País
Cuando el dolor se parece a un país se parece a mi país. Los sin nada se envuelven con un pájaro humilde que no tiene método. Un niño raya con la uña lluvias que no cesan. Está desnudo en lo que va a venir. Una ilusión canta a medias un canto que hace mal.
JUAN GELMAN (POETA ARGENTINO)
Rasgos del contexto en torno a la guerra y a la universidad
Los muros de la patria mía
Miré los muros de la patria mía Ojos de piedra, esfinges de oro, Mierda en las rendijas. País usado por un dios borracho Que delira eternamente Con una puerta que jamás existió.
Allí,
Por el desgaste ligado Un nudo imposible de dos lenguas Que lamen sin descanso la herida. De rodillas y con una flor en el ano Alguien en la oscuridad susurra La turbia mentira del paraíso Perdido. El miedo
Enroscándose alrededor de una estatua Que finge su hazaña en un parque abandonado.
Los muros de la patria mía ¿Cuándo los van a limpiar?
MARÍA MERCEDES CARRANZA (POETA COLOMBIANA)
En el escenario colombiano, el campo educativo, como muchos otros, ha estado surcado por las huellas de la guerra, por lo mismo sus contextos, espacios, sujetos, prácticas y quehaceres pedagógicos no han sido ajenos a la multiplicidad de historias de dolor y procesos de resistencia que se entrañan y se materializan frente a unas realidades de experiencias sobrevivientes. En Colombia la guerra que se ha desatado contra la población civil y la oposición política y social sigue perpetrándose. Ha sido recurrente que su denominación haya cobrado designaciones como violencia, conflicto armado y social y/o violencia política. Por supuesto que hay violencia política y conflicto social, armado, colectivo, económico, político, etc., pero estas formas estructurales se entienden más profundamente dado que nuestro país ha estado atravesado por una guerra permanente con ciclos de intensidad, y la reciente ha sido una de las más feroces.
En Colombia el proceso de construcción de la guerra se ha comprendido desde la segunda mitad del siglo xx, con tres grandes definiciones. En primer lugar, la llamada Guerra Fría centrada en la contención del Comunismo, la cual se sitúa en un largo periodo (1947 a 1994), con variaciones incluso hasta hoy, se conjuga con la llamada guerra contra las drogas que se origina en 1971 (enunciación que hizo el presidente de ee.uu., Richard Nixon, sobre la base de lograr mantener la Seguridad de su país hacia Colombia), y la tercera, la llamada Guerra Global contra el Terrorismo, donde Colombia sigue liderando el proceso en América Latina.
Las problematizaciones y apuestas de formación que surgen a partir de la escucha responsable (Mèlich, 2001) de las experiencias vividas por los sujetos y espacios sobrevivientes de la guerra, aportan construcciones epistemológicas, contextuales y metodológicas en el marco de la formación de una pedagogía de la memoria que se pregunta por los soportes de unas matrices ético-políticas desplegadas en escenarios educativos donde habita, se respira y se convive en medio de los silencios llenos de gritos (Demner y Goldstein, 2013) que sobreponiéndose a las presiones, angustias y miedos se resisten a acallar los relatos del padecimiento de guerra. Este escrito tiene como objetivo aportar un saber de jóvenes universitarios, desde la experiencia narrativa, a la reflexión, construcción y transformación de sus prácticas políticas a partir de su configuración como afectados por la guerra.
Los relatos de los jóvenes1 como fuente directa oral y experiencial narran sus afecciones, a la vez que rompen con estereotipos limitantes y estigmatizadores acerca de sus realidades, pues dan cuenta de procesos de autoformación individual y colectiva que trascienden sus prácticas militantes, para instalarse como actos cotidianos de formación política. Desde una pedagogía de la memoria, esto les otorga un valor muy importante como protagonistas de la historia reciente, pero también como agentes de sentido de esa historia, en tanto reconocen sus condiciones, las asumen y con ello abren las posibilidades de resignificar políticamente sus trayectorias de jóvenes, en torno a sus afectaciones como víctimas de la guerra y sus lugares sociales como universitarios. De igual forma, asumen el papel protagónico como sujetos histórico-políticos con respecto a un repertorio de acciones propias inscritas en organizaciones estudiantiles.
La juventud, su identidad universitaria, su acción colectiva per se, no son una categoría, como tampoco puede ser asumida como sector político o de clase, ni mucho menos un factor de poder por sí mismos. En occidente, históricamente la juventud y sus distintos atributos, definidos en y por contextos concretos, ha sido siempre representada en condiciones de falencia, peligro, inmadurez, riesgo, etc.; en América Latina, nos dice Reguillo (2000)
sin alusión a la fuerte crisis de legitimidad de las instituciones de los sesenta, ni al inicio de la crisis de los Estados nacionales y al afianzamiento del modelo capitalista de los setenta, ni a la maquinaria desatada para reincorporar a los disidentes a las estructuras de poder en los ochenta, y mucho menos, sin hacer referencia a la pobreza creciente, a la exclusión y al vaciamiento del lenguaje político de los noventa, resultó fácil convertir a los jóvenes tanto en "víctimas propiciatorias", en receptores de la violencia institucionalizada, como en la figura temible del "enemigo interno" que transgrede a través de sus prácticas disruptivas los órdenes de lo legítimo social. (p. 22)
Esa figura, aunada a los otros elementos identitarios, estudiantes de universidad pública, pertenecientes a organizaciones estudiantiles con afinidades políticas, militantes en oposición, pone a las personas identificadas con estos atributos en el punto de mira de todos los factores de poder en tensión, que en un contexto de permanente guerra, los convierte en enemigos, subversivos, terroristas y víctimas, despojándolos así de sus condiciones de sujetos que estudian, por ende piensan, que son capaces de controvertir, que toman posicionamientos críticos ante la vida, que tienen el derecho a asociarse, a manifestar sus criterios políticos y a subvertir el estado de cosas.
