Introducción
El secuestro político que se planteó en esta investigación fue aquella práctica utilizada por grupos armados ilegales para presionar al Estado a que negociara o tomara decisiones en distintos campos. Por ejemplo, en el caso colombiano, por el terror que les inspiraba la posibilidad de ser extraditados a los Estados Unidos ante el riesgo de largas condenas de cárcel, Los Extraditables, un grupo de narcotraficantes liderado por Pablo Escobar, en la década del 90 del siglo XX quiso presionar al gobierno de César Gaviria para que revocara el decreto de extradición, lo que trataron de conseguir con el secuestro colectivo de periodistas y personas de la vida pública o cercanas a ellas, y "con un terrorismo indiscriminado e inclemente, y al mismo tiempo con la propuesta de entregarse a la justicia y repatriar e invertir sus capitales en Colombia" (García Márquez, 1996, 30).
Y otro caso fue cuando, hacia finales del siglo XX y primeros años del siglo XXI, Colombia sufrió una oleada de secuestros de políticos, militares y policías por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, por razones que han tenido diversas explicaciones. Según el columnista del diario El Espectador, Ramiro Bejarano Guzmán (2015), él había denunciado desde 1998 que unos empresarios vallecaucanos fueron a El Caguán a plantearle al guerrillero Simón Trinidad, miembro del estado mayor del Bloque Caribe, de las Farc, que era mejor secuestrar políticos y no industriales porque estos generaban riqueza y trabajo, y que, coincidencialmente, a partir de esa época comenzó el secuestro de políticos. Según el oficial del Ejército, Raimundo Malagón, ya estando en cautiverio supo que cuando Andrés Pastrana era candidato a la presidencia de Colombia, le había prometido a Tirofijo un canje de guerrilleros presos por soldados y policías; y tras la victoria de aquel en las elecciones de 1998, la guerrilla comenzó cruentos ataques en todo el país y secuestró a muchos militares y policías (1998, 55-57). Él da a entender que ese fue el inicio del asunto del secuestro político. Según Delgado, el jefe guerrillero Mono Jojoy, cabeza del ala militar de las Farc y miembro del Secretariado de esa organización, dijo que había secuestrado a los políticos porque los congresistas no habían querido aprobar el canje de los guerrilleros presos (2010, 56). Esto lo ratifican Castillo y Balbinotto: "a finales de los años noventa, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) decidieron poner en práctica el secuestro político como estrategia de largo plazo para obligar al Estado colombiano a intercambiar prisioneros (2011, 147).
Estudiar el secuestro político en Colombia ayuda a entender un fenómeno que ha castigado a Latinoamérica en general y a Colombia en particular, sobre todo en lo que va corrido del siglo XXI, lo que de entrada plantea una paradoja: mientras en este siglo la tecnología muestra unos desarrollos sorprendentes, con avances cada vez más versátiles y que configuran nuevas realidades en casi todos los campos de la actividad humana, hay prácticas de grupos armados ilegales que son pasos atrás en los desarrollos que, en términos de derechos humanos, ha ido logrando la humanidad -muy lentamente y durante muchos siglos-; y una de esas prácticas es el secuestro político, catalogado como un crimen atroz4, por la cantidad de procesos dolorosos que trae aparejados para un ser humano: sufrimiento físico y moral, humillaciones, privaciones, tortura psicológica, enfermedades, entre otros. Y del análisis de ese fenómeno surge, como uno de sus derivados, el perfil del guerrillero que, eventualmente volvería a la legalidad, que es de lo que trata el presente artículo.
Materiales y métodos
La presente investigación es exploratoria, porque aborda un tema, el secuestro político en Colombia por parte de las Farc, del que no hay mucho material escrito, aunque vale aclarar que del secuestro como delito sí hay mucha información. Para procesar los materiales escogidos se optó por el método cualitativo para el análisis de contenido, entendido este como un conjunto de procedimientos interpretativos de productos comunicativos (mensajes, textos o discursos) que proceden de procesos singulares de comunicación previamente registrados, y que, basados en técnicas de medida, a veces cuantitativas (estadísticas basadas en el recuento de unidades), a veces cualitativas (lógicas basadas en la combinación de categorías) tienen por objeto elaborar y procesar datos relevantes sobre las condiciones mismas en que se han producido aquellos textos, o sobre las condiciones que puedan darse para su empleo posterior (Piñuel, 2002, 2).
