Introducción: crueldad hacia los animales, comportamiento agresivo infantil y violencia interpersonal
A partir de la década de los ochenta se identifica una creciente literatura que comenzó a investigar la relación entre la crueldad animal junto con la violencia interpersonal y las conductas agresivas. Se ha vinculado la violencia contra los animales no humanos con comportamientos antisociales y conductas criminales (Arluke et al., 1999; Ascione, 1993), con la violencia contra las mujeres e intrafamiliar o doméstica (Ascione, 1998; Ascione et al., 1997; Baldry, 2003; Flynn, 2000) y con la violencia en contra de los niños, niñas y adolescentes (Bell, 2001; DeViney et al., 1983). Principalmente, estas investigaciones buscaron explorar dos desplazamientos de la violencia ejercida por humanos hacia animales no humanos: 1) el vínculo entre el comportamiento agresivo infantil y adolescente contra los animales y su subsecuente conducta criminal y 2) las lógicas psicosociales de la violencia interpersonal, familiar o doméstica que incluían la crueldad contra los animales no humanos, en especial perros y gatos.
En esta primera línea, se estudiaron conductas agresivas repetitivas en niños que eran crueles con perros y gatos con relación a los castigos severos infringidos por parte de sus padres, a partir de las teorías del aprendizaje social e interpretaciones psicoanalíticas (Felthous, 1981). Así, DeViney et al., (1983), encontró que el maltrato hacia los animales compañeros puede ser leído como una señal de otras formas de violencia al interior del núcleo familiar, pues se encontraron significativos paralelos entre el maltrato animal y la negligencia o el abuso infantil. Según los autores, esto podría explicarse tanto a través del fenómeno de la triangulación y el desplazamiento de la violencia familiar en los animales no humanos, considerados como recipientes inocentes e inofensivos, como por el uso instrumental de los mismos para dañar a otros miembros humanos de la familia.
En este sentido, se encuentra literatura empírica que sostiene la relación entre la violencia contras las mujeres en ambientes domésticos y la crueldad contra los animales (Ascione, 1998; Ascione et al., 1997; Baldry, 2003; Flynn, 2000). Estas investigaciones exponen la coexistencia del abuso animal y la violencia doméstica, particularmente en las experiencias de mujeres maltratadas, quienes sufrieron intimidación, control y abuso por parte de sus parejas a través del maltrato, violencia sexual y asesinato de sus perros o gatos, quienes eran consideradas tanto por ellas y, en algunos casos, como por los propios perpetradores como parte de la familia (Flynn, 2000). En estos escenarios, en donde el imperativo de la masculinidad hegemónica confirmaba permanentemente su posición de poder y dominio mediante el terror, los hijos de estas mujeres también eran víctimas de maltrato físico directo o psicológico secundario, mediante la observación de los animales victimizados.
A este respecto, autores como Arluke et al., (1999) cuestionaban la «hipótesis de progresión de la violencia», en la que se establecía una trayectoria casi lineal entre la crueldad animal y la violencia interpersonal (Coston & Protz, 1998; Dadds et al., 2002; Felthous & Kellert, 1987; Kellert & Felthous, 1985; Merz-Perez et al., 2001), en el marco de la psicología criminal y el desarrollo psicopatológico del trastorno de conducta y posteriormente del trastorno antisocial (Ascione, 1993; Kellert & Felthous, 1985; Tallichet & Hensley, 2004).
Esta hipótesis de progresión ha sido criticada por su modelo simplista y lineal en la comprensión y definición de la violencia (Beirne, 2004). Por otro lado, Arluke et al., (1999) planteaban desde la «hipótesis generalizada de la desviación» que el abuso contra los animales es una manifestación conductual más de los comportamientos antisociales, sin caer en presunciones acerca del tiempo y el orden de dichos comportamientos. Esto implicó plantear que los abusadores de animales serían más propensos a presentar conductas criminales versus quienes no maltratan animales.
En ese contexto, cierta literatura empezó a interesarse no tanto por las correlaciones antedichas, sino por los mecanismos psicológicos subyacentes a este tipo de conductas. Así, autores como Felthous (1981) a inicios de la década de los ochenta planteaban:
Un posible mecanismo es la proyección por parte del niño de su hostilidad recíproca, su malicia o su destructividad hacia el animal. Los gatos y los perros, aunque son queridos por muchos, son especialmente adecuados para las proyecciones sádicas porque son criaturas equipadas con las herramientas y los instintos de depredación. (p. 51, traducción propia)
Por ejemplo, según esta perspectiva, la cacería de pequeñas aves por parte de los gatos o las atribuciones estereotipadas de estos animales, como su inconmensurabilidad o misticismo podría posibilitar la proyección de contenidos inconscientes por parte del infante en el animal.
Por su parte, Ascione (2001),resume otras posibles causas, entre las que destacan: 1) el desplazamiento de la hostilidad a través del ataque a un animal inocente, debido a que atacar a un objetivo humano real podría ser muy riesgoso; 2) por curiosidad o exploración; 3) presión de grupo; 4) se abusa al animal para aliviar la depresión o el aburrimiento; 5) por gratificación sexual, 6) juego postraumático o 7) identificación del niño con el agresor, en donde el niño victimizado intenta recuperar un sentido de poder al perpetrar un daño a un animal inocente. En este caso, conviene notar que, de todos modos, la victimización hacia los perros y gatos demanda de un mayor esfuerzo psicológico para que sea posible el ejercicio de su tortura, debido a la forma en la que se han categorizado socioculturalmente en las sociedades occidentales estos animales considerados de «compañía».
De esta forma, estas investigaciones buscaron situar relaciones entre nociones caracterológicas o de diferencias individuales psicológicas y el abuso animal, es decir se apuntó al estudio de conductas desviadas de la personalidad. A este respecto, uno de los constructos más relevantes es el estudio de la empatía. Así, la empatía ha sido considerada como un factor mediador entre la agresión directa hacia los animales no humanos y los humanos; por ejemplo, debido a su correlación, se han planteado programas de educación en el buen trato hacia los animales como un elemento protector que posibilitaría el desarrollo de la empatía directa hacia los humanos (Taylor & Signal, 2005). Este debate sigue ubicándose en las discusiones mencionadas arriba, en torno a la relación entre la crueldad animal y los comportamientos antisociales. En ese contexto, investigaciones empíricas han demostrado la relación pequeña, pero significativa entre la empatía dirigida hacia los humanos y aquella dirigida hacia los animales, tomando en consideración mecanismos básicos explicativos de este proceso psicosocial (Paul, 2000).
