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Pensamiento palabra y obra
Print version ISSN 2011-804X
Pensam. palabra obra no.16 Bogotá July/Dec. 2016
El Nicho Vacío
-apuntes para una idea del hombre-
The Empty Niche
-notes for an Idea of Man-
O nicho vazio
- apontamentos para uma ideia do homem -
Alberto Leongómez Herrera*
* Realizó estudios de Composición Musical en la Universidad Nacional en Bogotá, radicándose luego en París, Francia, donde obtuvo los diplomas de Interpretación -guitarra clásica- y de Composición, en el Conservatorio Nacional de Montreuil. Posteriormente obtuvo allí mismo el Primer Premio de Conservatorio en interpretación y la Médaille d'Or en composición. Ha sido profesor de planta en el Departamento de Música de la Universidad Nacional en las áreas de Armonía y Contrapunto y, más tarde, en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Pedagógica Nacional. Es también profesor de cátedra en el Departamento de Humanidades de la Escuela Colombiana de Ingeniería, enseñando Latín, Música y Civilización, y Problemática de la Edad Media. Paralelamente con la labor docente, ha realizado recitales y grabaciones de guitarra clásica y laúd barroco en Francia y en Colombia, y escrito música de cámara, ensayo y poesía. Bogotá, Colombia
Correo electrónico: altercodex@hotmail.com
Artículo recibido en enero de 2016 y aceptado en marzo de 2016.
Resumen
La tesis principal de este ensayo es la idea de que al adentrarse en una nueva era signada por el manejo de la energía nuclear y la detonación de las bombas atómicas de 1945 en Japón, la especie humana ingresó en una crisis evolutiva que se manifiesta, entre otras expresiones, como una crisis de identidad cuya evidencia principal es la ausencia de una idea del hombre. Así pues, para llenar este nicho vacío -la brújula sin la cual todo intento de educación resulta vano-, es necesario buscar las conexiones posibles entre las diversas teorías y hechos del conocimiento que tocan directamente a la estructura de la conciencia humana: signo lingüístico y reflejo condicionado, teoría de la relatividad y percepción, evolución y complejidad.
Palabras clave: vector comportamental, evolución, complejidad-conciencia, percepción, mayéutica.
Abstract
The main thesis in this essay is the idea that, having entered into a new era marked by the use of nuclear energy and the detonation of the atomic bombs in 1945 in Japan, the human species went into an evolutionary crisis which -among other expressions- takes shape as an identity crisis whose main evidence is the absence of an Idea of Man. So to fill this empty niche -the compass without which every education attempt proves vain- it is necessary to search for possible connections between the various theories and knowledge facts directly addressing the structure of human consciousness: linguistic sign and conditioned reflex, perception and relativity theory, evolution and complexity.
Keywords: Behavioral vector, Evolution, Complexity-Consciousness, Perception, Maieutics.
Resumo
A tese principal deste ensaio é a ideia de que, ao adentrar-se em uma nova era marcada pelo manejo da energia nuclear e da detonação das bombas atômicas de 1945 em Japão, a espécie humana ingresso numa crise evolutiva que se manifesta -entre outras expressões- como uma crise de identidade cuja evidencia principal é a ausência de uma ideia de homem. Desta forma, para preencher este vazio -a bússola sem a qual toda tentativa de educação resulta vã- é preciso procurar as conexões possíveis entre as diversas teorias e fatos do conhecimento que tocam diretamente à estrutura da consciência humana: signo linguístico e reflexo condicionado, teoria da relatividade e percepção, evolução e complexidade.
Palavras chave: Vector comportamental, Evolução, Complexidade, Consciência, Percepção, Maiêutica.
I. Economía y guerra
Desde la perspectiva unificada de las ciencias que aporta el concepto de la evolución, a partir del cual es posible lanzar sobre el mundo una mirada circular que comunica como puntos cardinales en el horizonte del conocimiento la historia con la biología, y las ciencias del comportamiento con la química y la física, se hace evidente la existencia de modos de hacer que, por su insistente recurrencia, su magnitud creciente y su invariable dirección, revelan el entramado de las fuerzas motoras y la energía misma de la que se alimentan los procesos de la evolución. Estos constituyen auténticos vectores comportamentales.
Es así como el comportamiento de ciertas especies animales como las ardillas, que recogen nueces en cantidades que exceden a la satisfacción de sus necesidades inmediatas y las almacenan para su posterior consumo, se asimila perfectamente al incipiente modelo económico de los primitivos pueblos recolectores. De igual manera, la depredación que entre las especies animales impone su necesidad de carne fresca, se ve continuada en la especie humana en las actividades de la caza, el pastoreo y la economía de cultivo. Por otra parte, las luchas que enfrentan a miembros de manadas de la misma especie por la defensa o posesión de territorios que ofrecen mejores condiciones para la supervivencia, constituyen una actividad que, al asegurar la caza o la recolección, es también finalmente económica y en sí misma un modelo de la economía guerrera que practicaron desde la antigüedad los pueblos que, como el vikingo o la antigua Roma, desarrollaron su civilización con base en el pillaje o la conquista.
Desde una tal perspectiva, la historia de la guerra como empresa económica es tan larga, y el recurso a la violencia a tal punto axial en la estructura de la conducta humana, que el antiguo mecanismo evolutivo definido por los psicólogos de la escuela experimental americana (Pasher, 2002) como struggle for life parece constituir, en efecto, un vector comportamental: la constante patética bajo cuyo signo la humanidad se desarrolla. "El pez grande se come al chico", ya reza un inveterado adagio popular, anclando el vector en la ley primitiva del mar en cuyas aguas se originó la vida. Ley omnipresente de cuya jurisdicción el comportamiento del hombre en tanto individuo, así como aquél de las diversas sociedades humanas, aún no ha podido escapar.
