Si yo muero, quién busca a mis hijos, esa es mi pregunta Cecilia Patricia Flores Armenta, líder de Madres Buscadoras de Sonora 16 de julio de 2021.
El 9 de julio de 2021 apareció en mi cuenta de Facebook (FB) una transmisión proveniente de la página del colectivo Madres Buscadoras de Sonora (Madres)1. Esta agrupación fue creada por Cecilia Patricia Flores Armenta a razón de la desaparición de su hijo el 4 de mayo de 20192 y aún continúa siendo liderada por ella. En la transmisión se mostraba un paisaje desértico y una camioneta perteneciente a la Fiscalía de Sonora (FS). Se escuchaba a la líder denunciar, por un lado, el abandono por parte de la Comisión de Búsqueda de Personas para el Estado de Sonora (conocida como Comisión Estatal de Búsqueda o CEB) y de las fuerzas armadas locales de los restos calcinados descubiertos por ellas horas antes y, por el otro, que este tipo de hallazgos eran una constante en el valle de Guaymas. Días después, el 15 de julio, una de las integrantes, Gladys Aranza Ramos Gurrola, fue extraída de su vivienda por la fuerza, asesinada y su cuerpo abandonado en el acceso del pequeño poblado de Ortiz donde residía, ubicado también en el valle de Guaymas (Calvillo 2021). Al día siguiente, la líder emitió el siguiente mensaje:
Quiero comentar a la gente que no tengan miedo, que Aranza fue una guerrera incansable que luchó hasta el último momento y que en memoria de ella pues las búsquedas no paran como lo están comentando en otros colectivos de Guaymas. Por ahí […] habían comentado que se paraban las búsquedas, que la Comisión estatal había parado las búsquedas. Pues como yo no trabajo para la Comisión, nuestras búsquedas no paran en memoria de Aranza Ramos. (Transmisión en vivo, Madres Buscadoras de Sonora, Facebook, 16 de julio de 2021, https://bit.ly/3ttrx17)
Fue el acceso que les dio su compañera a la zona lo que desencadenó la ira de lxs perpetradorxs y culminó en su asesinato3.
[…] hemos encontrado cosas tan dolorosas que no sabemos cómo podemos soportar encontrar eso y sobrevivir con esa situación, la verdad que no sabemos de dónde agarramos tanta fuerza para luchar y todavía para seguir encontrando cosas tan desagradables, tan dolorosas, la verdad. Porque encontrar un cuerpo mutilado, hecho pedacitos, aparte calcinado, irreconocible y pensar que puede ser tu familiar, créeme no tengo palabras para describir el dolor que nos causa. (Entrevista personal con la líder del colectivo, Ciudad de México, 11 de octubre de 2021)4
La responsabilidad de buscar a lxs desaparecidxs recae sobre los hombros de las Madres quienes, ante la ineficiencia de la FS y la CEB, se ven forzadas a internarse en una extensa zona de exterminio. El objetivo de este artículo es mostrar que este devenir buscadora está inmerso en un proceso de victimización gubernamental necropolítica desterritorializada, que las motiva a internarse en la zona analizada, arriesgar sus vidas en la búsqueda de sus seres queridos y transmitir por FB todo el proceso. El artículo se divide en dos partes. En la primera explico el devenir buscadora. Comienzo describiéndolo como una geopolítica situada en una infraestructura gubernamental necropolítica que administra el sufrimiento de las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos. Después abordo la gubernamentalización de la victimización por desaparición y lo que esto ha significado para las organizaciones de familiares. Finalizo con una discusión sobre el contexto en el que se lleva a cabo el devenir buscadora de las Madres. En la segunda parte presento los resultados de la investigación. Comienzo con las consideraciones metodológicas y éticas, prosigo con la interpretación del material digital observado del 23 de diciembre de 2020 al 9 de julio de 2021 y cierro con una reflexión.
Tras la geopolítica del devenir buscadora
La identidad es un devenir y este es un movimiento de transformación geopolítica e históricamente situado (Braidotti 2003). El devenir buscadora, esto es, el proceso mediante el cual lxs familiares de personas desaparecidas se transforman en luchadorxs sociales, se sustenta sobre “una compleja red de personas, prácticas y políticas, labor, amor y vida [que] hace el trabajo de mantener y sostener mundos de vida” (Hall 2020, 6). El devenir buscadora articula “un terreno común, compartido entre narrador y escucha, en el cual se intercambia y se pone en común un contenido simbólico (cognitivo) y, sobretodo, se tiende un lazo emocional que apunta a reconstituir la subjetividad que ha sido herida” (Jimeno 2008, 276-277). Abordar el devenir buscadora necesita de una cartografía geopolítica situada del acceso o expulsión de las distintas formas de subjetivación (Braidotti 2003), embebidas en una cultura de género en la que “el uso de la violencia sobre el cuerpo para infligir escarmiento y castigo va en aumento, otorgándole una relevancia estratégica en la producción de sujetos” (Muñiz 2019, 29). El desafío de esta geopolítica es reconocer y reconstruir “los mapas de poder a través de los cuales se construyen las identidades” (Massey 2012, 179). La identidad se actúa para otrxs y hacía afuera, lo cual nos hace ontológicamente vulnerables a la violencia a través del cuerpo expuesto. El cuerpo depende de infraestructuras para sostenerse y persistir.