Sin embargo, uno de los problemas analíticos en el estudio de la empatía consiste en considerar a la misma como un subproducto de rasgos de personalidad y no como un atributo que existe por sí mismo (Taylor & Signal, 2005). Por ello, se requiere una aproximación al constructo de tipo multidimensional que incluya tanto el componente cognitivo como afectivo.
Por tanto, la empatía, a pesar de su polisemia, se puede entender como un proceso tanto cognitivo y afectivo, que permite reconocer, imaginar o presuponer qué siente y piensa el otro; así como, responder con sensibilidad y cuidado hacia el sufrimiento del otro (Batson, 2009; Hall & Schwartz, 2019). Esta supone una capacidad fisiológica y evolutiva para sentir el dolor del otro y que, incluso se puede dar cuando quien experimenta el dolor es diferente de quien lo atestigua (Perry et al., 2010). Así, se distingue la empatía emocional de la cognitiva debido a la respuesta vicaria de la primera frente a otro estado emocional, mientras que la segunda supone una toma de perspectiva.
En consecuencia, la empatía, así entendida, sería capaz de explicar la generación de respuestas físicas y psicológicamente demandantes que podrían conllevar cierto distanciamiento defensivo del dolor. En ese sentido, conviene describir determinadas categorías analíticas y precisiones conceptuales que la investigación especializada en torno a la violencia directa contra los animales ha generado, desde la mirada del constructo de la empatía.
De la crueldad animal a la dominación social
La investigación en torno a las relaciones humano-animales, en contextos en los que se les infringe dolor y/o muerte a los animales no humanos, enfatiza procesos psicosociales y emocionales complejos. A continuación se desarrollan dos apartados. En primer lugar, se describe cómo a partir de mediados de la década de los ochentas, a la par de la línea de investigación mencionada en la sección anterior, se comenzó a estudiar de forma específica y situada el impacto psicológico de la crueldad animal en determinados grupos gremiales. En segundo lugar, a partir de la primera y segunda década del siglo XXI, la psicología social incorporó el estudio de la dominación social y su articulación con el especismo, a través de modelo explicativos que estudian el prejuicio y el autoritarismo entre grupos sociales.
Adormecimiento psíquico y sufrimiento empático: los costes emocionales del oficio de matar
En esta primera línea se investigó el caso de los trabajadores de refugios, veterinarios e investigadores que experimentan con animales, puntualmente en el caso de la eutanasia (Arluke, 1994; Fogle & Abrahamson, 1990; Frommer & Arluke, 1999; Owens et al., 1981; Reeve et al., 2004; Rollin, 1987; Sanders, 1995). Por otro lado, en el caso de los trabajadores de mataderos se ha asociado las conductas violentas, inherentes a la naturaleza de su trabajo, con riesgos psicosociales y comunitarios (Baran et al., 2016; York, 2004). Por ejemplo, investigaciones empíricas han encontrado un aumento significativo de las tasas de crimen en comunidades en donde se asientan los mataderos (Broadway, 2000; Eisnitz, 2007; Fitzgerald et al., 2009). Además de las dinámicas societales y estructurales en este fenómeno, se ha hecho hincapié en los altos niveles de estrés psicológico y sufrimiento emocional de este tipo de trabajos, relacionados al «adormecimiento de la empatía» (Dillard, 2007; Emhan et al., 2009; Joy, 2002; Leibler et al., 2017). Por ello, las respuestas empáticas son una variable importante que permite caracterizar las dimensiones psicosociales de la violencia especista.
El proceso de matar e infringir dolor a un animal humano demanda determinados procesos psicosociales, afectivos y morales que lo hacen posible. A continuación se describen las categorías analíticas más relevantes de esta literatura: «estrés traumático inducido por perpetración» (MacNair, 2002), «adormecimiento psíquico» (Joy, 2002), «paradoja del matar-cuidar» (Arluke, 1994), «estrés moral» (Rollin, 1987) y el «desplazamiento de la culpa» (Frommer & Arluke, 1999).
El «estrés traumático inducido por perpetración» (MacNair, 2002) plantea un determinado tipo de «sufrimiento empático», el cual supone que el hecho de estar intimamente involucrado en la matanza intencional de los animales, podría tener como consecuencia que los trabajadores se vean afectados por el propio sufrimiento que infringen (Baran et al., 2016, p. 364 ). Pues, la naturaleza de este tipo de trabajo demanda cierto distanciamiento psicológico a través de un proceso de desensibilización sistemática, que tendrá como resultado el adormecimiento de la empatía (Dillard, 2007; Emhan et al., 2009; Joy, 2002; Leibler et al., 2017).
Por su parte, el «adormecimiento psíquico» (psychic numbing) se entiende como la base de dicho proceso de desensibilización que entumece la empatía. Se trata de:
Una interrupción en el procesamiento psicoafectivo que implica disminuir o embotar los sentimientos. Esto es posible a través de varios mecanismos de defensa del ego. Este fenómeno permite a la persona participar en prácticas violentas sin experimentar perturbación de tipo cognitiva o afectiva. (Lifton, 1986 en Joy, 2002, p. 2, traducción propia)
Este tipo de entumecimiento sucede, de forma particular, en los denominados «ambientes saturados de muerte» (Lifton, 1986, p. 442 en Joy, 2002, p. 2). Estos ambientes, por ejemplo, en las granjas de crianza y los laboratorios de experimentación animal debido a su hostilidad generan climas emocionalmente complejos entre las relaciones interespecie. Por ejemplo, el componente afectivo en las relaciones humano-animales de la crianza de animales, ya sea de tipo positivo o negativo, permite reconocer que:
los animales de granja no son considerados por los agricultores como meras herramientas de trabajo, ni siquiera por los ganaderos que mantienen una relación de poder con los animales. La implicación afectiva positiva o negativa de los ganaderos en sus animales tiene una gran influencia en la relación de cuidado hacia ellos y, por consiguiente, en el bienestar animal. (Porcher & Cousson-Gélie, 2004, p. 9 , traducción propia)
Esta ambigüedad y acción moral y afectiva paradójica en dichas relaciones ha sido estudiada y designada como la «paradoja del matar-cuidar» (Arluke, 1994). Esta designa las implicaciones psicológicas de los trabajadores que cuidan animales y que, en determinado momento, tienen que matarlos. La cual se asocia a lo que Rollin (1987) denominó «estrés moral», caracterizado por un tipo específico de estrés e insatisfacción laboral en personas que trabajan con animales, el cual surge, cuando «las personas necesitan ejecutar ciertas acciones, que son difíciles de justificar moralmente» (en Rohlf & Bennett, 2005, p. 202 , traducción propia). Esto desencadena mecanismos que buscan aliviar dicho estrés y que funcionan como una coraza afectiva que impede o previene al sujeto de cualquier tipo de preocupación moral y, por tanto, de sufrimiento psicoafectivo.
