Introducción
Santiago de Cali es una ciudad colombiana conocida por su potente caudal de expresiones culturales relacionadas con la música, las artes escénicas, el cine, la literatura y el patrimonio inmaterial, sectores que acompañaron la trasformación de una villa de treinta mil habitantes, iniciando el siglo XX, a una movida metrópoli de 2.2 millones de pobladores. Entre las décadas del 60 y 70, la ciudad tuvo el primer auge de las expresiones culturales con el inicio de la Feria de Cali (1957), con Caliwood y con su Grupo de Cali;1 posteriormente vendría el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez (1996), el Festival Mundial de la Salsa (2006), el Festival Internacional de Ballet (2007), la Bienal Internacional de Danza de Cali (2013), la Feria del Libro de Cali (2015) y un largo etcétera de manifestaciones2 que condensan la ecléctica cultura caleña.
Es preciso señalar que la ciudad es importante en el plano cultural no solo por sus dorados año de Caliwood, por sus músicos que nutrieron el ambiente cultural en los 70 y 80 o por su cultura monumentalizada en sendos eventos musicales y dancísticos, sino más bien por la nutrida suma de expresiones que constituyen la cultura caleña. La caleñidad, planteó Jiménez (2019), es la condensación histórica de los procesos sociales, políticos y económicos del pacífico colombiano, con las férreas jerarquías socioeconómicas que sostienen una estructura vertical, donde predomina una hegemonía cultural blanco-mestiza que determina el devenir de la ciudad (Barbary, 2004). Es de recordar que Cali es producto de un proceso de migración circular3 (Urrea, 2012; Urrea et al., 1999, 2018), donde raudales masivos de afros, indígenas y mestizos, expulsados por el conflicto armado y empujados por las condiciones críticas de todo el andén pacífico, se desplazaron a Cali a lo largo del siglo XX.
Esta población, más permanente que flotante, nutrió la diversidad social, étnica y cultural de una ciudad gravitante alrededor de la elite blanco-mestiza (Barbary y Urrea, 2004). En una especie de torre de Babel, la estructura social caleña comenzó a sostenerse por un conjunto de símbolos culturales conformado en buena medida por las gentes del pacífico costero e interandino, un proceso en el que eventos culturales como la Feria de Cali o el Festival de Música Petronio Álvarez se elevaron como los símbolos de una cultura monumentalizada, que a la postre sirvió de argamasa de las densas capas de una ciudad fuertemente jerarquizada étnica, económica y socialmente. No solo esto, los millares de habitantes del Pacífico que fueron succionados por la coyuntura de violencia armada y que fueron expectorados en Cali convirtieron a esta ciudad en un epicentro sociocultural del Pacífico colombiano y la dotaron de un fuerte componente cultural propio de las comunidades que integran esta diáspora, dejando como uno de los principales resultados una ciudad que navega entre las mieles del multiculturalismo, pero también entre las hieles de la exclusión sociocultural.
Así, se puede decir que Cali es una sola y, a la vez, dos ciudades distintas. Como diría Andrés Caicedo, Calicalabozo es, por una parte, un espacio multicultural fruto de los masivos procesos migratorios en el suroccidente del país, que consolidaron un florido grupo de manifestaciones estéticas, artísticas y culturales que no tiene parangón en Colombia y Latinoamérica. Pero, por otro lado, es una urbe que refleja en su búsqueda por articularse a los engranajes mercantiles de la actual economía posfordista, la incapacidad del Estado para establecer los incentivos y las restricciones que estimulen la economía cultural y que sean capaces de generar condiciones de vida digna para los artistas. El análisis que se propone en este trabajo surge de la necesidad académica, política y social de entender esa Cali bifronte, ese espacio en reciente ebullición social, donde las políticas culturales podrían ser parte del problema, pero también de la solución; pues son las decisiones del Estado materializadas en políticas públicas las que, potencialmente, contribuyen a crear incentivos y restricciones que promuevan el bienestar o malestar en una comunidad.
La anterior premisa, rastreada desde la clásica economía política de Adam Smith (1994), pasando por el behaviorismo politológico eastoniano (Easton, 1969) y llegando hasta los novedosos planteamientos neoinstitucionalistas de Acemoğlu y Robinson (2012), fundamenta esta apuesta analítica. El presupuesto que desarrolla el presente trabajo es que las políticas culturales de Cali tienen unas características extractivas que se reflejan en la probada capacidad de producir riqueza monetaria a través del usufructo del plusvalor cultural (Alonso y Gallego, 2017; Alonso, Gallego y Ríos, 2010), pero así mismo en su incapacidad por distribuir estos réditos hacía todos los eslabones de la cadena productiva, especialmente en aquellos donde es más intensivo el uso de capital humano (Alonso y Ríos, 2011a); una característica patológica de la economía cultural que ha sido desentrañada por estudios clásicos (Baumol y Bowen, 1966) y que significaría la inexequibilidad del objetivo primordial de las políticas culturales, las cuales procuran contribuir al progreso socioeconómico de sus gentes a través del aprovechamiento mercantil de los bienes y servicios artísticos.
Sobre este supuesto, la investigación pretende responder cuáles son los lineamientos conceptuales que guían las políticas culturales en Cali y hacia dónde se dirigen estas; dos temas de suma actualidad en momentos en los que la economía del conocimiento, la economía creativa y las industrias culturales son los nuevos grandes sectores que jalonan las economías posfordistas, donde el conocimiento y la creatividad son el motor del desarrollo social en el marco del actual capitalismo cognitivo (Fumagalli, 2010; Sadin, 2018).
Para desarrollar la premisa y abordar los cuestionamientos planteados, se apropia un utillaje teóricamente sincrético compuesto de tres nociones: políticas culturales (Escobar, 1999; García Canclini, 1987), industria cultural (Adorno y Horkheimer, 1998; Departamento Administrativo Nacional de Estadística [DANE], 2019; Departamento Nacional de Planeación [DNP], 2010) e instituciones extractivas e inclusivas (Acemoğlu y Robinson, 2012). La ruta metodológica es cualitativa y consiste en un método hermenéutico, mediante el cual se opera una revisión documental de dos grandes fuentes: primero, la literatura académica referente a las políticas culturales en Cali y segundo, los documentos técnicos institucionales acerca de políticas culturales que se han constituido desde los entes gubernamentales nacionales, regionales y locales, de 2008 a 2021, debido a que en este periodo se acentúa el accionar político local en pro de las políticas culturales (Pazos, 2016).
