Introducción
Hacia el siglo XVI, la Gobernación del Tucumán y la Capitanía General de Chile (denominada por ese entonces reino de Chile), se disputaron la región de Cuyo por el derecho de apropiarse de grupos nativos (denominados huarpe3) en calidad de encomiendas sin residencia. La Corona dirimió el conflicto a favor de la Capitanía y dictaminó que Cuyo sería su corregimiento, aunque esto no evitó que Córdoba continuase extrayendo indígenas de esa jurisdicción (Gascón, Periferias). Así, desde la ciudad de Santiago se emprendió el proceso de fundación de ciudades hacia el este de la cordillera de los Andes, de esta manera quedaron establecidas Mendoza (1561), San Juan (1562) y San Luis (1594).
Como indica Michieli (La fundación de villas 22), las dos primeras fueron fundadas “por la imperiosa necesidad de mano de obra indígena que tenían los habitantes de las ciudades chilenas de Santiago y La Serena para seguir subsistiendo”, en tanto que la fundación de San Luis se debió al interés de comunicar a Chile con el puerto de Buenos Aires, favoreciendo de este modo el comercio de vinos, aguardientes y vacunos (Michieli, La fundación de villas 23). No obstante, con la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 y la aplicación de la Real Ordenanza de Intendentes en 1783, Cuyo sufriría un gran cambio: pasó a la jurisdicción del nuevo virreinato como parte de la Intendencia de Córdoba del Tucumán4, aunque ello no implicó cortar los variados vínculos que tenía con el reino de Chile.
Las investigaciones que se han realizado sobre los espacios fronterizos del reino de Chile y del virreinato del Río de la Plata los conciben como áreas porosas y permeables donde se dieron interacciones, intercambios pacíficos o violentos, procesos de aculturación y de mestizaje cultural, social, político y económico, entre otros fenómenos5. A partir de ese enfoque, en el presente artículo se propone un análisis del espacio fronterizo bajo jurisdicción de la ciudad de Mendoza. Los estudios existentes sobre este espacio han hecho aportes con respecto a su configuración (Semadeni; Michieli, La fundación de las ciudades; Michieli, La fundación de villas; Palacios; Gascón, “Recursos”; Gascón, Periferias; Prieto, “La frontera”; Prieto, “Formación”) y avance de la frontera desde el río Mendoza hasta el Diamante, así como las relaciones interétnicas6 entabladas allí (AHPM, La frontera; AHPM, El fuerte; Roulet, “De cautivos”; Roulet, Huincas). A pesar de ello, el foco generalmente estuvo puesto en el avance hacia el sur de la ciudad7, en esa porción de una vasta extensión territorial que aquí se concibe como gran frontera sur8. En esta oportunidad se centra la atención en la conformación de la frontera oriental de Mendoza hacia el siglo XVIII, partiendo de la hipótesis de que el espacio fronterizo de aquella ciudad se extendió hacia el sur pero también hacia el este, en las cercanías del río Tunuyán y llegando a la delimitación natural brindada por el río Desaguadero. Además, en dicho espacio se dieron tensiones y amenazas latentes que llevaron a las autoridades coloniales a ocuparse también de ese sector de la frontera, así implementaron los mismos recursos que para el sur -tales como instalación de reducciones y fortificaciones defensivas, entre otros- con el afán de mantener controlados a los grupos indígenas no sometidos. En este escrito se analiza la evolución de las estrategias defensivas implementadas para el paraje de Corocorto, con el objetivo de poner en perspectiva su rol dentro de ese espacio fronterizo. Se utiliza bibliografía específica y fuentes documentales inéditas albergadas en el Archivo Histórico de la Provincia de Mendoza (AHPM) y fuentes publicadas en la página web Family Search (FS).
Mendoza y su relevancia en el territorio virreinal
Durante el periodo colonial temprano, las ciudades de Cuyo9 -Mendoza, San Luis y San Juan- fueron áreas marginales dentro del reino de Chile (Prieto, “Formación”; Gascón, Periferias). Sin embargo, a fines del siglo XVI, la ciudad de Mendoza se articuló a la frontera de Arauco10 y consecuentemente al espacio imperial por medio del aprovisionamiento de recursos materiales (ganado vacuno, caballar, cobre, trigo y vino, entre otros) y humanos (extracción de indígenas huarpes mediante las encomiendas sin residencia) a través de la ruta que conectaba Buenos Aires con Santiago de Chile vía San Luis (Gascón, Periferias).