Uno de estos mecanismos de tipo cognitivo es el «desplazamiento de la culpa» (Frommer & Arluke, 1999), el cual describe estrategías que buscan difuminar la responsabilidad sobre la muerte de los animales, a través de justificaciones y racionalizaciones que externalizan los sentimientos de vergüenza, arrepentimiento, duda y conflicto interno. La negativa para admitir algún tipo de responsabilidad tiene como base: 1) desplazar virtualmente la culpa a la sociedad en su conjunto y 2) culpar a las víctimas. Estos mecanismos estarían condicionados por el componente afectivo en las relaciones interespecie y, especialmente, por el apego que se haya desarollado.
Así, la cantidad del estrés moral y la paradoja del matar-cuidar y, en consecuencia, la configuración del adormecimiento psíquico producto de la perpetración estaría condicionado por el nivel de involucramiento afectivo con estos animales (Herzog, 2002). Así, se podrían establecer relaciones explicativas entre empatía, apego y violencia especista. En definitiva, los factores psicosociales de carácter afectivos y cognitivos, con sus respectivas categorías antedichas y relación entre variables, permiten caracterizar la experiencia de los sujetos con relación al vínculo humano-animal y, por tanto, estudiar las posibles configuraciones de uno u otro tipo en los escenarios de violencia directa, en respuesta al sufrimiento empático y el estrés moral.
Al contrario, estudios empíricos han relacionado la disposición empática con preocupaciones morales sobre el medioambiente y los animales no humanos (Berenguer, 2007; Schultz, 2000; Sevillano et al., 2007). También, se ha vinculado la capacidad para reconocer el dolor de los animales con actitudes favorables hacia estos, junto con una preocupación relevante a propósito de la crueldad contra los animales y grupos humanos (Hill, 1993; Paul, 2000; Taylor & Signal, 2005). Incluso, se han encontrado, a través de escáneres cerebrales, como las resonancias magnéticas funcionales, diferencias en las representaciones neurales frente a respuestas empáticas respecto a escenarios de violencia animal entre veganos, vegetarianos y omnívoros (Filippi et al., 2010).
A este respecto, literatura de los últimos cuatro lustros, ha encontrado que las mujeres tienden a mostrar actitudes y comportamientos positivos hacia los animales, así como mayor empatía (Herzog, 2007; Taylor & Signal, 2005). Al contrario, se ha encontrado una conexión importante entre rasgos de personalidad psicopática, conocida como «triada oscura» (dark triad) (Jones & Neria, 2015) en varones y actos de crueldad hacia los animales y, en consecuencia, actitudes menos positivas hacia estos (Kavanagh et al., 2013). En el caso de la violencia doméstica, las expresiones de dominación y agresión, tanto hacia las mujeres como hacia los animales no humanos, se asocian con la afirmación de una masculinidad tradicional (Flynn, 2000).
Finalmente, Agnew (1998), en respuesta a un vacío y sesgo teórico-metodológico de las investigaciones disgregadas de las dos últimas décadas del siglo XX, sintetizó un «modelo social-psicológico del abuso animal». Este planteaba que hay más propensión a maltratar animales cuando los individuos: 1) no son conscientes de las consecuencias de comportamientos y actitudes que son abusivas para los animales (ej. participación en actividades que generan contaminación ambiental o en espectáculos en donde se maltrata animales y el consumo de productos de origen animal o testeado en ellos), 2) no reconocen que su comportamiento es incorrecto, es decir lo niegan o justifican (ej. se ignora el nivel de sufrimiento y dolor que vivencian los animales, o se considera que un cierto tipo de abuso previene a los animales de un sufrimiento mayor) y 3) creen que se benefician de esos comportamientos (ej. se piensa que determinados tipos de abuso obedecen a un fin mayor, «la experimentación animal ayuda a salvar vidas», «la cacería controla la sobrepoblación», «la ganadería satisface la “necesidad” de carne»; o que el abuso animal es una fuente de prestigio o estatus y provee beneficios psíquicos, como la experiencia del placer o expresión de la frustración).
Adicionalmente, se incorporó al modelo, elementos como: la empatía; mecanismos de socialización, a través de los cuales se refuerza o castiga el comportamiento abusivo; niveles de estrés; niveles individuales de control social, incluyendo el apego hacia los animales y un compromiso convencional con el sistema y, finalmente, la apreciación del tipo de animal, por ejemplo, su similitud o diferencia en comparación a los humanos. Todos estos factores estarían determinados por variables sociodemográficas que condicionan al individuo como: edad, género, educación, ocupación y área de residencia.
Especismo y la dominación entre grupos sociales humanos: entre la animalización y la deshumanización del otro
En un segundo momento, a partir de la primera y segunda década del siglo XXI, la psicología social abrió un campo de estudio en torno a las relaciones humano-animales y entre grupos sociales humanos (Amiot & Bastian, 2015). Lo interesante de los modelos analíticos presentados a continuación radica en su énfasis en el especismo, los mecanismos de animalización y objetivación y su relación con otras formas de prejuicio y discriminación. Es decir, a diferencia de las investigaciones mencionadas en los apartados anteriores, en estas corrientes interesa estudiar la cuestión animal como un objeto en sí mismo y no como una referencia abstracta.