No podemos hablar de un cuerpo sin saber qué lo sostiene y qué relación mantiene con ese sostén (o falta de sostén). De este modo, el cuerpo no es tanto una entidad como un conjunto de relaciones vivas; el cuerpo no puede ser separado del todo de las condiciones infraestructurales y ambientales de su vida y de su actuación. Esta última está siempre condicionada, lo cual no es más que una muestra del carácter histórico del cuerpo. Es más, la dependencia de los humanos y de otras criaturas biológicas de esos apoyos infraestructurales nos muestra nuestra propia vulnerabilidad cuando vivimos sin tales soportes, cuando esas condiciones infraestructurales empiezan a descomponerse o cuando nos vemos radicalmente desprovistos de todo tipo de apoyos en unas condiciones de precariedad. (Butler 2017, 70)
En los países del llamado primer mundo, las infraestructuras se pierden en el fondo de la cotidianidad porque simplemente funcionan, no obstante, en escenarios poscoloniales las infraestructuras funcionan intermitentemente, si es que funcionan (Gupta 2018). En su estudio sobre la temporalidad de carreteras y autopistas elevadas, suspendidas indefinidamente entre su inauguración, construcción, funcionamiento y arruinamiento en Bangladesh, India, Akhil Gupta (2018) argumenta que las infraestructuras, como objetos antropológicos, deberían de ser vistas como “un proyecto biopolítico dirigido a asegurar la salud y bienestar de la población al mismo tiempo facilitando la disciplina y el control; y un proyecto aspiracional que funciona como el símbolo y el índice de un devenir futuro” (63).
Los Estados biopolíticos son el “efecto móvil de un régimen de gubernamentalidades múltiples” (Foucault 2007, 96). Con gubernamentalidad Michel Foucault aludía al “conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esa forma […] de poder que tiene por blanco principal la población” (Foucault 2006, 136). La gubernamentalidad “siempre es una manera de actuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tanto que actúan o son susceptibles de actuar” (Foucault 1988, 15) y está articulada por las infraestructuras estatales (Larkin 2013). En vez de su conceptualización biopolítica, uso un marco necropolítico (Estévez 2018; Mbembe 2019) para pensar las infraestructuras estatales que articulan una gubernamentalidad que opera mediante “una suerte de inversión entre la vida y la muerte, como si la vida fuera un mero medio para la muerte” (Mbembe 2019, 389). Ariadna Estévez (2018) introduce el concepto gubernamentalidad necropolítica para hablar de cómo en México la población se convierte en el blanco de un poder que “dirige la conducta de policías y militares hacia una situación en la que el manejo experto de tecnologías de muerte se convierte en una ventaja comparativa, en un contexto de salarios de miseria y subordinación de lo ético al mercado y al consumo” (78). Una de sus estrategias es la administración del sufrimiento de las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos como el feminicidio, la desaparición, el desplazamiento forzado, etc., a través de “la despolitización de su movilización” (Estévez 2017, 376).
(Des)victimización gubernamental por desaparición
Las Madres Buscadoras de Sonora forman parte de un movimiento nacional de familiares organizadxs. Sus orígenes se remontan a las primeras interlocuciones en 2009 entre colectivos de Coahuila y el gobierno federal para hacer de la desaparición de personas un problema público, a través de estrategias que incluyen el registro y documentación de casos, la denuncia, el diálogo con autoridades, la impulsión de marcos legales, la creación de redes, la búsqueda en campo y la construcción de memoria. Este movimiento ha impulsado una gobernanza desde abajo para enfrentar la incapacidad estatal, dando lugar, paradójicamente, al surgimiento de una gobernanza desde arriba cuyo propósito es “regular la participación de las organizaciones de familiares en las investigaciones y en la búsqueda de sus seres queridos” (Villarreal 2020, 77). La incidencia legislativa de las familias organizadas sirvió para convertirlas en las portadoras del derecho a obligar al Estado a buscar a las personas desaparecidas. Asimismo, también permitió ciudadanizar la búsqueda ante la negativa de las autoridades bajo el argumento de que ‘en algo andaban’. Esto ha implicado la burocratización de una práctica subversiva que resulta incómoda para las autoridades (Verástegui 2022).
La Ley General en Materia de Desaparición Forzada (LGMDF) publicada en 2017, mandata la creación de una Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) y de comisiones estatales (CEB) en los 32 estados, las cuales existen en su totalidad desde mayo de 20205. No obstante, el Observatorio sobre Desaparición e Impunidad en México señaló que algunas operaban de manera parcial, no contaban con titular, personal u oficinas y que existía un “retraso en la creación y operación de distintas herramientas previstas por la ley, necesarias para lograr los resultados deseados en materia de búsqueda, investigación e identificación forense” (De Pina 2020, 8-9).
Siguiendo a Estévez (2017), la gubernamentalización de las demandas sociales de las víctimas: 1) transforma la demanda política en una norma, “no para reconocer derechos sino para la conversión de esta en un código administrativo que evita imponer los términos de impartición de justicia y, en cambio, asigna los de la operación de un instrumento que gestiona el sufrimiento en favor del Estado” (377); 2) complejiza los procesos de tal manera que “dan al sujeto la ilusión de que están avanzando hacia la justicia aunque esté ausente el poder [j]udicial y la característica fundamental sea la espera” (378); 3) polariza el proceso en dos subjetividades posibles, “el sujeto activo, el de la ‘participación ciudadana’; y el sujeto pasivo, el que es sujeto de intervención para gestionar ‘positivamente’ su sufrimiento y agencia política a través de canales de negociación” (378); y 4) fetichiza la justicia a través de la entrega de “bienes materiales (botones de pánico, guardaespaldas, carros blindados, tecnología de vigilancia) o económicos (becas, viáticos para atender trámites, pagos por funerarias) que pueden estar a disposición de los activistas y las víctimas en medio del proceso, y cuya gestión se va convirtiendo en el objeto mismo de la lucha por la justicia” (378).
