Este artículo estudia al gobierno de Bernardo O'Higgins y al incipiente Estado de Chile a través de los reportes, informes y cartas privadas de los agentes que representaron a Estados Unidos. La presencia en Chile de los estadounidenses Theodorick Bland, William D.G. Worthington, J.B. Prevost, Jeremy Robinson y Michael Hogan entre 1817 y 1823 nos permite adentrarnos en los orígenes de la historia diplomática chilena.2 A diferencia de otros países sudamericanos, Chile fue un destino comercial más deseado o buscado por Estados Unidos durante el período en cuestión (Gleijeses, 1992: 489-490). Estos cinco agentes no fueron propiamente embajadores de su país en Chile, sino que actuaron como commercial agents, esto es, como "sustitutos de cónsul en los puestos en que los cónsules no sean admitidos o en donde por cualquiera otra causa o razón no puedan ser enviados oficialmente" (citado en Pereira Salas, 1937: 203). Al mismo tiempo, nos ayuda a explicar las distintas opciones político-militares que entraron en juego para llenar el vacío de poder dejado por la caída de la monarquía española y la consecuente lucha por el reconocimiento de la independencia por parte de las potencias occidentales, Estados Unidos en especial.
La producción historiográfica no ha dedicado mayor espacio al papel de los agentes estadounidenses en la política chilena. Los trabajos pioneros de Eugenio Pereira Salas (1936, 1936b y 1937) dan cuenta de algunos aspectos significativos; sin embargo, tienden a dar por sentado que el Estado nacional de Chile estaba llamado a existir cuando ocurrió la crisis monárquica de 1808.3 Este artículo, por el contrario, abrevia algunas de las discusiones historiográficas más relevantes de las últimas dos décadas, la principal de las cuales propone que cuando estalló la revolución de 1810 no existía un consenso en torno a quién debía reemplazar la legitimidad de origen del rey ni la soberanía del imperio español. La participación de los agentes estadounidenses en la política nacional entrega pistas novedosas al respecto, sobre todo en relación a las luchas facciosas protagonizadas por los seguidores de O'Higgins, José Miguel Carrera y Ramón Freire.
Estas páginas fueron estructuradas a partir de dos repositorios documentales: por un lado, se estudian las cartas e informes publicados por William Manning in 1925 sobre las relaciones entre Estados Unidos y las "naciones Latino-Americanas" durante la independencia. Si bien estas fuentes han sido analizadas por otros historiadores (Montaner, 1961; Collier, 2012), nuestra lectura propone una interpretación diferente. Asimismo, se trabajan los papeles privados del estadounidense Jeremy Robinson, ubicados en la Library of Congress en Washington D.C.4 Ellos fueron previamente analizados por Pereira Salas en un artículo sobre Robinson (1937); no obstante, nos acercamos al personaje a partir del estudio directo de sus manuscritos y sólo nos apoyamos en el autor referido cuando el mal estado y antigüedad de los papeles así lo requirió. A estos repositorios se suman, además de un número relevante de referencias bibliográficas, la Descripción económica i política de Chile en el año de 1818 escrita por Theodorick Bland (1927), y el "Diario Personal" de Jeremy Robinson en Chile (1938).
El artículo está dividido en tres secciones y una conclusión. En primer lugar, se discute la intervención de los agentes estadounidenses en la política chilena y el tipo de faccionalismo protagonizado por los seguidores de O'Higgins y José Miguel Carrera. En segundo término, se analizan los intentos de O'Higgins para que la independencia chilena fuera reconocida por Estados Unidos. Aquí se plantea la hipótesis de que los agentes estadounidenses en Chile condicionaron su apoyo a O'Higgins a que éste implementara un régimen republicano de gobierno. En tercer lugar se plantea que dicho apoyo fue perdiendo fuerza debido a los resultados cada vez más inciertos de la denominada Guerra a Muerte en el sur del país, así como por la pérdida de legitimidad en Chile del proyecto continental del gobierno o'higginista. Fue en este contexto que los agentes Robinson, Prevost y Hogan escribieron diversos reportes a Washington D.C., relatando la caída de O'Higgins en enero de 1823 y aplaudiendo el nombramiento de Ramón Freire en su reemplazo. El artículo cierra con algunas conclusiones.
Crisis de legitimidad y faccionalismo: agentes estadounidenses en Chile
A mediados de 1810 estalló en Chile una profunda revolución política. Desconcertados por la abdicación del rey Fernando VII y por la invasión de las fuerzas napoleónicas a la Península Ibérica, los grupos de poder locales -conformados por hacendados, comerciantes, hombres de letras y oficiales militares- buscaron durante gran parte de ese año una solución a la crisis política que supuso la incompetencia de las corporaciones españolas de ungirse como las representantes únicas de la administración del imperio. El derrocamiento del gobernador Francisco Antonio García Carrasco y la posterior organización de una Junta de Gobierno en Santiago (18 de septiembre) abrieron las puertas al autogobierno y a la autonomía política. Más temprano que tarde, empero, los conflictos entre la capital y otras ciudades del reino, así como entre el gobierno autonomista chileno y el virrey del Perú, José Fernando de Abascal, derivaron en una guerra civil entre revolucionarios (la mayoría de los cuales continuaba siendo autonomista más que separatista o independentista) y los fidelistas liderados por fuerzas limeñas.5
Los autonomistas chilenos mostraron un rápido interés por entrar en contacto con Estados Unidos. No es coincidencia, por ejemplo, que el primer Congreso chileno haya abierto sus puertas el 4 de julio de 1811, como tampoco que el gobierno de José Miguel Carrera (1812-1814) recibiera a Joel Roberts Poinsett en su calidad de "Agente Confidencial" del gobierno de Estados Unidos en Chile y Buenos Aires (Collier y Feliú Cruz, 2000: 28). El 24 de febrero de 1812, Carrera dio la bienvenida a Poinsett mediante las siguientes palabras: "Chile, Señor Cónsul, por su Gobierno y corporaciones reconoce a US. al Cónsul General de los Estados Unidos de Norte América. Esta potencia se lleva todas nuestras consideraciones, y nuestra adhesión. [...] Su comercio será atendido, y no saldrán de nosotros sin efecto las representaciones de US. que se dirijan a su prosperidad" (citado en Collier y Feliú Cruz, 2000: 35). A partir de entonces, Poinsett se involucró en la política local, redactando proyectos constitucionales, participando en la guerra contra el virrey Abascal y causando la aprensión de los sectores moderados de la revolución (Neumann, 1947: 209; Collier, 2012: 118, 130). El cónsul representaba a aquella generación de estadounidenses que, una vez consolidado el régimen republicano, se dio a la ardua tarea de "difundir las formas de convivencia política creadas [por la joven nación norteamericana]" (Heise, 1978: 34).