A continuación, se presentarán las corrientes analíticas principales que permiten estudiar, desde la psicología social, el problema del especismo, propiamente dicho y su relación con la dominación entre grupos sociales humanos. Para ello, conviene destacar el modelo de deshumanización (Haslam, 2006), el modelo de relaciones humano-animales de dominación social (SD-HARM), por sus siglas en inglés (Dhont et al., 2019) y el modelo del prejuicio interespecie (Costello & Hodson, 2010, 2014), estos últimos se basan en la teoría de la dominación social (SDT, por sus siglas en inglés) (Sidanius & Pratto, 1999).
Estas perspectivas teóricas, con amplias bases empíricas, permiten dar cuenta de cómo la percepción y atribución cognitiva a los exogrupos humanos como animales u objetos, denominado «proceso de deshumanización por animalización» o por «mecanización u objetivación» (Haslam, 2006; Haslam et al., 2008; Haslam & Loughnan, 2014), relacionan el prejuicio generalizado, la dominación social y la justificación de la inequidad, los mecanismos de reproducción de las desigualdades y el autoritarismo con el especismo.
Así, se plantea que los prejuicios, la discriminación y, en consecuencia, la dominación tanto entre los diversos grupos sociales humanos como entre las relaciones humano-animales se sostienen a partir de raíces ideológicas similares que tienen como base la orientación a la dominación social (SDO, por sus siglas en inglés) (Sidanius & Pratto, 1999). Estas investigaciones permiten plantear cómo las teorías del prejuicio entre humanos pueden utilizarse para explicar el especismo (Everett et al., 2019; Hyers, 2006), debido a que uno de los supuestos base de estas teorías es que las personas que tienden a expresar prejuicio hacia un grupo tenderán a extenderlo hacia otros (Akrami et al., 2011).
Desde el campo de la psicología política, la SDT plantea que la sociedad humana se organiza a partir de jerarquías articuladas con base en grupos sociales (Pratto et al., 2006). De tal manera, que un grupo detenta mayor estatus social y poder con relación a otros. Por tanto, los grupos sociales dominantes exaltan y comparten entre sí «valores sociales positivos» (positive social values) y, a su vez, recursos simbólicos y materiales que sostienen su lugar en la sociedad (Sidanius et al., 2016). Mientras que, los «valores sociales negativos» son relegados a los grupos subalternos. A pesar de que la sociedad jerarquizada parezca ser un fenómeno universal, la forma de configuración del poder varía entre las diferentes sociedades y se manifiesta de forma históricamente situada (Pratto et al., 2006).
De esta manera, la teoría de la dominación social busca comprender cómo se constituyen y mantienen las jerarquías sociales basadas en grupos:
La teoría de la dominación social parte de la base de que debemos comprender los procesos que producen y mantienen los prejuicios y la discriminación en múltiples niveles de análisis, incluidas las ideologías y políticas culturales, las prácticas institucionales, las relaciones de los individuos con otros dentro y fuera de sus grupos, las predisposiciones psicológicas de los individuos y la interacción entre las psicologías evolutivas de hombres y mujeres. (por ejemplo, Pratto, 1999; Sidanius, 1993; Sidanius y Pratto, 1999; Sidanius, Pratto, van Laar y Levin, 2004, en Pratto et al., 2006, p. 272, traducción propia)
Esta aproximación, que contiene ricas dimensiones analíticas multinivel, se fundamenta bajo la comprensión de las sociedades humanas como sistemas. Su marco analítico bebe de diversas tradiciones, entre ellas: teorías culturales sobre la ideología, teoría realista de los conflictos de grupos, teoría del elitismo neoclásico, teoría de la identidad social, marxismo, análisis antropológicos feministas sobre la familia y el trabajo y psicología evolutiva (Pratto et al., 2006).
Así, Sidanius & Pratto (1999) plantearon tres sistemas jerárquicos basados en grupos: 1) etáreo, 2) género y 3) «sistema de conjunto arbitrario» (arbitrary-set system), en donde los grupos se predefinen con base en criterios arbitrarios que determinan el acceso diferenciado a valores sociales positivos o negativos. Estos «grupos definidos por conjuntos arbitrarios» (arbitrary-set groups) se caracterizan por diferencias sociales relativas al poder, como la nacionalidad, la «raza», la clase y otros marcadores de dominio. Lo interesante del modelo de relaciones humano-animales de dominación social (Dhont et al., 2014, 2016) es que incluye el especismo como categoría analítica principal en el estudio de las relaciones entre grupos sociales.
La riqueza analítica de esta teoría es que plantea que las categorías que explican la dominación social dependen del contexto cultural e histórico en las que se producen y, al mismo tiempo, comparten variables estructurales y funcionales similares. Según Pratto et al., (2006) varían de acuerdo a tres elementos:
Flexibilidad: relacionada al grado de plasticidad a propósito de la distinción del grupo que determina si este resulta significativo socialmente y también describe la maleabilidad de los límites de demarcan a dicho grupo.
Niveles de violencia: sobre los usos de la violencia y la coerción para mantener las jerarquías, también designa el grado de letalidad. Por ejemplo, solo en los sistemas de conjuntos arbitrarios se identifica una lógica de aniquilamiento total, en donde un grupo étnico es capaz de exterminar a otro.
Atención: describe en donde se coloca el poder.
De esta forma y bajo esta mirada analítica, Dhont et al. (2014), plantean que: «las actitudes especistas y el prejuicio generalizado hacia grupos étnicos externos se asocian entre sí debido a su relación común con la orientación a la dominación social, que constituye el núcleo de cada sistema de creencias» (p. 107, traducción propia). Este constructo es relevante en la medida en la que ha permitido concluir empíricamente que:
los prejuicios hacia los grupos externos humanos parecen estar relacionados con los prejuicios hacia los animales no humanos, y las diferencias individuales en el deseo de dominación del grupo pueden ser la base de cualquier asociación entre estos prejuicios. (p. 105, traducción propia)
Es decir, se plantea que la orientación a la dominación social no solo sostiene la subordinación y al prejuicio en las relaciones entre humanos y humano-animales, sino que es el factor clave que conecta a estos dos desplazamientos del prejuicio. Por tanto, se ha planteado que las personas que presentan más actitudes especistas demuestran mayores actitudes negativas hacia grupos externos étnicos o racializados.