Por el contrario, la antigua expresión se hace ahora bandera de un tipo de sociedad que, confiando en el libre juego del mercado como en un dios moderno que acabará por regularlo todo, impone un modelo económico basado en la batalla del consumo. Ya no se trata de un Dios alrededor del cual pueda construirse alguna teología, ni de un libertador alrededor del cual un mito, y aun menos de un Dios-Hombre alrededor del cual florezca un arte. Se trata, más bien, de una deidad virtual -diseñada y propuesta por expertos-cuya promesa de bienestar ya no es de naturaleza espiritual sino económica y cuyo código moral se basa en un axioma fundamental: "Buen ciudadano es ¿aquel que compra mucho". Se trata, en fin, de crear un modelo de sociedad, un nuevo cultus civilis, en el que la mercancía se sublima hasta adquirir el valor de símbolo que representa los valores auténticos de la existencia, mientras estos -a su vez- son banalizados hasta hacerse mercancía. Y bajo el manto lúdico de slogans publicitarios como aquel que reza "o conquistas el mundo o te devora", anunciando una marca de cigarrillos, se introduce la guerra hasta » los más profundos niveles de las relaciones humanas, impactando con ello todas las estructuras gregarias, desde la pareja hasta el estado.
Ya el mismo despliegue mediático con que fue organizada la primera guerra formalmente declarada de la última década del siglo XX, en el Golfo Pérsico en 1991, le confirió a esta el carácter inconfundible de un evento deportivo mundial, con la más sofisticada producción televisiva para garantizar horas y horas de casting perfecto -los aviones norteamericanos estaban equipados con dos cámaras, una tras el piloto para registrar sus acciones en el panel de comandos y otra en el exterior de la nave para registrar el lanzamiento, la trayectoria y el impacto final de cada misil- y con la gigantesca inversión económica y toda la "moderna noción de la empresa" que demanda la mediatización de un tal evento. Se trataba, al fin y al cabo, de la primera producción televisiva de guerra "con muertos de verdad" y veinticuatro horas diarias de emisión, para todo el hemisferio norte.
Quedarán para la historia la expresión y las palabras pronunciadas por Jean Pierre Chevénément, entonces ministro de la defensa en Francia, una de las naciones implicadas en el conflicto, precisamente por la televisión francesa: "Ceci n'est pas un western pour que les gens le regardent à la télévision"1. Dos días después de pronunciar estas palabras, presentó la renuncia de su cargo. Y mientras terminaba de vaciarse la clepsidra del milenio, el mundo se acostumbraba a ver "como un western por la televisión", las masacres en Colombia o, cambiando de canal, el "film de guerra" en lo que fue Yugoslavia, países en donde la industria internacional de armas, para imponer su mercado, manipulaba a su antojo las condiciones de la realidad.} De una realidad con la que, desde entonces, es posible traficar hasta hacerla objeto de venta, en el bucle final del reciclaje, como materia prima para la industria del consumo mediático. Así han sido vendidas, trece años después, una guerra y muchos muertos más. Las fotografías de las torturas en Abú Ghraib, y las de cadáveres destrozados en Irak servían como pago por el libre acceso de los soldados americanos a un sitio holandés de pornografía en Internet (Independent, 2016). Es el "libre juego del mercado".
La transpolación de guerra y juego que supone la mediatización de la violencia y la presentación de la muerte y la tortura como espectáculo de masas, es también un vector comportamental que atraviesa la historia, desde los sacrificios cruentos de los pueblos de la antigüedad -sin olvidar los combates de gladiadores de la antigua Roma o el suplicio de los herejes en la Europa medieval- hasta llegar a la noción moderna de "show de la verdad" televisivo. Hoy, los más inocuos de estos reality shows, obligan a las viejas estrellas del espectáculo a comer raíces en alguna isla perdida, a cambio de su supervivencia. Ahora, aunque en principio se trata sobre todo de su supervivencia en el "mundo del espectáculo", si alguna de ellas -por error- llegare a morir efectivamente bajo las cámaras, la "verdad del show" se haría evidente. El rating sería altísimo. Espectáculo y realidad se harían una sola cosa, indivisible. Sería, en suma, la prueba -televisada y por tanto autenticada- de la identidad del mercado con la voluntad divina.
Todo ello revela también un vector comportamental en la asociación de la muerte o de su mera posibilidad a la industria del espectáculo -del que la esencia, a su vez, consiste en la creación de un espacio de tiempo virtual en el que se opera la magia que troca el mundo real por su imagen- y tiene precedentes antiquísimos en los números de circo, la tauromaquia o las carreras.
En su origen, como por otra parte en el de los ritos funerarios, las artes y las ciencias, se halla el descubrimiento de la dimensión del tiempo que, por situar al hombre en un sistema mucho más englobante de coordenadas perceptuales, constituye la diferencia cualitativa fundamental que existe entre el hombre y el animal, así como el inicio de la conciencia.
Desde sus comienzos, el hombre, la especie que al descubrir el tiempo aceptó también el reto de hacerse portadora de la conciencia, percibió los poderes ocultos de la imagen e inventó el juego del símbolo. Y desde la invención de la palabra hasta la creación de la realidad virtual, pasando por la pintura rupestre y los rituales mágicos, el hombre ha intentado dominar el mundo mediante la posesión de su imagen. Lo que en el mundo contemporáneo, en el que se ha disparado el desarrollo de una tecnología de la virtualidad, propone un camino estrecho que ofrece su propio riesgo: perder definitivamente el mundo mismo en las kaleidoscopias de una nueva demencia, en que la facultad de discernir la realidad sea por fin sobrepasada por los medios técnicos para producir su imitación más perfecta. Trastocando todo el orden de valores que permiten distinguir ilusión y realidad, ya se ha visto aparecer una nueva mercancía -destinada al consumo infantil y diseñada para reemplazar a una auténtica mascota-en la forma de un objeto que debía ser alimentado durante toda su vida, y ser enterrado a su muerte, en el cementerio que la empresa juguetera japonesa proponía para el efecto como un bonus, un servicio más, por tratarse del lanzamiento de la industria de los afectos virtuales.
