Es historiador, doctor en Historia Económica por la Universidad de Barcelona (España) y profesor asistente en el Departamento de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad del Norte (Barranquilla). En el año 2021 fue investigador visitante en el Departamento de Historia en la Universidad de Harvard y becario posdoctoral de la Comisión Fulbright. El profesor Colmenares es miembro del grupo de investigación Memorias del Caribe de la Universidad del Norte. Es autor y coautor de varios artículos y capítulos de libros referidos a la historia agraria de Colombia y el desarrollo regional de Colombia durante los siglos XIX y XX.
Santa Bárbara de las Cabezas, la gran hacienda del Caribe colombiano es un libro que nos cuenta la historia de la que muy probablemente fue la más grande hacienda ganadera de esta región, y, una de las más grandes de todo el país a lo largo de más de dos siglos: desde mediados del siglo XVIII hasta finales del XX. De por sí esta ya es una razón suficiente para atrapar la atención de cualquier lector interesado en conocer no solo la historia del Caribe, sino la de Colombia como una nación en donde los problemas de la distribución de la tierra han salido tan costosos. Cabe aclarar que el libro no solo se queda en la historia de las tierras que conformaron la hacienda, sino que va más allá al contar de forma paralela la historia de la familia Trespalacios y de Mier, fundadores y propietarios de la hacienda durante todo ese tiempo. En efecto, el trabajo de Meisel hace un repaso cuidadoso por la historia de Mompox en donde estas viejas familias de origen colonial se establecieron, logrando obtener títulos nobiliarios (marquesados) de la corona española. La historia de la familia Trespalacios, posteriormente emparentada con Gutiérrez de Piñeres y Fernández, lleva al autor a viajar hacia otros espacios del Caribe: Barranquilla, ciudad que prosperó desde finales del siglo XIX y que acogió a una parte de la familia Trespalacios cuando esta decidió dejar a una decaída y rezagada Mompox; Valledupar, cuna de la música vallenata donde se coronaron en su festival dos acordeoneros que desde niños fueron trabajadores en Las Cabezas: Alejo Durán, primer rey del Festival en 1968, y su hermano Nafer Durán, quien se coronó en 1976. El libro incluso nos lleva más allá, a Nueva York, a donde comenzaron a viajar los miembros de la familia Trespalacios desde la década de 1930, por turismo y para hacerse ver de médicos especialistas.
Como el autor lo relata en la introducción, Las Cabezas tiene una fuerza de gravedad especial para él: allí fue a parar con tan solo 9 años, en un viaje familiar en tren, atravesando esos enormes pastizales por los municipios de Chimichagua, Chiriguaná y Valledupar. Hacia finales de la década de 1970, cuando se había metido de lleno en una investigación sobre las haciendas del Caribe colombiano, encontró valiosos documentos sobre las cuentas de la hacienda entre 1769 y 1776. Por esa misma época conoció Mompox, y allí se encontró por casualidad con un amigo de la infancia que resultó familiar de una de las propietarias de las tierras que habían hecho parte de Las Cabezas. Más recientemente, en el año 2010, le llegó, casi por azar, una copia de los Estatutos de la Ganadería Las Cabezas de 1925, sociedad anónima que había sido fundada por los Trespalacios para hacer una administración más moderna de la empresa.
Sin embargo, el autor no se conformó con esa valiosa documentación para reconstruir su historia. Consiguió, además, enriquecer el acervo de fuentes mediante las entrevistas a numerosas personas y miembros de las familias propietarias en Mompox, El Paso, Cartagena, Valledupar, Santa Marta, Bogotá y, por supuesto, Barranquilla. En 2016 volvió a las tierras de Las Cabezas. Las recorrió y tomó fotografías. Posteriormente, regresó a los archivos históricos, privados y a los notariales. Buscó planos antiguos y los contrastó con imágenes de Google Earth. En fin, lo que se quiere resaltar es la gran recopilación de fuentes documentales que soporta esta obra, que la enriquecen de múltiples maneras y que le da solidez a las ideas que se plasman en relación a la historia de la hacienda de Las Cabezas. Esto se refleja en la forma como está presentada la información en el libro, recurriendo a cuadros, gráficos, mapas, planos, fotografías, diagramas, entre otros, que hacen que la lectura del libro sea muy agradable tanto para el lector especialista como para el público general.
