Introducción
El deporte femenino tiene una larga trayectoria dentro de la cultura occidental, la cual se remonta a la historia de la antigüedad1. En Grecia, a diferencia de los juegos en los cuales participaban los varones y se fomentaba la masculinidad y la virilidad, las mujeres realizaban carreras en un campo labrado recordando los ritos de fertilidad2. No obstante, a lo largo de los siglos, las mujeres han tenido que enfrentar valoraciones, prejuicios, convencionalismos y escollos conservadores impuestos por una sociedad concebida bajo pautas masculinas bastante notorias. Este hecho queda identificado dentro de lo que hemos convenido en llamar un imaginario femenino androcéntrico:
Durante el periodo de entreguerras o interbellum (19181939), se escenifican los conocidos «felices años veinte», «veinte dorados» o «los locos años 20», década de bienestar económico frustrado luego de la desastrosa caída de la Bolsa de Valores de Nueva York, que desmoronó la economía estadounidense y signó el inicio de la Gran Depresión Mundial de 1929. En aquel periodo, se manifiesta el fortalecimiento de la modernidad y, consecuentemente, se concretan los cambios de orden de género, una transformación de las sociedades europeas y norteamericana que desdobló las nociones de masculinidad y feminidad hasta entonces asociadas al poder. A partir de entonces, la mujer moderna se concibió a sí misma preparada para enfrentar la vida, con capacidad para participar en el campo laboral, educativo, político, cultural y, consiguientemente, en la lucha por una mayor inserción en la sociedad, hecho que impulsó de manera determinante la emancipación femenina en la sociedad contemporánea. Como lo ha expresado la autora:
En los países industrializados, especialmente durante los años veinte, el cuerpo femenino adquiere una gran libertad de movimientos: se abandona la utilización del corpiño, las faldas se hacen más cortas, al igual que los cabellos, etc., dando lugar a una especie de modernismo a la "garçon" que domina algunos ámbitos burgueses, sobre todo, en ciudades como París, Berlín o Nueva York, y que, con el tiempo, se exporta a otros lugares. Esta dinamización y comodidad de la moda facilitará, enormemente, la presencia cada vez más numerosa de las mujeres en el ámbito deportivo3.
En relación al caso de Panamá, en las tempranas décadas del siglo XX se asoma en el medio periodístico panameño la inquietud por el deporte femenino en el ámbito latinoamericano y, obviamente, en el panameño. Para entonces, el deporte masculino, particularmente en las ciudades de Panamá y Colón, habían experimentado un largo y significativo recorrido de experiencias competitivas que recibieron un importante estímulo tanto oficial como privado, por lo que se dio la construcción de gimnasios y canchas públicas e institucionales. Este fenómeno estimuló también a las féminas a asumir como suya la actividad deportiva.
Si bien, la mirada adversa e inconveniente sobre la práctica femenina del deporte, al igual que la de su participación en los escenarios políticos y culturales, develó la persistencia y apego a estereotipos femeninos de una sociedad tradicional, acorde con el orden de género, esto no aminoró la voluntad de la mujer en Panamá, quien enfrentó con sobriedad las nociones de masculinidad y feminidad que estaban en relación con el poder. Aquel entorno social tradicional, no permitía la aceptación de una actividad física que le facilitara a la mujer potenciar una serie de competencias mentales y corporales que la hacían un ser autónomo, dinámico, luchador, perseverante, vivaz, relacionado con conocidos y extraños. Hasta entonces, la mujer panameña no había tenido la oportunidad de experimentar los beneficios de la cultura física, de valorar su capacidad y el rol que desempeñaría en el deporte y en la sociedad4; sin embargo, el cambio de época dejaba ver la aparición de rasgos atribuidos a la mujer moderna como sujeto con suficiente aptitud para enfrentar los retos de la vida.
En consecuencia, este trabajo tiene como objetivo analizar el incipiente proceso de incorporación de la cultura física femenina en el contexto educativo panameño y su papel en los cambios del imaginario social femenino androcéntrico. Sin duda, el deporte se convirtió gradualmente en un instrumento de creación de otras formas sociales distintas a las establecidas para la mujer y permitió originar su reconocimiento a través de la demostración de sus capacidades físicas y mentales, así como asimilar valores atribuidos a la proclamada «mujer moderna»5; es decir, una fémina capaz de defenderse como individuo y encontrar su lugar en el mundo.
El estudio se apoya en el análisis de información bibliográfica que descansa en importantes estudios sobre el tema, desarrollados por colegas en el país y fuera de este. Asimismo, se destaca de manera particular el aporte que ofrece la valiosa y abundante información hemerográfica e iconográfica presente en las copiosas fuentes periodísticas y de revistas que conserva y resguarda la Biblioteca Nacional de Panamá «Ernesto J. Castillero». El trabajo se centra, cronológicamente, en un periodo que comprende el inicio de la incorporación de la cultura física en el ámbito educativo panameño hasta la participación de las jóvenes panameñas en los IV Juegos Centroamericanos y del Caribe.