Así pues, como sus antiguos predecesores adoradores de ídolos, o como el pastor que apuesta en la feria sus rebaños seguro de hallar la piedrecilla bajo las copas del ilusionista, el hombre contemporáneo arriesga otra vez la alienación y bien puede perder, fascinado por la noción de la virtualidad, la noción misma de la realidad.
Tras las novísimas posibilidades de los medios modernos de comunicación, asociados a las gigantescas fortunas que se invierten en producciones capaces de expandir el rango del espectáculo de masas al de espectáculo mundial, asecha la sombra del antiguo conflicto, aun no resuelto, que plantea la estructura paradojal de la conciencia, en la que se entretejen las pulsiones de la animalidad con las de la racionalidad: si -desde los estratos evolutivos de la fiera- la posesión territorial garantizaba la supervivencia, mayor aún que todas las riquezas sería la propia inmortalidad, la posesión del tiempo.
Es así como, desde la antigüedad, la humanidad emprendió toda suerte de búsquedas griálicas y aventuras alquímicas que, desde el mítico baño con la sangre del dragón hasta las modernas posibilidades de la clonación, revelan también el vector que da un curso a la angustia del tiempo. Y la actividad económica que da origen a la guerra, consistente en la apropiación del territorio y los bienes del otro, significa también la expropiación de los mismos, el último de los cuales es la vida misma. Tras el desencanto producido por el fracaso de los elíxires, sean estos ideológicos o químicos, apareció el despotismo y desde siempre, ante la imposibilidad de alcanzar para sí la inmortalidad, se conformó el hombre con obtener de aquella al menos su imagen negativa: el poder, basado en la violencia, para decidir sobre la mortalidad de sus congéneres.
Este viejo conflicto, aún sin resolver en el momento mismo en que el desarrollo tecnológico adquiere por sí mismo una aceleración que amenaza dispararlo fuera del control civil, plantea una situación coyuntural dentro del proceso mismo de la evolución de la conciencia. Y en el mundo de relaciones económicas globalizadas de los albores del milenio, se manifiesta en la forma de un escenario recurrente en el que confluyen a una misma mesa de juntas, tras las bambalinas de conflictos puramente nacionales y bajo la representación más o menos ingenua de los actores locales de la guerra, las gigantescas fortunas producto del mercado de armas, los medios de producción televisiva y los intereses de la banca internacional. Tres industrias distintas, y un solo trust verdadero. Y el mismo fuego sagrado que emana de aquel para alimentar dichas relaciones económicas, alimenta simultáneamente, por otra parte, los postulados ideológicos ocultos detrás de los slogans como "o conquistas el mundo o te devora" que, haciendo del tiburón el modelo del hombre, proponen desandar no sólo el camino entero de la civilización, sino aún el de la propia evolución, inoculando en las sociedades civiles el virus de su propia atomización.
Lo que comenzó como un juego sobre el espacio virtual de un tablero de ajedrez, o para el efecto un cartón de "monopolio", una mesa de billar, o un monitor de video, una vez pervertido en su esencia por la apuesta, que desencadena de vuelta en la realidad las consecuencias del resultado, puede terminar en catástrofe y en ruina. Y, como Narciso, la civilización de la imagen, con todo su proyecto de sociedad global, bien puede acabar por ahogarse en las aguas recién inventadas de la virtualidad.
II. El siglo XX: la crisis estructural de la conciencia
Entendiendo por crisis el momento último al que una estructura puede llegar antes de romperse y cambiar, según el concepto aportado por la física, es necesario reconocer en el siglo XX, en tanto umbral ya franqueado de la era atómica, un momentum en lo que toca a la estructura de la conciencia.
En forma que recuerda al hombre del paleolítico cuando aprendió a manipular el fuego, el hombre del siglo XX, buscando la prueba corpuscular del antiguo concepto del átomo, ha descubierto la senda que conduce al interior de la materia. Al lugar de asombro donde el concepto se hace corpúsculo y el corpúsculo concepto, alternando polaridades y presencias como la masa y la energía en la ecuación einsteiniana. Al lugar, también, donde le es dado el poder de manipular la estructura misma de la materia. Y entonces, en un día del siglo XX tan oscuro en la historia como los negros nubarrones de la guerra, el hombre dio el paso con el que dejo atrás para siempre los umbrales de las civilizaciones hasta entonces conocidas al usar este poder para desencadenar, contra su propia especie, la suerte de catarsis termonuclear que libera al exterior la enorme energía que se halla en el interior del núcleo del átomo de materia.
Aunque este hecho parece ya viejo y para el hombre es tarde para evaluarlo, al violentar la estructura de la materia ha sido consecuentemente violentada, como en un espejo, la estructura de la conciencia. Se ha desencadenado un proceso, sin posibilidad de marcha atrás, al final del cual el hombre hallará sólo uno de dos resultados posibles: la aniquilación de su propia especie, portadora de la conciencia, o la transformación de su propia mecánica evolutiva para ingresar en una nueva fase. La crisis, pues, que este hecho ha desencadenado, atañe a la estructura misma de la conciencia y sólo podrá ser ponderada en los términos de la evolución.
