1. Introducción
El conflicto armado colombiano, según Trejos (2013) y Calderón (2016) es el más longevo de Latinoamérica; según el informe "¡Basta Ya!" del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), entre 1958 y 2012 el conflicto ocasionó 218.094 muertes; entre 1985 y 2012, se registraron 5.712.506 de desplazados, entre otros hechos como secuestros, asesinatos selectivos, ataques a bienes civiles, atentados terroristas, masacres, desapariciones forzadas, violencia sexual, reclutamientos ilícitos (2013). Es un conflicto de orden civil del que la sociedad colombiana no ha podido librarse pues se enquistó en los principales componentes de la realidad nacional, en sus símbolos, en la política, en las narrativas comunes con que se expresa lo propio, en las formas de interacción social y en la forma en que trabajan e interactúan los ciudadanos (Rojas, 2003; López et al, 2019;Yaffe, 2011;Venegas, Gutiérrez y Caicedo, 2017). El conflicto armado, en definitiva, es un elemento que se ha normalizado e imbricado en la identidad de los colombianos.
En ese sentido, ha resquebrajado el tejido social, es decir, ha debilitado los sistemas de valores, creencias y la capacidad de acción y de reinvención política de los ciudadanos (Villa y Insuasty, 2016). Consiguió fragmentar el Estado y socavar la capacidad de gobernabilidad, el respeto de los derechos básicos y minó las garantías de un desarrollo ecuánime y justo en todo el territorio, especialmente en las zonas rurales del país, que quedaron en medio del fuego cruzado, zonas paraestatales contraladas por el miedo, el terror y la política del exterminio que cada grupo armado ilegal o de la fuerza pública ha utilizado para ejercer control (Ortiz, 2010). Sin embargo, desde hace muchos años el conflicto no es exclusivo de las zonas rurales o selváticas del país. Se ha adentrado en las ciudades y, lo más grave, en la cotidianidad familiar, modificando sus rituales y dinámicas cotidianas (Meléndez, Paternina y Velásquez, 2018).
Según el Registro Único de Víctimas (RUV), las víctimas directas del conflicto armado hasta el año 2020 suman más de 9'000.000 (Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas, 2020). La firma de distintos tratados de paz con algunas guerrillas o grupos paramilitares, así como la promesa de las fuerzas policiales y del ejército de no repetir prácticas de persecución y desaparición forzada no han rendido los suficientes frutos. El conflicto ha mutado y se ha adaptado a los nuevos tiempos y no ha sido posible desmontar los discursos y las prácticas belicistas de la sociedad colombiana, así como tampoco ha sido posible reducir las brechas de pobreza y desigualdad política, social, cultural y económica que alimentan el largo conflicto. Las cifras de víctimas no dejan de aumentar; las clases bajas, medias y altas siguen aportando víctimas; los ciudadanos colombianos siguen presos de la guerra.
¿Los afectados? Todos los ciudadanos colombianos y todas las instituciones sobre las cuales se soporta el desarrollo del país (Villamizar, 2018), lo que implica que los daños también pueden ser indirectos, pues cuando el funcionamiento de una institución social se ve limitado o interrumpido, empiezan a surgir otras secuelas que están por estudiarse. Una de estas instituciones sociales afectadas es la familia: "la guerra rompe con las formas tradicionales de relación e introduce nuevas dinámicas de poder y dominación que intentan llegar hasta lo más íntimo de la vida familiar" (Cifuentes, 2009, p. 89). Los hechos de la guerra como, por ejemplo, el miedo, el terror, la muerte o el reclutamiento forzado afectan a la familia puesto que modifican sus prácticas educativas, la distribución de roles de género, las prácticas productivas, las formas en que se transmite y se recibe afecto, esto es, cada uno de los aspectos mediante los cuales se le define y caracteriza.
Para Guerrero, la afectación familiar es generalizada, sobre todo debido al desequilibrio que debe afrontar su base emocional. Así, "se afecta su derecho a la honra, dignidad e intimidad, que en ausencia de redes sociales debe buscar ser ubicada en albergues temporales que no siempre proporcionan condiciones para una vida digna" (Guerrero Barón, 2011, p.80). La capacidad familiar de garantizar protección y desarrollo, seguridad económica y alimentaria es debilitada, tal y como lo menciona Andrade, et al. (2015): "el desplazamiento forzado afecta la capacidad de las familias para cubrir sus necesidades básicas de supervivencia; así, muchas necesidades que ya se encontraban presentes antes del desplazamiento suelen acentuarse" (p. 21), lo que agudiza su situación de vulnerabilidad.
Y si el panorama es difícil para el grupo familiar, lo es aún más para los niños y niñas huérfanos. Zorio (2015) describe cómo estos niños, sin sus familias, deben "trasladarse y transitar por distintos núcleos familiares o instituciones estatales, situación que dificulta el establecimiento de redes de apoyo duraderas y sólidas, fundamentales para los procesos de socialización" (p. 303). Asimismo, Andrade (2011) menciona la deslegitimación que sufren los desplazados cuando son equiparados a lo indeseable por parte de la población no desplazada: "una persona desplazada no solo es alguien victimada por la guerra estado-insurgencia, es también, el representante viviente de la guerra, la violencia, la sevicia, los intentos de paz y los excesos de respuesta bélica" (p. 136), visión que causa efectos negativos en la interioridad de la persona que implica la desintegración de la familia en niveles tan profundos que es primordial el apoyo profesional.
Si bien el conflicto armado afecta a todos, es especialmente cruenta con los vulnerables, ciudadanos que se vuelven dobles víctimas, esto es, víctimas del conflicto y víctimas de las instituciones incapaces de velar por ellos, de cuidar y atender sus necesidades. Mujeres, niños y adultos mayores son multi-victimizados en este contexto: "especialmente a mujeres y niños quienes debido a su vulnerabilidad son frecuentemente multi-victimizados por los actores del conflicto que los persiguen, secuestran, abusan, reclutan, o utilizan como armas de guerra" (Andrade, et al., 2015 p. 20). Esto también en Guerrero (2011), para quien "junto a las mujeres, son los niños y las personas de la tercera edad, quienes en escenarios de conflicto armado corren riesgos concretos que afectan en mayor grado su bienestar y posibilidades de recuperación" (p. 79).
Todos los episodios que afrontan los grupos familiares tienen implicaciones al interior de cada familia, y entre las consecuencias más penosas se encuentra "la desintegración familiar, disgregación de la identidad cultural y la memoria histórica, un aumento de la desconfianza ante el entorno, actitudes defensivas constantes, pérdida de tierras y remanentes, disociación de los vínculos sociales y lazos afectivos" (Andrade, 2011, p. 117). Igualmente, se evidencian dificultades para la integración social dado que "en condiciones de hacinamiento no hay intimidad familiar, ni individual, lo que dificulta la recuperación, el duelo y la asimilación de lo ocurrido" (Guerrero Barón, 2011, p. 80). Por ello, es preciso hacer énfasis en la necesidad del apoyo del Estado en el acompañamiento familiar de las víctimas. El cambio interno de la familia desconfigura los roles llegando a observarse que "la jefatura del hogar recae especialmente en el adulto joven (42%) y las mujeres (63,5%)" (Andrade, et al. 2015, p. 13). De este modo, "los efectos sociales del conflicto armado sobre las familias se hacen sentir sobre la totalidad de sus integrantes de formas y con intensidades diversas, pero complejamente intrincadas" (Cifuentes, 2009, p. 103), lo que incrementa su vulnerabilidad.
Los impactos del conflicto armado sobre la familia son innumerables tal y como lo señalan algunos estudios como los de Andrade (2011). Bello (2000),Gómez (2007),Gonzáles (2004), Patiño (2014), Román (2002) o Viveros (2010). Sin embargo, esta investigación se enfoca en la desintegración de la familia como una de las principales causas de afectación emocional producto del conflicto armado pues somete a sus miembros a un mayor conjunto de vulnerabilidades, dado que la familia deja de actuar como grupo primario de protección, desarrollo, cuidado o educación. Palacio (2007, p. 205) considera que la desintegración es una consecuencia directa del conflicto que surge "a partir de la destrucción de relaciones, vínculos familiares y de los anclajes territoriales" (p. 205). Lo que Bezanilla y Miranda (2013) complementan, al describirla como "una especie de decadencia psicológica caracterizada por la pérdida de objetivos comunes, reducción en la cooperación entre los miembros de la familia, falta de coordinación en los roles familiares, así como de amor, lealtad y respeto entre los miembros" (p. 67).
La desintegración conduce a un desamparo holístico de los miembros de la familia, sobre todo de los más vulnerables quienes, por su edad o ciclo de desarrollo, no se pueden proteger o no pueden ser atendidos o acompañados, protegidos de las circunstancias de pobreza, daño y abandono al que son conducidos. Estos dejan de contar con una red de apoyo que les servía como unidad básica de vida. En general, cuando la familia se desintegra por el conflicto armado se incrementa la fragilidad psicológica, la vulneración de los derechos, aumenta el daño y el deterioro de la dignidad humana, se afecta, en definitiva, lo genuinamente humano, pues los más vulnerables (niños, jóvenes y adultos mayores) dejan de contar con el principal sistema capaz de garantizar recursos emocionales, políticos, educativos y económicos.
En el contexto colombiano, la pregunta por el impacto global del conflicto armado está vigente, pues los estudios hasta ahora realizados son insuficientes para mostrar todas las profundas implicaciones en cada uno de los aspectos de la esfera colectiva y privada de las familias que han sido sometidas a la condición de víctimas. Este artículo, teniendo en cuenta los innumerables problemas que están pendientes de ser comprendidos y significados desde las voces y experiencias de las mismas víctimas y victimarios, describe, a la luz de dos historias familiares de vida, la influencia que ha ejercido el conflicto armado colombiano en los procesos de desintegración y recomposición de la unidad familiar, con la intención de comprender los retos, alternativas y dificultades que se les presentan a las familias que han experimentado esta tensión. Con las voces que se reportan en este estudio se puede comprender que una implicación previsible es la descomposición de las familias que han sido víctimas y, por ende, la erosión de sus funciones y dinámicas cotidianas más importantes, lo que conlleva a su transformación y adaptación, a la adquisición de nuevos roles, la desaparición de algunas dinámicas y el surgimiento de otras. Todo esto indica que el conflicto armado es un factor exógeno de cambio que modifica transacciones familiares y rituales fundamentales como las prácticas educativas, la repartición de poder o los sentidos de mundo que se comparten, alterándolos, renovándolos.
2. Marco teórico
La familia es considerada una estructura esencial desde la perspectiva de distintos aspectos sociales. Como explican Oliva Gómez y Villa Guardiola (2014), la familia es el grupo de dos o más personas que coexisten como unidad espiritual, cultural y socioeconómica (p.17). Es allí donde se preparan las personas para conformar otras familias, lo que contribuye a la salud social y su perpetuación (Altarejos, Martínez y Rodríguez, 2009, p.180). Por su parte, Estupiñán y Hernández (2007), describen a la familia como "unidad activa social, la cual debe ser respetada en su autonomía y que a su vez requiere reconocimiento de su protagonismo en la conservación constructiva de los individuos y de la sociedad" (p. 11).
En Colombia, la Constitución Política de 1991 declara, en el artículo 42, que "la familia es el núcleo fundamental de la sociedad. Se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla" (Asamblea Nacional Constituyente, 1991). Y es justamente la familia el centro de esta investigación cuyo propósito es reconocer las maneras en que esa unidad básica se ha visto expuesta a situaciones de violencia en el contexto colombiano y, específicamente, en el contexto del conflicto armado.
El conflicto armado colombiano es el único en Latinoamérica que permanece activo y es el más longevo de la región (Trejos, 2013, p.55). Se ha caracterizado por ser uno de los más largos del mundo, desencadenando "violencia directa con graves violaciones de los derechos humanos y de los postulados del derecho internacional humanitario" (Calderón, 2016, p. 230). Dicho conflicto "ha impactado el tejido social, el régimen político, incluso el Estado mismo" Tawse-Smith (2008, p. 295).
Uno de los hechos más característicos de este conflicto armado es el desplazamiento, descrito por la Corte Constitucional de Colombia como una "crisis humanitaria que parece tener origen en la propiedad de la tierra como fuente de ingresos, poder, dominio social y político; las zonas de donde se expulsan estas personas son corredores estratégicos para los actores del conflicto armado" (Gámez Gutierrez, 2013, p. 106). Por tanto, las familias que viven en estos sectores estratégicos son amenazadas, algunos de sus miembros asesinados y otros, resultan víctimas de la desaparición forzada o reclutados en las filas de los grupos ilegales.