Poinsett dejó Chile por Buenos Aires en abril de 1814 (Shurbutt, 1991, 232), pocos meses antes de que el ejército revolucionario sufriera una dura derrota en la batalla de Rancagua, y de que las fuerzas de Carrera y de las de su Némesis, Bernardo O'Higgins, se refugiaran al otro lado de la cordillera de los Andes. La provincia de Cuyo, donde llegaron Carrera y O'Higgins en octubre de 1814, sirvió de escenario para que las facciones por ambos representadas se enfrentaran en disputas sobre el futuro de la revolución. En lo inmediato, las disputas se resolvieron a favor de O'Higgins. En efecto, el gobierno de Buenos Aires, influenciado por el gobernador de Mendoza José de San Martín, decidió no apoyar el plan de reconquista de Carrera, prefiriendo seguir un cronograma más pausado que, a principios de 1817, culminó en el triunfo revolucionario en la batalla de Chacabuco. Gracias a aquella victoria militar O'Higgins consiguió ser nombrado Director Supremo de Chile, una elección que contó con el beneplácito de San Martín, del Ejército de los Andes y del recién creado Ejército de Chile. Este último cuerpo fue el que sembró la piedra fundacional del "Estado de Chile", pasando desde entonces a estar los puestos burocráticos ocupados preferentemente por militares. Esta burocratización militar sería, como veremos, muchas veces criticada por los agentes estadounidenses, quienes coincidían en señalar que la intervención de los militares en política podía derivar en despotismo.
Entre 1818 y 1823 resalta la presencia en Chile de cinco estadounidenses, enviados todos por el presidente James Monroe para, al menos en un principio, mantener la neutralidad de Estados Unidos en la lucha entre los bandos "patriota y realista" y, de esa forma, "asegurar el respeto por unos y otros de nuestro comercio" (citado en Pereira Salas, 1936: 86). Me referiré a J.B. Prevost, Jeremy Robinson y Michael Hogal en futuras secciones. A continuación abordaré las opiniones sobre la política y el faccionalismo chilenos entregadas por William D.G. Worthington y Theodorick Bland.
Proveniente de Buenos Aires, Worthington se presentó en el Palacio Directorial de Santiago el 26 de febrero de 1818 (Pereira Salas, 1936b: 96). En sucesivas cartas al Departamento de Estado, Worthington escribió los que consideramos son los más detallados bosquejos de la situación chilena. Hasta la batalla de Maipú (5 de abril de 1818), cuando San Martín y O'Higgins consolidaron su posición, el agente estadounidense se movió con cautela. Así, por ejemplo, el 12 de marzo de ese año escribió a Miguel Zañartu, Secretario de Estado chileno, que las "obligaciones debidas en buena fe por parte de Estados Unidos a su Majestad Católica" le impedían a él y sus compatriotas tomar "pasos decididos [a favor] de la causa Patriota de Sud América".6 Al definirse la contienda en el Valle Central chileno, sin embargo, Worthington se la jugó porque su gobierno reconociera la independencia de Chile (que había sido firmada, como veremos, el 12 de febrero de ese año): tres días después de Maipú, informaba a John Quincy Adams, Secretario de Estado del presidente Monroe, lo complacido que había quedado con San Martín, agregando positivamente que O'Higgins era un "patriota de la Escuela Romana" y que el triunfo revolucionario "establece firmemente, según mi opinión, la Independencia de Chile".7
El entusiasmo de Worthington creció con el tiempo, e incluso se animó a redactar un borrador de Constitución para el Estado de Chile. El 5 de mayo de 1818 decía a O'Higgins que "las venerables instituciones, que por muchos años habían preservado la Libertad de Gran Bretaña [y que el] pueblo de Estados Unidos de América [heredó] de sus antepasados [...] dieron al Mundo un mejorado Sistema de Política civil bajo la forma de una República confederada", un tipo de gobierno que, según él, Chile debía implementar para "asegurar la Paz y Seguridad doméstica, y el respeto en el extranjero".8 El 4 de julio, en tanto, Worthington comunicó a Adams que "el pueblo de Chile parece tener una natural e instintiva parcialidad por los Ciudadanos de Estados Unidos. Incluso los más desinformados parecen estar agradecidamente conscientes de que los hemos ayudado en su lucha por la Independencia a través del envío de armas, etc., etc. Con todo, en la misma carta Worthington aseguraba que "el Presente Gobierno no nos prefiere ni a nosotros ni a nuestras instituciones Políticas" sino a "las de Europa", marcando una diferencia entre la opinión general de los chilenos y la del Director Supremo.9
¿Cómo explicar esta supuesta paradoja?