Los momentos históricos en que a cada generación le ha tocado ser joven estudiante de universidad pública, líder o miembro de una organización política, en este país, en el siglo XX y lo corrido del XXI, los ha puesto en correlación desigual de fuerzas con el desarrollo de sectores productivos explotadores, excluyentes y empobrecedores; con las ideas políticas hegemónicas concentradas en uno u otro partido, conservador o liberal, según cada periodo; y, con la acción represiva de un sistema antidemocrático, represor y vulnerador de derechos.
La universidad y la figura del enemigo interno
La configuración de ese "enemigo interno", en sus especificidades identitarias por lo que es, dónde acciona, cómo habita y se relaciona con los otros, implica su ubicación en un espacio-tiempo material, simbólico, histórico y social: la Universidad. En este caso, la Universidad Pública, categoría que también se define de acuerdo con las dinámicas de la política nacional, regional y local, políticas que, en un contexto de guerra, no se desprenden precisamente de lógicas académicas, pedagógicas y humanistas, como se supondría. El Estado colombiano y su régimen de seguridad interna han asumido la universidad pública como un espacio también "peligroso", por ello, de manera similar a las dictaduras, ha desplegado planes de "depuración" desarrollados desde ámbitos legales e ilegales.
Mientras el burro encorbatado se paseaba por la edificación, en un salón se arremolinaron los trabajadores sindicalizados. Su universidad se la peleaban el poder político de siempre y el recién llegado poder paramilitar. Temerosos, los profesores decían que nadie podía evitar lo que todo mundo comentaba en las esquinas (...), que el poder de las armas de derecha se terminara de tomar la universidad. Había erradicado del plantel todo aquello que le sonara a izquierda, y había sometido al clientelismo enquistado allí desde hacía años. (VerdadAbierta.com, 2013, párr. 2)
Las estrategias de guerra contra la universidad pública se han materializado en la perpetración de genocidio. Esta institución de un Estado de Derecho registra víctimas de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, crímenes de agresión, en una sistemática violación de los derechos contra su cuerpo integral: trabajadores, profesores, estudiantes, instalaciones, autonomía e institucionalidad (Beltrán et al., 2019). Estas lesiones a la Universidad como identidad buscan desarticular las organizaciones, los movimientos y las acciones colectivas, pero, además, pretenden generar miedo y desazón para imponer silencios, acallando la palabra, criminalizando el pensamiento crítico, judicializando la libertad de cátedra y castigando la investigación. El fragmento de la carta pública dirigida por el profesor Miguel Ángel Beltrán Villegas,2 el 3 de octubre del 2013, al otrora procurador de la República Alejandro Ordoñez, es ilustrador:
Ese conocimiento y ese respeto hacia los creyentes y no creyentes fue posible gracias a la formación que me brindó la Universidad Pública, donde la libertad de cátedra, y el pluralismo ideológico fueron siempre pilares fundamentales, como una valiosa conquista del movimiento universitario de Córdoba (1918) que se expandió a todo el continente. Son esos mismos principios los que su despacho acaba de cercenar gracias a su arbitraria decisión contando con la impasible mirada del rector de la Universidad Nacional, Ignacio Mantilla, quien frente al caso no sólo ha guardado un silencio cercano a la estolidez, sino que ha invocado el poder ilegítimo que Usted ostenta para solicitar su actuación disciplinaria sobre los trabajadores y funcionarios del Alma Mater que se han movilizado para reivindicar sus legítimos derechos. Acción que menoscaba la autonomía universitaria y que pretende ser replicada hoy por las directivas de otras universidades públicas.
Ese menoscabo que describe el profesor Beltrán ha sido sistemático, desplegando múltiples estrategias en las que la universidad pública ha sido afectada, cabe mencionar, por ejemplo, las limitaciones presupuestales que la reducen y los chantajes de planes de desarrollo puramente economicistas y mercantiles, o la precarización financiera a la que es sometida obligándola a vender servicios, lo que le ha implicado dejar de ser crítica. Un rasgo preponderante es la pérdida de su autonomía ante la represión política que la ha coartado como escenario de debate. Asimismo, sus dinámicas han padecido de manera violenta la instalación de ideologías, discursos y prácticas fascistas en sus gobiernos y algunos sectores de su comunidad, esto ha facilitado la toma de su funcionamiento por parte de grupos para institucionales. El siguiente fragmento de un artículo periodístico es apenas una muestra de la caracterización detallada (El Espectador, marzo 6 del 2015):
En 1995, tras el asesinato del profesor Francisco Aguilar3, los paramilitares se tomaron la universidad durante los siguientes nueve años, que tuvieron el poder en la región. En este periodo se registró la muerte de 15 estudiantes y profesores, decenas de amenazas a dirigentes sindicales, atentados contra miembros de la comunidad estudiantil de 15 estudiantes y profesores, decenas de amenazas a dirigentes sindicales, atentados contra miembros de la comunidad estudiantil y dos desplazamientos forzados. Entre lo más recordado está el asesinato de Hugo Iguarán Cote, un excandidato a la rectoría que fue ultimado por los paramilitares y el cambio de directrices que ordenó Salvatore Mancuso en 2001, tras obligar al Sindicato Nacional de Trabajadores y Empleados Universitarios (Sintraunicol) y la Asociación de Jubilados de la Universidad de Córdoba (Ajucor) a reunirse con él en Santa Fe de Ralito.