Entonces, a pesar de que la colonia periférica de Mendoza no estaba ubicada en la frontera estrictamente geográfica y militar, devino en una frontera interétnica y adquirió la dinámica de sociedad de frontera, porque allí confluyeron dos sociedades distintas -la indígena y la europea- con sus similitudes, diferencias e interacciones (Gascón, “Recursos”; Gascón, Periferias). Asimismo, se erigió como punto estratégico en los ámbitos comunicacional, logístico, defensivo y comercial. En efecto, constituía un resguardo de las plazas de Santiago de Chile y Valparaíso (Semadeni) y paso directo hacia ese lado de la cordillera, una verdadera bisagra entre territorios que conectaba las ciudades más importantes del virreinato.
Las fuentes documentales dan cuenta expresa de la relevancia de la ciudad de Mendoza y su pertenencia al espacio imperial: en 1608, la audiencia de Chile detalla que Mendoza es “la escala de lo que entra y sale en esas provincias [San Juan de la Frontera y San Luis] y donde se reparan los socorros de la gente que se envía de estos reinos” (Jara y Pinto 257). Asimismo, señalan la importancia de esa frontera, la necesidad de atenderla y defenderla por el bienestar de otros emplazamientos fronterizos, así como la retroalimentación entre esos puntos. Así, en 1798, José Francisco de Amigorena escribía en carta al virrey Rafael de Sobremonte “[...] lo que importa la atención de esta Frontera como punto donde concurre el buen, ó mal éxito de las otras de avajo, y aun de las de Chile” (AHPM, EC, SGI, C30, doc. 44, 19 de julio de 1798). Además:
[...] cuias novedades [la de los ataques indígenas] nunca llegan á saberse tan pronto ni tan bien en aquellas [las fronteras de Buenos Aires y de Chile] como en este punto, ni ninguna otra Frontera puede producir los necesarios fines de cubrir a las demas con todo el giro del comercio de Chile á Buenos Aires tan bien como esta [la de Mendoza], por su local situación para adquirir noticias de las dhas naciones [pehuenches, huilliches, ranquelches y pampas], por lo que ella misma le facilita para trasladarlos á las otras á fin de que las halle el enemigo apercibidas. (AHPM, EC, SGI, C30, doc. 44,19 de julio de 1798)
Por último, enfatiza el rol persuasivo de las fuerzas milicianas y fronterizas “y por que aun con solo hacer de esta un movimiento que los amenace y persiga por cualquiera rumbo, es suficiente para que se contengan” (AHPM, EC,SGI, C30, doc. 44,19 de julio de 1798).
De acuerdo con su acta fundacional, la ciudad de Mendoza tenía como límites de su jurisdicción: al norte las lagunas de Guanacache, al sur el valle del río Diamante, al oeste la cordillera de los Andes y al este el cerro junto a la tierra de Cayo Canta (Zinny). Coincidimos con Palacios, quien plantea que las ciudades indianas eran verdaderas ciudades-territorios en los cuales debe considerarse no solo la parte netamente urbana sino también sus alrededores, que pueden llegar a implicar cientos de kilómetros a la redonda. En relación con ese planteo, consideramos que las delimitaciones detalladas en el acta fundacional se corresponden con una formulación ideal, a la que seguirían medidas puntuales para avanzar y ampliar el espacio bajo jurisdicción de la ciudad, para alcanzar esos puntos preestablecidos.
Con respecto al límite norte, tal como afirma Palacios, este puede indicar que la Corona preveía un futuro avance con la fundación de la ciudad de San Juan, cuyo límite sur llegaría -a su vez- hasta el valle de Guanacache. Esto último puede ser corroborado si se repara en el acta fundacional de la ciudad de San Juan de la Frontera: “á la cual doy por término y jurisdicción [...] hácia la banda del sur hasta el valle de Guanacache” (Zinny 120). A pesar de ello, tal como comprueba Michieli (La fundación de villas), las lagunas de Guanacache fueron conjuntamente explotadas por San Juan y Mendoza.