La respuesta hay que encontrarla en las disputas facciosas entre el grupo de O'Higgins y los seguidores de José Miguel Carrera y sus hermanos, Juan José y Luis. Según Worthington, O'Higgins comenzaba a ver con un "peculiar celo" a los ciudadanos estadounidenses residentes en Chile, "suponiéndoles más o menos ligados al partido de los Carreras, sobre los cuales los actuales gobernantes han triunfado". En su análisis sobre el faccionalismo chileno no se desprende explícitamente que Worthington haya sido un partidario de los Carrera, pero sí se aprecian algunas señales de que al menos tenía una buena impresión de ellos. "De lo que puedo oír o ver, [el de los Carrera] era en realidad el gran partido republicano y Norte Americano aquí", decía. Eso no era todo: en su opinión, la facción de los Carrera era también "el Gran Partido de Chile", asumiendo así que la facción de O'Higgins no sólo estaba conformada por personas ajenas al territorio chileno, sino que además tenía intereses que iban más allá de sus fronteras.10
Worthington dividió el espectro chileno en dos "partidos": el de "Buenos Aires [Buenosayrean] y el Chileno". El primero estaba conformado por "los oficiales y emigrados del otro lado de los Andes, con todas las Personas que [en Chile] se oponían a los Carrera y su Partido. A la cabeza de aquel Partido Anticarrera sobresale, presumo, Don Bernardo O'Higgins, el Director Supremo de este Estado", aunque sin duda era el "General San Martín" quien dirigía "sus poderes y le da[ba] vida y acción". En julio de 1818, la facción de "Buenos Aires" (que hoy los historiadores identifican con la denominada Logia Lautaro) gobernaba Chile entre Copiapó y Talca. Sin embargo, no era claro que, una vez consolidada la independencia, "el partido de Buenos Aires" continuaría ejerciendo su influencia como hasta ese momento: "además de ser los Andes un gran e indestructible impedimento físico para el amalgamiento del Pueblo de Chile con el de las Provincias Unidas del Río de la Plata, existe, creo, una temprana e invencible envidia y disgusto entre ellos". Por eso, sostenía, más temprano que tarde los chilenos tendrían "su propio gobierno".
El "Partido Chileno", por su parte, estaba formado esencialmente por José Miguel Carrera, ya que sus hermanos habían sido asesinados en Mendoza en abril de 1818, mientras que su gran apoyo en el país, Manuel Rodríguez, había sufrido la misma suerte "camino a Quillota" en mayo de ese año. El responsable de estos ajusticiamientos era, siguiendo a Worthington, el sistema político militarizado implementado por el régimen o'higginista:
El Gobierno es completamente militar. Todo es realizado por Soldados. Incluso para la ejecución de un ladrón [común y corriente] se manda a llamar a los soldados, se les forma alrededor del lugar de ejecución [...] para que disparen en contra de los criminales. El Palacio Directorial, como se le llama, está vigilado y atestado con soldados. En vez de porteros ordinarios en las puertas, te reciben soldados con Bayonetas. Cuando el Director [O'Higgins] cabalga o camina tiene siempre una guardia de soldados que lo escolta. Todas las ciudades parecen cuarteles militares y el país está más o menos cubierto con soldados.11
Aun cuando Worthington puede haber estado exagerando el verdadero poder militar de O'Higgins, no estaba solo en su comentario: Theodorick Bland era de la misma opinión. Bland llegó a Santiago el 5 de mayo de 1818, exactamente un mes después de la batalla de Maipú. Cuenta Ricardo Montaner que Bland transmi tió a O'Higgins que "el pueblo y el gobierno norteamericanos sentían vivo interés por los chilenos, a los que no consideraban como insurgentes, sino como sostenedores de una lucha civil, en la que cada parte era acreedora a iguales derechos y respetos" (Montaner, 1961: 63). No obstante, en un largo reporte sobre Chile se aprecian comentarios menos elogiosos de los chilenos y del gobierno de O'Higgins. El estadounidense retrató el excesivo poder de los militares en la administración chilena: "la estratejia militar de los jefes patriotas, i la posición en que han dejado a las fuerzas de su mando [...] han sido tan contrarias a los buenos principios como propias para echar siniestra oscuridad i misterio sobre todos los negocios del Estado" (Bland, 1927: 22-23).
Asimismo, en Chile existía, según Bland, una "poderosa i jeneral aspiración de reunir un Congreso", pero con "variados pretestos" dicha opción había sido "pospuesta, rechazada, o burlada" por la Dirección Suprema. Bland defendía la separación equilibrada de los poderes, una idea poco correspondida por O'Higgins, cuyo modelo de gobierno era un Ejecutivo fuerte (similar al Dictador Romano) al que el Senado debía estarle supeditado (Collier, 2012: 244-245; Ossa, 2014b, 420-426).12 El sistema constitucional estadounidense, es cierto, también poseía un Ejecutivo poderoso, y algunos autores han llegado a sostener que la Constitución de 1787 dio al presidente estadounidense un poder similar al de un monarca (Nelson, 2014: capítulo 5). Aun así, de acuerdo con Bland, la potestad del Director Supremo era mayor que la de los presidentes estadounidenses. Al no tener una institución que actuara como contrapeso (como un Congreso efectivo), creía que "el gobierno de Chile" estaba "organizado como bajo el réjimen colonial", entendiendo por ello una "tiranía absoluta" (Bland, 1927: 26-27). "La coacción impuesta a algunos, el destierro de otros, i aún el asesinato de uno de los más activos defensores de la reunión del Congreso [Manuel Rodríguez]", decía Bland, "han servido más bien para excitar e irritar que para calmar los espíritus" (Bland, 1927: 22-23).
Las impresiones de Worthington y Bland sobre el rol del gobierno de O'Higgins en la persecución de los hermanos Carrera y Rodríguez entregan pistas para comprender el tipo de faccionalismo que, desde el comienzo de la guerra civil en 1813, se apoderó de la política chilena. La Logia Lautaro o el "Partido de Buenos Aires" tenía propósitos políticos y militares y ambos coincidían en la expulsión de los fidelistas (Eyzaguirre, 1973: 13). Los Carrera compartían el mismo propósito pero, desde el momento en que San Martín optó por la facción o'higginista en octubre de 1814, siguieron un derrotero distinto. Aquéllos descansaban tanto o más que O'Higgins la toma de decisiones en los militares; no obstante, a diferencia de la Logia Lautaro, su objetivo final era más acotado. En efecto, la Logia Lautaro buscaba asegurar la independencia de toda Hispanoamérica, y ello sólo podía ser posible emprendiendo un ataque al Perú, el centro de la contrarrevolución sudamericana (Eyzaguirre, 1973; Del Solar, 2010, Del Solar, 2010b; Rabinovich, 2016). La facción de los Carrera, en cambio, no parece haber tenido un plan continental que aniquilara a los fidelistas en otras partes que no fueran Chile o el Río de la Plata.