Ahora bien, lo relevante de la SDT se encuentra en su riqueza analítica y en las múltiples categorías que permiten entender las relaciones de poder y dominación entre grupos. Así, este modelo explicativo opera en tres dominios: 1) institucional, 2) individual y 3) procesos colaborativos entre grupos (Pratto et al., 2006). Esto implica plantear que los mecanismos de discriminación y, por tanto, de reproducción de la desigualdad se sostienen para favorecer a los grupos dominantes, en detrimento de los subordinados a través de mitos legitimantes (legitimising myths), los que generan un consenso compartido de ideologías sociales, valores, actitudes, creencias y estereotipos. El poder social no solo se sostiene a través del uso de la fuerza o la coerción, sino con base en la ideología del opresor compartida por los subordinados y por medio de nuevas prácticas sociales y el uso de la institucionalidad. Estos mitos estarían operando a través de los tres dominios analíticos planteados por el modelo, no solo a un nivel individual con sesgo psicologizante.
Sidanius & Pratto (1999), plantean dos configuraciones de estos mitos, aquellos que legitiman las jerarquías y otros que operan como atenuantes. Primero se mencionarán los segundos de carácter atenuantes, para luego enfocar la discusión teórico-analítica en los mitos legitimadores. Así, los «mitos atenuedores de la legitimación de la jerarquía» (Hierarchy-attenuating legitimising myths, por sus siglas en inglés HA-LMs), son ideologías que dan respuesta a la dominación (ej. democracia, comunismo, veganismo, ecologismo).
Los dos mitos se caracterizan por ser contextualmente situados y corresponden a la cosmovisión, patrones de comportamiento y relacionales constitutivos de una cultura y espacio social determinado. Por ello, el poder del mito esta dado por el grado de consenso. De este modo, según Pratto et al., (2006):
Los dominantes generalmente mostrarán un mayor apoyo a los mitos legitimadores de la jerarquía que los subordinados, y los subordinados mostrarán un mayor apoyo a los mitos atenuadores de la jerarquía que los dominantes, dentro de las jerarquías estables la teoría asume que habrá un mayor consenso ideológico en lugar de disensión entre los grupos. (p. 276, traducción propia)
Al contrario, los primeros, los «mitos legitimadores de la jerarquía» (Hierarchy-enhancing legitimising myths, por sus siglas en inglés HE-LMs), proveen una justificación intelectual y moral para fundamentar la opresión basada en grupo y la inequidad. Así, se plantea que:
Los mitos legitimadores de la jerarquía no sólo organizan el comportamiento individual, grupal e institucional de manera que se mantenga la dominación, sino que ha menudo llevan a los subordinados a colaborar con los dominantes en el mantenimiento de la opresión. (Pratto et al., 2006, p. 276 , traducción propia)
Aquí entran los mecanismos de reproducción y sostenimiento de las desigualdades, por ejemplo, el carnismo (Joy, 2002) y el especismo (Everett et al., 2019; Plous, 2003) como ideologías dominantes. Estas se basan en nociones sobre lo justo, lo legítimo, lo natural y lo moral. En el caso de la explotación animal esto empata muy bien con las 4 N (natural, normal, necessary, nice) que racionalizan el consumo de carne (Piazza et al., 2015) y además se asemeja al «modelo social-psicológico del abuso animal» clásico propuesto por Agnew (1998) y mencionado anteriormente. Así también, desde el modelo de relaciones humano-animales de dominación social (Dhont et al., 2019), se plantean los esquemas ideológicos que pautan gradientes de poder entre grupos sociales con altos y bajos índices de orientación a la dominación social y autoritarismo de derechas, el cual se explicará más adelante:
Las diferencias entre los que están más arriba (frente a los que están más abajo) en el comportamiento de comer carne son claramente de naturaleza ideológica, y hacen referencia al poder, a la fuerza y a los mayores «derechos» sobre los animales, además de un rechazo activo a los movimientos que defienden a los que no tienen poder (es decir, los animales no humanos). (Dhont & Hodson, 2014, p. 16, traducción propia)
En ese orden de ideas, de acuerdo a Dhont & Hodson (2014), el supremacismo humanista puede entenderse como un mito legitimante, de acuerdo con la SDT, que justifica y normaliza la relación jerárquica entre humanos y no humanos. Pues, la explotación de los animales simboliza y refuerza los esquemas de superioridad y dominio de lo «propiamente humano» sobre los demás animales y la naturaleza. Así también, las relaciones de desigualdad entre grupos sociales humanos, manifestada a través del constructo de la SDO es capaz de predecir fuertes creencias especistas, es decir que los humanos son sustancialmente diferentes y, en consecuencia, superiores a los demás animales. Esto se traduce en el justificativo programático de la animalización y/o deshumanización de grupos humanos subalternos.
De este modo, otro mito legitimante relacionado al especismo recaería en los procesos de animalización y subhumanización. Desde el campo de la psicología social, se ha definido a la «deshumanización/animalización» como un proceso sociopsicológico a través del cual se subordina e inferioriza a un otro, a través de mecanismos de animalización o subhumanización (Haslam, 2006; Haslam et al., 2008; Haslam & Loughnan, 2014). En contextos de relaciones entre grupos, esto permite justificar la exclusión del campo de consideración moral a grupos externos devaluados y, por tanto, legitimar su discriminación y dominación. Esto implica reconocer que la forma en la que se concibe a los humanos se encuentra íntimamente entrelazada con la forma en la que se ve a los no humanos (Kwan & Fiske, 2008), esto supone reconocer una complementariedad conceptual entre el antropomorfismo (Epley et al., 2007, 2008; Waytz et al., 2010) y la sub/deshumanización.
Por ello, la deshumanización se ha asociado al incremento sustantivo del prejuicio (Costello & Hodson, 2010; Hodson & Costello, 2007, en Costello & Hodson, 2014, p. 2) y la aceptación deliberada de la violencia directa contra grupos externos (Goff et al., 2008). Este mecanismo supone en muchos casos comparaciones explícitas de los grupos sociales humanos devaluados con los animales no humanos. De esta manera, la categoría de lo humano adquiere un componente de exclusividad y diferenciación psicosocial, afectiva y moral, en la cual no todos los grupos sociales pueden entrar. Esto marca una distinción que legitima el prejuicio y la discriminación entre grupos, lo cual ha sido estudiado empíricamente a través del SD-HARM (Dhont et al., 2016; Hodson & Costello, 2007).
