Guerrero, donde se exponen las motivaciones y desmotivaciones más relevantes de familiares para un actuar político y colectivo que demanda la búsqueda de sus seres queridos desaparecidos.
Sobre la vulnerabilidad. Puntualizaciones pertinentes
Estudios como los de Cifuentes (2009) y Hernández & Grineski (2012) exponen el estado de vulnerabilidad de un individuo, grupo o comunidad cuando se encuentran expuestos a la violencia ejercida por grupos armados. Es importante señalar que la vulnerabilidad se agrava en ciertas condiciones sociales y políticas, especialmente aquellas en que la violencia es utilizada como un medio para garantizar una forma de vida y los medios de autodefensa son limitados (Butler, 2006).
El concepto de vulnerabilidad ha sido utilizado bajo diversas connotaciones, desde las características internas de un individuo o grupo social hasta los riesgos que existen en el entorno (Barahona, 2006). De acuerdo con Moser (1996), la vulnerabilidad es un concepto dinámico por ser parte del proceso de cambio en la capacidad de los individuos, grupos domésticos y comunidades, para responder a estímulos externos, así como a su capacidad de recuperación.
La vulnerabilidad puede estudiarse desde dos principales dimensiones: 1. Vulnerabilidad antropológica, entendida como una condición de fragilidad propia e intrínseca al ser humano (biológico y psíquico). 2. Vulnerabilidad social: la que se deriva de la pertenencia a un grupo, género, localidad, medio, condición socioeconómica, cultura o ambiente que convierte en vulnerables a los individuos (Feito, 2007). La concepción que más nos ocupa sería la relacionada con lo social. Al respecto, Blaikie, Cannon, Davis & Wisner (1994) enfatizan que la vulnerabilidad social se determina de acuerdo con las características que definen la capacidad de un individuo o grupo para enfrentar, resistir o recuperarse de un evento negativo.
Adger (2006) expone que en gran parte del mundo las experiencias de vulnerabilidad tienen una estrecha vinculación con la percepción de inseguridad. En tanto, Pérez (2005), dice:
…vulnerabilidad nos refiere a la noción de inseguridad, ya sea que se manifieste como una debilidad, o una exposición en condiciones de desventaja, una posibilidad de daño a la integridad física, psicológica o moral de la persona, e inclusive la exposición a un Estado de derecho violatorio de derechos y garantías fundamentales. (p. 850)
Para Hopenhayn (2001) la vulnerabilidad puede percibirse en las potenciales víctimas de la violencia delictiva de manera sintomática, ya que realizan cambios en sus itinerarios, se recluyen en espacios privados o invierten recursos en dispositivos de protección; el temor es representado de forma considerable en sus vidas cotidianas. Para las víctimas directas de delitos violentos, la vulnerabilidad puede hacerse presente, incluso, después de estas experiencias, debido a la situación emocional que experimentan, ya que esta les provoca una incapacidad de utilizar recursos psicológicos habituales. En este sentido, la fragilidad emocional que representa a las víctimas puede ser un determinante para ser vulnerable, incluso a otros delitos (Echeburúa, De Corral & Amor, 2005).
Sobre la dimensión social de la vulnerabilidad, Feito (2007) añade la existencia de “espacios de vulnerabilidad”, los cuales refieren a condiciones desfavorables o centros de confluencia de amenazas potenciales, que en palabras del autor: “exponen a las personas a mayores riesgos, a situaciones de falta de poder o control, a la imposibilidad de cambiar sus circunstancias, y, por lo tanto, a la desprotección” (p. 11). En este sentido, se coincide con Busso (2001) cuando señala que la vulnerabilidad “… es entendida como un proceso multidimensional que confluye en el riesgo o probabilidad del individuo, hogar o comunidad de ser herido, lesionado o dañado ante cambios o permanencia de situaciones externas y/o internas” (p. 8).
En el presente estudio se reconoce la noción “espacios de vulnerabilidad” y el proceso multidimensional de la vulnerabilidad para analizar las reconfiguraciones de las familias desde dos dimensiones: la vulnerabilidad a la que fueron expuestas las familias y los fac- tores y espacios de vulnerabilidad que siguen facilitando su exposición a una continua violación de sus derechos.