Así, a pesar de que es probable que los Carrera también se involucraran en logias similares,13 difícilmente puede decirse que el "secretismo" con que actuaba el "Partido de Buenos Aires" fuera replicado por su facción.14 Además, a diferencia de la Logia Lautaro, los Carrera no implementaron un sistema de persecución de sus enemigos en el bando revolucionario, concentrándose en diseñar un programa político-militar menos ambicioso que el de San Martín y O'Higgins y cuyo objetivo era concentrarse en la expulsión de los fidelistas que todavía pululaban en territorio chileno y rioplatense. Sin embargo, eso no sería posible y la estrategia sanmartiniana de emprender una empresa continental terminaría por imponerse.
En búsqueda del reconocimiento estadounidense
¿Qué opinaba realmente el Director Supremo de los estadounidenses y cuál era el valor que asignaba a la posibilidad de que Estados Unidos reconociera la Independencia de Chile? La respuesta tiene tres cuerpos: por un lado, es claro que O'Higgins sentía una admiración profunda por Gran Bretaña y que si hubiera tenido que escoger entre ella y la naciente potencia norteamericana, el Director Supremo sin duda se habría inclinado por la primera (Collier, 2012: 209-210). Con todo, la rivalidad entre Gran Bretaña y Estados Unidos desde la Guerra de 1812, así como la negativa de la Santa Alianza de reconocer las independencias hispanoamericanas, pusieron trabas a que fuera Londres la primera en reconocer la independencia chilena. Lord Castlereagh y George Canning nunca estuvieron del todo convencidos de que la situación geopolítica en el Nuevo Mundo ameritara cortar relaciones con España (su aliada desde 1808), enfocándose más bien en idear una estrategia que cerrara "el paso a los Estados Unidos" en materia comercial (Barros, 1990: 41; Gleijeses, 1992: 486). Ello explica por qué el reconocimiento británico de la independencia chilena se dilató hasta 1831 (Montaner, 1961, 378).15
Por otro lado, no cabe duda que la admiración de O'Higgins por Gran Bretaña fue acompañada de un cierto recelo hacia los agentes estadounidenses, la mayoría de los cuales se había efectivamente inclinado, ya desde la época de Poinsett, por la causa de los Carrera. Obviamente, que el propio José Miguel viajara en 1816 a Estados Unidos para conseguir el apoyo del gobierno de James Madison para organizar una pequeña flota con el fin de invadir el Chile fidelista, no morigeró las dudas y los resentimientos de O'Higgins (Collier y Feliú Cruz, 2000; Bragoni, 2012; Carrera, 2016). Cuando Carrera regresó con dicha flota a Buenos Aires, O'Higgins y San Martín ya habían reconquistado Santiago y comenzaban a perseguir a los aliados chilenos de los Carrera, una cuestión esta última que, como vimos, le valió al gobierno o'higginista ganarse las críticas de agentes como Worthington y Bland.
Ahora bien, la desconfianza mutua entre O'Higgins y los enviados norteamericanos no significa que el reconocimiento de Estados Unidos fuera considerado por ambos sectores como un paso innecesario o banal. Detrás de la firma de la Independencia de Chile del 12 de febrero de 1818 se encontraba una estrategia audaz por parte de la Logia Lautaro de consolidar la soberanía político-territorial de Chile, al tiempo que una búsqueda por formalizar contactos diplomáticos con países como Estados Unidos. Gracias a ella, Chile no sólo proclamó su independencia "a la faz del mundo", sino que hizo "saber á la gran confederación del género humano que el territorio continental de Chile y sus Islas adyacentes forman de hecho y por derecho un Estado libre Independiente y Soberano" (Ávila Martel, 1969; Jocelyn-Holt, 1992, capítulo VII; Barros Arana, 2003: 251-254; Guerrero Lira, 2010: 98-104; Collier, 2012: 240-243; Ossa, 2016a).
Un año después de la Declaración de Independencia, O'Higgins dio un paso decisivo hacia la obtención del reconocimiento de Estados Unidos. El 4 de febrero de 1819 el Director Supremo le propuso al agente Jeremy Robinson (llegado a Chile en mayo de 1818) que actuara como facilitador de un empréstito por parte de Estados Unidos de "tres millones de pesos al interés de un ocho por ciento al año", con lo cual Chile "afianzará su Independencia del modo mas seguro, y tendrá la satisfaccion de haber recibido el primer auxilio de una república Americana".16 El 20 de febrero de 1819, O'Higgins escribió al Senado que "Mr. Jeremías Robinson, natural de Estados Unidos de Norte América, se halla de próxima partida a su patria i se me ha ofrecido voluntariamente a servir de apoderado del Estado de Chile en su nación". Según él, Robinson tenía "un decidido interés por la independencia de América i está dotado de suficiente ilustracion" y "su personería debe traernos ventajas útiles en nuestras relaciones políticas i comerciales, agregándose la de que merece la estimacion del actual Presidente de su nación". 17 Seis días después, el Senado aprobó la propuesta de O'Higgins, señalando que "por este conducto" podía allanarse "el reconocimiento de la independencia" de Chile. 18
A su vez, el 5 de enero de 1820 O'Higgins se dirigió directamente a Monroe, señalándole que Estados Unidos y Chile compartían "una causa común" y que ya era tiempo de que ambos "países" entraran en "relaciones" a través del envío de una legación chilena a Washington. Este documento se lo envió O'Higgins a Robinson para que, en un futuro viaje a Estados Unidos, el agente se la entregara personalmente a Monroe:19
Ya que su Excelencia muestra un especial interés en conocer exactamente el estado de nuestros asuntos políticos a través de enviados ilustrados, no puedo desconocer las impresiones de gratitud que esta medida ha comenzado en mi corazón y en el de todos los chilenos sobre los cuales tengo el honor de presidir. [...] Me atrevo, señor, a creer que nadie tiene nada que temer de España, ya sea de hecho o de derecho [...]. Todos sus intentos en Chile [...] se han visto frustrados. [...] De Viovio a Copiapó ni un solo enemigo extranjero ha pisado nuestro suelo. [...] El comercio se está moviendo a lo largo tanto libremente como con rapidez. Una escuadra protege nuestros puertos abiertos para la importación, [así como los intereses] de las Potencias.20
Aun cuando dicho viaje no se realizó con la prontitud que el Director Supremo hubiera deseado, O'Higgins continuó preocupado de la cuestión del reconocimiento de la independencia chilena. A fines de 1820 agradecía a Robinson "la diligencia con que se ha despachado la carta que puse en manos de V. para el Presidente de Estados-Unidos", esperando que el reconocimiento fuera confirmado cuanto antes por "algún papel público" (Montaner, 1961: 128-130).