Este tipo de análisis de contenido "se convierte en una empresa de des-ocultación o re-velación de la expresión, donde ante todo interesa indagar sobre lo escondido, lo latente (...) de todo mensaje" (Piñuel, 2002, 4).
Según López-Aranguren, el análisis de contenido es una técnica de investigación para analizar la realidad social mediante unas combinaciones intrincadas de la observación y el análisis de documentos producidos en una o varias sociedades (2015, 2). Es un análisis de contenido enfocado sobre todo en la descripción, en este caso la caracterización, para, coincidiendo con López-Aranguren, lograr generalizaciones procedentes de la comparación de contenidos de comunicaciones de distinto origen (2015, 7), en este caso a partir de la lectura de libros de los exsecuestrados políticos de las Farc.
Luego, realizar inferencias para "determinar actitudes intereses o valores de grupos o poblaciones, así como el cambio en los mismos que haya podido tener lugar" (López-Aranguren, 2015, 8). El grupo en este caso lo conforman los siete secuestrados por las Farc en cuyos libros se apoya la presente investigación. Posteriormente nos apoyamos en la clasificación que hace Krippendorff (1980, citado por López-Aranguren, 2015, 8) para llegar a inferencias que adoptan la forma de sistemas, es decir aparatos conceptuales que, en nuestro caso, describen una porción de la realidad: el secuestro político de las Farc.
Los elementos que componen este análisis de contenido (López-Aranguren, 2015, 9-18), aplicados a la presente investigación son, primero, los datos, entendidos como unidad de información relevante para un problema determinado grabada en un medio resistente y duradero, en este caso, son los datos incluidos en los libros sobre el secuestro político en Colombia.
Segundo, el universo de los libros considerados en esta investigación, relacionados con el secuestro político, que se ubicó a partir de 2008 cuando comenzaron a ser editados, y 2011, cuando aparecieron los últimos. En 2008 se publicaron El trapecista, de Fernando Araújo; Mi fuga hacia la libertad, de John Frank Pinchao; ¡Desviaron el vuelo! Viacrucis de mi secuestro, de Jorge Eduardo Géchem Turbay, y Siete años secuestrado por las Farc, de Luis Eladio Pérez Bonilla; en 2009 aparecieron Cautiva: testimonio de un secuestro, de Clara Rojas, Años en silencio, de Óscar Tulio Lizcano; Fuera del cautiverio, 1967 días en la selva colombiana, de los estadounidenses Keith Stansell, Marc Gonsalves y Tom Howes y Las cadenas de la infamia: diez años secuestrados por las Farc, de Raimundo Malagón Castellanos; en 2010 fue editado No hay silencio que no termine, de Íngrid Betancourt; y en 2011, Lo que en la selva quedó, de Arbey Delgado; y El triunfo de la esperanza, de Sigifredo López.
Tercero, se seleccionaron las unidades de muestreo, en este caso fueron siete los libros escogidos: cuatro de políticos: El trapecista, de Fernando Araújo, porque fue el primer político de nivel gubernamental secuestrado por las Farc; ¡Desviaron el vuelo! Viacrucis de mi secuestro, de Jorge Eduardo Géchem Turbay, porque el plagio de este político huilense motivó el rompimiento de las negociaciones de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y las Farc; Siete años secuestrado por las Farc, de Luis Eladio Pérez Bonilla, por su amplia y relevante trayectoria como político en Nariño, como cónsul en Paraguay y como congresista; y No hay silencio que no termine, de Íngrid Betancourt, por ser esta la figura más mediática del grupo de secuestrados por las Farc en la primera década del siglo XXI. Se tuvieron en cuenta los textos de dos miembros del Ejército de Colombia: Las cadenas de la infamia: diez años secuestrados por las Farc, de Raimundo Malagón Castellanos, publicado en 2009; y Lo que en la selva quedó, de Arbey Delgado, que apareció en 2010; y uno de un miembro de la Policía Nacional, Mi fuga hacia la libertad, de John Frank Pinchao, de 2008.