Los efectos de estas incursiones de guerra en las entrañas de la Universidad son históricos, superan incluso el marco cronológico del siglo XX. Las disposiciones que sobre ella se imponen han dependido de los regímenes que la definen también como botín de guerra, pues según las circunstancias sociopolíticas del momento, se determina no solamente su política universitaria, sino su acontecer como comunidad en términos bélicos y desde perspectivas militaristas. En su escrito ¡Un respetuoso saludo de bienvenida al señor coronel Agudelo rector de la Universidad Nacional!, Rodríguez (2006) así lo relata:
Desde su fundación la Universidad Nacional de Colombia ha estado íntimamente relacionada con el acontecer nacional. Su nombre original Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, es sólo una muestra de la cercanía institucional a la realidad del país en determinados períodos de la historia. En este sentido no era nada extraño que, hacia finales del siglo xix, las clases se vieran interrumpidas por las guerras civiles de esa tormentosa centuria (...) [continúa narrando el autor como] el 13 de julio de 1954, el coronel Manuel Agudelo entró a ocupar el cargo de rector interino de la Universidad Nacional por designación del general Rojas. Las protestas no se hicieron esperar. Incluso el magistrado Arango Vélez, encargado de investigar la muerte de los estudiantes, ocurrida a comienzos de junio, dimitió de su labor debido a que consideraba que la medida de nombrar a un militar en la dirección de la Universidad no iba a causar sino más problemas. El presidente objetó este argumento pues decía que: Al llevar a un distinguido miembro de las Fuerzas Armadas al frente de la Universidad Nacional se establece una estrecha y conveniente cooperación entre los estudiantes y militares. (pp. 65-66)
Esas irrupciones de guerra han interrumpido no solo las clases, sino la existencia de muchos miembros de la universidad, fracturando el devenir de colectividades estudiantiles, suprimiendo expresiones propias de las dinámicas de formación de la juventud universitaria y causando dolores tormentosos a su identidad colectiva. Estos efectos de guerra son eje central para el estudio histórico de la Universidad y su comunidad; las memorias testimoniales de las afecciones se constituyen en relatos que desarrollan reflexiones teóricas y epistémicas (Blair, 2008), pero también posibilitan poner en la escena pública discusiones que nos impliquen responsabilizarnos éticamente de esos otros (Mèlich et al., 2001) que se constituyen en parte de nuestra historia, pues sus experiencias nos configuran en un nos-otros narrado de modo identitario. Sus relatos bien pueden ser los nuestros, porque sus experiencias nos afectan, como las nuestras también los han afectado a ellos. Así lo dice Sonia Severini, sobreviviente de la dictadura argentina en Pájaros sin Luz, obra citada por Strejilevich (2006):
Lo que nos pasó a nosotros dejó una huella que perdura por varias generaciones. La historia no es la propia historia, la que vivió uno nada más, es una historia para atrás que podés conocerla o no, pero tu vida hasta que te mueras tiene que ver con eso (...) tiene tanta gravedad lo que pasó que las consecuencias perduran, es un tema irresuelto, que vuelve y vuelve siempre. (p. 11)
Narrativas testimoniales
Sus Nombres laten en cada respiro nuestro.
Sus Rostros habitan entre casas y puertos, ventanas y ríos, calles y parques. Sus manos están aquí en este arroyo de orfandad en este talego de murmullos fúnebres.
Sus pies tienen el aroma de la ausencia.
Sus Nombres polinizan otros nombres sin nombre
PIEDAD ORTEGA
Eso que vuelve e insiste siempre con sus huellas de afección hace que las historias se sigan viviendo y también padeciendo, incluso por generaciones, y mientras no se cierren las heridas, las cicatrices se abrirán una y otra vez, como si fueran siempre recientes, porque siguen siendo parte del hoy, de nuestra cotidianidad. Enfrentar esos pasados presentes, esas historias de dolor, posibilita abordar "lo que nos pasó" responsable, reflexiva y éticamente. Las narrativas testimoniales sobre las afecciones de una guerra de larga duración son en sí mismas acontecimientos éticos, pues emergen como acción de resistencia frente a las ausencias de esos otros que somos nos-otros, por lo tanto, el relato y el recuerdo sobre los otros ausentes, es la promesa de que nuestros propios relatos no se acallen. Asumimos con Blair (2002) que:
La narración emerge a través de relatos elaborados no a partir de una producción exacta, escrupulosa y lineal de la sucesión de acontecimientos, sino que se produce secuencialmente estableciendo relaciones, aportando detalles, introduciendo conocimientos socialmente compartidos, pudiéndose desplazar a través del pasado, del presente y del futuro, aprovechando la virtualidad que la narración tiene de poder reconfigurar el tiempo. (p. 25)
El acercamiento a estos "relatos de ausencia, recuperados y/o recreados desde las afecciones, potencia el testimonio como expresión de la memoria" (Todorov, 2002, p. 155) al posibilitar la recuperación del momento pasado y de las realidades vividas con una responsabilidad política del recuerdo, es decir, quienes han sobrevivido a la guerra, asumen sus relatos, desde la existencia del que ya no está, dándole así un lugar, un nombre, una identidad, en fin, rescatándolo de silencios impuestos, de olvidos pactados y de relatos silenciados.