Yendo más allá de Robinson, cabe preguntarse cuán comprometidos con la independencia estaba el resto de los agentes estadounidenses: ¿pusieron algún tipo de condición particular para apurar el reconocimiento por parte de Washington?21 Me parece que, al menos implícitamente, el apoyo de los agentes no pasaba únicamente porque Chile se declarara independiente, sino también porque el país dejara atrás la monarquía y se organizara como república. En su último encuentro con O'Higgins Worthington le preguntó qué tipo de gobierno pretendía implementar, a lo que el Director Supremo le respondió que de ninguna manera establecería una "Monarquía hereditaria", sino una "forma Republicana y confederada de Gobierno". "Esperamos", agregó O'Higgins, "que tan pronto el Perú sea emancipado, Buenos Aires y Chile con Perú formarán una gran confederación similar a la de Estados Unidos".22 Worthington, sin embargo, no estaba del todo seguro que la intervención política de los militares cercanos a O'Higgins fuera un buen aliciente para dicho proyecto, y el agente abandonó Chile convencido de que una república como la estadounidense no convenía a la "Mayor parte de los hombres de armas".23
J.B. Prevost, en tanto, aconsejaba en 1818 "la monarquía o el despotismo militar" como forma de gobierno para Chile (Robinson, 1938:114-115), argumentando no obstante que Estados Unidos, sin importar qué tipo de gobierno implementara el país, debía aceptar la independencia chilena.24 Dos años después, Prevost había abandonado la idea de que Chile introdujera una monarquía, concluyendo que la forma más expedita de conseguir el reconocimiento del presidente Monroe era mediante la reafirmación republicana de las autoridades chilenas. En enero de 1821, Prevost llegó incluso a decir que las instituciones estadounidenses servirían de "modelo para las de Sud América" y que O'Higgins era "realmente un Patriota republicano" que se opondría a cualquier "cosa que [se parezca] a una Monarquía".25
¿Cuán republicanos eran en realidad el Director Supemo y su grupo más cercano? O'Higgins sentía devoción por el sistema británico y San Martín y otros líderes sudamericanos intentaron imponer monarquías en sus respectivos territorios (Lynch, 2009, capítulo 7; Racine, 2010, 425). Sin embargo, como bien plantea Simon Collier, el proyecto o'higginista descansaba en un régimen republicano; con un Ejecutivo fuerte y administrativamente centralizado, es cierto, pero republicano al final de cuentas. De ahí que O'Higgins reprochara duramente el intento de su enviado a Londres, Antonio José de Irisarri, de entablar negociaciones para implementar una monarquía en Chile. Irisarri, le dijo el Director Supremo a Prevost el 21 de abril de 1820, había contravenido sus "instrucciones", agregando que esperaba que el estadounidense estuviera "convencido" de "sus sentimientos republicanos" y que preferiría "morir que sostener en mi nombre tal abandono de mi Deber y mis principios".26
Este tipo de argumentos sirvió para convencer a hombres como Prevost de que el republicanismo de O'Higgins era sincero. Sin embargo, el reconocimiento de la independencia no llegó sino hasta dos años después, cuando en su Mensaje de 8 de marzo de 1822 el presidente Monroe sostuvo que la contienda entre las colonias hispanoamericanas y España había "llegado ahora a tal estado y ha sido coronada con tal decisivo éxito a favor de esas provincias, que merece la más profunda consideración para averiguar si tienen pleno derecho al rango de naciones independientes, con todas las ventajas anexas, con sus relaciones con Estados Unidos". Haciendo eco de uno de los argumentos exhibidos por O'Higgins en su carta del 5 de enero de 1820, el presidente norteamericano manifestaba que durante los tres últimos años el gobierno de España no ha enviado un solo cuerpo de tropas a ninguna parte, ni hay razón para creer que pueda enviarlas en un futuro". Concluía, entonces, que las independencias de las colonias eran hechos consumados y que no existía "la más remota probabilidad de que pueda privárseles de ellas" (citado en Montaner, 1961: 129).
El Mensaje de Monroe debe considerarse como un parteaguas en la realción entre Estados Unidos y Chile, en especial por lo que significaba que una nación joven -a diferencia de las europeasconsiderara a las ex colonias hispanoamericanas Estados soberanos con los cuales no sólo era conveniente sino necesario establecer vínculos diplomáticos. Con todo, sería un error exagerar las repercusiones de la declaración de Monroe. Como bien ha planteado Piero Gleijeses, el reconocimiento no significó "ningún beneficio material para los rebeldes. El gobierno de Estados Unidos continuó negándose a proveer préstamos, los comerciantes norteamericanos mantuvieron su neutralidad 'aritmética', y los voluntarios estadounidenses siguieron evitando a los ejércitos insurgentes" (Gleijeses, 1992: 487). En el caso de Chile, el reconocimiento coincidió con un distanciamiento cada vez más explícito entre los agentes norteamericanos y el gobierno de O'Higgins. Incluso Robinson, el más cercano a la facción o'higginista y quien alguna vez había convenido que San Martín era "el primer patriota de America del Sud, el hermano Político de nuestro Ilustre Washington",27 se había distanciado del proyecto americanista de la Logia Lautaro y del excesivo papel de los militares aliados a O'Higgins en el sistema republicano chileno.
La Guerra a Muerte y la caída de O'Higgins
El origen de la ruptura entre Robinson y el gobierno de O'Higgins puede retrotraerse a 1820. La explicación hay que buscarla en sus impresiones sobre la incapacidad del Director Supremo para poner fin a la denominada Guerra a Muerte en el sur del país, así como en la pérdida de legitimidad del plan continental de la Logia Lautaro entre los grupos de poder de Concepción. Esta sección sugiere que tanto Robinson como Prevost y Michael Hogan aplaudieron la caída de O'Higgins en enero de 1823, viendo en el gobierno de su reemplazante, el militar Ramón Freire, un régimen más parecido - aunque no del todo igualal estadounidense.