Método
La arquitectura metodológica utilizada en este estudio es de corte cualitativo y tiene un enfoque fenomenológico. El interés del autor en conocer las reconfiguraciones que ocurrían en las familias y los espacios de vulnerabilidad a los que se enfrentaban se centró en la experiencia de estas a través del análisis de las narrativas de los participantes. Se hizo uso de una guía temática que facilitó orientar las conversaciones en torno a dos ejes primordiales: las reconfiguraciones y los espacios de vulnerabilidad. La categorización contempló aspectos emergentes que se identificaron distantes al objeto principal del análisis. Los criterios de inclusión de quienes participaron respondieron a las siguientes características: mayores de 18 años, que en su familia hubiese integrantes desaparecidos en el Estado de Tamaulipas, en un periodo de 15 años, que respondieran a la invitación de participar en el estudio. El contacto se hizo a través de la técnica de la bola de nieve. Se contó con 14 personas, diez corresponden al sexo femenino, con un rango de edad entre los 33 y 72 años, en ocho casos las familias son originarias y residentes del Estado de Nuevo León. En los otros seis casos, las familias residen en el Estado de Tamaulipas. La duración de las entrevistas osciló entre 60 y 90 minutos, fueron audiograbadas, transcritas y, posteriormente, analizadas con el auxilio del software MAXQDA, versión 12. Los aspectos éticos consideraron proporcionar un consentimiento informado, garantizar confidencialidad y emplear medidas de contención para los participantes en caso de necesitarse.
Análisis de los resultados
El quebrantamiento familiar y los contextos de desaparición
Los Estados de Tamaulipas y Nuevo León tienen relaciones económicas y sociales cercanas, debido a su posición geográfica. En los últimos años, estos territorios han sido óptimos para el desarrollo del narcotráfico. Su cercanía con los Estados Unidos de América convierte a la región en un punto estratégico para el tránsito de drogas (Acharya, 2011; Gómez & Almanza, 2016). Además, Vásquez y Corrales (2017) argumentan que dicha localización geográfica crea las condiciones para que los grupos del narcotráfico se disputen los territorios y los accesos al país vecino.
De manera puntual, Sandoval (2012) explica que los enfrentamientos armados suscitados en Tamaulipas tuvieron un impacto sobre Nuevo León durante 2010; asimismo, para Mastrogiovanni (2014) y Reveles (2015), muchas de las desapariciones registradas en Tamaulipas están relacionadas con eventos de violencia generados por grupos del narcotráfico. Las desapariciones en esta ciudad han ocurrido dentro del marco de una paradoja, ya que el aumento de la violencia trajo consigo el incremento de la presencia de las Fuerzas Armadas, lo que tradujo en violaciones a los derechos humanos y la desaparición de personas, tanto por agentes del Estado como por agentes del crimen organizado y en muchos de los casos por la colusión entre ambos (Ansolabehere, Frey & Payne, 2019).
Los contextos de desaparición padecidos por los participantes son complejos y diversos, cada caso es caracterizado por situaciones adversas y de clara vulnerabilidad; no obstante, existe un factor común: las desapariciones ocurrieron en el Estado de Tamaulipas. Dentro de los casos de familias neolonesas, cinco desapariciones se suscitaron cuando las personas se encontraban laborando (ya sea que su lugar de trabajo se ubicaba en el Estado de Tamaulipas, o bien se les había asignado realizar una actividad laboral en este Estado), en otros tres casos, las desapariciones ocurrieron cuando transitaban por carreteras tamaulipecas. Para las familias, la percepción de inseguridad y miedo al viajar a este Estado ya estaba presente, así lo expresa Camila cuando narra la desaparición de su hijo:
“…le dije: -no, no me gusta que salgas fueras, menos esa ciudad-, pero él insistió y dijo -nomás en lo que se alivia ella, ya después busco trabajo en una fábrica-; pues, yo no estuve muy de acuerdo, pero no me quedaba de otra, él tenía que trabajar, y por eso se fue a trabajar a Reynosa, se fue a trabajar con este” [contratista]
En concordancia con el estudio de Hernández-Hernández (2019), donde expone que muchos jóvenes son reclutados por grupos delictivos vinculados con el narcotráfico, fue posible identificar que algunas desapariciones jóvenes de sexo masculino también se atribuían al reclutamiento local de grupos vinculados con el narcotráfico de la zona. Así lo expone Mariano:
Yo le decía a mijo: -aléjate de esas amistades, tu eres gente buena, esos huercos ya están bien maleados y nada más andan sonsacando-. Mijo me hizo caso, pero aun así se lo llevaron y ya, ya no supe donde me lo dejaron.
