1. Introducción
Los cambios sociales causados por los grandes movimientos humanos que se registran en todas partes, y por los aires de la globalización impulsada por los avances tecnológicos y la gran influencia de la sociedad de la información sobre las masas, constituyen uno de los temas más importantes que se están debatiendo a escala internacional. La magnitud del cambio supone una reacción responsable y serena, así como encontrar respuestas urgentes y eficientes. La nueva realidad social de los pueblos está inquietando, sobre todo, a los dirigentes de dichas sociedades que necesitan amoldarse a estas realidades y gestionar los cambios sin arriesgar sus carreras políticas, pero también sin causar daño a la convivencia social de las sociedades donde gobiernan.
La nueva realidad social, en casi todos los países del mundo, conoce unas alteraciones a nivel de su composición étnico-cultural, que convierten a la mayoría de los pueblos en sociedades heterogéneas y cosmopolitas, donde se fusionan muchas culturas y sangres para originar algo realmente distinto a los modos de vivir en las sociedades tradicionalmente homogéneas. Esta nueva realidad social debería ser acompañada con unas nuevas formas de gestionarlas, una visión abierta a las necesidades de todos los componentes de la sociedad.
En muchos países del planeta, las experiencias de la gestión de la diversidad mediante políticas abiertas e inclusivas, han dado sus frutos en los últimos treinta años. Muchas de las democracias del mundo han basado sus políticas en el respeto a la diversidad y la inclusión de las minorías para hacerlas partícipes de los avances económicos, sociales y culturales. La Unión Europea como entidad política, no se habría realizado sin tener en cuenta el valor de la diversidad como factor enriquecedor para la Unión y trabajar, seriamente, con programas sociales y educativos.
El papel de las democracias fue fundamental en la consolidación del concepto de la diversidad como factor de avance y de progreso para las sociedades. La mayor parte de las políticas llevadas por los partidos políticos tanto en Europa como en Estados Unidos y demás países democráticos, han insistido en la igualdad y el respeto entre todos los componentes raciales y culturales de sus respectivas sociedades. Desde la invasión nazi a Europa, con sus programas culturales excluyentes, se ha ido forjando una sociedad pluricultural financiando y divulgando programas educativos para tales fines. La presencia de las voces románticas de la supremacía de una Europa blanca y culturalmente cerrada a la invasión foránea, fueron diminutas en algunos países y casi nulas en otros tantos.
En los últimos diez años, principalmente a partir de la última crisis económica, estamos ante un resurgir de unos partidos que predican una filosofía política de siglos anteriores, basada en la pureza de la sangre y culturalmente inmune a las influencias de los foráneos. Son voces que están pegando fuerte en las escenas políticas de muchas democracias, poniendo en jaque a todo lo que fue construido a lo largo de muchos años. La aparición de partidos políticos que usan la democracia para lanzar un discurso que llama al odio al otro, está generando un malestar social y una preocupación política muy seria.
El miedo como factor para lanzar un discurso xenófobo
En las sociedades donde hay una afluencia notoria de foráneos e inmigrantes, siempre han existido, en mayor o menor medida, voces que se ponen a la defensiva y muestran su rechazo a la llegada o participación de estos inmigrantes en la construcción social de dichas sociedades. Son, además, voces que han ido formándose en forma de asociaciones o partidos políticos para convencer a las masas del peligro que supone admitir nuevos elementos para vivir y trabajar entre ellos. Los mensajes alarmantes de dichos grupos han estado minimizados por la necesidad del mercado a los trabajadores y personas de otras países y culturas para participar en el desarrollo del ciclo económico que viven las sociedades receptoras. Mientras la maquinaria económica funciona y la mano de obra se necesita para cubrir las necesidades de la producción, los xenófobos se encuentran controlados y sus mensajes se quedan en círculos bien determinados de la sociedad.
El asunto empieza a tener una gran magnitud, cuando las economías de estos países entran en recesión o en ciclos de crisis como la del 2008. La clase social resentida por la crisis es muy sensible a todo aquello que pueda generarle un malestar directo o indirecto, y es allí donde los mensajes xenófobos pueden llegar fácilmente a las masas. La mayoría de las personas con una capacidad intelectual insuficiente, están dispuestas a creer en los mensajes xenófobos lanzados desde los grupos o partidos de la extrema derecha.