En México, desde el 2000 se dio un giro tecnocrático en la defensa de los derechos humanos que estableció una diferencia entre expertxs y víctimas. Lxs primerxs son lxs que definen las agendas y privilegian la figura de una víctima que se esfuerza por volverse experta en su propio proceso de victimización, con tal de presionar y hacer funcionar la infraestructura burocrática encargada de atender y protegerla. Es la víctima quien tiene que gestionar esta profesionalización para acceder a derechos mientras atraviesa múltiples pérdidas, despojos y ausencias. La especialización de la lucha por los derechos humanos, si bien ha significado la proliferación de su discurso entre amplios sectores sociales, también ha implicado la gubernamentalización de las luchas y el viraje de la figura dxl “luchadorx social” hacía el de la “víctima” (Dutrénit 2010). Devenir buscadora en este contexto, implica soportar y sobrevivir graves violaciones a los derechos humanos sin que ello signifique una mejora en las condiciones que las posibilitan (Reid 2012). Asimismo, implica utilizar la gramática institucionalizada de los derechos humanos con fines no-gubernamentales (Estévez 2017). En este sentido, el devenir buscadora podría entenderse como una forma de contravictimización que “en vez de buscar transformar a las víctimas en agentes, […] propone una agencia que surge de la misma condición de ser víctima” (Tarica 2014, 204-205).
Devenir buscadora en una gubernamentalidad necropolítica desterritorializada
La zona analizada se ubica entre Guaymas y Empalme al sur de Sonora sobre la carretera 15 que lleva a los Estados Unidos por el estado de Arizona6. El Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO)7 muestra que del 1 de enero de 2017 al 22 de enero de 2022 en el estado se denunciaron 4 085 personas desaparecidas. Las municipalidades con mayores desapariciones fueron Hermosillo, Cajeme, Nogales y Guaymas8. Existe un informe de la CNB sobre las ciudades de Guaymas, Cajeme y Empalme que señala que la zona analizada: 1) se disputa entre grupos del crimen organizado locales y nacionales de varias generaciones; 2) es la entrada para el fentanilo (droga proveniente de China cincuenta veces más potente que la heroína) por el Puerto de Guaymas; y 3) favorece la trata de personas y reclutamiento forzoso. El informe de poco más de sesenta páginas dedica tres capítulos al contexto criminal, uno a la cronología de las desapariciones, uno al análisis de la criminalidad, uno a la desaparición de mujeres y niñas, uno a las posibles motivaciones de las desapariciones y uno a la presentación de ocho líneas de investigación a considerar por las autoridades. Se hacen escasas cinco menciones sobre los hallazgos de las Madres y no se ahonda en el comportamiento de las autoridades aunque se reconoce que las familias no confían en ellas (Hernández-Hernández y Pérez 2022). Parte de las responsabilidades de la CNB es elaborar informes que coadyuven a la búsqueda de personas y, en ese sentido, cumple con la LGMDF, no obstante, se trata de una normativa orientada a “que reportes sean escritos, presupuestos satisfechos, y los patrocinadores apaciguados” (Larkin 2013, 335), cuya efectividad está aún por verse.
Las búsquedas encabezadas por las organizaciones de familiares, realizadas de manera informal y sin recursos, han puesto al descubierto la gran fosa en la que se ha convertido el país. Además de fosas, en los estados fronterizos de Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León y Sonora familias han encontrado sitios con contenedores para incinerar cuerpos, campamentos, áreas de confinamiento y restos humanos que han sido llamados sitios de exterminio (Dittmar 2021). Para el colectivo Milynali Red, liderado por Graciela Pérez Rodríguez, quien realiza sus búsquedas en Tamaulipas9, la distinción entre los sitios de exterminio y las fosas clandestinas es crucial, en tanto que “constan de elementos propios que no solo requieren de caracterizaciones diferentes sino de métodos y técnicas científicas particulares que deberán ser implementados durante el levantamiento de indicios y el análisis pericial en los laboratorios” (Pérez, López y Pérez 2020, en línea).
Los sitios de exterminio son a simple vista largas extensiones de terreno donde se encuentran dispersos restos óseos quemados y muy fragmentados, pero la historia que esos cúmulos de fragmentos cuentan, nos habla de lugares donde de manera reiterada los criminales torturan, desmiembran, ejecutan, queman los restos y muelen los huesos, de quienes consideran “sus enemigos”. Son pues lugares de tortura y ejecución, pero que a los que, a falta de una mejor palabra que describa este horror, se les ha llamado “de exterminio”. (Chamberlin 2021, en línea)
De acuerdo con los hallazgos de Boyce, Chambers y Launius (2019), el desierto de Arizona es utilizado por la policía fronteriza de los EEUU como un espacio de desaparición al que son arrojados y abandonados cientos de migrantes ilegales. En el lado mexicano, milicias armadas llamadas sicarios se disputan impunemente todo el estado de Sonora en pequeños territorios para extraer ganancia económica de los flujos globales que ahí circulan (Mendoza 2021). La securitización de las fronteras habilita nuevos espacios de desaparición que ya no están configurados en torno al encierro sino a una política de la exposición extrema a una intemperie infraestructural (Schindel 2020). La desaparición originaria, engendrada en los centros clandestinos de detención y ejercida contra víctimas individuales, se ha desterritorializado en una necropolítica que expulsa a ciertas poblaciones “de la misma noción del ser, del sujeto, de la identidad y el significado, y de los marcos normativos que las definen” (Gatti 2020, 57). Retomo el concepto de heterotopía (Foucault 2010) para pensar la zona analizada como una intemperie infraestructural “sin lugar” o en un “lugar fuera de todos los lugares”10, en la que desaparecen totalmente las personas en pos de una securitización territorial que asegura la circulación de los flujos (i)legales y la desaparición masiva de personas.