En cuanto al sur, si bien desde la fundación de la ciudad -y hasta 1660/1668 aproximadamente- entre el río Tunuyán y el Diamante hubo ocupación hispano-criolla efectiva, en los años siguientes se produjeron algunos retrocesos, por lo que se puede establecer que esa delimitación recién se afianzó con la instalación del fuerte de San Carlos en 1770 y más claramente con el de San Rafael en 1805.
Sobre el límite este, Levillier (citado en Palacios) sostiene que el cerro junto a la tierra de Cayo Canta se correspondería con la actual sierra del Gigante en la provincia de San Luis (305). Por su parte, Palacios aporta que la referencia a este límite se toma dado que se preveía “la fundación de la ciudad de Benavente, cuyo término oeste llegaría hasta las actuales sierras occidentales de San Luis” (305). Esa ciudad nunca se fundó, aunque sí se estableció San Luis, cuyo “término oeste [llegó] hasta el río Desaguadero (adyacente a las sierras occidentales de San Luis)” (305).
No obstante, los límites continuaron generando disputas, por ejemplo, en torno a la sujeción de los indígenas que habitaban la depresión central que corre en paralelo al río Desaguadero, hacia el este de dicho cuerpo de agua (Palacios 1031). Así, para dirimir los desacuerdos entre Mendoza y San Luis y los reclamos de los vecinos y encomenderos puntanos, el 5 de septiembre de 1603, desde Santiago de Chile, el gobernador Alonso de Rivera resolvió que el límite oeste de la ciudad de San Luis sería hasta el río Desaguadero (coincidiendo con lo establecido en el acta fundacional de la ciudad). A pesar de ello, consideramos que a Mendoza continuaron incumbiéndole cuestiones acontecidas más allá del Desaguadero y vinculadas con los pueblos indígenas -sometidos o insumisos-, aunque ello excediera sus límites jurisdiccionales declarados. Como consecuencia de ello, las autoridades mendocinas debieron diagramar diferentes estrategias para colaborar con San Luis y al mismo tiempo evitar ser afectadas en demasía e incurrir en gastos excesivos o ser foco de ataques indígenas. Este punto se trata más adelante.
De posta a pueblo de indios y villa
En torno a las ciudades hispanas se crearon redes de villas y pueblos que concentraron organizadamente a los pobladores y permitieron afianzar el control de la ciudad sobre los territorios circundantes. En relación con ello, este apartado se enfoca en el acontecer histórico de la posta de Corocorto.
En su afán por dominar a la población indígena que se mantenía insumisa al poder español, la Corona implemento múltiples estrategias: construcción de fuertes, reducción y catequización indígena, tratados de paz y vinculación con grupos nativos en calidad de indios amigos (Nacuzzi). A pesar de su localización periférica con respecto a la ciudad de Mendoza, Corocorto fue contemplado por las autoridades coloniales como lugar propicio para implementar algunas de esas estrategias, entre ellas: instalar allí una reducción, construir una fortificación defensiva y mantener una guarnición miliciana. En relación con ello, se parte de la consideración de que Corocorto da cuenta del modo en que se dio el avance colonizador de los hispanocriollos hacia el este de la ciudad.
El paraje de Corocorto tenía una relevancia destacada en la época colonial, tanto por sus recursos naturales (contaba con tierra fértil y madera) como por ser paso obligado y posta11 estratégica en el camino real -de la Travesía o del Medio- que unía el océano Atlántico con el Pacífico, pasando por las ciudades de Buenos Aires, Córdoba, San Luis y Mendoza para luego cruzar la cordillera de los Andes, adentrarse en Chile y desde allí dirigirse al Perú (Prietoet al.). En el camino de carretas desde Mendoza hasta el litoral rioplatense, a la altura de Corocorto “se abrían dos rutas, una hacia las lagunas, al norte, y otra hacia el este, que atravesaba el río Desaguadero y se dirigía a San Luis y desde allí a Buenos Aires” (Sanjurjo 243). Se esperaba que esta posta protegiese a los comerciantes que se dirigían a Buenos Aires con sus vinos y aguardientes, entre otros productos regionales.