Las víctimas de desplazamiento forzado en el marco del conflicto armado experimentan, como consecuencia del mismo, crueles situaciones de pobreza. En efecto, el "95% de los hogares desplazados está por debajo de la línea de pobreza y 75% por debajo de la pobreza extrema" (Ibáñez, 2008, p. 118). Esto ocurre, entre otras cosas, como lo describen Ochoa y Orjuela (2013, p. 69) porque "además de que las víctimas abandonan sus actividades económicas de subsistencia en los lugares de origen, se les dificulta conseguir empleo para cubrir sus necesidades básicas". Ante las limitaciones para suplir sus necesidades, se producen problemas de salud "que, aunados a la carencia de atención en servicios de salud, medicinas y tratamiento, convierten el desplazamiento en un problema de subsistencia" (p. 73), empeorando la situación de los desplazados, lo que provoca serias consecuencias sociales que deben tenerse en cuenta.
La población desplazada por la violencia es mayoritariamente de origen rural y una vez es obligada a migrar, se dirige generalmente a zonas urbanas; Garay (2009, p. 156) afirma que "un 63% de los grupos familiares de población desplazada incluida en el RUPD ha sido expulsado de zonas rurales, el 21,4% de centros poblados y el 15,6% de cabeceras municipales, lo cual confirma el origen predominantemente rural". Es así como se puede identificar que las consecuencias del conflicto armado impactan todo el espectro de la sociedad colombiana: "la guerra rompe con las formas tradicionales de relación e introduce nuevas dinámicas de poder y dominación que intentan llegar hasta lo más íntimo de la vida familiar" (Cifuentes, 2009, p. 89); cada uno de estos impactos al interior de las familias comporta consecuencias para el país y su estructura. Así pues, "el exceso que trae consigo la violencia instaura en las víctimas un estigma de carácter persecutorio" (Andrade, 2011, p. 135) por lo que muchas veces se desplazan varias veces dentro del territorio colombiano.
Es así como los grupos familiares desplazados por la violencia se dirigen mayoritariamente a las ciudades en busca de nuevas oportunidades a pesar de los "factores asociados a peligros reales para sus miembros (zonas deprimidas, vulnerables, zonas de ladera, barrios marginales, cercanía a basureros para ejercer el reciclaje, etc.) o en estos espacios existan indicadores de peligro o de vulnerabilidad social evidentes" (Andrade, Zuluaga, Ramírez y Ramírez, 2015, p. 22), lo que complica aún más la situación de víctimas y la posibilidad de restablecerse dignamente.
Por tanto, además de la vulneración de las condiciones de vida de las familias desplazadas en medio del conflicto armado,' 'se afecta su derecho a la honra, dignidad e intimidad, que en ausencia de redes sociales, debe buscar ser ubicada en albergues temporales que no siempre proporcionan condiciones para una vida digna" (Guerrero, 2011, p.80). El conflicto armado afecta "especialmente a mujeres y niños quienes, debido a su vulnerabilidad son frecuentemente multi-victimizados por los actores del conflicto que los persiguen, secuestran, abusan, reclutan, o utilizan como armas de guerra" (Andrade, et al., 2015, p. 20). Esto también en Guerrero (2011, p. 79): "junto a las mujeres, son los niños y las personas de la tercera edad quienes, en escenarios de conflicto armado, corren riesgos concretos que afectan en mayor grado su bienestar y posibilidades de recuperación".
Zorio (2015) describe cómo estos niños sin sus familias deben "trasladarse y transitar por distintos núcleos familiares o instituciones estatales, situación que dificulta el establecimiento de redes de apoyo duraderas y sólidas, fundamentales para los procesos de socialización" (p. 303). Respecto a los jóvenes, el proceso de desplazamiento acelera las separaciones de su estructura familiar ya que "sobre estos recae la responsabilidad de trabajar para contribuir al mantenimiento de la familia, generalmente en lugares apartados del sitio de asentamiento y cuando siguen junto a sus familias y llegan a las zonas urbanas se enfrentan con nuevos peligros" (p. 124).
De esta manera, el género masculino es el que más víctimas mortales aporta al conflicto. Al sufrir desplazamiento, los hombres que logran sobrevivir a la guerra llegan a presentar trastornos depresivos mayores llegando a "exteriorizar su agresividad de forma explosiva, a perpetrar actos de violencia intrafamiliar, en los que revictimizan a sus compañeras, y que a menudo desembocan en violencia y malos tratos, como estrategia pedagógica de los niños, niñas y adolescentes" (Andrade, 2011, p. 118). Cabe destacar entonces "que la totalidad de las familias desplazadas está en riesgos altos y amenazantes, lo que muestra un panorama preocupante para estos grupos, ya que los factores sociales, del medio ambiente y los servicios de salud, ahondan su problemática" (Soto y Velásquez, 2015, p. 133).
Por consecuencias nocivas como las mencionada es que se dan casos de desintegración familiar. Este fenómeno se produce cuando "viviendo bajo el mismo techo, [los integrantes] se encuentren en conflicto constante y no compartan las mismas metas, y donde no se cumple con las funciones primordiales de la familia que son alimentación, cuidado, afecto, socialización, educación" (Vargas, Rosales, García, 2007, p. 47). A raíz de la fragmentación, hay mayores afectaciones en diferentes ámbitos que, de no ser resueltas, pueden ocasionar la desintegración familiar. Ésta "se manifiesta con la ruptura de los lazos principales que unen el núcleo familiar, situación que sin duda cobra influencia en el desarrollo de sus miembros, provocando así el quiebre en los roles de sus integrantes" (Galarza y Solano, 2010, p. 1), lo que conlleva en la familia problemas psicológicos para cada uno de sus integrantes.
En contextos de este tipo, es importante que, por lo menos, se generen entornos como los que menciona Acevedo Valencia (2013, p. 80) "en los que se construyan valores como la solidaridad y el compromiso. La falta de estos provoca que no se consoliden identidades barriales y de igual manera no se hagan visibles ante las autoridades". ¿Para qué se busca la visibilización ante el Gobierno? A esta pregunta, Save the Children Canada y la OEI (2009, p. 30) responden, argumentando que "esto permite que se pueda abogar por los derechos de la niñez en sus primeros años, como acceso a programas de desarrollo infantil, derecho a jugar, interactuar, evitar la desnutrición y programas integrales de cuidado y protección", pues en la medida en que los niños no estén bien y no gocen de los servicios mínimos que se requieren, la desesperación y frustración de las madres o familias incidirá en la calidad de la relación con los demás seres queridos.
Es un hecho fehaciente que el desempleo, la pobreza, la crisis económica y el deterioro de las condiciones materiales, la ausencia de servicios (como el agua), salud y educación, que menciona Arriagada (2001, p. 8) "son los principales problemas que afectan a una familia. La falta de dos o más de estos componentes, tiende a generar sensaciones de estrés, preocupación y ansiedad, que alteran el estado de ánimo de uno o más [miembros] de la familia". De este modo, hay más riesgo de que se originen situaciones de violencia intrafamiliar, evidenciadas en rechazo hacia los otros, indiferencia, y agresiones.
3. Metodología
Este trabajo de investigación social se ubica en el paradigma hermenéutico (Arráez, et al., 2006), un enfoque cualitativo (Vivar et al., 2013) y un método de estudio de caso (Durán, 2012) a partir de historias de vida (Álvarez y Amador, 2017). Dentro de esta investigación cualitativa se utiliza como técnica o recurso la historia de vida que "permite traducir la cotidianidad en palabras, gestos, símbolos, anécdotas, relatos, y constituye una expresión de la permanente interacción entre la historia personal y la historia social" (Puyana y Barreto, 1994 p. 186), lo que permite la profundización en la intimidad de las personas, el conocimiento de problemas y situaciones relevantes y las dinámicas con su entorno familiar y social. Asimismo, las historias de vida son importantes para este tipo de estudios sociales debido a que ayudan a percibir las relaciones existentes entre lo individual y lo colectivo, a través de la reconstrucción de las historias de cada persona. Esto facilita la comprensión de diversas perspectivas de su vida, dentro de un conjunto social mayor. Así, las historias de vida son consideradas por Puyana y Barreto (1994) como "herramientas invaluables para el conocimiento de los hechos sociales, para el análisis de los procesos de integración cultural y para el estudio de los sucesos presentes en la formación de las identidades" (p. 187). Éstas se basan en la investigación de campo, donde hay una relación con las familias para reconstruir la realidad vivida en el pasado y presente, en función de la investigación.
Como criterio técnico para la selección de la población se siguió un muestreo no probabilístico por conveniencia (Salinas,2004) el cual propicia la inclusión de los participantes que acepten ser consultados de manera permanente durante el proceso de investigación y con quienes se pueda construir y revisar colaborativamente el relato amplio de vida sobre el tema central del estudio. Para Otzen y Manterola este tipo de muestreo "permite seleccionar aquellos casos accesibles que acepten ser incluidos. Esto, fundamentado en la conveniente accesibilidad y proximidad de los sujetos para el investigador" (p. 230). Las familias que cumplieron estos dos requisitos y que hicieron parte de esta investigación fueron víctimas directas del conflicto armado colombiano: la primera, una familia numerosa monoparental de jefatura femenina y la segunda, monoparental de jefatura femenina. Antes del desplazamiento, ambas familias contaban con la presencia de padre y madre (biparentales) y provenían una del Chocó y la otra de Santander.
Para suscitar el diálogo y poder reconstruir las vivencias de las familias durante el conflicto armado se empleó una entrevista en profundidad (Robles, 2001 ) en donde, a partir de ejes conversacionales, se narraron durante cuatro encuentros las experiencias familiares (Villalta, 2009). En los primeros tres encuentros se dialogó sobre el pasado, el presente y el futuro de la familia. El último se destinó para revisar y discutir en conjunto las narrativas reconstruidas con el fin de hacer las precisiones o énfasis necesarios. El guion de la entrevista fue validado (Escobar y Cuervo-Martínez, 2008) por pares expertos metodológicos y temáticos quienes desde su punto de vista ayudaron para que el instrumento tuviera la menor cantidad de sesgos que limitaran o dificultaran la comprensión del tema. Previo a la generación de los espacios de conversación, los participantes del estudio, las familias y los investigadores firmaron consentimientos/asentimientos informados (Cañete, Guilhem y Brito, 2012; Carreño-Dueñas, 2016) en los que se comunicaron los aspectos centrales de la investigación, la reserva total de los datos específicos como nombres, lugares geográficos o el nombre de los grupos generadores de violencia contra la familia, pues es preciso evitar cualquier caso de revictimización y de vulneración a la vida de los participantes.
Luego de la realización de las entrevistas, se procedió a su transcripción y luego a un análisis hermenéutico y conversacional (Fernández, 2006), primero axial y luego abierto. El análisis axial se realizó alrededor de protodefiniciones o categorías cerradas, las cuales se identificaron en la fase de revisión teórica con el fin de delimitar la mirada que se quería construir sobre la realidad familiar. Concluido el proceso de ordenamiento de datos alrededor de estas categorías cerradas, se procedió a la identificación de los temas emergentes dentro de cada categoría, a su clasificación y ordenamiento. El análisis abierto alimentó y amplió los pre-significados de las categorías cerradas, con lo cual la voz de los participantes complementó y enriqueció el significado literal de las protodefiniciones. Para cada familia se hicieron tres análisis temporales (pasado, presente y futuro) y, dentro de cada bucle temporal, se analizaron las categorías cerradas de familia, conflicto armado, desplazamiento, desintegración familiar y, finalmente, reorganización familiar. Luego de codificar la información en torno a estas categorías se hizo un nuevo proceso de codificación abierto para observar y estudiar las nuevas subcategorías emergentes. Una vez realizada la categorización axial y abierta se procedió a la comprensión de los datos y, por ende, a un análisis de las continuidades, rupturas y emergencias de nuevos elementos del fenómeno con relación a los antecedentes teóricos. Para el presente texto se ponen en común las categorías de conflicto armado, desplazamiento, desintegración familiar y, finalmente, reorganización familiar.
4. Resultados
Pasado: conflicto armado
Y el matrimonio fue hasta que la muerte los separara. La vida cambió para la familia de Édgar, quien retrata el momento en que hombres armados llegaron hasta la finca donde vivían y preguntaron por su abuelo: "Mi abuelito salió al patio, con la toalla en el hombro, porque él siempre andaba con la toalla en el hombro, y el señor le dijo: ¡Las manos! Y mi abuelito: ¡Yo no les voy a dar las manos!".