Cuarto, las unidades de registro, en este caso estructuradas a partir del diseño de un formato de clasificación de datos para cada libro, con doce ítems: Alimentación, Castigos, Celebraciones, Conexión con el exterior, Enfermedad y tratamiento, Higiene, Temores, Ocio y entretenimiento, Percepción sobre sus captores y el conflicto, Relaciones interpersonales y sexualidad, Religión y espiritualidad y Referencias a la familia.
Quinto, vienen entonces las unidades de contexto, que son los fragmentos escogidos durante la lectura de cada libro y que se ubican en el respectivo formato, uno por cada libro seleccionado. Inicialmente se digitaron los datos anotando la cita respectiva, con el número de la página, en los formatos correspondientes. Cuando un párrafo tenía información sobre dos o más ítems, se clasificó en aquel que predominara en la información. Por ejemplo, Malagón escribió un párrafo (2009, 66-67) en que menciona aspectos relativos a la alimentación, y mezcla allí algunos aspectos de la preparación de la guerrilla cuando va a entrar en combate con el Ejército. Ese párrafo se ubicó en Alimentación, por ser el contenido predominante, sin querer decir que esa otra información no se tuviese en cuenta en el ítem Percepción sobre sus captores y el conflicto. Luego se realizó un archivo con toda la información de cada unidad de registro, para su análisis, comparación y establecimiento de las categorías que permitieron estructurar la redacción del presente material.
Para este texto se utilizó básicamente la información recogida para la unidad de registro Percepción sobre sus captores y el conflicto, tema al cual se refieren todos los autores en general, aunque algunos lo hacen de manera muy amplia, como Luis Eladio Pérez, Jorge Eduardo Géchem Turbay e Íngrid Betancourt. Lo que sigue ya se refiere específicamente a esta unidad de registro, que en el formato tenía como instrucción orientadora para seleccionar las unidades de contexto el referirse a opiniones sobre las FARC, el presidente de Colombia o de otros países, sobre el conflicto, sobre personalidades del país, etc., y que tenía la intención de caracterizar el interior de las Farc a partir del conocimiento que tenían personas que, como los secuestrados, convivieron dentro de esa organización durante 5, 6, 8, 10 o más años, lo que le daba enorme validez a sus comentarios y opiniones, justamente por esa cercanía.
El análisis del material permitió detectar palabras de frecuente aparición, como esperanza, libertad y conflicto, integradas bajo la categoría Esperanza, y algunas otras que de una u otra manera se referían a las Jerarquías dentro de las Farc, a la percepción sobre conductas de los guerrilleros en la vida cotidiana en esa organización, a sus hábitos, a la vida en los campamentos (esta palabra también muy repetida) entonces se decidió que una categoría sería Perfil guerrillero. Vale precisar que dentro de cada unidad de registro se hizo un ejercicio de establecer un máximo de dos o tres categorías, para facilitar, atendiendo que son doce unidades de registro, la estructuración de las categorías definitivas.
Aquí se tuvo en cuenta específicamente lo relacionado con la categoría Perfil guerrillero, aunque en ocasiones se acudió a datos de otras unidades de registro, para fortalecer algún elemento de la construcción conceptual. Por ejemplo, la información se relacionó con un elemento que ya se había detectado en otras unidades de registro: en general, la práctica del secuestro configura un paso atrás, un retorno a las formas primitivas o arcaicas, a otras épocas en la historia de la humanidad.
Con esos elementos como referencia se organizaron los datos y se estructuró la redacción de la ponencia con la intención de mostrar cómo es ese guerrillero que eventualmente volvería a la vida civil, si se termina con éxito el proceso de paz que desde octubre de 2012 se adelantó en La Habana, Cuba, entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón y las Farc, y que debía estar terminado el 23 de marzo de 2016, por acuerdo de las partes (El Tiempo, 2015)5. Esta información es importante, porque la sociedad colombiana debe conocer, así sea desde la percepción de los plagiados por ese grupo guerrillero, cómo son esos compatriotas que decidieron hace años combatir al Estado y que ahora volverían a asumir su categoría de ciudadanos desde la legalidad.