La coyuntura actual de la conciencia, que sufrirá transformaciones en la medida en que se amplifique el alcance de sus actos, es entonces detonada por el conocimiento moderno, que le ofrece a un mismo tiempo la posibilidad actual de solucionar globalmente las necesidades de la especie, junto con el poder de destruirla y los medios operativos para el suicidio total de la raza humana. Y mientras los avances del conocimiento se hacen tan rápidos que sólo pueden ser absorbidos por su propio mecenas, la industria, cuyo principal interés radica en hacer de aquellas aplicaciones tecnológicas siempre nuevas que hagan pronto obsoletas a sus predecesoras inmediatas para crear la oferta y la demanda que la anima, el hombre violento y las formas de civilización guerrera han probado su posibilidad final.
Del siglo XX en adelante, cualquiera que sea el intervalo de tiempo que la especie humana tenga aún por vivir, lo hará poseyendo y ampliando un conocimiento de impacto global sobre la especie, de manera que, mientras los mecanismos de la guerra y la violencia sigan siendo validados como alternativa para la solución de conflictos en un solo rincón del planeta, manteniendo activo el virus de la guerra, calcular entonces para la humanidad un porvenir de siquiera siglo y medio aún, antes de que estalle una conflagración globalizada, resulta por mucho optimista. Y aun los más optimistas, los poseedores del armamento nuclear, que pretenden ver en la guerra tan sólo un mecanismo natural de control demográfico que pueden guardar como un as en su manga para una eventual emergencia, verán que un siglo y medio, bajo estas condiciones, es mucho tiempo antes de que alguno se decida a lanzar el primer as sobre la mesa.
Si, superado ese límite, ha de existir una humanidad futura, entonces esta será radicalmente distinta de la actual. Necesariamente, para haber alcanzado un futuro evitando su propia destrucción, habrá previamente sufrido profundas transformaciones en sus estructuras psíquicas y sociales, hasta llegar a la renuncia definitiva al uso del conocimiento en contra de su especie.
Ahora, la puesta en marcha de un sistema de producción y desarrollo económico que tenga como fundamento la empresa de una paz global y como resultado la erradicación de la guerra y la violencia de lo profundo del comportamiento del hombre, suponen para este el descubrimiento y apropiación de un principio evolutivo de un rango cósmico mucho mayor y englobante que el struggle for life y la supervivencia del más fuerte, ya que este mecanismo, que le empuja a la guerra, se hace en adelante no solamente ineficaz para la supervivencia de la especie, sino letal. A partir del siglo XX, la especie humana ya no se ve amenazada por los elementos de la naturaleza, a los que ha conquistado, sino por el mismo hombre que, tras coronar su larga carrera evolutiva por el predominio en la naturaleza, ahora no sabe parar de competir y continúa atando atávicamente nuevos eslabones a la interminable cadena de la carnicería evolutiva, aun sabiéndose a sí mismo la próxima víctima. Y esta nueva condición humana, constituye por sí misma una frontera estructural.
En la misma medida en que crece el conocimiento y amplifica el hombre el radio de acción de su voluntad, se ensancha su responsabilidad y el universo de sus decisiones se ve poblado por nuevos objetos a los que absorbe en el proceso. Es así como el sentido mismo de la evolución ha de ser, más tarde o más temprano, objeto de su decisión. En el interior de todas las revoluciones políticas, tecnológicas y culturales del siglo XX, se llevaba a cabo un fenómeno de mucho más profundo significado: la revolución de las estructuras de la conciencia -su transformación evolutiva-, de la que las otras son sólo las manifestaciones exteriores, como las convulsiones de un parto.
Y es que el hombre ha llegado al momento de responder a la pregunta: ¿Es realmente ese instinto de competir hasta la muerte el más profundo y estable de los mecanismos evolutivos y -por lo tanto-la razón misma de la evolución y de la vida, capaz tanto de explicar su éxito como de justificar su eventual fracaso? Y ¿Existe acaso un significado aún por descubrir en el principio del mundo que pide que, por encima del reino vegetal, todo organismo vivo no pueda nutrirse sino de otro organismo vivo y que, por lo tanto, no pueda hacer otra cosa que matar para vivir?
Y el mismo conocimiento moderno detonador de la crisis, en forma de la onda cada vez menos tardía que todo conocimiento acaba por generar, la conciencia colectiva, parece alumbrar una salida. En una época que conjuga al mismo tiempo la más enorme suma de hechos nuevos que registre la historia en el campo del conocimiento, junto con la capacidad industrial de procesarlos en tiempo real para convertirlos en nuevas aplicaciones tecnológicas para el consumo, fuerza es reflexionar, en el alba de un nuevo milenio, sobre algunos de aquellos que tocan más directamente a la estructura de la conciencia.
Por una parte, el descubrimiento de los reflejos condicionados realizado por el fisiólogo ruso Iván Pavlov (1964), y con ello las bases mecánicas del aprendizaje y la conducta, hizo posible el ulterior desarrollo de la teoría del refuerzo y la llamada psicología experimental (Pasher, 2002), con los trabajos de John B. Watson y posteriormente, de B.F. Skinner (1953), en donde el modelo de la física y el método de las ciencias empíricas se aplica satisfactoriamente a la conducta humana y animal. En forma similar, con un mismo método científico, es desde entonces posible estudiar el comportamiento de los átomos y las moléculas y el del hombre y el animal.
Ahora, el hecho de conocer un aspecto igualmente cuantificable del comportamiento del hombre, la más nueva y compleja síntesis de la materia, y del átomo, la más antigua y elemental, ilumina la existencia de un vector comportamental que atraviesa toda la armazón del universo, desde lo más simple hasta lo más complejo de la materia.
Por otra parte, las comprobaciones de la teoría de la relatividad de Einstein (2012) revelan que masa y energía son dos manifestaciones intercambiables de la materia, demostrando que, efectivamente, la materia tiene dos aspectos: su consistencia corpuscular en el espacio, y su comportamiento en el tiempo; masa y energía.