Es oportuno acotar que las denominadas «olimpiadas centroamericanas» constituyeron un evento multideportivo regional, con proyección nacional e internacional, ya que, al ser aprobadas por el Comité Olímpico Internacional en París en 1924, y ser inaugurados en México en 1926, abrieron el espectro de oportunidades de participación. En 1935 se incorporó al Caribe y en 1938 a Panamá le correspondió ser sede de este importante acontecimiento deportivo. De tal manera que, al considerar esta realidad, es posible detectar el logro de la participación femenina panameña en los escenarios públicos y, en este caso, en el deportivo. Sin duda, la mujer estuvo y está aún distante de conquistar el nivel de representatividad y valoración que ha alcanzado la masculina, lo que motiva su estudio y análisis histórico. Por consiguiente, este estudio se propone abordar a partir del debut de la mujer moderna en el deporte contemporáneo, el papel que juega la cultura física en el imaginario femenino en Panamá y la actividad deportiva en términos de modernidad, así como analizar el rol de las deportistas panameñas, quienes ayudaron a cimentar la senda de la emancipación más allá del lugar en que las situó la visión patriarcal, haciendo de los juegos Centroamericanos y del Caribe6 un escenario de lucha y liberación.
1. Debut de la mujer moderna en el deporte contemporáneo
Desde los I Juegos Olímpicos modernos celebrados en Atenas en abril de 1896, en el que participaron 14 países y más de dos centenares de atletas, se ha evidenciado el proceso de lucha femenina por su plena inclusión en los ámbitos de la vida. Con el cierre del siglo XIX y el arribo del XX, bajo el influjo de la Belle Epoque (La Bella Época: 1870-1914)7, comienza un proceso de desgajamiento de las estructuras monolíticas que desmerecían la capacidad femenina. La «Bella Época» fue un tiempo de paz y desarrollo económico pautado por los adelantos científicos y tecnológicos en la Europa de entonces, proporcionando un cierto grado de bienestar social y permitiendo iniciar movimientos sociales y políticos de trascendencia mundial. En aquel tiempo, florecieron diversas expresiones artísticas, así como la promoción del deporte. Actividades deportivas como el fútbol, el ciclismo, el críquet, el golf y el tenis, se fortalecieron y despuntaron considerablemente. A su vez, estos hechos repercutieron en la concepción de una mujer más autónoma y consciente de sus derechos ciudadanos manifiestos y, en este caso, en su derecho a participar en el disfrute del deporte.
Sin embargo, ese contexto no se tradujo de manera directa en cambios decisivos en el imaginario social femenino androcéntrico imperante, ya que gran parte de la sociedad continuaba apegada a los valores, hábitos, costumbres y tradiciones decimonónicas. De esa manera, es comprensible que la incipiente metamorfosis tan solo se manifieste en los albores del siglo XX, en los II Juegos Olímpicos modernos, celebrados en la alegre París de 1900, cuando veintidós mujeres lograron irrumpir en las canchas deportivas y debutar dentro del programa Olímpico en las competencias de tenis, croquet, ecuestre, vela y golf8. Muy a pesar de que su participación fue ínfima frente a los casi mil deportistas varones, varias mujeres se destacaron en algunas de esas especialidades deportivas. Por ejemplo, la tenista británica Charlotte Cooper (1870-1966), quien se convirtió en la primera mujer en ostentar el título de Campeona Olímpica.
Con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial (19141918) se alteraron, directa e indirectamente, los fundamentos de las relaciones sociales entre mujeres y hombres a nivel mundial al punto de trocar los papeles de género. Tal cambio se debió a la enorme y necesaria asistencia femenina en el desempeño eficaz de trabajos que estaban destinados exclusivamente a los hombres. Entonces, la mujer rompió los cánones establecidos, desconfigurando el orden social impuesto para ambos sexos. Estos acontecimientos fueron forjando cambios en el imaginario femenino e impulsando un «despertar» de la mujer, es decir, fueron minando las bases de la ideología que situaba a la mujer en un estado de indefensión y no de protagonista de su propia vida y de los asuntos públicos. La nueva realidad conllevó a un debate respecto a la reestructuración del papel desarrollado por la mujer y su rol ante las necesidades de cada época. Como señalan George Duby y Michell Perrot: «Por la fuerza de la necesidad, la guerra elimina las barreras que separaban trabajos masculinos de trabajos femeninos»9.
Romper los prejuicios asociados a ese imaginario instituido10, como lo expresaría Cornelius Castoriadis, fue solo un primer paso. Con la experiencia bélica europea y la participación estadounidense, se conoció a través de los medios en el mundo latinoamericano que muchas mujeres pasaron de trabajar en el hogar, deberse a sus hijos y atender a sus esposos, a desempeñar trabajos y puestos que no eran considerados «propios de su sexo»11, alcanzando notoriedad en otros campos sociales.