Sostener el devenir buscadora mediante infraestructuras digitales de baja resolución
Para reconstruir la geopolítica del devenir buscadora de las Madres y mostrar la gubernamentalidad en la que está inmerso, empleo la observación etnográfica digitalmente mediada ya que su epistemología no está basada en el campo de investigación sino en las relaciones socioespaciales que lo constituyen (Hine 2015). El campo de la desaparición forzada, surgido en las dictaduras del Cono Sur mediante la genética, el archivo y la memoria, en México se ha desbordado y excede a su precedente a través de la búsqueda ciudadana (Gatti e Irazuzta 2019). “Buscar es la acción fundamental del campo de las desapariciones en México […] es la acción que hace al desaparecido; que si no se lo busca no puede este ser […] es la condición de posibilidad del desaparecido” (2019, 10). Asimismo, la búsqueda produce a la persona buscadora, “[es] la agencia de un sujeto en reclamo de la existencia como sujeto de otro [y] activa […] la dimensión que pone en significación la expresión ‘ser querido’, único e irremplazable y que se ha sustraído de una estructura de afecto, un entramado de relaciones que hace de los individuos personas” (Irazuzta 2020, 99).
Aunque la territorialización es un componente esencial de la gubernamentalidad, esta es más bien multiespacial.
La “organización política del espacio” para nada está confinada al territorio sino que se extiende, casi por definición, a todas las dimensiones de las relaciones socioespaciales. Eso apunta no solo más allá de la “política territorial” hacia la política compleja del lugar, la escala, y las redes consideradas individualmente pero también con su articulación variable con el territorio en imaginarios socioespaciales, estrategias espaciales, y fijaciones espaciotemporales. (Jessop 2016, 10)
La observación digitalmente mediada, sin necesidad de un anclaje espaciotemporal fijo, me ofrece una perspectiva infraestructural multiespacial de las relaciones sociodigitales (Hine 2015) en las que está embebido el devenir buscadora de las Madres. Me baso en la reconstrucción de la prisión siria Saydnaya, inaccesible a periodistas, activistas o agencias internacionales, realizada por Forensic Architecture a través de una maqueta virtual creada de los recuerdos de lxs exdetenidxs sobre su arquitectura11. La intemperie infraestructural revelada por las transmisiones no está oculta sino dispersa en una amplia extensión territorial (figuras 1 y 2), y para comprender su materialidad es necesario enfocarse en la geopolítica encarnada de su montaje ante distintos públicos (Sharp 2020)12.
Elegí el período del 23 de diciembre de 2020 al 9 de julio de 2021 por la naturaleza de los hallazgos: cuerpos mutilados y calcinados en crematorios clandestinos esparcidos en una zona desértica rodeada de pequeños cerros, y por el trágico final que trabajar en esta zona trajo para Aranza el 15 de julio de 2021 a manos de sujetos armados. Comencé con el hallazgo fechado 23 de diciembre de 2020 por ser el más grande que hasta ese momento habían ubicado y terminé con el fechado 9 de julio de 2021 por ser el último antes del asesinato de Aranza. Ubiqué puntos aproximados de los hallazgos con base en notas de prensa de medios locales digitales y las transmisiones de Facebook.
Fuente: Municipio de Guaymas, Sonora, México, 2022. Elaboración Sergio Salazar Barrón con base en “Google Maps”, https://bit.ly/3FNX7xO (17 de noviembre de 2022).
Fuente: elaboración propia con base en el registro de hallazgos de fosas clandestinas -recopilados en la tabla 1- y actos violentos -recopilados en la tabla 2-, ambos han sido mapeados para la zona y el periodo analizados.
A continuación muestro un ejemplo de cómo llevé a cabo la localización del hallazgo del 28 de marzo de 2021 en el que se encontraron restos de siete osamentas (tabla 1, registro n.° 4). Las ubicaciones no son reveladas en el momento de la transmisión por seguridad de las Madres, pero en los medios que han cubierto las notas de los hallazgos dan a conocer puntos cercanos, además las imágenes que presentan son más nítidas que las de los videos. Dado que el sitio donde se realizó este hallazgo se encontraba en la misma zona donde localizaron semanas después un predio llamado “La Cuadrita”, cuya ubicación está disponible en Google Earth, pude localizar esta zona. Finalmente tomé un elemento del paisaje, una casa en ruinas filmada por la líder, para confirmar el lugar (figura 3).
Fuente: elaboración Sergio Salazar Barrón con base en “Google Earths”, https://bit.ly/3FNX7xO, las noticias locales y las transmisiones en Facebook de los hallazgos (tabla 1, registro n°. 4), 2021.