Esta doble aproximación tiene la intención de contribuir a dilucidar cuál es el horizonte -u horizontes- de la cultura y su política en esta ciudad, aportando al análisis conceptual de las políticas públicas culturales en Cali y ayudando a ampliar el alcance crítico de las investigaciones sobre la economía de la cultura en Colombia. Para cumplir este objetivo, el artículo se divide en cuatro partes: en la primera se establecen los elementos metodológicos, en la segunda se presentan los resultados, en la tercera se propone la discusión y en la cuarta se expone una serie de puntos de llegada a manera de conclusiones.
Metodología
El método usado es de tipo cualitativo, pues se retoma la hermenéutica como aquella que permite conjugar “la explicación causal con la interpretación para aumentar la inteligibilidad multirreferencial, que tiene en cuenta la multiplicidad de significados e interacciones” (Hernández et al., 2014, p. 586). A partir de esta hermenéutica, se desarrolla una metodología de análisis documental que permitió realizar la selección, la sistematización, la descripción y el análisis que componen la revisión documental planteada, a través de la cual se estudiaron documentos provenientes de repositorios, de centros de investigación, de bases de datos especializadas y de entes gubernamentales locales, regionales y nacionales.
Si bien este análisis documental proporciona un amplio panorama del horizonte de las políticas culturales en Cali, es importante reconocer una serie de limitantes, entre las que se encuentra cierta dificultad para profundizar en otro tipo de elementos incidentes en las políticas culturales, tales como el conjunto relacional que forja las políticas culturales, las coyunturas políticas y económicas que influyen en las políticas culturales e, incluso, los discursos que están detrás de las políticas culturales; lo que podría ser proporcionado por enfoques metodológicos como el constructivismo, el análisis de coyuntura y métodos posestructuralistas, respectivamente. Aun con ello, este es un primer paso para que se abran caminos analíticos en relación con dicho tema, permitiendo que se recorran en futuros estudios otro tipo de rutas metódicas que ayuden a profundizar en el análisis de las políticas culturales no solo en Cali, sino en espacios multiculturales semejantes a esta ciudad.
El análisis documental hermenéutico permitió estructurar un proceso de selección, sistematización, descripción y estudio de documentos provenientes de repositorios, de centros de investigación,4 de bases de datos especializadas5 y de entes gubernamentales locales,6 regionales7 y nacionales8 desde 2008 hasta 2021. Tomando como base la guía para revisiones sistemáticas y metaanálisis PRISMA (Moher et al., 2015), se sistematizaron 105 documentos, 87 trabajos de investigación y reflexión (artículos de investigación y reflexión, trabajos de grado y posgrado, libros y documentos de trabajo) y 18 documentos técnicos institucionales (leyes, normas, decretos, resoluciones, acuerdos y planes). La revisión en bases de datos y repositorios estuvo encaminada por una búsqueda boleana que utilizó como tesauro las unidades analíticas de políticas culturales (García Canclini, 1987) e industrias culturales (Adorno y Horkheimer, 1998; DANE, 2019; DNP, 2010); para el caso de las bases de datos en habla inglesa, se emplearon los anglicismos cultural policy y cultural policies (entendiendo la triple connotación que tiene en inglés la palabra “política”).9
De igual manera, se usaron palabras clave complementarias en la búsqueda avanzada, por ejemplo: industrias culturales, economías creativas, economía cultural y economía del arte, así como sus pares en inglés: cultural industries, creative economics, cultural economics y economics of art; estas ayudaron a rastrear una mayor cantidad de trabajos que abordaban tangencialmente el tema y proporcionaron elementos fundamentales para construir las tendencias investigativas y de política pública hacia la cultura. Dada la elevada producción acerca de este campo de estudio, la búsqueda se enfocó en los trabajos sobre los lineamientos y las directrices conceptuales que habían dirigido las políticas culturales (no solo en el plano académico sino en el plano gubernamental), priorizando así las investigaciones que analicen casos concretos de políticas culturales en Colombia y el caso específico caleño.
Resultados y análisis
Con el objetivo de presentar la información, se toma como referencia el término de políticas culturales, definido como “el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales y obtener un consenso para un tipo de orden o transformación social” (García Canclini, 1987, p. 26). Este tipo de políticas es fruto de un “proceso generado cuando diferentes conjuntos de actores políticos, marcados por, y encarnando prácticas y significados culturales diferentes, entran en conflicto […] buscando redefinir el poder social” (Escobar, 1999, p. 55). Asimismo, se tuvo como base el concepto de industrias culturales, que actualmente10 se entienden como “aquellos sectores productivos donde se conjugan la creación, producción y comercialización de bienes y servicios basados en contenidos intangibles de carácter cultural, generalmente protegidos por el derecho de autor” (DNP, 2010, p. 9); es decir, “el conjunto de actividades que de manera encadenada permiten que las ideas se transformen en bienes y servicios culturales, cuyo valor está determinado por su contenido de propiedad intelectual” (DANE, 2019, p. 7).