La Guerra a Muerte fue un conflicto militar de tipo irregular que asoló el sur chileno entre 1817 y 1823, en especial las zonas de Concepción y la Araucanía (Vicuña Mackenna, 1972). Concepción, ubicada a unos 500 kilómetros al sur de Santiago, era la segunda provincia más importante de Chile durante la década de 1810.28 Más fidelista que revolucionaria al principio de la guerra civil, el grueso de los penquistas (como se conocía y conoce todavía a los habitantes de Concepción) devino separatista después de 1817, cuando el intendente y gobernador, Ramón Freire, reconquistó la provincia para la causa o'higginista. El propio O'Higgins era de Chillán (muy cerca de Concepción), por lo que los penquistas siempre lo consideraron un "paisano" con el que se podía dialogar para poner fin a la guerra contra los fidelistas. En la Araucanía, en tanto, se concentraron los remanentes del ejército fidelista que, después de Chacabuco y Maipú, debieron buscar refugio entre las comunidades indígenas de la región. La mayoría de dichas comunidades apoyó la causa del rey, prefiriendo la legitimidad de origen de una autoridad que conocían y respetaban a la incertidumbre de una revolución con aspiraciones separatistas (León, 2011; León, 2013; Ossa, 2014b: 134; Crow, 2016).
Jeremy Robinson desembarcó en Talcahuano, el principal puerto de la provincia de Concepción, el 29 de marzo de 1820 y, de acuerdo con Pereira Salas, "las autoridades, en vista de las encomiásticas referencias de O'Higgins y sus Ministros, lo recibieron afectuosamente" (Pereira Salas, 1937: 225). Robinson desarrolló desde el principio un especial interés y admiración por Concepción y sus habitantes, quienes, en su pensar, eran "racialmente superior[es] y más activo[s] que [los del] resto de Chile". El clima de Concepción y sus producciones permitirían, según Robinson, transformar a la ciudad en el "granero del Pacífico", al tiempo que sus minas y bosques le asignaban "un papel de importancia desde el punto de vista industrial" (citado en Pereira Salas, 1937: 225-226).29 El problema era que la Guerra a Muerte había desolado el sur de Chile. En un documento en inglés encontrado entre los papeles de Robinson (no necesariamente escrito por él) aparecen frases como que en Talcahuano "la agricultura ha languidecido, la agricultura se ha descuidado, el abastecimiento se ha destruido y la industria se convirtió en indolencia. [...] Se requerirán muchos años [...], casi la mitad de un siglo para [recuperar] su población. [...] La ciudad está despedazándose [...] y muchas de las mejores familias están reducidas a la pobreza".
La situación militar de los revolucionarios era tanto o más delicada que la economía local. De acuerdo con este mismo documento, "las tropas del coronel Freire ocupan la Araucanía pero [...] el enemigo ataca sus fuerzas en partidas pequeñas, y lo aísla de su ganado".30 La frase "partidas pequeñas" es relevante para comprender el tipo de enfrentamiento protagonizado por revolucionarios y fidelistas desde que éstos se parapetaran en el sur del país. En la Guerra a Muerte se enfrentaron fuerzas regulares revolucionarias con grupos irregulares de guerrillas volantes de indígenas. De hecho, una excursión liderada por el jefe fidelista de la zona, Vicente Benavides, obligó a Robinson a "buscar refugio en una nave ballenera y dio por tierra con sus afanes" (Pereira Salas, 1937: 226). Difícilmente pueda sorprender, pues, que en julio de 1820, sólo cuatro meses después de haber desembarcado en Talcahuano, Robinson solicitara permiso a Freire para regresar a Santiago.
Ya en la capital, el agente estadounidense continuó interesado en la cuestión araucana. En un reporte dirigido a Adams, fechado el 2 de octubre, Robinson explicó la situación político militar de una región sumida en la inseguridad económica. En el cuerpo principal del texto Robinson apostó a que la guerra de guerrillas sería "suprimida por los Patriotas en el curso de cuatro o cinco meses" gracias al reclutamiento de tropas frescas y a la preparación de una nueva expedición que debía partir en corto tiempo desde el centro del país. Pero en una "B Note" al final de la misma fuente el optimismo de Robinson es mucho menos explícito. Se aprecia una crítica al gobierno de O' Higgins por no poder concluir la guerra en el sur, una opinión que prontamente fue secundada no sólo por los vecinos de Concepción sino, más importante, por el propio Freire. Lo más complejo para los revolucionarios era convencer a los indígenas que se sumaran a su proyecto político. Según Robinson:
Los Patriotas no poseen ningún territorio al sur del río Bio-Bio, exceptuando un Fuerte [...] llamado San Pedro, y la ciudad y alrededores de Valdivia, estando el resto del [sur del] país ocupado por los indios araucanos y los realistas. [...] Los indios están más o menos en alianza con los españoles, y, en consecuencia, el pasado otoño e invierno llevaron a cabo con estos últimos una extremadamente molesta [forma de] hacer la guerra en la Provincia de Concepción, cruzando el río por la noche, [robando] ganado y caballos, saqueando y quemando las haciendas y plantaciones, y otras [veces] robando y asesinando a los habitantes. Fue una guerra de rapiña y de saqueo y exterminio, ninguna de las partes [aceptando] las leyes de la guerra, pero [sí] matando a todos sus prisioneros. Talcahuano fue tomada dos veces, saqueada y evacuada.31