Dentro de las narrativas de los participantes que se radicaban en la frontera tamaulipeca, se señala que la mala infraestructura de la región y su crecimiento desordenado fue un “caldo de cultivo” que expuso a los jóvenes a crecer sin espacios recreativos y que ello facilitó que algunos de ellos se incorporaran más rápido a grupos criminales, donde encontraban espacios de convivencia y “camaradería”. Y quienes no se incorporaban eran desaparecidos, asesinados u obligados. Ariel comenta:
Esa ciudad es flotante ¿sabe a qué me refiero? Mucha gente de fuera llegó ahí, pero nosotros, nosotros somos de ahí mero, pero mírenos, desplazados y con todo perdido. Mire, la cosa estuvo así, en un momento a otro ya no éramos miles de habitantes, de un año a otro fuimos más de un millón, la ciudad creció a lo loco, casas y casas, ah, pero pregúnteme si hicieron escuelas y parques, nada, nada de eso. Entonces ¿Dónde se iban a distraer los muchachos? Y sin los ojos de los padres sobre ellos, mejor encontraban compañía y entretenimiento con los mañosos. Y quien no se alineaba, pos lo mataban o lo desaparecían.
El impacto de la desaparición sobre las familias fue agudo durante los primeros meses. Se experimentaron sentimientos de miedo, angustia, impotencia, desesperación, desesperanza, coraje y enojo. En algunos casos se apreció la imposibilidad para dejar de llorar, dormir o alimentarse; esto último ha sido señalado como características propias de quienes viven una experiencia traumática (Echeburúa, De Corral & Amor, 2005). Luciana comparte:
...es una angustia terrible, es algo que […] unos sentimientos que no, no, Dios Santo […] no, no qué desesperación, nunca me imaginé estar en algo así […]. Te sientes impotente porque ¿qué puedes hacer? Es una cosa que, a nadie se le desea.
De acuerdo con Sanz (2014) la experiencia de vivencias traumáticas incide en el aumento de tensión y angustia en las personas; asimismo, señala que el recuerdo de lo sucedido siempre será parte de la vida de las víctimas y no se borrará de su memoria. En este estudio se encontraron elementos que permiten coincidir con el autor; las familias viven en constante tensión y angustia. Aun cuando los años han pasado, los hechos en torno al suceso violento no son olvidados.
Estos recuerdos son acompañados de sentimientos dolorosos crónicos, en algunos casos, existe una percepción de haber podido evitar el suceso y eso les genera culpa. Los sentimientos de culpa identificados fueron observados sobre todo en las madres de personas desaparecidas; desde su sentir, ellas consideran que a su alcance se encontraban posibilidades para evitar el suceso violento.
Es posible observar que las familias experimentan un duelo ambiguo; en éste las personas perciben a la persona ausente físicamente, pero presente psicológicamente (por lo regular son procesos largos y difíciles de cerrar) (Cabodevilla, 2007). Así lo expresó Sabina, su esposo fue desaparecido desde años atrás y ella continua bajo una constante incertidumbre; además, su mundo social lo habían desarrollado juntos desde muy jóvenes, tenían los mismos amigos y en su tiempo libre hacían todas las actividades juntos, Sabina comparte que los sentimientos de frustración y tristeza le acompañan día a día.
En concordancia con Yoffe (2007), el apoyo social y el apoyo de familiares que las personas reciben puede tener efectos positivos en sus procesos, además de incidir sobre su salud física y emocional, pues se abren posibilidades para estar más conectados con sentimientos positivos, con el presente y con otros seres queridos. Bajo esta consideración y en contraste, se observa que, en el caso de Luciana, las pocas redes sociales con las que cuentan, el distanciamiento con algunos miembros de su familia son una suma para sentirse desolada y triste:
… porque la verdad con mis hermanas nunca platico ni siquiera como estoy platicando con usted, ni con mis papás, ni con mi hijo Adrián, ni con mi nuera, no. Me han visto llorar, pero nadie sabe la cantidad que yo lloro […] nada más es que a uno, se le va acabando la vida.