Así, respecto al acceso de la mujer en las actividades deportivas, se podría subrayar que este no resultó nada fácil. Sus actividades, dentro del ámbito histórico-deportivo, emergió gradualmente, aunque con tenacidad, lo que determinó la lucha femenina por lograr mejores posibilidades de concebir formas más educativas de relacionamiento social, distintas a las impuestas hasta ese momento. Así, el deporte comenzó a evidenciar el alcance de lo femenino, aportándole a la sociedad un rostro sutil a las disciplinas en competencia, muy a pesar de que Pierre Coubertín (1863-1937) -creador de los juegos olímpicos modernos- se oponía férreamente a la participación de la mujer en un estadio por considerarla «desagradable»12.
Con todo, se estima que fue en Amsterdam, en 1928, cuando la mujer inició plenamente su participación olímpica. En este escenario, destaca la actuación de la francesa Alice Millat (1884-1957), a quien se le atribuye no solo haber ayudado a formar la Federación Francesa Femenina en 1917, sino también el de haberse consagrado como una destacada atleta y pionera en la lucha por consolidar el primer evento deportivo femenino internacional que se llevó a cabo en Monte Carlo en 1921.
En el caso de Panamá, la apertura del Canal Interoceánico, en agosto de 1914, representó un suceso socioeconómico crucial con amplias implicaciones para el futuro del país. El Canal se constituyó en piedra angular para el cambio del modelo económico y abrió el cauce a una economía rentista que vislumbró una era financiera-comercial (capitalista) nacional, con insondables implicaciones sociales en la vida ciudadana; tema sobre el que aún hay mucho por develar; sin embargo, respecto al deporte, no se puede desconocer que el temprano desarrollo de espacios y actividades deportivas en la Zona del Canal, con una marcada proyección de la vivencia norteamericana, incidieron de forma efectiva en el deporte panameño, inicialmente en el renglón masculino y posteriormente en la inclusión de la mujer.
A través de la prensa de la época, como el periódico Star & Herald, es posible conocer la significación que lograron algunas atletas femeninas en disciplinas que se practicaban en la Zona del Canal. Tales son los casos de la natación, el tenis y el golf, eventos que despertaron en las jóvenes panameñas el deseo de emular las glorias olímpicas ya conocidas, y que estimulaban la práctica deportiva en las féminas panameñas sin los prejuicios de la masculinidad. Respecto al golf femenil, poco tiempo después, el mismo Star & Herald anunciaba que los honores del golf femenino se decidirían en campo panameño, seguramente en el exclusivo Club de Golf, en San Francisco, con el que ya contaba la capital13.
De hecho, en septiembre de 1923, en la canchas de Ancón, en la Zona del Canal, y de Bella Vista, en la ciudad, se llevó a cabo la semifinal de un torneo de tenis de parejas mixtas, con apellidos panameños de familias acomodadas. Las señoritas vencedoras fueron premiadas con una copa y una raqueta. La copa para la señorita de la pareja campeona y la raqueta a la señorita finalista14. Así, la prensa panameña permitía que Panamá estuviera al día de los sucesos mundiales y de las transformaciones socioeconómicas y culturales experimentadas en el planeta y, por supuesto, lo estaba de los acontecimientos más relevantes en la vecina Zona del Canal. En octubre de 1923, el Star & Herald, destacaba la cercanía que tuvo a un segundo récord mundial en natación la «pequeña niña maravilla»: Josephine MacKim15, una adolescente de 13 años quien lograba una hazaña en una competencia entre planteles de Balboa y Cristóbal en el que participaron también varones. Este evento revela la importancia que la juventud zoneíta daba al deporte. Se señalaba que en las vacaciones colegiales un significativo número de jóvenes concurría a ejercitarse en el «arte de nadar», en el cual probablemente, también participaban panameñas.
2. El imaginario femenino y la educación física en Panamá
En el temprano siglo XX, cuando se creaban las bases del sistema educativo en la incipiente existencia republicana panameña, la profesora Bertina L. Pérez M., directora de la Escuela Normal de Institutoras16, pedagoga chilena formada en Alemania17, exponía al Secretario de Instrucción Pública, lo abandonada que estaba la educación física en el país y la necesidad de estimular a toda costa el completo desarrollo corporal de los niños, para que las generaciones futuras fueran más robustas, tanto corporal como intelectualmente, lo cual garantizaría el desarrollo del país18.
La concreción de un sistema nacional de educación era una labor ardua y difícil dada las grandes limitaciones experimentadas por el país en los distintos órdenes de su existencia. Esta circunstancia explica, en nuestro caso, las debilidades que se produjeron respecto a la educación física, disciplina pedagógica que se ocupa de los distintos movimientos físicos del cuerpo con el objetivo de optimizar, vigilar y preservar la salud mental y física de los educandos; sin embargo, en el medio se conocían valiosos y modernos adelantos que se llevaban a cabo en ese ramo en Chile. En ese sentido, en diciembre de 1907, se planteaba la necesidad de que la educación física llenara una necesidad en el sistema educativo, considerando que restablecía el equilibrio entre el cultivo del espíritu y el cuerpo, advirtiéndose lo descuidado que estaba en nuestros países19.