De acuerdo con lo señalado, se desarrolló la revisión de bases de datos y repositorios, que arrojó un total de 40 estudios que se pueden inscribir en el campo de las políticas culturales e industrias culturales en Cali. De este total, 29 tienen un enfoque econométrico, seis abordan el tema desde una perspectiva sociológica (Higidio, 2018; Palacios, 2012; Pazos, 2016; Robles, 2014; Urrea et al., 2018), tres tienen como eje las políticas culturales desde una perspectiva politológica (Castaño, 2014; Jiménez, 2019; Lemos, 2021), uno parte de una perspectiva pedagógica (Benítez, 2010) y otro, desde una semiótica (Rodríguez y Trujillo, 2007).11
De forma abrumadora, los trabajos enfocados desde la economía cultural son los más preponderantes, pues abarcan el 70 % del total de investigaciones reseñadas, dejando el porcentaje restante para aquellos orientados específicamente a las políticas culturales. El periodo de mayor publicación fue 2010-2013, con el 30 % del total de trabajos (focalizados hacia las industrias culturales) y volviéndose a reactivar en 2016, momento en el que se llevó a cabo un 25 % de las investigaciones con énfasis en las políticas culturales en Cali. La academia local fue la más importante a nivel de producción, debido a que el Centro de Industrias Culturales de la Universidad, el Centro de Desarrollo de Espíritu Empresarial (CDEE) y el Centro de Investigaciones en Economía y Finanzas (Cienfi) -todos pertenecientes a la Universidad Icesi-, así como el Observatorio Cultural de la Universidad Santiago de Cali y el Laboratorio de Economía Aplicada (LEA) de la Pontificia Universidad Javeriana en Cali, fueron los principales espacios de producción de literatura acerca de las industrias culturales caleñas, en particular, en el periodo del Proyecto de Industrias Culturales 2009-2014.
De este modo, la Universidad Icesi se consolidó como un tanque de pensamiento regional sobre el tema, el cual determinó la producción académica desde una perspectiva ligada a la economía, impulsando una cantidad ingente de estudios acerca del impacto económico de las expresiones culturales y artísticas, donde se examinaron el valor agregado de las actividades culturales, el PIB del sector cultural, los encadenamientos productivos y los escenarios de fortalecimiento de los diferentes renglones económicos de la cultura; a la par que se incidió en la construcción de la Cuenta Satélite de Cultura en Cali -la primera ciudad colombiana en tenerla-, una herramienta que permite entender el comportamiento de la oferta y de la demanda cultural, así como el potencial de la economía de la cultura. De igual manera, cabe destacar el trabajo del Observatorio Cultural de la Universidad Santiago de Cali, un espacio académico que cuenta con un equipo más ecléctico disciplinariamente y, por tanto, con enfoques más diversos que nutren el debate referente al diseño, la implementación, los resultados y las alternativas de las políticas culturales.
A pesar de que hubo un nutrido grupo de actores en la urdimbre del debate, fueron preponderantes los trabajos econométricos de autores como Julio César Alonso (director del Cienfi de la Universidad Icesi) y otros estudiosos ligados a estos espacios académicos, entre ellos Ana Isabel Gallego Londoño, Ana María Ríos Millán, Luisa Fernanda Bernat y Juan Sebastián Ramírez, quienes impulsaron investigaciones sobe elementos centrales como las cuentas económicas y la Cuenta Satélite de Cultura (Alonso, Gallego y Ríos, 2010), la generación de indicadores para el seguimiento de las industrias culturales (Alonso, Bernat et al., 2010), la construcción de metodologías para poner en práctica la Cuenta Satélite de Cultura (Alonso, Gallego, Magyaroff et al., 2010); Aguirre, 2013), el análisis de la cultura a través de la noción de clúster (Alonso y Ríos, 2011b), el estudio de la concentración de la producción en industrias culturales (Alonso y Gallego, 2011) y del impacto económico de la cultura popular (Alonso, 2017) y de las expresiones culturales específicas en Cali (Céspedes, 2013; Dávila, 2016).
Este fuerte impulso derivado del Proyecto de Industrias Culturales produjo un efecto arrastre de los estudios sobre políticas culturales e industrias culturales. En esta coyuntura, se enmarcan trabajos como el de Palacios (2012), que aborda las relaciones socio-económicas del subsector de la música del Pacífico en Cali, abordando los procesos de planificación de la administración pública para fortalecer la cadena productiva musical; el de Gómez (2013), que proponía un análisis estratégico de las agrupaciones culturales apoyadas por el Proyecto de Industrias Culturales, el trabajo relacionado con las cadenas de valor de las industrias culturales de Cali del Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 2013); y la investigación de Caicedo y Múnera (2014), que igualmente planteó examinar las posibilidades estratégicas del sector cultural musical.
Esta misma tendencia temática la siguen estudios como el de Villa (2016) sobre los músicos de marimba y las estrategias culturales para insertarse en el marco de las industrias culturales de Cali, el de Dávila (2016) respecto a los emprendedores culturales y sus estrategias de fortalecimiento o el de Barona y Medina (2017), dirigido a pequeñas empresas culturales y su contribución al desarrollo local. También, se inscriben en esta corriente las investigaciones de Ortega (2017), Ospina y Tello-Castrillón (2019), Viafara (2014) y Viafara et al. (2017), referentes a la cadena de la salsa y sus actores, o el reciente informe del Centro Nacional de Consultoría (2019), que presentó una caracterización de las industrias culturales caleñas.
Si bien es posible encontrar un creciente número de trabajos en los últimos años que propone líneas de análisis diferentes; como el caso del estudio de Tobar (2015) que utiliza la noción de capital cultural para establecer los móviles creativos de sectores comunitarios caleños; el de Morales (2017) que abarca las políticas públicas en torno a las expresiones musicales en Cali; el de Ocampo (2017), sobre el proceso de construcción de la agenda de las políticas culturales en Cali; el trabajo crítico de Pazos (2016), relacionado con el objetivo de la administración municipal de Cali de generar procesos de producción económica a partir de la vinculación de la diversidad afrocolombiana a sus políticas culturales; el trabajo de Higidio (2018) que plantea un contraste de los datos agregados de las industrias culturales con los procesos sociales que afectan al ecosistema cultural; el de corte politológico (con influencias de sociología) de Jiménez (2019), que busca establecer el aporte de las políticas culturales al fortalecimiento de la identidad caleña o de la caleñidad; e incluso, el más reciente estudio a cargo de Lemos (2021), que analiza la cobertura de las políticas culturales en las zonas vulnerables de Cali y su impacto en estas zonas; la cantidad de investigaciones realizadas desde la perspectiva económica es avasallante y domina el campo de análisis de las políticas culturales en Cali.