Édgar no niega que ese temperamento que en otros momentos fue su estrella, en este caso fue su perdición. Hasta ese momento, la familia de Édgar no había sentido tan de cerca la guerra ni la violencia propia de la época en esa región de Santander. Comenta que los hombres entraron con armas de fuego y dispararon cuando él intentó defenderse con un machete. Mientras tanto, los demás, impotentes, se refugiaron entre los matorrales de alrededor, pues tenían miedo de que los asesinos fueran también por ellos.
Así se evidencia la crudeza del conflicto armado. Repentinamente llegaron las armas, las intimidaciones y el dolor de la pérdida del ser querido. Una familia de buenas costumbres, viviendo en la tranquilidad de sus territorios, de la noche a la mañana fue víctima del conflicto, blanco de los grupos armados ilegales. En este caso, una de las guerrillas que nació y se fortaleció en Santander.
Por todo lo que se vivió durante y después del conflicto armado, la familia quedó con marcas que aún permanecen. Édgar, con dolor, narra cómo la violencia influyó en su familia: "mi tío Óscar tenía como doce-trece años cuando pasó eso, entonces yo creo que eso le quedó acá en la cabeza a mi tío. Porque inclusive yo veo que los rasgos de familia de mi tío, mi tío es como muy unitario, yo cuando he hablado con él, él es una persona que dice: vea chino, si usted tiene que hacer las cosas, tiene que hacerlas solo, que usted no se ponga al rabo de nadie, solo".
Recordar no es solo relatar. Es volver a vivir en silencio los sentimientos que una vez generaron dolor. Es retomar despedidas, rostros que nunca más se volvieron a ver, enfrentar preguntas y enredos que nunca se resolvieron y reafirmar el antes y después de una familia que hace parte de la historia violenta que ha llenado páginas y horas de medios de comunicación de Colombia y el mundo.
Pasado: desplazamiento
Pobreza, campo, luto y mujeres que asumen de la noche a la mañana la cabeza del hogar, son casi una radiografía del fenómeno del desplazamiento. Édgar asegura que, al día siguiente del crimen, su abuela recibió amenazas de muerte: "Bueno usted se va o le matamos a todos sus hijos". Por eso, de inmediato, emprendieron un nuevo rumbo. Les tocó comenzar de cero, y no fue fácil. La esposa que siempre dependió económicamente de su marido tuvo que buscar la manera de generar ingresos para atender no solo sus necesidades básicas sino las de sus hijos. Impotencia, confusión y desolación suelen ser los nuevos compañeros de vida.
Fue así como a doña María le tocó desplazarse a Bogotá para poder obtener recursos económicos que le ayudaran a sacar a su familia adelante y les permitiera comenzar de nuevo: "La cosa fue que mi abuelita medio cogió los trapos por decirlo así cogió la ropa, la metió en la maleta, cogió a sus chinos y se fue". Se enfrentaron a cambios drásticos, pues pasaron de vivir en el campo a la ciudad, donde percibieron nuevas costumbres, tuvieron nuevos retos y, sobre todo, llevaban el dolor de lo ocurrido a cuestas. El rótulo de Capital de la República les hizo considerar que allí encontrarían más oportunidades de vida y de trabajo que en Bucaramanga. Además, estar en la capital santandereana les hacía pensar que seguían cerca de los hombres armados y que, tal vez algún día, irían tras sus pasos.
Lo primero que hicieron los integrantes de la familia fue buscar dónde vivir, como lo narra Édgar: "mi abuelita cuando llega a Bogotá, como le contaba yo, ella se fue para una pensión, y ella en la pensión vivía con mi tío Ezequiel, mi tío Nacho, mi tío Óscar y mi tía Jazmín". Allí, cada miembro inició nuevas formas de vivir, aprendieron nuevas costumbres, nuevos hábitos, e iniciaron la búsqueda de una estabilidad que les permitiera superar todo lo ocurrido.
Además, como muchas familias víctimas del conflicto armado en Colombia, ésta enfrentó duras realidades; dice Édgar: ""mis tíos me cuentan que entonces a veces les tocaba dormir en la calle, a veces no había para comer, entonces eso de pasar de uno estar bien a estar mal así de que no comer, o sea, eso choquea mucho". El desplazamiento no solo generó el cambio de lugar de vivienda. También tuvieron que reconfigurar los roles. Además de la figura de líder que asumió la abuela de Édgar, sus tíos, quienes siempre se dedicaron a acatar las decisiones e indicaciones que daba su papá en casa, se apropiaron del rol de proveedores y protectores, lo cual también les daba la capacidad de tomar decisiones.
Fue en ese momento que empezaron a sentir las desventajas de no haber terminado los estudios pues las oportunidades de trabajo eran pocas. Édgar recuerda que su mamá no pudo terminar, por lo menos, la primaria: "A mi mamá la sacaron de tercero porque le tocaba ayudar a mi abuelita con los niños más pequeños". Los demás sí estudiaron, pero pasaron dificultades: "mis tíos vivieron en un barrio feo, y entonces ellos, como pudieron, estudiaron solos, porque se criaron solos, porque mi abuelita llegaba en las noches a dormir".
Édgar, precisamente hablando del porqué cree que su abuela se fue para Bogotá, refiere: "ella quería estar lejos supongo, quería estar lejos de donde murió mi abuelito y me inclino más a que ella quería olvidarse de acá". En efecto, la familia busca olvidar la angustia, el desespero, desasosiego que vivieron y una de las formas es migrar a lugares ya sean lejanos o donde consideren que pueden encontrar nuevas posibilidades.
Cuando se ha vivido en una relativa tranquilidad, se tiene la confianza de haber configurado un hogar, una familia, hay una organización de labores por parte de cada miembro, cada uno tiene su rol. Cambiar dicha configuración familiar complica las vidas de los integrantes, genera crisis personales y relacionales. Por ejemplo, Édgar comenta sobre su abuela: "le dio pues durísimo porque mi abuelito, que era el que llevaba poco o mucho, llevaba las riendas de la casa, cogíamos pa' acá, cogíamos pa' allá, que criaba a los niños, que quería mucho a los hombres".
La familia tuvo que enfrentar varias experiencias complicadas que originaron su desintegración. Todo inició cuando, por el conflicto armado y la violencia que generó, asesinaron al jefe de hogar. Posteriormente, amenazaron a la esposa quien tuvo que tomar la dura decisión de salir de su casa en busca de nuevas oportunidades. Pero no todos permanecieron juntos, hubo una primera división. Los padres de Édgar buscaron refugio en una vereda vecina, donde vivían unos familiares paternos, como él mismo lo describe: "Por parte de mi mamá, ella como ya estaba con mi papá, pues entonces ellos ya cogieron como otro rumbo, pero, o sea, lo mismo, también pasaron necesidades [...] porque mi mamá dijo: yo me quedo acá con mi marido y estaba embarazada de mi hermano o ya tenía a mi hermana mayor que es Deisy y eso es básicamente por lo que se queda mi mamá, por su familia, por la familia de ella".
Allí se produjo la fragmentación, donde los miembros que conformaban la familia se separaron, como lo mencionó Édgar al preguntarle si esa era la primera vez que su familia no estaba junta, expresándolo así: "¡Se fragmentó la familia! exacto, ahí fue digamos, la primera separación de la familia. Que mi abuelita cogió para un lado, porque creo que mi mamá tenía como catorce-quince años cuando pasó eso". Y una vez separada la familia, los integrantes enfrentaron duros retos, nuevas dificultades, así como sentimientos de tristeza e impotencia.
Pasado: reorganización de la familia
Con el dolor de dejar atrás a ese ser querido que fue removido y el lugar donde vivieron, lo que queda de la familia debe empezar de cero en otro lugar. Allí muchas veces no conocen a nadie, las costumbres y la cultura son distintas, y las oportunidades no abundan o no son las mejores para quien debe soportar la etiqueta de desplazado. La mujer, por ejemplo, quien nunca trabajó formalmente, debe reconfigurar su rol. Se ve obligada a ser quien salga a trabajar en busca del dinero que se necesita para costear las necesidades básicas. Los hijos, mientras tanto, se quedan solos en el lugar que han encontrado para vivir, y expuestos a todo tipo de violencia.
Los vínculos, las relaciones familiares forjadas durante muchos años tambalean, el dolor y los recuerdos hacen que reponerse ante los eventos adversos no sea fácil para las víctimas del conflicto armado. Está claro que los miembros se necesitan entre sí. Requieren más apoyo para superar las dificultades y así lo expresa Édgar: "Yo creo que más que todo a mi mamá, al no tener los consejos de mi abuela, una niña de quince años que se vaya de la casa va a seguir siendo una niña y ella no sabe qué es la vida y mi abuela ya tenía sus experiencias y yo creo que más que todo faltó el apoyo de la mamá. Porque no es por nada, pero las mujeres, así peleen con las mamás, pero siempre quieren a las mamás, pero siempre está ese apoyo, ese punto de referencia ".
Hay miedos que no dejan avanzar, la incertidumbre embarga los corazones y las mentes de las familias víctimas del conflicto, las historias son tan difíciles de narrar por quienes las vivieron, por el valor emocional, y los sentimientos que éstas implican. Así comenta Édgar: "en sí la que tiene derecho a contar la historia es mi abuela, porque lo vivió, lo sufrió y lo superó, es mi abuela, estar usted bien con su pareja, que lo mataron, irse para Bogotá, estar sola".
Dentro de cada cambio de rol y cada cambio en la configuración familiar, surgen nuevas relaciones, nuevas responsabilidades y actividades que se deben realizar conforme se van dando las oportunidades. Édgar cuenta cómo a un tío le tocó asumir una gran responsabilidad familiar: la de acompañar y sacar adelante junto a su abuelita el hogar. Comenta "mi tío Óscar también era cuidando", "le tocó prácticamente entre mi tío Óscar que era el mayor y mi abuelita criar a lo que era: Ezequiel Nacho y Jazmín ".
Además, como indicó Édgar, su abuelita tuvo que salir a trabajar como empleada, porque si no trabajaba no había dinero para comer. Incluso, trabajando se pasaban necesidades: "Un día ... mi tío Ezequiel intentó hacer una sopa, él le echó de todo y eso quedó feo, pero así les tocó comérsela, a veces aguantaban hambre, muchas veces creo que los echaron". Aún ante tantas dificultades y necesidades encontraron la forma de reorganizarse con esfuerzo, esmero y coraje, intentando cambiar día a día para bien, con la esperanza de darle a sus seres queridos un mejor mañana.
Presente: conflicto armado
Édgar afirma que la posición frente al conflicto al interior de la familia está dividida: "Mi mamá dice 'esos desgraciados'... porque ella lo vivió, porque estuvo ahí, porque lo escuchó. Así usted sea la persona más buena, usted va a tener rencor". Por su parte, Édgar asegura que, a pesar de ser hijo del conflicto, no siente odio hacia los actores armados: "La vida es de siembra y cosecha, usted lo que siembra lo va a cosechar, sea aquí o sea allá".
El conflicto armado cambió la vida de Édgar y de su familia por completo. Hoy no están en la finca donde cultivaban productos y cuidaban ganado. Ahora, las actividades laborales nada tienen que ver con el sector rural. Mientras Édgar trabaja en un taller de reparación de motos, su mamá hoy está desempleada. Algo que resulta contradictorio e irónico para ellos pues, durante el tiempo que vivió en su pueblo, nunca fue un problema para ella no haber terminado sus estudios. En la ciudad, asegura, ha sido a otro precio.
Igual sucede con su papá, quien ha sorteado varias clases de trabajos que ha tenido que aprender, luego de que lo suyo eran las tareas agrícolas. Sin embargo, Édgar hace énfasis en que, a pesar de las dificultades y el duelo por el asesinato de su abuelo, la familia permanece unida. Resalta que la violencia nunca podrá opacar el amor familiar. Édgar y sus demás seres queridos piensan lo mismo: "La guerra no puede cambiar el amor de una madre, no puede... la guerra y las balas nunca van a poder acabar el amor por un familiar. ¡Jamás! Entre más balas y más caídos, hoy hay más amor por los que recordamos... a los que están muertos [...] El conflicto trató de destruir una familia, pero no pudo. Eso es lo que yo quiero que quede claro".
Presente: desplazamiento
Luego de haber sido víctimas de la violencia por cuenta de actores armados, las familias quedan a la deriva. Algunas permanecen estancadas mucho tiempo en las crisis, mientras otras logran salir adelante. ¿A qué se debe la diferencia de destinos? Hay quienes lo atribuyen a la suerte y otros al emprendimiento y fortaleza que, como grupo familiar, conservaron para continuar.