La situación emocional de las familias también se ve afectada por vivir bajo un constante estado de alerta. Al respecto, Echeburúa, De Corral & Amor (2005) exponen que las personas afectadas por estos eventos se encuentran permanentemente bajo este estado, viven atormentadas con un sufrimiento constante y no controlan sus emociones ni pensamientos. Esta situación se puede identificar el siguiente testimonio:
…vas caminando y sientes que ya te siguen, tú vas con tu pinche tristeza, tu impotencia y coraje, cargando al mundo encima, porque los problemas se te multiplican, súmale que sientes que también te van a levantar […] mi esposa también siente lo mismo (Ariel)
En algunas familias se reconoce la necesidad de auxilio terapéutico que les ayude, tanto a detener los pensamientos, como a procesar los sentimientos de enojo y dolor. Sin embargo, expresan que las terapias no resultan efectivas; sobre todo, cuando hay una insistencia por vivir un proceso de duelo ante una pérdida que es ambigua. Para otras familias, el reconocer la necesidad de hablar y superar los sentimientos de dolor es un tema que no es abordado “…las víctimas tienden a no compartir con otras personas estos dolorosos recuerdos (como consecuencia de la actitud evitativa y del temor a la reexperimentación), sino que las sufren solas” (Echeburúa, De Corral & Amor, 2005, p. 342). Graciela comparte:
…mi esposo me dice -ya no me digas nada, no quiero recordar nada- pero yo lo veo llorar.
Los participantes también comentaron que hablar con otras personas sobre cómo se sienten o compartir las experiencias vividas es complejo. Señalan que a las personas les incomoda escuchar, no están dispuestas o no alcanzan a comprender la situación. En concordancia Uribe (2003) argumenta que expresar los sentimientos y compartirlos con otros es difícil, y que esto se complejiza en situaciones bélicas y conflictivas, cuando las sociedades están escindidas y existe un entorno permeado por el miedo; además, no sólo es que las víctimas no quieran hablar, es que casi nadie las quiere oír; existe indiferencia, miedo o incomodidad con las palabras que evidencian la vulnerabilidad de la víctima.
Desde la percepción de las personas participantes, el hecho de haber sido víctimas de la violencia vinculada con el narcotráfico generó miedo en los vecinos y la familia extensa. Acorde con los testimonios que se comparten, las familias no sólo enfrentan los diversos impactos que la violencia directa provoca, sino que también enfrentan la segregación de sus círculos sociales cercanos, a causa del temor que su caso infunde en las otras personas. Ruiz (2006) señala que el miedo a la victimización afecta el tejido social y reduce el capital social.
Las desapariciones provocaron un evidente deterioro de la salud en diversos integrantes de las familias, las enfermedades físicas y mentales más señaladas fueron: diabetes, hiper- tensión, presión alta, colitis nerviosa, fibromialgia, arritmia cardiaca, dolores intensos de cabeza, trastornos del sueño, estrés, ansiedad y depresión. En algunos casos, la depresión y los altos niveles de ansiedad provocaron un tratamiento medicado; asimismo, también fue expuesto que, en ocasiones, ante el paso de los años, las enfermedades se intensifican debido a la incertidumbre:
Sí, de hecho, yo me enfermé de tiroides, presión alta, taquicardia, depresión, tuve que tomar medicamentos […] este es un dolor que te late día con día, te late cada vez que respiras, cada vez que respiras tienes el dolor, tienes el dolor en tu corazón. (Linda)
En las familias identificaron que los menores de edad se veían afectados psicológicamente, algunos se retraían, se aislaban y se distraían con facilidad, otros lloraban y se desesperaban. Coral y Sabina comparten:
…los niños, son lo que más le sufren, extrañan a su papá, y a veces no hallas como sacarlos de la oscuridad, porque es una oscuridad que les rodea, bien feo. (Coral)
… la maestra me decía, pues el niño como que no habla mucho está muy distraído, pensativo, como que quiera o no, este hecho le ha afectado a él. (Sabina)
Sin duda, el tema de la niñez y adolescencia afectada por el fenómeno de la desaparición es una deuda por atender desde muchos ámbitos. Es preciso escuchar sus voces y hacer eco de ellas. Lo cual se convierte, de forma ineludible, en un reto urgente.
Dentro de este estudio, se aprecia un importante deterioro en la salud mental en algunos integrantes de las familias, en muchos de los casos, la asistencia psiquiátrica ha sido necesaria. Los testimonios siguientes lo sustentan:
… yo de hecho fui medicada, tomé tratamiento psiquiátrico a raíz de la desaparición de mi hijo. Tomé antidepresivos, ya no tomo pastillas para dormir, pero las tome mucho tiempo. (Linda)
A mi nuera, pues aparte de mi hijo también perdió a su hermano, a ella le dio una crisis nerviosa, estuvo en un psiquiátrico, tomó medicamentos y todo, a ella se le cargó más cuando él faltó y poco después murió su mamá […] estuvo dos veces en el psiquiátrico. (Luciana)
Algunas de las personas entrevistadas expusieron que existe una indiferencia respecto a mantenerse en un estado de salud saludable, que las sensaciones de querer morir son recurrentes y que estas sólo son interrumpidas por el deseo de saber sobre el paradero de sus seres amados, o bien, cuidar a los demás integrantes de la familia.