Es de libro. En situaciones de crisis es muy fácil alentar lo que en psicoanálisis se llama el agresor externo o en sociología la teoría del chivo expiatorio. Es la lógica centrípeta, el cierre de filas frente a la amenaza exterior Estamos regresando a uno de los discursos políticos simplificadores que siempre han funcionado con gran apelación al miedo. A falta de otro discurso y, sobre todo, en condiciones de dificultad como las crisis económicas, el miedo siempre funciona como instrumento de adhesión. De Lucas, 2014. s/p)
El otro, el extranjero-inmigrante, se convierte en amenaza global para el autóctono, en todos los sentidos. En el mundo laboral, el trabajador se siente agredido por el inmigrante, apuntándole como motivo de la degradación de su situación salarial y de la pérdida de los derechos adquiridos a lo largo de su lucha. Pero la supuesta amenaza no es tan solo laboral, es sobre todo una amenaza identitaria, donde los usos y costumbres, las tradiciones y hábitos de la sociedad receptora sienten cambios sustanciales con la introducción de otros elementos foráneos. Se lanzan, en este sentido, unos mensajes xenófobos que apelan a la unidad para luchar contra las amenazas extranjeras. De esta forma, el mensaje basado en la amenaza perenne provoca un miedo y un rechazo a cualquier novedad procedente desde fuera.
El mundo entero debe darse cuenta de que su verdadera lucha no está contra nuestros semejantes, como predican los populistas de la extrema derecha que están de moda en muchos países del Primer Mundo. Los esfuerzos deben aunarse para no perder los derechos conseguidos con muchos sacrificios, y para reclamar más libertad y más democracia para todos. Las personas no deben ceder ante el chantaje de "seguridad a cambio de libertad", porque si lo hacemos, terminamos viviendo en un mundo sin seguridad y sin libertad. Y es precisamente lo que se pretende en las muchas campañas de la industria del miedo: menguar nuestra libertad para ser menos reflexivos, menos solidarios y más egoístas. (Arabi, 2017, s/p).
Los extremistas llaman a la unidad para salvar a la sociedad de las agresiones, e intentar conservar la identidad cultural y racial del pueblo. Su mensaje funciona porque esta ideología es capaz de generar, en la sensibilidad de sus seguidores, una potente liberación de sus instintos primitivos, haciendo estallar las expresiones más violentas contra el otro. Su mensaje alberga una gran dosis de victimismo y una reacción violenta contra las instituciones y el propio sistema democrático que, según sus criterios, ha permitido la "degradación" de sus sociedades, con la introducción de otros elementos culturales foráneos. La aparición de estas voces en las escenas políticas internacionales, nace del miedo y de la inseguridad que sienten las sociedades frente a la pluralidad política y las diferencias culturales.
El discurso de la extrema derecha propone, desde luego, una sociedad estrictamente homogénea, en pie de guerra frente a todo lo que puede introducir diferencias y singularidades dentro del conjunto. El rechazo al pluralismo político - que lleva como un proyecto de gestión del poder - se basa también en la frontal oposición al multiculturalismo y, por ende, el rechazo de la multietnicidad de la sociedad. El modelo es el de un pueblo sustancial, étnicamente puro. La obsesiva cultura de la pureza se anuda intrínsecamente con la desconfianza hacia el extranjero, hacia la actividad crítica del intelectual - e incluso del arte que no comulgue con la estricta línea de la moral autoritaria vigente - hacia la libertad de orientacines sexuales y de identidad de género, hacia la pluralidad de confesiones religiosas (Nair 2018, s/n).
En un estudio sobre los discursos relativos a la inmigración, el catedrático de ciencias políticas de la Universidad de Barcelona, Joan Antón Mellón, analiza los avances de los partidos de la extrema derecha en el viejo continente y relaciona su discurso político con el fenómeno de la inmigración en Europa. Dicho discurso plantea la expulsión de los inmigrantes y restringe al máximo los derechos sin equipararlos a los autóctonos, además de poner un filtro exhaustivo para el acceso a la nacionalidad. La maquinaria neofascista muestra a sus seguidores, una imagen negativa de los inmigrantes, son presentados como una banda de criminales y les estigmatiza al asociarlos con los problemas económicos y sociales que padecen sus países: falta de trabajo, delincuencia, pérdida de calidad de vida, pérdida de la identidad cultural, etcétera. El mensaje se basa, esencialmente, en poner una barrera diferenciadora entre el yo, víctima en su propia casa, y el otro agresor e invasor al que hay que enfrentar.
La crisis económica mundial está motivando un aumento de la xenofobia, y con ello se incrementarán las expectativas electorales de las derechas radicales neopopulistas europeas que han hecho de la xenofobia el núcleo central de su discurso político. (... ) Los partidos políticos neopopulistas europeos de derecha radical tienen un discurso xenófobo común sobre la inmigración. En la medida en que son herederos de la cultura política del fascismo clásico (1919-1945), opinan que los protagonistas de la historia son las comunidades nacionales étnicamente homogéneas, de ahí que estén radicalmente en contra del multiculturalismo y propongan un liberalismo etnocrático y nacionalista ultraidentitario, según criterios de preferencia nacional y racismo diferencialista (el nuevo racismo no biológico, sino culturalista) (Mellón, 2009, s/p)
Generalmente, los partidos de la extrema derecha no disponen de un proyecto político sólido con el cual son capaces de afrontar la realidad política, presentando soluciones y ofreciendo programas ilusionistas para el electorado. En casi todo el mundo, la extrema derecha sabe que no es capaz de competir con los partidos de tradición democrática, ni en la gestión de los programas ni en suscitar algún tipo de simpatía política de sus líderes por sus hazañas. Lo único que les queda, a falta de ilusión y de adhesión, es replegarse y apelar al miedo y, por tanto, generar xenofobia y con ello ganar la simpatía de un grupo intelectualmente mediocre.