La promesa se cumplió, pues a esas mismas solidaridades se le sumaron muchas más que nos abrigaron desde el primer día que salimos del penal, la calidez de sus vidas nos arropó y condujo a la confianza de nuevo. Muchas de esas gentes solidarias se encuentran en la U, hecho que no es menor ya que indiscutiblemente el retorno a la vida se vio marcado por la alegría de volver a nuestra segunda casa, esa que soñamos entre lágrimas volver a pisar, el almita mater que había cambiado, pero que seguía siendo esa trinchera de rebeldía que recordábamos. Volvimos y el habitarla de nuevo todos los días como en años pasados nos devolvió las sonrisas al rostro, conocer a otras nos sabía a chocolate con pan, a arepita con huevo batido, a tinto con peche, a almuerzo compartido y a pola u otro etílico que nos hacía danzar por las calles que volvían a ser nuestras, conocer a otras me resultó edificante y me hacía pensar en esas que ya no estaban y que viven en la memoria colectiva. Conocer a tantxs maestrxs con la humanidad a tope y una enseñanza de ensueño es algo que agradezco infinitamente, sentirme tan inquieta en sus clases porque constantemente me robaban suspiros y me hacían deseosa de ser tan tesa como ellas, gracias maestrxs, con ustedes aprendí a llevar la academia a la realidad social. (Apartes del relato de estudiante víctima de criminalización y privación de la libertad)
Narrarse por y con otros hace que los testimoniantes se redefinan como seres históricos, pues sus relatos están dotados de una gran complejidad enunciativa a través de la cual dan cuenta de experiencias que desbordan su propia subjetividad, al intentar representar desde sus experiencias, sentires y expresiones la presencia de "unos todos identitarios" pertenecientes a un país en guerra, a una universidad surcada por la guerra, a una generación heredera y portadora de las afecciones de esa guerra. No obstante, al reflexionar sobre sus relatos, la narración asume salvar distancia con quienes los separan de esos otros ausentes: personas, territorios, organizaciones, proyectos políticos, lo cual hace que se extiendan lazos narrativos que los siguen vinculando, con recuerdos activos y activadores del presente, como proyecto vital. En ese sentido, la función del testimonio como narración de resistencia y acción ético-política los recrea como sujetos narrados, narrables y narradores de su existencia a partir de su experiencia colectiva, instalándose así sus relatos en la esfera pública de manera crítica frente a su historia, memoria e identidad colectiva. Esta dinámica del testimonio permite el tránsito de sus afecciones, del dolor veneno, paralizante, íntimo, acallado a las memorias de las historias de dolor compartido, por lo mismo que demanda hacerse público, reconocible y por ende, reparable. Se cuenta lo que pasó, se denuncia lo que se padeció, se narra lo que se comprende, se relata lo que se analiza y se activa lo que se recuerda, para darle un lugar simbólico a lo vivido, un valor político a lo padecido y asumir una responsabilidad ética frente a lo exigido como derecho a la memoria. A continuación, se comparte un relato:
Luego de ello, de hablar con la gente de la organización, de digamos como darles un respiro en tanto pues íbamos a asumir todas y todos cuidarnos, pero pues digamos que sobre todo caía individualmente asumir protocolos, estar en otros espacios, no estar hasta tarde. Bueno, cuento con el valioso apoyo de docentes de la universidad que recuerdo muy bien en reuniones con ellas y ellos diciéndome pues que esta estaban para apoyarme en todo lo que yo requiriera y me aconsejaban pues digamos irme a vivir a otro lugar de la ciudad, inicialmente del país, fuera del país, pero, pues ahí entra a pasar muchísimas cosas principalmente que no es fácil ver que se van tantas y tantos y que en el momento en que estamos intentando nuevamente como abrir las alas e intentar volar, haciendo trabajo en la universidad y dándonos alientos y respiros en la juntanza, uno nuevamente tenga que irse y de esa forma. Realmente no sé de dónde saqué la fuerza, pero creo que había muchos miedos de por medio también como de abandono y lo he pensado mucho porque de alguna manera vivir en esas narrativas de violencia por las que atraviesa Colombia muchas veces implica que uno asuma una actitud en el trabajo político de mártir y no está bien, pero, pues eso se asume, muchas veces no se reflexiona, sino que simplemente sucede. al contarlo recapitulo y siento la fuerza la saqué porque no quiero dejar de volar, como no quiero que a otros les corten las alas, esto no me lo hicieron solo a mí, también a otras personas, a otras organizaciones. (Apartes del relato de líder estudiantil que ha sufrido persecución, amenazas y exilio)
Estos fragmentos narrados "expresan la historia como memoria, como experiencia" (Mèlich, 2001, p. 89), pues la toma de conciencia de lo que ha sucedido, de esas situaciones pasadas, en la emocionalidad y en la autorreflexión de lo accionado, se convierten en testimonios de trasmisión de conocimiento. Desde la palabra dada el narrador ofrece la posibilidad del vínculo entre pasado y horizontes de futuro, integrando la interpretación del presente, con el análisis del futuro en varios sentidos: produciendo una historia de vida compartida (organización) en el relato, asumiendo su experiencia vivida como una historia política que merece ser contada para darle lugar a otros que no pueden contarla, y a la vez, definirse como un sujeto narrable como protagonista de acción, sujeto histórico con identidad de ser, de estudiante, de joven universitario, de ciudadano colombiano portador de memoria viva. Nuevamente un fragmento de relato:
El dolor por lo perdido se ha construido como un relato vivido, miles de personas asesinadas, desaparecidas, heridas, presas y exiliadas reclaman a grandes voces justicia, justicia verdadera, justicia que repare, justicia que prometa verdad y no repetición, justicia divina que no espere su resolución en la infinidad del cielo sino en la finitud de la tierra, justicia que brinde redención a las víctimas y que de esta forma puedan reposar en las memorias, sentires y luchas de quienes día a día luchan por la construcción de un mundo nuevo.
Es imposible olvidar y perdonar a quienes tanto daño causaron a una sociedad entera, es imposible no sentir dolor, rabia e impotencia cuando se introduce en nuestra mente un recuerdo de aquellas noches oscuras, que pasaron entre balas y llantos miles de personas en esta cruenta guerra, es imposible no llorar al escuchar relatos cargados de sentires y dignidades que nos introducen en las catacumbas más profundas del conflicto colombiano, es imposible no llenarnos de empatía y solidaridad con aquellos seres violentados, es imposible no luchar por la preservación de su memoria, es imposible no batallar por la paz, la justicia y la dignidad.