Para Echeburúa, De Corral & Amor (2005) y Madariaga (2006), las personas que han vivenciado sucesos traumáticos pueden desarrollar adicciones. Algunos participantes comentan el desarrollo de problemáticas relacionadas con adicciones que surgieron en integrantes de las familias después de la desaparición del ser querido. Rosario y Linda comparten:
…su problema es el alcohol, no puede salir, por más que tratamos de ayudarlo, para él es como tomar agua, lo necesita todos los días. (Rosario)
Mi hijo menor empieza a drogarse meses después de lo que pasa […] ya perdí un hijo y no quiero perder al otro. (Linda)
Dado lo anterior, se reconocen los diferentes espacios de vulnerabilidad que las familias han padecido y los principales impactos que la desaparición de sus seres queridos les genera. Se concuerda con Palacio (2004), cuando expone que los contextos de violencia inciden en las condiciones que configuran los espacios de convivencia y sobrevivencia que le son propios al grupo familiar, pues permea y redefine relaciones y prácticas internas; además, estas condiciones pueden provocar otras formas de organización y, como consecuencia, otros matices y conectores con la vida social. En este sentido, se desarrolla el siguiente apartado.
Reconfiguración familiar ante una vulnerabilidad que no desaparece
Al hablar sobre reconfiguraciones obligadas, es preciso hacer énfasis sobre la tipología de estructura familiar, la cual se entiende como “La manera en cómo se conforma una familia y le da origen a su composición… lo cual permite (en teoría) identificar a sus integrantes conforme a lazos de filiación, parentesco o afinidad”. Por consiguiente, se contempla que “…los cambios por adición o sustracción de miembros modifican dicha tipología y afecta el funcionamiento interno de la familia…” (López & Londoño, 2007, p. 39). Se reconoce el surgimiento de nuevas formas de organización familiar que responden a un contexto donde ocurren eventos complejos relacionados con entornos violentos (Ayarza, Villalobos, Bolívar, Ramos, Rentería, Arias & Vanegas, 2014). La reconfiguración de las familias a partir de un suceso violento dista de ser un proceso mecánico, pues la vida cotidiana y su sentido de convivencia se ve permeada por diversos comportamientos que refieren a sentimientos de miedo, vulnerabilidad, confusión, frustración, entre otros (Palacio, 2004).
Dentro de las reconfiguraciones familiares fue posible ubicar aquellas donde existieron cambios sobre la figura de autoridad, roles asignados y el papel de proveedor. Por ejemplo, la familia de Sabina estaba constituida por su esposo, sus dos hijos y ella; los cuatro habitaban una casa rentada. Su esposo era, hasta antes de su desaparición, el principal proveedor económico y ambos figuraban como autoridad ante sus hijos y juntos tomaban las decisiones sobre distribución de gastos, educación y cuidado. Después del suceso violento, Sabina padeció una depresión severa y no le fue posible hacerse cargo de la manutención de su familia; por lo que después de aproximadamente cuatro meses recurrió a sus padres y volvió a habitar la casa de éstos. Con el paso del tiempo, las relaciones se modificaron; el padre de Sabina se convirtió en el principal proveedor, pese a que ella ha tratado de contribuir en la economía (a través de ventas por catálogo). Incluso, la educación y disciplina de sus hijos no depende totalmente de ella, lo cual le genera sentimientos encontrados que transitan del agradecimiento hacia el descontrol; además, el hecho de que sus familiares tengan sus propios espacios le produce incomodidad y el anhelo por su posición familiar anterior.
Acorde con el testimonio anterior, es posible identificar que la reconfiguración de esta unidad familiar nuclear hacia una unidad familiar extensa responde a los vínculos de afecto y solidaridad de los padres hacia la hija; además, se visualiza como una opción para satisfacer las necesidades en torno a la economía. Sin embargo, la reconfiguración provocó cambios en la cotidianidad y en su rol dentro de la familia, debido a la pérdida de la jefatura familiar, donde la toma de decisiones se vio afectada e incidió en la dinámica original, lo que generó en Sabina constante tensión y la percepción de una pérdida de autonomía.