El libro se compone de una introducción, cinco capítulos y una conclusión. En el primer capítulo el autor nos introduce a la geografía y el medio ambiente de la región. Inspirado en la escuela historiográfica de los Annales y en Fernand Braudel, en particular, se nos explica cómo ha funcionado históricamente la región en términos de los ciclos del clima, las lluvias, las temperaturas, etc., y cómo esto determina los métodos de la ganadería en la zona y particularmente en Las Cabezas. Como el autor lo resalta, esta hacienda era tan grande, que la trashumancia de ganado, necesaria entre las estaciones secas y lluviosas, se podía hacer dentro de la misma hacienda, que contaba tanto con sabanas de pastos como de playones y pantanos.
A partir del segundo capítulo, el autor nos va llevando de forma paralela por la historia económica de Mompox, lugar de residencia de los Trespalacios, y de la hacienda Las Cabezas, sin dejar de lado aspectos relevantes de la historia política de la región o de lo "no-político" porque, como el autor analiza, una de las características más curiosas de la familia Trespalacios es que tuvo una tendencia a no inmiscuirse en la política regional y nacional, salvo contadas excepciones. De hecho, podría pensarse que la poca injerencia de la familia en materia de política electoral o de liderazgos a nivel de la política nacional es un resultado paradójico de la inexistencia de esa necesidad, dado el enorme poder económico y social del que gozaba la dinastía Trespalacios en el contexto regional, tanto en los siglos XVIII y XIX como incluso posteriormente.
Como muy bien lo reconstruye el autor, el origen de Santa Bárbara de Las Cabezas se da hacia 1740, cuando Julián de Trespalacios y Mier, el segundo marqués de Santa Coa, tomó en arriendo unas tierras de la Corona que terminó comprándole al rey de España en 1746. A estas les agregó otras tierras, llamadas de Tamacal, que también compró a la corona en 1751. Así, los dos hatos fueron unidos en lo que pasó a llamarse la Hacienda de Las Cabezas y que terminó convirtiéndose en un mayorazgo en 1788, propiedad de María Josefa de Trespalacios Serra, nieta de Julián, quien vivió y murió en Barcelona con el título de Cuarta marquesa de Santa Coa.
Después de múltiples vicisitudes que son narradas por el autor con gran detalle -guerras de independencia, crisis, arrendamiento de las Las Cabezas por ciertos periodos, fugas de esclavos, deterioro del hato ganadero, etc. -, el siguiente momento clave relatado en el libro es la administración de la hacienda por parte del heredero Oscar Adolfo Trespalacios Cabrales durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX. En este periodo se amplió mucho la extensión de la hacienda y se compró, en 1875, una hacienda vecina que era del mismo porte: San José de Mata de Indios o La Embocada, de la cual el autor también reconstruye brevemente su historia. A esto se suma que Oscar Adolfo Trespalacios cedió tierras al caserío de El Paso, que había crecido demográficamente y estaba ubicado en terrenos de la hacienda. Igualmente vendió unas tierras adjuntas al caserío para que los vecinos de El Paso tuvieran donde hacer rozas y tener ganados. Con las ampliaciones de tierras hechas por los Trespalacios en ese periodo, más la compra de Mata de Indios, el autor calcula que la hacienda pudo llegar a tener de 70 000 a 75 000 hectáreas entre sabanas y playones para 1875.