En este punto cabe resaltar uno de los estudiosos críticos y alternativos a la corriente principal más interesantes: el maestro Roberto Robles, quien es una de las pocas voces que difiere del desbordado optimismo de las industrias culturales de Cali. En su reciente trabajo “Localidades culturales para Santiago de Cali: un proyecto para la gestión cultural y artística”, Robles (2014) lanzó una crítica al aparataje conceptual e institucional que sostiene las políticas culturales caleñas, pues, desde su perspectiva, estas han dejado como resultado una gobernanza excesivamente centralizada que responde a una burocracia exógena que él denominó unescocracia, la cual no comprende las diversidades de las culturas locales; una posición que comparte la producción documental del Observatorio Cultural de la Universidad Santiago de Cali y que fundamenta la propuesta de esta parcialidad académica de crear localidades culturales en espacios multiculturales como el centro histórico, San Antonio, Granada y Siloé.
Por otra parte, hay dos puntos para remarcar en la revisión de la literatura, uno conceptual y otro metodológico. En cuanto a los marcos conceptuales, se destaca un alto uso de términos provenientes del campo léxico de industrias culturales, de ahí la utilización extensiva de conceptos como emprendimiento cultural, empresas culturales, clúster cultural, cadena productiva, economía cultural, PIB cultural, entre otras,12 las cuales se traslapan con las nociones de políticas culturales y políticas públicas creativas y culturales, pero solo de forma enunciativa, pues el grueso analítico se realiza desde la perspectiva de cuantificación y cualificación económica. Es importante subrayar que conceptualmente en estos trabajos se omiten los orígenes de la noción de industria cultural de la Escuela de Frankfurt y se emplean los desarrollos propuestos por la Unesco (2010) y el BID (2013), lo cual implica una postura epistémica, política y económica en el planteamiento, el desarrollo y los resultados de las investigaciones. Esta omisión genealógica de la concepción crítica de industria cultural es menos frecuente en los trabajos enfocados en las políticas culturales, debido a que en estos se propone un recorrido teórico -usualmente originado en los trabajos de Adorno y Horkheimer (1998)- que permite inscribir el análisis dentro de una posición alternativa frente a los desarrollos conceptuales dominantes provenientes del BID e incluso de la Unesco.
En lo que respecta a la metodología, se debe señalar que dada la importancia de los trabajos con énfasis económico y de administración de empresas, sobresalen las perspectivas cuantitativas en cuanto al desarrollo de trabajos sobre la medición del impacto económico de la cultura, los determinantes del consumo cultural, el análisis del comportamiento económico de sectores específicos y la construcción de metodologías y baterías de indicadores para ejecutar el seguimiento de las Cuentas Satélites de Cultura; aun con ello, también se deja espacio para las metodologías cualitativas que usan el siempre socorrido análisis documental, las entrevistas semiestructuradas y la observación participante, empero, estos trabajos son la minoría dentro del conjunto de estudios reseñados.
Discusión
¿Políticas culturales o políticas de industrias culturales en Cali?
El presente trabajo de investigación surge en un escenario en donde el cuestionamiento por las políticas culturales se hace necesario. La cultura comporta dimensiones más amplias que solo la política o la económica, tiene una faceta simbólica, pues se entiende como la serie de elementos que dota de identidad a un grupo de personas, a la vez que se asume como un derecho humano en el marco de un Estado social de derecho. En este trabajo se busca ordenar el terreno en el que se ha dado una producción académica fértil de las políticas culturales en Cali; por ello, se torna como fundamental, dado que se propone una mirada no solo desde el ámbito de la ciencia política o desde los parámetros econométricos, sino más bien partiendo de la cultura como un bien público que debe ser garantizado a toda la sociedad desde el Estado, en especial, desde la orilla de los planeadores en políticas públicas.
En este marco, se debe iniciar una posible respuesta al interrogante que abre la discusión señalando que, a partir de 2008, Cali dio un giro trascendental de sus políticas culturales: su objetivo era articular los circuitos de producción económica con la exuberante cantidad de expresiones propias de su multiculturalismo y así explotar al máximo el valor agregado de sus bienes y servicios culturales. El epítome de este proceso fue el Proyecto de Industrias Culturales (2009-2014), una millonaria iniciativa público-privada encabezada por el BID y la Alcaldía de Cali, la cual buscaba posicionar la economía cultural a través del aprovechamiento comercial de la cultura caleña, contribuyendo con ello “al progreso socioeconómico de la ciudad […], impulsando y posicionando las industrias culturales como una nueva fuente de desarrollo” (Pazos, 2016, p. 80).
En 2015, un año después de finalizar el proyecto en cuestión, se llevó a cabo en la ciudad el censo de actores culturales, cuyo objetivo fue establecer las condiciones de vida de las personas que son la base de las industrias culturales. Los resultados fueron más que discretos, puesto que la mitad de los artistas trabajaba en la informalidad, seis de cada diez no cotizaban pensión e igual cantidad necesitaba fuentes de ingresos distintas a su trabajo cultural, más de una tercera parte contaba solo con bachillerato académico, solo uno de cada diez se había formado en pregrado y tan solo dos de cada diez artistas eran propietarios de su vivienda (Alcaldía de Santiago de Cali, 2016). Aunque las industrias culturales estaban en su mejor momento, la cultura y sus cultores, no.
El germen de este dilema se puede rastrear en la base de las políticas culturales y de la gobernanza cultural en Cali. A finales de los 90, en pleno auge del institucionalismo multicultural en Colombia, en la ciudad se inició un enroque institucional que determinó el rumbo de la política y la economía cultural caleña: la Subdirección de Cultura de Cali pasó de ser una dependencia menor adscrita a la Secretaría de Educación, a ser una dirección en propiedad adjunta al despacho de la Alcaldía en 1998 y posteriormente, pasó a ser la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali en 2001. Este fortalecimiento acelerado de la gobernanza cultural caleña se dio tras la Constitución Política de 1991, donde el enfoque dominante de las políticas públicas fue el de derechos humanos multiculturales, una perspectiva que reconocía la importancia de la cultura para el desarrollo humano.
