La historia de la América hispana, por compleja, densa y rica, requiere especialistas que aborden espacios y dinámicas concretas con el detalle que exigen, a fin de lograr la comprensión de todos sus matices. En este sentido, el profesor Manuel Hernández González ha empeñado décadas en la investigación de la relación entre Canarias y América, como avalan sus numerosas publicaciones, y centra esta obra en desentramar de forma amplia, pero muy detallada, el fenómeno de la migración canaria a Cuba entre los siglos XVII y XIX. De este modo, nos encontramos ante una investigación que no solo aborda una temática tan rica como la migración transatlántica, sino también el desarrollo y la consolidación de esta en las Antillas, y las ideas que con las personas viajaron y se inmiscuyeron en la realidad cultural y política receptora, así como la capacidad de generar efectos significativos en sus estructuras socioeconómicas.
La obra se despliega en 60 apartados más un epílogo y los anexos, y a lo largo de más de 750 páginas que transcienden la horquilla temporal propuesta por el título, entre 1670 y 1817, para desgranar también los antecedentes de las distintas variables convergentes en el complejo proceso presentado. Se trata de un trabajo que permite conocer, desde ambas perspectivas insulares, el eco y el efecto de las transformaciones que afectaron al orbe a lo largo de la Edad Moderna e inicios de la Edad Contemporánea. Entre tales transformaciones se encuentran fenómenos históricos tan relevantes a ambos lados del océano como la emancipación portuguesa, la trata transatlántica de esclavos y la aplicación de las reformas borbónicas, así como las guerras y los estallidos revolucionarios que transformaron el mundo en el tránsito entre las centurias XVIII y XIX. Asimismo, se complementa con otro nivel específico de acontecimientos conectados con el contexto global, pero fijados en el área circuncaribe, como las revueltas de los tabaqueros isleños, la afectación del libre comercio, el remplazo de la hegemonía haitiana en materia azucarera y la “asonada” de los vegueros de Pinar del Río en torno al control de la producción de tabaco, así como la presencia, el desarrollo y la agencia del campesinado guajiro de ascendencia canaria en la configuración poblacional del occidente cubano.
Las presentes líneas centran su mirada en la faceta cultural de la obra, la cual constituye una enorme aportación a la comprensión de las dinámicas de contacto y configuración cultural en América, cuyo cuidado tratamiento por parte del autor merece el énfasis señalado. En una primera parte, la migración canaria y su carácter familiar son objeto de un pormenorizado análisis que aborda sus causas, su desarrollo y sus aristas, ofreciendo una amplia revisión de los sujetos o grupos de sujetos y su condición. Es decir, aquellos que de forma oficial u oficiosa se embarcaron desde el archipiélago atlántico movidos por la crisis en el lugar de origen, los que llegaron a Cuba desde su primer destino americano, aquellos llamados por la recluta del batallón fijo de La Habana, los sacerdotes que emigraron ante las posibilidades indianas e, incluso, esclavos de nacimiento o vida en las islas Canarias, que viajaron como acompañantes de sus propietarios o para ser vendidos en La Habana durante el auge de la segunda mitad del siglo XVIII.
En este sentido, el autor recoge la amplia presencia de canarios en distintas actividades económicas en la isla, como la explotación del café desde mediados del siglo XVII -anticipándose a la acaecida en Venezuela-, el cultivo tabaquero con especial intensidad desde los primeros momentos; y otros oficios relacionados con la ganadería y la agricultura de subsistencia, como vegueros y lecheros, así como una amplia gama de oficios artesanales, como carpinteros de ribera, zapateros o herreros. También es llamativo el alto número de mujeres canarias dedicadas a la costura o la lavandería y los mencionados miembros del clero que, con licencia o sin ella, viajaban y procuraban asentarse como clérigos en las haciendas rurales. Asimismo, el autor señala cómo un flujo migratorio de tal envergadura, siendo el principal destino junto a Venezuela, afectó intensamente a la sociedad emisora, que experimentó un crecimiento exponencial de la emigración hasta sus cifras más altas en torno a 1790, lo que también generó un intenso debate en el seno de las élites canarias, alarmadas por la situación.