Por aquellos que perdieron sus voces para convertirse en canciones, por aquellos que perdieron sus pies para convertirse en caminos, por aquellos que perdieron sus manos para convertirse en esculturas, por aquellos que perdieron su vista para convertirse en paisajes, por aquellos sepultados que se convirtieron en semillas, por aquellos olvidados que se convirtieron en memorias, por aquellos y muchos más juramos recordar y batallar, juramos amar y sanar, juramos caminar y avanzar, juramos vencer y venceremos. (...) (Fragmento de relato estudiante)
Este panorama es apenas un trazo grueso de relatos de la guerra colombiana, que sitúa sus efectos en el escenario de universidad pública. Algunas de las voces de los participantes, presentadas en fuente oral o escrita, dan cuenta de sus sentires, pensares y proyecciones como sobrevivientes de episodios tenebrosos, tratos ignominiosos, signaciones criminalizantes, entre otras, consecuencia de políticas de eliminación contra su identidad, dada la valoración que las doctrinas de seguridad estatales y sus fuerzas legales y paraestatales les dan como "enemigo interno". No obstante, cada fragmento también explicita estrategias de supervivencia, que políticamente tienen significado ético, pues en cada acontecimiento relatado se narran acciones de resistencia contra los métodos represivos y dispositivos de acallamiento. El contar, no olvidar y no dejar de recordar adquieren un valor importantísimo como promesa, bandera política y también identitaria, sus dolores siguen estando, incluso profundizándose, pero también es activador de creación, en sus rememoraciones hallan cómo conservar su identidad colectiva y su valor individual. Es una manera de hacer sus duelos, pero también de dimensionar sus experiencias en la construcción de saberes en torno a la historia reciente, memoria histórica y pedagogías de las memorias. Compartimos el siguiente texto testimonio:
Durante este proceso de narrarnos, hacia reflexiones y apreciaciones acerca de lo que es la memoria, como se ha vivido y como aún vivimos en una sociedad tan violenta que nos rodea. Los relatos permitían acercarnos a los sentimientos de dolor, tristeza y esperanza de todas aquellas personas y poblaciones que han sido marcadas por el conflicto, además de esto abordar escribir nuestros propios textos nos obligó a acercarnos a teóricos que nutrieron este ejercicio de memoria desde las narrativas, y luego podremos hacerlos con los cercanos. (Fragmento de relato estudiante, quien ha sufrido persecución y amenazas por pertenecer a grupo estudiantil universitario)
Responsabilidad de la escucha
Esta panorámica sobre los efectos de la guerra en jóvenes universitarios desde sus narrativas testimoniales amplía las perspectivas de acercamiento e invita a incorporar responsabilidades de escucha así como darle un lugar privilegiado a la presencia de los ausentes, pues "la ética es una relación con el otro que no puede describirse intencionalmente", dice Mèlich (2001, p. 12) citando a Lévinas. Esa relación implica reflexionar sobre cómo las historias oficiales han trasmitido desde sus narrativas las maneras en que se han suscitado los eventos crueles e inhumanos, los cuales han causado dolor a los sobrevivientes. De ahí la importancia de nombrar los vectores de memoria enfocados en criterios patrióticos, literales y descontextualizados basados en concepciones del mundo bipolar4 desde teorías homogeneizadoras como la de los dos demonios.5 Si no se contextualizan los relatos, la tensión narrativa de esas historias oficiales y sus vectores de memoria, con las narrativas de sobrevivientes en resistencia corre el riesgo de pendular en dos sentidos: banalización o revictimización.
Por ello, indagar las afectaciones de la guerra a partir de relatos experienciales desde la voz de los sobrevivientes demanda preguntarnos por los siguientes asuntos: ¿Para qué escuchar sobre el dolor en un país que, aunque se declare en transición, sigue viviendo en guerra? ¿Qué hacer con tanta verdad, cómo tramitarla, para no dejar expuesto el relato en vitrinas de exhibición? ¿Desde dónde y cómo tramitar los efectos de la guerra corporeizados en tanto despojo? Invitamos a reflexionar sobre el planteamiento de Piper (Clacso TV, 2019):
Cada vez más he ido pensando que las memorias colectivas forman parte o son una estrategia de los dispositivos transicionales. Durante el desarrollo de los conflictos, durante las dictaduras, durante las guerras o durante los enfrentamientos armados, no se habla de memoria: la gente habla de trauma, habla de efectos de la violencia, los cientistas sociales, los profesionales se preguntan cómo elaborar el impacto de la violencia, cómo terminar con la violencia. Se habla de trauma, se habla de la oración, pero no se habla de memoria. Lo que más se podría acercar es la idea de dejar registro en los archivos o dejar algún tipo de registro para que posteriormente eso se recuerde. Entonces, yo pienso que los temas de memoria se instalan de manera conjunta con los intentos de resolver los conflictos que es algo que uno puede ver en Colombia, por ejemplo, que cada vez que se ha tratado de desarrollar alguna iniciativa de acuerdos de paz se instala algún tipo de iniciativa de memoria, de cátedras universitarias, de congresos, empieza a ponerse el tema en el debate público. Y en las transiciones del Cono Sur es muy claro, porque tienen una marca: hay gente que habla de la línea imaginaria, de las transiciones, de cómo se establece una línea imaginaria que marca un antes y un después. (35m00s)6