Finalmente, iluminando aún bajo otro enfoque todo lo anterior, el paleontólogo francés Teilhard de Chardin2 formuló una explicación de toda la mecánica evolutiva en su ley de complejidad-conciencia (1955), concepto que es en sí mismo tanto un instrumento de observación, como un sistema de concordancias que permite rastrear la aparición de un psiquismo que va en aumento, a medida que se hacen más complejas las síntesis de la materia que se observan, desde el átomo hasta el hombre.
Efectivamente, existe un más amplio y complejo repertorio de comportamiento en la molécula que en el átomo, y uno aún mucho mayor en la célula viva, a la vez circunscribiendo y conteniendo cada repertorio al anterior. A partir de la célula, y tomando como hilo de Ariadna todo enriquecimiento del psiquismo, se avanza a través de las capas de los seres vivos hasta los animales superiores y finalmente hasta el hombre, sin que el vector comportamental se desagregue, hasta hacerse evidente una aparición gradual de la conciencia a lo largo de la evolución de la materia. Esto significa que, a las transformaciones cuantitativas de la masa, corresponden transformaciones cualitativas de la energía. Y que es necesario considerar, en la evolución de la materia, la evolución de la energía.
Ahora, si observamos comparativamente el desarrollo de la humanidad, se hace patente que con la aparición de la palabra3, el arte y la ciencia, conformantes de ese otro universo virtual -imagen del universo real- que representa la cultura, el efecto se amplifica haciendo claro que, mientras las especies animales no han modificado su conducta ni sus maneras de transformar el medio ambiente por eras, lo que sería indicio de un cambio cualitativo como un aumento de la conciencia, el hombre, gracias a la comunicación del conocimiento y la experiencia vital, manipula cada vez con mayor eficacia un medio cuya magnitud, además, crece de acuerdo con el progresivo ensanchamiento de su conciencia.
La integración de todos estos hechos a la conciencia colectiva, proceso tan doloroso como la historia del siglo XX, recuerda ahora al hombre del Renacimiento cuando, ante la evidencia de la redondez del mundo y de su pertenencia a un universo de nuevas y mucho mayores dimensiones, debió reajustar, desde las nociones de sí mismo y de la divinidad, su propia concepción del saber y -junto con ella- todas las otras nociones de nacionalidad, de progreso, de riqueza y, en fin, todo el orden de valores que constituye a la vez el sentido de la realidad y el sistema de relaciones que se adoptan con ella para desarrollar la existencia.
Con todo, este doloroso proceso, estos signos de parto, significan también la apertura de un momento extraordinario en la evolución de la conciencia misma y, por tanto, los albores de un nuevo estadio en la evolución total del cosmos: el momento en que la conciencia, al concluir la búsqueda griálica que la llevó a penetrar en el interior de la materia, encuentra que allí dentro sólo está ella misma... ¡que siempre estuvo allí!
En los procesos insondables de maduración del cosmos, la conciencia ha crecido hasta hacerse sabedora de constituir ella misma, en efecto, la cara alterna de la materia. Y reaccionando el mundo a su vez a este movimiento de la conciencia, que se revela como su más profundo secreto, le abre ahora a aquella sus arcanos y se funde, como la materia dúctil del alfarero, en posibilidades a imagen de sus sueños: clonación, virtualidad, energía nuclear, hiperconductividad, en la aurora de sus posibilidades y pese al horror de sus peligros, son indicios de que así como un día se cumplieron los ciclos siderales hasta que, desde las profundidades del útero insondable de la materia inanimada -fecundada por el tiempo- se produjo el alumbramiento de la vida y el nacimiento de la célula, está por revelarse una nueva forma de energía, capaz de transformar las sociedades en un solo golpe de onda alrededor del mundo. Y los movimientos históricos en que asoman las cimas y los valles que completan cada uno de sus ciclos, se suceden con un intervalo de tiempo cada vez menor, indicando, en su aumento de frecuencia, un acercamiento a la fuente que da origen a sus ondas. En este caso, al punto del cosmos, lugar-instante en que se originó la conciencia y se inicia la historia del hombre.
Estamos ante los últimos dolores del parto en que se produce el nacimiento de un pueblo nuevo, una nación universal, brotada de una nueva relación entre el hombre y el mundo. Parto de la materia grávida que tendría que coronar, cumplido el tiempo y pasados los dolores, el proceso cósmico de gestación que significa el paso evolutivo, metamorfosis milenaria, de la fiera al hombre. Y, como a la revelación de un místico designio, asiste aquel a los primeros resplandores de la aurora en que nace una nueva forma de conciencia, intuyendo al fin porqué sólo la vida puede ser alimento de la vida. En los movimientos orbitales en que apuesta el cosmos su equilibrio, se ha producido la alternancia de los términos y, en la ecuación de la materia, se encuentra ahora la conciencia al exterior.
No resulta, pues, extraño que en el arte del siglo XX se encuentren obras con personajes tan elocuentes como Harry Haller, en la novela de Hermann Hesse (1977) o Mr. Pink, en la película de Alan Parker (1982), que deben enfrentar el juicio de su conciencia y, tras ser hallados culpables, son condenados a seguir viviendo; como siempre, en su propia sociedad, pero en una nueva condición: la total desnudez de su conciencia.
III. La nación experimental
A lo largo de la historia, y desde Platón hasta Marx, han sido muchos los intentos por construir la sociedad mediante la elaboración de un proyecto político que, como en el diseño del arquitecto, resuelva primero en una teoría la solución funcional que sólo posteriormente se ha de llevar a la práctica. Y es precisamente en el terreno de la arquitectura del siglo XX, antes que en el de las ideas políticas, donde tiene lugar la formulación de un concepto -tan simple como revolucionario- que, al introducir la función humana, habría de transformar profundamente las ideas estéticas y forzar el replanteamiento del diseño arquitectónico. Se trata del Modulor (1953), ideado por Le Corbusier, donde las dimensiones del hombre se convierten en la unidad de medida por la que se han de regir finalmente las proporciones de todo el ensamblaje urbanístico.