Aunado a lo anterior, la animalización/deshumanización es uno de los constructos centrales del «modelo de prejuicio interespecie» (Costello & Hodson, 2014; Hodson & Costello, 2007), el cual plantea que las creencias fundamentales que marcan la división humano-animal sientan las bases de la deshumanización de grupos sociales humanos externos -exogrupos-. Es decir, el imperativo de la «exclusividad humana» que separa al reino «propiamente» humano de lo animal y lo natural, permite, al mismo tiempo, discriminar a ciertos grupos social humanos animalizados o subhumanizados. Según plantean Costello & Hodson (2014): «El detrimento del valor de los grupos humanos animalizados depende teóricamente de la desvalorización jerárquica de los animales en relación con los humanos, en primer lugar» (p. 4, traducción propia). Es decir, la configuración del prejuicio entre grupos sociales estaría fundamentalmente mediada por la representación animalizada del grupo que tiene como base a priori la división humano-animal. Esto supone plantear que el especismo y las relaciones de dominación y explotación contra los animales no humanos sientan las bases sociales, políticas y morales de otras formas de dominación entre grupos sociales. Es decir, se aborda la interseccionalidad de las opresiones, desde la mirada de la animalización.
Así, se ha encontrado que el desdibujamiento de la división humano-animal a través de acentuar las similitudes entre los humanos y no humanos es capaz de atenuar la deshumanización de grupos sociales externos. Incluso, se ha encontrado que enfatizar dicha semejanza puede expandir la consideración moral hacia grupos humanos marginalizados o subalternos (Bastian et al., 2012). Es decir, hacer hincapié en que los animales son similares a los seres humanos, pero no en que los seres humanos son similares a los animales, aumentó con éxito la preocupación moral por los grupos externos humanos (Bastian et al., 2012), y redujo significativamente la deshumanización y el prejuicio (Costello & Hodson, 2010). En otras palabras, no basta con subrayar las similitudes entre los humanos y los animales; sino que el modo del encuadre del contraste humano-animal es fundamental. Al contrario, cuando se afirman dichas diferencias aumenta el prejuicio y la dominación.
En este punto, conviene mencionar la categoría del autoritarismo de derechas (RWA, por sus siglas en inglés) (Altemeyer, 1981), la cual se fundamenta en la «teoría integrada de la amenaza» (Stephan & Stephan, 2002), esta postula que las amenazas percibidas de los grupos externos por el endogrupo son antecedentes fundamentales de las actitudes negativas hacia el exogrupo. Estas pueden referirse a las amenazas a las normas y valores del grupo interno dominante, además del peligro percibido que cuestiona su poder ideológico, político y económico (Dhont & Hodson, 2014, p. 13 ). Estas amenazas percibidas, desde los grupos externos, por el endogrupo se vivencian como desafíos o interpelaciones al lugar de privilegio de los dominados en la sociedad y a las normas internas del grupo. Así, el RWA refleja el tradicionalismo cultural, la sumisión acrítica a la autoridad y la agresividad en contra de quienes rompen la normatividad.
De este modo, Dhont & Hodson (2014) han planteado que las personas de derecha tienden a apoyar más la explotación animal debido al sentido de amenaza que genera el incremento popular de ideologías a favor de los animales, como el veganismo. Según concluyen: «los que apoyan las actitudes y los valores de la derecha son más propensos a apoyar y participar en la explotación animal y a identificarse como consumidores de carne» (Dhont & Hodson, 2014, p. 12, traducción propia). De hecho, mientras más alta la percepción de amenaza, más elevada la adherencia a la RWA y a la SDO y, por tanto, mayor la necesidad de legitimar el estatus social y de poder, lo cual se manifiesta en un incremento del prejuicio hacia grupos externos. Este modelo explica el despliegue reaccionario de los grupos conservadores frente a la avanzada progresista de los movimientos sociales defensores de derechos.
En síntesis, las categorías y modelos antedichos son capaces de predecir el prejuicio hacia otros grupos sociales y se relacionan con justificaciones ideológicas que sostienen la discriminación y explotación entre grupos. Según concluyen:
Las investigaciones existentes revelan una relación positiva entre las ideologías de derechas, como la RWA y la SDO, por un lado, y las actitudes hacia la explotación de los animales como objetos para el beneficio humano (por ejemplo, las pruebas con animales, la industria de las pieles, los rodeos), y la expresión conductual directa de los sistemas de creencias dominantes respecto a las relaciones entre los humanos y los animales, como el consumo de carne, por otro. (Dhont & Hodson, 2014, p. 12, traducción propia)
Esto se articula al estudio de diversos dominios como el prejuicio racial o étnico y el sexismo. Sin embargo, el límite analítico del trabajo de Dhont y Hodson se encuentra en su énfasis en las diferencias individuales de sus modelos, desconociendo u omitiendo elementos contextuales y estructurales. Esto reduce el poder explicativo de la teoría de la dominación social, a partir de la cual se fundamenta el SD-HARM y el modelo de prejuicio interespecie. Al respecto, Pratto et al. (2006) aclara:
En lugar de ser una estricta «teoría de la personalidad» del prejuicio, la teoría de la dominación social opera en varios niveles de análisis, abarcando el nivel de las diferencias individuales (por ejemplo, las predisposiciones actitudinales y de comportamiento), el nivel de los grupos sociales en el contexto, el nivel de las instituciones y el nivel de las ideologías en competencia dentro del sistema social en su conjunto. (p. 288, traducción propia)
Por otro lado, el aporte fundamental de estos modelos radica en la incorporación del estudio de las relaciones humano-animales en la comprensión de la discriminación y el prejuicio entre grupos, situando al especismo como variable psicosocial explicativa central. Esto parte del reconocimiento empírico de que los sesgos entre grupos comparten un sistema de creencias similares y muestran similitudes en su estructuración psicológica del prejuicio (Costello & Hodson, 2010; Jackson, 2011; Plous, 2003, en Dhont & Hodson, 2014).