Conforme a lo anterior, el ¡Nunca Más! como horizonte de sentido y acción ético-política, nos permite hacernos responsables de la escucha del relato de sobrevivientes, pues no se asume como dispositivo de memoria, categoría de estudio, línea imaginaria de un antes y un después, sino como proceso de resistencia, movimiento organizativo y apuesta política que no ha cesado en su lucha. Incluso mucho antes o por fuera de los marcos de intentos de negociación y ahora en modos de transición, ha buscado articular en el presente una transformación "no falseada entre pasado y futuro, entre historia y utopía" (Giraldo, 1998, p. 116). El ¡Nunca Más! es deseo, acción, convicción, resistencia y compromiso de memoria viva, por eso conjuga causas, circunstancias, lugares, proyectos, archivos, organizaciones, voces y polifonías de relatos y estéticas narrativas con el ánimo de instalarlas en la esfera pública. A continuación, un fragmento de relato:
Las historias contadas desde perspectivas diferentes, pero no aisladas a la cruel realidad de que aún se persigue a los promotores de la justicia, serán contadas y nunca más olvidadas, porque aunque siempre se han querido silenciar sus voces, y desafortunadamente en muchos casos lo han logrado; pero en otros sin importar lo que tengan que hacer para sobrevivir seguirán hablándole al mundo de sus historias, a pesar del sufrimiento hay claridad en que siempre se debe recordar y no echar al olvido las injusticias, la opresión, la estigmatización, y quienes tenemos la responsabilidad de no olvidarnos de los hechos tristes que no nos dejan tener paz, justicia, equidad y empatía, tenemos que entender lo que nos cuentan, para aprender de ello y jamás volver a repetirlo. (Fragmento de relato estudiante de Universidad, participante (A) de proceso de formación en pedagogía de la memoria y narrativas testimoniales del conflicto armado)
Lo testimonial vislumbra la preocupación por la formación de lo humano, sumado a la exigencia de derechos, las maneras de relacionamiento y las condiciones justas y equitativas de ese relacionamiento. Por consiguiente, lo expresado nombra las ausencias y las responsabilidades de quienes sobreviven a esas ausencias, recreando a Mèlich (2001), una forma de custodiar el lenguaje de su irremediable caída en el mal, es hacer la promesa de que, al conocer tu historia, yo haré todo lo posible porque no se repita con ninguna otra persona. La guerra, sus manifestaciones y sus efectos marcan en la experiencia del sobreviviente, hechos de sometimiento, pero a la vez territorializan improntas de intentos de liberación de ese sometimiento. La reconstrucción de la memoria en los estudiantes deja claro que la solidaridad, su identidad colectiva y su condición de jóvenes que han sido golpeados de distintas formas en sus cuerpos integrales pueden tejer voces y relatos de otros que han luchado y siguen luchando por su dignidad, así se expresa en este relato:
En cuanto a mi posición como estudiante y maestra en formación, desde el dolor y la digna rabia, que también he llorado y pasado noches en vela, escuchando los estallidos de aturdidoras y gases, el sonido de balas asesinas, sintiendo la asfixia de los gases que se esparce por las calles, el olor a sangre que inunda nuestra tierra, comprendo y apoyo la lucha social, exijo justicia y reparación para todas las personas y familiares de asesinados, violadas, desaparecidos, violentados y masacrados, pido a gritos un BASTA YA. NUNCA MÁS, no queremos más violencia, no queremos más humillaciones, no queremos más pobreza, buscamos un cambio, buscamos una vida digna, buscamos respuestas, que se proteja la vida, lo que es esencial para sostenerla. (Fragmento de diario pedagógico estudiante de Universidad, participante (B) de proceso de formación en pedagogía de la memoria y narrativas testimoniales del conflicto armado)
Recuperar la memoria para exigir justicia y reparación es hacer una apuesta por la existencia, posicionándose desde el ser y desde el quehacer, en el cual se crean dinámicas para que lo injusto e inhumano no se repita jamás, para que el futuro no se mencione sin raíces, pues lo que desde el dolor se narra dimensiona y orienta las búsquedas de respuestas a partir de un sentir comprometido con la vida. Las proclamas de un ¡Basta Ya! y el ¡Nunca Más! nombran los relatos de personas y familias que han sufrido las afecciones de la guerra traducidas en crímenes: desapariciones, violaciones, asesinatos..., que en la experiencia del sufrimiento son abordados desde el saber de lo sentido y la formación de lo ético construidos a partir del dolor.