En el caso de la familia de Édgar, él dice que a pesar de que pudieron avanzar, conseguir un techo fijo y oportunidades laborales que les proveen el sustento diario, se sienten desprotegidos. Aunque han pedido la reparación por parte del Gobierno, hasta el momento no han recibido respuesta: "Muchas personas al ser desplazadas esperan que el gobierno les dé todo. Hay otra gente, como nosotros, que queremos salir adelante. Nosotros no estamos pidiendo que nos regalen, nosotros solo queremos que nos den oportunidades. Que podamos estudiar, nos den un trabajo, eso es lo que busco yo. Mi mamá quiere trabajar, pero como ella no tuvo estudio por infortunio de la vida".
Pero no todos se quedan en lista de espera para ser reparados. Édgar dice que un primo que también fue forzado a salir de la tierra en la que vivió durante años, ya recibió ayuda. Le dieron una finca con vivienda. Y aunque está localizada en la misma zona de donde salió por presión de la guerrilla, ya no siente miedo de llegar allá y dedicarse nuevamente al cultivo de yuca, cacao y aguacate. Édgar comenta, por ejemplo, que nunca se presenta como persona desplazada o como parte de una familia desplazada. Igual lo aplican sus demás seres queridos. Dice también que no lo hacen por mentir o por negar una realidad que hace parte de sus vidas sino porque consideran que el país aún no está preparado para convivir con esto: " "Si a mí me preguntan, yo soy una persona normal yo nunca digo que soy desplazado porque empiezan a preguntar".
Si bien muchos aseguran que se deben dar oportunidades a los menos favorecidos, no siempre esto es realidad. Algunos consideran que una persona víctima de la violencia sigue siendo perseguida por los actores armados con lo cual, a fin de cuentas, se dan pocas posibilidades de superación para quienes quieren empezar una nueva vida. Hoy, en el que era su pueblo, dice Édgar, no se dan casos como los de su familia. Afirma que los lugares que fueron blanco de violencia no dejan ver muestras de ello. La finca donde vivió la familia de Édgar y fue asesinado su abuelo, hoy es un terreno baldío. Dice que, aunque tuvieran el dinero para construir una casa, no quieren volver: "Pasa usted por el frente de eso y hay solo una cerca, solo matas [...] Yo iba con mi tío y él me dijo: de ahí para abajo fue donde mataron a su abuelo. Volteó la cara y no me volvió a decir nada, se quedó callado hasta cuando salimos de ahí".
Presente: desintegración familiar
Por la mente de la mamá de Édgar pasan muchas cosas que él no alcanza a imaginar y que ella no sabe cómo explicarle. Sin más opción que aceptar la realidad, se pregunta en todo momento acerca de la vida de sus seres queridos durante los primeros años de separación?: "Mi mamá a veces dice que ella no sabe qué pasó con los hermanos".
Dado que viven en ciudades distintas, la familia ha establecido comunicación de manera regular y procuran visitarse por lo menos dos veces año. Édgar dice que esta separación es el resultado de la violencia que, además de alejarlos físicamente, los distanció emocionalmente, circunstancia que les impide reconocerse como una familia unida. Si bien intentan solidificarse y establecer lazos de unión para de alguna manera recuperar ese tiempo que sienten perdido, en el aire respiran un vacío que no saben cómo llenar. Como si en cada uno, existiera un secreto que no quieren sacar a flote.
Édgar dice que los miembros de la familia no dimensionan el sufrimiento de los otros, las dificultades que significó afrontar la vida fuera del campo, los temores y los pensamientos que rondaron a cada uno. Y no creen que algún día lo sepan o subsanen esas lagunas emocionales pues, aunque la violencia hizo parte de sus vidas, no quieren poner el tema sobre la mesa. Prefieren callar y omitir todo lo que implica recordar. Este es precisamente, según el relato de Édgar, uno de los aspectos que hoy se reflejan en este caso por cuenta de la desintegración familiar. Además del dolor que produce recordar, considera que entre ellos no existe la suficiente confianza para compartir lo que sienten. Se reconocen como familia, pero no se sienten cómodos hablando de lo más íntimo. La función de la familia como red de apoyo deja de existir.
Édgar plantea que la incertidumbre es el duelo que han tenido que llevar desde el momento en que salieron de la finca que habitaron. No tiene claro, y tal vez nunca lo tendrá, qué habría pasado con ellos si no los hubieran forzado a abandonar el territorio: "Uno dice: bueno, si no hubiese pasado hubiésemos cogido para allá, si no hubiese pasado no hubiéramos hecho esto y esto". La desintegración en las familias genera, como su nombre lo indica, separación, distancia y, en el caso de la familia de Édgar, una sensación de tristeza constante que quisieran reparar con espacios que no siempre se dan con facilidad. Por otra parte, su mamá procura mantener el control para evitar que su núcleo cercano se desintegre también: "Yo siento que ella me sobreprotege mucho y eso para mí es algo que le quedó, es igual con mis hermanas. Una vive lejos y todos los días la llama, igual con mi otra hermana. Mi mamá nos dice: el día que yo descanse es cuando ya no esté".
Presente: reorganización de la familia
La violencia y la presión ejercida sobre una familia para que abandone un territorio no solo implica cambios del lugar que se habita sino también en los roles y figura que representa cada uno. Algunos pasan de ser pasivos a convertirse en autoridad; otros, de ser silentes, asumen un liderazgo o una serie de habilidades que desconocían o simplemente que permanecían en silencio. El caso más visible en la familia de Édgar es el de su abuela. Mientras vivía con su esposo en el campo y se ocupaba de los quehaceres propios del hogar, era sumisa, callada y dependiente. Hoy es una imagen renovada, totalmente distinta respecto a aquellos tiempos en su pueblo de origen. Representa la autoridad y el respeto de todos. Nadie pone en duda ni cuestiona sus palabras, en ningún momento: "mi abuelita dice algo y es lo que ella dice y punto".
Así, cuando los grupos armados amenazaron a la familia y como consecuencia decidieron radicarse en Bogotá, la abuela se convirtió en la cabeza que proveía el sustento económico. Hoy, para su fortuna, sus hijos trabajan y le proveen lo que necesita. Vive tranquilamente en el apartamento de una de sus hijas: "mi abuelita sufrió bastante, le tocó darse una vida como muchas personas en este momento en este país, se está tranquilizando y disfrutando de todo lo que no pudo disfrutar".
En esa misma línea, Édgar recuerda que la tía Carmen es la dueña del lugar donde vive su abuela. En este caso, la mujer, la figura femenina, es quien toma las decisiones, organiza las finanzas y direcciona las mejores posibilidades para todos. Dice que es como si las mujeres se hubieran puesto de acuerdo para empoderarse de roles y tareas que antes no les eran asignadas. Como si sintieran que deben estar preparadas para cualquier momento.
Futuro: conflicto armado
A pesar de la crueldad y la violencia que se genera en el conflicto armado, las familias, con mucho esfuerzo, buscan retomar la normalidad en su vida. Pero no es fácil, debido a las dificultades que deben afrontar y a los recuerdos de los seres queridos que ya no están y aún extrañan. Édgar cuenta cómo le afecta haber perdido a su abuelo: "la falta de alguien, bueno o malo, falta: esa es la herida que nunca se va a sanar. Yo no le puedo decir que todos vayan a ser igual que yo, que no vayan a tener rencor porque yo no soy todo el mundo, no soy toda mi familia y mi familia no soy yo".
Del conflicto armado quedan emociones, pensamientos, sentimientos encontrados que se mezclan entre las narraciones de los actores que vivieron el horror de la guerra. En su relato, Édgar opina al respecto: "yo digo, usted me puede matar un miembro de la familia, pero si le queda familia, lo que hay que hacer es tratar de coger fuerza, de que él no se nos va a desaparecer, él va a seguir con nosotros, unir la familia, yo digo que la violencia y esos están muy equivocados y ellos creen que, por matar un campesino, un padre, llevarse un hijo, con eso van a deshacer y desestabilizar la familia, pero realmente lo que hacen es recordarlo más".
Édgar muestra cierta tensión, rabia y rechazo hacia los grupos armados que propiciaron tanto dolor. También revela impotencia al no poder cambiar los hechos. Sin embargo, dice que buscan superar lo vivido para no verse derrotados. Quiere que en el futuro los vean como luchadores que pueden salir adelante a pesar de las dificultades.
Y es precisamente en dichas condiciones de vulnerabilidad y extrema tensión, cuando es posible que alguien pueda surgir, que uno o varios miembros de la familia se reapropien de la realidad con el fin de transformar ese pasado violento y ese presente difícil. En suma, cambiar con hechos, ideas, pensamientos y acciones, su vida y las de sus seres queridos, para tener un mejor futuro. Así, Edgar reflexiona y comenta: "Porque la guerrilla le puede a usted quitar todo, pero nunca le va a quitar el amor de la familia, o algo que tuviera la familia y donde fue feliz la familia jamás, eso jamás lo van a poder quitar así maten 300 personas, así quede una sola persona de una familia, se va a parar encima de una lápida diciendo: mi papá, mi mamá, mi hermana y mi hermano murieron por culpa de ellos, pero yo los voy a seguir amando porque ellos están en mi corazón y nunca una bala va a terminar con el amor de una familia".
Por otra parte, en relación con la finalización del conflicto armado en el país en el futuro comenta que según él las cosas cambiarán cuando alguien que haya sufrido en carne propia el dolor y haya pasado esas necesidades, lidere iniciativas de cambio. De lo contrario, piensa que todo seguirá igual: "yo digo, mi país Colombia va a cambiar el día que en serio suba una persona que haya sufrido ese dolor y haya tenido esa necesidad y comprenda las necesidades de los demás, de resto vamos a estar iguales".
Futuro: desplazamiento
Las nuevas realidades que se van construyendo cambian la percepción de las experiencias vividas. En ocasiones, ante un pasado doloroso, se evita hablar nuevamente de lo vivido para no sentir el dolor que aún guardan en su interior. Édgar menciona que su familia evita hablar sobre el desplazamiento y lo que les ocurrió y procurarán hacerlo hasta el fin de sus días: "Sí, ellos están muy estables, ellos tienen sus familias... Es que si usted ve a mi familia no pensaría que son desplazados porque eso es como un secreto de Estado, nosotros lo tenemos guardado bajo llave y nosotros lo único que hacemos es vivir la vida normal, tranquila y que la vida nos da oportunidades que nosotros podemos coger".
Édgar asegura que les genera incomodidad identificarse como desplazados. Por eso, espera que todos cumplan la promesa de evitar contar su historia a las personas conocidas o las que conozcan por el camino. No quieren sentirse, nunca más, como un problema o ser etiquetados porque no creen que las personas en situación de desplazamiento serán bien vistas por la sociedad. Por eso, Édgar hace énfasis en que solo irán a ese lugar de visita, pues no quieren volver a sentirse hijos de un conflicto.
Édgar recalca: "regresar es retroceder y no sería justo que una persona regresara de donde salió un día en esas condiciones". Volver y que existiera el riesgo de experimentar nuevamente la guerra y sus horrores hace que se cierre la opción de regresar, la idea de progreso en un lugar que tiene tantos recuerdos, muchos de un doloroso final, restringe las posibilidades de iniciar una vida nuevamente en sus lugares de origen.
Futuro: reorganización de la familia
De cara al futuro, la familia de Édgar no tiene claras muchas cosas respecto a las relaciones familiares. Asegura que no quieren anticiparse y planear algo sin que pueda desarrollarse con claridad: "Es una lucha diaria [...] de un día [...] otro día", dice Édgar cuando habla sobre el modo en que proyectan el núcleo familiar en, por lo menos, cinco años. Aunque reconoce que es importante planear, en este momento cree que el futuro sólo se puede visualizar si se resuelve el ahora.
Pero, aunque no hay planes o proyecciones, dice que están apegados a los sueños, como un recurso para sentir cerca lo que no saben si obtendrán. Oran con la esperanza de recibir bendiciones de Dios, al tiempo que sueñan con tener dinero para invertir en una propiedad que les genere el modo de subsistir: "como tener un negocio, poner una tienda, hacer algo bueno, tener algo para la vejez".
En este mismo sentido, Édgar confiesa que algo que todos añoran es tener la oportunidad de algún día garantizarle a su abuela todas las condiciones para que muera tranquilamente. Que goce de la calidad de vida y felicidad que le arrebató la violencia, aquel día que un grupo armado llegó a la finca, asesinó a su esposo y la obligó a huir con sus hijos a un lugar distinto a sus raíces: "nosotros le queremos compensar el sufrimiento que tuvo ella y entre todos lo tratan de hacer".