Masculinización de la violencia especista y genderización de la dominación social
Ahora bien, para finalizar conviene destacar dos categorías analíticas centrales para comprender la dominación y el poder entre grupos sociales y en las relaciones interespecie, desde los paraguas teóricos que aquí se han esbozado y que, por tanto, la teoría de la dominación social también ha incorporado: 1) la construcción social de la masculinidad y 2) la empatía.
Sidanius & Pratto (1999), han planteado que la orientación a la dominación social tiene una relación negativa con la empatía. Además, investigaciones han determinado un tipo de correspondencia entre estos dos constructos: «los datos no sólo sugieren que el nivel de empatía de una persona afecta a su nivel de SDO, sino que los niveles de SDO de los individuos también parecen influir en la empatía a lo largo del tiempo» (Sidanius et al., 2016, p. 158). Esto es analíticamente relevante porque permite interpelar la noción de que la SDO, en tanto variable ideológica, se ve afectada unilateralmente por la empatía, entendida como un factor de personalidad en el marco del estudio de las diferencias individuales en el campo de la psicología social. Al contrario, se plantea un tipo de interacción recíproca que imbricaría componentes ideológicos-sociopolíticos y factores de personalidad, que no se pueden reducir a variables meramente individuales.
Por tanto, tensionar la excesiva psicologización del estudio de la empatía en las investigaciones sobre la dominación y el poder interespecie y entre grupos sociales permite colocar en el centro elementos contextuales y culturales y, en consecuencia, dar lugar a una episteme relacional y procesualmente situada. Al respecto de la construcción social de las masculinidades, Pratto et al., (2006), esboza que:
La teoría de la dominación social sostiene que la «jerarquía de conjunto arbitrario» se centra principalmente en el control de los machos subordinados por parte de las coaliciones de machos dominantes. De hecho, ésta es una de las principales razones por las que la jerarquía de conjuntos arbitrarios se asocia a niveles extraordinarios de violencia. (p. 274, traducción propia)
Esto empata con la noción de «masculinidad hegemónica» de Connell (2003) y, en especial, con la forma en la que se estructura el género como práctica social entre varones que no solo supone relaciones de complicidad -dividendos patriarcales-, sino también de marginalidad y subordinación. Así, la construcción social de la masculinidad tradicional requiere de la supresión de la empatía para afirmar y defender un lugar jerárquico en dicha estructura y, por ello, los varones se ven más afectados por el adormecimiento psíquico y la desensibilización. Según Porcher & Cousson-Gélie (2004):
dado que la compasión no es una actitud compatible con las exigencias de la competitividad económica y la masculinidad, puede que los hombres hayan sufrido más que las mujeres esta represión de los afectos, ya que han aprendido a ocultar sus sentimientos. (p. 287, traducción propia)
Por este motivo, se han planteado empíricamente diferencias de género en las relaciones humano-animales. Se ha encontrado que los varones tienden a participar más en la caza, en el abuso y la crueldad animal, así como en el bestialismo (Herzog, 2007). Así también se ha encontrado que los varones tienden a utilizar mecanismos de justificación de la explotación animal, relacionados a la masculinidad tradicional, entre ellos: la restricción emocional, la fuerza y la dominación (Rothgerber, 2013). En ese orden ideas, las personas que valoran la masculinidad tradicional y conciben como aceptable la dominación y la inequidad no muestran un problema moral al comer animales y, por tanto, están más predispuestos a hacerlo (Loughnan et al., 2014).
Por otro lado, los varones que se abstienen de comer carne son percibidos como menos masculinos (Ruby & Heine, 2011). Así también, los varones que se identifican con formas alternas a la masculinidad tradicional -nuevas masculinidades- tienden a consumir menos carne, tienen poco apego a la carne, presentan mayor tendencia a reducir su consumo y muestran actitudes más positivas hacia las personas vegetarianas (de Backer et al., 2020). Sin embargo, la literatura ha cuestionado los dividendos patriarcales y la complicidad de los varones veganos con el orden imperante de género, asociándolos con una suerte de «masculinidad híbrida» (Greenebaum & Dexter, 2018). Aun así, estas investigaciones permiten acentuar una marcada masculinización del ejercicio de la violencia especista.
En ese orden de ideas, desde la teoría de la dominación social, el enfoque masculino del conflicto de conjunto-arbitrario (o “masculine focus of arbitrary-set onflicto”) permite designar un proceso de genderización del ejercicio de la violencia entre grupos sociales. Pratto et al., (2006) identifica una masculinización del prejuicio y la subordinación, la cual opera en varios niveles: 1) estereotipos sociales, 2) discriminación individual e 3) institucional. Por ello, para este modelo analítico la perspectiva de género es central para comprender las jerarquías sociales. De esta manera, se plantea una marcada división sexo-genérica en las relaciones de dominación entre grupos sociales. Según los autores, esto implica que, históricamente y a lo largo de las culturas, los varones han ocupado predominantemente roles e instituciones que refuerzan las jerarquías, como la policía y los militares, lo cual se ha afirmado y legitimado por dinámicas de discriminación institucional, estereotipos de género y diferencias psicológicas (Pratto et al., 2006). En ese sentido, se ha planteado que:
Los hombres son los autores más frecuentes tanto de la violencia interpersonal letal (por ejemplo, Archer, 2000; Daly & Wilson, 1988) como de la violencia intergrupal (véase Goldstein, 2001; Wrangham & Peterson, 1996). De hecho, la violencia colectiva, desde las campañas militares hasta las bandas y los linchamientos, es instigada, organizada y controlada casi exclusivamente por hombres (Edgerton, 2000; Keegan, 1993). (en Pratto et al., 2006, p. 274 , traducción propia)
En consecuencia, esto plantea que los varones no sólo son los principales autores de la violencia intergrupal, sino también los principales objetivos mortales, esto se conoce como hipótesis del objetivo masculino subordinado (o “subordinate male target hypothesis”).