La aparente indistinción entre lo público y lo privado en el ámbito online plantea retos éticos en torno a la recopilación de datos y la protección de la privacidad y confidencialidad de las personas estudiadas (Garcia et al. 2009). Justifico el uso de este material en tanto que no comparto información personal y porque las coordenadas presentadas son aproximaciones realizadas con material que ya es de dominio público por su difusión en los medios locales citados (tabla 2). Como seguidor de la página, participo compartiendo y comentando las publicaciones13, por ese medio supe de la huelga de hambre que menciono en la introducción. Ese día me presenté con la líder y algunas personas que la acompañaban como estudiante de doctorado que está investigando las acciones de las Madres y familiares buscadoras; la esperé frente a la FGR mientras platicaba con una esposa buscadora de Michoacán quien la conocía por la ayuda que le ha brindado en la búsqueda de su esposo desaparecido en Sonora. Cuando pude hablar con la líder le pedí permiso para grabar la entrevista con mi celular, le expliqué que era para uso académico y en relación a los hallazgos realizados en Guaymas, los cuales, para ella, fueron los que motivaron el asesinato de su compañera.
La falta de información oficial y desagregada sobre las fosas y los cuerpos localizados en ellas, así como la opacidad con la que se produce la existente, ha dado lugar a que organizaciones de la sociedad civil se den a la tarea de contabilizarlas de manera independiente (Guillén, Torres y Turati 2018). Sin embargo, las formas de contar de unxs y otrxs están atravesadas por un acceso diferencial a las infraestructuras necesarias para producir este tipo de datos. Las acciones de las Madres están inmersas en una tendencia global al empoderamiento ciudadano para documentar y traducir, para las instituciones estatales y civiles, las condiciones que las victimizan en datos digitales. Se trata de un paradigma orientado hacia la gobernanza y la gobernabilidad por datos, monopolizada por los sistemas educativos y el sector privado, haciendo de las elites blancas expertas y profesionales sus mayores beneficiarias (Crooks y Currie 2021). La producción de datos digitales de las Madres no está pensada para formatos de alta resolución como los mapas digitales elaborados por los grupos de periodistas independientes como A dónde van los desaparecidos y el hecho por Artículo 1914 (figuras 4 y 5).
Fuente: mapa izquierda, elaborado por Artículo 19, disponible en: “Plataforma Ciudadana de Fosas”, 17 de noviembre de 2021, https://bit.ly/3zHc0yg. Mapa derecha, elaborado por Alejandra Guillén, Mago Torres y Marcela Turati, disponible en: “A dónde van los desaparecidos”, 12 de noviembre de 2018, https://bit.ly/2AZpnvt
Los datos producidos por estos grupos, a diferencia de los oficiales, gozan de mayor credibilidad ante los colectivos por su transparencia, acceso abierto y la participación de familiares en alguna parte del proceso de su elaboración. Empero, la forma en la que estos son transformados en imágenes, si bien es sofisticada y de fácil comprensión para personas nativas al mundo digital, responde a las prerrogativas del conocimiento experto y de alta resolución, lo cual requiere de un soporte infraestructural con el cual no cuentan la mayoría de las organizaciones de familiares15.
Las Madres sostienen su devenir buscadora de manera pública, accesible para cualquiera con un dispositivo móvil, computadora y conexión a internet, sin necesidad de conocimiento experto. Lo hacen bajo el asedio de una gubernamentalidad necropolítica que se materializa en redes de crematorios y fosas clandestinas esparcidas por esta zona desértica, en cuyo interior se destruye la esperanza de identificar a las víctimas por extracción de tejido. Estos lugares se ubican en una zona de conflicto entre militares, policías y civiles armados, de desecho de cuerpos y de ataques contra la población (tablas 1 y 2).
En el interior del crematorio contaron ocho cuerpos calcinados cubiertos con láminas metálicas. La líder muestra con su celular lo que observa y dice: “Miren la obra, ustedes que lo hacen, el dolor que nos causan porque de aquí no vamos a poder sacar nada”. Para ellas esto significa el fin de una esperanza.
Dirigiéndose a los posibles perpetradores, la líder manda un mensaje: “A las personas que los matan, siempre te pedimos a ti que miras la transmisión, que veas el dolor que causas, veas las familias que dejas destrozadas, a nosotras mismas, porque tú no sabes el dolor que es encontrar un cuerpo calcinado, porque se acaba una esperanza. Si los matas con su muerte pagan, no los quemes, no los desaparezcas, no los entierres… déjanos un cuerpo que velar, la satisfacción de saber dónde están, de sepultarlos en un lugar digno”. (Diario de campo del autor, 7 de noviembre de 2021; tabla 1, registro n.o 1; figura 5)
Fuente: “Madres Buscadoras de Sonora”, transmisión en vivo, Facebook, 23 de diciembre de 2020. https://bit.ly/3wsH2qC
Ahí donde la muerte por asesinato parece benigna, devenir buscadora implica resignarse a esta con tal de detener la práctica de mutilar y cremar. Estela Schindel (2020) reflexiona sobre el temor que sienten los migrantes africanos en España por desaparecer antes que por morir -lo cual forma parte de sus cálculos- y “que sus parientes nunca sepan qué les sucedió: quedar en la zona fantasmal de incertidumbre y enigmas propios de la desaparición” (3). Ello me lleva a argumentar que el temor de las Madres no es por la posible muerte de sus seres queridos, lo cual contemplan al buscar en fosas, sino por su desaparición total.