Historias de dolor y relatos de resistencia
A partir de la propia escucha de historias de proyectos de vida, colectivos de organizaciones y movimientos de los que hacen parte los estudiantes afectados, emergen sentidos de resistencia con intención transformadora e interpretativa frente al dolor. La exigencia de pensarnos la Universidad como proyecto de formación en unos saberes (pedagógicos, específicos, disciplinares, sensibles, históricos, escolares y de vida), así como los modos de producción contextual de los efectos de la guerra. Las preocupaciones que se plantean luego de hacer ejercicios situados y de memorias experienciales son precisar y darle un lugar al dolor desde estas preguntas: ¿qué produce?, ¿sobre qué interroga?, ¿en dónde se ubica?, ¿a quiénes y cómo afectan, las posibilidades de su tramitación y las potencialidades de su enunciación?, pues como lo plantea Blair (2005):
El esfuerzo que habría que hacer entonces con la puesta en marcha de ejercicios de la memoria, sería tratar de precisar los aspectos que permitan interrogar la espacialidad en sus diversas dimensiones: física o geográfica, antropológica o significada y, finalmente, corporal. Esta aproximación permitiría no sólo saber cómo, con qué, desde dónde funciona la memoria, sino también identificar esas otras dimensiones espaciales de la guerra que creemos trascienden, con mucho, sus componentes geofísicos e involucran componentes más simbólicos y más inmateriales, que tienen que ver con los procesos de significación del territorio, esto es, con las territorialidades, en términos antropológicos pero que, igualmente, involucran el cuerpo, material y simbólico como una espacialidad donde también se desarrolla la guerra y actúa la memoria. (p. 14)
La obra de Claret (2006) es ilustrativa para el acercamiento a esta temática, dado que nos posibilita enfocarnos en conocer las maneras como la universidad pública ha sufrido de forma continua, desde el siglo XX, los embates de la guerra. En el caso particular de Colombia, modelos culturales conservadores, élites cerradas, sistemas políticos excluyentes, políticas de vigilancia y criminalización han tenido impactos estructurales, pues no solo son "los reajustes" administrativos y la expedición de políticas las que han desgarrado a la universidad, como lo avizoran los relatos; ha sido la represión política y la decisión de un proyecto educativo jerárquico, confesional y extranjerizado los que han generado, sostenido y legitimado la guerra contra la universidad. Los efectos de la guerra se manifiestan en la vida cotidiana de las personas que sostienen y habitan la universidad, en sus funciones estructurales en conjunto, en las experiencias e historias individuales y las trayectorias colectivas que han sido lesionadas por la lógica de represión contra el sector académico, pero también sus territorios, proyectos, dinámicas organizativas y corporeidades. Una expresión de esta guerra se visualiza en el siguiente relato:
Las universidades sufrieron la guerra sucia ya que no estaban de acuerdo con políticas, estigmatizaron los movimientos estudiantiles haciendo plan pistola para asesinar a estudiantes, docentes y trabajadores tomando la arbitrariedad y la fuerza para defender el régimen del Estado. El genocidio contra los estudiantes es porque estos se instruyen y piden respuestas al Estado (...) estos genocidas solo buscan callar a los estudiantes en sus protestas sociales (...). Se llevan a cabo capturas de estudiantes y hacerlos culpables de manera pública de cargos criminales en los que no tienen nada que ver, juzgarlos (...). (Fragmento de relato estudiante de Universidad, participante (C) de proceso de formación en pedagogía de la memoria y narrativas testimoniales del conflicto armado)
En este fragmento se explicita qué ha sufrido la Universidad, desde dónde y quiénes le han infligido ese sufrimiento y de qué modo lo han hecho, qué buscan al hacerlo. Las afectaciones de la guerra dimensionan una identidad concreta universitaria, la cual permite reconstruir y explicar por qué la universidad es víctima. Los relatos, por supuesto no son suficientes para explicitar la historia del dolor de la universidad, no obstante, como lo plantean Franco y Levín (2007), el valor de estas fuentes posibilita desentrañar significados, generar diálogos sobre el dolor padecido, potenciar el discernimiento frente al trámite de, lo que más arriba llamamos, transitar del dolor veneno a la acción transformadora.
Sin duda el escucharnos ha sido al igual que la universidad y el contexto que nos rodea bastante difícil de realizar, pues durante su realización siguen múltiples eventos trágicos que nos han dejado en un estado de impotencia y tristeza, pero gracias a este ejercicio, me ha permitido reflexionar todos estos hechos, a pensarme en un cambio de cómo tratar nuestros problemas y sentires de una forma que nos siga aportando, para entender que la solución no es una venganza que desencadena en más violencia, y eso sin duda es lo que menos necesitamos en momentos tan grises por los que estamos pasando, sino más bien necesitamos blindarnos desde el amor, la empatía, el acercamiento y la búsqueda de nuevas formas para tramitar las diferencias, problemas y roces que nos rodean; si logramos eso seremos más efectivos en la exigencia conjunta de nuestros derechos: que nos digan la verdad a nosotros y al país, que tengamos justicia por todo lo que nos han hecho, que nos reparen como Universidad y como miembros de organizaciones que han sido atacadas, y que se comprometan a respetarnos y que jamás otros tengan que sufrir lo que nosotros sufrimos (...). (Fragmento de relato estudiante, quien ha sufrido persecución y amenazas por pertenecer a grupo estudiantil universitario)
Atendiendo a esa autorreflexión, quien narra afianza sus sentimientos, pensamientos, actuaciones, apuestas en su identidad colectiva y sus estados emocionales, los que le impulsan a tramitar las diferencias y a exigir justicia por todo lo que les han hecho. La propia narración le da lugar al sufrimiento, de ahí que la enunciación supone que el relato tiene de facto un lugar en la memoria, en la historia y en la existencia colectiva: los estudiantes en particular, pero la comunidad en general, pues toda la universidad se ve afectada, por eso también es responsable de no olvidar. El ser sobrevivientes de ese hecho (o haber salido ilesos, quedado en libertad, o no tener que estar forzadamente en la clandestinidad o en exilio) le imprime al relato un grado de responsabilidad no solo en el enunciado, sino en la evocación. A las lesiones sufridas por sus cercanos se suma que los hechos vulneradores no cesan y aun así, le dan el valor de lección al relato, pues se trata de un acontecimiento singular, para el narrador históricamente incomparable, existencialmente distinto, pues se trata de su vida, su afección y su relato, vivido, padecido e interpretado solamente por el narrador sobreviviente que toma lugar como "yo" en su narración, al respecto nos dice Mèlich (2006)
«¿Quién soy yo?» Ahora bien, la memoria debe ser usada, y existe una «memoria que salva» y una «memoria que mata» o, en otras palabras, un buen uso y un mal uso de la memoria, una memoria que humaniza y una memoria que deshumaniza. (p. 118)
Cada relato es la conjugación de emocionalidades, razones y acciones de resistencia. La criminalización de su identidad afecta esos "yo" de la sociedad, expresiones organizativas y culturales, pues hay momentos en los que se auto asumen desde la negatividad: impotentes, incapaces, individualistas, pero al situarse en colectivo y narrarse de modo histórico, esa construcción del "yo" en relación con otros, se configura en unidad integral: espacio, símbolo, tiempo para consolidarse como ser universitario, que ha tenido un tratamiento de "enemigo".7
Los efectos, entonces, para los jóvenes universitarios y sus agremiaciones colectivas tienen íntima relación con el tratamiento que se les otorga de "peligrosos", pues el Estado colombiano, al declararlos como enemigos internos, significa definir a las universidades como nichos de la subversión8 y terrorismo,9 desplegando sistemáticamente toda la fuerza de una guerra irregular. Por ello, los temores, ansiedades y zozobras vislumbradas en los relatos tienen sustento en acciones de violencias, ya que contra la universidad pública como identidad espacial y simbólica han operado políticas de eliminación que se concretan en genocidio, como se ha demostrado en informes y testimonios.10 En los relatos, por ende, se reconocen prácticas en torno a las desapariciones y desplazamientos forzados, asesinatos, hostigamientos constantes, vulneración al DiH (cuando la Universidad y su población no se respeta como población y lugar protegido); de igual forma, cuando contra la comunidad y algunos de sus miembros se han usado armas no convencionales, a lo que se suma el cercenamiento y criminalización del derecho a la autonomía, la protesta y el libre desarrollo a la personalidad. Durante la escritura de este texto (2021) y en coyuntura con la manifestación social y política en contra del modelo político, económico, social, de salud y educativo, a las vulneraciones ya mencionadas se suma contra la juventud y la universidad, el cometimiento de delitos como juvenicidio yfeminicidio.