En Italia, el líder de la ultra derecha, Salvini, cuenta con atizar y aprovechar al máximo la crisis migratoria como uno de los arietes para derrotar a sus rivales políticos, a quienes atribuye haber tolerado la entrada de miles de inmigrantes irregulares en Italia. Su campaña electoral no tiene tinte económico, su programa no se basa sobre la manera de generar empleo, tomando en consideración la realidad social que se tiene, sino que toda su batalla se dirige hacia blindar las fronteras para salvar a Italia de la invasión extranjera. Todo se resume en generar miedo en la población, aspirando con ello lograr una victoria aplastante frente a sus rivales.
En España, la ultraderecha está ganando terreno, aprovechando de la crisis económica que azota al país desde el año 2008 y, sobre todo, del enfrentamiento de los partidos de tradición democrática en temas vitales como: corrupción, empleo, inmigración, crisis territorial con Cataluña, etc. El líder de Vox, no hace otra cosa que imitar a los otros líderes de la extrema derecha internacional para generar una cierta simpatía en un grupo de población insatisfecho con la realidad política del país. El partido ondea la bandera que genera rechazo hacia los inmigrantes, utilizando la "demagogia" y "la mentira" para emponzoñar y atacar al inmigrante, (Añoranzas, 2019, s/p). La mentira y la demagogia es lo que hay de común en los discursos de Abascal, líder de VOX y es algo en lo que están de acuerdo casi todos los analistas de sus mensajes políticos dentro y fuera de la cámara.
Recomiendo la lectura del discurso de Santiago Abascal ante lacámara. discurso plagado de mentiras. Un discurso, sobre todo, cargado de odio y de desprecio hacia la actual realidad social y política de España, caracterizada, según Abascal, por la hegemonía de las "feministas supremacistas", de los activistas LGTBI, del 'buenísimo' irresponsable ante la llegada de inmigrantes que buscan una vida más digna... (Narbona, 2019, s/p)
En Estados Unidos, el sistema político es infranqueable y el bipartidismo ya es una tradición inconfundible. De este modo, los mensajes de la ultraderecha son absorbidos por parte del partido Republicano que sabe manejar las situaciones para ganar la simpatía de los insatisfechos, alzando la bandera de la protección del país de las invasiones extranjeras, mayoritariamente latinas. "Traen drogas, traen crimen, son violadores". Son los términos con las que Trump defendió su campaña electoral en 2015. Trump habla, repetidamente, de "invasión", refiriéndose a la llegada a Estados Unidos de inmigrantes desde México y, de allí su idea de construir el muro de la salvación para proteger a los americanos de todo mal que les llega desde fuera. El mensaje de Trump es un proceso premeditado de hostigamiento abierto a las minorías étnicas y raciales que viven en Estados Unidos. Se trata de generar miedo y rentabilizarlo políticamente. Un temor transformado en gasolina política por Trump, con una ideología ultrapopulista, un nacional populismo new wave, que retoma muchos de los ingredientes del fascismo clásico. Según palabras de Sami Nair1.