El caso compartido por Linda ofrece otra perspectiva. En el momento de la desaparición de su hijo, la familia estaba organizada como una unidad nuclear, siendo el esposo el principal proveedor económico (posición que se mantiene vigente); uno de sus hijos ya estaba casado y vivía con su esposa e hijos en otra casa. Un par de meses después del suceso, Linda entró en una severa depresión, lo que afectó de manera importante su salud mental; los miedos, sentimientos de vulnerabilidad y la incertidumbre constante fueron razones para solicitar a su hijo casado que viviera nuevamente con ellos; asimismo, le pidió a su hermana (quien también tenía una familia con una organización de tipo nuclear) que también se mudara con su familia. Linda dividió su casa en tres secciones y las tres familias cohabitan; cada una es responsable de su ingreso económico y entre éstas comparten los cuidados dirigidos a los menores.
Ambos casos exponen dos situaciones contrapuestas, pues a diferencia del caso de Sabina, para Linda esta forma de reestructuración significa una posibilidad de reducir sus sentimientos de vulnerabilidad, aumentar el acompañamiento y potenciar los recursos afectivos; sin embargo, se observa que esta diferencia tiene que ver con el rol que desempeña en su familia, pues éste no cambió; la jefatura se mantiene, ella sigue tomando decisiones y representa una figura con autoridad.
A pesar de las reconfiguraciones ya señaladas, las familias no están exentas de padecer estragos en su economía. Por una parte, se encuentran las familias que sufrieron extorsiones, quienes comparten que sus vidas se transformaron, pues sus negocios disminuyeron o desaparecieron, surgieron deudas y la extorsión eliminó sus ahorros; además, su interés se centraba en acciones de búsqueda, más que en mantener su economía. Por otra parte, se encuentran otras familias que se vieron afectadas, porque el suceso violento incidió sobre la salud de los principales aportadores económicos; en este sentido, la economía se vio reducida al responder a los gastos que se generaban por la búsqueda de sus hijos y la atención médica. En otros casos, se padecía la falta de ingreso cuando dejaban de trabajar por dedicar más tiempo a las búsquedas. En otros casos, la presión económica surgió principalmente porque en sus familias la persona desaparecida era el principal aportador económico.
Algunas familias están conformadas por personas mayores (se hace referencia a las madres y padres de las personas desaparecidas), lo cual limita sus posibilidades de generar recursos económicos. En algunos casos, se suma la adquisición de nuevas responsabilidades respecto a la manutención y crianza de sus nietos (en los casos donde los padres han sido desaparecidos), lo que claramente ha incidido en la reconfiguración familiar.
Acorde con algunos de los testimonios colectados, el suceso violento no sólo provocó reconfiguración, sino también unión familiar, pues existía una apremiante necesidad de apoyarse emocionalmente. Dicha unión respondió principalmente a los primeros meses de ocurrido el suceso; posteriormente, surgieron modificaciones en la relación familiar; las modificaciones respondían a dos principales vertientes: 1) tener más comunicación y ser más unidos, y 2) perder comunicación y distanciarse. Las familias que tendieron a tener más comunicación expusieron que la oportunidad de expresar cómo se sentían y discutir las necesidades más apremiantes les permitían tener acercamiento; en tanto, quienes señalaron la tendencia a distanciarse y perder comunicación lo atribuyeron a lo traumático del hecho violento y al cambio de dinámicas. Lo anterior es reflejado en el testimonio de Andrés (quien busca a sus dos hijos y fue desplazado junto con su esposa e hija) y Lucero (quien busca a su hijo y quedó a cargo de sus dos nietos adolescentes):
Nosotros sí tenemos comunicación, mucha diría yo, pero más, más, la tienen mi esposa con mi hija, yo creo también se debe a que acá estamos muy solitos …(Andrés)
Yo les hablo y les hablo, me desvivo por ellos, pero ellos se encierran en el cuarto, y si me pongo recia y me meto, se quedan en su celular, perdidos, perdidos los huercos chingados. El mayor me dijo hace unos días: -para qué quieres hablar, si nomas te la pasas extrañando y llorando-. (Lucero)
Dentro de las reconfiguraciones existe una tendencia en fortalecer la comunicación entre las mujeres de la familia, pues se expone que es más fácil expresar entre ellas cómo se sienten y con los hombres se señala que existe una incapacidad para escuchar el dolor.