En esta primera etapa de las políticas culturales en Colombia, no se reducía la cultura como un sinónimo de folclor o arte, sino que se entendía como la base de la identidad o de las identidades del conjunto social (Zambrano, 2017). Esto se debe a que el centro del debate sobre el multiculturalismo en Occidente estaba en la discusión entre la igualdad liberal y la garantía de derechos diferenciados para cada grupo ciudadano, una confrontación conceptual que dejó en Colombia la consolidación normativa e institucional de un proyecto político y social multicultural (Van Cott, 1998). El resultado fue que no solo en Cali, sino en Colombia se promovieran políticas culturales dirigidas a la diversidad y a los derechos culturales grupales diferenciados, priorizando así la construcción de políticas culturales de identidad (Pineda, 1998), las cuales seguían preceptos liberales que favorecen de forma particular las expresiones culturales de los grupos étnicos (Kymlicka, 1996) y que seguían los principios de la antropología cultural de Geertz (1987) o Lévi-Strauss (1995), muy en boga a partir de la segunda mitad del siglo XX. En otras palabras, las políticas culturales bebían de un nutrido caldo aliñado por el enfoque de derechos humanos, así como la lucha por el reconocimiento étnico y la identidad cultural sostenidos desde las tribunas antropológicas; de ahí que el diseño de políticas culturales en esta primera etapa noventera fuese encaminado al reconocimiento, el fortalecimiento y la revitalización de las prácticas sociales de producción simbólica e identitaria, en lugar de hacer énfasis en el enfoque de utilidad económica que predomina en la actualidad en cuanto a la cultura.
¿Dónde se produce el esguince? Este giro es paralelo al auge del multiculturalismo normativo que, al igual que el debate sobre las industrias culturales, se condensa en contextos exógenos, puesto que obedece al fortalecimiento del campo de la economía cultural con el origen de la noción de industrias creativas en Australia en 1994 (Castro-Higueras, 2016), con la apuesta cultural de industrias culturales de autores referentes como Florida (2002), con el auge de concepciones axiomáticas en este terreno como bienes y servicios culturales (Throsby, 2001) e, incluso, con la declaratoria de los bienes y servicios culturales como un elemento central del desarrollo económico. Este volcamiento teórico, dado en la torre de marfil de la academia y apoyado desde la trinchera de las instituciones políticas y financieras internacionales, ocasionó un nuevo culturalismo que permitió el salto de los “derechos diferenciados a la diferenciación del mercado según la diversidad cultural y étnica” (Zambrano, 2017, min. 58:34); desatando así un proceso de industrialización de la cultura (Adorno y Horkheimer, 1998; Schiller, 1993), de mercantilización de la identidad (Brown, 2003), de reconversión mercantil de la etnicidad (Comaroff y Comaroff, 2011), de privatización de la cultura (Wu, 2007) y de privatización de las políticas culturales (Sánchez-Voelkl, 2014). Así, en la primera década del 2000, se asistió a una serie de experiencias en marcha de conversión de la cultura en economía y de la economía en cultura (Zambrano, 2017).
En Cali, la primera fase de este proceso de reconversión conceptual fue la consolidación del aparataje institucional. La gobernanza cultural que terminó con la creación de la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali (2001) y el viraje formal de las políticas culturales se dio con el Proyecto de Industrias Culturales en 2009. Desde este momento, se puede observar una clara tendencia en el rumbo que han tomado estas expresiones culturales en la ciudad: el ecosistema cultural de Cali (liderado por la administración política de la ciudad, respaldado por una serie de actores empresariales y nutrido por un grupo no tan amplio del universo de actores culturales) se ha inscrito progresivamente en una tendencia mundial, impulsada por instituciones del multilateralismo gubernamental como la Unesco y de la estructura financiera internacional como el BID. A la sazón del posfordismo que domina el momento actual, donde el conocimiento y la creatividad son la base del valor agregado, las expresiones culturales de espacios multiculturales como Cali captan cada vez más los focos de estas instituciones exógenas, debido a que, al decir de estas, los elementos culturales pueden ser los principales generadores de encadenamientos productivos en las sociedades posindustriales, los cuales son prioritarios para contribuir al desarrollo social.
Como resultado de la misma tendencia posfordista, sintetizada en un puñado de actores académicos del que emanan las directrices teóricas de este proceso, en Cali se ha llevado a cabo un breve pero potente conglomerado institucional apoyado por un músculo financiero que estimula las industrias culturales en su amplio espectro, desde la creación de conocimiento a cargo de think tanks,13 pasando por la estructuración de redes de actores culturales enlazados con actores políticos y empresariales, hasta el diseño de políticas ad hoc para las industrias culturales. Partiendo de los primeros enunciados de planeación pública relacionados con las políticas culturales en Cali a inicios del 2000, realizados por actores políticos como la Gobernación del Valle del Cauca (2000), ya existía una intención por promover las empresas e industrias culturales en la ciudad y por articular el acervo cultural a los circuitos de producción económica a través del desarrollo de un proceso de patrimonialización desenvuelto en los últimos años, donde expresiones culturales como la salsa se elevaron a patrimonio y donde se han creado espacios específicos para dichas manifestaciones.
El culmen de este proceso se produjo tras la creación del Grupo de Emprendimiento e Industrias Culturales en el MinCultura en 2009, creado para fomentar las industrias culturales a través de la formación para el:
Emprendimiento, la generación y gestión de fuentes de financiamiento, la promoción a la circulación y acceso a servicios y productos culturales, el fomento a la articulación institucional y la generación de investigación y conocimiento en un marco de competitividad e innovación para la generación de empleo y desarrollo. (MinCultura, 2016, párr. 3)
Tras lo cual se implementó en Cali el Proyecto de Industrias Culturales, con el objetivo de “transformar a Cali en referente latinoamericano por su potencial cultural, artístico y empresarial, y posicionar el valor del emprendimiento cultural como parte fundamental del desarrollo económico y social de nuestras ciudades” (Alonso, Gallego y Ríos, 2010, p. VII), el cual contó con la participación de la Caja de Compensación Familiar del Valle del Cauca (Comfandi), el Fondo Multilateral de Inversiones (Fomin), el BID, el MinCultura, la Alcaldía de Cali, la Asociación Metrópoli-Intervida y la Universidad Icesi.