El auge del racismo y la xenofobia, de la ideología de supremacía blanca y de los crímenes de odio y el terrorismo nacional es una realidad con raíces muy profundas en Estados Unidos que ha resucitado con intensidad en los últimos años y desde la llegada de Donald Trump a la presidencia. (Noain, 2019, s/n)
Los acontecimientos de violencia racial vivida en los últimos años en Estados Unidos, especialmente, los últimos actos de Ohio y El Paso, tienen mucha relación con el discurso xenófobo de presidente Donald Trump. Muchos analistas relacionan lo ocurrido con las acciones políticas que han marcado su campaña electoral. El ex-representante de El Paso, donde ocurrieron los actos de violencia racial contra los latinos, y actual candidato demócrata Beto Rourke, ha identificado, en redes sociales, a Trump como un nacionalista que defiende la supremacía blanca, un racista declarado que incita a la violencia. Sus palabras como "invasión" "delincuencia" son los términos que aparecen en el manifiesto vinculado a Patrick Crusius, el imputado por la masacre de El Paso. Según palabras de Bruno Estrada, "el presidente de Estados Unidos se ha convertido en un mono con una ametralladora." (Estrada, 2019, s/n)
En el Reino Unido, el discurso xenófobo domina la escena política y se alza como el mensaje más aceptado entre los votantes. El asesinato de la diputada Jo Cox por un extremista ultra que, al comparecer ante el juez, dijo "Muerte a los traidores, Gran Bretaña primero" fue todo un ejemplo de cómo está la escena política británica. Es un mensaje con mucha dosis de odio hacia el otro. Se trata de la ultraderecha, que usa los argumentos de la xenofobia, del populismo más rancio y de un discurso anti inmigración con toques de la Alemania nazi. En un país que se considera el paradigma de la democracia parlamentaria, el gran vencedor de la campaña del Brexit, había sido el odio al extranjero, la demonización de los inmigrantes como causa de todos los males del país y el debate fue incluso identitario. El arma nacionalista del nosotros frente a ellos, los forasteros que nos quitan nuestros trabajos y saturan nuestros servicios sociales y acaban con nuestra cultura maid in Britain. En cualquier caso, la campaña y el discurso del odio al inmigrante impulsado por el líder del Brexit Nigel Farage, y numerosos elementos del Partido Conservador, y la prensa de la ultraderecha, simbolizada por el Daily Mail, está teniendo bastante eco entre los votantes británicos pues, muchos de ellos ignoran las verdaderas intenciones de estos nuevos partidos que están surgiendo y los están siguiendo, con la esperanza de ver sus ilusiones hechas una realidad, en una Europa cada vez más mestiza y donde el sueño de la homogeneidad ya es pura utopía política.
En el referéndum del Brexit hay un gran elemento de frustración, de protesta y de enfado, como en las elecciones norteamericanas, francesas, españolas o a la presidencia de Austria. En todas partes hay muchos indignados -quienes se han caído del tren de la globalización- que expresan su disgusto como pueden, votando a Donald Trump, o a Marine Le Pen, o por la independencia escocesa, o por partidos antisistema, o por la salida de la Unión Europea. A cualquiera y cualquier cosa que les ofrezca esperanza, la promesa de que las cosas van a cambiar y a ser como antes. La resurrección del sueño americano, o del sueño británico. (Ramos, 2016, s/p)
El discurso del odio y la manipulación de la democracia
Los discursos políticos xenófobos en sí, no sorprenden a nadie si no fuera porque están surgiendo en sociedades tradicionalmente, democráticas y que, además, se arropan de la democracia y de sus instituciones para lanzar sus mensajes de odio y de confrontación social. ¿Está la democracia algo coja y necesita rehacerse para impedir dichos fenómenos raros y políticamente extravagantes? ¿Es la democracia un terreno abierto para todo tipo de comportamientos, sin límites ni ética para su pronunciamiento y divulgación? ¿Es permisiva la democracia con grupos o entidades, a sabiendas de sus pretensiones neofascistas? Estas y otras tantas preguntas son planteadas por cualquiera ante el avance de los discursos del odio en muchas campañas políticas en países democráticos.
Si se parte de la premisa de que nada ni nadie es perfecto, pues los sistemas democráticos tampoco lo son. La perfección de una sociedad democrática, igualitaria y que respete la diferencia y la diversidad sigue siendo una utopía política de difícil alcance. La existencia de voces que rechazan la diferencia y se niegan, por lo tanto, a aceptar nuevas personas para vivir en sus comunidades, no sorprenden a nadie; lo realmente sorprendente es la proliferación de estos mensajes, alcanzando casi todas las clases sociales y convirtiendo el concepto democrático en un simple juego, fácil de manipular y, por lo tanto, vaciar de su contenido.
De momento, el bloque del odio está subiendo, lento pero seguro, empujado por la ola de los males sociales de la UE. Derecha e izquierda deben comprender que hay que reformar este proceso europeo, poniendo en marcha objetivos sociales tanto como una política civilizada común de gestión de los flujos migratorios. En periodo de crisis, esto no es un juego de politiquerías. Es más un asunto de responsabilidad y de compromiso moral con la defensa de los valores democráticos. (Nair, 2019. s/n)
La falta de compromiso de los partidos tradicionales, tanto de la derecha como de la izquierda, con los valores democráticos, y su lucha titánica para alcanzar el poder a cualquier precio, dio lugar a unas cuantas fisuras en el sistema democrático, permitiendo, de este modo, la cabida de nuevos-viejos partidos, a nacer o resucitarse y formar parte del panorama político de las naciones democráticas, no para sumar, aportar y construir el proceso democrático, sino para corromper a la democracia y vaciarla de su esencia y sus valores reflejados en la libertad y la igualdad de los seres humanos.