Yo siento que al perder a mis hijos me distanció de él y él se distancio de mí. Siempre antes andábamos juntos en todos lados, pero ahora con el trabajo, o sea yo, yo me avoqué más al quehacer de la casa, quería sentirme ocupada [la participante llora]. Mi esposo dice -ya no convivimos como antes- y yo le digo -ya mero, ya mero- como si necesitara tiempo. (Graciela)
Pues nuestra relación ha cambiado bastante, él me echa la culpa, me dice que para qué me dormí, que yo hubiera metido a Carlos, que yo tengo la culpa, yo también le echaba la culpa, pero desde que recibí tratamiento psicológico ya no, la relación entre él y yo no, no […] Ya no somos cariñosos, claro que sí nos afectó. (Linda)
Es posible observar que las reconfiguraciones de la familia también están relacionadas con las diferentes formas en que viven la pérdida ambigua, con su salud tanto física como emocional y con las reestructuraciones familiares. Se coincide con Gómez (2016) cuando comenta que los contextos de violencia y las violaciones graves de derechos humanos dejan cicatrices que perduran en todas las áreas de la vida familiar y sus miembros; en este sentido, el autor argumenta que para indagar estos efectos sobre las familias es necesario explorar: el nivel de tensión y conflicto emocional de los miembros; las relaciones al interior del grupo y los cambios en las dinámicas y de los roles.
La capacidad de la familia para mantener el sentido y significado de la unidad familiar tiene que ver con una especie de equipaje emocional que se convierte en una herramienta para la superación a la vulnerabilidad y producción de la resiliencia (Palacio, 2004). Al respecto, Lolita comparte:
…me sentía deprimida, triste, como que no era yo, no tenía ganas de ver a nadie, [la participante llora], quería llorar yo sola, quería gritar yo sola, pero no podía, pues, no podía porque, pues uno, que, porque mi esposo no se vaya a enfermar, que, porque el niño no se sienta mal, entonces todo eso, todo eso guarda uno, verdad.
La represión de sentimientos también se observa en algunos hombres de las familias, Luciana y Mario comentan:
¿Cómo te diré? Tú lloras, tú te sientes triste, pero ellos, pues no sé, son más callados más así. (Luciana)
¿Qué te digo? No me gusta hablar de cómo me siento, con nadie, de verdad, con nadie. Mis hijas me dicen: -es que te cierras mucho papá- no es que me cierre, es que no puedo cargarles más mi dolor. (Mario)
Reprimir los sentimientos no auxilia sobre sus procesos, es importante puntualizar que “…escuchar la verdad del otro, su dolor y su sufrimiento, sus razones de venganza y de violencia, puede contribuir significativamente a relativizar el propio sufrimiento, a resignificarlo…” (Uribe, 2003, p. 18).
Tamaulipas: búsquedas entre gritos silenciados
Acorde con Soria, Orozco, Peñaloza y Rosas (2014), dentro del clima de violencia que atraviesa México, las personas se enfrentan a nuevas pérdidas que les resultan avasalladoras, masivas e incomprensibles; además, estas pérdidas inciden en un sentido de vulnerabilidad. Cuando una sociedad padece altos niveles de violencia existe un impacto sobre la confianza y credibilidad de las instituciones gubernamentales a cargo del orden público; en este sentido, Luhmann (2005) señala que el peligro es un elemento exógeno que provoca tensión sobre la confianza depositada sobre las esferas simbólicas garantes de seguridad.
Para Solimano, Saéz, Moser & López (1999), la violencia disminuye la credibilidad sobre la gobernabilidad de muchas instituciones, pues la constatación de la impunidad y la constante violación a los derechos humanos no dan lugar a la confianza en éstas. De forma similar, Cruz (2000) señala que los altos niveles de violencia inciden en una erosión sobre la confianza en las instituciones encargadas del orden, debido a que se ven sobrepasadas. Los habitantes dejan de confiar cuando se sienten vulnerables y que las instituciones no tienen la capacidad para protegerlos o bien son parte de la misma violencia.
Los casos de desaparición en Tamaulipas han sido denunciados, tanto en ese Estado como en el Estado de Nuevo León. En muchos de los casos las familias se han trasladado a Tamaulipas para realizar, por su propia cuenta, averiguaciones. En otros casos, las familias han tenido que hacer las denuncias en otras ciudades por temor a ser nuevamente vulnerados; sin embargo, señalan que esta opción no es la mejor, debido a que se prolongan las acciones de averiguación. No obstante, de acuerdo con los testimonios, denunciar en Tamaulipas pone en riesgo a las personas y a las familias. En uno de los casos se expuso que integrantes de una familia fueron amenazados por miembros del grupo delictivo dentro de las instalaciones de la Procuraduría General de la República (PGR) de la ciudad de Reynosa, justo un momento antes de interponer la denuncia; no obstante, procedieron con ésta.