Desde los inicios de la vida republicana, el cultivo de los ejercicios físicos como parte de la formación integral de los jóvenes y, en particular la gimnasia, comenzó a despertar interés en el medio educativo panameño. En octubre de 1908, Felipe Salaberría, en un artículo dedicado a la Educación Física, se preguntaba por qué los panameños no se obligaban con mayor obstinación a la práctica de los ejercicios, tan provechosos como saludables20. De acuerdo con el autor, la respuesta estaba en la deficiencia del sistema educativo panameño, pues en todas las escuelas y, particularmente, en la mayoría de las rurales, por no decir todas, no se impartían clases de calistenia; sin embargo, aseguraba que era de gran provecho para quienes no tenían otro patrimonio que su sembradío y los trabajos del campo21.
De hecho, Salaberría enfatizaba que gran parte de la misión de la vida del hombre era fortalecer el cuerpo, alimentar el espíritu y, al mismo tiempo, cultivar la inteligencia; consideradas por el autor como principales aspiraciones de quienes deseaban vivir con algunas ventajas en una sociedad civilizada. Además agregaba que el hombre, desde su infancia, debía recibir lecciones de gimnasia de quien pudiera impartirlas. Finalmente, proponía que en aquellas provincias en las que la salud se veía afectada por motivos climáticos se debían promover marchas, carreras y saltos, lo cual revertía en provecho del desarrollo cognoscitivo, las salud e higiene de los escolares. Cierra el artículo con la expresión mens sana in corpore sano, cita latina de la cual se dice que su uso se inició en los albores del siglo XIX para incentivar la práctica de la gimnasia moderna22.
Si bien el Decreto N° 2, expedido en 1910, normaba la enseñanza obligatoria y una serie de aspectos referidos a ella, fue hasta 1915 cuando se reglamentó en el currículo, en forma precisa y ordenada, las asignaturas que debían cursarse en las respectivas escuelas. En esa ocasión, se delimitó el periodo del año escolar. Entre los fines de la educación primaria se señalaba el desarrollar coetánea y progresivamente las capacidades físicas, morales, intelectuales y estéticas en el estudiante, para formar hábitos que lo capacitaran en el cumplimiento de sus futuras funciones sociales. Así, y de acuerdo al Dr. Octavio Méndez se fue dejando paulatinamente la enseñanza convencional, en aras de una formación integral del educando, de su personalidad23; sin embargo, el desafío era enorme ante un contexto educativo maltrecho por los escasos recursos asignados a la educación pública, que acentuaba la escasez de docentes y el deterioro de los planteles escolares24.
No sorprende entonces que la cultura constituyera una preocupación de los miembros de la asociación femenina «Club Ariel», conformado por reconocidas señoritas maestras de la Escuela de Niñas de Santa Ana 2, bajo la dirección de Juana R. Oller25, el alma de su creación, en agosto de 1915 y su primera presidenta. En uno de sus discursos, pronunciado en la ciudad de David, dos años más tarde26, la entusiasta señorita Oller manifestaba que, cobijadas en el hermoso lema «Virtud y Patria» se programaban trabajar por el perfeccionamiento de la mujer y del hogar istmeño en pos del engrandecimiento de la Patria que les unía27; sin embargo, entre sus planteamientos dejó manifiesto que, con ese objetivo, se proponían demostrar la importancia que la cultura física ejercía en el desarrollo de los pueblos. A finales de 1917, La Estrella de Panamá, sin mayores detalles, reseñaba la concreción de aquel novedoso proyecto con la realización de un concurso de cultura física; para entonces, seguramente insólito, entre escuelas públicas de Panamá y las de la Zona del Canal, cuya experiencia en el deporte no era conocida. Este evento ideado por la señorita Oller tuvo un éxito extraordinario, del cual se dice «nunca visto en Panamá»28.
En aquel entorno, la educadora Esther Neira de Calvo, profesora de Pedagogía en la Escuela Normal de Señoritas, en un artículo publicado en la revista Cuasimodo de agosto de 1919, observaba que la existencia intelectual y moral no podían sustentarse sin el soporte de una vida física robusta y sana29; además, indicaba que a pesar de las nuevas orientaciones iniciadas entre ellos, con buenos pronósticos, aún existían problemas graves en la cultura física nacional. Así, advertía y explicaba la necesidad de tener claro el ideal de la educación física, sus fines y medios y enfatizaba la importancia que tenía en la práctica, el integrarse por igual, la cultura física, la intelectual y la moral del estudiante en el logro del verdadero ideal de la educación: «el de formar un niño todo entero30; sin embargo, recomendaba la preparación del organismo del educando con una práctica suficiente de gimnasia general31, para llegar finalmente al deporte, considerado, la mayor expresión de la educación física. Este planteamiento de la profesora Calvo explica su peculiar recomendación de no practicar deporte antes de los 18 años, o sea cuando la juventud se aproximaba a la edad adulta, por estimar que el cuerpo estaba en vías de desarrollo32. Asimismo, indicaba que muchos de los que se ocupaban del tema, al tratar el aspecto corporal, trataban solo las formas visibles del cuerpo, olvidando lo importante que era el organismo del ser humano y su funcionamiento33.