En Austria, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y el resto de los países del norte europeo, la nueva derecha está tomando más terreno en la escena política de sus países. Los partidos neofascistas del este del continente, en Polonia, Hungría, Rumanía y demás, la retórica ultracatólica se está convirtiendo en la fuerza política que decide el futuro de sus países, y condena, incluso, las políticas tradicionales de la Unión, basadas esencialmente sobre el eslogan de la "Europa de la diversidad".
Aunque dichos partidos tengan, cada uno de ellos, elementos particulares, comparten, sin embargo, una metodología política para conquistar a sus electores. Todos critican, incesantemente, a la representación política; acuden al victimismo político en un intento de instrumentalizar la democracia, recurren a la blasfemia, la demagogia, la mentira y los insultos para expandir sus demandas, ondeando la bandera de la libertad de expresión; todos apuntan a un chivo expiatorio: el inmigrante, presentándolo como el origen de todos los males de la sociedad; y todos acuden a la religión haciendo tambalear la sensibilidad de los pueblos para reclamar la pureza cultural y racial. El racismo, la xenofobia, el rechazo a la pluralidad cultural y racial, la reacción fóbica frente al mundo exterior y la señalización de chivos expiatorios se han convertido en tendencia globalizada en los programas de la extrema derecha.
Nos basta entender que han elegido instrumentalizar los prejuicios, las emociones, la inseguridad social y un orden de prelación entre las víctimas, disfrazando sibilinamente su propia responsabilidad en el estado general de desesperanza para volver del revés los valores en nuestras democracias. (Nair, 2018, s/p)
El resurgir de los mensajes xenófobos y paranoicos del neofascismo internacional se debe, esencialmente, a la complicidad implícita de los partidos demócratas tradicionales y, sobre todo, de la indiferencia de las instituciones que, en principio, están hechas para proteger a los ciudadanos y salvaguardar la propia democracia de las incursiones raras y enfermizas que pueden dañar la convivencia cívica entre los ciudadanos, conservando la diferencia y respetando la diversidad cultural de los pueblos. El firme y paulatino avance de las corrientes ultraderechistas es bastante conocido, sin embargo, no existe un frente común de las fuerzas democráticas vivas a la hora de contrarrestarlo y minimizarlo al límite.
En Europa, los partidos políticos clásicos no se enfrentan, con decisión, a estos discursos permitiendo, de esta forma, su expansión y la pretensión de sus líderes en conquistar el poder. Así, van creciendo los partidos como el de Marine Le Pen en Francia, de Matteo Salvini en Italia y otras partes a lo ancho y lo largo del viejo continente. La complicidad permisiva de estos fenómenos políticos hace dudar de la propia democracia y genera en el ciudadano un cierto rechazo a las propias instituciones en las que, según ellos, deben prevalecer los valores democráticos y luchar contra las anomalías ideológicas basadas en la separación entre las personas.
Ahora es que en vez de tener un proyecto que suscite no digo ilusión, pero sí adhesión, lo que hace es replegarse, apelar al miedo y, por tanto, generar xenofobia. "Tienen razón los que dicen que vivimos un momento de xenofobia institucional, de xenofobia incentivada desde las instituciones. (De Lucas, 2014, op.cit)
La austeridad económica seguida por los gobiernos europeos a raíz de la última crisis económica del 2008, fue aprovechada por la extrema derecha para desarrollar sus movimientos nacionales que se oponen, literalmente, a los procesos de integración europea cuya base es la diversidad de las identidades étnicas, culturales y confesionales, llamando a la defensa de la nación en peligro de extinción, negando cualquier acercamiento al otro y predicando un nuevo fascismo ultracatólico-ortodoxo, cuya bandera es la supremacía de la raza blanca.
Se ha abierto un nuevo ciclo político con la crisis de 2008, con la aparición de partidos políticos de distintos colores ideológicos, aprovechando la desesperación y la frustración de las masas. En este nuevo panorama se ha puesto en evidencia, tanto la cohesión social de las sociedades europeas como el déficit democrático respecto a la gobernabilidad en el seno de la Unión Europea.
Las tensiones creadas, últimamente, en las sociedades europeas surge del miedo recíproco de unos y de otros, debido a una mala gestión del tema cultural y la falta de una visión futurista de los responsables de turno, inmersos en los asuntos económicos y agendas electorales. La sensibilidad y la dignidad de las comunidades culturales no se compran ni tienen valor en el mercado. Todas las comunidades quieren verse reflejadas en la realidad, además de asegurar su continuidad en el tiempo. (Arabi, 2018, p.73).