Resultados
Para estructurar este perfil del guerrillero se debe anteponer que hay un sesgo, y es que el secuestrado cuya percepción sirve de base para construirlo, puede tener tendencia a ser muy duro en su juicio frente al guerrillero, justamente porque se refiere a quien lo tuvo retenido contra su voluntad. Pero por el lapso tan amplio, algo más de ocho años en promedio, durante los que permanecieron secuestrados los autores de los libros -Delgado, 12 años; Malagón, 10; Pinchao, 8 y medio; Pérez y Géchem, 7; Betancourt y Araújo, 6; - sus testimonios se pueden asumir como muy confiables.
Con apoyo de Castillo y Balbinotto (2011), podemos afirmar que los secuestrados políticos de las Farc se encontraron con una organización estructurada de manera vertical, con fuerte subordinación, en la que las principales decisiones en los campos militar, estratégico y financiero se toman en la cúpula. Su estructura organizativa la conforman, en orden descendente, el Estado Mayor Conjunto, coordinado por el Secretariado e integrado por los principales comandantes; el bloque, conformado por cinco o más frentes, que puede abarcar varios departamentos y contar con más o menos 600 integrantes; el frente, integrado por dos o más columnas, con entre 200 y algo menos de 600 integrantes; la columna, formada por dos o más compañías, es decir, más o menos 100 miembros; la compañía, compuesta por dos o más guerrillas que suman cerca de 50 miembros; la guerrilla, conformada por dos o más escuadras, de más o menos 25 miembros; la escuadra, la unidad básica, de más o menos 12 integrantes; todas las anteriores bajo el mando de un comandante; y la columna móvil, cuyo número varía según la necesidad (2011, 152), y que -aquí nos apoyamos en Pérez (2008, 193)- son independientes de los frentes, se movilizan en áreas determinadas y son las que hacen los atentados, los hostigamientos y las tomas, entre otros. Por las descripciones de los secuestrados, se puede determinar que todos ellos fueron movidos en la parte de la estructura que comprende la escuadra, la guerrilla, la compañía, la columna y el frente. Los secuestrados fueron movidos en la parte de la estructura que comprende la escuadra, la guerrilla, la compañía, la columna y el frente.
De la información se desprende que la estructura vertical, subordinada, de este ejército ilegal, propicia que existan unas jerarquías formales, si se nos permite la expresión, como los comandantes y sus eventuales lugartenientes, que no solo implican autoridad sobre la vida y la muerte de quienes están bajo su mando, sino, y principalmente, sobre los secuestrados. Íngrid Betancourt dice que en las Farc no se mueve la hoja de un árbol sin que el comandante autorice, era una centralización del poder que complicaba cualquier gestión (2010, 584). Y existen algunas jerarquías menos formales que se asignaban con diversos criterios, como las de guardianes o carceleros, con un poco más de autoridad que el guerrillero raso y el cocinero.
De las referencias a los comandantes, -algunos de los cuales aún viven y se reincorporarían a la legalidad-, Íngrid Betancourt habla de Joaquín Gómez, jefe del Bloque Sur, a quien ya conocía por las negociaciones de paz de El Caguán, y lo cataloga como "relajado, sonriente, afable, incluso gracioso, alejado de esa actitud sectaria y huraña de uso entre los comunistas colombianos de línea estaliniana a la cual se plegaban las Farc" (2010, 232-233). Ella consideraba, lo cuenta Luis Eladio Pérez, que Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, era un hombre intuitivo, con mucha malicia indígena, con un conocimiento claro de la situación de pobreza de muchos colombianos, pero que "piensa de una manera un poco atrasada sobre la historia y sobre su responsabilidad histórica en el movimiento y frente al país" (2008, 146).