En 2018 se aprobó el Plan Decenal de Cultura de Cali (2018-2028), una hoja de ruta que se consumó tras nueve largos años de construcción y que refleja de forma clara los actuales debates que se están dando en torno a las políticas culturales en Colombia, Latinoamérica y en buena parte del mundo occidental. En esta misma fecha empezó a popularizarse un concepto en el terreno de las políticas culturales: economía naranja, una noción constituida por el multilateralismo financiero internacional que propone la construcción y el fortalecimiento de intercambios mercantiles alrededor de las expresiones artísticas, la cultura y la creatividad,14 una idea que en el caso colombiano llegó a institucionalizarse en la Ley 1834 de 2017 o Ley Naranja; normatividad impulsada por el mismo creador de la economía naranja, la cual busca incentivar las industrias creativas y culturales. Tanto el Plan Decenal como la ley en cuestión hacen parte de los desarrollos políticos producidos desde el Estado para gestionar el ámbito cultural, los cuales son una muestra del debate por el estatuto que la cultura ostenta en las sociedades, discusiones que definen su futuro, ya sea planificado por las políticas públicas del Estado o determinado por las leyes de oferta y demanda del mercado de bienes de base artística y creativa.
Así pues, no es casual que en el momento en que se estaba fortaleciendo la institucionalidad cultural en Colombia y Cali, también se diera la mayor producción académica alrededor de las industrias culturales en la ciudad y las políticas que se debían poner en marcha para impulsarlas. En este marco se crean espacios como el Centro de Industrias Culturales de la Universidad, articulado al CDEE de la Universidad Icesi, desde el cual se crea una serie de documentos que fundamentan el enfoque económico que tomaban las políticas culturales en la ciudad. Estudios como los de Alonso (2017; Alonso, Bernat et al., 2010; Alonso y Gallego, 2011, 2017; Alonso, Gallego y Ríos, 2010; Alonso, Gallego, Magyaroff et al., 2010; Alonso y Ríos, 2011a, 2011b), Aguirre (2013), Barona y Medina (2017), Caicedo y Múnera (2014), Céspedes (2013), Dávila (2016), Gómez (2013), Higidio (2018), Ospina y Tello (2019), Ortega (2017), Viafara (2014), Viafara et al. (2017), Villa (2016) y del CNC (2019) se inscriben en esta corriente analítica de las industrias culturales en Cali. Si bien hay algunos que hacen referencia a las políticas culturales desde una perspectiva diferente, como las aproximaciones de Higidio (2018), Jiménez (2019), Lemos (2021), Morales (2017), Ocampo (2017), Pazos (2016) y Tobar (2015), la cantidad de estudios que se dio en tan breve periodo desde la perspectiva económica es avasallante y logró dominar el campo de investigaciones de las políticas culturales en Cali.
Que la perspectiva económica de las políticas culturales -que entiende la cultura como un conjunto de elementos que pueden ser objeto de la oferta y la demanda del mercado- sea la corriente principal de este nutrido campo de investigación es un claro indicador de que hay una tendencia a la industrialización de la cultura, la cual ha provocado no solo en la academia, sino en el Estado y en los actores culturales y empresariales, el imaginario de la creación masiva de productos culturales para la generación de rendimientos económicos que son igualmente masivos. De igual manera, ha surgido una estructura constituida por el Estado, los agentes privados y los actores culturales, que es la responsable de este enfoque econométrico de las políticas culturales, pues, como señaló German Rey (2005; Rey et al., 2001), las políticas culturales se:
Trazan en diversas instancias del Estado […], pero sobre todo en las diversas instituciones privadas, organismos, corporaciones y empresas internacionales que producen o circulan contenidos en una gran cantidad de países incluido Colombia. Forman parte muy activa de los tratados de libre comercio en los que se debaten temas como las cuotas de pantalla de cine y televisión, los derechos de autor, el funcionamiento de los prestadores de servicio de internet, los subsidios y políticas fiscales, entre otros asuntos. (Rey, 2017, p. 184)
Este desplazamiento ha implicado un cambio conceptual reflejado en los objetivos centrales de las políticas culturales a nivel territorial, puesto que a inicios de la década del 2000 estas políticas buscaban fomentar las prácticas artísticas, el patrimonio y las memorias, la promoción de la cultura, la escena internacional y de cooperación, las regiones y lo local, dejando el componente económico solo como una de las partes del plan y no como el plan en su totalidad (MinCultura, 2001). A contrapelo, los desarrollos más recientes representados en el señalado Plan Decenal de Cultura de Cali, por ejemplo, iniciaron su construcción paralelo al auge conceptual de las industrias culturales en la ciudad, reflejando el carácter utilitarista en sus ejes y sus objetivos enfocados en la creación de redes de actores, empresas y emprendedores culturales, el aceleramiento empresarial en el sector cultural, la creación de una estructura institucional para la productividad de las industrias culturales, la elaboración de un ambiente para las alianzas empresariales, entre otros aspectos que han logrado desplazar las políticas culturales hacía las políticas de industrias culturales.
En un escenario como el caleño, esto supone diversos retos no solo en el plano de la investigación, sino también en el de la acción pública para la cultura. Es de recordar que si bien la ciudad es un caldo de cultivo de expresiones culturales, se ha evidenciado un desbalance en el apoyo público a las distintas expresiones artísticas culturales, donde los esfuerzos políticos y empresariales se han quedado en un pequeño puñado de eventos y sectores. Como puntualizó Ocampo (2017), los recursos se concentran en pocos eventos culturales, básicamente en dos: la Feria de Cali y el Festival Petronio Álvarez, ocasionando un monopolio de estos, así como distancias culturales y disputas de poder (Ocampo, 2017, pp. 27-28). Las políticas culturales no solo están centralizando las relaciones de poder político (planeación, decisión y deliberación), sino las relaciones económicas y mercantiles que estas promocionan.