En muchas sociedades se está construyendo un tipo de identidad incierta, un tanto conflictiva, de cara a su propio devenir. Aunque muchas de estas sociedades, como el caso europeo, viven en democracias, lo cierto es que el fondo de su construcción está basado en intereses económicos y no en consensos políticos con una estrategia clara hacia el futuro. Las divergencias entre los estados en la gestión del interés económico, retrasa cualquier intento de buscar un consenso sociocultural y un modelo político común que impida a los intrusos meterse por dentro y romper el proyecto basado en la armonía y la diversidad. La salida del Reino Unido de la Unión Europea refleja, en cierto modo, la insatisfacción de las masas de un modelo que no logra convencer a la mayoría de los ciudadanos. Lo mismo está pasando en muchos países donde los nacionalismos junto con muchos partidos de la extrema derecha están haciendo campaña para volver al romántico proyecto del Estado-Nación.
La rica diversidad de los Estados miembros que conforman la Unión hacen del proyecto europeo una maqueta de naturaleza compleja; un mosaico cultural y lingüístico que refleja la realidad heterogénea del viejo continente. Una realidad que necesita voluntad, empeño y madurez política para ser compacta y vacunada frente a cualquier intento de fisuras provocado por localismos y nacionalismos de carácter excluyente. (Arabi, 2015, p. 66.)
Frente al neofascismo político, más democracia
El auge de los mensajes xenófobos en las sociedades actuales, tiene su fundamento en la proyección de una amenaza inminente que es capaz de acabar con los valores sociales y culturales de la sociedad. Una amenaza construida entorno a la figura del otro que viene de fuera; el inmigrante , que llega a su nuevo espacio y es recibido por los extremistas como un peligro. Sus discursos conectan o relacionan los movimientos migratorios con los asuntos de seguridad.
El miedo de perder votos en las filas de los partidos conservadores les hace imitar el discurso xenófobo de la extrema derecha, señalando a la inmigración como principal preocupación de la sociedad. Esta miopía política de muchos partidos cortoplacistas los pone a la altura de los partidos ultraderechistas y suman su voto a demonizar al migrante y culparle de la frustración de toda una sociedad. La amenaza que se describe en sus discursos no es una amenaza objetiva, fundamentada con datos y estudios sobre la materia, es más bien una amenaza generada y fabricada en los despachos de los partidos políticos, con el ánimo de ganar la simpatía de los insatisfechos. "El concepto de seguridad está ligado a la presencia de una amenaza real o supuesta de una parte hacia otra." (Arabi, 2018, op.cit. p.72)
Las migraciones en el Mediterráneo son concebidas como una amenaza a la seguridad europea. Sin embargo, más que una amenaza real y objetiva, la inmigración es una amenaza construida. Esta imagen es reforzada por los medios de comunicación y los discursos de los lideres políticos europeos. (Ferreira, 2019, s/p).
Otro factor que merece un estudio aparte, es el rol de los medios de comunicación en la difusión del mensaje xenófobo de los lideres políticos. Muchos medios, afines a la ideología conservadora-extremista, participan activamente en la deterioración de la situación, al no tener en cuenta ni la ética profesional basada en la objetividad, ni los valores democráticos que defienden la tolerancia y el respeto a la diferencia. Los medios de comunicación han influido, enormemente, en este asunto, a través de la difusión incondicional de las manifestaciones populistas y neofascistas de personajes políticos que usan la democracia como medio para atentar contra sus valores fundamentales.
El nuevo ciclo que se ha abierto con la crisis de los inmigrantes a partir de la crisis en Oriente Medio y el Norte de África, ha puesto en evidencia tanto el déficit democrático respecto de la gobernabilidad del conjunto de los países con una cierta tradición democrática, como la degradación de la convivencia en sus propias sociedades. En cuanto a los países no democráticos, el racismo institucional mana de las altas estancias del estado. En muchos de estos países, las minorías suman una mayoría aplastante y ponen en peligro la propia existencia de sus culturas y sus regímenes. El caso de los países del golfo como Qatar con el 75,5% de su población es inmigrante, Kuwait, con el 73,6 %., Emiratos Árabes Unidos (EAU) el 88,4% (una población total de 9,1 millones, 8,09 millones son extranjeros).Estos países representan un laboratorio sin igual en el mundo, y merecen una atención académica aparte, tanto por la mezcla originada en sus sociedades como en el trato inhumano a los inmigrantes ante la mirada cómplice de las instituciones internacionales y las democracias neoliberales, protectoras de sus intereses petrolíferos.