La transmisión comienza con la líder indicando que se encuentran en un punto dentro de un área mayor con varias fosas esparcidas, las cuales no pueden mostrar dada la mala recepción. La líder describe el trabajo de sus compañeras como un escudriñar “cada pedazo de la tierra con la esperanza de encontrar una evidencia de que sea su familiar”, mientras subraya la importancia de salir a buscar afuera del lugar donde sucedió la desaparición. La líder se acerca a platicar con una Madre de Nogales quien se dirige a la audiencia para decirles que solo ellas, que viven el mismo dolor, pueden comprender lo primordial que es salir a buscar cuando saben que nadie más lo hará. (Diario de campo del autor, 7 de noviembre de 2021; tabla 1, registro n.o 2; figura 6)
Fuente: “Madres Buscadoras de Sonora”, transmisión en vivo, Facebook, 20 de enero de 2021. https://bit.ly/3C0R2sv
Siguiendo la reflexión de Elsa Muñiz (2019) en torno al lugar central que ocupan los actos violentos en la experiencia socialmente mediada y diferenciada de ser hombre, mujer, persona menor de edad, ancianx, etc., se puede decir que para cientos de mujeres, tanto en Sonora como en otros estados, los actos violentos que conforman el proceso y los espacios de desaparición se han convertido en la cultura de género que configura su devenir buscadora. La figura de la madre doliente representa el temor a la desaparición total y es puesta en circulación en imágenes de Madres escudriñando la tierra en busca de esperanza. Son imágenes que adquieren su sentido dentro “de redes de agencia sociotécnica” (Gómez 2012, 230) que incitan un devenir buscadora en otras personas con un ser querido desaparecido16 y la simpatía de extrañxs, quienes por lo general enviaron frases de aliento y rezos durante las transmisiones aquí presentadas.
A pocos kilómetros del hallazgo anterior, localizaron restos calcinados en una propiedad privada. Las Madres dan aviso al 911 solo para recibir una respuesta negativa, alegando que por ser propiedad privada se requiere de un permiso del propietario, el cual ellas sospechan que puede estar entre los restos calcinados. La transmisión se realiza desde un automóvil de camino al lugar debido a la mala conexión. Se quejan de que las autoridades locales y la CEB no las apoyan en sus búsquedas, calificándolas de poco empáticas. Denuncian que la policía local deja abandonadas las fosas que encuentran y vuelven a ser utilizadas por los perpetradores, por lo que señalan la necesidad de entablar un diálogo para trabajar en colaboración. También dijeron que en Nogales sí reciben apoyo, a diferencia de Guaymas. (Diario de campo del autor, 7 de noviembre de 2021; tabla 1, registro n.o 3)
Esta desaparición sin lugar se da en las escalas global, regional y corporal. Por los crematorios clandestinos circulan los flujos (i)legales dejando cuerpos basureados a su paso e imponiendo sobre las Madres la responsabilidad de encargarse de las víctimas. La incapacidad institucional empuja a las Madres a sustentar con sus cuerpos expuestos a esta intemperie una digitalización itinerante y precaria de baja resolución que solo deja ver fragmentos de un paisaje forense sin lugar (Huffschmid 2019).
Dos hallazgos más fueron realizados en dos zonas contiguas. Relataron que cuando acuden a las instancias de gobierno a darle seguimiento a sus casos las autoridades les preguntan: ¿y qué ha averiguado usted?
Una Madre pide que las contacten de manera anónima para dar información sobre su hijo, dice que no le interesa saber qué pasó ni por qué, lo único que quiere es encontrarlo. La líder señaló que si bien sabía que su hijo vendía droga, ello no justifica su desaparición. Comentó que ha recibido amenazas para que revele sus fuentes, a lo que siempre se ha negado porque es justamente el anonimato de estas lo que les permite seguir encontrado.
Se ve a la líder explicarles a dos reporteros que el propósito de su labor es para facilitarle el trabajo a los peritos. Les dice que de los restos recuperados en diciembre se pudieron identificar cinco personas. Les muestra los restos del hueso de una pierna que no se alcanzó a calcinar, lo que podría traducirse en una identificación. Les explica que se ven forzadas a volver a los mismos sitios ya que las autoridades no destruyen los crematorios, o tapan las fosas, o aseguran el área. “Ni a nuestro peor enemigo se le desea esto”, afirma la líder e insiste en que no deberían estar ahí, exponiéndose al fuertísimo sol y a la violencia criminal.
Entre las Madres hablan de lo difícil que es vivir entre montes, campos, orillas de mares y ríos. “Aquí en el monte todo es bienvenido. Lo que tomamos, lo que comemos, pues entre nosotras lo traemos”. Dicen que nadie las entiende, ni sus familias. Intercambian números de teléfono con los reporteros y se presenta a Aranza como el contacto local. Denuncian que ningún caso de desaparición ha sido resuelto hasta ese momento. (Diario de campo del autor, 7 y 8 de noviembre de 2021; tabla 1, registros n.o 4 y n.o 5)
La exhumación de víctimas es un trabajo que requiere del montaje de una forensis para hacer “hablar a los muertos” mediante la representación de sus restos como humanos con derechos en un foro público (Weizman 2017). En estas exhumaciones digitalizadas, las evidencias materiales que dejan los actos violentos que destruyeron a los cuerpos localizados se representan mediante “una constelación política no subsumible a ideales neoliberales de normalización […] con múltiples rostros y geopolíticas que hablan en lenguas y no sólo en el idioma oficial de la protesta. Esta multitud busca otrxs interlocutorxs para hacer alianzas prácticas que eviten el cercamiento, la desposesión y la masacre” (Valencia 2019, 185).