Por otra parte, fue tierra de encomiendas12. Durante su etapa colonial temprana Cuyo sirvió de proveedora de mano de obra indígena huarpe al reino de Chile y muchos de sus habitantes nativos fueron repartidos entre los vecinos del otro lado de la cordillera. A pesar de que tras la fundación de las ciudades cuyanas se instaló el régimen de encomiendas allí, los vecinos de Santiago siguieron extrayendo huarpes. Entre 1610 y 1670 se incrementó notablemente la demanda de mano de obra indígena desde y hacia Chile, lo cual devino en una marcada disminución de la población nativa13 que afectó a los encomenderos de ambos lados de los Andes. Debido a ello extendieron su radio de interés y acción hacia el norte y el este de la ciudad de Mendoza, hacia el complejo lagunary el río Desaguadero (entre ellos, el paraje de Corocorto), e incorporaron a nuevos grupos indígenas (Prieto, “Formación”)14.
Así, Corocorto quedó incluida en el sector en el que funcionaba una franja de amortiguación que, como indica Prieto (“La frontera”; “Formación”), estaba conformada por algunas tolderías de indios amigos puelches chiquillanes15 y se ubicaba entre el río Tunuyán y el Diamante, y de oeste a este, entre los valles intercordilleranos y el río Desaguadero.
Hacia mediados del siglo XVIII, enmarcada en el afán de las autoridades virreinales por llevar a cabo una colonización planificada y racional del territorio, cobró relevancia la Junta de Poblaciones de Santiago16. Esta asumió la labor de instalar pueblos de indios en Cuyo para reducir a los indígenas que se encontraban dispersos. Mediante la implementación de este dispositivo de control se pretendía garantizar la sedentarización de esos individuos, sondear sus movimientos, así como limitar su circulación, asegurar su productividad, además de frenar los ataques de indígenas enemigos y someter a la población concentrada en un mismo emplazamiento a la justicia real e Instrucción religiosa17 (Sanjurjo; Katzer). De este modo, quedaron instalados poblados en los valles de Uco, Corocorto y lagunas de Guanacache18 (Sanjurjo).
Durante la gestión del corregidor y justicia mayor de Cuyo, Eusebio de Lima y Meló, se llevó a cabo en Corocorto la matrícula de habitantes, con un resultado total de 270 personas, en su mayoría indígenas. Allí se ideó instalar un pueblo de españoles y otro de indios. No obstante, lo primero no prosperó porque los españoles eran pocos en el lugar y aunque se intentó atraer extranjeros residentes en la jurisdicción de Mendoza -mayoritariamente portugueses- argumentaron que no podían abandonar sus bienes y actividades para radicarse en el lugar, ya que allí podían ser atacados “por las irrupciones de los indios enemigos, no habiendo presidio ni fortaleza que los defienda”, además de las “perniciosas consecuencias para sus familias” (Sanjurjo 245). Con respecto al pueblo de indios19, fue delineado con la visita del oidor real don Gregorio Blanco de La y sequilla y fundado en 1756, tras lo cual se repartieron solares y tierras a los indígenas matriculados, además de destinar otros para futuras construcciones como la iglesia parroquial, el hogar del clérigo, la cárcel, entre otras.
Según Escolar (“Jueces”), la negociación durante el proceso de fundación del pueblo en Corocorto fue favorable a las parcialidades indígenas (a causa de su fortaleza territorial o debilidad del control colonial) que al reducirse pudieron proteger sus tierras y además mantener su modo de vida y ocupación del territorio en patrón disperso. Esto era evidente cuando en 1785 el capitán Pedro Chacón convocó a sus fuerzas milicianas y advirtió a las autoridades que “Para juntarse esta Compañía se necesitan tres días por hallarse dispersos” (AHPM, EC,CCM, C74, doc. 13,8 de mayo de 1785).
Fuente: elaboración de Carlos Maximiliano Ortiz con base en las ideas de la autora y de Bosé, Sanjurjo, Prieto et al. y Prieto (“La frontera meridional”).
En 1791, el estatus de Corocorto cambiaría notablemente. El comandante José Francisco de Amigorena20, comisionado por el intendente de Córdoba del Tucumán, el marqués Rafael de Sobremonte, para ocuparse del poblamiento de la campaña, refundó Corocorto, que pasó a llamarse villa de San José de Corocorto (hoy Villa Antigua, departamento de la Paz, Mendoza, Argentina)21.