En las sociedades europeas, la lucha debe intensificarse para conservar las democracias y, por ende, el respeto a la diferencia y la diversidad. La conciencia colectiva de los pueblos, amparados por las instituciones democráticas, debe rechazar cualquier participación de entidades y entes que no creen en la democracia como valor universal, ni en sus pilares que se reflejan en la diversidad, el respeto y el aprecio al otro. La gestión de los temas migratorios debe ser una prioridad en las sociedades democráticas. Buscar soluciones factibles a la movilidad humana es una necesidad, tanto para las grandes naciones que necesitan la mano de obra para conservar el ritmo de su crecimiento, como para las naciones emisoras de emigrantes que los requieren para oxigenar sus fatigadas economías. En los estados democráticos se necesitan pactos de Estado para gestionar la movilidad humana según las necesidades del mercado. También se necesitan pactos para dejar de demonizar a las personas que llegan desde fuera, y no acudir a la industria del miedo para rentabilizar sus campañas electorales. Esta voluntad política está, prácticamente, ausente en casi todos los países europeos, y menos todavía en Estados Unidos, que cuenta con 46,6 millones de inmigrantes en su territorio, el equivalente al 14,5% del total de su población2.
La criminalización de las personas por el mero hecho de ser diferentes y pertenecer a otras culturas y razas, es un acto que debe ser penalizado y castigado con dureza y que no debe de haber personajes inmunes ante la justicia, porque el hecho de satanizar al otro y sembrar miedo en la sociedad significa romper los lazos de la armonía y la solidaridad entre seres humanos. La indiferencia de los gobiernos elegidos democráticamente, y de las instituciones internacionales ante el tema del racismo y la xenofobia en los discursos políticos, está animando a los extremistas para atacar a las personas, generando un clima de discordia y distanciamiento entre los autóctonos y los nuevos llegados.
La cuestión es saber, ahora, en la época de decadencia de la ilustración que estamos viviendo, si el racismo y las fobias modernas ante el mestizaje generado por el gran proceso de mundialización de la economía y de los seres humanos, desembocarán en una trágica regresión cultural de las democracias o en un estallido de guerras. Confesionales, étnicas, incluso de géneros. Lo cierto es que la atmósfera se hace cada vez más irrespirable. (Nair, 2018, s/p).
El neofascismo como ideología que renace después de tantas críticas recibidas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, se alimenta del liberalismo económico euro-americano y sus tentáculos en todo el mundo. Esta maraña política responde a ideologías de la ultraderecha con un tinte fascista y violento, muchas veces apoyado por dirigentes de partidos políticos. El auge democrático en la Europa de la postguerra basó toda su atención en la manera de erradicar todo pensamiento fascista mediante la persecución de todo aquel que defiende este tipo de ideología, pero, sobre todo, a través de crear unas generaciones de jóvenes que creen en la democracia y la diversidad como método político para converger y olvidar las confrontaciones del pasado.
¿Y por qué, ahora, surgen nuevas voces neonazis desde dentro de la propia democracia? La desaparición del socialismo y el concepto de lucha de clases llevado a cabo hasta la aparición de la perestroika y posterior caída del muro de Berlín, dejó vía libre al neoliberalismo para diseñar las líneas políticas en el mundo. La lucha de clases como colectivo de trabajadores frente a la patronal, una línea defendida por el socialismo político, se convierte en una supuesta lucha cultural y racial creada por el neoliberalismo que fundamenta su ideología en el individualismo, la segregación, el separatismo y el distanciamiento del otro. De allí la idea de que el racismo político es, profundamente, relacionado con el individualismo y la falta de identificación con ningún proyecto político de las democracias actuales.
Las personas educadas en este ambiente de confusión se encuentran como presa fácil para ser reclutadas por los políticos de tendencia ultraderechista. La "fragilidad de las identidades individuales y colectivas es, precisamente, la que tensa la relación entre culturas y crea un rechazo hacia el otro por considerarlo como peligro o amenaza... " (Arabi, 2018, op.cit. p.72)
Frente a este panorama de regresión de las democracias en todo el mundo, hace falta cultivar más democracia y sentido común. Nunca antes, Europa ha vivido un clima de paz, de concordia y de prosperidad como cuando las democracias repartieron el poder y lucharon, todas juntas, contra el odio y la confrontación. Los ciudadanos deben proseguir en el camino de mejorar las democracias con nuevas formas de gobernabilidad que respeten al ser humano, al medioambiente y los valores de la convivencia entre los pueblos del planeta, y no en la idea de volver al concepto romántico del Estado-nación.
Los partidos demócratas deben darse cuenta de que su responsabilidad suprema es atender las carencias de la comunidad, porque es la única forma para asfixiar a los violentos que se alimentan de la frustración y la disconformidad social. Las minorías culturales y raciales deben ser tratadas con mucho respeto y admiración, valorando sus aportaciones económicas y apreciando su presencia sociocultural. Los inmigrantes no deben ser vistos como intrusos sino como personas dignas de respeto, facilitándoles todo tipo de ayuda para su adaptación en su nuevo contexto social y cultural. Lamentablemente, no existe este consenso ni en Europa ni en Estados Unidos, y la cuestión migratoria sigue siendo un tabú que inquieta a todos, sin embargo, pocos se atreven a tratarlo en serio y lejos de cualquier uso electoralista.