Con un "no" rotundo, Édgar asegura que su familia no volverá a la finca de donde fueron obligados a salir. Dice que permanecerán en el lugar que cada uno ha fijado como su hogar, en Bogotá y Bucaramanga, y que procurarán que las relaciones familiares no decaigan. Esperan, al contrario, que mejoren y se fortalezcan aunque no sabe si esto será posible. Siente que los vacíos que dejó el pasado, serán más fuertes: "confiar en Dios porque, aunque usted tenga la plata del mundo, ni porque tenga la casa más grande, nada va a cambiar el vacío que usted lleva dentro".
Édgar finaliza la conversación, diciendo que espera que su familia no tenga que volver a ponerle la cara a la violencia, pues ni él ni su familia tendrían la fortaleza física o emocional para sobrellevarlo. Ya ha sido mucho para ellos llevar el dolor de un ser querido que no está por culpa de los grupos armados. Asegura que otro hecho similar destruiría lo que han logrado forjar: "Lo más difícil de continuar es seguir sonriendo".
Pasado: conflicto armado
Juana dice con contundencia que los causantes de que tuvieran que dejar su lugar de origen fue la guerrilla. En el año 2004, este grupo subversivo irrumpió en la zona, arrebatándole la tranquilidad a los pobladores. Aunque ellos sabían que dicho grupo estaba presente en Chocó y específicamente en la vereda en que vivían, nunca creyeron que los atacarían tan despiadadamente.
De un momento a otro, comenta Juana, las guerrillas empezaron a tomarse la zona; una de sus víctimas fueron las mujeres, de quienes abusaron sexualmente. Juana, al igual que cientos de mujeres, fue abusada. Esther tuvo mejor suerte. Luego, los obligaron a abandonar sus viviendas, se apropiaron de las tierras, aquellas donde nacieron y vivieron hasta entonces: "Nos sacaron por apropiarse de las tierras, de los cultivos, de las tierras que uno tenía, bueno que tenían nuestros padres, las casas, todo eso, lo que se llama, el ganado, el sembrado, todo eso así".
Juana comenta que lo perdieron todo en un solo instante: "de una vez quitaron todo". Mientras tanto, los hombres también enfrentaban su cuota de dolor. Por ejemplo, Juana dice que a su tío lo mataron luego de haberlo sometido a una larga tortura. De esta manera, comenta que los que quedaban vivos sufrían maltrato pues, aunque no lo recibían directamente, sí lo padecían al ver que un ser querido era la víctima: "Uno veía también cómo los mataban, cómo también se aprovechaban, así de las personas indefensas". Para Juana, esta era una manera de seguir haciendo sufrir a los que quedaban.
Pero no solo una guerrilla hizo presencia. Juana relata que otra guerrilla, o por lo menos así se presentó otro grupo armado, también afectó las familias que se vieron obligadas a abandonar el territorio. Juana relata que las mujeres, incluida ella, fueron abusadas por ese grupo armado: "para mí lo más doloroso es que ellos hicieron mucho daño a varias de las mujeres que estábamos allá, ellos maltrataron mucho y abusaron de ellas".
Juana y el resto de las víctimas, no entendían por qué los atacaban física, verbal y emocionalmente. Si bien tenían claro que el grupo armado quería tomar posesión de las tierras que habían trabajado para establecerse en el lugar y expandir su área de influencia, no vieron la razón de los abusos sexuales y los asesinatos de sus familiares o personas cercanas. Ya suficiente era para ellos verse obligados a desprenderse de sus pertenencias materiales, sus vínculos y asumir el dolor de la pérdida de un ser querido. Entre los recuerdos de Juana, no existen momentos o imágenes que le permitan identificar amenazas o advertencias de que llegarían hasta sus casas a someterlos. Todo, según ella, fue inesperado y sorpresivo pues, de lo contrario, se habrían tomado las medidas preventivas. Como cuando cambiaban de trabajo para no frecuentar las zonas en que habían identificado riesgos.
Pasado: desplazamiento
Luego de haber sido víctimas de abusos, torturas y presenciar los asesinatos de sus seres queridos, llegaron las amenazas. Los grupos armados les anunciaron que no podían seguir en la zona, que debían irse o de lo contrario, serían nuevamente blanco de sus acciones. Esther comenta: "llegó un tiempo en el que la guerrilla nos sacó, nos sacó de nuestros territorios y tuvimos que recurrir acá a Bogotá, porque no teníamos más recursos económicos, porque ellos dijeron que si nos veían allá pues nos seguían matando a familiares, entonces pues nos tocó venir acá".
Las familias víctimas de los violentos se enteraron de que tenían que irse cuando empezaron a escuchar, por ellos mismos, las intimidaciones. Esther comenta que los guerrilleros salieron con un megáfono a decirles que tenían que irse, que les quedaba poco tiempo para permanecer en el lugar: "Ahítocó que desocupar, de allá salimos solamente con el cuerpo [...] con lo que teníamos puesto y ya".
Por su parte, Juana agrega: "todo el mundo cogió para lado y lado y la familia cogió pa' cá, pa Bogotá". En ese momento, ella y sus familiares creyeron que no alcanzarían a salir con vida. Señalan que ya habían padecido mucho por cuenta de los hombres armados al margen de la ley que les arrebataron su tranquilidad, por lo que sentían que ellos serían los siguientes en ser asesinados, así como en su momento fueron testigos de muchas muertes.
Sin más a cuestas que el miedo, las personas huyeron hacia donde creían que sería la mejor opción. En esa huida, fue que muchos vecinos y conocidos, se vieron por última vez. No quedó rastro de nadie, solo de quienes permanecieron juntos con rumbo incierto. En el caso de la familia Bejarano, sintieron que lo mejor era irse a Bogotá. Primero, porque sentían que era un destino lejano, donde estarían a salvo de los violentos que los intimidaron; y, segundo, porque sintieron que en la capital de Colombia tendrían más oportunidades de salir adelante: "pues pensamos en venir a Bogotá porque vimos que se podía conseguir algo mejor".
Estar en una nueva ciudad no fue nada fácil. El intenso frío bogotano les dio la bienvenida e interpretaron este recibimiento como la advertencia de que vendrían dificultades, como en efecto sucedió. Llegaron a un barrio del sur de Bogotá y allí no les fue bien. Los trataron despectivamente, recibieron humillaciones y discriminación: "Primero llegamos al [por compromiso ético se omite el nombre del barrio], nos fue mal, nos trataron mal, nos humillaron y discriminaron, luego nos pasamos a San Francisco, donde ahí estamos [...] a mi mamá le salió su casa".
Durante los 15 años siguientes, pasaron muchas dificultades que permanecen en la mente y corazón de la familia. Tuvieron que salir a las calles a buscar trabajo en lo que fuera, muchas veces regresando a casa sin dinero, pues no tenían experiencia en trabajos informales ni formación académica para pretender mejores opciones. Estar en un lugar distinto ajeno a su cultura, les hizo sentir que la sociedad los veía como un problema. Sin embargo, tuvieron que aceptar el hecho de que esa era su realidad para que eso no les quitara las ganas de recuperarse en todos los aspectos.
Pasado: desintegración familiar
La cruda realidad del conflicto armado, el consiguiente desplazamiento y las nuevas condiciones de vida, hicieron que la familia Bejarano entrara en varias crisis familiares. Hubo sentimientos encontrados frente a lo sucedido por parte de los miembros de la familia, las relaciones entre sí se volvieron tensas y se produjeron enfrentamientos e intensificaron ciertos conflictos internos que ya venían presentándose entre los padres: "lo que pasó allá, lo que sentimos así, la tristeza, lo que pasamos allá con todo, hizo que las cosas no estuvieran bien entre ellos dos". Ya no permanecen juntos, se separaron.
En el caso de la familia Bejarano hay episodios de maltrato, de violencia intrafamiliar que precedieron al desplazamiento. El jefe del hogar, al cabo de su jornada laboral, tomaba licor y al llegar a casa maltrataba a la señora y los hijos veían todo lo que ocurría, como comenta Juana con una expresión de tristeza en su cara: "Pues desde que yo tengo uso de razón, mi papá golpeaba a mi mamá muy duro, la cogía a golpes cuando llegaba de trabajar y había tomado, la embarraba feo, las cosas eran difíciles porque todos estábamos muy pelaos y él era el que traía el dinero, pero a mí no me gustaba ver eso, fue difícil".
Juana menciona sus sentimientos de impotencia al ver a su papá golpear a su mamá y expresa que prefirió ver a su madre tranquila sin su padre: "pues la verdad ahí sí, a mí no me dio nada, él fue muy malo con ella, él le pegaba mucho, a mí no me dio nada, nada que ella lo haiga dejado a él, nada me dio a mí, yo preferí que ella se dejara con él antes que la jodiera más, en vez de estar cada ratico a esa tiradera de golpes". Sin embargo, y a pesar de lo mal que se sintió, admite que intentó comprender las motivaciones que producían en su padre esas reacciones violentas y agresivas hacia su madre: "sí aparte, mi papá tenía que pasarles un dinero a esos de la guerrilla, entonces quedaba poco dinero para nosotros y eso yo creo que lo ponía peor, imagínese usted tener que sostener a tantos hijos y que de lo que ganaba tenía que dar a la guerrilla, eso lo ponía mal. Pero no tenía que pagarlo con mi mamá".
Entonces, luego de la llegada de la familia Bejarano a Bogotá y entre tanta confusión y crisis, se produjo la separación de ambos padres: "mi papá golpeó mucho a mi mamá, ella tuvo que aguantar mucho de él, cuando nos vinimos ellos ya venían mal y todo terminó acá, mi papá no se quedó más y se devolvió allá". El padre se separó de la mamá y regresó nuevamente al Chocó y la señora se quedó en Bogotá. Juana narra que vino solo una vez más y no lo volvieron a ver; de vez en cuando hablan con él por celular: "mi papá vino el año que pasó porque se sentía enfermo, se fue y no volvió más, se quedó allá". Juana también tiene recuerdos de lo que su mamá les decía a ellos de su papá cuando vivían en Chocó; les decía que él estaba cansado de trabajar, ganar poco y tener que entregar gran parte de su dinero a la guerrilla, pero: "que ella no podía hacer nada, que en varias ocasiones se le veía como triste".
La madre quedó a cargo de sus hijos y solicitó ayuda al Estado, que le entregó una casa luego de llenar una gran cantidad de documentos; dos de sus hijas permanecieron en la casa con su madre; otras consiguieron pareja y se fueron a vivir en otros barrios de Bogotá, quedando la familia desintegrada.
Pasado: reorganización de la familia
Junto con el dolor de dejar todo lo conocido, de haber sufrido las inclemencias de la guerra, haber tenido que desplazarse y habitar en un entorno diferente, la familia Bejarano tuvo que sobreponerse a la humillación de personas que los hacían sentir mal, que les repetían que no pertenecían a la ciudad. En sus nuevas circunstancias de vida, extrañaban su antiguo hogar, su comida, sus costumbres, los recursos naturales como el agua, las frutas, las verduras que allá obtenían de la tierra sin necesidad de pagar. Esther relata: "pues uno extraña que su bananito, que su pescadito". En Bogotá lo tenían que pagar y muchas veces no había con qué comprar lo básico para preparar un plato de comida: "las cosas allá eran diferentes porque nosotros allá no pasábamos humillación, ni hambre".
Con esfuerzo y constancia, la familia Bejarano buscó hacer algo que les permitiera generar recursos económicos a todas las hermanas a pesar de no vivir en el mismo lugar, pues no pudieron encontrar trabajo porque ninguna sabe leer ni escribir. Encontraron en los semáforos la forma de obtener dinero, en el caso de los jóvenes limpiando los vidrios de los carros y las mujeres vendiendo dulces. Cualquier moneda ya era ganancia, pues sumando todo, podían pagar los servicios de la casa de la madre en el caso de Esther, y en el caso de Juana los del lugar que arrendó en una zona periférica de Bogotá y así en el caso de las otras dos hermanas, que tienen tres y cuatro hijos cada una. Juana recuerda cuando el Estado le ayudó a ella y a su familia económicamente, dice que hace cuatro años le quitaron la ayuda, antes le daban un subsidio al desplazado que les servía para comprar mercado, pagar recibos y comprar a sus hijos algunas cosas: "antes le daban a uno una plata, a mí me daban $975.000y ya me la quitaron, ya no me siguieron dando más ayuda de dinero, cuando estaba Uribe hasta ahí me daban a mi ayuda, cuando el bajó ya no".