En resumen, debido a la masculinización de este tipo de trabajos se podría plantear un proceso psicosocial de genderización sobre las relaciones interespecie y las prácticas de explotación animal, el cual, a su vez, se articularía con otras formas de prejuicio y discriminación. Esta premisa está respaldada por investigación empírica que ha encontrado un nexo entre la masculinidad hegemónica y la predisposición a apoyar la explotación animal (Dhont et al., 2014; Dhont & Hodson, 2014; Rothgerber, 2013); así como por trabajos teóricos, que han planteado la relación entre el especismo y los valores patriarcales de la masculinidad tradicional como la racionalidad en detrimento de las emociones y como ejercicio de la dominación, el poder y el control (Adams, 1991, 2016; Gaard, 2002). Por tanto, conviene mencionar la predominancia de varones en este tipo de situaciones y comportamientos violentos contra los animales, como es el caso de los toreros (Crespo Carrillo, 2017; Paniagua, 2008; Pink, 2003), los galleros (Foster, 1975; Geertz, 1972; Hawley, 1993; Jones, 2010; Lee & Quarles, 2012; Marvin, 1984; Young, 2017) y los cazadores (Bronner, 2004; Kalof et al., 2004; Kalof & Fitzgerald, 2003; Luke, 1998).
Finalmente, esta investigación permite constatar que la literatura de inicios de los ochenta ya enfatizaba la división de género en la configuración del comportamiento agresivo, asociando la crueldad contra los animales con predominancia en los niños y adolescentes varones. Además, desde una episteme positivista de la psicología y la criminología en esa misma década y continuando en los noventa se consideraba a los animales ya sea como propiedades o mercancías, cuyos agravios contra las mismas podrían tener consecuencias negativas para la sociedad, o como instrumentos de manipulación y control utilizados para infringir terror psicológico o físico (Beirne, 1995).
Conclusiones
Esta investigación describió varías líneas de investigación entre la crueldad animal y la dominación social con base en paradigmas y agendas emergentes a partir de la década de los años ochenta. Por un lado, se exploró, la relación entre la crueldad animal junto con la violencia interpersonal y las conductas agresivas. Así, se trazaron dos ejes temáticos fundamentales. Primero, se desarrolló el vínculo entre el comportamiento agresivo infantil y adolescente contra los animales y su subsecuente conducta criminal. Segundo, se mencionaron las lógicas psicosociales de la violencia interpersonal, familiar o doméstica que incluían la crueldad contra los animales no humanos, en especial, en contra de perros y gatos.
Estas investigaciones buscaron situar relaciones entre nociones caracterológicas o de diferencias individuales psicológicas y el abuso animal. En este campo de investigación, el estudio de la empatía ocupó una matriz clave para explicar la generación de respuestas físicas y psicológicamente demandantes que podrían conllevar cierto distanciamiento defensivo del dolor.
Lo anterior, dio lugar a otra agenda de investigación que nació a partir de mediados de la década de los ochentas, la que comenzó a estudiar de forma específica y situada el impacto psicológico del ejercicio de la crueldad animal en determinados grupos gremiales, cuyos trabajos implicaban matar animales. Así, se describieron determinados procesos psicosociales, afectivos y morales que subyacen a estos procesos. Se enfatizó en cómo la naturaleza de este tipo de trabajo, que implican una acción moral y afectiva paradójica constante, demanda cierto distanciamiento psicológico a través de un proceso de desensibilización sistemática, que tiene como resultado el adormecimiento de la empatía. Este tipo de entumecimiento sucede, de forma particular, en los denominados ambientes saturados de muerte, por ejemplo: mataderos o plazas de toros, entre otros.
De esta manera, en esta primera sección de la literatura se pudieron distinguir apreciaciones discursivas de los animales no humanos con relación a la violencia contra grupos sociales humanos, en las cuales los animales ocupan un lugar instrumental como recipientes vacíos en el ejercicio de la violencia, y cuyo estudio podría extrapolar inferencias acerca del comportamiento humano criminal. Lo anterior permite visibilizar el carácter antropocéntrico y la comprensión antropomorfizada de los animales no humanos en la mayoría de los estudios pioneros mencionados, lo cual implicó obviar las investigaciones sobre la crueldad y el abuso contra los animales como objeto de estudio por sí mismo.
Mientras que, por otro lado, las investigaciones de la segunda sección permiten plantear que los modelos analíticos que estudian el prejuicio y la discriminación entre grupos pueden generalizarse y aplicarse al estudio psicosocial de las relaciones humano-animales, situando la cuestión animal y el problema del especismo como factores explicativos centrales. Además, esto implica reconocer que las relaciones interespecie son relevantes para entender los conflictos entre grupos humanos, por ejemplo, a través de los procesos de animalización-deshumanización de grupos humanos subalternos.
Así, a la luz de estos modelos, se planteó que el supremacismo humanista puede entenderse como un mito legitimante de las jerarquías sociales, de acuerdo con la teoría de la dominación social. Por tanto, la deshumanización se asoció al incremento sustantivo del prejuicio, de esta forma se planteó cómo el estudio de diversos dominios como el prejuicio racial o étnico y el sexismo se imbrican con los procesos de animalización que tienen como base la discriminación basada en la especie -especismo-. Por ello, lo más relevante de esa última sección recae en el planteamiento de que la dominación tanto entre los diversos grupos sociales humanos como entre las relaciones humano-animales se sostiene a partir de raíces ideológicas similares que tienen como base la orientación a la dominación social.
Finalmente, se abordó la estructuración de un proceso de genderización de la dominación social que planteó que la construcción social de la masculinidad tradicional requiere de la supresión de la empatía para afirmar y defender un lugar jerárquico en dicha estructura normativa de la división sexo-genérica. Así, se pudo sintetizar una relación analítica entre la afectación de los varones por el adormecimiento psíquico y la desensibilización emocional, y la utilización de mecanismos de justificación de la explotación animal, relacionados al propio ejercicio de masculinidad tradicional. Esto permitió plantear diferencias de género en las relaciones humano-animales, empíricamente demostradas, por ejemplo, se encontró que los varones tienden a participar más en la caza, en el abuso y la crueldad animal. En resumen, debido a la masculinización de este tipo de trabajos se podría plantear un proceso psicosocial de genderización sobre las relaciones interespecie y las prácticas de explotación animal, el cual, a su vez, se articularía con otras formas de prejuicio y discriminación.