Las propuestas políticas para el nuevo milenio, deben partir necesariamente de la formulación de un concepto semejante, para ser aplicado esta vez en la solución de problemas en el terreno del diseño social, los modelos de desarrollo y la teoría económica. Una nueva unidad de medida del crecimiento económico, referida al mejoramiento de las condiciones socio-económicas del hombre medio, y no al producto interno bruto. Y esto por el hecho de que el desarrollo de una nación no se puede medir, si se quiere obtener un espectro veraz de la realidad, por el número de ciudadanos suyos que entren a pertenecer a la élite de "los hombres más ricos del mundo", sino por un crecimiento englobante de su clase media.
La premisa lógica que sirve de base al concepto del Modulor, resulta ser una aplicación de la idea de Leonardo según la cual "el hombre es un modelo del mundo". Ahora, la idea del individuo como clave de acceso para la comprensión del cosmos, coincide también con la teoría de la relatividad, a partir de la cual, como señalaba Ortega y Gasset (1923)4, el punto de vista del sujeto adquiere un valor objetivo y deja de ser considerado como una deformación de la realidad producida por su subjetividad, lo que habrá de hacer sentir profundos cambios en la ética y en la estética. Dichos cambios comienzan a revelarse en una tendencia creciente hacia modelos pedagógicos de desarrollo urbano y organización social, así como en la revaloración del punto de vista del sujeto que suponen las nuevas libertades individuales consagradas por las leyes en todo el mundo.
De acuerdo con la interpretación de Ortega, es necesario ver, en la teoría de la relatividad, los fundamentos de una nueva teoría de la percepción en la cual se implica a la conciencia individual, junto con todo el sistema inercial que supone su perspectiva de registro. Y el punto de partida de aquel, lo constituyen las coordenadas socio-culturales del individuo, espacio-tiempo de confluencia entre lo uno y lo verso. Puesto que un solo hecho puede ofrecer muy diversos registros, dependiendo de la plataforma perceptual en que se sitúa el observador, la realidad sólo puede ser conocida -como en un procedimiento de triangulación para obtener una imagen tridimensional- mediante el intercambio de puntos de vista y, además, tomando en cuenta el sistema inercial que sirve de plataforma de observación a cada uno de ellos, que deberá ser objetivamente respetado. Así, comunicación y conocimiento, lenguaje y método, son en adelante equivalentes.
La ampliación de todo el sistema de coordenadas perceptuales que todo ello supone, corrobora el salto de la conciencia individual al exterior. De otra parte, el mismo Chardin (1955) reportaba ya indicios de lo que él llamo "un aumento de permeabilidad de la conciencia" y, desde Michelet hasta Toffler (1969), se ha hablado de un proceso de aceleración del tiempo indicado por el acercamiento entre los eventos-pico de la historia. Ahora, según la confirmación de Doppler5, el aumento de la frecuencia revela el acercamiento a la fuente emisora de las ondas. En este caso, como ya está dicho, al punto del cosmos en que se originó la conciencia y al que el universo regresa para re-configurarse en una nueva forma de la individualidad.
Todo indica una transformación dramática en la estructura misma de la conciencia. Y es toda la avalancha de descubrimientos y de transformaciones sociales, individualmente tan importantes cada uno como la invención de la rueda o el desarrollo de la agricultura, la que lo atestigua.
Aunque ahora se impone globalmente un modelo económico que basa su pujanza en conjugar todas las formas de la guerra, desde la batalla del consumo hasta el desplazamiento de poblaciones enteras por la fuerza de las armas, o la expropiación de bienes a gran escala a través de operaciones bancarias, este no podrá durar, ya que, al perpetuar las condiciones de la guerra, marcha en el sentido contrario al de la evolución de la conciencia. Y la guerra es la única solución que ofrece a los retos que plantea el nuevo milenio. Una "guerra de precisión" que, pese a ser diseñada y programada con antelación en laboratorio, no podría sino acabar por escapar del mismo -como la criatura de Frankenstein- propagándose hasta una escala global imposible de ser controlada.
El modelo de desarrollo con que el hombre se apresta a enfrentar el futuro inmediato de la globalización de la cultura y la economía, que implica el paso de la sociedad industrial a la sociedad de servicios, ya previsto por Alvin Toffler (1969) desde los años setenta, al no contemplar la socialización de la banca como estabilizador de los procesos de apertura económica de los estados a un mercado global y de privatización de los servicios públicos6, plantea sólo el avance hacia el suicidio de la especie y se apresura a construir, en su soberbia, el escenario para la gran Armagedón.
Pero las mismas formas degradantes en que se manifiesta la angustia de la fiera acorralada aún dentro del hombre, como la venta indiscriminada de armas y la adicción masiva a las drogas en los países de economías fuertes, o las diversas formas de paramilitarismo en aquellos con una economía inestable, evidencian su agonía y demuestran el hecho de que las raíces del próximo cambio se hunden en las profundidades de la misma evolución. Y así como no existe una fuerza capaz de hacer volver la lava a las entrañas de la tierra una vez comenzada la erupción, o de retrogradar la reacción en cadena una vez que esta ha sido detonada, no hay fuerza regresiva que pueda devolver el proceso comenzado que ha de culminar con la aparición de una conciencia planetaria en el simple hombre común y de la calle: la certeza universal de compartir todos los hombres un destino y una responsabilidad comunes en el universo, y de tener el poder necesario para hacer -por fin- del mundo un hogar para el hombre.