De acuerdo con el relato de Graciela, las investigaciones en Tamaulipas han sido ágiles, pero no efectivas, debido a que se ha investigado tanto en las propiedades de los investigados, como en ranchos cercanos al lugar donde desapareció su hijo y en fosas clandestinas, pero aún se desconoce el paradero de su hijo. Para Sabina, el trabajo entablado entre el Gobierno de Tamaulipas y el Gobierno de Nuevo León, sobre los casos de desaparición de neoloneses en Tamaulipas, ha ocurrido gracias a la intervención de la sociedad civil y el esfuerzo del grupo formado por familiares de desaparecidos; en su caso, ella ha viajado a Reynosa, pese a la violencia, a colocar carteles (emitidos por el Gobierno tamaulipeco) donde se anuncia una recompensa para quien otorgue información de su esposo.
Los casos expuestos y los datos colectados para contextualizar este estudio permiten visualizar a Tamaulipas como un Estado donde existe un evidente quiebre del orden público; la violencia entre los diferentes bandos del narcotráfico ha posicionado, tanto a sus pobladores como a quienes toman la decisión de transitar o laborar en esta región, en situaciones de vulnerabilidad sin precedentes.
Se puede constatar que existe una pérdida de confianza en las autoridades y en las Fuerzas Armadas. Las razones van desde el hecho de haber sido vulnerados por una violencia a la que se mantenían ajenos; por la falta de acciones asertivas en cuanto se les solicitaba asistencia y apoyo, y por la percepción de corrupción de las instituciones y su posible relación con los grupos delictivos. Se hace visible que no existen estrategias gubernamentales asertivas que permitan mantener a salvo a la población y que la vulnerabilidad se agudiza cuando los grupos delictivos están coludidos con las instancias de seguridad. Las familias afectadas por la violencia y desapariciones no cuentan con bases sólidas que les permitan justificar el contexto de guerra en el que se han visto inmersos y mantener una confianza sobre las instituciones que deberían ser garantes de la seguridad.
Conclusiones
Los espacios que se abren dentro de la investigación social, para otorgar continuidad y profundizar sobre la generación del conocimiento con referencia a este tema, son diversos. La población, en general, se encuentra bajo una posición vulnerable y se requiere una intervención gubernamental de carácter urgente. En este sentido, este artículo se convierte en una invitación para generar conocimiento sobre el tema que permita establecer precedentes para acciones orientadas a su atención. La atención a las víctimas de esta violencia no está sujeta a prórrogas y debe reconocer los efectos diferenciados que se generan sobre hombres, mujeres, menores y ancianos, pues aun cuando tienen en común la violación de los derechos humanos, presentan diferencias en cuanto a la especificación de sus vulnerabilidades, necesidades y posibles potencialidades para la reconstrucción de sus proyectos de vida.
Las familias afectadas por esta violencia fueron vulneradas en sus espacios laborales, sociales y familiares. Los sucesos violentos provocaron condiciones que erosionaron su condición humana, en algunos casos fracturaron sus relaciones familiares y sociales, como sujetos de derechos volvían a ser trastocados de manera violenta cuando demandaban atención a las instancias judiciales e instituciones de seguridad. La vulnerabilidad no desaparece de sus vidas porque una vez que en las familias se ha padecido el secuestro, la desaparición o el homicidio de algún integrante se sufren transformaciones difíciles de sobrellevar; además, las condiciones que representan inseguridad siguen vigentes. Ante las constantes prácticas violentas por mantener control territorial entre los grupos vinculados con el narcotráfico, la crisis institucional de las Fuerzas Armadas, la pérdida de legitimidad por parte del Estado, las posibilidades para que la población en general pueda percibirse segura, se tornan complejas.
Asimismo, es importante puntualizar dos aspectos: 1) la depresión y la ansiedad son una constante en diferentes integrantes que se padece por periodos prolongados 2) en los casos de desaparición, las enfermedades se agravan en relación con los sentimientos generados por la incertidumbre. Se debe reconocer que los actos de esta violencia tienen una fuerte incidencia sobre la salud de las víctimas y, en consecuencia, su atención y tratamiento necesita posicionarse en la agenda pública.
Entre las transformaciones que se observan en las familias se encontró que los trastornos económicos tuvieron incidencia; no obstante, las personas participantes expresan que estos si bien han generado transformaciones éstas no les son relevantes. En contraste, se aprecia que las familias son principalmente afectadas por la imposibilidad de elaborar el proceso de duelo, donde los sentimientos y las emociones desarrollan un papel importante. Es de notar que en los casos de desaparición los procesos se ven muy afectados ante la incertidumbre de conocer el paradero de quien ha sido desaparecido.