Ya en el primer quinquenio de la década de 1920, la prensa panameña comenzaba a evidenciar la importancia del deporte como parte de la cultura física femenina asociada a la mujer moderna. En la sección femenina de un importante periódico de la época se vislumbraba cómo la práctica del recién propuesto deporte hand ball o balonmano confería desenvoltura al cuerpo de la mujer, agilidad y destreza. Se afirmaba que el hand ball era para la mujer lo que el foot ball representaba para el varón34. Sin lugar a dudas, la participación de la mujer en el deporte le confería empoderamiento, al darle la posibilidad de concederle autoestima, autonomía, libertad y equidad, valores propios de la modernidad. Además, la práctica del deporte le proporcionaba esbeltez, la distraía de los quehaceres tradicionales que le proporcionaban hasta lentitud y pasividad.
Ciertamente, hoy día, aquella aserción lo avala, quienes aseguran que la nueva versión de este juego, creada en el primer cuarto del siglo XX, fue destinada inicialmente a las mujeres, debido a que, en ese entonces, la práctica del fútbol les estaba vedada. En aquel escrito, firmado por Nora en la sección de Femeninas de La Estrella de Panamá, del 29 de julio de 1923, la autora sostenía el lastimoso poco apego que a este deporte se tenía en países latinoamericanos, por la poca significación que se le concedía35.
Por cierto, en enero de aquel año, la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer, presidida por la señora Esther Neira de Calvo, inspectora de enseñanza secundaria y profesional, proponía a la comisión revisora de los programas escolares hacerles algunas sugerencias relacionadas con la forma práctica de ofrecer ciertas asignaturas, entre las que estaba la educación física, a objeto de preparar las estudiantes en su rol de futuras madres y de ciudadanas36. Decididamente era el tiempo en el que se consideraba la necesidad de que la mujer practicara movimientos de cultura física, pero circunscritos a la gimnasia, del cual formaba parte la danza37, reconociéndose que los prejuicios y las costumbres habían condenado a la mujer a una excesiva inactividad. Para entonces, en mayo de 1923, a la sección Normal y el Liceo del Instituto Nacional se les había designado una profesora de gimnasia.
Se debe acotar que el rol de madre, como misión esencial de la mujer, aún prevalecía en el imaginario femenino de la sociedad panameña de la época. En razón a ello, la educación física estaba vinculada particularmente a la maternidad, pues se consideraba como instrumento formador de «mujeres aptas y sanas para la sublime misión de la maternidad»38. Así, la maternidad caracterizaba al imaginario femenino de la mujer, al constituir su estado o cualidad esencial: el ser madre. En razón a ello, se planteaba la necesidad de infundir en las mujeres jóvenes el amor al deporte que lo ceñían al gimnástico, aseverando que, guiado debidamente, contribuía al completo desarrollo de su cuerpo, remarcando más la feminidad de sus formas39, en fin, fortaleciendo todo su ser que con el tiempo procrearía otras vidas. Esta actitud estaba lejos de la censura de la actividad deportiva que se estaba realizando en Colón40.
En uno de los principales diarios del país, a inicios de 1929, se comentaba que las panameñas no practicaban deporte, situación atribuida al destino hogareño que se daba a la mujer, propia de los estereotipos socioculturales arraigados en nuestra realidad; sin embargo, para entonces, la cultura física y, con ella, las distintas disciplinas deportivas empezaban a formar parte del quehacer educativo femenino; circunstancia favorecida por la adecuación de espacios para la práctica del deporte41, como canchas y gimnasios, en algunos centros educativos femeninos, entre ellos la Normal de Institutoras42. En enero de 1929, estos espacios fueron inaugurados pomposamente con una variedad de actividades. En esa ocasión hubo una exhibición gimnástica de las normalistas y el juego de dos equipos de la primera liga deportista femenina normalista43. Para entonces, ya el Instituto Nacional contaba con su propio gimnasio y, en febrero de 1929, fue inaugurado el Gimnasio Nacional con una importante demostración gimnástica44.
3. La cultura de la educación física moderna irrumpe en el imaginario femenino panameño
A partir de los años treinta, la prensa panameña visibilizó la importante participación deportiva femenina, al compás de la masculina. Para entonces, se vaticinaba una nueva era en el deporte panameño con la inauguración del Gimnasio Nacional, «un coliseo propio», al que se le auguraba estar destinado a ser la «gloria y alegría del sufrido y poco entendido» deporte, con capacidad de 2.500 a 3.000 personas45. Ciertamente, el imaginario femenino panameño estaba experimentando cambios a través del deporte escolar que brindó a la mujer la oportunidad de encontrar reconocimiento social y crear otra manera de desenvolverse en la sociedad; vivencia que le permitió concebir una manera de vida distinta, en el camino de la emancipación de un destino doméstico. Además, hacerse consciente de sus derechos en una realidad social panameña agitada por el debate de los derechos ciudadanos de la mujer; la lucha por el sufragio femenino.