Araújo se refiere en varias ocasiones a Martín Caballero -comandante guerrillero muerto por el Ejército en 2007- y lo califica de prepotente, egocéntrico y megalómano, con un gran desprecio por la vida humana (2008, 98-99, 116, 171, 231, 248, 252, 267). También menciona a Pedro Parada, el ideólogo del Frente 35, que mostraba odio, usaba un lenguaje altisonante y pregonaba la lucha de clases (2008, 317). Pérez hace varias menciones del comandante Enrique, alias, Gafas, a quien califica como un desgraciado de tiempo completo, de lo peor, que les hizo la vida muy difícil (2008, 36; 104), pero que mostraba cierta sumisión frente a los tres estadounidenses (2008, 159-160) secuestrados por las Farc en 2003. Betancourt considera temible y tal vez como el jefe más sanguinario de las Farc al Mono Jojoy. "Era el gran guerrillero, el militar, el combatiente de acero que despertaba admiración en toda la juventud de las FARC" (2010, 264). Pinchao lo vio alguna vez y comentó que "era mono, de aspecto bonachón. Yo me imaginaba que era un tipo totalmente grotesco, pero se mostró mesurado al hablarnos" (2008, 60). Malagón dice de Jojoy que le "pareció un hombre astuto en las cosas de la guerra, pero ignorante en todo lo demás" (2009, 139).
El mayor contacto lo tuvieron los secuestrados con los guerrilleros rasos, sus guardianes habituales. Sobre las razones por las cuales hay jóvenes que se integran como guerrilleros a las Farc, Géchem (2008) y Araújo (2008) coinciden en que lo hacen por la comida, la medicina y la ropa; Araújo considera que unos pocos lo hacen por convicción, otros porque dicen que ellos o sus familias han sido perseguidos por los paramilitares; o por engaño, o por temor a que la guerrilla agreda a sus familias, o porque sus padres los cedieron a la guerrilla por plata (2008, 164). Géchem agrega otra razón: porque no encontraban nada más qué hacer, o por un arma que se les daba, o por un salario risible, o porque solo tenían la alternativa de las armas, del odio. Agrega que estos jóvenes eran presa fácil del discurso izquierdista porque no tenían nada, porque el Estado los había olvidado (2008, 76). Araújo agrega que después de entrar a las Farc, no pueden renunciar, si alguno es capturado intentando fugarse lo someten a consejo de guerra, que puede desembocar en la muerte (2008, 164). Pérez dice que muchos ingresan por necesidad o por intimidación (2008, 197).
Los guerrilleros en su mayoría son jóvenes, lo dice Araújo (2008, 41), lo ratifica Pérez, quien los ubica entre los 14 y los 18 años (2008, 190); "Los mandos medios están entre los 25 y los 35 años; los jefes de los frentes están por el orden de los 40 ó (sic) 45 años; y en el Secretariado están entre los 60, 65, o más" (2008, 190), agrega. Géchem señala que en la guerrilla hay una buena porción de jóvenes (2008, 76).
Los campamentos en que viven son de distinto tipo, unos muy sencillos, que constan "de dos palos, un toldo y debajo una hamaca con toldillo; unos plásticos para el piso, y la dotación" (Pérez, 2008, 201-202), otros con más recursos, como lo explica Araújo, quien habla de grandes concentraciones guerrilleras con hasta seis campamentos intercomunicados y circundados por cordón detonante y explosivos; bien distribuidos, cubiertos y abrigados, con franjas de arrastre y trincheras, áreas de instrucción y reunión; zonas de cocina y colgaderos de ropa (2008, 176-177).
Hay una percepción en los secuestrados de un alto grado de insensibilidad en la guerrilla, en todos sus estamentos. Araújo menciona ejemplos: los comandantes les decían a los guerrilleros que enamorarse era señal de debilidad (2008, 41); un guerrillero, Silverio, hablaba con orgullo de los 38 asesinatos que había cometido (2008, 131); celebraban cuando explotaba una mina quiebrapatas, porque suponían la muerte de militares (2008, 317); picaban varillas de hierro corrugado para hacer más destructivas las bombas (2008, 242). Pinchao se sorprendió por la indiferencia con que algunos guerrilleros vieron morir ahogado a uno de los suyos al volcarse una canoa (2008, 140). Malagón cuenta que, en un ataque guerrillero a una base militar, un oficial del ejército recibió varios disparos, se hizo el muerto a pesar de que una guerrillera le enterró un destornillador para verificar su deceso; el oficial aguantó el dolor; le rociaron gasolina para incinerarlo, pero lo salvó la llegada de los aviones de la Fuerza Aérea por el temor de la guerrilla a que el fuego los delatara (2009, 52). Betancourt dice que unos guerrilleros se reían porque habían matado a un mico y se lo habían echado de comida a los perros (2010, 220).