Es esta la única forma de globalización evolutivamente viable, de la que la otra, el proyecto de hacer del mundo una empresa privada, pretende hacer la impostura. Y en el mismo instante en que se produce el ascenso vertiginoso de las fuerzas económicas que hoy rigen el mundo y en que la industria de la guerra alcanza un desarrollo cenital transportando el escenario en unos pocos años -como una feria ambulante- de El Salvador a Irak, de Yugoslavia a Colombia, de Ruanda a Siria, se produce, dentro de los procesos de la evolución, el advenimiento de una forma inédita de la conciencia.
Resultante evolutiva de los viejos impulsos gregarios, pero mucho más global que la conciencia de raza, de sexo, de credo o de clase, aparece la conciencia de la especie. Conciencia de cada individuo humano de su propia pertenencia, sea cual fuere su condición étnica, sexual o política, intelectual o espiritual, a una sola generación cósmica, cuyo destino es el conocimiento, y de la dimensión de sus responsabilidades en la evolución. Del mismo modo en que las abejas son una especie que produce miel, la especie humana produce conocimiento, tal es su función evolutiva. Y por la sola comprensión de este hecho, un nuevo poder nace del consenso de múltiples conciencias y se despierta un nuevo instinto: el amor insondable a la vez por la individualidad y por la especie.
Y a partir de la conciencia de un destino común de la especie, aparece meridiana la noción de un Quantum global de riqueza que permanece constante y suficiente. Noción que actúa como emulsión reveladora de las relaciones causales que atan, como abultamientos y vacíos a cada lado de una membrana, la concentración de la riqueza y el crecimiento de la miseria en todo el mundo.
El gran desafío que enfrentan los hombres del presente, es el de hallar a tiempo la manera de integrarse en una cultura que tiende, por la acción combinada del tiempo y la comunicación, a hacerse universal, asegurando simultáneamente para el individuo todas las posibilidades de desarrollo personal. Encontrar o forjar la nueva idea de sí-mismo-en-el-mundo, así como nuevas concepciones de lo que son el conocimiento, el desarrollo y la riqueza, que se ajusten a la nueva situación evolutiva, permitiéndole realizar en su integridad un doble proceso de individuación y humanización, para inaugurar con ello un nuevo estadio de la evolución total del cosmos.
El hallazgo de un tal principio bipolar de desarrollo individual y colectivo constituye -una vez más y en tanto que nacimiento de una nueva forma de conciencia- una toma de perspectiva dentro de un sistema ampliado por nuevas coordenadas perceptuales. Constituye, en suma, una nueva noción del saber, así como del hombre: el conocimiento es simplemente el medio en que se desarrolla la conciencia, y no ya una meta a alcanzar, puesto que, en un universo ilimitado, la carrera por alcanzar una meta carece de significación. El conocimiento es a la conciencia, a cada conciencia, lo que el mar a cada organismo del plancton. O, mejor aún, lo que el plasma a la célula: es generado por esta en su actividad natural de lectora del mundo. Por lo tanto, sí es cierto que nos dirigimos hacia una "sociedad del conocimiento", como tantas veces se ha dicho, pero de ninguna manera por "razones de mercado" tantas veces invocadas, sino solamente por el hecho de que el conocimiento es por sí mismo la función humana, constituye su realización evolutiva.
Y, el hombre, es un modelo del mundo: en la misma forma en que con las mismas siete notas de una escala diatónica se construyen innumerables melodías distintas, o con las mismas letras incontables permutaciones y palabras, en la conciencia individual de cada ser humano se entretejen todos los fenómenos del universo en una ordenación que es idéntica sólo a sí misma y, sin embargo, en todos y cada uno, se encuentran todos los mismos elementos o notas en una siempre nueva síntesis (Leongómez, 2009).
Para constatar todo esto por las vías de la experimentación, se requiere entonces la decisión valiente de un pueblo que, como en un alud y a partir de aquella de un grupo de individuos, se disponga a internarse en la experiencia evolutiva como una manera nueva de entender la realización de su destino y a invertir su esfuerzo en un proyecto de la civilización de dimensiones y duración ilimitadas. Tras el alejamiento de la naturaleza que significa el espacio de perspectiva que representa la cultura, el reencuentro con el mundo natural ya sólo es posible para el hombre en términos de integración, a la vez humilde y lúcida, al proceso cósmico de la evolución.
Un proyecto experimental semejante, significa la construcción de un nuevo sistema de valores y de relaciones con el mundo y con la especie en que, entendiendo el saber como la relación dinámica entre todos los puntos de vista sobre el mundo que la situación irrepetible de cada conciencia en el universo supone, los individuos intercambian su información con el fin de enriquecer, directamente, el nuevo medio evolutivo de la conciencia colectiva, en tanto forma final del conocimiento. Esta conciencia colectiva, por otra parte, constituye en sí misma lo que llamamos civilización.
Intentando ahora realizar en sentido inverso el viaje a través de la onda del conocimiento, y en la misma forma experimental en que hace milenios los peces del mar comenzaron a saltar sobre la superficie del agua o a permanecer hasta el límite de su resistencia sobre el arrecife al que la ola les lanzó, hasta desarrollar los órganos para la nueva función de la respiración, el reto que la evolución hoy propone al hombre es el de internarse en un experimento en el que debe ir hasta las últimas consecuencias en su intento por aprender a respirar en el nuevo medio, de una nueva forma, desarrollando el más nuevo de sus órganos: un inhalar y exhalar de la conciencia, consistentes en aprender y enseñar, en un proceso continuo de discusión de la realidad.