Localizaron restos calcinados en algún punto cercano al panteón municipal de Ortiz. Acudieron, como siempre, a petición de las familias. Esta vez son pocas personas en la búsqueda, “pero con mucha fe”, dice la líder. Caminan por un arroyo seco mientras sopla un fuerte viento que impide escuchar con claridad. Una de las Madres comenta tener dificultades para captar los olores de tejidos en descomposición al hundir y sacar la varilla en la tierra, a causa de la covid. Se encuentran con otra parte del contingente y la líder aprovecha para hablar de la necesidad de tener formas de identificarse entre ellas, y así evitar que se les una gente extraña como les ha pasado en Nogales. En un momento la líder les explicaba a sus compañeras la importancia de localizar indicios que les permitan saber si se trata de un hombre o mujer, y en otro agradece haber encontrado un pedazo de cráneo con restos de sangre. Ante el hallazgo, una Madre se muestra conmovida y sosteniendo los restos de una dentadura le habla: “Ay, mi niño, ojalá que tu madre te recupere mi vida”.
Esta mezcla de profunda alegría y tristeza se debe a que una dentadura en ese estado podría derivar en una identificación. La Madre que la sostiene comienza a llorar de rabia al ver las condiciones en las que dejan a los cuerpos, por lo que la líder le recuerda que tienen que mantenerse tranquilas para poder hacer esta labor. La líder decide cortar la transmisión para ayudar a sus compañeras y por respeto al dolor que sienten. (Diario de campo del autor, 8 de noviembre de 2021; tabla 1, registro n.o 6; figura 7)
Fuente: “Madres Buscadoras de Sonora”, transmisión en vivo, Facebook, 15 de abril de 2021. https://bit.ly/3oi85Bv
Si bien el devenir buscadora se inscribe en dinámicas locales, está embebido en una geopolítica que favorece el saber científico en materia forense (Robledo 2019) que las hace desconfiar de su impulso por sacar los restos y salvar algo de tejido, por el temor a contaminar el área. Aun así, esta documentación de baja resolución produce imágenes que revelan un proyecto de deshumanización en marcha, al cual no pueden seguirle el paso por la crueldad de sus métodos.
En un predio llamado La Cuadrita, a unos cien metros de dos hallazgos realizados en dos ocasiones distintas, unos diez días antes y el otro un mes, se ubicó un pozo cuadrado de cemento con, al parecer, restos humanos aún calcinándose. Para ese momento ya habían dado aviso al 911 pero ninguna autoridad las acompañaba. Se dicen desesperadas por sacar los restos para salvar algo de tejido, se observa a un hombre intentando meter una pala pero la líder lo detiene porque podrían contaminar el área, “nos van a regañar”, dice. Para finalizar la transmisión, la líder se acerca lo más que puede a la fosa y se dirige a la audiencia: “Estábamos transmitiendo en vivo para que la gente se dé cuenta hasta dónde llega la maldad humana. Si con su muerte ya pagaron su deuda, porqué hacen esto, desaparecerlos completamente y desaparecernos como familia. No saben qué dolor nos causan, cuánta angustia, desesperación, tristeza, no sabemos qué hacer ante esta situación”. (Diario de campo del autor, 8 de noviembre de 2021; tabla 1, registro n.o 7; figura 8)
Fuente: “Madres Buscadoras de Sonora”, transmisión en vivo, Facebook, 21 de abril de 2021. https://bit.ly/3wAa2N9
El devenir buscadora está articulado, mas no controlado, por una gubernamentalidad que empuja a las víctimas desaparecidas y a las que buscan a estos espacios, cuya capacidad de muerte esta sostenida por necro-infraestructuras móviles que materializan los flujos globales en restos humanos. Las Madres acuden ahí voluntariamente pero podrían no hacerlo, negarse a volverse buscadoras por miedo, falta de recursos o ambos, ergo se trata de una decisión, pero una que se toma entre la espada y la pared. La voluntad de buscar está embebida en fuerzas de atracción y expulsión geopolíticas que las empujan a desplazarse constantemente, a exponerse a las inclemencias del tiempo con pocos recursos y a merced de una voluntad política regional y federal desigual.
En algún lugar de hallazgo previo localizaron restos calcinados. Buscaron un punto cercano para conectarse al internet. Esperaron a las autoridades desde la mañana hasta el atardecer. Por momentos bromeaban sobre el hambre y el cansancio y en otros se enojaban. Una Madre viajó desde Veracruz en búsqueda de su hijo desaparecido en Sonora. La líder hace un llamamiento a las autoridades para pedirles que limpien los lugares de hallazgo o los destruyan para que ya no sean reutilizados; también habla sobre los problemas de compaginar las labores de búsqueda con su familia. Dice: “ayer estuve en Nogales, hoy estoy en Guaymas y mañana en Villa Juárez […] y así estamos de un lugar a otro, a petición de las familias. Entonces, pues es muy difícil llevar una vida normal”. Se les acabó el agua.
[20:25] Se muestran restos calcinados esparcidos entre piedras y se escucha a la líder decir: “Si la gente supiera el dolor que causa con sus malas acciones, pensarían dos veces antes de calcinarlos, porque cómo podemos reconocer en un puño de huesos a nuestros hijos”.