Algunos de los secuestrados hablan del bajo nivel académico, incluso de analfabetismo, de gran parte de los guerrilleros rasos. Lo dicen Araújo (2008, 112) y Pérez; este precisa que a los tres gringos les aterraba la ignorancia de las FARC porque la mayoría son analfabetas, ¿y cómo aspiraba un grupo así a ejercer el poder en Colombia? (2008, 160).
Esa ignorancia facilita el adoctrinamiento de la base, porque el guerrillero raso es fanático y además se siente dueño de la verdad (Araújo, 2008, 163). Para este autor, ese guerrillero desconoce la realidad colombiana, no tiene capacidad de entender y analizar al Estado que combate, recibe un adoctrinamiento comunista y le siembran odio, le cuentan de manera distorsionada la historia de Colombia; divide la sociedad en buenos -la guerrilla- y malos -la oligarquía y el resto de la sociedad- (2008, 224).
Según Pérez (2008, 176), los guerrilleros son tristes y melancólicos, su mirada refleja odio y resentimiento; se ven resignados. Pero estos dos autores y Géchem (2008, 76) coinciden en que en el fondo esa base está cansada de vivir en la selva y en esas condiciones; incluso hasta los comandantes (Malagón, 2009, 96).
Y para cerrar, y como un aspecto destacado, se menciona la recursividad de los guerrilleros: en lo militar, Araújo se refiere a que el Ejército reconocía que la guerrilla tenía muy buena inteligencia, alta capacidad para retroceder, desaparecer y atomizarse hacia sus áreas de retaguardia sin combatir (2008, 211); en infraestructura, Pérez menciona que la guerrilla hace puentes en la selva con canecas de aluminio de 55 galones llenas de cemento y apiladas hasta llegar al nivel de la carretera y luego le ponen las tablas (2008, 71); en la vida cotidiana, son hábiles para las manualidades con madera, cuero, cabuya, etc. Los secuestrados coinciden en apreciar la capacidad de ingenio de los guerrilleros, su recursividad y su dominio completo del mundo de la selva.
Discusión
Como ya se había mencionado, no hay muchos libros que se ocupen del secuestro político. Dejando de lado los once libros testimoniales que sirven de base para esta investigación y que abordan el secuestro político desde la experiencia directa de los autores, podemos mencionar a Castillo y Balbinotto, que en Las Farc y los costos del secuestro se ocupan del tema, y enfocan el secuestro político de las Farc desde la teoría del principal-agente, que supone una relación asimétrica entre estos, y luego muestra su pertinencia frente a los modelos de terrorismo (2011, 148).
Daniel Mejía, en El secuestro en Colombia: una aproximación económica en un marco de Teoría de juegos, menciona el secuestro político como una de las modalidades de dicho delito, y precisa que entre 1996 y mediados de 1999 -en la fase previa a la que sirvió de soporte a esta investigación- se presentaron 644 secuestros políticos, de los cuales 361 (56,1%) fueron contra miembros de la policía y 283 (43,9%) contra miembros del ejército (1999, 149). Una de sus conclusiones es que, si las familias o empresas pagan el rescate por un secuestrado, los autores del plagio perciben que "aumenta la probabilidad de que en el próximo secuestro también recibirán la suma de dinero o la concesión política que exijan" (1999, 167).
En tanto, Pinto et al., en El secuestro en Colombia: caracterización y costos económicos, se encargan de caracterizar el secuestro en el país, desde el extorsivo y el simple. Con base en la Ley 40 de 1993, ellos en su estudio dividen el secuestro en extorsivo, que incluye el secuestro con fines económicos y el secuestro con fines políticos (2004, 4). Entonces, mientras nuestra investigación profundiza de manera cualitativa en el fenómeno del secuestro político de las Farc, Pinto et al. se esfuerzan por cuantificar el secuestro en Colombia, y aportan cifras como que las Farc, en el periodo 1996-2003 realizaron el 30,5% de los secuestros extorsivos en el país. Y precisan que, de los 13 616 secuestros extorsivos ocurridos en Colombia en el periodo de estudio, el 13,4% afectaron a los trabajadores públicos, en los que se incluyen servidores públicos, Fuerza Pública y personas vinculadas a la administración pública (23).