Tiempos aquellos en el que las jóvenes estudiantes reafirmaban su condición de deportistas, con sus prácticas regulares, la organización de ligas mayores y menores46 y llevaban a cabo contiendas deportivas internas con finalidad recreativa y, a veces, de beneficencia47; luego salieron de sus espacios colegiales a competir en enfrentamientos intercolegiales48 de basquetbol49, voleibol, tenis50, natación51, atletismo y en alabados despliegues gimnásticos, motivos de premiación52. De hecho, esto devela que en ese imaginario, pautado por valores androcéntricos, el deporte femenino escolar diera la posibilidad a la mujer de crear y de desenvolverse en espacios propios; además, de ser, no solo instrumento tributario del vencimiento de las barreras sociales, con su arraigo en las distintas esferas de la sociedad y de ampliar las relaciones sociales, sino impulsor de la capacidad y reconocimiento de la mujer, factor que fomentaba la igualdad entre hombres y mujeres; una nueva realidad social se estaba asumiendo en el imaginario femenino panameño.
En esos días, La Estrella de Panamá resaltaba, constantemente, la participación de equipos de basquetbol femenino de un colegio privado capitalino, como preámbulo en la iniciación del campeonato masculino de colegios públicos que formaban parte de la Liga Nacional de Basquetbol53. Desde luego, la prensa de Panamá en la década de 1930 destacaba diariamente la participación femenina panameña en torneos, campeonatos colegiales e intercolegiales, en gimnasia, atletismo y otros deportes; en estas se ejercitaban tanto jóvenes de colegios públicos como privados, algunos regentados por religiosas católicas y aun con zoneitas54.
Definitivamente, en la actividad física competitiva, tanto individual como grupal, las jóvenes adquirían aprendizajes, ampliaban el mundo de sus relaciones sociales; experimentaban nuevos sentimientos y emociones y asimilaban valores propios de la mujer moderna, como la autonomía, autoestima, perseverancia, esfuerzo, superación, solidaridad, igualdad y compañerismo, entre otros. Mediante la armonización del binomio cuerpo-mente las muchachas se empoderaban de su capacidad de lucha por el acrecentamiento, la libertad de acción y la equidad en cualquier espacio público y situación que le tocara actuar.
En 1932, por primera vez, se llevó a cabo una competencia femenina de carácter internacional en el país, protagonizada por las Guacamayas55, selección de la liga menor femenina panameña del colegio privado San José, que enfrentó exitosamente a las Estrellas56, del costarricense colegio San José, en 193257. Luego, dos años más tarde, cuando ya se promovían las Olimpiadas Centroamericanas se anunciaba la realización del gran torneo internacional de basquetbol femenino, entre las Katharinas de Costa Rica, las Chiricanas y los equipos que representaban el basquetbol capitalino: el Bella Vista, Mate Indus y el Combinado, con integrantes de la capital y la Zona del Canal58.
A pesar de lo expuesto, no estuvieron ausentes de las notas de prensa de la época los comentarios adversos sobre el poco interés que se veía en las jóvenes de participar en las olimpiadas59. Esta crítica no resultaba acertada, tal como lo revelan las noticias periodísticas deportivas de esos años treinta, particularmente, las de 1937. En ellas quedó el testimonio de ser una etapa de muchos torneos en distintas disciplinas deportivas en el país, tanto en los planteles, como entre ellos. Por cierto, se llevó a cabo otro de carácter internacional, entre los equipos de la Liga Femenina Mayor de Basquetbol panameña y las basquetboleras cubanas del Club Teléfonos, en el que triunfaron las panameñas60. De la misma manera, la prensa daba la primicia de que en los campeonatos los equipos masculinos tendrían madrina, mientras los femeninos contarían con padrinos61.
Las muchachas continuaban regularmente su preparación en basquetbol, voleibol, natación, tenis, esgrima y atletismo, con la aspiración de ser futuras profesionales62; en enero de 1938 quedaron seleccionados los equipos femeninos que representaría al país63. Era el preámbulo del significativo protagonismo que tendría la mujer panameña en los IV Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Panamá entre el 5 y 24 de febrero de 1938. En estos estuvieron representados deportistas de 10 países de la región, quienes competirían en una decena de programas deportivos64. Por Panamá asistieron 254 atletas, de los cuales 62 (24%) eran mujeres, mientras 192 eran hombres (75%); todos ellos bajo el abrigo del gran Estadio Olímpico que se inauguró solemnemente el 29 de enero de 1938, unos días antes de la iniciación del magno evento olímpico (Gráfico n° 1)65.
Fuente: Elaboración propia con base en «254 atletas integran la delegación de Panamá», La Estrella de Panamá, Panamá, 2 de febrero de 1938, 4. Nota: El título de la nota periodística de la fuente cometió un desliz: afirma que eran 182 hombres, en vez de 192. Acá se corrige en el total de atletas masculinos.
4. Las deportistas panameñas en la senda de la emancipación: los Juegos Centroamericanos y del Caribe
A propósito de los «días olímpicos», no puede pasar desapercibido un expresivo juicio sobre las mujeres formulado en 1915 por Edward Alsworth Ross, profesor progresista, sociólogo, eugenista, economista y destacada figura de la criminología norteamericana. Ese artículo en el que se visualiza parte de lo aquí expuesto, lo escribió una reportera norteamericana en aquellos días olímpicos en el New York Times. Fue traducido y publicado en El Panamá América (Imagen n° 1).