Corocorto y su participación en la política fronteriza
El paraje de Corocorto puede considerarse un sitio estratégico dentro de la política fronteriza. Fue posible identificar diversos aspectos en esa estrategia, como los meramente defensivos -que buscaban instalar fuertes-, los de control y reducción de los grupos nativos insumisos y las acciones para sobrellevarla carencia de pobladores y milicianos en la frontera de Mendoza.
El 3 de julio de 1773, desde Santiago de Chile, el gobernador Agustín de Jáuregui dio indicaciones al Cabildo de Mendoza para construir un fuerte en Corocorto con el objetivo de salvaguardar:
el Camino de Buenos Aires, sirviendo también de maior seguridad a los transequentes por que estando en el promedio de la Ciudad de San Luis Déla Punta y esa, se les fazilita la provision de víveres, para seguir su marcha, y otros ausilios que franquean los Pobladores. (AHPM, EC, C40, doc. 123,3 de julio de 1773)
No es sorprendente la elección del paraje, en virtud de su localización: ‘imposibilita o hase difícil la ynternazion délos Ynfieles hasta ese paraje y los que siguen a esa Ciudad [... ]” (AHPM, EC,CCM, C40, doc. 123, 3 de julio de 1773) y por ser el lugar intermedio entre San Luis de la Punta y Buenos Aires donde podían proveerse de víveres para continuar con la marcha, así como por su pasado reduccional. Con respecto a esto último, el mismo gobernador resaltó la importancia de congregar a los individuos dispersos en el terreno en villas y pueblos y someterlos a la religión cristiana, tal como aconteció en Corocorto, y al emplazarse un nuevo fuerte allí, se podría abrigar a muchas familias. Como se desprende de la citada fuente, el plan era que el fuerte de Corocorto sirviera de apoyo al de San Carlos22 para así, conjuntamente, frenar las incursiones de los indios insumisos, aunque:
[...] el Cortto numero que guarneze el fuerte de San Carlos, no puede servir para que contrarestte la fuerza de los Barbaros, sino solo para dar aviso al Correjidor a fin deque se congreguen las Milicias, y salgan al oposito tema practicadas algunas diligencias. (AHPM, EC,CCM, C40, doc. 123, 3 de julio de 1773)
No obstante, tal como la documentación muestra recurrentemente, la falta de hombres y fondos para la defensa de la frontera de Mendoza continuó siendo un dilema23. Por ello, se infiere que el fuerte de Corocorto finalmente no fue construido. Ante la necesidad de encarar esa defensa, aún frente a la falta de fondos y hombres, las autoridades coloniales diagramaron diferentes estrategias para lograrla de la mejor forma posible. En tal sentido, Corocorto participó en la política fronteriza y formó parte de la estrategia de los funcionarios mendocinos en múltiples ocasiones.
En primer término, el lugar sirvió como reserva de hombres en armas que fueron convocados a salir en expediciones punitivas tras los indígenas insumisos24. Se cuenta con documentos que muestran la existencia de una compañía de milicias en Corocorto y su situación de revista para 177925, 178226, 178427, 178528, 179029, 179130, 179531, 179732 y 179833. La actuación de esa compañía se enmarcó en un contexto que se inició hacia fines de 1770 con el empadronamiento de los vecinos de la jurisdicción de Mendoza para llevara cabo una expedición que reprendiera a los grupos indígenas que asaltaban la frontera (Pastor). En los años subsiguientes, el comandante Francisco de Amigorena encaró múltiples expediciones punitivas y negociaciones diplomáticas con las parcialidades indígenas al sur del río Diamante. Como resultado de ello, se instaló un enclave de pehuenches fronterizos en las inmediaciones del fuerte de San Carlos, quienes asumieron los costos humanos y materiales de la guerra de fronteras34.
