La Conferencia de las Partes -COP- tendrá lugar en su versión 16 en la ciudad de Cali - Colombia, en el segundo semestre del 2024. Un evento que reúne a 196 países miembro del Convenio sobre la Diversidad Biológica.
Como lo expresa el texto resultado de la COP15, “La diversidad biológica es fundamental para el bienestar humano y un planeta sano, y para la prosperidad económica de todas las personas, entre otras cosas, para vivir bien, en equilibrio y en armonía con la Madre Tierra; dependemos de ella para obtener alimentos, medicamentos, energía, aire y agua limpios, protección frente a los desastres naturales, así como para el ocio y la inspiración cultural, y sostiene todos los sistemas de vida en la Tierra” (Convenio de Montreal, 2022).
Cali representa la diversidad del Pacífico colombiano, donde más del 30% de sus habitantes se reconocen como afros o indígenas. Asimismo, según el Ministerio del Medio Ambiente: “La región del Pacífico, cuenta con más de 200 áreas protegidas, 11 Parques Nacionales Naturales que conforman 51.388 kilómetros cuadrados de biodiversidad, y hábitat de 1297 especies de fauna, así como de 14.000 especies de plantas” (Ministerio del Medio Ambiente, 2024).
Toda esta belleza biológica, geográfica, megadiversa, contrasta al mismo tiempo con múltiples problemas sociales y de injusticia ambiental. Colombia es el segundo país con mayor número de conflictos socioambientales, después de Brasil, registrados en el Atlas de Justicia Ambiental (https://ejatlas.org/).
Si bien la COP16 representa un espacio político crucial para impulsar acciones globales que protejan la vida en el planeta, los movimientos sociales y voces activistas locales han manifestado su rechazo a la fragmentación, por un lado, de los espacios de negociación y participación, y por el otro, a temas específicos de la COP, como el de “establecer un mecanismo multilateral para fijar una distribución financiera de los beneficios del uso de la información de secuencias digitales sobre recursos genéticos” (Ministerio del Medio Ambiente, 2023).
La incorporación de las voces y los diversos sistemas de conocimiento es de suma importancia para garantizar que las decisiones y las acciones que se toman en temas ambientales contribuyan de igual manera al bienestar de humanos y no humanos en el planeta.
El conocimiento como una forma activa de conocer requiere de habilidades, involucra procesos de interacción entre partes interesadas, sea entre científicos o entre actores ontológicamente diversos y tiene un carácter material, situado y político.Y es en este sentido que la protección de la biodiversidad debe valerse no solo del conocimiento científico. El conocimiento activista, el conocimiento local/comunitario y el conocimiento indígena son otros sistemas que interesan poner en juego en esta reflexión.
Los trabajos de Gibbons y otros investigadores mostraron que la producción de conocimiento científico tiene relación con las formas de organización y demandas de la sociedad, sus problemas y complejidades (Gibbons et al., 1994; Nowotny, Scott, y Gibbons, 2001). Hablaron de los modos 1 y 2 de conocimiento, en el primer caso referido a la producción más académica y disciplinar, y en el segundo, a un proceso que es transdisciplinar en contextos específicos y con enfoque de resolución de problemas. Mas adelante, otros autores introdujeron en las formas de producción otras condiciones como la incertidumbre, para hablar de ciencia postnormal (Funtowicz y Ravetz, 2000) o la coproducción entre científicos y legos (Callon, 1999). En general, este tipo de conocimiento es producido por la institución científica o por profesionales insertos en dichas instituciones como laboratorios, institutos de investigación o universidades. Su resultado es un conocimiento codificado, escolarizado y/o profesional, que es movilizado de forma explícita a partir de documentos, tecnologías, manuales, profesiones. Mientras que la forma tácita se moviliza en las habilidades del investigador y en las prácticas de los lugares de producción, sin importar si es una ciencia de centro o periferia (Monteiro, 2022).
Por su parte, relacionado con el conocimiento activista, una investigación basada en los ciudadanos y de base comunitaria aparece en los años 90 ligada a la producción de conocimiento sobre amenazas ambientales incorporando demandas y datos recolectados con la ayuda de ciudadanos voluntarios (Vohland et al., 2021). Otras versiones de ciencia ciudadana, más relacionadas con la labor de producir conocimiento contrahegemónico y contestar a posibles abusos de poder, se pueden rastrear en la lucha de los movimientos sociales por contra la contaminación, el extractivismo, entre otros. La ciencia ciudadana como resistencia, no solo es crear nuevos dispositivos, o movilizar información que será validada a través de métodos tradicionales (Kullenberg, 2015), sino que, como forma activista de producción de conocimiento, las preguntas de investigación, los enfoques de los problemas y el propósito de la investigación, están direccionadas y discutidas por fuera de la institución científica, al mismo tiempo que cumplen una función ética y política que busca apalancar soluciones hacia una mayor justicia social, desarrollo económico y empoderamiento político de las poblaciones tradicionalmente excluidas (Parra-Romero, 2020).
En consonancia con la forma activista de producción de conocimiento, encontramos las formas más locales y basadas, principalmente, con la experiencia. Estas son el conocimiento local/comunitario y el conocimiento indígena. Hill et al. definen estos sistemas como “conjuntos de conocimientos, prácticas y creencias integrados, holísticos, sociales y ecológicos relacionados con la relación de los seres vivos, incluidas las personas, entre sí y con su entorno” (2020, p.11). El texto muestra que trabajar con el conocimiento indígena y local es vital para evaluaciones inclusivas de la naturaleza y las relaciones socioecológicas. Esto porque, conceptos de los pueblos indígenas sobre lo que constituye la sostenibilidad, por ejemplo, difieren notablemente de los discursos dominantes sobre sostenibilidad (Hill et al., 2020). Estos conocimientos son sumamente relevantes ya que son producidos por la experiencia y la práctica local de sujetos en interrelación con su entorno.
Si bien se ha avanzado en integrar, por ejemplo, los sistemas de conocimiento indígenas para mejorar la sostenibilidad, Una de las debilidades identificadas y sobre la cual quiero llamar la atención, es que el conocimiento indígena fue representado por los indígenas sólo en algunas de las etapas del proceso, siendo en las demás representados por expertos científicos en los sistemas de conocimientos indígenas y locales, especialmente en la etapa de negociación. Una verdadera participación y gobernanza requieren más que eso. Y en este aspecto, la protección de la biodiversidad, así como otros temas en el ámbito ambiental demanda de los estados el reto de incorporar no solo en la agenda sino en los espacios de discusión y decisión no solo el nivel empresarial y diplomático.
La COP16 es un evento de suma importancia para Colombia, y en especial para la ciudad de Cali, como parte de una de las zonas más biodiversas del país donde convergen pueblos afrodescendientes e indígenas con grupos que localmente trabajan por la justicia ambiental. Esta debe ser una oportunidad para trabajar desde y con los actores que producen y movilizan diferentes conocimientos para que hablar de conservación, equidad y distribución sean realidades para los grupos históricamente marginados y quienes han sufrido de los problemas (y no de los beneficios) ambientales.