Fuente: Ruth Rickarby El Panamá-América. Diario independiente de la mañana, (Domingo 13 de marzo de 1938), 7. (Artículo tomado del New York Times).
El impactante artículo vaticinaba la connotación del deporte en la existencia de la mujer como cimiento en su lucha por emanciparse del enclaustramiento al que había sido sometida por siglos, reconociendo obviamente que esa nueva libertad era más social y económica que política; pero, verdadero sendero a su logro66. La autora lo tituló Señoritas liberadas por el deporte, obviamente referido a las jóvenes deportistas latinoamericanas, incluidas, por supuesto, las panameñas. Por cierto, Ruth se apoyaba en la cita textual del profesor Edward, en la cual juzgaba la rígida presión que ejercían los convencionalismos sociales en las damas de Sud América de aquellos años, a los cuales atribuía la causa de la no práctica de ningún deporte y, por el contrario, ellas se aireaban en paseos en carruajes o en las tardes, mientras daban vueltas en la plaza67; costumbre dominguera de las y los jóvenes de cierto nivel social, en algunas ciudades hispanoamericanas, en ese entonces.
También hizo notar el escrito periodístico que en los IV Juegos Olímpicos Centroamericanos y del Caribe se amplió el campo de actividades deportivas femeninas, con excepción del levantamiento de pesa, boxeo y lucha libre, hoy día ampliamente ejercitados por la mujer (Imagen n° 2. Por supuesto, esa decisión se tomó debido a la exitosa y reconocida participación de la mujer en los III Juegos, al evidenciar su eficaz rendimiento deportivo, lo cual permitió plantear que las mujeres de nuestros pueblos tenían los mismos derechos de participar en estos eventos en igual forma que lo hacían los hombres (Gráfico n° 2). Así, la Junta General de Delegados en San Salvador en 1935, decidió incluir el atletismo al programa femenino, escaño importante en la participación de las féminas en las olimpiadas68.
Fuente: Fotograma del audiovisual tomado de: Comité Olímpico de Panamá, «JCC PANAMÁ 1938», Video de Facebook, 1:50, publicado el 5 de febrero de 2020, https://es-la.facebook.com/copanama/videos/198509241298957/.
Otro hecho significativo que vale destacar del aludido artículo, se refiere a la transformación del vestido de deporte femenino, haciendo notar que los mamelucos que llegaban arriba de los pies, habían sido sustituidos por vestidos livianos y algunos, como los de baño, podían pasar por atrevidos69. Obviamente, revelador de cambios en el mundo femenino; transformaciones en el ser de la mujer, en el contexto social y cultural de la época; expresión de la buscada emancipación. Por cierto, las fotografías de los treinta, muestran a las deportistas panameñas escolares con una especie de cómodos pantaloncillos, simulando, en unos casos, una falda liviana sobre las rodillas70, que nada tenían que ver con aquella anticuada pieza a la que se hace referencia en el artículo. Algunos deportes, como el tenis, tenían atletas con vestimenta propia; posteriormente, todo ello ha sido motivo de reglamentación.
Del mismo modo, otro comentario a aquella reseña periodística se refiere al importante incentivo que dieron los medios de comunicación al deporte, hecho al que ya nos hemos referido; sin duda, ellos propiciaron cambios en el mundo mujeril y, consecuente en el deporte; la prensa escrita, desde la temprana vida republicana difundía las hazañas deportivas femeninas en países europeos, al igual que en Estados Unidos y en algunos de los latinoamericanos71; además de la permanente difusión y significación que daba a las actividades deportivas femeninas que se realizaban en el país.
Asimismo, se anota al cine como estímulo en el desarrollo del deporte panameño, con la exhibición de películas sobre competencias atléticas femeninas72. Además, hacía alusión al aporte de pautas deportivas ofrecidas por residentes norteamericanas e inglesas en distintos países latinoamericanos y, finamente, las contribuciones en este campo del numeroso grupo de jóvenes latinas que estudiaban en los Estados Unidos73. De igual modo, se destacó la significativa presencia de mujeres (abuelitas) acompañando y aupando a las muchachas panameñas en su desempeño en el gimnasio y en las distintas disciplinas deportivas cuya cantidad era notoria, si se considera que era muy poca la presencia activa de mujeres en este tipo de escenarios dentro del país (Gráfico 2)74.
Fuente: Elaboración propia con base en «254 atletas integran la delegación de Panamá», La Estrella de Panamá, Panamá, 2 de febrero de 1938, 4. Nota: El título de la nota periodística de la fuente cometió un desliz: afirma que eran 182 hombres, en vez de 192. Acá se corrige en el total de atletas masculinos.