En un segundo nivel de análisis y a fin de rastrear también el impacto cultural generado por este proceso migratorio, se antoja necesario aproximarse a la influencia canaria en el mestizaje cubano, para lo cual el autor desarrolla un extraordinario análisis “de las características de la sociedad canaria en la Edad Moderna” (85), lo que supone una aportación de alto valor a la comprensión de las dinámicas socioétnicas en los territorios hispánicos a ambos lados del Atlántico. Se destaca el carácter diverso de la migración canaria y el sincretismo cultural presente en el archipiélago atlántico, cuya traslación contribuyó al heterogéneo crisol que se estaba configurando en el área circuncaribe. Asimismo, el rol de los sacerdotes como emisores de códigos culturales en el ámbito rural y el propio carácter familiar de los desplazamientos pudieron también desempeñar un papel determinante en lo que se refiere a las dinámicas de interrelación cultural y su influencia en el contexto insular caribeño, al convertir en mayoritaria la presencia canaria durante los primeros censos de Cuba a finales de la centuria decimoctava.
En adelante, la obra desgrana en detalle la relevancia del factor canario en los conflictos jurisdiccionales de núcleos rurales frente a las oligarquías habaneras, como en los casos de San Antonio, Güines y Guanabacoa. La solidez de la presencia canaria se ve reflejada tempranamente mediante la construcción de la ermita de Nuestra Señora de la Candelaria -“símbolo de identidad más notorio” (264)-, pues revela una influencia cuasifundacional y ejemplifica el modo en que marcadores culturales como la religiosidad permiten rastrear procesos migratorios o dinámicas de contacto de toda índole, pese a las aparentes semejanzas culturales entre emisor y receptor. A todo ello se suman en gran número unidades demográficas del extrarradio de La Habana con ascendencia canaria: Guadalupe, Jesús del Monte, El Calvario, Bejucal y Jaruco, San Miguel de Padrón y Regla, Santiago de las Vegas, Los Quemados, entre otros. Esta porción de la obra se soporta sobre un minucioso trabajo documental en lo relativo a los censos, que revela el ya mencionado carácter familiar de la migración canaria, cuya mayoritaria presencia puede abrir análisis detallados sobre el desarrollo y la continuidad de elementos culturales en procesos migratorios de individuos, familias o grupos, con parentesco o sin él.
En suma, las conclusiones alcanzadas por el profesor Manuel Hernández González tienen que ver con los cambios en el dinamismo económico y cultural cubano, a partir del cuestionamiento del efecto transformador y la influencia atribuida a la ocupación británica de La Habana en 1762, punto discrepante con la historiografía sobre Cuba y su tradicional interpretación de este hecho como “la raíz y el motor de la radical metamorfosis” (12) de la isla, para lo cual el autor contrapone una propuesta de argumentos que atribuyen ese rol transformador a la intensa y reiterada migración canaria, cuyo impacto contribuyó a la configuración territorial y cultural de numerosas poblaciones del occidente cubano. Al mismo tiempo, señala el macrocefálico poder de la clase dirigente de La Habana y su acaparamiento de tierra, paralelo a la omisión de la legislación de Indias sobre las tierras comunales, realengas o de propios, así como el papel de esta oligarquía cubana a la hora de remplazar a Haití como potencia azucarera global, lo que generó una expansión relacionada con la liberalización de la trata de esclavos y, nuevamente, el beneplácito de la Corona. Precisamente, el miedo a ambos lados del Atlántico generado por el contexto revolucionario, junto a la ambición económica de la sacarocracia, pudo contribuir en gran medida a una suerte de conveniencia mutua en la que el dominio español se mantuviera mientras las exigencias de esta continuaran asumiéndose sin mayores cortapisas.
Por último, es pertinente destacar que se trata de una investigación novedosa pues, si bien desarrolla una metodología historiográfica convencional, demuestra un conocimiento detallado de las dos esferas sociales, políticas y económicas, cuya interactuación intensa durante varias centurias constituye el objeto de estudio. En este sentido, cabe señalar la muy notable cantidad de documentos localizados y revisados, tanto conocidos como inéditos, ya fueran protocolos notariales, informes, testamentos o expedientes, además de casos ya digitalizados, como el Libro de matrimonios de pardos y morenos de la iglesia de Asunción de Guanabacoa, del fondo digital de la Universidad de Vanderbilt, sobre el que el autor señala que se trata en realidad de un registro de matrimonios mayoritariamente entre españoles, por mencionar algunos ejemplos de las pesquisas en más de una veintena de archivos históricos en España, Cuba y Estados Unidos que aporta. Asimismo, es subrayable también la claridad del objetivo de la investigación con respecto a desgranar con detalle la contribución de la migración canaria a la conformación del campesinado guajiro entre los siglos XVII y XIX, y el impacto de esta dinámica demográfica en la isla en un contexto geopolítico de enorme complejidad. En definitiva, se trata de una obra que denota un trabajo de fondo de enorme calado, y así lo es también su segura contribución a la historiografía española y cubana.