Al llegar a la ciudad Juana era madre de su primer hijo, quien tuvo que vivir el conflicto armado y el desplazamiento; cuando la familia se contactó en Bogotá para solicitar ayuda del Estado, la madre de Juana y su niño recibieron apoyo social, principalmente psicológico: "como en ese tiempo había esos psicólogos, a él lo llevábamos y como todavía estaba niño entonces ya once años, ya se le olvidaría a él".
Presente: conflicto armado
La integrantes de la familia Bejarano confiesan que tienen miedo. Dicen que les gustaría volver a la que fue su tierra y su casa; sin embargo, tienen claro que por ahora no es posible. Esther explica con nostalgia: "porque todavía existe la guerrilla, entonces pues nosotros hemos dicho que, si podemos ir y ellos dicen que no, nos han dicho que no porque esos territorios ya son de ellos, entonces no tenemos dónde llegar".
Juana, por su parte, define como "jodida" la situación actual. Hace énfasis en que otra de las razones por las que actualmente prefieren no volver, es por el temor de que los menores de la familia sean reclutados por los guerrilleros que hacen presencia en Chocó. Señala: "entonces yo prefiero aquí". De cualquier manera, en Bogotá el panorama de calidad de vida no es esperanzador. Además de los riesgos que implica volver, aseguran que el impacto de lo que vivieron en el pasado aún ronda en sus vidas. O, al menos, así lo expresa Juana: "eso es muy duro porque como uno también, uno fue amenazado, entonces eso es psicología que no se le sale de la mente [...] Eso uno todavía lo tiene presente, lo que le hicieron a uno allá".
Juana reitera que a veces sueña con los sucesos que la despidieron de su querido Chocó. Comenta que, mientras duerme, ve una y otra vez aquellos momentos en que mataron a tanta gente. Lo califica como un momento duro de su vida y que hoy es una realidad que sobrellevan en la medida de las posibilidades. Por más que intenta, no logra sacárselo del todo de la cabeza.
Pero no solo los subversivos atemorizan a los pobladores de la zona donde vivió. Gracias a conversaciones telefónicas y las noticias que se emiten en los distintos medios de comunicación, Juana dice que se entera de todo lo que sucede allí. Que también se ha proliferado la delincuencia y que, en algunos barrios, los habitantes deben pagar la llamada 'vacuna', práctica que consiste en dar dinero a cambio de que les permita vivir tranquilamente: "Si estamos acá, nada nos pasa de eso. Si nos vamos para allá, puede que volvamos a vivir eso".
Haber sido víctima del conflicto armado, ha sido impactante para la familia Bejarano, hasta el punto de que les ha cambiado el modo de ver muchas cosas. Por ejemplo, prefieren hablar de sus sueños, proyecciones y metas personales o de grupo y no del pasado. Además, han asumido una posición de emprendimiento, de querer trabajar en lo que les salga. Juana plantea: "uno tiene que llevar la vida como venga, porque da por igual irnos por allá".
Y es que Juana reitera que estar en Bogotá no los hace sentir seguros del todo. Para ella, se trata simplemente de encontrarse en la misma condición, pero en otro lugar. Como no tienen recursos económicos suficientes, deben rebuscarse en la venta de dulces y limpiando vidrios de carros para obtener el dinero que se requiere para pagar el arriendo, mientras que en Chocó no solo perdieron la casa, sino también la finca, el ganado y los productos que cada día se levantaban a sembrar. Así que, con cabeza fría, creen que es mejor quedarse y no regresar a enfrentarse, además de todo, a los recuerdos: "Eso va uno allá y no encuentra uno nada".
Presente: desplazamiento
Haber vivido siempre en una población pequeña, específicamente en área rural, y de la noche a la mañana despertar en una ciudad más grande, donde el clima, las costumbres y el estilo de vida muestran diferencias abismales, no es fácil. Sin embargo, para las personas que han sido víctimas de los grupos armados ilegales y que han sido obligados a salir de sus territorios, es esa su realidad; realidad que vivió la familia Bejarano. Esther, por ejemplo, comenta que el campo nunca es como la ciudad: "El campo, pues digamos que uno puede allá comer su bananito, su pescadito y acá las cosas son muy difíciles. Acá digamos que uno tiene que transportarse, uno tiene que buscar la comida, tiene que pagar arriendo ¿Sí ve?". Éstos son solo algunos ejemplos que relata Esther.
Por su parte, Juana dice que en Bogotá sienten todos los días los efectos de estar en otro lugar pues el pago del arriendo les recuerda que no tienen casa. Que, además de la ciudad, están en un refugio que no les pertenece. A pesar de que pagan por contar con el derecho de esa vivienda, no saben por cuánto tiempo podrán quedarse, pues saben que un día el dueño les pedirá entregar el inmueble. Ante ese panorama, sienten que una vez y otras veces más, deberán salir de donde viven, como un día tuvieron que salir de Chocó.
Pero los efectos de la violencia no solo están relacionados con el lugar que ocupan; Esther y Juana, casi a una sola voz, dicen que no ha sido fácil adaptarse a Bogotá, pues constantemente son víctimas de rechazo o discriminación. Señalan que les es difícil pasar desapercibidas en la ciudad, pues llaman la atención por el color de su piel. Su tez negra les hace verse como personas que vienen de otro lugar. Sobre esto, Esther relata un caso particular relacionado con la xenofobia de la que son víctimas: "De mi sobrino, aunque el estudio acá es gratis, hay veces que es complicado, hay veces acá se mantiene mucho el racismo y todo eso". Situación que además han vivido en otros escenarios sociales, por la manera despectiva con que a veces dicen que los miran.
¿Cómo superarse? se preguntan en la familia Bejarano, al ver que todo se hace difícil. Por ejemplo, uno de los hijos de Esther ha querido retomar sus estudios de primaria, pero no ha podido incorporarse, pues tiene 15 años. A esta edad, solo lo reciben de noche, pero ella teme el riesgo que implica transitar de noche en la ciudad. Además, teme que las personas adultas que tendría como compañeros de clase puedan molestarlo. Esther quiere evitarle más sufrimientos a su hijo; por eso, cree que tendrá que seguir aplazando la idea de estudiar. Juana se siente desesperanzada: "pienso que el desplazamiento todavía sigue porque hay veces, que eso los siguen desplazando, que a Munguidó, que a Itsmina a todos esos pueblitos así todavía".
Presente: desintegración familiar
La violencia de la que son víctimas las familias en Colombia no solo las aleja de sus territorios y los lugares en que trabajaron durante muchos años, sino también de los seres que más aman. Algunos, porque las armas les arrebataron la vida y tuvieron que quedarse sepultados. Otros, porque la guerrilla los incorporó a la fuerza en sus filas y hay quienes simplemente tomaron rumbos distintos cuando se fueron en busca de un nuevo camino, lejos de los violentos.
La mayor parte de la familia Bejarano está radicada en un barrio en el sur de Bogotá. En sus historias y relatos de cuando vivieron la violencia en carne propia, hay dolor, pérdidas y vacíos que experimentan desde el momento que abren los ojos cada mañana. Aunque consideran que son un grupo unido que ha enfrentado las dificultades de haber salido de Chocó, reconocen que la guerra los dividió.
Mientras Juana dice que actualmente está junto a su esposo y sus hijos, así como sus hermanos están con sus respectivas parejas e hijos; por eso, siente el sinsabor de no poder estar físicamente tan cerca de ellos, contrariamente a lo que sucedía en la vereda donde vivían todos juntos. Hoy en la ciudad están separados, unos quizá más cerca que otros, pero sus ocupaciones les impiden verse a diario.
Cuando por fin todos los que están en Bogotá pueden reunirse, sienten el vacío de los que quedaron en su tierra natal. Juana explica que en Chocó sus papás tenían diferencias como pareja, lo que dificultaba la convivencia en algunos momentos. Una situación que, para ellos, ya era casi normal. Sin embargo, cuando la guerrilla los obligó a irse, la relación terminó fracturándose. El papá de Juana vino a Bogotá con su familia, pero luego, por problemas con su esposa, decidió volver a Chocó.
Juana y Esther consideran que, si no se hubiera presentado esta presión por dejar el territorio, sus papás se habrían acostumbrado a la mala convivencia y, por tanto, seguirían juntos. Es así como la acción de los violentos hizo detonar fibras familiares que estaban débiles. A pesar de todo lo malo que les ha tocado vivir, Juana dice: "ahora veo mejor a mi mamá, la veo más tranquila sola y nosotros estamos ahí pendientes[...]ahora se ven las cosas diferentes,si ellos no pudieron convivir es mejor que cada uno esté tranquilo en sus cosas". Para Juana, la vida en Bogotá sería más compleja si sus papás estuvieran juntos llevando una mala relación.
Mientras tanto, Esther comenta que la familia está desintegrada. Seis de sus miembros están radicados en la capital colombiana, conviviendo con el luto por la muerte de uno de ellos y la ausencia de una de sus hijas que no salió del Chocó con el grupo familiar. Decidió quedarse por razones que aún desconocen. Sin embargo, procuran estar en comunicación permanente para no dejar que la violencia termine deteriorando los lazos que quedaron.
Presente: reorganización de la familia
La nueva realidad de la familia Bejarano les exigió replantearse y reorganizarse, pues la vida ya no es igual que en el campo. La ciudad exige otras dinámicas y, por ende, otro ritmo del que todos se deben apropiar. De este modo, es que se evidencia un ajuste en sus roles, tareas y dinámicas diarias. Por ejemplo, en Chocó los hijos se dedicaban a colaborar con sencillas labores domésticas como lavar platos u otros quehaceres del hogar. Esto, en Bogotá, ya no es posible; los menores junto a los adultos salen a trabajar en cualquier actividad honesta que les dé los ingresos que necesitan para atender sus necesidades básicas.
A pesar de los desafíos por conseguir dinero, todos tienen claro que no pueden desistir. Juana explica: "acá también lo humillan mucho a uno, por vender o ellos por limpiar un vidrio, son humillativos". Con ese dinero, pagan los recibos de servicios públicos y la comida; su esposo se encarga del pago del arriendo. Juana destaca que el dinero no alcanza para disfrutar de un espacio de esparcimiento o disfrutar de una jornada especial.
Otro aspecto que ha cambiado en la organización familiar es la función que cumplen los padres en la formación de los hijos. Por ejemplo, Juana comenta que a veces le ha salido trabajo como empleada de servicio doméstico en casas de familia. Cuando se dan esos casos, ella debe quedarse allí toda la semana. Por esta razón, su esposo o su hijo mayor deben encargarse del cuidado de los más pequeños. En Chocó, había actividades realizadas exclusivamente por los hombres, así como por las mujeres; hoy, todos deben encargarse de todo.
Finalmente, Juana dice que para llevar con claridad y orden lo que ganan o consiguen, es importante que una sola persona lleve las riendas. De lo contrario, se generaría un caos si todos deciden y opinan: "Las decisiones las toma mi marido. Por ejemplo, llevamos una unión ahí, que lo que dice el uno, el otro también lo apoya". Para Juana, esto no es un sistema machista sino de organización.
Futuro: conflicto armado
Hacia el futuro no les preocupa que los grupos armados tomen represalias contra ellos, pues consideran que en Bogotá están lejos y se sienten más seguros que en Chocó. Piensan, además, que mientras la familia no vuelva, no van a tener problemas: " Yo creo que desde que uno esté por acá y no se vaya uno otra vez allá para la tierra, todo a uno le va bien, pero si se va uno, si nos volvemos a ir por allá, ahí sí, vuelve otra vez y se le daña a uno todos los planes".
La familia Bejarano cree que si decidieran volver a su tierra, estarían expuestos a los mismos peligros por los que tuvieron que salir. "Tengo miedo de que me vayan a matar o hacer algo a mí o a mi familia", afirma Juana. A todos ellos les invade el miedo tan solo al pensar que pudieran hacerle daño a otro miembro de la familia. Por ello, como dice Juan David, prefieren seguir en Bogotá: "elmiedo es que le hagan algo a uno por allá, yo me quiero quedar acá y buscar una nueva vida acá, conseguir un trabajo y ayudarle a mi mamá y mi hermana, bueno, pues a toda la familia".
El esposo de Juana, luego de salir de Chocó, consiguió trabajo de albañil y espera seguir trabajando pues es el que se encarga de pagar el arriendo mientras que Juana espera conseguir diariamente el dinero para el pago de los recibos y comprar comida. Ella menciona que el pasado aún sigue de alguna forma con ellos y por ello busca razones en su familia para salir adelante: "eso no es bueno para nadie, después de algo así[...] que libre de eso también se puede salir uno adelante, que hay más proyectos también para uno".