En ese contexto, ante la llegada de alarmas de posible invasión indígena, se convocaron partidas conformadas por fuerzas diversas35, entre ellas milicianos e indios amigos que partieron de las fortificaciones activas en Mendoza y San Luis y recorrieron el territorio (Pastor). Una de las compañías que se apersonaron fue la de Corocorto, que corría “el Campo por la frontera de su Partido, siempre que ay sospecha del enemigo, y concurren a todas las salidas que se hacen a tierra adentro contra el enemigo con mucha prontitud y obediencia [...]” (AHPM, EC,C74, doc. 13, 8 de mayo de 1785). Además, estaba incluido en su servicio el “auxiliar alas Justicias; conducir los Presos que se remiten ala ciudad [...] y en conducir y llevar Pliegos del Real Servicio a los diferentes destinos que ocurren” (AHPM, EC,SM, C74, doc. 28, 29 de noviembre de 1790). En 1784, Amigorena convocó a esa compañía a raíz de una expedición contra los indios enemigos. Luego, el comandante envió al cabildo el informe de la expedición, en el cual se detallaba que participaron solo siete hombres del fuerte de San Carlos mientras que los restantes pertenecían a las compañías de Corocorto, Barrancas, Valle de Uco, San Juan y lagunas de Guanacache, además de miembros de la justicia ordinaria de la ciudad de Mendoza. El comandante hace evidente su malestar con respecto a lo difícil que era conseguir hombres para la conformación de cuerpos armados: “por como se halle esparcido en sus Chacaras este Vasto Vecindario, es preciso esperar en el Fuerte tres o cuatro días, cuando menos, a que se junte la Gente, pues dé la Plaza apenas salen dos ó tres cientos hombres al tiro del Cañón”. Asimismo, menciona que generalmente conseguía solo seiscientos hombres entre la ciudad y la campaña, lo que se evidencia como insuficiente (AHPM, EC,CCVA, C54, doc. 25,3 de julio de 1784).
En segundo término, Corocorto fue foco de extracción de familias para ser enviadas a San Carlos. Hacia fines del siglo XVIII, dada la falta de población por la insuficiencia de recursos para subsistir y una seguidilla de ataques indígenas, se emprendió el repoblamiento de la villa de San Carlos mediante el traslado forzado de familias que se encontraban dispersas por el valle de Uco y familias huarpes desde las lagunas de Guanacache (AHPM, El fuerte 34 y 35). Se ha podido constatar que ese también fue el caso de Francisco Porollan, habitante de Corocorto, quien aparece en las listas de la Compañía de Corocorto en 177936 y 178537, y en la del fuerte de San Carlos en junio de 179738. Una fuente de Family Search39 detalla que en 1807 falleció y que era “indio, natural de Corocorto; casado según orden de nuestro a Santa Madre la iglesia con Clemencia Bustos, india, también de Corocorto, fundadores desta dha Villa de San Carlos”40. Por otra parte, se han encontrado otros indicios sobre el traslado de hombres desde el poblado -y la compañía- de Corocorto hacia la villa de San Carlos, que pasaron a engrosar la guarnición del fuerte. Por ejemplo, Diego y Juan Miguel Domínguez figuran como soldados en el parte de Corocorto de 1791, y junto a sus nombres el comentario: “En el fuerte” (AHPM, EC,SM,LMM, C74, doc. 38, 24 de diciembre de 1791). Se infiere que se hace referencia al fuerte de San Carlos, dado que es el único emplazamiento defensivo en pie dentro de la jurisdicción de la ciudad de Mendoza para la época. Tras entrecruzar las revistas del fuerte de San Carlos, se advierte que ambos hombres se encuentran presentes en las de noviembre y diciembre de 179541, mayo de 179742 y, en el caso de Juan Miguel durante todo el año de 180443. De este modo, se contradice la afirmación de que la guarnición de San Carlos fue apoyada solo por los milicianos de la Compañía del Valle de Uco y de las milicias urbanas de la villa (AHPM, El fuerte 34 y 35), y se puede observar el auxilio brindado por otras alejadas del fuerte y pertenecientes a la periferia de la ciudad, entre ellas la de Corocorto44.