Muchos de los que conocemos de cerca las razones de los movimientos humanos de los últimos treinta años, hemos trabajado y tratado el tema con mucho entusiasmo y, sobre todo, con mucha dosis de optimismo y esperanza en el futuro. Y, sin embargo, con el paso del tiempo, llegó la frustración. La incapacidad o indiferencia de las instituciones internacionales para con los movimientos migratorios hicieron crecer nuestro escepticismo en las maneras llevadas en la gestión de las políticas migratorias seguidas hasta el momento. (Arabi, 2018, s/p)
Conclusión
El crecimiento del racismo y de la xenofobia en el mundo está ligado, en gran medida, a los continuos flujos migratorios que van en todas las direcciones. En las sociedades, con poca o nula tradición democrática, las prácticas de humillar y maltratar al otro manan desde los mismos sistemas de gobierno. En este sentido, no queda otra alternativa que acudir a las instancias internacionales para denunciar esta barbarie y presionar este tipo de gobiernos que, lamentablemente, están amparados por el neoliberalismo económico internacional. Por lo tanto, la brújula de la lucha debe estar orientada hacia el peligro del neoliberalismo internacional.
En los países con cierta tradición democrática, están sumergiendo muchos partidos políticos que están aprovechando de los momentos de crisis económica y de la incertidumbre en los mercados para generar miedo en las poblaciones y, luego. Rentabilizarlo en sus campañas electorales. La caza al inmigrante es su plato favorito. Para ellos, el inmigrante, el otro, el que viene de fuera es el origen de todos los males y. por lo tanto, habría que cerrarle la puerta al que viene, y echar todo lo que se pueda de aquellas personas inmigrantes que ya están afincadas, como medidas drásticas para solucionar sus problemas.
En los últimos años, está creciendo el racismo y la xenofobia en los discursos políticos de los líderes de países con tradición democrática. Tanto en Estados Unidos como en Europa muchos partidos conservadores y con cierta reputación, están imitando el discurso de la extrema derecha con tal de arañar algunos votos. Estos partidos, al no optar por denunciar a la extrema derecha y castrar sus mensajes, aliándose con los demás partidos democráticos, están considerados como cómplices de la proliferación del nuevo fascismo político. De esta forma, están haciendo un flaco favor a la sociedad y a la propia democracia.
La estrategia de los extremistas, usando un discurso político xenófobo y excluyente es un paso que pone a todas las instituciones en tela de juicio. La subida de su presencia en la escena política, en países donde prácticamente habían desaparecido, se debe, esencialmente, a la falta de una reacción seria por parte de los partidos políticos demócratas y demás instituciones públicas y privadas vivas de la sociedad para reivindicar la pluralidad, la diversidad y más democracia para contrarrestar los sentimientos excluyentes basados en el odio y el rechazo al otro.
La única identidad cultural básica y exigible a todos es la cultura democrática: a partir de ella, constitucionalmente expresada, cada cual tiene derecho a decidir su perfil. Lo contrario sería hacer retroceder el fundamento laico y universal de nuestra convivencia (que otorga derechos y exige deberes sin hacerlos depender de genealogías, etnias, territorios, géneros, ideologías, etcétera... ) a determinismos identitarios particulares que imponen no el derecho a la diversidad sino la diversidad de derechos. Lo cual no es una reivindicación exclusiva de dogmatismos religiosos sino también de dogmatismos nacionalistas y separatistas, como vemos acerbamente en España y ya apunta en otros países europeos. (Sabater, 2016, s/n)
Las pautas políticas serias necesitan hombres de estado serios y capaces de gestionar los momentos decisivos de cada época. Entregarse al oportunismo político, lo único que hace es debilitar a los partidos políticos, y espantar a las personas de la política, haciendo tambalear los fundamentos de la democracia. Los partidos demócratas necesitan buscar otras estrategias acordes con las necesidades de los cambios de la nueva era. Se trata de saber gestionar, en gran proporción la insatisfacción de la gente con medidas realizables y soluciones palpables en cada momento. Un hombre de estado debe ser valiente para enfrentarse a los extremistas y conectar con las personas, con programas electorales que tomen en consideración, en primer lugar, las necesidades básicas de las personas.
un liderazgo valiente comporta poner la democracia y al país por delante del partido y explicar al electorado lo que está en juego. Cuando un partido o un político que da positivo en nuestra prueba decisiva emerge como una amenaza electoral seria, no quedan demasiadas alternativas. Un frente democrático unido puede impedir que un extremista acceda al poder, cosa que, a su vez, puede comportar salvar la democracia. (Levitsky y Ziblatt, 2018, p.37).