El hecho de que históricamente los jóvenes universitarios hayan sido atacados, vulnerados, diezmados, eliminados, por quien se supone es el garante se su existencia digna: el Estado, los pone en una contradicción existencial, en tanto que la vulneración de la memoria material y simbólica deriva en efectos sensibles que no se pueden medir, ni dimensionar en cifras, rangos, o cálculos pues son tan hondos, recurrentes y trasmisibles que suscitan reacciones biológicas, químicas y neurales manifestadas en síndromes, patologías y comportamientos alterados; a su vez, enraízan sentimientos de desconfianza, traducidas en miedos, pánico, depresiones, bulimias y otras alteraciones del sistema psíquico. Desde el punto de vista relacional, la afectación es integral, por eso su reparación también requiere serlo.
Esas ausencias pesaron mucho, mucho porque eran amigos, amigas que ya no se iban a encontrar en el día a día, sumado a los otros compañeritos del montaje judicial, pero también porque pues uno se da cuenta de que lo valioso de una lucha organizada conjunta, colectiva, es eso estar juntas y juntos y eso dan ganas de llorar y llorar y llorar hasta que ya no quiera uno más llorar. Digamos que no todos se fueron, no todos nos fuimos, algunos muy pocos, pero los suficientes nos quedamos, y los suficientes para intentar seguir caminando... (Apartes del relato de líder estudiantil que ha sufrido persecución, amenazas y exilio)
A modo de cierre
Quienes hicieron parte fundamental de esta investigación han reconocido que las afecciones sufridas implican que se piensen en torno a una reorganización social y colectiva que tenga como propósito político buscar la construcción de proyectos y vínculos a largo plazo, desde el respeto a sus autonomías, la entrega de solidaridades y el despliegue de responsabilidades en torno a horizontes comunes. Tales elementos les permitirán recomponerse de algunos de sus traumas y duelos. Por medio del relato identitario fue posible la emergencia de narrativas desde lo común compartido, como díada vulneración/resistencia; dolor/persistencia; sufrimiento/sostén. Estos asuntos nos permitieron tematizar las siguientes entradas analíticas:
La acción de los jóvenes universitarios afectados por la guerra no surca en extremos entre quienes participan organizativamente y quienes no lo hacen, pues las redes afectivas trascienden esa característica hacia la identidad de pertenencia: ser jóvenes universitarios de la universidad pública.
La singularidad de pertenecer a grupos organizados apunta a unos intereses colectivos de reconocimiento y acción, que le son propios y algunas veces trasmitidos de acuerdo con experiencias de otros (ideológicas, partidistas, territoriales) pero que como víctimas no trazan fronteras en el reconocimiento de dolores compartidos.
El sujeto, individual y colectivo de joven universitario es vinculante, pues esa definición consciente, frente a la guerra, los hace iguales de peligrosos, enemigos, detractores, opositores; de ahí que, en términos de vulneración y estigmatización, aunque haya comprensiones situadas, cuando se produce la lesión se asume en igualdad. Es la universidad pública la lesionada, su comunidad y su identidad.
La motivación de ser joven de universidad pública per se pone a esta identidad en medio de la guerra, pues histórica y socialmente la universidad se ha entendido como centro de pensamiento, lugar de debate y acción crítica frente al sometimiento, por eso y a pesar de no estar definida como actor bélico, contra ella se accionan estrategias de guerra.
Los relatos polémicos sobre las afecciones se salvan de engrosar los anaqueles de informes saturados y desatendidos, pues la importancia de narrarse a sí mismos, les imprime en forma consciente la responsabilidad de posicionar políticamente su relato, no como exhibición sino acción ética.
Por último, planteamos que las narrativas testimoniales se constituyen entonces en una invitación para el reconocimiento de memorias propias, de allegados, de próximos, de víctimas, sobrevivientes y testigos. Narrativas tejidas entre tonalidades, partituras, poemas, puestas en escena, relatos y, sobre todo, que se siga escribiendo en la escucha, en la esperanza y en la acogida; porque, como lo nombra Samuel Beckett (2006) en Esperando a Godot11"el aire está lleno de nuestros gritos. Pero La costumbre ensordece". De ahí que las narrativas desde una escena formativa entrañan la posibilidad de cuidar del otro, de regalarle su acogida, de recepcionarlo en el esplendor de sus diferencias. De tener la lucidez, así como la sensibilidad, la ternura y el tiempo sereno para el reconocimiento y la escucha del relato del "otro".