Si bien los tributarios de las políticas de industrias culturales sostienen que estas han determinado un rumbo exitoso de la cultura (Alonso y Ríos, 2011a), porque año a año (exceptuando el 2020) la economía cultural venía creciendo y lo hacía de la mano de los incentivos y las restricciones constituidos por las políticas culturales, se ha mostrado que el mejoramiento de las condiciones de vida de los actores de esta cadena productiva se ha estancado (Alcaldía Santiago de Cali, 2016). Paradójicamente, el problema con las políticas culturales en epicentros multiculturales como Cali no es su incapacidad de generar riqueza para lograr desarrollo social y económico, todo lo contrario, ha sido la probada capacidad de generar riqueza (Alonso y Gallego, 2017; Alonso, Gallego y Ríos, 2010) que se concentra progresivamente en sectores estratégicos que no logran -o no quieren- irrigar los réditos económicos de las industrias culturales a todos los eslabones que participan y sostienen la reluciente cadena productiva de la cultura.
En el marco de la asignación imperativa de valores de la sociedad que caracteriza la actividad política (Easton, 1969), las políticas culturales como institución han contribuido a crear una compleja estructura que permite aprovechar las jugosas utilidades del trabajo inmaterial, una característica que les dota de un carácter extractivo desde la perspectiva de Acemoğlu y Robinson (2012), pues tienden a posibilitar el monopolio de la riqueza producida, además de limitar la creación de procesos de renovación de los mecanismos de producción y distribución económica y social.
Conclusiones
El poeta Eduardo Carranza dijo que Cali es un “sueño atravesado por un río” (como se citó en Moncada, 2013, párr. 2), pero como señaló Nina S. de Friedemann, la realidad podría deprimir al poeta. Tras una revisión profunda de la producción académica, científica y analítica depositada en el conjunto de documentos revisados, es posible hacer un boceto, aunque sea breve, de esta realidad que deprime al poeta, pero que permite responder los interrogantes planteados en este trabajo. Desde el ámbito disciplinar relacionado con el estudio de las políticas públicas, desarrollar esta investigación es un paso importante para reconocer el horizonte inmediato de uno de los sectores con mayor crecimiento económico y uno de los más estratégicos en los últimos años como es la cultura. Dada su relevancia, en el ámbito de la ciencia política, las políticas culturales han cobrado protagonismo en las últimas décadas por su trascendencia social y económica (Martinell, 2010, 2013; Oropeza, 2011). Y no es para menos, la tendencia del mercado a comercializar todo lo que encuentre a su paso -incluyendo la cultura- y la necesidad manifiesta del Estado de responder a esta pulsión mercantil irrefrenable precipitaron el surgimiento de una línea de estudios en políticas públicas.
Ahora bien, con respecto a los resultados, se puede concluir que existe una amplia literatura académica e institucional sobre las políticas culturales en Cali y que dentro de este grueso documental, se aprecia un enfoque dominante no solo en el estudio, sino en la praxis de las políticas públicas culturales, puesto que como se pudo observar, por lo menos siete de cada diez trabajos destinados a los sectores culturales en clave de política pública toman preceptos analíticos de la economía y la administración de empresas, adoptando todo un cuerpo conceptual ligado a la perspectiva económica. En estas aproximaciones se encuentran concepciones como industrias culturales, emprendimiento cultural, empresas culturales, clúster cultural, cadena económica cultural, PIB cultural, clúster de la cultura, políticas públicas creativas y culturales, entre otras, las cuales son de uso común en la actualidad por los tomadores de decisiones tanto en el plano internacional como en el local.
Lo expuesto es rastreable en documentos rectores como el Plan Decenal de Cultura de Cali (2018-2028) y en las diferentes decisiones sobre expresiones culturales económicamente rentables, pasando por el apoyo selectivo de determinados eventos y expresiones culturales por encima de otras, hasta la forma en que se construyen y diseñan las políticas culturales en los últimos años, donde actores provenientes de sectores empresariales y financieros están en el punto más alto de una jerarquía donde los actores y gestores culturales no tienen los mismos elementos de negociación para diseñar políticas que permitan responder a sus necesidades (Ocampo, 2017). Los impulsores de este tipo de enfoques econométricos de la cultura señalan que el impulso de las industrias culturales es importante, en virtud de que “tienen un carácter redistributivo elevado, […] al ser intensivas en capital humano” (Alonso y Ríos, 2011b, p. 318), razón por la que las políticas culturales deberían ir encaminadas a estimular no tanto la cultura, como sí los réditos económicos que esta ocasiona. Como planteó Miller (2012):
Los verdaderos creyentes dicen que la política cultural está pasada de moda porque las sociedades potindustrializadas han visto el florecimiento del sector creativo, por medio de la nueva tecnología y las pequeñas empresas. Las preocupaciones kantianas apenas si tienen vigencia, menos las gramscianas. La cultura, más que un mecanismo para mantener a las sociedades unidas, es central para el empleo [así] las apuestas de la cultura y la política por mantener unidas a las poblaciones [pasaron a ser] apuestas porque tuvieran alimentación y un techo. (p. 25)
No obstante, el hecho de que existan unas marcadas jerarquías en la cadena productiva, dejando a los principales generadores de valor (los artistas) en una condición de desventaja, evidenciada en las condiciones de vida precarias que ostenta la mayoría de actores culturales, es ya un indicador objetivo de que el ángulo que están tomando las políticas hacía la cultura no está cumpliendo con uno o muchos de los objetivos en el marco de un Estado social de derecho, donde las garantías a los derechos básicos se deben imponer al ánimo de lucro que se puede obtener del rentable sector cultural.