Por ahora agradecen estar en la ciudad, y creen que siempre lo agradecerán, a pesar de considerar que no es fácil la vida en ella. Pueden comer, pueden tener la tranquilidad de no estar pensando en los grupos armados y en el conflicto armado que les hizo tanto daño. Juana expresa: "lo que yo le doy gracias a mi Dios y a la virgen es que estamos acá y que ya no estamos pasando trabajo y sufriendo como lo hacíamos allá".
Futuro: desplazamiento
La familia Bejarano espera no tener que volver a pasar por otro desplazamiento obligado. De acuerdo con Juana sí les gustaría ir a vivir en otro lugar, pero luego de una decisión familiar: "Yo, si se puede, a mí me gustaría vivir en otra parte, Medellín o Cali". No en Chocó dirá Esther, pues consideran que allá no se han mejorado las condiciones para volver: "pues como dicen que eso no está solucionado allá, mejor no volver".
Pensar en volver a Chocó y tener que enfrentarse nuevamente a la violencia en el futuro, les hace descartar la idea. Además, Juana tiene aspiraciones mayores con sus hijos, espera que se eduquen y no pasen necesidades y sufrimientos de nuevo pues el desplazamiento generó en la familia Bejarano grandes daños incluyendo los psicológicos. Esperan seguir superándose y ser capaces de perdonar todo lo que les hicieron; Juana expresa su agradecimiento a Dios por las nuevas oportunidades que esperan tener: "lo que yo le doy gracias a mi Dios y a la virgen es que estamos acá y que ya no estamos pasando trabajo y que tengo a mis hijos ahí grandes,gracias a Dios,y que mi niña también".
La esperanza de mantenerse alejados del conflicto y al reparo de un nuevo desplazamiento los motiva a seguir adelante, a trabajar en lo que puedan. "Yo espero trabajar en lo que salga, pues yo pienso que difícil, nada. Desde que uno pueda trabajar y hacer sus cosas, a uno le va bien", señala Juana. Ella guarda la esperanza de que llegue el día en que mejoren las condiciones de vida para los desplazados y que otros colombianos no tengan que vivir lo que ellos presenciaron; que, así como a su mamá le dieron casa y a ella por un tiempo le dieron un dinero, ayuden a todas las víctimas a conseguir un empleo fijo para seguir adelante en familia.
Futuro: desintegración familiar
Luego del desplazamiento de la familia Bejarano de Chocó a Bogotá, de la separación de los padres y de la salida del hogar de las hijas, así como también de las dificultades que han tenido que enfrentar como familia víctima del conflicto armado, lo mínimo que esperan, según Juana, es gozar de tranquilidad: "Pues a pesar de las dificultades y de lo que se vivió allá, esperamos que, así sea separados, podamos estar tranquilos. Nosotros vamos a donde mi mamá, la acompañamos, pero no se sabe qué hará mi papá, ojalá todo salga bien".
Esta realidad familiar les ha generado desequilibrios y dificultades y son conscientes de que no será algo momentáneo pues actualmente y a futuro es complicado restablecer la convivencia familiar. Según dice Juana "ya es difícil volver a estar todos juntos". Con resignación, plantean que es un peso que llevarán a cuestas para siempre. Aunque podría decirse que la mamá de Juana y Esther han superado el trauma luego de asistir a varias sesiones con el psicólogo, permanentemente perciben la sensación de que hay algo que deben superar, algo por lo que merece la pena luchar y no dejarse atrapar. Y, con honestidad, dicen que no saben si lo conseguirán.
Las hermanas Bejarano piensan con preocupación en su papá. Ignora qué le deparará la vida. Ellas saben que los que están en Bogotá se pueden ayudar, y eso les permitirá enfrentar las dificultades como un equipo; pero de su padre no tienen claro nada, pues no pueden pronosticar si encontrará a alguien que eventualmente se encargue de él en situaciones difíciles o si contará con suerte aún a pesar de estar en la misma región de la que alguna vez se vieron obligados a salir.
Con pesimismo, pero al tiempo con plegarias a Dios, Juana comenta que el futuro de su papá es incierto: "Yo espero que a mi papá pueda irle bien, que lo que él haga allá le salga bien y que, sobre todo, no se quede solo. Que pueda estar acompañado de alguien porque es muy duro quedarse solo ya en la vejez". Afirma, al tiempo que titubea como esperando que una luz le dé esperanza en el camino que les tocará.
Futuro: reorganización de la familia
La preocupación por el futuro se centra en la estabilidad económica. En este sentido, la familia espera tener nuevas oportunidades laborales: "Pues yo aspiro que ojalá este año me saliera algún trabajito, así fuera pa lavar ropa o planchar, lo que sea, porque yo también he trabajado en casa de familia", afirma Juana. Para Johan, el desarrollo de su futuro incluye un componente relacional importante y consiste en la posibilidad de estar juntos como familia a pesar de las dificultades: "pues yo quiero tener amistad con mis hermanos, mi papá y mi familia".
La familia busca mejorar sus relaciones aun sabiendo que ya no estarán todos juntos como antes. Juana comenta que, en su caso, no ha sido difícil visitar a su mamá porque vive cerca. No así es la situación con su padre; por eso, espera que algún día él decida salir de Chocó: "uno piensa en él, en cómo podrá estar, él carga sus años, uno espera que no vaya a estar solo más adelante, que alguien lo acompañe allá". O, que puedan volver a estar todos nuevamente en Bogotá.
Juana dice, por otra parte, que sabe poco de dos de sus hermanas pues ya no trabajan vendiendo en los semáforos donde ella siempre suele estar. Siente que, con el paso del tiempo, se aleja más de ellas debido a las ocupaciones que tiene cada una. Por eso, busca mantener unidos a sus hijos: "pues yo solamente digo es que todas las familias que estén así, como estoy yo con mis hermanas, como separadas, deben buscar la unión, yo lo intento, yo y mi esposo y mis hijos y mi mamá, quiero que vayamos por el mismo camino de unión".
Juana busca el perdón y quiere que llegue el momento en que lo consiga; quiere sanar todo lo que ocurrió con los hombres de los grupos guerrilleros que cometieron abusos hacia ella: "uno espera que Dios le ayude a perdonar a los que nos maltrataron". También quiere que la familia que ha formado con su esposo y sus hijos pueda permanecer unida, siempre junto a ellos y teme que en algún momento ocurra otra separación familiar: "ahí estamos porque por igual mi esposo es juicioso y yo también soy juiciosa, entonces esa es la unión que uno quiere llevar, mis hijos también son juiciosos, ellos no salen y viven ahí, ahí vivimos con mi familia, lo único es el temor de que uno se pueda desunir y separar, ahí sí difícil".
5. Discusión
Las familias López y Bejarano han sido víctimas de la violencia por cuenta del conflicto armado colombiano. Se vieron expuestas a distintas desventuras, entre las que se incluyen, por una parte, la pérdida de uno o más seres queridos y la obligación de abandonar el territorio en el que vivían, desvinculándose de los trabajos y oficios aprendidos; por otra parte, afrontaron las complejidades que implica reconocerse como núcleos familiares desintegrados y la necesidad de empezar desde cero en otro lugar, ya sea pueblo o ciudad. Lo anterior es la representación de lo que menciona Cifuentes (2009): "las familias como referentes básicos de sociabilidad reciben directamente los impactos de la guerra [...] que golpean de múltiples maneras a los grupos y a cada uno de los sujetos que la constituyen" (p. 89). Todo esto impacta negativamente la composición y estructura relacional de las familias.
Por medio de las historias de vida, se evidenció que el drama para ambas familias comenzó con la presión de grupos guerrilleros que las obligaron a salir de sus territorios, convirtiéndose así en víctimas del conflicto armado. Con todo, y en su condición de desplazados, las familias desconocen aún el porqué de tanta violencia, que incluye la pena de partir sin un ser querido, habiendo éste sido asesinado por los mismos grupos armados que los forzaron a dejar sus tierras. Precisamente, el Centro Nacional de Memoria Histórica (2013) describe este fenómeno como desplazamiento forzoso en el cual, algunos integrantes de las familias -principalmente hombres adultos y jóvenes-son asesinados, desaparecidos, reclutados para la guerra u obligados a huir.
¿Por qué acentuar el drama de abandonar sus territorios con el asesinato de un integrante de la familia? En un escenario de esas características, se evidencia una afectación del goce efectivo de los derechos fundamentales. En este sentido, Calderón (2016) señala que el conflicto armado en Colombia ha generado "violencia directa con graves violaciones de los derechos humanos y de los postulados del derecho internacional humanitario" (p. 230). En un escenario de tal gravedad, las familias desplazadas, como la familia López y la familia Bejarano, no consiguen entender qué intereses tenían estos grupos, pues solo saben que tomaron posesión de los territorios donde vivían. Entender el porqué es problemático pues, como lo señala Trejos (2013) "no existe una sola manera de actuar el conflicto, por tratarse de un tema complejo y longevo. Sobre todo, porque cada grupo tiene dinámicas, políticas y militares, que cambian constantemente" (p. 57). Es decir, no todos los grupos armados actúan ni intimidan igual, y tampoco generan el mismo impacto y/o reacción en sus víctimas, lo que se evidenció en el caso de las familias López y Bejarano.
Los Bejarano y los López dicen que no olvidan nada de lo que les sucedió. Entre esos recuerdos, sale a relucir una diferencia fundamental entre las dos familias. En los Bejarano hubo un componente que acentuó el drama de la guerra, pues además de perder un ser querido, asesinado, y tener que abandonar la tierra y casa donde pasaron la mayor parte de su vida, mujeres de este núcleo familiar fueron abusadas sexualmente por parte de los mismos hombres armados que las intimidaron y obligaron a irse a otro lugar. Un acto más con el que la mujer es revictimizada, tal y como lo han mostrado los estudios de Andrade, Alvis, Jiménez, Redondo y Rodríguez (2017), Tamayo, Tamayo y Tamayo (2020) y Rodríguez-Escobar y Rodríguez-Escobar (2014). Al respecto, Andrade et al. (2015) afirman que "en el conflicto armado, las mujeres y los niños son los más afectados. Debido a su vulnerabilidad, son frecuentemente multi-victimizados por los actores del conflicto que los persiguen, secuestran, abusan, reclutan, o utilizan como armas de guerra" (p. 20). Como se evidenció, todo esto dejó daños irreparables en las mujeres que, a pesar de todo, continuaron enfrentando con valentía todos los obstáculos que se les presentaron.
Durante su establecimiento en un nuevo lugar, los miembros de las familias pasaron necesidades y experimentaron cambios drásticos en sus vidas, panorama que ha sido objeto de estudio por investigadores como Gámez (2013) quien, en su gráfico del proceso de desplazamiento forzado, resalta que "las personas amenazadas y víctimas de la violencia por actores armados sufren desplazamiento ya sea masivo o individual, se desplazan a otras veredas, municipios y ciudades, compiten por recursos con los pobres de esos lugares" (p. 115). Lo que en coherencia con los estudios de Zorio (2015), Luque (2016), Fernández (2019), Romero-Cárdenas y Evies-Ojeda (2018), Valbuena, Gómez y Medina (2017) o Meza-Rosero (2019), constituye una radiografía de los retos a los que se exponen quienes son desterrados y ven desintegrada la unidad de sus familias.
En el caso de las familias López y Bejarano, que habitaban un área rural, se dio un proceso de migración a las ciudades donde, según ellas, gozarían de oportunidades laborales. En experiencias de vida como éstas, se puede ver que una gran cantidad de desplazados de origen rural migran a ciudades. Garay (2009) explica que "un 63% de los grupos familiares de población desplazada incluida en el RUPD ha sido expulsado de zonas rurales" (p. 156). A su vez, Londoño-Toro (2004) refiere que "Bogotá es el segundo centro receptor de población desplazada en Colombia, después de Medellín" (p. 358). Y, en este caso, se confirma que así es la tendencia al momento de dejar el lugar de origen, pues a causa del conflicto armado, pocos miembros de los López y Bejarano se quedaron cerca de donde ocurrieron los episodios de violencia. La mayoría de los integrantes de las dos familias vieron la capital de Colombia como la primera opción de refugio, a pesar de que no conocían la ciudad.