[21:16] Reinician la transmisión desde el auto. Dicen haber dejado los restos expuestos para las autoridades, las cuales nunca acudieron. “Como quisiera que las autoridades de Guaymas fueran como las de Hermosillo y Nogales”, dice la líder. Hacen un llamado a la FS para dialogar y trabajar en colaboración, ya que dicen haber visto favoritismos con otros colectivos. (Diario de campo del autor, 8 de noviembre de 2021; tabla 1, registro n.o 8; figura 9)
Fuente: “Madres Buscadoras de Sonora”, transmisión en vivo, Facebook, 13 de mayo de 2021. https://bit.ly/3D5aW6I
Si bien las Madres expresan alegría al compartir el dolor y la esperanza del devenir buscadora, ello no quiere decir que hayan superado un duelo en el sentido patológico y despolitizado que le da la psicología convencional (Antillón y González 2018), ni que existan relaciones libres de conflicto entre las diferentes organizaciones de familiares.
Se realizaron dos transmisiones más de la zona antes del asesinato de Aranza en los poblados de Ortiz y San José de Guaymas. Como siempre hay mala recepción. En la primera se muestra a una Madre de Guadalajara en busca de su hijo desaparecido en Guaymas. Localizan restos calcinados, esta vez las autoridades llegaron y acordonaron el área.
En la segunda transmisión se ve una humarada negra saliendo de una pila de llantas en llamas bajo una torre de alta tensión a un costado de un camino de terracería entre San José de Guaymas y Empalme. Las imágenes no son nítidas y se dificulta escucharles. “Lo que ellos acostumbran a hacer es quemar los cuerpos debajo de las llantas”, dice la líder mientras le grita a sus compañeras que no se acerquen.
Tres horas después, retoman la transmisión mostrando una imagen incompleta de tres fosas con restos calcinados a ras de la tierra que se corta a los 31 segundos.
Se reconectan desde un lugar cercano. Se quejan de la ausencia de las autoridades. Hacen un reclamo contra la CBE, para la cual, dice una Madre: “se gastan millones pero no sirven para nada, ni para saludar, se muestran con un ego, que Dios los perdone”. Aseguran que interpondrán una demanda ante derechos humanos contra la CEB y FS. “A ver si no nos mandan levantar”, advierte la líder y relata haber recibido agresiones verbales de un colectivo local por lo que expresa: “Si nos uniéramos en lugar de alegar, ya no habría desaparecidos”. (Diario de campo del autor, 8 y 11 de noviembre; tabla 1, registros n.o 9 y n.o 10)
Toda la información sobre los hallazgos realizados por las Madres está disponible en su página de FB, no obstante, hasta el día de la huelga la líder fue reconocida oficialmente por la FGR como víctima. Es decir, este reconocimiento se dio a 88 días del asesinato de su compañera y 173 días de la transmisión del macabro hallazgo en el predio ‘La Cuadrita’ con restos humanos mutilados aún calcinándose. Viajaron cientos de kilómetros entre Hermosillo y el valle de Guaymas, en los sitios era necesario movilizarse constantemente para evitar ser blanco de la violencia armada al no ir acompañadas por las fuerzas armadas en las búsquedas y por la dificultad de conectarse al internet.
Con las transmisiones, las Madres digitalizan esta desaparición sin lugar en un foro forense de baja resolución, creado para construir un público virtual que al momento de la observación rondaba en los 400 mil seguidorxs17. Las Madres se constituyen como ciudadanas forenses (Cruz-Santiago 2017) al mostrar este paisaje necropolítico como uno de posible esperanza post mortem (Valencia 2019)18 condicionada por el grado de calcinación de los restos. Las fuerzas geopolíticas que circulan por la zona, configuran una cultura de género en la que las Madres escudriñando la tierra en busca de restos se convierten en un símbolo de identidad para las víctimas. La conducción de las Madres a estos sitios es forzada, pero al mismo tiempo sostenida por ellas como parte de un proyecto ciudadano nacional para apuntalar la búsqueda como un problema público. La victimización por desaparición, si bien es la condición de posibilidad para el devenir buscadora, no es el mismo proceso por el cual las Madres se subjetivan.
Conclusión
La victimización por desaparición es un proceso que en México se ha gubernamentalizado a través de una normativa orientada a la administración mas no a la procuración de justicia. Las infraestructuras necropolíticas de destrucción de cuerpos esparcidas por el valle de Guaymas sostienen una desaparición desterritorializada que a su vez configura un devenir buscadora que implica aceptar la muerte del ser querido a cambio de su identidad, a través de la circulación de la figura de la Madre doliente que busca entre la tierra no justicia sino esperanza post mortem.
El caso de las Madres Buscadoras de Sonora ilustra que este devenir carga con la responsabilidad de sostener su proceso como una estrategia de des o contravictimización pública. Para ellas devenir buscadora es un trabajo que implica sostener una infraestructura digital móvil para transformar la barbarie con la que se topan en una forensis ciudadana, inmersa en una tendencia global a la producción de datos de alta definición orientada hacia públicos expertos y profesionales. Las transmisiones de las Madres tienen que ser mapeadas no solo para ubicar fosas sino para comprender los procesos de victimización por los que atraviesan en su devenir. Las Madres no solo producen datos sino que devienen buscadoras en foros digitales de baja resolución en los que evidencian la geonecropolítica desterritorializada en la que se inscriben. Con este artículo, espero haber contribuido a la compresión del devenir de las familias buscadoras desde una perspectiva forense, con el fin de mostrar que su geopolítica sostiene un foro en el que se responsabiliza al Estado más allá del cumplimiento de su normativa.