Puesto que la relación entre el hombre y el mundo ha cambiado para siempre, merced a la ampliación del radio de impacto de sus actos, la única vía abierta hacia el futuro es la creación de una cultura experimental, la fundación de una nación, que involucre las nuevas coordenadas abriendo franco el paso al desarrollo de esa nueva forma de conciencia. Una nación cuyo plan de desarrollo esté encausado por la corriente misma de la evolución, que hizo brotar de la materia inanimada la célula y la vida, y de esta finalmente la conciencia, sin que por ello se haya detenido su marcha.
Es de la nueva relación del hombre con el mundo y con la especie de donde brotan las nuevas formas de la ética y la estética, en que los deberes y derechos de cada individuo se resumen en el acto de rendir a los otros veraz y responsablemente su propio registro del mundo, en tanto pieza segura y faltante en el mosaico total de la realidad en que se integran todos los registros. Al asumir un principio evolutivo que parte de más profundos estratos que aquel en que se origina el struggle for life, integrando las nuevas coordenadas, la equidad, el equilibrio y la justicia social, se hacen tanto un imperativo ético, como una necesidad estética.
Una nación pedagógica cuya dinámica social se apoya en nuevos conceptos de riqueza: si la conciencia vive y crece en un medio que a su vez ella crea por su propia actividad, este proceso de mutua alimentación da por sí mismo un significado a la existencia, y no hay riqueza mayor que la posesión del medio mismo.
Ahora, el medio es infinito y el saber no agota el universo. La sola condición que garantiza el equilibrio, como en los procesos metabólicos en que, en los dos sentidos a través de la membrana, la célula se alimenta y mantiene su balance con el medio, es que sea constante el intercambio, el paso del saber, de la conciencia individual a la conciencia colectiva y viceversa.
Al develarse la falacia de las relaciones de producción que se basan en el moderno ideal de la competitividad -entre las que encuentran naturalmente su lugar el espionaje, la intriga y la delación- de los nuevos conceptos de riqueza se han de derivar las leyes que, como la limitación del monopolio, que asegure la redistribución, y la disminución de la jornada laboral, que multiplique el empleo, permitan establecer el equilibrio económico.
Asumiendo como método de desarrollo el diálogo de conciencia a conciencia sobre la propia experiencia del mundo y procurando siempre ampliar el radio de comunicación del conocimiento como forma de asumir y realizar el destino de la especie, si todo un pueblo asume la condensación de su lenguaje junto con la diversidad de sus formas y la pertinencia y el radio de alcance de su discurso como nuevos parámetros de desarrollo, serán consecuentemente activados los resortes evolutivos de su nación.
Sólo mediante la adopción de unas relaciones humanas de carácter mayéutico, basadas en el aprecio por la vida y por el hombre, en las que ya no importa la magnitud del saber por sí misma, sino la magnitud del saber comunicado, y en las que cada individuo entiende el trabajo como la elaboración de su propia síntesis del conocimiento, para participar en un intento pedagógico de alcances populares, debe ser realizable pacíficamente la nivelación social de los pueblos. Lo anterior se debe a que el desarrollo económico de los mismos es proporcional a la distribución del conocimiento y la cultura, así como su grandeza histórica a la profundidad de la conciencia de un destino común que tengan sus individuos. La primera nación que logre la abolición de la guerra al interior de sus fronteras, asumiendo desde adentro unas relaciones de trabajo basadas en la búsqueda colectiva del conocimiento que se proyecten, permeándolas, sobre las otras naciones, será el faro y la potencia del nuevo milenio.
Un náufrago cuya barca se rompe y comienza a hundirse en el mar en medio de la noche, hace bien en decidirse a abandonarla para nadar en alguna dirección, ya que esta puede ser la de la playa, y tal vez esté muy cerca. Así mismo, la creación de dicha cultura experimental es una propuesta para romper al fin, en lo que puede ser la última oportunidad, y a nivel individual y colectivo, local y universal, todas las formas de economía guerrera y los parámetros de desarrollo del estadio competitivo de la evolución humana, asumiendo, con base en las leyes que en nuestro día parecen regir la urdimbre universal, una proyección irreversible hacia el ensanchamiento de una conciencia ecológica total.
Notas
1 "Esto no es un western, para que la gente lo vea por la televisión", traducción del autor.
2 Hoy groseramente ignorado, ante la incomodidad que causa en la comunidad científica su condición de sacerdote católico. Conviene recordar que Mendel también lo fue y, sin embargo, formuló las leyes de la herencia, convirtiéndose en el padre indiscutido de la genética.
3 En este punto, es de suma importancia señalar la identidad -no antes señalada- entre el "reflejo condicionado" descubierto por Pavlov y el concepto de "signo lingüístico" propuesto por Ferdinand de Saussure: en ambos casos se trata de una unidad de información que se construye al establecerse en el cerebro el nexo que ata un significado con un significante, de manera que un hecho perceptible nos informa sobre algo distinto de sí mismo. Así, el perro de Pavlov acaba por salivar ante el estímulo sonoro, que actúa para él como significante de la comida próxima, el significado (Saussure, F. (1945) Curso de Lingüística General. Buenos Aires: Editorial Losada. S.A.
4 "El sentido histórico de la teoría de Einstein". Ensayo. 1924. Se incluye en el volumen III de las Obras completas y como apéndice en El tema de nuestro tiempo. Ortega y Gasset, J. (1923) El tema de nuestro tiempo Madrid: Tecnos S.A.
5 Efecto Doppler, formulado por el físico austríaco Christian Andreas Doppler, para explicar el cambio que experimenta el observador en su percepción de una onda cuando la fuente de ésta se mueve respecto a él. Disponible en: http://global.britannica.com/science/Doppler-effect, recuperado: enero de 2016.
6 Dicho modelo ya muestra efectos tan devastadores como el caso de Sudáfrica, en donde toda el agua del país -un bien de derecho público de absoluta prioridad- es hoy en día propiedad privada y pertenece a una sola compañía transnacional.
Referencias
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