A comienzos del siglo XX, nuevas familias y elementos sociales entraron a formar parte de la historia de Las Cabezas por vía matrimonial: dos de las hijas del matrimonio Trespalacios-Paz se casaron con miembros de la familia Gutiérrez de Piñeres y Fernández, de las cuales el autor reseña sus historias. Estas familias constituirían en 1918 la sociedad anónima Ganadería de Las Cabezas, paso previo a su asociación con la empresa de capital colombo-estadounidense, Packing House de Coveñas. Como lo relata el autor, esta asociación trajo enormes beneficios para la ganadería Las Cabezas y, por supuesto, para sus accionistas. Al iniciarse esa lucrativa asociación, en 1921, se calcula en el libro que Las Cabezas había llegado a tener 111.286,4 hectáreas.
El final de la ganadería Las Cabezas es asociado por el autor a diversos factores que se dieron en el ámbito de la historia regional y nacional. Menciono algunos de ellos: la fuerte presión sobre la tierra causada por el crecimiento demográfico del Caribe rural, que llevó inevitablemente a la invasión de múltiples partes de la Hacienda por parte de colonos. Tales invasiones fueron fuente de conflictos que son reconstruidos y analizados en detalle en el libro. Esto, además, se agudizó en el contexto de la reforma agraria intentada en la década de 1960 y por la radicalización de la ANUC en la década de 1970. Las amenazas de secuestro por grupos guerrilleros en la década de 1980 jugaron su papel en la venta de tierras por parte de los herederos. Como resultado de ello, partes de las tierras que habían sido de la hacienda terminarían siendo compradas por el INCORA o, según los testimonios contemporáneos de los descendientes, se perdieron totalmente. Además de esto, las familias habían crecido demasiado, muchos de ellos no tenían interés en la ganadería ni en vivir en la hacienda. Se habían adaptado a una vida urbana en Barranquilla muy diferente. De igual modo se menciona el relativo fracaso de las exportaciones de carne de ganado costeño e incluso los efectos de una posible enfermedad cambiaria generada por las exportaciones de café.
El caso de la Hacienda Santa Barbara de las Cabezas que nos relata el profesor Meisel nos invita a repensar el problema del desarrollo económico del Caribe colombiano en el largo plazo. Es lo que el autor hace en el libro, trayendo a colación los debates historiográficos que se han dado en torno al rol de la ganadería como factor de desarrollo o de rezago en la historia del Caribe. Quizás hubiera sido enriquecedor que esta historia regional, marcada por la presencia de esta gran hacienda, hubiera sido analizada a la luz de la teoría neoinstitucionalista que el autor ha incorporado en otros trabajos. Por otro lado, queda el lector con la curiosidad de conocer de forma más precisa los mecanismos mediante los cuales la hacienda fue incrementando su extensión. Comenzó siendo de unas 8000 hectáreas, que quizás no es muy excepcional para mercedes de tierras del periodo colonial, pero terminó ocupando más de 100 000. ¿Cómo fue esto posible? Es probable que la fragmentación de las fuentes documentales no permita dar una respuesta precisa a este interrogante, pero, más allá de eso, pienso que esta pregunta apunta a uno de los grandes problemas de la historia rural, tanto a nivel regional como nacional, que es el de la histórica incapacidad del Estado para controlar los procesos de acumulación de tierras por parte de grandes propietarios. El problema va más allá de la cuestión sobre si la ganadería era una actividad económica racional, dadas las circunstancias medio ambientales y las dotaciones de factores productivos de la región. Varios trabajos publicados, este incluido, apuntan a que sí lo era. Pero, un aspecto que hace racional la ganadería extensiva es que parte de la base de una muy desigual distribución de la tierra, originada en el periodo colonial y agravada después, y, que en el caso de poblaciones como la de El Paso, pudo llegar a tener dimensiones especialmente dramáticas.
De manera que el libro del profesor Meisel es sin duda una contribución central para pensar estos problemas y para pensarlos con base en hechos, en procesos históricos concretos y bien documentados. Por esta razón, este es un libro que puede impulsar una renovación de los estudios sobre la historia de la propiedad y de la ganadería en el Caribe colombiano y en el Gran Caribe.