Esta fue la primera ocasión en que Robinson mostró desconfianza respecto a la capacidad de O'Higgins de ejercer su liderazgo en regiones chilenas que no fueran Santiago y sus alrededores. En esto se conjugaron dos cuestiones: en primer lugar, la organización de la Expedición Libertadora del Perú a cargo de San Martín y del británico Thomas Cochrane obligó a que los pocos ingresos económicos del Erario se utilizaran para pagar al ejército que se preparaba en la zona central del país, con la consiguiente merma de recursos destinados a solventar los gastos de la guerra en el sur. Es cierto que una victoria rápida y definitiva en el Perú podía afianzar la independencia de Chile y concluir la guerra en Concepción. Pero la expedición al Perú demoró en rendir frutos y el tan deseado ingreso a Lima no estuvo exento de polémicas y rencillas internas (Anna, 1979; Fisher, 2003; Peralta, 2010). En segundo lugar, el distanciamiento de Robinson con O'Higgins se debió a las repercusiones negativas que, según el estadounidense, podía acarrear para el comercio norteamericano una posible alianza entre Chile y Simón Bolívar (Bushnell, 2004; Lynch, 2006; Quintero, 2006). "He averiguado", comentaba Robinson a Adams, "que el gobierno de Chile está meditando una cooperación con el general Bolívar, y que la intención del general San Martín y Lord Cochrane es combinar sus planes consecutivos con una escala para abarcar Nueva Granada y la costa oeste de México". Debido a que tal empresa podía causar un bloqueo a lo largo de todo el Pacífico, Robinson aconsejaba enviar una "gran fuerza naval [norte]americana" para "proteger los intereses, bandera y derechos de los Estados Unidos en este cuarto del mundo".32
La crítica militar y comercial al proyecto continental de O'Higgins y San Martín fue prontamente acompañada de una reprobación al comportamiento político de la Logia Lautaro: "hasta el momento", decía Robinson, "las personas que han figurado conspicuamente en la revolución han tratado únicamente de obtener el poder y continúan ejerciéndolo de una manera despótica". El sistema político del Río de la Plata y "el régimen directorial de Chile", señalaba, "son simplemente falsos nombres dados al despotismo", ya que "el pueblo en general no ha experimentado ningún beneficio con el cambio, tal vez para algunos haya sido desfavorable. El antiguo sistema colonial corrompido y decrépito se mantiene, a pesar de todo, inalterable" (citado en Pereira Salas, 1937: 227).33 Michael Hogan, otro agente estadounidense que llegó a Chile en 1822, era de una opinión similar. El 6 de mayo de 1822 escribía a Adams que el gobierno de O'Higgins había "aniquilado el comercio", agregando que el Director Supremo buscaba el reconocimiento de Estados Unidos "mediante la coerción, restituciones comerciales y embargos de propiedad en todas las direcciones".34
A fines de 1822, el distanciamiento entre O'Higgins y los agentes estadounidenses, así como entre el Director Supremo y las elites de Concepción, era evidente. Para ambos grupos, O'Higgins se había excedido en sus prerrogativas; no sólo porque la guerra en el Perú era vista como una empresa cada vez más ajena y distante, sino porque el régimen militar en el que descansaba la república del Director Supremo comenzaba a contravenir las promesas de representación en las que se había construido la revolución. Esta impresión se confirmó cuando el gobierno publicó la Constitución de 1822, un documento políticamente refinado pero muy personalista (Collier, 2013: 239). Según Prevost, la publicación de la Constitución generó un "considerable descontento", perpertuando a O'Higgins en el poder por otros diez años y haciendo de Santiago su bastión personal.35 Michael Hogan, por su parte, señaló que Concepción había "sufrido la privación más conmovedora, mientras que el Tesoro público ha sido malgastado en los soldados y asistentes al Palacio [Directorial]".36 Hogan culpó al hombre de letras José Antonio Rodríguez Aldea, ideólogo y redactor de la Carta, de detestar a los extranjeros y de ganar una ascendencia desmedida en torno a O'Higgins. La consecuencia de todo ello, concluyó Hogan, sería "la conmoción civil y una desafección creciente con la causa de la mal llamada libertad de Chile".37
La publicación de la Constitución de 1822 fue particularmente resentida en el sur del país; de hecho, la Asamblea de los Pueblos Libres de Concepción no dudó en considerarla "despótica".38 Así, para diciembre de 1822 Concepción y Freire estaban prácticamente levantados en armas contra el gobierno de O'Higgins. El 31 de ese mes, Hogan comentaba a Adams que la alianza firmada recientemente entre Concepción y Coquimbo, la tercera provincia más importante de Chile y ubicada a unos 400 kilómetros al norte de la capital, pondría de rodillas a la capital. Y concluía: "la popularidad del General Freire es tan grande que sin dinero puede moverse hacia el Centro y derribar a aquellos en el poder cuyas fuerzas los abandonarán en su aproximación".39
De las fuentes no se desprende que penquistas y coquimbanos buscaran implementar un régimen federal o descentralizado de gobierno; más bien, su objetivo era derrocar a un gobernante
-O'Higginsdevenido ilegítimo. El Director Supremo hizo un último intento de parlamentar con Concepción y Coquimbo el 18 de enero de 1823; no obstante, la suerte estaba echada y, como dijera José Ignacio Zenteno al Director Supremo, "la capital, esa capital, está tan revolucionada como el mismo Concepción" (citado en Vicuña Mackenna, 1860: 434). El 28 de ese mes O'Higgins fue obligado a "oír las demandas del pueblo", entregándole el poder a una Junta conformada por Agustín Eyzaguirre, José Miguel Infante y Fernando Errázuriz (Salazar, 2005: 179). Esta Junta retuvo el poder hasta fines marzo de 1823, cuando Ramón Freire fue ungido como Director Supremo.