Nuestra investigación tiene un enfoque muy descriptivo, porque se trata de caracterizar el fenómeno del secuestro político, lo que lleva al final a mostrar la influencia de ese delito en las víctimas y permite, como lo evidencia este escrito, entender e inferir aspectos como el perfil del guerrillero que regresaría a la legalidad. Castillo y Balbinotto analizan el secuestro político desde su efecto en las Farc y concluyen que el secuestro como estrategia política de las Farc les generó dos consecuencias: la primera fue un conflicto de intereses entre la cúpula y los mandos medios y, segunda, la incorporación de un fenómeno nuevo en esa organización: la relación entre mandos medios y secuestrados, con los problemas que ello trajo aparejado, y que tuvo como efecto final que las Farc decidieran terminar con el secuestro político y devolvieran de manera unilateral a todos sus secuestrados (2011, 162).
Conclusiones
El guerrillero que volvería a la legalidad -si termina con éxito el proceso de paz que actualmente adelanta Colombia- sería mayoritariamente un hombre joven, habituado a la tensión cotidiana rural por pertenecer a un actor armado ilegal, o sea, fuerte física y mentalmente, en este último caso sobre todo por el alto nivel de adoctrinamiento a que fue sometido en su proceso de inserción a la guerrilla, lo que implica fuertes convicciones, pero también alto nivel de capacidad para la confrontación ideológica con su nuevo entorno, lo que puede ser fuente de conflictos debido a que en la guerrilla se alimenta el odio hacia sectores sociales; además, porque es un hombre que viene de las armas, las cuales crean una cierta tendencia al autoritarismo en el sujeto. Es una persona con la virtud de la recursividad en las situaciones del día a día, lo que facilitaría su llegada a diversos entornos; pero también es un sujeto con un nivel de escolaridad bajo o medio, lo que lo obligaría a involucrarse en procesos de mejoramiento académico para optimizar sus opciones laborales. Será un ciudadano que tendrá una oportunidad de vida que nunca tuvo antes y que, dependiendo de las características de la reinserción que finalmente se pacte, puede permitirle trazarse nuevas metas y transitar hacia la legalidad con probabilidades de acomodarse finalmente en la vida propia de la sociedad colombiana.
Para la comandancia que retornaría a la legalidad hay un asunto complicado: son hombres y mujeres habituados a mandar y a que se les obedezca sin chistar, so pena de castigos severos, por el poder de las armas. Su nivel de tolerancia a la oposición debe ser bajo por sus años de jefatura, y por las fuertes convicciones ideológicas debe serles difícil convivir en medio de ambientes más flexibles, en los cuales se confrontan las ideas en los distintos aspectos de la vida. Tienen en su mayoría una visión del país con fuertes raíces en formas atrasadas históricamente, por el tipo de vida que han llevado en las zonas rurales remotas muchos de ellos y por estar habituados a ambientes donde se evidencian el machismo y el autoritarismo en la vida cotidiana. Por su edad, la mayoría están cercanos o ya pertenecen a la tercera edad, sus procesos mentales de cambio deben ser más complejos y difíciles de lograr. Su reinserción debe ser en condiciones diferentes a los de la mayoría de la tropa guerrillera, si se quieren generar condiciones que se acomoden a sus características personales.
El país debe prepararse para abrir los brazos a unas personas que optaron por alejarse de sus compatriotas y combatir al Estado con las armas, por lo que debe haber un alto nivel de tolerancia y un sincero esfuerzo por el reconocimiento a la diferencia, sobre todo porque la historia muestra que somos una sociedad con un alto nivel de intolerancia. En resumen, la reinserción de los guerrilleros a la sociedad nos debe motivar a ser mejores compatriotas, con aceptación del otro y con un esfuerzo sincero por recibir al otro sin odio y sin venganza.