En la ciudad, las dos familias se enfrentaron con varias dificultades y en especial con el fenómeno de la pobreza urbana. ¿Esto qué significa? Que las nuevas familias no llegaron a gozar de condiciones privilegiadas en los nuevos lugares de vida sino que se sumaron al escenario de dificultades que ya padecían los pobladores locales. Precisamente, Guerrero Báron (2011) afirma que se "afectaron los derechos fundamentales de miles de familias campesinas obligadas a abandonar su terruño desplazándose a zonas suburbanas [...] incrementando así el número de personas que viven en situación de extrema pobreza" (p. 73). Para los foráneos esto significa, sin más, una competencia por encontrar un lugar y oportunidades en medio de la crisis. En todo este panorama también juega un papel fundamental la educación, ya que las modalidades de acceso a los trabajos en el lugar donde llegan a vivir los desplazados es generalmente diferente al que se implementa en su lugar de origen. Según estudios como los de Gámez (2013), el nivel de escolarización de los desplazados es bajo, por lo que tienen que someterse a condiciones laborales indignas.
El primer momento de desintegración familiar para los López y Bejarano se produjo tras el asesinato de su ser querido; a partir de ese momento, las dos familias enfrentaron en su interior sentimientos que desencadenaron crisis ante la ausencia de su ser querido. Se vieron afectados emocionalmente puesto que no se sentían parte de un núcleo y esto provocó que algunos se alejaran. Otros permanecieron al lado de su familia, pero necesitaron acompañamiento psicológico. Todo esto corrobora los postulados del Centro Nacional de Memoria Histórica (2013), según el cual el desplazamiento forzado por el conflicto armado desestabiliza los complejos sistemas de vida humana, sus expresiones espaciales y el parque habitacional; degrada las condiciones de vida y provoca conflictos de convivencia. Precisamente esa desestabilización produjo en la familia Bejarano la ruptura entre el padre y la madre quienes, a la postre, se separaron. Si bien ya se venían presentando problemas de convivencia, el detonador final fue precisamente el conflicto armado y todo lo que ello acarreó.
En efecto, los niveles de tensión frente a tantas condiciones adversas fragmentan la unidad familiar, lo que se evidenció en las familias López y Bejarano que, como muchas otras, tuvieron que pasar por la triste realidad de la desintegración. Precisamente, en las dos familias se observa que la violencia les arrebató la posibilidad de seguir compartiendo momentos y espacios comunes, como fechas especiales y otras ocasiones que fortalecen lazos en la familia, incluyendo los momentos en los que se requiere de apoyo y manifestaciones de cariño por parte de los seres queridos. De este modo, queda en evidencia el paulatino distanciamiento relacional entre los miembros de las familias ocasionado por los cambios drásticos que enfrentaron y que ellos mismos, en esa transición, empezaron a notar. Y no es para menos, pues de acuerdo con Cifuentes (2009):
Cuando hay conflicto armado en una misma familia, cada miembro puede sufrir diferentes impactos [...] lo que en conjunto erosiona la vida familiar y obliga al grupo a recomponerse por desmembramiento y por cambios en la estructura de las relaciones, en las funciones, en los roles y en el manejo de la autoridad (p. 89).
Aunque entre todos los miembros de las dos familias, procuraron mantenerse en contacto para no dejar que las acciones violentas siguieran socavando las emociones familiares, los esfuerzos no originaron los frutos esperados. Para ellos, la distancia geográfica y emocional hoy es evidente. Los cambios de roles de los miembros que quedaron juntos en los nuevos procesos de reasentamiento fueron evidentes, tal y como lo evidencia Gonzáles (2004) en su estudio. Aunque a simple vista parece un trabajo en equipo en el que todos aportan para salir adelante, lo cierto es que, en este cambio drástico de roles familiares, se evidenciaron consecuencias como la pérdida de la identidad individual frente al grupo; en otras palabras, los miembros de la familia no tienen claro cuál es el objetivo de la familia más allá de sobrevivir cada día. Las mujeres se sintieron doblemente impactadas, pues no solo debían asumir su condición de víctimas, sino también desempeñarse en labores que nunca habían imaginado, pues antes del desplazamiento se dedicaban a las tareas domésticas.
Tanto los López como los Bejarano llevaban una dinámica en la que el hombre imperaba en la familia como líder, era él quien marcaba la pauta en las labores de sostenimiento económico. Ahora, las mujeres deben trabajar en lo que puedan y velar por el control de las finanzas. Así lo han relatado investigadores como Garay (2009) que resalta que, en la población desplazada, la tasa de jefatura femenina es más alta, comparada con el resto de los hogares colombianos.
Los niños, igual que los adultos, tuvieron que salir a la calle a encontrar un modo para conseguir el dinero necesario para la manutención. Así, es evidente que los niños son fuertemente impactados por los cambios a los que deben enfrentarse. González y Bedmar (2012) indican que el "desplazamiento forzado vincula directamente a la población infantil y juvenil, desestabiliza la unidad familiar, genera desarraigo, traumas, deterioro de la identidad y bajo sentido de pertenencia" (p. 121). Por su parte, Velandia (2017) indica que "el tránsito de una zona rural a una zona urbana y desconocida para los niños implica cambiar dinámicas familiares, incrementos de los gastos, la dispersión del núcleo familiar y desarraigo cultural" (p. 25); justamente como se evidenció en las narraciones, ellos extrañaban su tierra. A esto se suma la exigencia de trabajar cuando deberían estar estudiando, pues un menor de edad fuera de casa, buscando ganarse la vida, está expuesto a muchos riesgos y especialmente en Bogotá, donde frecuentemente los niños son blanco de los delincuentes.
Otro aspecto importante evidenciado en ambas familias es el desarraigo cultural al que se enfrentaron en las actividades laborales; tuvieron que abandonar sus prácticas diarias que no solo representaban su modo de sustento sino también reivindicaban su cultura y sus costumbres. Como indica Palacio (2007) "el desplazamiento forzado no solamente implica el éxodo y la desterritorialización, sino que desestructura la unidad familiar, produciendo la ruptura de sus ciclos de vida y procesos de socialización" (p. 213). Es de este modo como las personas víctimas de la violencia, ven amenazadas sus tradiciones y creencias, pues al llegar a una ciudad, es imposible para ellos dedicarse a los quehaceres típicos de sus territorios.
Ante este panorama, en las dos familias es notoria la negativa y devastadora influencia que ha ejercido el conflicto armado colombiano como responsable de los procesos de desintegración, ya que en ambos casos se produjo la pérdida de la figura parental del padre; en el caso de los López por el asesinato, produciendo en sus familiares una pérdida de la identidad individual frente al grupo y la ausencia de un líder visible, pues todos se sintieron con el derecho de tomar decisiones al contribuir económicamente. En el caso de los Bejarano, por separación debido a eventos de violencia familiar del padre hacia la madre, ratificando lo expuesto por Palacio (2007), para quien "la desintegración familiar se encuentra precedida por la estructuración de frágiles vínculos de convivencia" (p. 210). Entonces, ante el evento estresor, la desintegración fue inevitable.
Por otra parte, los distanciamientos físicos de algunos miembros de la familia López, provocaron la pérdida de confianza entre ellos, lo que desembocó en situaciones irreparables como no saber mucho del otro, ignorar sus gustos, sus tristezas, las dificultades que tuvo que sortear y cómo se sintió al vivirlas. Estos vacíos de información no les permiten sentirse como seres cercanos lo que permite comprender que, cuando se les pregunta por el futuro familiar, lo primero que respondan es que no saben si seguirán unidos. Y es que la comunicación y unidad familiar son importantes, pues Altarejos, et al. (2009) señalan que es en la familia donde se preparan las personas, no solo para formarse a sí mismas como individuos, sino para contribuir en el fortalecimiento de la familia a la que se pertenece y construir otras familias, lo que favorece la salud social y, por ende, que la familia continúe.
El distanciamiento, en efecto, fue vivido por las dos familias. En el caso de la familia Bejarano se reconoce el marcado sentido de generosidad con el otro. A pesar de que han pasado dificultades y día a día deben buscar su sustento, intentan ayudar a quienes lo necesitan, así como a los miembros de su propia familia. Esta actitud suele observarse en otras familias desplazadas como lo comenta González (2004): "la acción de dar a otros de forma desinteresada se presentó en algunas madres y en sus hijos. La generosidad no solo fomenta la unión familiar, sino que también facilita los primeros lazos con la comunidad" (p. 128). Es uno delos pasos en la construcción de identidad que genera la familia que fue víctima del desplazamiento forzado y ahora es sobreviviente; al llegar a su nuevo territorio, la familia desplazada no es indiferente al sufrimiento de los demás porque también lo ha vivido.
En este sentido, la reorganización que han tenido que operar las dos familias no ha sido fácil, solo el tiempo les ha permitido sentir la reubicación; actualmente, cada uno cumple sus nuevas funciones esperando que sus sueños y deseos se hagan realidad y poder mejorar su situación económica. Las mujeres, luego de haber pasado por un escenario de crisis humanitaria, desplegaron sus recursos internos para sacar a su familia adelante, mostrando su resiliencia y, como lo describe Andrade (2011) "promueven la construcción (en ellas, pareja e hijos) de habilidades de trabajo en equipo y de resistencia ante la presión [...] llegando a resignificar su estado emocional a favor de la unión familiar y el cuidado de los más vulnerables" (p. 117), lo que les ha permitido recomponer en parte su familia y tener planes a futuro.
6. Conclusiones
Frente al objetivo de investigación que consistía en describir, a la luz de dos historias familiares de vida, la influencia que ha ejercido el conflicto armado colombiano en los procesos de desintegración y recomposición de la unidad familiar con la intención de comprender los retos, alternativas y dificultades que se les presentan a las familias víctimas que han experimentado esta tensión, se puede afirmar lo siguiente:
Se evidenció que la influencia del conflicto armado sobre ambas familias es contundente y definitiva. Se presentaron situaciones de violencia en contra de la familia, desplazamiento, distanciamientos, traumas, cambio de roles (para el cual los miembros no estaban preparados) y debilitamiento de los vínculos que afectaron su cotidianidad y, en consecuencia, produjeron desintegración familiar, que fue inevitable luego de haberse visto inmersos en situaciones de tristeza, temor, desconfianza y pérdida de identidad como grupo. Además, se vieron obligados a alejarse de su cultura y costumbres, así como de la red social que tenían en sus tierras. El primer momento de desintegración se da con la pérdida de un ser querido, asesinado por una acción de un grupo armado. Este fue un evento estresor para las familias, que produjo múltiples alteraciones emocionales al interior del núcleo. A todas luces, los niños son los más afectados cuando se dan situaciones de desintegración, mucho más si están en un contexto de desplazamiento por conflicto armado. Esto perturba todos sus niveles relacionales, dejando secuelas para su desarrollo como seres integrales.
Ante la desintegración, las mujeres de las dos familias asumieron su nuevo rol en la familia. Desplegaron sus recursos internos para sacar adelante a los miembros que quedaban aún junto a ellas, dieron soporte emocional y económico mostrando su resiliencia y emprendimiento, lo que permitió que la recomposición de la familia se llevara a cabo. Al verse expuestos a su nueva realidad, relaciones familiares que eran fuertes se pusieron a prueba, pues además de luchar por la buena convivencia, debían esforzarse bastante para conseguir los recursos para sobrevivir; así fue como, en muchos casos, los lazos se tensaron demasiado. Del mismo modo, relaciones débiles terminaron por romperse. Ante los nuevos retos y dificultades, todos y cada uno de los miembros de la familia empezaron a buscar maneras de salir adelante, en muchos desarrollar una actividad distinta a la de los otros miembros. Así fue como se inició la toma de decisiones, que en muchos casos implicó seguir rumbos diferentes, siempre con el fin de garantizarse la supervivencia.
Las voces y las historias recuperadas en este estudio dan cuenta de las múltiples implicaciones a raíz de la desintegración de la familia, así como de la capacidad resiliente de la cual está dotada para reponerse lenta pero contundentemente de la violencia de la que fue víctima. Son relatos que abren el horizonte de nuevas preguntas y brechas que permitirán ampliar el conocimiento sobre las realidades familiares que han pasado desapercibidas durante el conflicto armado colombiano. En este punto se dejan algunos vacíos notables como, por ejemplo: las formas de agremiación familiar que surgen del desplazamiento, las formas que asumen las prácticas de resiliencia según tipologías familiares, estratos socioeconómicos, regiones, características religiosas o étnicas. Las formas en que se transforman o afectan las prácticas educativas elementales relacionadas con la socialización política. Entonces, esta investigación se plantea en definitiva como una invitación para que otros construyan espacios de conversación solidaria, momentos para que aquellos que tengan el deseo, expresen sus vivencias, miedos y esperanzas, momentos para que tal vez puedan hacer una catarsis restauradora, para que por medio de la palabra puedan cerrar sus heridas y descubrir nuevas formas de ser en familia.