Poco después de la abdicación de O'Higgins, Jeremy Robinson sostuvo que "el único capaz de sucederle [a O'Higgins] es el general Freire, el ídolo popular de Concepción" (citado en Pereira Salas, 1937: 235).40 Quince días más tarde, Robinson reportaba a Adams que había visitado a la nueva autoridad en varias oportunidades, llevándose una buena impresión de sus conversaciones. En una de ellas, Freire le expresó su "admiración por la constitución americana", asegurándole "que consideraba un deber el entablar relaciones internacionales amistosas" y que "juzgaba como el defecto principal de la administración de O'Higgins el no haber dado importancia a las conexiones norteamericanas" (citado en Pereira Salas, 1937: 235). Prevost expresó una opinión similar en una carta a Adams el 15 de febrero de 1823: "el establecimiento de Gobiernos provinciales bajo una confederación análoga a la de los Estados Unidos gana [día a día] el favor general. [...] Conozco personalmente a Frere [sic] y tengo confianza en su cooperación con el Sentimiento general sin vistas de engrandecimiento personal".41
A juzgar por lo que hemos visto en estas páginas, Freire exageraba cuando indicaba que O'Higgins no había dado "importancia a las conexiones norteamericanas", ya que éste persiguió en repetidas ocasiones el reconocimiento de Estados Unidos. Respecto a que Freire se decidiera por un tipo de gobierno confederado al estilo estadounidense, sabemos que el nuevo Director Supremo dio a las provincias un mayor grado de intervención, buscando asimismo un mayor equilibrio entre el Ejecutivo y el Legislativo. Sin embargo, en Chile nunca prosperó un régimen federal o confederal de gobierno y, de hecho, el constitucionalismo de los años veinte estuvo lejos de seguir el modelo estadounidense. La gran diferencia entre O'Higgins y Freire descansaba, pues, en el tipo de republicanismo representado por ambos: mientras el primero dio a los militares un rol desmedido en la política y prefirió siempre un Ejecutivo fuerte, el segundo tendió a equilibrar los poderes y a dar a parlamentarios civiles responsabilidades hasta entonces para ellos desconocidas (Jocelyn-Holt, 1992: capítulo VIII; Collier, 2012: capítulo VIII; Ossa, 2016c). En eso al menos el gobierno de Freire tuvo reminiscencias estadounidenses y por eso, quizás, su llegada a la primera magistratura fue aplaudida por los agentes Robinson, Prevost y Hogan.
Conclusión
En este artículo se han estudiado las opiniones políticas y militares de los principales agentes estadounidenses residentes en Chile durante el gobierno de Bernardo O'Higgins. Se comenzó argumentando que la invasión napoleónica en 1808 produjo en Chile una crisis de legitimidad política que, a partir de 1813, derivó en una guerra civil con características revolucionarias. Dicha crisis de legitimidad fue el resultado de una serie de disputas entre autonomistas (que luego se transformaron en independentistas) y fidelistas (liderados desde Lima por el virrey Abascal), aunque con el tiempo comenzaron a producirse disputas al interior del grupo autonomista sobre el curso que debía seguir el proyecto revolucionario. Ello dio origen al faccionalismo chileno que, con altos y bajos, acompañaría a la política hasta bien entrada la década de 1820.
Fue en este contexto de crisis de legitimidad y de creciente faccionalismo que los enviados estadounidenses jugaron un papel clave, tanto como actores con intereses políticos determinados como por la importancia que se le asignaba en el país a un posible reconocimiento de la independencia de Chile por parte de Estados Unidos. En efecto, no bastaba con decretar la independencia y consolidarla en el campo de batalla; se requería que otros Estados aceptaran la soberanía de la nueva nación. El problema es que en 1818, año en que se firmó la independencia, no existía un consenso en torno al tipo de gobierno que debía implementarse ahora que se dejaba atrás a España.
El faccionalismo durante el período se entiende por esta falta de consenso. No es claro que la facción de José Miguel Carrera haya sido más "republicana" que la de O'Higgins, pero sí puede decirse que esta última coqueteó más determinadamente con la monarquía que la primera. La conformación de la Logia Lautaro era más centralista y la figura del Director Supremo (tanto en Chile como en el Río de la Plata) garantizaba un poder Ejecutivo poderoso similar al de un monarca. Ello explica por qué la mayoría de los agentes estadounidenses tendió no sólo a apoyar a Carrera, sino a ser crítica del autoritarismo militar con el que se identificaba a O'Higgins. Carrera, es cierto, descansaba su poder en la fuerza armada tanto como la Logia Lautaro. No obstante, su viaje por Estados Unidos en 1816 lo acercó a un sistema más parecido al norteamericano.
Ahora bien, conviene enfatizar que O'Higgins finalmente terminó inclinándose por un régimen republicano; militarizado y con un Ejecutivo fuerte, pero republicano. También es importante señalar que O'Higgins buscó el reconocimiento de Estados Unidos, y que la separación definitiva con España permitió que nuevos actores -como los agentes estadounidensespasaran a formar parte de la toma de decisiones. De ahí que O'Higgins entrara directamente en contacto con el presidente Monroe, quien a principios de 1822 reconoció las independencias de sus "hermanos" americanos.42
Lamentablemente para el Director Supremo, problemas en el frente interno le impidieron extender su poder por el tiempo que estipulaba la Constitución de 1822, dando paso a una nueva crisis de legitimidad que se resolvería una vez que Ramón Freire -apoyado por Concepción y Coquimboderrotara políticamente a O'Higgins en enero de 1823. Los enviados estadounidenses fueron testigos de esta disputa, escribiendo reportes a John Quincy Adams y dando su opinión personal -en general positivade la caída de O'Higgins. Incluso Jeremy Robinson, muy cercano a O'Higgins hasta 1820, escribió a Washington reportes elogiosos de Freire. A Freire se le veía como el único capacitado para poner fin a la guerra en el sur del país, y al menos Prevost consideró que el nuevo Director Supremo estaba inclinado a implementar un sistema confederal de gobierno.
Tomando en consideración los debates políticos a partir de 1823, la impresión de Prevost no era del todo descaminada, aun cuando el gobierno de Freire estuvo lejos de seguir el modelo constitucional norteamericano. Por mucho que Estados Unidos haya mostrado un temprano interés por entrar en relaciones comerciales y diplomáticas con los revolucionarios chilenos, la idea de una confederación al estilo estadounidense nunca se concretó, ni siquiera cuando en 1826 Chile se rigió bajo una Constitución Federal. Así, podría concluirse que la gran condición para el reconocimiento de la independencia de Chile por parte de Estados Unidos fue que la nueva nación implementara un régimen republicano y ojalá con poderes equilibrados. La discusión en torno a cómo se implementaría dicho sistema no terminó, sin embargo, con la llegada de Freire al poder, sino que continuó a lo largo de toda la década de 1820.