Por último, Corocorto fue contemplado como posible emplazamiento para “moldear” a indígenas insumisos y civilizarlos. Hacia marzo de 1798, en el marco de un pedido de reducción por parte de caciques pampas infieles de la jurisdicción de San Luis45 -Juan Gregorio Olguin y Nicolas Yturrilla junto a otras quince familias-, el comandante Amigorena manifestó que, dado que eran individuos tendientes al ocio, la inacción, el robo, la rapiña y los vicios, esos comportamientos solo podían ser desterrados por medio de la continua opresión y el castigo, de forma que proponía forzarlos a reducirse, pero aclaraba que no seguiría las formas implementadas previamente en Mendoza46 (AHPM, EC,CEM, C49, doc. 40, 3 de abril de 1798). Consideramos que desestimaba hacerlo de ese modo ya que las parcialidades mantuvieron su patrón de asentamiento tradicional en toldos, lo cual les posibilitó relocalizar sus tolderías en caso de precisarlo, y así ocurrió con algunos caciques que reinstalaron sus toldos en su emplazamiento original lejos de la fortificación colonial. Entonces, en esta nueva coyuntura que implicaba a estos grupos insumisos, se quería evitar que ello volviera a ocurrir, y consideraba que la situación “requiere un establecimiento que há de conservarse con la más posible seguridad y combeniencia de los naturales” (AHPM, EC,CEM, C49, doc. 40, 3 de abril de 1798). Por ello, mandó a pedir información sobre la forma de establecimiento de las reducciones en la frontera de Santa Fe47 y propuso que la reducción fuera instalada en la villa de San Carlos o en la de Corocorto. En este último caso:
[...] (tanto tiempo hace premeditada) recogiendo todos aquellos naturales á vivir con menos libertad y más probecho; pero allí tendrá mucho mas costo, por carecer del que ya está echo en San Carlos, más siempre combendría establecer allí otra reducción, como se pensó muchos años hace por el Gobierno de Santiago de Chile. ( AHPM,EC,SGI, C30, doc. 44,19 de julio de 1798)
Entonces, debido a su pasado reduccional, la cercanía con el Desaguadero pero la relativa distancia con respecto a la ciudad y el fuerte, no era incoherente considerar a Corocorto para civilizar a esa población insumisa.
Consideraciones finales
Los estudios existentes sobre la frontera de Mendoza constituyen valiosos aportes con respecto al proceso de avance de la frontera hacia el sur de la ciudad, desde el río Mendoza hasta el Diamante, así como las relaciones interétnicas entabladas allí. No obstante, no suelen ahondar en el este, en las cercanías al Desaguadero. Por ello, en este artículo se buscó indagar sobre la frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII, partiendo de la hipótesis de que el espacio fronterizo bajo jurisdicción de esa ciudad se extendió hacia el sur e implicó un sector de la llamada gran frontera sur, pero también hacia el este, en las cercanías del río Tunuyán, y llegó a la delimitación natural brindada por el río Desaguadero. Además, las autoridades coloniales estuvieron alertas ante inminentes ataques desde aquel punto, en pro de mantener controlados a los grupos indígenas insumisos y sobrellevar ciertas dificultades propias del espacio, idearon e implementaron diversas medidas, entre ellas la instalación de reducciones y fortificaciones defensivas y otras vinculadas con el aprovisionamiento de hombres en armas y pobladores en general.
A partir de bibliografía específica, fuentes inéditas y otras disponibles en línea, se analizó la posta de Corocorto y se reparó en sus particularidades y su devenir histórico en carácter de tierra de encomiendas, posta comercial, pueblo de indios y, finalmente, villa. En virtud de su localización estratégica y su pasado reduccional, Corocorto se contempló como lugar propicio para construir un fuerte y reducir a indios insumisos provenientes de San Luis. Si bien se infiere que ambos proyectos fracasaron, el mero hecho de haber sido Corocorto contemplado para esos fines da cuenta de la significancia del paraje para la época. Por otra parte, se ha constatado que Corocorto ocupó dentro de la política fronteriza el lugar de reserva de hombres en armas, lo que se cristaliza en la existencia de una compañía miliciana con probada participación en expediciones punitivas, así como fuente de abastecimiento de milicianos y familias destinados a engrosar las filas del fuerte de San Carlos y la villa homónima, respectivamente.
Un análisis de este tipo, lejos de estar terminado, se corresponde con una primera aproximación que permitirá seguir indagando sobre lo acontecido en aquellos parajes periféricos con respecto a los centros urbanos, aunque funcionaban como emplazamientos defensivos vinculados a ellos. Con esa particularidad, tuvieron participación propia dentro de la política fronteriza de la Corona española.