Después de concluido los IV Juegos Centroamericanos y del Caribe, la organización de los maestros de gimnasia y deporte de la capital, con el apoyo del Comité Olímpico y de la Secretaría de Educación y Agricultura entregaban medallas de oro, plata y bronce a las vencedoras en el torneo atlético de noviembre del año anterior, acontecimiento al que se atribuye el registro del conjunto de pista y campo femenino panameño y al triunfal desempeño femenino en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en 193875, en el cual ganaron cuatro campeonatos de los seis del programa, lo que les hizo del merecedor y preciado título de campeonas de Centroamérica y del Caribe, galardón que ofrecieron a su patria; a ello se sumó la medalla de oro obtenida por la representante panameña en la modalidad de florete individual, y Panamá tuvo entre sus triunfos contar con la anotadora excelsa en basquetbol y, además, obtener el segundo lugar en natación.
De las 16 disciplinas deportivas en las que participó la delegación de Panamá en los IV juegos Centroamericanos y del Caribe de 1938, las mujeres lo hicieron en 6 y los hombres en todas, como se muestra en la tabla 1. Por eso, por cada atleta femenina (24.4%) que integró el total de la delegación (254) participaron tres hombres (75.6%), pero en dos disciplinas (basketball y volibol) las cantidades fueron idénticas y en tennis fueron 4 mujeres y 5 hombres. Además, la participación de las atletas femeninas en natación (4) fue superior al promedio: 43% mujeres y 57% hombres.
A propósito, se dejó constancia del brillante desempeño de los equipos de basquetbol, tanto femenino como masculino, con la hazaña de haber vencido a los equipos mexicanos, reconocidos internacionalmente por su alta competitividad, logros que de acuerdo a la prensa, les ubicó en lugar especial en el basquetbol mundial76. Al final, fue justo reconocer el lustre que dieron las escuelas primarias, secundarias y algunas instituciones deportivas particulares77.
Acertado estuvo el comentarista de El Panamá América al concluir su artículo, enfatizando que la mujer latinoamericana y por supuesto, la panameña, continúa en su sendero hacia su destino: la emancipación de todo aquello que signifique convencionalismos sociales. Obviamente, el deporte en el contexto de la educación escolar amplió ese mundo rutinario y tradicional de la mujer istmeña, le abrió un escenario de posibilidades de desempeño y reconocimiento a sus capacidades físicas y mentales, con las cuales, asumió valores y comportamientos que empoderaron su condición de mujer hacia el logro de sus derechos ciudadanos en aras de vivir una democracia plena. Difícil y pausado es el caminar ese trayecto, pero es innegable que los logros que ha alcanzado la mujer revelan cómo ese imaginario androcéntrico va palideciendo en el contexto de una transformación social en la cual surge un imaginario social constitutivo, en el que hombres y mujeres comparten los valores de justicia, libertad, igualdad y equidad.
Palabras finales
Las jóvenes panameñas con las experiencias y virtudes del deporte en el contexto educativo -al ser la cultura física una de las prioridades del sistema educativo panameño- asimilaron valores propios del mundo moderno, los que van atenuando diferencias de género, tanto en el ambiente intrafamiliar como en los escenarios públicos. Con ello la mujer deja de ser un débil jurídico y se va haciendo un ser consciente de sus derechos, circunstancia que revela el proceso «interiorizador» de la actividad deportiva de la mujer en sus diversas modalidades y ámbitos. Ello va dando paso al moderno imaginario femenino panameño.
Así, aquel imaginario femenino tradicional, feminismo androcéntrico, con acentuadas diferencias en el status social de hombres y mujeres, se desdibujaba lenta y, progresivamente en la coyuntura del movimiento sufragista femenino en el istmo. Todo ello se insertaba en el feminismo integral que hacía además el reclamo de otras formas de discriminación de la mujer respecto a una participación igualitaria, a la educación, al trabajo, la salud, a un salario justo, a una participación en la vida pública del país; derechos ciudadanos no alcanzados plenamente a pesar de lograrse, en la década siguiente, el derecho al voto y, además de haberse suscrito la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada por la III Asamblea General de las Naciones Unidas, en París, el 10 de diciembre de 1948; declaración que incluye las reglas y regulaciones convenidas en relación a mujer y deporte. Finalmente, hay motivos para considerar que la lucha asidua de la mujer por sus derechos ciudadanos, sin lugar a dudas, tuvo su aporte en el logro de anunciada Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.
No cabe duda que el deporte femenino ha tenido una larga trayectoria dentro de la cultura panameña y está relacionado con la presencia de la mujer en el contexto de la modernidad. Los juegos, en los cuales participaron varones fomentaron la masculinidad, pero también sirvieron de escenario para que las mujeres realizaran actuaciones que las reivindicara y dejara una honda huella en la lucha social femenina. Con el tiempo, las mujeres han tenido que enfrentar valoraciones, prejuicios, convencionalismos y escollos conservadores impuestos por una sociedad en desarrollo, concebida bajo pautas masculinas, pero también ha quedado patentado en torno al imaginario femenino que la práctica deportiva es una forma de lucha contra la discriminación de género. Los países latinoamericanos han representado una población joven y amantes del cambio, lo que le ha dado otra significación a los «días olímpicos».