En este sentido, la hermenéutica documental propuesta hizo posible demostrar que en los últimos años se ha producido un desplazamiento de las políticas culturales hacia las políticas de industrias culturales en Cali. En la literatura dominante sobre las políticas culturales de esta ciudad colombiana, la cultura ya no es un sistema simbólico de elementos que dota de identidad a un grupo humano imaginado (Anderson, 2007), constituyéndose en la base de su proyecto político y social (Gellner, 1988), lo cual relega a un segundo plano su carácter de derecho fundamental que debe ser garantizado por parte del Estado (Van Cott, 1998). La cultura en una de las ciudades más diversas culturalmente de Latinoamérica se ha convertido en un conjunto de elementos que puede ser trasformado en bienes y servicios culturales, productos de las industrias culturales que provoca ingentes cantidades de recursos monetarios que no representan una mejoría sustancial en las condiciones de vida de los componentes esenciales del sector cultural: los artistas, quienes que en el marco de la planeación pública ya se había, convertido en un actores culturales y ahora se deben transformar en emprendedores culturales. Esta transición conceptual es el máximo indicador de que las políticas culturales están en un proceso de industrialización, un proceso extractivo que puede ocasionar tanta riqueza como concentración de esta.
El problema se recrudece si se tiene en cuenta que, en una economía de mercado como la que se está edificando alrededor de la cultura caleña, el desarrollo de bienes y servicios culturales padece de una característica patológica, consistente en que los costos de producción de estos sectores (considerados de baja productividad por su lento desarrollo tecnológico) crecen más rápido que otros bienes y, por lo tanto, su demanda se puede estancar. Este dilema, descubierto y bautizado por Baumol y Bowen (1966) como la enfermedad de los costes, sería una de las bases teóricas para afirmar que la incapacidad distributiva es una falla estructural y estructurante del mercado (del mercado cultural en este caso); ergo, el objetivo de un Estado social de derecho como el colombiano, que busca contribuir al progreso socioeconómico a través del aprovechamiento mercantil de los bienes y servicios artísticos, es simplemente inexequible desde los preceptos econométricos de una economía de mercado.
No solo esto, el excesivo enfoque económico en determinadas expresiones que resultan rentables para los maquiladores de la cultura ha generado un efecto en otras manifestaciones caleñas que no entran en el marco de la hegemonía cultural altamente productiva. Esto es lo que Seldin et al. (2020) denominó creatividades periféricas, pues a pesar de no estar bajo el mecenazgo de las industrias culturales, se mantienen como expresiones dotadoras de significados, significantes y sentidos para diversos grupos poblacionales. En una ciudad como Cali, donde los procesos de migración hacen de su área metropolitana una periferia constante, esto es sumamente importante, en cuanto que en medio del estruendo festivo de la cultura industrializada en Cali, aún persisten expresiones culturales y contraculturales15 que sostienen, como Atlas, todo el peso que debería soportar la política cultural caleña: la garantía de los derechos culturales de una población multicultural y no solo la de unos pocos que se benefician de la cultura.
Esto hace preguntar a Robles (2014) si la política cultural de Cali -como una política englobante de la cultura en términos de arte, folclor, expresiones artísticas condensadas en eventos y conciertos, pero también de una serie de símbolos y prácticas dotadoras de identidad- precisa de una reformulación completa, sino una revolución, que inicie desde sus bases conceptuales. Para Robles (2014), urge una descentralización de la gobernanza cultural, debido a que el mastodóntico brazo estatal y del mercado no ha logrado llegar a los espacios donde se les necesita. La gobernanza cultural en Cali muestra serios signos de centralización, una estructura institucional que si bien puede parecer robusta, sucumbe frente al vertiginoso crecimiento de una ciudad receptora de la vorágine migratoria del suroccidente colombiano; en este escenario se producen propuestas como las localidades culturales:16 estructuras territoriales de gobierno de la cultura que permitirían hacer frente al desvertebramiento que han padecido históricamente las políticas culturales en Cali.
En momentos en que los debates sobre multiculturalidad proponen el justificado vaciamiento de la cultura a manos de la hipercultura globalizada contemporánea (Han, 2018; Lipovetsky y Serroy, 2010), palidecen las propuestas de los más reputados teóricos de la economía cultural (Florida, 2002; Hutter y Shusterman, 2006; Throsby, 2001). En momentos donde los modelos implantados de planeación pública muestran la fatiga propia del trashumante al recorrer terrenos impropios, se ha consumado la conversión de la cultura en economía y de la economía en cultura (Zambrano, 2017). Es en estos momentos donde se requiere de una revisión profunda de la gobernanza cultural. No obstante, en un punto del Antropoceno donde la cultura pasó a ser la coolture (Rincón, 2018), donde se habla de USD, en la misma medida que de BTC y de NFT; el cambio de las políticas multiculturales no puede ser una vuelta a las políticas identitarias de los 90 (Appiah, 2019), pero tampoco debe obedecer a una dilapidación de los circuitos económicos que están implícitos en la urdimbre cultural (Brown, 2003).
En este escenario es que es preciso preguntarse cuáles deben ser los horizontes de la política cultural. Dado que se está en la época donde todo lo sólido se desvanece en el aire y lo nuevo no llega a osificarse, las voces críticas no se han tardado en identificar el germen de las recientemente introducidas políticas de industrias culturales (Chaves et al., 2014; Miller, 2012; Yúdice, 2002a, 2002b; Zambrano, 2017), consistente en la reproducción de una cultura hegemónica que conduce a lógicas de exclusión, monopolización, pauperización y hasta gentrificación (todos muy evidentes en Cali), entre muchos otros efectos no deseables “que pueden ir en detrimento de los valores progresistas que suponen promover” las políticas culturales (Molho et al., 2020, p. 711). En este marco, se debe pensar en una política cultural que parta de un multiculturalismo global, el cual responda a los procesos locales y territoriales (Robles, 2014; Zambrano, 2017), y no que obedezca a los omnívoros culturales que ha engendrado el hiperculturalismo contemporáneo. Sin embargo, la dilución que ha operado la misma globalización mercante parece no dar tregua y deja en vilo el horizonte de las políticas culturales de una ciudad multicultural como Cali, una ciudad bifronte que ha estallado en ferias y fiestas, pero que también ha estallado en resistencia y protesta social.